Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 12


Capítulo 12
Una flor para cada una:
Día 18 del programa M.E.R: 28 de enero del 2015

6:57 pm

—Esto es lo más extraño que he visto —dijo Sanne, observando las cuatro macetas frente a ella.

—No. Esto es lo más enfermo que he visto —la corrigió Lilian, que observaba lo mismo que ella, estando a su lado.

Ambas estaban en el consultorio de la doctora Wallace, rodeadas de ese peculiar perfume floral al que debían empezar a acostumbrarse. Habían llegado del jardín de mariposas hacía pocos minutos. Sin embargo, Margaret y el resto de las chicas aún no estaban ahí. El consultorio seguía pareciendo un invernadero, repleto de plantas y flores de varios colores, lo único diferente eran las cuatro macetas nuevas sobre la mesa para café que separaba los muebles entre sí. Cada una contenía una margarita, sencilla y pequeña; y en cada maceta estaba escrito un nombre distinto:

En una, el nombre de Dalia.

En la otra, el de Cloe.

En otra, el de Sanne.

Y en la última, el de Lilian.

Las cuatro macetas permanecían alineadas, luciendo sencillas, pero estaba claro que eran todo lo contrario. El solo tener esos nombres escritos en ellas las volvía intimidantes, distintas, pero sobre todo extrañas.

Las chicas ya habían descubierto que la doctora Margaret Wallace no era una doctora normal y, por lo tanto, sus métodos tampoco lo eran. Aun así, detalles tan sencillos como ese las descolocaban. Eran solo flores, pero los continuos discursos que habían recibido de la doctora lograron cambiar su perspectiva sobre las margaritas. Se negaban a compararse con esos retoños, pero no podían negar que no podían verlos con normalidad luego de conocer a la doctora Wallace.

—¡¿Alguien me puede explicar por qué la secretariucha esa nos mira con tanto odio cada vez que entramos a este lugar?! —exclamó Cloe, entrando en el consultorio junto a Dalia —. ¡Que alguien la ponga en su lugar de una buena vez! Es decir, ¡¿quién mierdas se cree?!

—Y ha vuelto la Cloe de siempre —dijo Dalia, caminando hacia el sofá en donde Sanne y Lilian estaban sentadas. Ni ella, ni Cloe, habían notado las macetas—. Ya decía yo que habías pasado mucho tiempo sin insultar a alguien. Aunque no te discuto que la secretaria nos detesta, solo que no sé porque lo hace.

—¿Ven? hasta la cerda lo admi...—no pudo ni terminar de hablar tras notar las macetas y su nombre en una de ellas—. ¿Y eso?

Solo en ese instante, Dalia llevó su mirada hasta la mesa para café. Encontró los cuatro nombres, las cuatro margaritas, y sintió un escalofrío que la recorrió desde la punta de su pie regordete hasta su cabeza. Para ella, ver su nombre bajo una flor tan delicada como esa, lo hizo real. A diferencia del resto de las chicas que se rehusaban a creer que eran lo que Margaret tanto les decía, Dali tenía claro que si era una margarita. Ella siempre necesitó a alguien para que la cuidara ¿No es eso lo que necesitan las flores? ¿Un jardinero para velar por su seguridad? Pues, ella lo tenía. Ya fuera Calvin, o sus padres, siempre tuvo a alguien sosteniendo su débil tallo de margarita. Quizá fue eso lo que hizo tan fácil para ella aceptarlo.

—Hola, margaritas —la doctora Wallace entró al consultorio con su típica sonrisa en el rostro al tiempo en que Cloe tomaba asiento al lado de Sanne —. Tardaron más de lo que esperaba.

—Lilian y yo perdimos la noción del tiempo, lo sentimos —admitió Sanne. Era cierto que entre observar mariposas y charlar, olvidaron que debían volver.

—Lo mismo Cloe y yo —aseguró Dalia, quien resultó ser una pésima alumna en videojuegos. Al final, fue Cloe quien terminó por jugar con todas las máquinas del árcade.

