Capítulo 11
Capítulo 11
Entre insectos y críticas:
Día 18 del programa M.E.R: 28 de enero del 2015
4:00 pm
Lilian no mintió cuando dijo que su lugar favorito incluía insectos. Sin embargo, no fueron los bichos que Sanne imaginó.
—Sabes, cuando me preguntaste si me daban miedo los insectos no imaginé que te referías a mariposas —le dijo Sanne, mientras ambas entraban al jardín de mariposas del zoológico de Detroit.
—¿Por qué no? También son insectos —expuso Lilian.
—Pero cuando lo dices como me lo dijiste en Sweets, parece que hablaras de cucarachas, o gusanos —expresó Sanne —. Las mariposas no dan miedo, son lindas.
—Pero siguen siendo bichos —dijo Lilian, deteniéndose en la mitad del jardín para sentarse en uno de los bancos —. No es mi culpa que tengas una mala perspectiva sobre los insectos.
El jardín de mariposas del zoológico de Detroit era un hermoso lugar lleno de plantas que recibían sol a través de la cúpula de cristal que las cubría. Alrededor de veinticinco especies de mariposas abrían y cerraban sus alas constantemente ahí, atrayendo turistas o personas como Lilian, que se detenían a observar la belleza en seres tan diminutos como aquellos.
Desde los diez años, Lilian solía ir al jardín de mariposas dos o tres veces al mes solo para ver y dibujar esos insectos. Encontraba increíbles sus alas decoradas, aunque también sentía fascinación por sus pequeños y frágiles cuerpos. Desde corta edad se preguntó: ¿cómo cosas tan chiquitas y sencillas podían llegar a volar tan alto?
Se cuestionaba cómo era que, siendo tan solo insectos, conseguían llenar el mundo de tanta belleza. No creía que fueran sus coloridas alas, pero había algo en su revolotear que las volvía interesantes. Era como si, con solo despegarse unos pocos metros del suelo, ellas sabían que tenían un mundo entero bajo ellas que les pertenecía. Eran frágiles, eran pequeñas y, aun así, volaban.
Sanne se sentó al lado de Lilian y observó con atención como los ojos pálidos de la chica se perdían en una mariposa de alas azules brillantes. Lili no tardó en sacar un pequeño cuaderno de dibujo de su bolso para retratar al pequeño insecto. Comenzó a trazar con delicadeza sobre una hoja y, de pronto, fue como si ya no estuviese más junto a Sanne. Se perdió en los movimientos del lápiz, en la mariposa y en lo que buscaba dibujar. Por primera vez, la margarita con ortorexia logró ver pasión en la margarita con bulimia. El pequeño cuerpo de Lilian cobró vida en ese instante.
Era casi cuestión de magnetismo como provocaba ver a Lilian dibujar. Estaba tan concentrada, tan apasionada y tan a gusto en su lugar favorito que Sanne se sintió cómoda junto a ella. La habría observado por un largo rato, de no ser porque su móvil comenzó a sonar y, por el tono de las notificaciones, supo que debían ser de Instagram. Respiró hondo antes de encender el celular y mirar.
Las críticas cada vez se volvían peores, las palabras más fuertes y la molestia de Sanne mayor. Arrastraba los comentarios con su dedo y su ceño se fruncía con cada insulto que leía, todos dedicados hacia ella y su manera de comer ¿Qué iba a saber el resto de vivir sano? No entendía porque esa gente buscaba páginas que ofrecían comidas saludables y, cuando encontraban una, la destrozaban a base de malos comentarios ¿Qué sentido tenía, entonces?
—¿Qué tanto miras en tu teléfono? —preguntó Lilian, sin despegar la mirada de su dibujo.
Le pareció extraño que, estando rodeada de algo tan hermoso como las plantas y las mariposas, Sanne solo tuviese ojos para su móvil.
—Oh, es solo mi página de Instagram —respondió la morena, levantando la mirada para ver a Lili —. Tengo una cuenta donde comparto recetas sanas y rutinas de ejercicio, pero últimamente solo recibo críticas y comentarios un poco pasados de tono.
