Capítulo 17
Capítulo 17
La velocidad de la luz elevada a un cuarto de sinceridad:
Día 25 del programa M.E.R: 4 de febrero del 2015
4:20 pm
El valor de la velocidad de la luz fue de los primeros dígitos físicos que Derek aprendió. Lo tenía grabado en su subconsciente, lo cual le servía bastante a la hora de analizar ecuaciones y comprobar teorías. Sabía que era prácticamente imposible que algún cuerpo común superara aquella velocidad. Sin embargo, comenzó a considerarlo factible en el momento en que abrió la puerta y Lilian se lanzó a sus brazos con una rapidez que no había visto antes.
La apretó contra su pecho, la sujetó con fuerza. Algo no estaba bien, lo notó cuando ella se hizo pequeña entre sus brazos. Parecía estar tratando de desvanecerse, de desaparecer en él. Derek no dijo nada, tan solo acarició su cabello corto hasta que ella encontró la fuerza para hablar:
—Todo en mi vida era una farsa.
Cada músculo existente en el cuerpo de Derek se tensó al escuchar esas palabras salir de la boca de su mejor amiga. La última vez que la escuchó decir eso fue varios años atrás, cuando el secreto de la familia de su padre salió a la luz. Recordaba ese día a la perfección, ¿por qué lo repetía de nuevo?
—¿Por qué me dices eso, otra vez? —preguntó él, sin soltarla.
—Porque lo recordé —ella sonaba derrotada —. Recordé la mentira en la que viví. Era feliz, Derek, y de repente...ya no más. Nada era real en mi vida.
—Oye, eso no es cierto —él acarició su espalda con cariño —. Me conoces desde que somos niños y yo soy bastante real; quizá más real de lo que me gustaría.
Lilian sonrió pegada a su pecho. Derek nunca se equivocaba, y esa no fue la excepción. Él era lo único de su pasado que continuó siendo real en el presente. El resto fue solo una actuación, una farsa que se creyó hasta que sus padres no pudieron fingir más.
—Lili, ¿me quieres decir por qué lo recordaste ahora? —preguntó Derek, con delicadeza —. ¿Caroline te hizo daño?
—No fue mi madre —dijo Lilian, soltándose un poco del abrazo para poder verlo a los ojos —. Fue la doctora Wallace.
—¿Qué hizo Margaret?
—Tenía una foto de él, Derek. Me mostró una foto de mi padre.
Los ojos cafés de Derek casi se salieron de sus órbitas tras escuchar eso. El padre de Lilian había sido borrado de cada retrato en la casa Bennett. Ella trató de eliminar su recuerdo a toda costa, el verlo otra vez debió significar una gran tormenta para su amiga.
—Pero... ¡¿Cómo?! —preguntó, sorprendido —. Yo...Lili, juro que no tuve nada que ver con esto. En verdad, lo lamento. Dios, esto es...
—¿Una mierda? —completó Lilian, a lo que Derek asintió —. Lo es. Tranquilo, sé que no tuviste nada que ver, jamás me harías algo así. De todos modos, ocurrió, y me recordó todas las mentiras que me creí por años.
—Todos creímos sus mentiras, Lili —Derek la atrajo una vez más a sus brazos —. No fue tu culpa creerle a ese hombre.
—Pero yo soy su hija ¿No se supone que los padres lo dan todo por sus hijos? —preguntó con desamparo —. Él no dio nada por mí, solo me hizo creer que sí.
—Es un mentiroso y espero que, donde sea que esté, la culpa se lo esté comiendo vivo. Hace tres años, dejó a la mejor persona del mundo atrás.
Él bajó sus labios hasta la frente de la chica y dejó un beso protector en ella como único método de apoyo. El hecho de que él fuese tan cariñoso lograba esconder a la perfección la reciente atracción que sentía por ella. Actuaba de la misma manera en la que siempre lo hizo, pero sentía como nunca antes había sentido. Claro que Lilian no se daba cuenta de lo segundo, ella tan solo se escondía en los brazos de su mejor amigo.
En medio de ese momento, un auto rojo conocido se detuvo frente al porche de la casa. Al escuchar el motor apagarse y las puertas abrirse, ambos amigos se separaron para observar a las tres chicas conocidas desde donde estaban. Ninguno de los dos esperó verlas ahí, tampoco sabían lo que buscaban, pero era seguro que averiguarían la razón de esa presencia puesto que quedarse dentro del coche no parecía estar en los planes de alguna de ellas.