La doctora extendió su sonrisa. Había esperado que excedieran el tiempo indicado, eso solo podía significar que su sesión había funcionado. Se sentó en el otro sofá para poder verlas frente a frente. Las margaritas notaron que está vez llevaba su cabello recogido en un moño y que sus mejillas, de hecho, se veían más delgadas de lo que habían detallado los días anteriores. Aun así, la doctora no perdía su postura regia y pretenciosa al sentarse. Verla era como ver a alguien de la realeza; he ahí la razón por la cual Derek la trataba de tan peculiar manera. Era como si a Margaret Wallace solo le faltara una corona para ser la reina del mundo a sus pies.

—Y bien, ¿qué tal la pasaron? —preguntó la doctora, ignorando por completo las macetas. Sabía que eso era lo que le importaba a las margaritas en ese momento, sin embargo, planeaba hacerlas esperar.

—Pues, yo tuve una tarde asombrosa —admitió Sanne, mirando a Lilian. Esta solo pudo dedicarle una pequeña sonrisa —. Fue tranquila, entretenida, y después de unos minutos en el lugar favorito de Lilian, amo a los insectos.

—¡¿Qué?! —preguntó Cloe, con espanto.

—Se refiere a las mariposas —explicó Lilian, calmando a Cloe.

—Me alegra que haya sido una linda tarde para ustedes dos —alegó la doctora —. Cloe, Dalia, ¿qué tal la suya?

Ambas margaritas intercambiaron miradas fugaces. Fue una tarde interesante para ambas, con una compañía inesperada. La verdad, ninguna de las dos pudo quejarse del ejercicio de Margaret esa vez. No estuvo tan mal como lo imaginaron.

—Yo la pasé genial —admitió Dalia, mirando a la doctora.

—¿En serio? —Sanne miró a la pelirroja, sorprendida. Lili hizo lo mismo. Luego de tanta tensión entre ellas, lo que menos imaginaron fue verlas salir de esa sesión ilesas.

—Si, fue divertido —aseguró Dalia, riendo al recordar algunas cosas.

—Sí que lo fue —la apoyó Cloe —. Es decir, no quiero que se repita, pero me alegra haberla llevado a mi lugar favorito.

—Oh, Dios. Esto es raro —susurró Sanne al oído de Lilian —. ¿De qué nos perdimos?

—Al parecer de algo muy importante —le respondió Lili.

Y sí, es sorprendente que algo tan importante pueda ocurrir en tan solo unas pocas horas.

Margaret cruzó sus piernas con elegancia y mostró todos y cada uno de sus dientes al sonreír una vez más. Lilian no entendía cómo hacía para sonreír siempre. En silencio, se lamentó por las mejillas de la doctora, sí que debían estar adoloridas. Luego, recordó que se trataba de la doctora Wallace y no le importó que sintiera dolor. Es más, esperaba que le doliera tanto como a ella le dolía la garganta en ese momento.

—¡No saben lo feliz que me hace escuchar eso, chicas! —exclamó la doctora con entusiasmo, retomando la atención de todas ellas de vuelta a la sesión —. ¿Después de esta tarde juntas, pueden decir que conocieron más sobre el resto de las margaritas?

—Si —respondieron al unísono.

—¿Ya no se ven igual que al principio del programa? ¿Creen que ahora son un poco más unidas?

—Alto ahí, doctora loca —la detuvo Cloe —. Si admito que ahora sé más sobre Dalia, pero eso no significa que mágicamente cambie mi opinión sobre ella. No somos amigas, si es lo que espera.

—Concuerdo con Cloe —habló Lilian —. Es decir, Sanne no me desagrada en lo absoluto y nunca pensé nada malo sobre ella, pero el pasar dos horas en el mismo lugar que ella no va a hacer que nos volvamos uña y mugre. Simplemente, eso no pasa.

—Estoy de acuerdo con las chicas —intervino Sanne.

—Yo también —indicó Dalia —. Si lo que pretende es volvernos inseparables, necesitará más que una tarde. Una amistad no se hace en una hora y media.

—Mhm, comprendo.

Para ser una doctora, las chicas creían que Margaret tenía una visión un tanto irreal del mundo ¿De verdad creyó que podría unirlas así de fácil? ¿En serio creía que, al llevarlas a sus lugares favoritos, lograría sanar sus trastornos alimenticios? Quizá se perdió entre tantas metáforas sobre flores y ahora veía al mundo de una manera distorsionada, creía que todo era tan sencillo como plantar una flor. Claro que ninguna de las cuatro margaritas consideró que plantar una semilla en la tierra también tiene su dificultad; no todas las flores llegan a crecer.