—¿Puedo ver? —preguntó Lilian al tiempo en que levantaba la mirada de su dibujo.
Sanne no lo dudó ni un instante, su cuenta era algo que la enorgullecía, así que le dio el móvil a Lilian. Ella observó la pantalla tras carraspear, aún le dolía la garganta. Cuando logró enfocar su mirada en la pantalla y leer lo que había en ella, su mirada pasó de estar serena a expresar impresión. Las pocas dietas que vio al pasar el contenido le parecieron un tanto exageradas, no podía negarlo, pero los comentarios eran algo de otro nivel. Simplemente, eran demasiado hostiles, crueles y groseros.
—¡Por Dios! ¡¿Pero qué clase de basura tiene esta gente en la cabeza?! —exclamó Lilian mientras leía —. ¿Enferma mental? ¿Perra flacucha? ¿Comería mierda de gato antes que tú comida? Oh, y ni siquiera voy a leer en voz alta el siguiente; anonimo6537podría hacer un diccionario de malas palabras sin problema.
—¿Y viste los de ChantiFit901? —preguntó Sanne y Lilian de inmediato buscó ese nombre entre los comentarios. Al encontrar ese usuario y lo que escribió, se tapó automáticamente la boca.
—¡Por favor! ¡Está lo llevó al límite! —chilló Lili —. Que el tal anónimo se vaya olvidando del diccionario, esta mujer podría hacer biblioteca entera de malas palabras y capaz hasta me quedo corta.
Sanne rio con cierta tristeza y asintió con la cabeza. La verdad, esa gente se excedió con las palabras. Esos miles de usuarios no tenían ni idea de que, al insultar su comida y su manera sana de vivir, estaban destruyendo poco a poco a la chica que manejaba la cuenta. Es lo duro de insultar estando detrás de una pantalla electrónica: no sabes que tanto daño haces hasta que es muy tarde.
Lilian apagó el teléfono sintiéndose mal por la propietaria de este. Si a ella le indignaron los comentarios y no tenía nada que ver, no podía ni imaginar cómo se sentía Sanne. Lili Bennett era alguien agria, intimidante y seca a simple vista, pero la verdad era que podía ser empática, atenta y hasta cariñosa...en ocasiones, cuando la confianza se lo permitía. Tenía una manera de ver el mundo en la que pensaba que la sociedad era lo peor que le pudo ocurrir a la humanidad, y Sanne estaba siendo víctima de ello.
—¿Le respondiste a alguno? —preguntó Lilian, devolviéndole el móvil.
—No —respondió Sanne.
—Bien, deben ver que eres mucho mejor de lo que dicen. No te rebajes a su nivel —le aconsejó al tiempo en que sacaba su propio móvil de su bolso —. Pero yo no tengo que demostrarles nada a ellos...
—¿Qué quieres decir?
Sin decir palabra alguna, Lilian dirigió su mirada hasta su móvil y comenzó a teclear en él. Luego de unos minutos, lo bajó de nuevo y lo colocó en su bolso. Tan solo unos segundos después, el teléfono de Sanne reclamó tener nuevas notificaciones. Ella llevó una mano hasta su boca cuando observó esos nuevos comentarios que respondieron a algunas burlas. Eran claros, directos y, pues, bastante fuertes.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Sanne, tratando de aguantar una carcajada en vano. Al parecer, Lilian podía insultar con humor y clase al mismo tiempo.
—¡Hey! ChantiFit901 puede tener una biblioteca de malas palabras, pero no me supera —aseguró Lilian.
—Ya veo —dijo Sanne. Volvió a reír al leer el mensaje otra vez.
Insultar no estaba bien, pero Lilian sabía devolver con clase los insultos a aquellos que se lo merecían. Meterse con la margarita bulímica daba miedo, pero, como Sanne estaba de su lado esa vez, solo pudo reír ante el favor que le había hecho. Lamentablemente, una simple respuesta no detendría a los otros miles de usuarios dispuestos a insultar, pero al menos lo había intentado.
