Estar en una caja arrodillado de costado puede doler.

Duele la espalda.
Duelen los hombros.
Las piernas.
Duelen los ojos de tanto ver esa luz parpadear en la pieza.

Duele ver un verde fuera que no puedo tocar.

Duele enfermarse en la oscuridad.

Duele dedicar tus oraciones al viento sin saber donde van.

Da asco ya ver el piso y acostarse  ahí hasta que de frío la espalda.

Quiero volver a ese avión.
Sueño cada segundo con volver a esa sensación.

Oídos tapados, el pelo mojado, sueño atrofiado y sin abrigos a mano.
Un deseo guardado en la mochila.

Y el miedo a la orilla de la puerta, que dejaste ahí parado con una mueca impaciente a lo que vendría.

La cara pegada a la ventana, una señora rara al lado diciendo si quería café o agua.

Quizás en soledad no se la pasa tan amargo.
Es agarrarle el gusto después de unos tragos.

Quizás es el sacrificio para tener la dicha de conocer fronteras inimaginables, de conocer otros platos, otro cielo que no esté tan nublado.

Quiero libertad.
Quiero volver a volar.

Quiero pararme de esta miseria hoy y estar bien lejos, diferenciar el color de las montañas.

A veces solo querés desaparecer y reaparecer en un paraíso.
Ese en el que tantas veces te perdiste  con una  tonta sonrisa en la cara mirando el piso.

Miren qué feliz uno es en esos momentos.
Esperando cual será la próxima jugada del tiempo.

Cerrando los ojos cuando en días de desespero, volviendo a subir escaleras   hacia un recuerdo.