—Está bien, no son tan unidas. Lo entiendo —y su sonrisa, que se había extinguido por instantes, regresó a su rostro.

—Ehh...doctora, ¿nos va a explicar esto de las macetas, o no? —preguntó Sanne confundida —. Solo pregunto porque comienza a ser incómodo ver mi nombre escrito ahí.

—Oh, ¡tienes toda la razón, querida Sanne! —exclamó la doctora, poniéndose de pie —. Estas son sus propias margaritas, chicas.

—Genial, lo que siempre quise —habló Lilian, sin esconder el sarcasmo en su voz.

—Su deber será cuidarlas siempre que vengan a mi consultorio. Deben ser sus jardineras y no dejarlas morir ¿Recuerdan que les dije que ustedes son margaritas y que la sociedad es el jardinero cruel que dejó que se marchitaran? Pues, deben demostrarme que pueden ser mejores que la sociedad.

» Estas flores necesitan recibir agua, sol y amor. Al final del programa, cada una de sus flores debe estar tan radiante como el primer día. Y, al ser un ejercicio del programa, no tienen más opción que hacerlo. No está permitido abandonar a sus margaritas.

Las chicas fijaron sus ojos en sus respectivas flores. Había una margarita para cada una, una flor por chica. A simple vista, parecía sencillo no dejar aquellos pequeños retoños morir, pero el programa duraba dos años ¿Cómo flores tan frágiles podrían sobrevivir tanto tiempo? El riego debía ser cuidadoso y la cantidad de sol debería ser gestionada. Los pétalos tan blandos serían difíciles de mantener, cualquier insecto se los devoraría en cuestión de segundos. Se veía como un trabajo fácil, pero ser jardineras de sus propias margaritas tenía cierta dificultad, sobre todo para ellas. Y es que, si la sociedad las estaba marchitando, ¿qué podía asegurar que ellas no le hicieran lo mismo a sus margaritas?

—Confío en que serán buenas jardineras.

Lilian observó a la doctora, ella aún sonreía. Creía que el problema en Margaret no solo estaba en su metafórica manera de ver el mundo, si no en su exceso de confianza. Confiaba ciegamente que todas cambiarían su manera de ser al finalizar el programa. Pues, un par de sesiones no eran suficientes para quitarle el dolor a Lili. Las espinas que tenía clavadas no saldrían con la facilidad que Margaret imaginaba.

—Con eso claro, les diré cuál será el siguiente ejercicio a seguir —indicó Margaret —. ¿Alguna ha asistido a una pijamada?

—Yo sí —Cloe fue la única en responder. El resto, permaneció en silencio.

—Pues, eso es lo que quiero que hagan. Estoy segura de que eso reforzará su confianza —les informó —. Dalia, tu hermano ofreció su casa así que serás la primera anfitriona.

—Por mi está bien —Dalia se encogió de hombros, le daba igual.

—Bien, entonces apenas salgan de aquí, irán a casa de Dalia y...

—Un momento, ¿espera que sea hoy? —preguntó Lilian casi alarmada.

—Si, ¿algún problema? —preguntó la doctora.

Sí, si lo había. Lilian no había visto a Caroline en la mañana y su madre no se molestó en responder ni uno de los mensajes que le dejó durante el día. Debía saber si estaba en casa, o si su madre se había metido en problemas estando borracha una vez más. Lili llevó su dedo meñique hasta su boca y mordisqueo su uña. La señora Bennett nunca sintió preocupación por su hija, pero eso no significaba que su hija no sintiera preocupación por ella.

—Lo siento, no puedo hoy. Tengo un compromiso familiar —comentó Lilian —. ¿Podemos mover esa sesión para mañana?

—Para mí también sería más cómodo si lo hacemos mañana —habló Sanne —. Le prometí a Dann que cenaría hoy con él y su familia. Mi sobrino llorará si no me ve ahí.

—Y yo estoy muerta del cansancio, tuve que animar hoy y necesito descansar —intervino Cloe —. Si pretende que hagamos lucha de almohadas y nos volvamos amigas ahí, cosa que no pasará, pero hoy no estoy para quitarle la ilusión a nadie, ni siquiera a usted, no tendré energía para nada.