En medio de su risa, la mirada gris de Sanne se detuvo en la libreta de Lilian. La hoja blanca ya no estaba vacía, los trazos de lápiz al principio sutiles se transformaron en la imagen de una hermosa mariposa que la dejó boquiabierta.
—Wow —soltó, impresionada ante la belleza y el realismo en el dibujo —. Eso te quedó hermoso.
—Gracias —dijo Lilian, volviendo a su trabajo de dejar delicados trazos en el papel.
La mariposa azul había volado lejos desde hacía varios minutos, pero Lili podía recordarla bien. Tenía buena memoria para cosas que le causaban impresión, y las alas de ciertas mariposas le resultaban inolvidables.
—Lo hiciste muy rápido —dijo Sanne, sorprendida.
—Aún no está terminado —explicó Lilian.
—Igual, ya se ve hermoso. Terminado seguro que será algo espectacular ¿Sueles dibujar mucho?
—Depende de lo que "mucho" signifique para ti —Lili se encogió de brazos —. Tengo como diez cuadernos de estos llenos de dibujos, ¿te parece mucho?
Al escuchar a Lili decir eso, imaginó mil y un trazos más iguales al que veía en la hoja frente a ella y una sonrisa involuntaria apareció para decorar sus finos labios. El presenciar a una chica que a simple vista se veía frágil, débil, e incluso daba lástima, hacer algo que la llenaba de tanta vida era un suceso que no se repetía todos los días. Sin saberlo, Sanne estaba presenciando un espectáculo que solo pocas personas tendrían el privilegio de ver.
Estaba siendo testigo del mayor efecto que trae la pasión sobre los seres humanos: nos vuelve arte.
—¿Puedo ver los otros? —preguntó con amabilidad.
—Claro —Lili le pasó el cuaderno y Sanne comenzó a ojear el resto de las páginas. Quedó impresionada con solo ese pequeño vistazo.
—Vaya, tienes talento, Lilian —dijo Sanne, y no se perdió la mueca que hizo la chica a su lado al escucharla —. ¿Qué? ¿Por qué ese gesto?
—Mhm, es que se siente raro cuando dicen eso. No me malentiendas, te lo agradezco, pero no lo vuelvas a decir.
—¿Por qué no? Estos dibujos son hermosos, mereces que te digan que eres talentosa.
—No creo en el talento. Confío en que alguien se puede volver bueno en algo cuando comienza a gustarle lo que hace. Pero la gente suele relacionar el talento con algo con lo que se nace y a lo que te debes apegar; yo no lo veo así.
—¿No crees que hayas nacido para dibujar?
—No creo que nadie haya nacido para hacer algo o ser alguien, pero eso no significa que no terminen siéndolo. No creo que Einstein haya nacido para ser un genio, o que Hitler naciera para ser dictador, pero vivieron y fueron eso. No es talento, o destino, solo que así se dan las cosas.
—Ya, te entiendo. En verdad, tienes razón. Pero eres buena dibujando, deberías dejar que te lo recuerden más seguido.
Sanne le devolvió el cuaderno una vez que culminó con los dibujos. La naturaleza de la margarita ortoréxica era competitiva, le encantaba señalar sus talentos y fortalezas. Por eso mismo se le hizo difícil comprender cómo era que alguien con tanto talento como el que Lilian demostró se rehusara a aceptar algo tan obvio como el don que escondía tras sus dibujos. Si bien la bulímica tuvo un buen punto al explicarse, su compañera solo lo consideró una excusa creada por las obvias inseguridades que había dentro su cabeza ¿Estarían esas voces críticas gritando, provocando un eco ensordecedor dentro del cráneo de esa margarita?
Sanne no sabía la respuesta con certeza, pero quiso suponer que así era...Y, por alguna razón, quiso callarlas.
—No creo que a Einstein le molestara que le dijeran genio de vez en cuando, ¿sabes? —dijo Sanne —. No es cuestión de talento, pero al hombre seguro debió gustarle que reconocieran sus dotes e inteligencia.
