Capítulo 1
Capítulo 1:
¿Qué hacemos aquí?
Día 0 del programa M.E.R: 11 de enero del 2015
2:30 pm
Podría decirte que esta historia comenzó con cuatro cartas, así como también podría arriesgarme a decir que todo esto inició con cuatro chicas lastimadas. Podría contarte que todo esto es culpa de los espejos, de las balanzas. Podría culpar a los carbohidratos, o a las revistas con modelos extremadamente delgadas, pero nada de eso tiene la culpa de la decisión que tomé al querer narrar las vidas de estas cuatro chicas.
Lo que las juntó a ellas no fue el terror a su imagen, no fue odiar cada centímetro de sus cuerpos cuando se reflejaban en cristales. Tampoco fueron las cartas. De hecho, si le preguntara al destino qué fue lo que las unió en primer lugar, la respuesta sería clara y concisa:
Fue la sociedad; nuestra cruel sociedad.
No fue culpa de ellas nacer en un mundo como en el que nacieron; no fue culpa de nadie, de hecho. Aquí, en el lugar al que ellas llaman "jodida realidad", la belleza ha sido transformada a través de los años, lo que guío a nuestra sociedad hacia un camino oscuro, donde los rayos de sol no son suficientes para todas las flores; unas quedan en las sombras, y simplemente se marchitan.
Capaz no comprendas, quizá estoy yendo muy rápido. Te lo pondré así: El mundo es un jardín y la sociedad un jardinero que se encargó de plantar una infinidad de rosas. Rosas con espinas, rosas que lastiman; esos son los estereotipos.
Las rosas son tan perfectas que lo único que quiere hacer el resto del prado es imitarlas. Queremos ser esbeltos, tener una sonrisa cautivadora, pesar menos kilos de los que tenemos, o sencillamente no vernos como nos vemos. Todos buscamos ser como esa imagen. Nos miramos al espejo queriendo lucir como rosas cuando podríamos ser claveles, tulipanes, girasoles, o narcisos.
Si no somos rosas, no nos sentimos satisfechos.
Eso fue lo que les pasó a ellas: por culpa de las rosas, olvidaron que eran margaritas hermosas creciendo en un prado lleno de estereotipos. Comenzaron a marchitarse, a querer pintar sus pálidos pétalos de un color carmín. Añoraron con tanta fuerza tener unos tallos tan delgados como los de esas flores esbeltas que olvidaron que las rosas tienen espinas que dejan sangre en las manos de quién intenta tomarlas. Pero, ¿acaso podemos culpar a estas margaritas de querer cambiar?
Yo no las culpo, eso fue lo que les enseñó la sociedad. Así que el hecho de que ellas llegaran a ese lugar no fue culpa de las cartas, ni de las balanzas, ni de las revistas, ni de este narrador con un pésimo gusto a la hora de escoger historias. Si buscamos un culpable, ya sabes cuál es...
...pero esas cuatro margaritas algo tuvieron que ver.
La delgada mano de Lilian Bennett se posó sobre el picaporte de aquel extraño lugar. Según las letras escritas en aquella carta anónima en su otra mano, estaría a punto de presenciar una exhibición de arte contemporáneo. Por esa razón, miró extrañada a su alrededor cuando entró y no encontró una galería. Más bien, parecía estar en la recepción de un pequeño consultorio.
Sus ojos pálidos confirmaron esa teoría al encontrarse con una inscripción plateada que daba a conocer el nombre de una tal Doctora Margaret A. Wallace. Examinó el lugar con confusión, pero no encontró las respuestas a sus dudas. Tan solo vio a la recepcionista y a otra chica que parecía estar esperando algo, además de la cantidad absurda de flores que decoraba la sala pintada de colores pastel. Comenzaba a arrepentirse de dejarse convencer por su mejor amigo para seguir las indicaciones de una carta anónima.
Decidió sentarse en una de las sillas frente a la recepcionista, quien ni siquiera levantó la mirada con la llegada de Lili por estar ocupada en una llamada. Quién sí volteó fue la chica que se encontraba en la silla al otro extremo. Lilian no se inmutó por su mirada, nunca se inmutaba por algo o alguien, pero era seguro que Dalia Milestone la observaba con curiosidad mientras devoraba su tercera barra de chocolate en el día.
Esa pelirroja de mejillas regordetas no pudo evitar preocuparse al notar lo delgada que lucía Lilian. Dalia también había recibido una carta, solo que esta le indicó la dirección de una academia de baile, o eso creyó hasta llegar al lugar. Por supuesto, leyó la inscripción con el nombre de una doctora y se dio cuenta de que la dirección era errónea. Aun así, temió al pensar que alguien tan delgada como esa chica de ojos azules pálidos y cabello castaño corto pudiese ser una bailarina.
Y es que Dalia no se parecía en nada a ella.
Enredó un mechón de su cabello entre sus dedos y mordió el chocolate una vez más. Ante lo intimidante que resultaba la delgadez de la desconocida, trató aguantar la respiración y esconder un poco su sobrepeso. Ni siquiera con eso logró disminuir el volumen de los "rollitos" que rodeaban su abdomen. Estaba nerviosa, así que devoró lo que quedaba de la barra.
Tanto Dalia, como Lilian voltearon al escuchar la puerta abrirse. Un cabello voluminoso y rizado decoraba a la perfección el rostro perfilado de Sanne Coleman, quien solo tenía ojos para la pantalla de su teléfono. A ella le había llegado una carta anónima que, supuestamente, indicaba el lugar en donde le tocaría competir en natación. Fue cuando levantó la vista que vio a esas dos chicas de contexturas distintas, pero completamente erróneas para ese deporte. Luego, notó aquella inscripción. Solo entonces se dio cuenta que ahí no había piscina alguna ¿Acaso se habría confundido de dirección?
Revisó una vez más la carta y, tras pasar sus ojos grises de Lilian a Dalia al menos unas dos veces, admitió que esa era la dirección, pero sin duda no era un lugar en donde habría una competencia de natación. Se sentó en una de las sillas, en el medio de las que llegaron primero. Mientras esperaba que alguien le explicara qué hacía ahí, revisó su teléfono una vez más. Claro, no sin antes mirar con asco a Dalia, quien tenía una gran mancha de chocolate en una de sus mejillas.
Pasados unos cinco minutos de silencio, la puerta volvió a abrirse. Una chica incluso más delgada que Lilian, de un cabello rubio que sin duda no se veía natural, unos ojos azules fríos, aunque brillantes, y de baja estatura inclusive con ese par de tacones en sus pies, entró en la peculiar sala de espera. A Cloe Nicols le había llegado una carta anónima que le indicaba la dirección de una academia de modelaje. No era que ella estuviese en ese mundo, pero le sorprendió bastante recibir invitación a ser parte de ello. Quizá alguien había notado que sus intentos para adelgazar habían dado frutos. No obstante, al notar a aquella "gorda"—forma en la que su mente llamó a Dalia antes de conocerla— dudó estar rodeada de modelos.
Tras mirar con asco a Dalia, se acercó a la recepcionista. No pensaba esperar por una respuesta, así que la conseguiría por su cuenta.
—¿Disculpe? —llamó la atención de la secretaria, que no parecía pasar de los veinte años. Con fastidio y desinterés, dejó el teléfono y levantó su mirada tras acomodar sus delgadas gafas.
Suspiró y, tras mirar a Cloe, le dedicó una sonrisa tan falsa como la sociedad.
—¿Sí? ¿Qué se le ofrece? —Primrose, ese era su nombre, no tenía ganas ni ánimos para atender a aquella chiquilla que lucía bastante pretenciosa a simple vista. Ya ni siquiera sentía lástima al ver lo delgadas que eran sus muñecas, veía cosas así todos los días.
No le importaba si la gente decidía desvanecerse a sí misma. Después de todo, era su decisión.
—Recibí esta carta diciendo que debía venir aquí para una entrevista para una academia de modelaje —Cloe le entregó la carta a Primrose, sin saber que había llamado la atención de las otras tres chicas sentadas.
—Yo también recibí una carta —Sanne se levantó, interrumpiendo la conversación, y mostró el papel en su mano —. Solo que la mía dice que vendría a competir en natación.
—Y yo recibí una carta —Dalia fue la siguiente en levantarse y caminar hacia ellas —, pero esta dice que es una academia de ballet.
—¿Y tú bailas ballet? —Cloe levantó una ceja y observó con diversión a Dalia, quien se sonrojo al instante.
—No, vine a una supuesta escuela de ballet a jugar damas —Dali podía sentirse mal por dentro gracias a esos comentarios, pero sabía responder, sobre todo con sarcasmo —. Por supuesto que bailo ballet, o al menos eso quiero. Por algo vine a una academia.
—¿Y qué bailarías? ¿El lago de los puercos? Las gordas no bailan ballet.
—Yo creí que los esqueletos no hablaban, pero aquí estamos. Al parecer es un día lleno de sorpresas.
—Señoritas, por favor, nada de peleas —indicó Primrose, con pocas ganas.
Había algo en las chicas como Cloe que Dalia detestaba. La intimidaban, le daban terror. Aun así, había aprendido a responder con gracia y un sarcasmo intacto. Ella era de las que preferían tragarse sus miedos. Quizá por eso estaba tan pasada de peso: ingería sus temores. En cuanto a Cloe, había algo en las chicas como Dalia que le causaba repulsión. Sanne pensaba lo mismo; a duras penas podían ver a la pelirroja. La existencia de tanta grasa en un ser humano era denigrante y ninguna podía comprender cómo ella pudo dejar que le pasara eso a su cuerpo.
—¿Alguien podría explicarme por qué recibimos estas cartas? —cuestionó Sanne con impaciencia —. Y que sea rápido. Esta compañía se me está haciendo un tanto desagradable.
—Wow, pero que directa —susurró Dalia tras voltear los ojos.
Pero que terrible compañía se había encontrado esa tarde.
—No solo ustedes tres tienen cartas —Lili fue quien interrumpió aquel momento tan tenso, atrayendo la atención hacia donde ella estaba sentada —. La mía dice que este lugar es una galería de arte.
Las chicas se observaron entre sí, confundidas. Entonces, recapitulando: las cuatro tenían cartas con la misma dirección, solo que una decía que ese lugar era una escuela de modelaje, otra una academia de ballet, la otra que era un centro de natación y otra que era una galería de arte. Sin embargo, las había llevado a lo que parecía ser un consultorio de una tal Doctora Margaret A. Wallace y a una secretaria amargada que estaba muy descontenta con su presencia. Vaya tarde más extraña.
—¿Quieres explicarnos qué hacemos aquí? —demandó Cloe hacia Primrose.
De nuevo, la secretaria le dedicó una sonrisa extremadamente falsa.
—La doctora Wallace las espera, chicas —les señaló una puerta de madera.
—¿Y para qué quiero yo ver una doctora? —preguntó Cloe indignada.
Primrose ni siquiera se molestó en contestar, solo se dedicó a volver a lo que sea que estaba haciendo con el teléfono. Ya las cuatro chicas dudaban si en verdad estaba trabajando, quizá solo las estaba ignorando. En fin, la secretaria no les volvió a dedicar una palabra más en toda la tarde.
Lilian resopló, molesta. Si la recepcionista ya sabía que una tal doctora esperaba al otro lado de la puerta, ¿por qué no se los había dicho? Sin querer darle más vueltas al misterio y con todas las ganas del mundo de querer salir de ahí, se dirigió hacia la perilla sin titubear. El resto la siguió, más por inercia y por no querer quedarse en la misma habitación con Primrose que por cualquier otra cosa. Vaya sorpresa se llevaron las cuatro al ver lo que había al otro lado de la puerta de madera.
Y la sorpresa aumentó al encontrarse con rostros conocidos.
—¡Qué bueno! ¡Por fin llegan! —una mujer alta, de cabello cobrizo y una sonrisa severa, pero con algo de dulzura en ella, ni siquiera les dio tiempo de procesar la sorpresa —. Por un momento creí que se habían perdido. No soy buena dando direcciones.
Lilian no pudo mirar a la mujer, sus ojos azules estaban perdidos en los cafés de su mejor amigo. Él estaba ahí, sentado en uno de los muebles blancos del consultorio más inusual que Lili alguna vez vio. Él se acomodó las gafas de pasta y evitó su mirada. Ella lo conocía lo suficientemente bien como para saber que algo le escondía, pero el shock de verlo ahí le impidió preguntarle. De su boca solo salió en un hilo de voz:
—¿Derek?
En ese momento, él se permitió observar sus ojos azules. Sabía que a ella no le gustaría saber la razón por la que estaba ahí. Lo sabía.
—¿Dann? —preguntó Sanne, desconcertada al ver a su entrenador justo al lado de un chico con lentes.
—¿Calvin? ¿Tú no estabas trabajando? —Dalia quedó sorprendida al ver a su hermano sentado en ese sofá.
—¿Eve? —Cloe notó a su prima sentada junto al resto —. ¿Qué haces aquí?
Quizá, si no hubieran estado tan confundidas por encontrar a esas personas ahí, se habrían quejado del intenso olor a flores que había en esa habitación, pero a penas si lo notaron.
—Ellos están aquí porque ustedes les importan —explicó la mujer desconocida, sus palabras lograron que Lilian se alarmara.
—Ay, mierda —susurró más para sí que para el resto. Se volteó, con ganas de querer salir de ese lugar, pero al girar la perilla descubrió que la puerta estaba cerrada con llave.
Primrose se estaba ganando todo su odio y ni siquiera la conocía.
—No hay necesidad de irse, Lilian —dijo la doctora con delicadeza —. ¿Por qué no se sientan y nos presentamos? Les diré por qué están aquí.
—¿Y está como se sabe tu nombre? —le preguntó Dalia a Lilian, recién conocía que así se llamaba.
—No tengo ni la más mínima idea —respondió Lili, pero no miró a Dalia, solo se dedicó a fulminar con la mirada a su mejor amigo.
Sin más remedio que seguir las instrucciones de la mujer, las cuatro se sentaron en el sofá que no estaba ocupado. Todas se negaron cuando ella les ofreció un té ¿Para qué iban a querer algo de beber cuando ni siquiera sabían qué hacían ahí? Aunque Lilian tenía sus sospechas. Comenzó a tantear los huesos sobresalientes de sus muñecas sin dejar de mirar a Derek. Si él había hecho lo que ella creía, entonces estaría en problemas. Serios problemas.
—Primero dejen que me presente —habló la desconocida, aun sonriendo—. Mi nombre es Margaret Wallace. Soy doctora, especialista en desórdenes alimenticios y...
—Derek, si hiciste lo que creo que hiciste...—la voz de Lilian, que se escuchó entre quebrada y amenazadora, bastó para interrumpir a la doctora.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Cloe.
—Sus amigos y familiares están preocupados por ustedes —dijo la doctora, señalando a los cuatro individuos que ya no hallaban cómo hacer para esconder su culpabilidad —. Me contactaron porque ustedes se están destruyendo y ellos no quieren verlas caer.
— Lilian, yo...—Derek trató de explicarse, pero la mirada de decepción de su amiga lo hizo callar al instante.
—¿Destruyendo? —preguntó Sanne confundida.
La doctora se puso en cuclillas, a la altura de ellas cuatro. Solo en ese momento ellas pudieron notar que tenía unas cuantas arrugas nacientes en las esquinas de sus ojos color casi dorados. Su sonrisa comenzaba a molestarle a Lilian, así que apartó la mirada. Ya sabía de qué se trataba eso y no podía creer que su mejor amigo la había convencido de ir hasta ahí.
—Lilian, Dalia, Sanne y Cloe, quiero que entiendan que nosotros sabemos que están pasando por cosas difíciles, pero no es su culpa —Lilian soltó una amarga carcajada ante las palabras de la doctora. Esa frase era típica, no podía contar la cantidad de veces que la había oído —. No es motivo de risa, Lilian. No estoy jugando con sus vidas.
—¿Y a ti quien carajo te dio el derecho de siquiera entrar en mi vida? —le respondió, molesta —. No me importa que seas una doctora y que creas que me estoy "destruyendo", no vas a evitar que me desmorone porque, ¿adivina qué? ¡Yo no quiero que lo hagas!
La reacción negativa por parte de Lilian impresionó a todos, menos a Derek. Él se quitó las gafas y llevó su mano hasta su rostro, soltó una larga respiración tras escuchar a su mejor amiga. Ya estaba acostumbrado a esas reacciones, pero no por eso no lamentaba que las cosas fueran así para ella.
La doctora Wallace, por su parte, dejó escapar un largo suspiro, casi comparable a los que se oyen en funerales. Luego, negó con la cabeza.
—Es peor de lo que creí —aseguró la doctora para luego mirar a los familiares y amigos de todas ellas —. Esto es lo que le hace la sociedad a la gente: la marchita.
—¿Ah? —preguntó Dalia, confundida.
—Ustedes son como flores, flores a las que un jardinero llamado sociedad no les ha dado la suficiente atención para que crezcan como deberían —les explicó, al tiempo en que se puso de pie y se acercó a una de las muchas macetas que decoraban el consultorio —. Son margaritas que se marchitan poco a poco porque creen no ser suficiente para el mundo que las rodea.
—¿Flores? ¿Margaritas? No estoy entendiendo nada —dijo Sanne frunciendo el ceño.
La doctora volteó una vez más para observarlas y les sonrió.
—Yo veo lo que ustedes se niegan a ver —aseguró —. Son margaritas que poco a poco se marchitan, y por eso las voy a ayudar.
—Esta doctora está tocada de la cabeza —soltó Cloe.
—Digan lo que quieran, pero, a partir de hoy, ustedes formarán parte de mi programa de recuperación. Son mis margaritas, y aprenderán a sobrevivir entre los estereotipos de las rosas. Por eso, he decidido llamar al programa Margaritas entre Rosas, o M.E.R, para hacerlo más corto.
» Sé que no lo ven ahora, pero se están desvaneciendo, cada una de ustedes a su manera particular.
—¿Puedes hablar español cinco segundos y ser directa? Tus metáforas me marean —dijo Cloe.
— Estás en un programa de recuperación alimenticio, Cloe —le explicó su prima, Eve, quien no se movió del otro sofá —. Todas ustedes lo están.
—La idea es que superen sus desórdenes —explicó el chico a su lado: Calvin, el hermano de Dalia —. La doctora Wallace es la mejor para solucionar estos problemas.
—Por eso las trajimos aquí —continuó Dann, mirando únicamente a Sanne —, para que se mejoren.
—Ninguno de nosotros busca lastimarlas —Derek buscó con desesperación la mirada de Lilian, no la encontró —. Para decirlo de otro modo, no queremos que se marchiten.
Las cuatro chicas se quedaron calladas, desconcertadas ante lo que acababan de escuchar. Cloe se puso roja de furia al instante. Ella no estaba enferma, ¿por qué Eve no entendía que ser delgada no era una enfermedad? ¡Ella solo quería ser perfecta!
Sanne se puso pálida, pues no comprendía porque su entrenador la llevó hasta allí cuando ella comía sano. Ella no podía estar enferma.
Lilian, por su parte, ni siquiera pudo ver a Derek. Estaba molesta y dolida, pero sobre todo molesta. Consideró esa una traición muy cruel por parte de su mejor amigo.
—No pienso aguantar esta estupidez —dijo Cloe levantándose del sofá —. No sé ellas, pero yo no estoy enferma. Le ahorraré la molestia, doctora, y me voy a largar de aquí. No tengo que aguantar sus sermones sobre flores.
—Las he observado a todas por separado y sé que no solo están enfermas —le dijo la doctora —. Ustedes están dolidas. Si están aquí hoy, es porque la carta que les llegó les dio una dirección en donde creían podrían encontrar sus sueños, ¿no es así?
Ninguna respondió.
—Dalia, viniste porque quieres bailar ballet, ¿por qué no lo haces? —preguntó la doctora.
—Yo...—ni siquiera pudo responder.
—Cloe, viniste porque creíste que te llamaron para modelar, ¿por qué te hizo ilusión creer que serías igual a una modelo de revista?
—Apuesto que a ti te haría ilusión ser como la chica de Grey's anatomy, pero ya veo que no lo eres—respondió, tajante. Aun así, se sentó.
—Sanne, escribí en tu carta que está sería una prueba para las olimpiadas. Eres una excelente atleta, ¿por qué no te han invitado antes a algo tan grande?
—Me reservo mi respuesta —resopló ella.
—Y Lilian —la susodicha puso los ojos en blanco al escuchar su nombre —, tú creíste que te invité a ser parte de una exposición de arte...
—Eso no tiene nada que ver con mi peso o con tu área de medicina.
—Lo sé, a ti no supe cómo convencerte —le dijo con tristeza —. Tú eres la margarita más dañada en mi jardín.
Lilian resopló al oír aquello. Ella no era una flor ni era de nadie, eso lo tenía bien claro. Tampoco necesitaba ayuda, lo que ella quería era salir de ahí. Había estado en incontables consultorios, pero jamás se había sentido tan incómoda o confundida como en ese momento.
—Puedo ayudar —les aseguró —. Solo deben recordar lo que las trajo hasta este jardín, margaritas...
Espero que les este gustando la historia. Recién está iniciando y les agradezco mucho el hecho de que esten aquí❤
Dinámica #2:
Bien, para la segunda dinámica haremos algo más personal. Las cuatro Margaritas llegaron hasta ese consultorio gracias a una carta. Entonces, ahora nos toca a nosotros.
Tomen un papel y escriban una carta de ustedes para ustedes (en el formato que deseen, tan larga como gusten). En la carta, hablen de lo que menos les gusta de sí mismos, cosas que siempre les han molestado o que otras personas hayan señalado, ya sea de su físico o su personalidad. Fírmenla y al final coloquen: "con el más sincero afecto, (inserten sus nombres)"
No se la muestren a nadie, esta carta es suya. Conservenla en un lugar privado y no vuelvan a leerla, no hasta el final de este libro. Luego, sabrán la razón de esta dinámica particular.
Y no olviden marcar un check (✔) en su calendario.
Con amor, Rina García ❤
Pd: diga lo que diga esa carta, recuerden que son personas maravillosas. Piensa que todos tenemos defectos y, así como tu estás encontrándote con los tuyos, otras personas también lo hacen; yo lo estoy haciendo. No dejes que te desanime, luego entenderás su significado.
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