—No tengo problema en ofrecer mi casa mañana, otra vez —aseguró Dalia.

—Bien, entonces que sea mañana —concordó la doctora —. No importa cuando sea siempre y cuando se haga. Ustedes necesitan estar más unidas.

—¿Por qué se empeña tanto en unirnos? —preguntó Cloe.

Mientras meditaba su respuesta, Margaret se acercó hasta una regadera de plantas apoyada en una mesa y la tomó. Miró a cada una de las chicas y luego desvió sus ojos hasta las margaritas con sus nombres.

—Las cuatro son margaritas en un jardín lleno de rosas —aseguró, entregándole la regadera a Lilian —. Solo no quiero que olviden que no son las únicas flores blancas en un prado color rojo.

Haciendo repiquetear sus tacones, caminó erguida hasta la puerta del consultorio. Las chicas se miraron entre ellas ¿Algún día las metáforas de la doctora les parecerían normales, o sería extraño escucharla hablar así hasta el final del programa?

—No olviden regar sus flores antes de marcharse —les dijo —. Nos vemos, margaritas.

Y con eso, salió del consultorio, dejando a cada margarita con su respectiva flor...

...

7:40 pm

—¿Entonces la pasaste bien hoy? —le preguntó Dann a Sanne mientras ambos se encargaban de doblar la ropa de Caleb en el cuarto del pequeño.

Sanne le contó a Dann a lujo y detalle todo lo ocurrido en la sesión de esa tarde. Habló sobre las mariposas y sobre lo bien que Lilian dibujaba. Además, le informó sobre el comentario que la margarita bulímica le dejó a uno de sus críticos. Toda esa conversación se dio mientras recogían el desastre de un pequeño de siete años.

Lei, la esposa de Dann, estaba bañando al niño en la habitación de al lado, el cuarto de baño. Sanne podía oír las dulces e inocentes risas de su sobrino a la perfección, al igual que sus cantos tiernos e inocentes. Solo ese sonido fue suficiente para provocarle una sonrisa.

—Sí, me divertí. Lilian es una chica agradable —respondió, dejando una prenda de autos a un lado —. Es decir, agradable cuando no tiene esa cara de querer matar a cualquiera que se le acerque.

—Ah, eso. Bueno, Derek dice que ella suele estar mucho a la defensiva y que eso la hace ver como alguien agria e intimidante —le informó su entrenador —, pero es una buena chica. Derek la adora, solo dice maravillas de ella.

—Creo que necesita confiar más en sí misma —Sanne se encogió de hombros al pensar en ella —. Como sea, me agrada y fue lindo pasar una tarde tranquila, sin preocuparme de las críticas, o en algo más.

—Y a mí me alegra oír eso. Sueles ser muy acelerada, Sanne. Vives a cien kilómetros por hora, te ocupas de un millón de cosas al mismo tiempo. Una pausa te sentaría bien.

Sanne pensó en responderle a su entrenador, pero un grito infantil interrumpió la conversación. Lo próximo que supieron fue que un Caleb empapado y sin camisa entró gritando a la habitación siendo perseguido por su madre. Con siete años, el hijo de Dann comenzaba a ser más desastroso y ruidoso, lo cual le traía muchos problemas a sus padres quienes ya debían pensar en la llegada de una nueva bebé a la familia al mismo tiempo que se ocupaban de él.

Una Lei jadeante se detuvo al ver como su hijo se subía a la cama para saltar con una energía que nadie sería capaz de apagar. El embarazo comenzaba a notarse en la esposa de Dann, su abdomen plano de gimnasta ya tenía un pequeño bulto que delataba que la próxima Carlton llegaría a sus brazos en unos meses. Al tiempo en que Caleb chillaba y reía, Lei ató su cabello oscuro en una coleta y miró al niño con severidad.

—¡Caleb Lot Carlton Kwok, ya estas muy grande para esto! ¡Más te vale dejar estos caprichos de bebé! —lo regañó su madre —. ¡Ahora ven acá y deja que te ponga la camisa!

—¡No! —exclamó Caleb, riendo.

—Caleb, hazle caso a tu madre —intervino Dann, levantándose del suelo.

—¡No! ¡No quiero! ¡Quiero jugar! —el niño tenía su cabello mojado despeinado y con cada salto que daba, más gotas salían de él.