Lilian sonrió de lado y apartó su mirada azul pálida hacia las plantas donde algunas coloridas mariposas se detenían a descansar.
—Sanne, ¿por qué no dejamos de hablar, de ver críticas o dibujos, y observamos mariposas? —le preguntó con amabilidad y sutileza en su voz —. Este lugar es mi favorito por una razón y, si te detienes a verlo, entenderás por qué.
Sanne decidió hacerle caso y dejó el tema. Se olvidó de los críticos de su cuenta y de los dibujos de Lilian sólo para observar a las mariposas revolotear cerca de ellas. La margarita con bulimia estuvo en lo cierto, pronto entendió porque le gustaba tanto ese lugar.
Y es que las mariposas tenían algo fuera de lo normal que no pudo dejar de mirar.
...
Debía pasar una hora y media en el lugar favorito de Cloe.
Una hora y media...
Dalia tan solo llevaba treinta minutos observando cómo Cloe miraba ropa y zapatos, indecisa sobre comprar o no comprar algo, y ya sentía que no podía más. Suspiró fastidiada por cuarta— o quizá quinta—vez. La verdad, había perdido la cuenta de la cantidad de suspiros que habían salido de su boca desde que llegaron. Y pensar que creyó que el lugar favorito de la margarita anoréxica sería algún sitio interesante. Se equivocó.
—¿En serio, Cloe? ¿Una tienda de ropa es tu lugar favorito? —preguntó, dando a conocer su fastidio.
—Me gusta comprar —ella se encogió de hombros al tiempo en que revisaba una blusa que le llamó la atención —. Seguro no lo entiendes. A las gordas como tú no les suelen gustar estas cosas. No debes estar acostumbrada a sitios así.
Aunque Dalia se vestía bien. De hecho, a sus adentros, Cloe admitió que le gustaba su atuendo colorido. Claro que jamás lo diría en voz alta.
—Claro que me gusta comprar —admitió Dalia —, y claro que estoy acostumbrada a la tienda de la que mi hermano es dueño. Paso más tiempo aquí del que imaginas.
—¿Tu hermano es dueño de este lugar? —preguntó Cloe, alzando la vista hacia los ojos de Dalia.
—Pues claro, ¿por qué crees que la marca Miles Tone suena demasiado a mi apellido? Cal no es muy creativo—dijo con indiferencia —. Digo, no somos los únicos Milestone en el mundo, pero hay coincidencias que son fáciles de ver.
La marca a la que Dalia se refería era un conjunto de tiendas departamentales que se enfocaban principalmente en una cosa: vestimenta. Calvin Milestone no era un hombre que supiera demasiado sobre moda; siempre llevaba traje formal, por lo que rara vez se preocupaba por tendencias de ropa. Sin embargo, como el hombre de negocios que era, encontró una manera bastante perspicaz de entrar en el mercado más popular para adolescentes y adultos.
Él les dio la oportunidad a varios diseñadores emprendedores para que pudieran dar a conocer sus diseños, siempre y cuando lo hicieran bajo la firma Miles Tone. Cada diseñador recibía su merecido reconocimiento y, de hecho, era una excelente manera de iniciar sus carreras. Algunos se sentían tan a gusto con el trato y la ayuda de Cal que incluso firmaban contratos permanentes. Su negocio era próspero y daba señales de que crecería aún más con los años.
Así, las tiendas Miles Tone se habían transformado en el lugar favorito para ir de compras para adolescentes como Cloe. La variedad de prendas era tan extensa como los diseñadores que Cal contrataba. Era fácil encontrarle el encanto a la ropa del imperio que el hermano de Dalia había creado y ella estaba muy orgullosa de él por eso. Aun así, no consideraba a esas tiendas dignas de ser señaladas como "lugares favoritos". Siempre creyó que eso debía tener un carácter más...personal.
—Es increíble que tú hermano sea dueño de todo esto —habló Cloe, sin poder procesarlo bien.