Con su presencia, consiguieron que Lilian llevase su dedo índice hasta su boca para mordisquear su uña. Lo que menos necesitaba era que le preguntaran algo sobre lo que le había dicho a Margaret, o porque había corrido. Solo quería esconderse con Derek y ver las estrellas en su cuarto.
O comer y vomitar; pero si lo decía, su mejor amigo la detendría.
—¿Ves, Cloe? Te dije que seguíamos al taxi correcto —reclamó Dalia observando a Lilian.
—En mi defensa, todos los taxis son iguales —Cloe se encogió de hombros —. No fue mi culpa confundirlos, cer...Digo, Dalia.
—Uh, ese casi fue tu primer strike —le advirtió la margarita obesa.
—Me estoy acostumbrando, lo siento —Cloe sonrió con inocencia.
—Chicas...—Sanne detuvo la conversación y con la cabeza, señaló el porche, donde una Lilian destruida las observaba.
Cuando la vieron irse del consultorio de la doctora, no lo pensaron dos veces y la siguieron. Tuvieron inconvenientes en el camino, casi se confunden de taxi, pero, al final, la consiguieron. Al ver sus ojos pálidos, concordaron en silencio de que hicieron bien en seguirla. Ella no se veía bien, pero, ¿qué podían hacer al respecto? Quizá debieron pensar en eso antes de seguirla.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Lilian, sintiendo como Derek la sujetaba por los hombros en forma de apoyo.
—Nos preocupó la forma en que te fuiste de la nada y quisimos ver si estabas bien —explicó Sanne subiendo las escaleras del porche junto con Cloe y Dalia —. A todas nos molestó lo que hizo Margaret y no tengo ni idea de que fue lo que te impulsó a romper tu rama, pero ella no debió meterse en tu vida.
—No debió meterse en la vida de ninguna de nosotras —Cloe se cruzó de brazos —. No sin nuestro consentimiento.
Lilian las observó con sorpresa. Luego, miró a Derek, quien sonreía complacido ante el apoyo que ellas parecían dispuestas a ofrecer.
—¿De verdad vinieron por mí? —preguntó Lilian, aún sin poder creerlo.
—Estamos contigo en esto ¿Lo recuerdas, Lili? —le dijo Dalia, regalándole una sonrisa de apoyo.
—La tregua implica apoyarnos entre nosotras y parece que ahora nos necesitamos más que nunca —habló Sanne.
—Vaya, ¿quién diría que una tregua en un elevador resultaría tan efectiva? —comentó Cloe con diversión —. Lo que la doctora loca ha tratado de hacer en sus sesiones infernales, nosotras lo logramos incluso antes de llegar al piso siete del edificio de Dalia ¡Punto para nosotras!
—Y el marcador queda: Margaret cinco, margaritas uno —dijo Dalia, ganándose una mirada de reproche por parte de Cloe —. ¿Qué? No podemos negar que va ganando.
Aunque esa no era ninguna competencia.
—No debieron haberse molestado en venir —habló Lilian —. Digo, lo aprecio, pero no era necesario.
—Si lo era — le respondió Sanne —, y no nos vamos a ir ¿Quieres quejarte de la doctora? Hagámoslo. Somos cuatro chicas molestas y si no soltamos todo lo que nos molesta en este instante, la rama rota de un árbol será el menor de los problemas de la doctora Margaret A. Wallace.
—En ese caso, mejor pasen. Son libres de quejarse en mi casa —les dijo Derek permitiéndoles entrar a su hogar —. Y quiero que me cuenten todo sobre esta sesión. Hay cosas que los delatores y yo jamás le permitiríamos a Margaret. Si de verdad se pasó de la raya, Eve, Calvin, Dann y yo la pondremos en su lugar de nuevo.
—Bueno, escucha bien, nerd —Cloe rodó los ojos al recordar la sesión —. Margaret Wallace hace sesiones extrañas, pero está se pasó.
Todas entraron a la casa de Derek y, una vez se encontraron cómodas en la sala de estar, le contaron a lujo y detalle la sesión al delator. Cloe describió a la perfección como fue la reacción de Margaret cuando entraron a su oficina y Dalia se encargó de decirle que Lilian rompió una de las ramas del árbol. Cuando Derek notó las rodillas ensangrentadas de Lili, insistió en curarla, pero ella le pidió que lo dejara así. Debía seguir escuchando.
Sanne resaltó que la manera en la que Margaret jugó con sus vidas privadas fue bastante cruel. Ella aún no las conocía, no tenía ni idea lo que esas fotos podían causar en ellas y, por lo tanto, debió preguntarles antes de basar una sesión en pasados ajenos, de los que no sabía nada. Derek concordó enseguida y, tras un suspiro, lamentó la imprudencia de la doctora.
El sonido de la puerta abriéndose y el grito de la madre de Derek pidiendo ayuda para cargar las bolsas de mercado fue la señal del delator para irse de la sala de estar. Las cuatro margaritas se quedaron solas, sintiéndose igual de avergonzadas con ellas mismas y sus pasados que cuando dejaron el consultorio de Margaret.
—Ver esas fotos fue como entrar en una máquina del tiempo y aterrizar dos años en el pasado —dijo Cloe, bajando la mirada —. Me dolió. Ella cree que este es mi peor momento y se equivoca. He estado peor y me lo recordó.
—No sé porque esperó que fueran recuerdos buenos —habló Dalia —. Es obvio que ninguna de nosotras tiene una vida color rosa.
—Mi vida es todo menos rosa —dijo Lilian, era la única de las chicas que no estaba sentada en el sillón —. De hecho, es una paleta de colores bastante sombría. Su error fue creer que la bulimia era el color más oscuro en mí, cuando en verdad es el más brillante...
Las chicas se quedaron calladas por instantes. Cada una desconocía lo que estaba viviendo la otra. No obstante, por alguna extraña razón, sentían empatía entre ellas. Dalia se levantó del sillón y decidió envolver a Lilian en un abrazo, a pesar de que sabía que la margarita bulímica no era de las que se sentían a gusto con demasiadas muestras de afecto; solo abrazaba a Derek.
Tomó ese impulso sólo porque sintió esa necesidad de apoyarla y, al mismo tiempo, sentirse apoyada. Desde que vio la fotografía, había querido abrazar a alguien solo porque se sentía sola y lastimada. La gente subestima el poder de ser sujetado por alguien más. Hay abrazos tan necesarios como el oxígeno que se respira, abrazos que sostienen el alma en lugar del cuerpo; abrazos que hacen llorar a Dalia en silencio.
Ella esperó a ser alejada, pero no ocurrió. Lili le devolvió el abrazo y se permitió recordar cada una de las farsas que vivió en su infancia mientras la pelirroja la sostenía. Era como tener un trípode para aguantar su lienzo de colores sombríos; un caballete para mantenerla de pie. A diferencia del abrazo de Derek, no quiso hacerse pequeña ante los brazos de la margarita. Se sentía comprendida y, sorprendentemente, apoyada.
—Margaret no tiene ni idea de en lo que se ha metido —dijo Lilian, aún abrazando a Dalia —. Corrijo: no tiene ni idea de con quién se ha metido.
—¿Qué quieres decir? —Dalia se separó de ella para poder verla bien
Observó a las chicas, una por una. Definitivamente, todas se sentían derrotadas en ese momento. Sin embargo, ninguna tenía los recuerdos de Lilian. Jamás entenderían que sentía, o como sufría. No importaba cuánta simpatía sintieran, jamás llegarían a ponerse en los zapatos de la margarita bulímica y ella jamás podría ponerse en los zapatos de las otras chicas.
—Deben saber algo de mí, y es que soy peligrosa cuando me lo propongo —informó cruzándose de brazos —. Puedo ser un dolor de cabeza cuando se lo buscan y si esa mujer vuelve a meter su nariz en donde no la llaman, conocerá a una Lilian que les aseguró no es frágil como una margarita.
—Lili, te aconsejo que no hagas imprudencias —le dijo Sanne levantándose.
—Si, aunque no me molestaría ver cómo pones a la doctora en su lugar, no sabemos cómo podría reaccionar si eres realmente cruel con ella —Cloe también se puso de pie —. Una cosa es que le respondas, lo cual se merece, pero, ¿quién sabe si decide vengarse con sesiones peores por desatar a esa Lilian que dices? Por tu bien y por el nuestro, mejor mantén a la bestia atada.
—¡Es una perra! ¡Ni siquiera sabe lo que me hizo! —incluso los gritos de Lilian se oían destrozados —. ¿Así planea curarme? ¡Porque acaba de enfermarme más! Solo quiero...
Llenar el vacío que dejó su recuerdo.
Sí, eso era lo único que quería. Sin embargo, al sentir los ojos del resto de las chicas sobre ella, decidió no decirlo. Bajó la mirada hacia el suelo de madera y deseó desaparecer de ese mundo. Rogó tener el poder para desvanecerse y nunca regresar. Solo quería dejar de sentirse tan mal, tan abandonada. Con el recuerdo de su padre, regresaba a su mente lo que la había atormentado por tres dolorosos años: Ella no era suficiente y nunca lo sería.
—Hey, todo estará bien —le dijo Sanne, colocando su mano en su hombro delgado.
¿Qué la había impulsado a ser empática con una chica que recién conocía? No lo sabía, pero en el fondo estaba sorprendida por no ser la Sanne retraída que nació en ella los últimos años.
—Todo mejorará tarde o temprano —continuó, regalándole una sonrisa.
—No puedo contar las veces que me han dicho esa mentira —opinó Cloe, aunque el consuelo no fue para ella.
—Ni yo —concordó Lilian —. Debe ser la frase más usada para chicas destruidas.
—Lo sé, lo siento. Me quedé sin creatividad —Sanne se encogió de hombros —. Sé que sonó a tarjeta barata y no es una mentira que me fascine.
—¿Por qué no tratamos con sinceridad? —sugirió Dalia —. Creo que las cuatro estamos acostumbradas a esa clase de mentiras. Sugiero hablarnos entre nosotras con la verdad, la cruda y cruel verdad.
—¿Quieres la verdad? Bien —Cloe carraspeó, como si quisiera prepararse para un discurso épico y comenzó a hablar —: Somos cuatro chicas que vamos a tener que aguantar a una doctora jodidamente desquiciada por dos años. Llevamos menos de un mes en este programa y ya queremos asesinarla...sugiero comenzar a buscar un buen abogado y un lugar donde esconder un cuerpo porque, como van las cosas, la doctora Margaret Wallace será quien termine como esqueleto al final de su programa.
Los labios de Lilian pasaron de ser una línea recta a una curvatura elevada. En poco tiempo, comenzó a reír ante la sinceridad exagerada de Cloe y, pronto, el resto de las chicas se le unió. Para cuándo terminaron de reír, quedaron en el silencio más cómodo que había surgido entre las cuatro hasta ese instante.
—¿Estaban riendo? —la voz de Derek se escuchó en la entrada de la sala de estar. Para cuando las chicas voltearon, lo encontraron observando la escena con sorpresa. Su hermana pequeña sonreía a su lado.
—Eso parece —dijo Lilian, con una sonrisa tímida.
Las cuatro cruzaron miradas y se les escapó la misma sonrisa que tenía Lilian en los labios. Resultó que aquella tregua en el elevador fue mucho más efectiva de lo que alguna vez imaginaron. Dejar las diferencias y los prejuicios atrás no solo les estaba haciendo sencillo el hecho de aguantarse, también comenzaba a servir como puente para establecer más que un simple compañerismo entre ellas. Lo dijeron una vez: una amistad no nace de la noche a la mañana, pero si puede iniciar a la velocidad de la luz si se lo propone.
Solo hace falta añadir a la ecuación un cuarto de sinceridad.
...
5:45 pm
Las puertas de los autos de los cuatro delatores se cerraron prácticamente al mismo tiempo. Bajaron de sus respectivos coches solo para encontrarse en el estacionamiento del consultorio de Margaret. Cuando algo estaba mal, todos ellos se enteraban. Eran como una cadena: si uno sabía algo, el resto también.
—¿Dónde están las chicas? —preguntó Dann una vez Derek se acercó a ellos.
—En mi casa, mi madre las invitó a cenar —explicó él.
—¿Y van a comer? —preguntó Eve —. ¿Todas lo harán?
—Mi mamá es nutricionista, sabe hacer bocadillos sanos y con eso las convencí — habló el delator —. Además, si le niegas comida a Beatrice Osbone, puedes considerarte muerto.
Los tres delatores asintieron con la cabeza, les resultó un alivio saber que dos de las chicas que tenían complejos en cuanto a lo que ingerían comerían algo esa noche. Sin embargo, su atención recayó más en Derek y en el suspiró que soltó luego.
Cuando recibieron la llamada del chico y les contó sobre la sesión de Margaret, supieron de inmediato que debían confrontar a la doctora. Durante meses le advirtieron que había detalles que no debía abordar en su programa y Derek fue bastante específico al decir que la familia de Lilian no debía quedar involucrada. Ninguno de ellos preguntó porque, pero no tardaron en decidir que debían apoyarlo.
No se trataba de entender las razones del otro, tan solo bastaba comprender; y no, no es lo mismo. Podían preguntárselo al mismo Derek, que comprendía con facilidad cientos de ecuaciones físicas. No obstante, tan solo entendía unas cuantas. Eran dos términos distintos y Margaret había roto uno de ellos.
—Lo que le hizo a nuestras chicas esta vez fue demasiado —dijo Eve, caminando hasta Derek para entrelazar su brazo con el de él —. No las preparó lo suficiente, fue un golpe muy abrupto y se lo haremos saber ¿Está bien, joyita?
—Sí... —solo eso pudo responder, al tiempo en que los cuatro comenzaban a caminar hacia la entrada del consultorio.
—¿Cómo está Lilian? —preguntó Calvin.
—Por fuera, se ve mejor —admitió —. No creerán esto, pero las margaritas se están llevando bien.
—¿En serio? —Dann frunció el ceño con sorpresa al escuchar aquello.
—Sí. Chicos, hicieron a Lilian reír ¿Saben lo difícil que es eso? A mí me cuesta y llevo conociéndola desde siempre. Sin mencionar que soy un cómico de primera.
—Claro, Derek, sigue creyéndote esa —carcajeó Eve —. Por otro lado, me alegra que hayan logrado sacarle una sonrisa. Margaret lo dijo una vez: si las chicas llegan a unirse, el programa será mil veces más sencillo para ellas. Así que debe ponernos contentos el que se lleven mejor.
Derek asintió, estaba de acuerdo. Sin embargo, conocía a Lilian y sabía que el apoyo moral, las risas y consejos no siempre eran suficiente para mantenerla de pie. Ella caía con facilidad y temía que ni siquiera con las otras tres chicas como pilares podría llegar a mejorar; menos después de que el recuerdo de su padre atormentara a su memoria una vez más.
—Lilian decae en silencio —les confesó —. Podría estar desmoronándose en este momento y nosotros ni cuenta nos daríamos. Margaret no tiene idea de lo que acaba de hacerle, solo apresuró su caída.
Eve intensificó su agarre en forma de apoyo. Todos los delatores eran increíblemente protectores con sus margaritas y Derek no se quedaba atrás. Demostró que por Lilian daría todo y más. La quería ver brillando cual estrella, pero hasta ahora solo observaba como ella se apagaba con lentitud.
No terminaron de entrar al consultorio, no fue necesario. Justo cuando iban a atravesar la puerta, esta se abrió dejando salir a Margaret y a Primrose. La doctora los miró con sorpresa, pero no tardó en sonreírles. No recordaba tener una reunión pautada con los delatores, pero siempre le alegraba verlos. No se podía decir lo mismo de ellos en esa ocasión.
—¡Mis delatores! ¿Cómo están? —preguntó sonriente. Claro que la curvatura en sus labios desapareció al no obtener la respuesta que deseaba.
—Te lo dije, Maggie —habló Derek, con seriedad —. Te advertí que no metieras a la familia de Lilian en esto.
—Solo fue una fotografía, Derek —ella seguía quitándole importancia —. Además, ellos se veían tan felices. No entiendo que le molestó.
—¡No tenías que entender! —fue la primera vez que los presentes escucharon a Derek alzar la voz —. ¡No te pedí que entendieras, solo necesitaba que creyeras en lo que te dije! ¡Yo conozco a Lilian, tú no! ¡Sé lo que le hace daño y trato de alejarla de eso! ¿Comprendes? Y por no hacerme caso, la lastimaste.
—Derek, Lilian se lastima ella sola —le dijo, con tacto en su voz.
—Lo sé, y justo por eso no necesita golpes de otras personas. Ella no se lo merece, tampoco el resto de las chicas.
—Cierto, Margaret —Dann tomó el relevo de la conversación esperando calmar a Derek—. Jugaste con sus pasados, debiste haberlas preparado primero. Las cuatro son sensibles y no vieron venir ese golpe.
—Al menos debiste consultar la sesión con nosotros primero —dijo Calvin —. Te habríamos advertido sobre sus reacciones.
—Cuando aceptaron el programa para sus chicas les pedí que confiaran en mis métodos — les recordó a los delatores.
—Si, pero nosotros también te pedimos que confiaras en nuestros consejos — habló Derek —. ¿De qué han servido todas nuestras reuniones si al final tiraste todas nuestras advertencias por la borda?
Margaret no pudo decir algo al respecto. No le iba a dar la razón a nadie, ella no era así. No obstante, sabía que los delatores tenían un punto válido. Incluso se sintió mal por instantes al ver como los ojos expresivos de Derek gritaban que había perdido un poco de la confianza que le tenía; pudo ver lo mismo en el resto. Al desafiar las advertencias de uno, despertó los sentidos protectores de los cuatro.
—Escucha, Maggie —Eve se colocó en frente de los chicos para hablarle con más calma —. Los cuatro te hemos tomado cariño y quiero creer que es recíproco. Pusimos a las personas más importantes de nuestras vidas en tus manos, lo único que te pedimos es que no les hagas daño.
» En nombre de los delatores, te propongo olvidar esto. Eso sí, no vuelvas a meterte con el pasado de las chicas de manera tan abrupta. Y si decides involucrar a la familia de Lilian en esto una vez más, no dudaremos en tomar acciones contra ti. Hace tiempo que dejamos de tener una margarita por delator, los cuatro nos preocupamos por todas ellas. Así que créeme cuando te digo esto: vuélveles a hacer daño y conocerás a unos Calvin, Derek, Dann e Eve que ni en un millón de años desearías tener en frente.
Los ojos azules de Eve no abandonaron su posición amenazante. Ella podía ser tierna, de hecho, ese era su estado natural. No obstante, también era muy protectora y lo había dejado bastante claro: todas las margaritas le importaban, no iba a dejar que las dañaran.
—Nos vemos luego, Maggie —y, con eso, se volteó para tomar a Derek del brazo una vez más y arrastrarlo hasta los autos. Calvin y Dann los siguieron, Eve había dejado claro el punto que vinieron a defender.
Mientras tanto, Margaret procesaba los hechos de ese día. Primero, su sesión no tuvo los resultados deseados; segundo, fue atacada por una de sus margaritas; tercero, una de las ramas de su amado abedul estaba rota; cuarto, y lo más sorprendente, sus queridos delatores la amenazaron. Muchos creerán que ese no fue el mejor día para la doctora Wallace. No obstante, su sonrisa delataba lo contrario.
Sí, muchas cosas habían salido mal, pero ya sabía que debía hacer para hallar las raíces de los trastornos de las chicas.
—Oh, no. Tienes esa cara —soltó Primrose, quien observó toda la escena anterior sin comprenderla muy bien.
—¿Qué cara? —preguntó ella.
—Esa que dice que no le harás caso a lo que te acaban de decir —aclaró —. ¿Vas a contactar a la familia de Lilian? ¿Me harás buscar en archivos como con las fotos? Avísame desde ya porque no es un trabajo sencillo.
—No soy tonta, Prim. Sé que lo que hice fue muy abrupto. Tomaré el consejo de los delatores y seré precavida con el tema —habló —, por ahora.
—Mira, no me importa qué harás, o cómo decidirás sanar a estas chicas. Solo te voy a pedir que no me hagas revisar archivos una vez más, es demasiado molesto.
Margaret rodó los ojos ante el poco interés de su secretaria, ella parecía no tener remedio. Mientras tanto, los delatores caminaron juntos hasta sus respectivos autos. Ese fue el primer enfrentamiento entre ellos y la doctora ¿Sería también el último? Solo el tiempo lo diría. Así como Margaret estaba dispuesta a proteger y embellecer su prado a toda costa, los delatores también tenían un propósito bastante claro.
—Hey —Eve llamó la atención de los tres chicos antes de que alguno pudiese montarse en su respectivo coche —. Pasé lo que pasé, hay que estar ahí para las chicas.
—Eso no tienes que decirlo, ninguno de nosotros sería capaz de abandonarlas —aseguró Derek.
—Lo sé, solo quise recordarlo —ella sonrió de lado.
El propósito de los delatores era mantener a las margaritas de pie, y eso lo sabían de memoria. Lo tenían tan bien grabado en su subconsciente, que podría compararse a la manera en que el valor de la velocidad de la luz no podía abandonar la mente de Derek.
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