Sanne notó como Lei y Dann suspiraron al mismo tiempo. Caleb era un niño hermoso, alegre y cariñoso, pero daba mucho trabajo. Heredó la energía de sus padres, ambos atletas que rara vez se quedaban quietos. Sin embargo, en ese momento, Sanne los notó a ambos cansados. Dann debió de haber entrenado a algunos alumnos en nado todo el día y Lei recién regresaba del trabajo. Ya no estaban tan activos como antes, ese niño los consumía mucho.

—Bien, entonces tendré que hacer esto a la fuerza, campeón— le advirtió Dann al tiempo en que lo tomó por la cintura y lo alzó en el aire.

Caleb comenzó a reír, provocando unas sonrisas en los rostros de su madre, su padre y su tía. Dann lo colocó de cabeza, aumentando sus carcajadas y despeinando su cabello aún más. Entonces, Lei tomó el rostro de su niño y le dio un beso en su pequeña nariz.

—Por favor, bebé, ponte la camisa —le pidió en un tono dulce —. Por mami, ¿sí?

—Está bien —terminó por rendirse, lo que dio pie a que su padre lo soltara.

—Yo me encargo de él —dijo Sanne, poniéndose de pie y tomando la camisa de la mano de Lei —. Ustedes se ven exhaustos, yo jugaré con él y luego lo acostaré.

—Gracias, Sanne —dijo Lei, apretando su mano con amabilidad —. Eres de mucha ayuda, linda.

—No hay de que —Sanne le sonrió a ambos padres al tiempo en que salían de la habitación infantil.

Caleb no perdió el tiempo y se lanzó a los brazos de su tía mientras reía. Definitivamente, tenía demasiada energía. Dudaba poder acostarlo en algún momento, solo le quedaba esperar para ver si comenzaba a bostezar. Le colocó la camisa mientras él saltaba, lo cual fue todo un logro. Luego, escuchó sus incoherencias sobre juegos y demás.

—Bien, precioso, me contarás luego —dijo Sanne, tomando su mano y llevándolo hasta su cama —. Ahora, vamos a peinar ese cabello tuyo. Parece que te peleaste con un huracán, Caleb.

Sanne tomó el cepillo y se sentó al lado del niño. Comenzó a peinar con delicadeza cada mechón de su cabello oscuro. Un olor a fritura llegó a su nariz y supo que Dann y su esposa estaban en la cocina. Los antojos del embarazo de Lei consistían en cualquier cosa frita, cosa que le parecía infinitamente asqueroso a la margarita ortoréxica. A duras penas si podía ver a Lei cuando comía algo como eso.

No malentiendas la situación, Sanne adoraba a Lei. Le resultaba agradable, una excelente amiga, la mujer indicada para Dann, y una madre asombrosa para Caleb. Sin embargo, le estaba costando mantenerse indiferente ante la manera en que comía últimamente. La misma Lei lo había notado, ya que Sanne comenzaba a guardar distancia al verla. La margarita no podía controlarlo, había algo dentro de ella que le decía que debía sentir repulsión, incluso cuando conocía a Lei y sabía que era una buena persona.

—Tía Sanne, ¿por qué me dices precioso siempre que me ves? —preguntó el niño mientras le cepillaba el cabello.

—Porque eres hermoso, Caleb —dijo ella con cariño —. Mi sobrino será un rompecorazones de adolescente.

—Pero yo no quiero romper corazones —Caleb hizo un pequeño puchero que llenó de ternura a su tía.

—Entonces, no los rompas. Serás un galán muy caballeroso.

Continuó cepillando su cabello lacio, tratando de ignorar el aroma a aceite cocinado que se calaba desde la cocina. Trató de pensar únicamente en el cabello oscuro de su pequeño sobrino, en sus hebras negras un poco largas y en el olor a champú de niños con fragancia a manzanilla. Sin embargo, se tensó al encontrar algo distinto en la cabellera del niño. Olvidó el olor a comida, empalideció al instante y sintió su corazón dar un vuelco inesperado. En medio de sus mechones oscuros, Caleb tenía un pequeño mechón de cabello blanco.

—¿Por qué te detienes, tía Sanne? —la voz del niño la trajo de vuelta a la realidad.