Su tienda favorita, la tienda favorita de Rachelle, la tienda preferida de gran parte de las adolescentes en Detroit era dirigida por el hermano de la gorda que tenía en frente. Simplemente increíble.
—Cal sabe cómo hacer negocios —dijo Dalia, encogiéndose de hombros —. Cómo sea, creo que este no es tu lugar favorito, Cloe.
—¿Y tú qué vas a saber? —preguntó Cloe sin delicadeza alguna.
—No lo sé, pero me rehúso a creer que alguien se siente tan a gusto comprando hasta al punto en que puede decir que una tienda es su lugar favorito, ni siquiera me lo creo de ti. Y, dado que llevas media hora viendo las mismas dos camisas y tres pantalones, dudo que tú lo disfrutes tanto como lo pintas.
—Si me gusta comprar, solo que lo hago a mi ritmo. No me apures, cerda.
—¡Ugh! ¡Dios, dame paciencia para aguantarla porque si me das fuerza la parto en dos! —exclamó la pelirroja, mirando hacia el techo. Luego, volvió a los ojos azules de Cloe —. No digo que no te guste comprar, solo creo que debe haber algún lugar en el que prefieras estar a parte de aquí. Se nota de lejos que no estás tan cómoda como alguien lo estaría en su lugar favorito.
Cloe bajó la mirada y fingió ver el precio de la camisa por décima vez en el día. Desde que llegaron, Dalia notó como Cloe se restringía a sí misma y evitaba ir hacia los apartados de algunos diseñadores que le llamaron la atención. Se cuestionaba demasiado qué prendas tomar, como si se reclamara a sí misma por miedo a tomar algo que estuviese mal.
En silencio, temía escoger algo que Rachelle no aprobase. Si iba tras el estilo de ropa más conservadora al que se había acostumbrado en su vieja vida, arruinaría la obra maestra de Chelle: la nueva Cloe.
—Si hay un lugar que te emociona más que una tienda llena de pedazos de tela bien cocidos, podemos ir —sugirió la pelirroja con una amabilidad de la que luego se arrepintió al recordar que hablaba con Cloe —. Aún hay tiempo.
Cloe lo pensó; de hecho, si había un sitio que amaba. Existía un lugar que, con tan solo entrar, se sentía bien. Podía recordar la sensación de comodidad que hacía años no sentía. Se prohibió a sí misma las visitas hasta allá solo por las burlas e insultos que traería el ser vista en tal sitio, que serían demasiadas. Casi sonrió al rebobinar a aquellos tiempos en los que fue libre de ir hasta allá y sentirse cómoda consigo misma. Entonces, supo que Dalia tenía razón: la tienda no estaba ni cerca de ser su lugar favorito en el mundo, a ella le llamaban la atención otras cosas.
Sin embargo, no estaba segura de llevar a Dalia hasta allá. Ese lugar representaba a la vieja Cloe y a sus vergonzosos pasatiempos. Ahora, vivía en un mundo distinto en donde lo tenía todo; vivía en un sueño ¿De verdad lo arriesgaría todo y volvería hasta allá?
—Vamos, te llevaré a mi lugar favorito —le dijo a Dalia tras suspirar —. Pero es la última vez que vuelvo allá. La última.
Y es que quería probar la sensación de comodidad, aunque fuera una última vez. Luego, volvería a ser la Cloe a la que debían gustarle la ropa, las compras y las tiendas como esa.
...
4:20 pm
—Bien, lo voy a admitir —dijo Dalia al tiempo en el que entraban al lugar favorito de Cloe —: Esto no me lo esperaba.
Cloe no dijo nada, tan solo se dedicó a adentrarse en el árcade seguida por Dalia. Así es, Cloe la había llevado a un árcadelleno de videojuegos, de máquinas, y un envolvente olor a refresco mezclado con frituras. Dalia jamás habría imaginado a alguien como Cloe entrando a ese lugar, pero la diferencia entre la chica que vio en la tienda y la que tenía en frente en ese momento era enorme. Esta Cloe se veía más...segura.
Luego de asegurarse de que no hubiese nadie cerca que la pudiera reconocer, Cloe se relajó y se permitió sentir la comodidad que le traía ese lugar. Ella amaba los videojuegos, lo hacía desde niña. Cualquier tipo de juego, desde los antiguos a los nuevos. Todos le encantaban, pero, sin duda, las máquinas que se encontraban en ese árcade eran sus favoritas.
Antes de ser la Cloe popular, fue la chica rara ligeramente pasada de peso que usaba camisetas de Pacman, o cualquier otro videojuego retro; también usó muchas camisetas de superhéroes, pues los cómics también le fascinaban. Por esos gustos, las burlas que recibió en el pasado fueron terribles. Así que, cuando Rachelle y Cameron la encaminaron a un mundo de menos maltrato escolar, dejó de ir hasta el árcade. Tuvo que dejar las máquinas atrás, al igual que su ropa antigua. Le resultó doloroso dejar ese mundo, y el dolor volvió a aparecer al darse cuenta de que el solo oír el sonido que emitían algunos videojuegos todavía le causaba la misma emoción que en el pasado.
—Solo jugaremos un juego —dijo en voz alta, tratando de convencerse a sí misma en vez de a Dalia.
—Como quieras —la pelirroja se encogió de hombros y observó a Cloe mientras daba vueltas para tratar de decidir hasta qué máquina ir.
Quería jugar con todas, pero se lo repitió una vez más: solo jugaría una vez y no volvería a ese lugar.
Su sonrisa apareció en el momento en que encontró esa vieja máquina de Pacman. La primera vez que jugó con ella, su padre la reto a hacerlo. La señora y el señor Nicols eran gente de negocios que viajaban mucho, pero podía recordar a la perfección esa vez que su papá la llevó hasta allá y le enseñó cómo jugar aquel increíble videojuego. Le ganó a la primera, es que Cloe tenía una rapidez motora y mental impresionante a la hora de jugar. Por eso le gustaban tanto los juegos de árcade, requerían una destreza que ella sin duda tenía; le permitían tener el control sobre algo.
—¿Pacman? —preguntó Dalia al llegar hasta la máquina —. Creí que estas cosas ya no existían.
—¡Pero por supuesto que existen! —exclamó Cloe, tomando eso casi como un insulto —. Este juego fue revolucionario, no puede simplemente dejar de existir. Es una leyenda, sería un delito si no produjeran más máquinas cómo está.
—Ya, ya, está bien. Comprendo —dijo Dalia, calmando a la "fiera" —. No sabía que te gustaran tanto los videojuegos, Cloe.
La margarita anoréxica suspiró.
—Nadie lo sabe —admitió, cabizbaja —. Es una parte de mí que me apena. Hasta creo que cometí un error al venir...Mejor nos vamos.
—¿Qué? ¡No! —la detuvo Dalia —. Prácticamente corriste como una niñita en Disney al ver este juego. Te gusta, esa es la idea de tu lugar favorito ¿Por qué habría de darte vergüenza?
Una vez más, hubo silencio por parte de Cloe. Entonces, Dalia se permitió observar sus alrededores. El árcade estaba lleno de chicos vestidos de manera peculiar, Cloe no parecía encajar ahí vestida con su uniforme de animadora. Ese lugar se veía como un refugio en dónde los adolescentes rechazados se escondían de gente como ella. Ahí lo entendió todo.
— Oh, ya comprendo. Este no es el lugar para una animadora —dijo Dalia en voz alta —. Ni los videojuegos son un pasatiempo digno de alguien popular.
—Exactamente —admitió Cloe —. Si alguien se entera que estoy aquí, se van a burlar de mí.
—Te importa demasiado la opinión de otras personas, ¿no es así?
—El mundo gira gracias a la opinión de otra gente. Yo quiero girar en la dirección correcta, no en la opuesta.
— Bueno, primero que nada, el mundo no gira por las palabras de otras personas. Es cuestión de magnetismo entre el sol, los planetas y otras cosas que no comprendo...
» En fin, el punto es que la gente siempre hablará, tienen boca y no saben callarse. Cuando eres como yo, te das cuenta de que jamás van a estar satisfechos. Siempre encontrarán algo para criticarte. Entonces, ¿por qué no hacer lo que te gusta? Más vale que te juzguen por hacer algo que amas que por ser alguien que no eres.
—A mí no me juzgan si hago lo que debo.
—Yo te he juzgado por ser la perra que eres conmigo ¿Criticarme es algo que debes hacer? Porque te ganaste a alguien que te juzga por ello.
Cloe se detuvo a mirar a Dalia. Por instantes, se olvidó de lo gorda que era. Ignoró sus kilos extra que le causaban asco y vio sus ojos verdes. Su cabello pelirrojo iba atado en una coleta, lo que daba a relucir sus mejillas regordetas. Ni siquiera en el exceso de grasa en su rostro se fijó. No pensó en que tenía en frente a una cerda, solo pudo escuchar las palabras de una persona común y corriente que le decía que la había lastimado. Le importó, pues dijo con claridad que ella si la juzgaba.
La juzgaba, así como ella habría juzgado a las chicas delgadas años atrás.
Miró con anhelo el juego frente a ella. Había una línea demasiado gruesa entre la vieja y la nueva Cloe...
—Solo juega, Cloe —la animó Dalia —. Se nota que quieres.
Y vaya que quería. Tragando saliva con dificultad, buscó una moneda en su bolso y la insertó en el juego. El sonido que indicaba que ya podía jugar llegó hasta sus oídos y sintió una especie de chispa recorrerla de pies a cabeza. En la pantalla se hizo clara la única indicación importante en ese momento: presiona iniciar para jugar.
¿Presionaría el botón? ¿Cruzaría la línea? ¿Haría lo que le gustaba en vez de lo que debía?
Al ver que dudaba demasiado, Dalia llevó su propia mano y con uno de sus dedos regordetes presiono el botón. Cloe la miró con sorpresa, pero no tuvo tiempo de decirle algo porque la margarita obesa la calló al susurrarle un simple juega, para darle aliento. Clo mordió sus labios rotos con fuerza y llevó sus manos hasta los controles del juego. Se sintió cómoda al retomar una vez más esa posición.
En cuestión de segundos, estaba moviendo los controles de un lado a otro. Sus ojos azules estaban fijos en la pantalla, analizando cada movimiento que debía hacer para llevar al pequeño muñeco hasta la victoria. Se movía con rapidez, fruncía el ceño cada vez que uno de los fantasmitas la perseguía, sonreía cada vez que tomaba una cereza, y susurraba pequeñas celebraciones de victoria cada vez que lograba algo. Hacía tiempo que no se sentía tan cómoda.
Dalia, por su parte, quedó impresionada ante la rapidez de las manos de la chica. Pudo ver como sus ojos azules analizaban el juego a una velocidad impresionante. Cada dato recolectado por el cerebro de Cloe se traducía en movimientos que poco a poco la llevaban a la victoria. Pero, sobre todo eso, notó como esa margarita sonreía estando frente al videojuego. Era obvio que le gustaba, sentía fascinación por esa máquina. Le resultó increíble ver otro sentimiento en esos ojos azules aparte de enojo, odio, o superioridad.
Al cabo de un rato, un sonido de victoria salió de la máquina. Cloe celebró con un pequeño grito y con una sonrisa gigante. Hacía mucho tiempo que no jugaba, se sentía como la primera vez que le ganó a su padre en Pacman. Fue ese día, en el que él le enseñó a jugar, que descubrió que se sentía a gusto estando tras una consola. Los videojuegos la llenaban de vida y de emoción. Incluso más emoción que el ser porrista, solo que las ventajas de animar y usar pompones eran mejores que las que tuvo en su antigua vida.
—Wow, eso fue impresionante —dijo Dalia. Eso le recordó a Cloe que no estaba sola —. ¡Eres muy buena! Casi parecía que ibas a destrozar la consola.
Cloe mordió sus labios una vez más. Recuperó la compostura, arregló su uniforme, carraspeó para enderezarse y trató de olvidar la emoción que le trajo su reciente victoria. Si Cameron o Rachelle la hubiesen visto así se habrían decepcionado, eso era seguro. Una vez más, sintió que fue un error el haber entrado al árcade, a pesar de que se sintió increíblemente bien volver a jugar. Debía renunciar a ese lado suyo si quería una vida tan perfecta como la de su amiga, o la de su prima.
Ninguna de las dos jugaba videojuegos...
—Bien, ya jugamos —dijo sin querer mirar a Dalia —. Ahora vámonos.
—¿Qué? Ah, no ¡Ni lo sueñes, costal de huesos! ¡Tú te quedas aquí! —reclamó la pelirroja —. Se nota que te gusta ¡Deja de insistir que esta tiene que ser la última vez que juegas! Comprendo mejor que nadie el miedo que tienes a que te critiquen, pero no debes renunciar a algo que amas. Solo dime, ¿de verdad quieres salir por esa puerta y jamás volver?
Cloe tragó saliva y un escalofrío la recorrió al pensar en que no volvería a jugar como lo había hecho ese día. Se sintió tan bien que solo quería repetirlo una y otra, y otra vez, hasta quedarse sin fuerzas. Si tan solo en la vida real hubiese un botón de reinicio, así como en los videojuegos, lo habría presionado...pero no lo había y ella debía afrontar la realidad.
Dalia, por su parte, seguía insistiendo en que Cloe no debía renunciar a algo que le gustaba. Si tan solo ella pudiese hacer lo que amaba...pero no podía. Nadie aceptaba su baile gracias al peso que cargaba en su abdomen.
Si bien Cloe se dejaba llevar por las opiniones de otros, a Dalia la arrastraban las críticas que recibía. Ambas estaban en un mismo río lleno de rápidos, solo que recibían la corriente de maneras distintas. Al parecer, las críticas les impedían a ambas hacer lo que más querían. Quizá la opinión de la gente no hace girar el mundo, pero era capaz de detener el suyo; el de las dos.
—¿Por qué no me enseñas a jugar? —preguntó Dalia, atrayendo la atención de Cloe —. Algo me dice que no quieres abandonar este lugar.
Cloe suspiró, Dalia tenía mucha razón: ella no quería irse. Sin decir nada, se acercó al costado de la máquina y dejó que la margarita obesa se colocará en los controles.
—Vaya, decidiste quedarte con una cerda en lugar de irte —dijo Dalia con cierta sorpresa —. Esto de los videojuegos te debe gustar demasiado.
—No tienes ni idea, y Pacman no es el único en el que soy buena.
—Tienes una hora para demostrarlo, costal de huesos.
Y así, Cloe cruzó la gruesa línea a la que tanto le temía: Hizo lo que quería hacer, en lugar de lo que debía.
Dinámica 12:
La idea de Margaret al llevar a las margaritas a sus lugares favoritos fue que se conocieran un poco más. Y es que, nuestros lugares favoritos y la forma en la que actuamos en ellos, son una parte muy importante de nosotros. Por eso, en esta dinámica, honraremos eso un poco.
Las mariposas simbolizan una pequeña esperanza; un algo que, a pesar de ser diminuto, puede llegar lejos y ser hermosa al mismo tiempo. Por eso le gustan tanto a Lilian, porque no son la gran cosa y aún así son impresionantes. Para recordar que todos somos así, pequeños pero impresionantes, dibujemos una mariposa y tengámosla cerca de nuestro lugar preferido. Eso nos permitirá reconocer que siendo nosotros mismos podemos llegar muy lejos.
Les recuerdo marcar un check en sus calendarios y comentarme junto con el hashtag #soyunamargarita si suben sus dinámicas a redes sociales.
Con amor, Rina García ❤
Pd: ¿Les está gustando la historia? Háganmelo saber ❤
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