Capítulo 16
Capítulo 16
El árbol de la vergüenza:
Día 25 del programa: 4 de febrero del 2015
4:00 pm
La vergüenza se podría considerar un factor común entre las cuatro margaritas de esta historia. Ese sentimiento tan sencillo fue la semilla que inició los trastornos que padecían, lo que las sumergió en sus fatídicos presentes. Fue así como cada una de ellas se convirtió en retoños de flores cuyos pétalos estaban pintados con odio hacia sí mismas y a sus pasados. Lo que escondían era lo que las estaba lastimando tanto.
En el consultorio de Margaret Wallace, una nueva sesión había sido convocada y las margaritas ni siquiera se molestaron en esperar algo de ella. Después de todo, sabían que sería algo extraño, una verdadera sorpresa. La verdadera duda era, ¿sería una buena, o una terrible? Porque Margaret era impredecible...
Esa mujer era capaz de destapar sus más oscuras raíces sin que ellas se dieran cuenta.
Cuando Lilian y Dalia llegaron al recibidor, Sanne y Cloe voltearon al encontrarlas. Se saludaron y las últimas dos no tardaron mucho en retomar sus posiciones iniciales, en las que ambas observaban a Primrose con molestia. La rubia teñida entre ellas estaba de brazos cruzados y sus mejillas encendidas en fuego. Sus ojos estaban clavados en la secretaría, quien hablaba animadamente por el teléfono fijo del escritorio.
—¿Qué pasa? —preguntó Dalia al notar lo tenso que estaba el ambiente.
—Esta secretariucha no quiere decirnos dónde está la doctora y a dónde debemos ir —explicó Cloe, molesta.
—Lleva hablando por teléfono desde que llegamos —Sanne se veía más tranquila, pero eso no significaba que no le molestó la actitud de Primrose —. Ni siquiera es una llamada de negocios. Por como habla, está conversando con una amiga.
Tenía razón, pues la risa de Primrose aumentó gracias a la voz al otro lado del teléfono. Lo que fuera que le contaron debió de ser muy interesante, porque ella se veía demasiado concentrada en la llamada. Por supuesto, no le importó ni un poco ignorar a las chicas frente a ella. Cloe soltó una maldición por lo bajo y golpeó ambos de sus puños contra el escritorio.
—¡Mira idiota! ¡Deja el teléfono de una buena vez! ¡¿Qué tanto te cuesta hacer bien tu trabajo?! —le gritó.
—¡Sh! ¿Acaso no ves que estoy al teléfono? —dijo —. Los pacientes en este lugar son cada vez más maleducados.
Cloe la observó con una mezcla de impresión y enojo encerrada en sus ojos azules. A pesar de eso, Primrose continuó su llamada como si nada. Tras unos largos segundos, terminó por rendirse en su intento de amenazarla con la mirada, así que se volteó hacia al resto de las chicas y soltó un suspiro frustrado. Definitivamente, la recepcionista de Margaret se merecía todo el desprecio preso en sus costillas expuestas.
—Tranquilas, yo me encargo —habló Lilian, caminando hacia el escritorio.
Sin previo aviso, presionó el botón en el teléfono fijo que culminaba la llamada. Para cuándo Primrose se dio cuenta, alzó la vista hacia Lilian ¿De verdad había hecho eso? ¿Tuvo la osadía de hacer tal cosa?
—Ahora, ¿nos dices dónde está la doctora? —Lilian le dedicó una sonrisa falsa, casi tan grande como las que solía hacer Margaret.
—¡¿Quién mierdas te crees?! ¡Estaba hablando! —gritó Prim.
— ¿Estabas hablando? ¿Ay, en serio? ¡No me digas! —habló con sarcasmo —. Y, respondiendo a tu pregunta, me creo la chica a la que le dirás dónde carajo está tu jefa o, de lo contrario, no me temblará la voz para pedirle que te despida. No creo que se ponga muy feliz cuando le cuente que usas el teléfono de la oficina para contar chismes ¿Captas, o te lo repito?
Primrose parpadeó un par de veces al escuchar las palabras de Lilian. Su agria y desafiante manera de hablar era intimidante, así que terminó por carraspear como respuesta. Se removió incómoda en su silla y dejó el teléfono en su lugar. Hizo el vago intento de fingir una sonrisa, no lo logró. Aquí entre nosotros dos, te digo que hacía mucho tiempo que Primrose no sonreía.
—La doctora quiere que vayan al patio trasero, chicas —les indicó.
—Gracias —y, sin decir más, Lilian se retiró hacia la puerta de la salida trasera seguida por el resto de las chicas.
Una vez estuvieron fuera, Cloe y Dalia no pudieron hacer más que reír. La reacción de Primrose ante esa confrontación fue algo digno de apreciar. Sanne también esbozó una sonrisa al tiempo en que ajustaba una vez más su abrigo. El frío volvía a hacerse presente ya que no estaban rodeadas de cuatro paredes con calefacción.
—¡Dios! ¡¿Vieron su cara?! —dijo Cloe, entre carcajadas —. Lilian, la pusiste en su lugar.
—¡Sí! Es que Lili, cuando te molestas, das miedo —aseguró Dalia.
—Sí, demasiado —concordó Sanne con una sonrisa divertida en su rostro —. Recuérdame no hacerte enojar, Lilian.
—Y a mí recuérdame pedirte clases para responder así —siguió Cloe —. ¡Que mierda tan cómica su cara! ¡Dios!
Lili les dedicó una sonrisa ladeada y se cruzó de brazos ante el frío del exterior. Le resultaba difícil creer que su largo abrigo no fuese suficiente para evitar el temblor de sus huesos ¿Cómo lo aguantaba Cloe, que era más delgada que ella? Como no le iba a preguntar, continuó caminando junto con las chicas por el patio trasero. Este resultaba ser incluso más impresionante que el delantero gracias a los árboles y arbustos bien cuidados. Por su puesto, los mismos continuaban despojados de sus hojas, producto del invierno que no tardaría en irse.
La gran mayoría de las ramas de los abedules estaban completamente desnudas, salvo uno que tenía un vestuario peculiar. Las chicas notaron que, en las ramas de ese gran árbol en particular, colgaban papeles. Al acercarse, observaron que no se trataban de sencillas hojas suspendidas por hilos, eran fotografías que se movían al compás de la tenue brisa. No eran simples fotos, estaban lejos de ser unas imágenes cualesquiera. Al ver mejor, notaron que quienes aparecían en las ramas de aquel árbol eran ellas. Cada rama tenía aproximadamente seis fotografías colgando y en el tronco estaba colgada una nota con la elegante letra de la doctora que las chicas ya podían reconocer a la perfección.
—"Queridas margaritas" —Sanne se dedicó a leer la nota—, "yo llamo a esta sesión 'el árbol de los recuerdos', y no lo hago en vano. Cada una tiene una rama en la que fotos de ustedes se mantienen colgadas. Con esto busco que recuerden, que aprecien el pasado. Están en el peor momento de sus vidas, así que quiero que retrocedan y vean las sonrisas que alguna vez tuvieron en sus rostros. Cuando terminen de observar, búsquenme en mi oficina. Con cariño, la doctora M. Wallace".
Una rama para cada una...
Pronto, Dalia descubrió eso al encontrar la suya propia. Las fotos que colgaban eran retratos de ella en Florida, la mayoría con su familia. Sonrió por instantes, hasta que encontró una en específico. Había olvidado que su madre le había tomado una foto el día del recital, ese en el que vio sus sueños derrumbarse. Lo recordó en el momento en que vio cómo, en esa imagen, la malla rosada que usó para su acto resaltó de la peor manera todos sus "rollitos". Se abrazó a sí misma, la vergüenza que sintió en esa ocasión se apoderó de ella una vez más.
Sanne encontró su rama y, si bien sonrió al ver que la mayoría fueron tomadas en competencias de natación, un ceño fruncido apareció en su rostro al notar que ella sostenía el premio de segundo lugar en cada una de las imágenes. Las fotos le recordaron que había mejores nadadoras que ella, y que debía esforzarse el triple para ganar. Con sus ojos grisáceos aún fijos en el premio de segundo lugar que se veía en una de las fotos, comenzó a pensar en las mil y una opciones de dietas para volverse más ligera, delgada y ágil en el agua. Su actitud competitiva la impulsaba a querer llegar a la cima, pues no podía con la vergüenza de quedar detrás del primer puesto. Debía ser la mejor.
Cloe, por su parte, quedó espantada al instante. La imagen de una antigua versión de ella aparecía en todas y en cada una de las fotografías colgantes. Observó con horror aquel cuerpo con curvas que alguna vez le perteneció ¿Cómo pudo ser aquel monstruo lleno de grasa? ¿Cómo pudo vivir así? Desvío la mirada, esperando que ninguna de las chicas decidiera dar un recorrido por su rama. Solo quería esconder aquellas imágenes, así como escondía su pasado día a día. Era una Cloe nueva, mejorada ¿Por qué tenían que recordarle que alguna vez ni siquiera fue rubia?
Todas estaban inmersas en sus ramas, las fotos y su vergüenza, cuando un quejido que se quedó sin fuerzas a la salió de la garganta de Lilian y llamó la atención de todas. La observaron con una fotografía en una mano y con la otra cubría su boca, horrorizada. Sus ojos azules pálidos estaban abiertos por la sorpresa, pero también había enojo en ellos. Lo que encontró la golpeó de la peor manera posible.
De alguna manera, Margaret logró colgar en una rama la peor parte de su pasado ¿Qué vio? Pues, lo vio a él. Una fotografía de ella, su padre y su madre antes de que todo se volviera un desastre ¿Sabes lo que le dolió en verdad? ¿Adivinas a fue lo que la lastimó más que nada? Fue el ver que los tres sonreían. Se veían tan felices, como una familia perfecta. Todo fue una farsa.
—Lili, ¿estás bien? —le preguntó Dalia, saliendo del shock que su propia rama había causado.
Cuando las chicas trataron de acercarse a Lilian, ella se alejó de las fotos y le dio la espalda al árbol. Ella no lloraba, nunca había lágrimas en sus ojos. Solo se abrazó con fuerza en un vago intento de refugiarse en sí misma. Luego, pensó que era una tonta al creer que así se sentiría mejor. Si no fue suficiente para su propio padre, ¿qué le hacía creer que sería suficiente para ella misma? Nunca era suficiente para nadie.
—Se pasó —fue lo único que consiguió decir —. Con esto fue demasiado lejos.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo Cloe, limpiando sus propias lágrimas de rabia —. ¡Esa doctora no tiene el derecho de meterse en nuestras vidas! ¡Estás fotos son privadas!
—¿De dónde las sacó? —preguntó Sanne.
—¿Creen que los delatores tengan algo que ver con esto? —preguntó Dalia.
—No —respondió Lilian con la mirada pérdida —. Derek jamás me haría algo así.
La imagen de aquella mentira en la que vivió durante catorce años la atravesó por completo, llegando a su alma adolorida y generando ese vacío en su estómago al que estaba acostumbrada. Sabía que Derek jamás le haría algo como eso, Margaret tenía toda la culpa de aquel sentimiento. La furia pronto se apoderó de toda ella, solo pudo apretar sus puños con fuerza para controlar lo que invadía a su mente en ese instante.
Lilian estaba más molesta que nunca, pero no era la única.
—¡Pondré a esa desgraciada en su lugar! —vociferó Cloe, caminando con rapidez y furia de vuelta al interior del consultorio.
—¡Cloe! ¡Espera! —Sanne y Dalia la siguieron por miedo a que cometiera alguna estupidez.
—¡Espera un carajo! ¡No tiene ni idea de con quién se metió!
Pronto, estuvo frente a la puerta de la oficina de Margaret. La abrió de golpe, aprovechando que toda su furia interna le daba más fuerza de la que comúnmente tenía. La doctora levantó la mirada con una sonrisa en el rostro, claro que se esfumó al ver rostros enojados de las chicas. Al parecer, la sesión no resultó como esperaba.
El error de Margaret esa vez fue que no consideró que su árbol de los recuerdos había crecido para convertirse en un árbol de la vergüenza. No vio más allá de las sonrisas, no pensó que una fotografía no captaba toda la escena y que lo que alguna vez fue alegría, ya no lo era más.
—Margaritas —dijo, poniéndose de pie —. Algo me dice que ya vieron el árbol.
—¡Por supuesto que lo vimos, hija de perra! —gritó Cloe, ardiendo de furia —. ¡¿Me puedes explicar quién te dio el derecho de meterte con nosotras así?! ¡¿Quién te crees?!
—Mis métodos son cuestionables, Cloe —aseguró Margaret —, pero te aseguro que funcionan.
—No creo que revivir uno de los peores momentos de mi vida gracias a una fotografía logre controlar mi apetito —habló Dalia con los brazos cruzados —. ¿Con un árbol planeas curar mi obesidad? Lo siento, doctora, pero hasta ahora solo ha conseguido hacernos enojar y, cuando me enojo, me dan más ganas de comer.
La verdad, no había momento en el que no tuviera ganas de comer.
Margaret parpadeó un par de veces a modo de sorpresa. Las observó a las tres, todas tenían un ceño fruncido pintado en sus rostros ¿Que había salido mal? Se suponía que con el árbol debían recordar momentos felices, por eso seleccionó fotografías con sonrisas.
Jayden hizo ver sencillo algo tan difícil como retomar el pasado, él le enseñó años atrás que recordar alegría ayudaba a sentirse mejor. Olvidó que sus margaritas no eran él, no estaban ni cerca. Eso significó una pequeña falla en su programa, el primer error fatal que cometió Margaret Wallace. Claro que tenía remedio, aún podía darle un giro a su sesión. Lo pensó bien, observó sus rostros uno por uno. Analizó con cuidado sus reacciones, hasta que llegó a una conclusión.
—¿Están avergonzadas? —preguntó, al notar que esa podía ser la razón del desprecio hacia sus pasados. No los conocía bien, así que no sabía que podía ser lo que les provocaba vergüenza, pero lo iba a averiguar.
—Por supuesto que lo estamos — dijo Sanne —. ¡Usted acaba exponer la peor parte de nosotras!
—Exacto, eso hice —Margaret dijo aquello más para sí misma que para las chicas —. Expuse las razones de sus trastornos. En su pasado está la respuesta de su presente, y en su presente está la clave de su futuro.
—¿Qué carajo? ¡Habla normal por una vez en tu vida! —le exigió Cloe —. ¡Quiero enojarme cómo se debe, pero tus metáforas me distraen!
Margaret sonrió ¡Había dado en el clavo! Quizá no estuvo tan mal el resultado de esa sesión. Descubrió que sus margaritas habían sido golpeadas en algún momento, en el pasado, y eso las convirtió en las imágenes que tenía frente a ellas. Lo que se escondía tras las fotos había vuelto a Sanne alguien distante, a Dalia alguien dudosa y a Cloe alguien odiosa. Eran las consecuencias de sus propias raíces.
¿Cuál fue la solución que se le ocurrió? Para tener un futuro con margaritas orgullosas en el prado de este mundo, solo debía regalarles un mejor presente. Al verlas juntas, a las tres frente a ella, se convenció de que su idea de unirlas fue la mejor decisión que tomó en su vida. Ellas serían el presente que tanto se merecían.
—Las fotos del árbol son historia —les explicó Margaret —. Todo lo que está ahí, ya pasó. Quiero que se enfoquen en el hoy, pues no puedo borrar lo que ya vivieron. Sin embargo, les aseguró que al final del programa, no sentirán más vergüenza ni de su pasado, ni de su presente y mirarán con orgullo su futuro.
—Usted no es vidente, no nos haga promesas que no sabe si cumplirá —le reclamó Sanne —. Con todo respeto, no nos importa su visión sobre cómo evolucionaremos en el programa. Lo único que nos molesta es que se meta con nuestras vidas privadas.
—Chicas, son solo fotografías —dijo, quitándole importancia —. Seguro no fue tan malo como dicen.
La conversación fue interrumpida por un golpe seco proveniente del patio trasero. Todas se callaron al instante luego de escuchar tal cosa y solo en ese momento se dieron cuenta que, de cuatro margaritas, solo había tres...
¿Dónde estaba Lilian?
Tanto las chicas como la doctora se apresuraron en salir al patio trasero. El frío aire del invierno las golpeó a todas por igual, pero fue muy poca la atención que le prestaron a eso comparada con la atención que lo que tenían frente a sus ojos. Margaret se quedó sin palabras al ver lo que había causado; porque sí, ella fue la causante de lo que veía. Una de las ramas del árbol estaba en el suelo junto con las fotografías que alguna vez se colgaron de ella. A su lado, una Lilian de ojos agrios, llenos de una melancolía escondida entre un enojo más evidente, demostraba todo su dolor de la única manera en la que sabía hacerlo: enfadándose.
—Lilian...—habló la doctora. Le sorprendió que alguien tan frágil como Lili hubiese roto una rama tan gruesa como esa.
Al observar su pantalón roto y los raspones en su rodilla, supo que no fue tarea sencilla para la chica terminar con esa rama de la vergüenza. No obstante, ella no parecía quejarse del dolor. Tan solo observaba a Margaret con una mirada tan fría que fue capaz de causarle un escalofrío a la doctora.
Margaret trajo de vuelta la sombra más oscura del pasado de Lilian, y lo había hecho sin antes pedirle permiso. Una vez más, comprobó lo que ya sabía de los doctores: meten sus narices en donde no los llaman. La doctora Wallace hablaba como si ya lo supiera todo, levantaba la mirada como si ella fuera la dueña y señora de cada respuesta, aun cuando Lili estaba segura de que esa mujer no tenía ni idea de lo que hacía. Ella creía saberlo todo, pero era tan ignorante como cualquier otra persona.
—¿Por qué no hay una rama suya? ¿Ah, doctora? —preguntó Lilian con la voz hecha trizas —. ¿Por qué no nos muestra su pasado? ¡¿Por qué no nos dice quién fue antes de ser lo que es ahora y lo cuelga en un jodido árbol?!
Margaret titubeó al oír esas palabras. Lilian no tuvo ni idea de que, con sus preguntas desafiantes y su actitud amenazadora, despertó algo en la doctora Wallace, y ese algo no fue más que el mismo sentimiento que envolvía a las cuatro margaritas: vergüenza. Lili se acercó hasta ella y levantó la mirada para desafiarla con sus ojos pálidos y agrios. Era difícil creer que esa chica se estuviera derrumbando. Por fuera, parecía una pared de concreto, cuando por dentro solo era un florero de cristal roto en mil pedazos.
—Lili, cariño, sé que no les gustó mucho esta sesión, pero les aseguro que funcionará. Todo tendrá resultado a largo plazo, así que no me cuestiones — sólo habló cuando encontró la fuerza para aguantar tan agria mirada —. Te prometo que lograré sanarte.
Lilian rio con sequedad. Las promesas sin fundamento eran típicas en los doctores, pero Margaret sobrepasaba el límite.
—No, no lo hará —dijo Lilian —. ¿Quiere saber por qué?
Se acercó aun más a la doctora, logrando que ella retrocediera unos pasos.
—Cree saber porque estoy así, pero no es verdad—dijo, aumentando la amenaza en su tono —. Usted está segura de que en sus libros de autoayuda están todas las respuestas. Pues, se equivoca.
» Quizá sus métodos sirven para otras chicas bulímicas, quizá a ellas las puede descifrar con métodos extraños y esas cosas, pero a mí no. Yo no soy un promedio, no soy un estudio común ¡A mí no me conocerá nunca y no tiene ni idea de lo que he vivido! ¡No sabe la razón por la que estoy así! Y, por lo tanto, sesiones cómo esta, no funcionan en mí.
Margaret parpadeó sorprendida. Cierto, Lilian era indescifrable. Todas las chicas resultaron ser completamente distintas a lo que Margaret esperó de ellas.
—Usted no me conoce, así que no tiene derecho a meterse en mi vida. No juegue con fuego, doctora, porque a mí no me da miedo quemar a alguien más. Acaba de hacer algo terrible y si de verdad se preocupa por sus margaritas, como tanto dice, entonces cuelgue fotos de su pasado en un árbol.
» Sólo así entenderá toda la vergüenza por la que nos hizo pasar.
Con eso, Lilian decidió irse de ese lugar. Ya no la toleraba, no se quedaría a observar su reacción. Margaret, por su parte, se quedó inmóvil en el mismo lugar. Observó la rama caída, las fotografías, y ni siquiera se movió cuando sintió al resto de las margaritas marcharse. Los recuerdos de su pasado comenzaron a aparecer en su mente.
Había una razón por la cual la doctora Wallace nunca habló de su propio pasado en sus libros. Lo que vivió le resultaba vergonzoso, una espina que no se lograba quitar. Se abrazó a sí misma y, por instantes, recordó sus días de sufrimiento en los que, en lugar de sentir piel al rodearse con sus brazos, sentía huesos y dolor.
Ya habían pasado años y aun no lo superaba, no quería que ninguna de las cuatro chicas en esas fotografías se viera así en un futuro. Respiró hondo y levantó la mirada. Supo que debía regalarles un mejor presente, quizá eso borraría el horror del pasado.
—¿Tú qué crees que habría hecho yo al encontrar fotos nuestras en la rama de un árbol, Jayden? —preguntó al aire. No obtuvo respuesta, claro. Pero al cabo de unos minutos, asintió para luego suspirar —. Sí, yo también creo que habría hecho lo mismo que Lilian.
Margaret tenía su propio árbol de la vergüenza, sus propias ramas sin hojas con las cuales cubrirse. No sabía si algún día superaría su pasado, pero confiaba en que sus margaritas aun podían hacerlo. Por esa razón, a pesar de que la sesión no salió como esperaba, sonrió. Dibujó en sus labios esa sonrisa que las chicas tanto odiaban...
Y...¡Volví! Me disculpo por no actualizar, estaba teniendo problemas con el documento en el que tengo guardada la versión corregida pero ya está solucionado. Para compensar la espera, subiré los capítulos que les debo seguidos, sin dinámicas. Espero que les esté gustando la historia, me gustaría saber sus opiniones 😁
Con amor, Rina❤
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