—Yo...—le tembló la voz al hablar —. Cariño, espera aquí. Iré a buscar algo de beber para los dos.

—¡Sí! ¡Quiero jugo!

Sanne asintió y se levantó de la cama, dejando el cepillo en ella. Salió de la habitación y caminó hasta la cocina, donde Lei comía un plato de papas fritas mientras Dann conversaba con ella. Ambos se detuvieron a observar a Sanne una vez esta apareció. Lei dejó el plato con rapidez para no incomodar a la margarita. Sin embargo, ella no pudo pensar en otra cosa más que el mechón blanco en el cabello de Caleb. Ni siquiera la asquerosa comida frita la pudo distraer.

—¿Qué pasa, Sanne? —preguntó Dann, al ver su cara de espanto.

—¿Vieron el mechón blanco en el cabello de Caleb? —preguntó, logrando que los padres del niño intercambiaran miradas llenas de tristeza.

La heterocromía es una anomalía que no siempre viene por su cuenta. A veces, puede considerarse un claro indicio de un síndrome del cual Caleb no había presenciado ningún síntoma, a parte de la diferencia de colores en sus ojos, hasta ese momento. Sin embargo, ese mechón blanco era algo de lo que debían preocuparse. Quizá era la señal de alerta que tanto habían temido sus padres, eso que tanto quisieron evitar.

—Sí, lo vimos —admitió Dann tras suspirar.

—Deberíamos hacerle los exámenes, Dann —dijo su esposa con voz temblorosa —. Desde que nació, no hemos querido aceptar que esto podría suceder, pero ahora... ¿Qué podría pasar con nuestro niño?

El labio inferior de Lei comenzó a temblar. Pronto, sus ojos se cristalizaron y Dann no tardó en envolver a su esposa en un abrazo que ambos necesitaban.

—Ya, calma. Nada pasará, ¿Okey? —aseguró Dann, mientras limpiaba sus lágrimas —. Nuestro hijo estará bien.

—Dann, él podría...—la voz de Lei tembló aún más.

—Ya, Lei. No pienses en eso —Sanne le habló en un tono calmado —. No es bueno que te alteres, menos cuando aún no están seguros de que es lo que tiene Caleb.

—Sanne tiene razón. Además, les puedo asegurar a ambas que nada malo le va a pasar a mi hijo —habló Dann con una seguridad que se vio fingida —. Deben creerme ¿Cuándo les he mentido?

Sanne conocía a Dann a la perfección y era cierto de que jamás le había mentido. Sin embargo, esta vez no se veía tan seguro. Él abrazó a su esposa con más fuerza cuando su llanto aumentó. El temor de que a su hijo podría estar pasándole algo los invadía a ambos por igual, pero el delator estaba intentando ser fuerte por Lei.

En medio de ese momento, la margarita con ortorexia desvió su mirada al plato de frituras de la esposa de Dann. Sintió un asco rotundo, no pudo comprender cómo Lei podía comer algo así. Incluso la envolvió una repulsión repentina hacia ella. Levantó la mirada para verla llorando en el hombro de Dann ¿Por qué su naturaleza la obligaba a detestar a alguien como Lei? ¿Por qué sentía repulsión hacia alguien que conocía bien? ¿Por qué le costó verla a pesar de que sabía que las cosas no eran fáciles para ella?

Su cerebro le dio una respuesta clara y concisa: Las frituras no son comida sana.

Y se es lo que se come, ¿no es así?

Dinámica 13: 

Bueno, mi idea original para esta dinámica incluía flores de verdad...Pero estamos en cuarentena y tampoco es como si pudiera pedirles que fueran a comprar una flor a la esquina (ni tan loca). Así que hagan una flor a su gusto, ya sea origami, cortando papeles, escultura con plastilina, o lo que quieran y coloquenle su nombre. Ahora saben que para que esa flor "crezca", deben cuidar de ustedes mismas. Es un recordatorio, una forma de decir "debo quererme y cuidarme a pesar de todo", porque a veces se nos olvida.

Así que cuiden muy bien a sus flores, sin importar de que estén hechas. 

Recuerden marcar check en su calendario y comentarme junto con el hashtag #soyunamargarita si suben alguna dinámica en sus redes sociales.

Con amor, Rina García

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro