𝟬𝟭.⠀welcome to the hell
El infierno está vacío, todos
los demonios habitan aquí.
━━ William Shakespeare.
⠀
⠀
⠀
⠀El cielo sobre sus cabezas parpadeaba ferozmente. El viento, en su contra, los impide avanzar con facilidad. Sobre el pavimento húmedo debajo de sus pies se reflejaban las potentes luces del coche policial que iba tras ellos; rojo, azul, rojo, azul. Y así sucesivamente. La ruidosa y tortuosa lluvia interrumpía sus visiones, haciendo de su huida una misión imposible.
La calle era larga, pero sabían el camino, estaban cerca de llegar a su salvación. Allí, a la corta distancia, vieron el puerto, su mejor opción.
──Date prisa, G ──le pidió el pelirrojo, quien corría a su lado con un destornillador ensangrentado en mano──. Se aproximan.
Sin detenerse, Margaret le echa un vistazo al plano a sus espaldas. Confirmó rápidamente lo dicho por su acompañante: ellos estaban cada vez más cerca.
──No te detengas, Wes ──respondió ella──. Estamos cerca.
El dúo continuó, sin detenerse ni objetar nada más al respecto. Entre respiraciones entrecortadas y falta de alientos, llegaron al puerto. Sus rostros, empapados de lluvia y sudor, se vieron ligeramente relajados tras encontrarse en su escape.
A medida que se aproximaban al puerto, las presentes voces de los trabajadores se hacían cercana. Entrarían al gran barco ilegalmente, claro. Por lo tanto, no podían ser descubiertos bajo ninguna circunstancia.
Usarían aquel ferri como transporte para llegar a la isla de la familia Routledge, Outer Banks.
──Por aquí ──sugirió Wes.
La pelirroja siguió a su mejor amigo muy de cerca, sin perderlo ni un segundo de vista. Wes la guió hacia uno de los contenedores que aguardaban en tierra firme para ser trasladados al barco.
Margaret observó con detenimiento el interior. Luego, observó a Wes.
──Wes, aquí moriremos de hambre y calor ──señaló la chica.
Wes chasqueó su lengua e hizo un gesto con su mano, restándole importancia. Entonces, negó con su cabeza.
──Para nada, amiguita ──le aseguró él──. Además, llegar nos tomaría tan solo un día y treinta y dos horas.
Margaret abrió sus ojos como plato.
──Wes, estás loco.
Wes levantó sus ojos rápidamente, Margaret había alzado demasiado la voz, si continuaba así, iba a delatarlos. Por lo tanto, se acercó desesperado a ella y cubrió su boca amenazante con la palma de su mano, intentando retener los gritos de la chica.
──¿Quieres que nos maten? ──murmuró Wes, irónico──. No hagas silencio, G.
Margaret, desde su lugar, con media cara cubierta por Wes, puso sus ojos en blanco y resopló. A la fuerza, logró librarse de Wes.
──Wes, no me subiré. Hazme caso, vamos a morir allí dentro ──reafirmó ella, negada a la idea.
──Mierda, no tenemos tiempo para esto ahora ──le recordó el susodicho, tomando el puente de su nariz con histeria──. Oye, G, tenemos que irnos, ¿si? No moriremos.
Wes se veía desesperado. Y con razón.
Margaret observó sobre el hombro de él. A lo lejos, veía al coche policial detenerse ante el puerto, junto a los trabajadores que se encontraban circulando por el lugar. Una vez el vehículo se detuvo, los agentes de policía salieron de la parte delantera del coche. Se acercaron a un grupo de desconocidos, dijeron un par de palabras que, obviamente, Margaret no descifró.
Uno de los trabajadores, sin moverse, giró su cabeza en ambas direcciones, buscando algún rastro de algo sobre lo que el oficial le había preguntado.
Aquello la alarmó.
El hombre miró a sus hombres y, entonces, con una sola indicación, ellos comenzaron a moverse.
──No puedo creer que vaya a hacer esto... ──dijo para sí misma. Wes, a su lado, aún esperaba por ella──. Mierda... Bien, vamos.
Sin chistar más, Wes y Margaret se adentraron al contenedor. Pronto que, debido al material del que estaba hecho, la temperatura allí era alta.
Ambos corrieron hasta el fondo del lugar, escondiéndose detrás de unas cuantas cajas lo suficientemente grandes como para sacarlos del campo de visión exterior.
──Policías, siempre buscando la ayuda que ellos tienen que dar ──parloteaba uno de los hombres fuera del contenedor.
──Si, es como si les pagaran por hacer las cosas mal ──le respondieron.
Oyeron como sus pasos se aproximaban a ellos con pereza. Los dos hombres se detuvieron ante las puertas del contenedor.
──Oí que esto va para Outer Banks ──señaló uno.
──Ay, Dios mío, moriremos allí.
──¿Cómo?
Los hombres parecían no tener ganas de investigar el contenedor mucho más. A pesar de que haya sido una orden de arriba, la charla se les hizo más entretenida.
──Si, viejo ──afirmó el desconocido──. Parece una isla maldita. Llena de tesoros encontrados, pero cubierta en sangre.
Wes y Margaret se miraron inmediatamente con sus frentes en confusión.
El hombre que oía aquello, suspiró con temor. Era tan solo un principiante allí.
──Tranquilo, chico ──lo calmó el anterior──. No morirás. Al menos, no si haces lo que te piden.
──Espero.
Entonces, tras finalizar de su entretenida, pero muy preocupante conversación, las puertas del contenedor se cerraron de par en par, dejándolos a ambos amigos encerrados adentro.
Dejaron pasar unos pocos antes de volver a ponerse de pie y soltar lo que pensaban en ese momento.
──Que casualidad, ¿no? ──ironizó Wes.
──Genial ──suspiró Margaret──. No sé qué nos encontraremos al llegar. Con un chico sosteniendo una tabla de surf, o un loco sosteniendo una maldita arma.
Wes la miró ante sus palabras, pensando seriamente en aquello. A él también le preocupaba no saber lo que les esperaba, el misterio que perseguía a Outer Banks, de alguna manera, también los perseguía a ellos.
Él se dejó caer sobre una caja, utilizándola como un nuevo asiento. Se quejó un poco ante la esperada incomodidad.
──Paraíso en la Tierra mis pelotas ──farfulló
A pesar de que aquello no parecía ser una simple broma, Margaret no pudo evitar una corta carcajada que resonó sobre las paredes de metal.
Hubo unos segundos en los que se mantuvieron en silencio, esperando a que nadie haya escuchado la risa de Margaret.
──G, antes de que lleguemos quiero que sepas que, a pesar de lo que podamos llegar a toparnos, no te dejaré sola.
──Lo sé, Wes.
Sus miradas se reencontraron.
Desde que Margaret tiene memoria, Wes fue parte de su vida. Se conocieron a sus trece años, en el orfanato Old Ville, en el cual se toparon casualmente un miércoles de castigo. Su locura por la rebeldía y los tesoros los conectó al instante. Al cumplir quince, Wes ideó un plan para huir del apestoso lugar y, claro, no podía no llevarse a la pequeña Margaret con él.
Huyeron juntos y fuera de el, continuaron juntos.
A los dieciséis, se adentraron al mundo de la búsqueda de tesoros y aventura gracias a un llamado proveniente de, ¡sorpresa!, Outer Banks.
──Lo sé ──reiteró ella, con una sonrisa refrescante.
⠀
⠀
⠀
• • •
⠀
⠀
⠀
⠀
⠀
⠀
El calor seguía matándolos. Habían pasado cuarenta minutos desde que abandonaron el puerto.
Unos cuarenta minutos de pura tortura.
──¿Crees que podremos salir de todo esto?
Los dos jóvenes se encontraban recostados sobre el suelo del lugar, donde encontraron un poco de aire fresco.
Las palabras de Wes hicieron eco en su cabeza, no tenía la certeza suficiente para responderle, y eso le atemorizaba.
──Podemos con todo ──le aseguró Margaret, sin despegar sus ojos.
A su lado, oyó como Wes se removía, probablemente cambiando su postura a una que ahora se le hizo más cómoda.
──Oye, desde que salimos de Old Ville, no dejo de causarte problemas, G ──dijo, un tanto penoso──. No puedo perderte, eres mi hermana. No puedo hacerlo. Pero, de alguna manera, pongo tu vida en riesgo.
Siempre que lo oía decir aquello su estómago se retorcía en un dolor inexplicable. Wes la reconocía como su pequeña hermana.
Él perdió a su hermano mayor cuando tenía nueve, antes de que sus padres, sumergidos en el dolor de la pérdida, lo abandonaran en Old Ville.
──Cierra la boca, idiota ──le pidió ella, bromeando──. No vas a perderme.
⠀Un día más tarde, el barco retumbó ante la bocina de este, despertando al dúo de amigos de un pequeño susto.
Margaret abrió sus ojos con dificultad. Su vista estaba un tanto borrosa, pues el sueño aún no se escapa de ella. A su lado, Wes se encuentra en la misma situación.
──¿Qué fue ese ruido? ──a pesar de ya saberlo, Margaret preguntó.
Wes, perseguido por el casancio, recogió todas sus fuerzas y se puso en pie. Se subió de rodillas sobre una pila de cajas que lo dejaban ante la pequeña ventanilla alta.
──Creo que llegamos ──anunció.
Ante la noticia, Margaret se paró también.
──Quítate ──le ordenó al pelirrojo, subiéndose a su lado y obligándolo a dejarle ver.
Por lo poco que pudo ver, Margaret alcanzó a reconocer un puerto desconocido, lleno de botes y lanchas aparcadas. A lo lejos, pudo divisar un largo puente que unía dos partes de la isla.
──¡Tierra firme! ──celebró la pelirroja, dándose la vuelta para ver a su amigo.
Wes la calló con un par de siseos.
──Bien, a desmantelar esto ──se oyó desde el exterior.
De manera automática, Wes y Margaret compartieron unas preocupadas miradas.
──Tenemos que salir de aquí ──él señaló lo ya obvio.
Nuevamente se subió sobre las cajas y, con ayuda de aquel destornillador ensangrentado retiró los tornillos que mantenían la pequeña ventana en su lugar. La quitó y analizó sus medidas. Ambos eran lo suficientemente pequeños para lograr pasar.
──Saldré primero, me aseguraré de que nadie esté cerca, y pasas, ¿entendido? ──ideó él, observando a su amiga con preocupación y decisión.
──Entendido ──respondió.
Entonces, Wes se paró sobre las cajas. Tuvo que agachar un poco su espalda, pues el bajo techo le impedía estar derecho por completo. Y así, pasó una de sus piernas a través de la ventana, luego, la otra, quedando con su tren superior dentro del contenedor.
Una vez estuvo fuera, se demoró unos segundos en asegurarse de que no había moros en la costa.
──Vamos, rápido ──le dijo a Margaret.
A diferencia de él, Margaret primero sacó sus brazos y cabeza. Con la ayuda de Wes, logró pasar al otro lado.
Cuando ambos estuvieron fuera, le echaron un pequeño vistazo a su alrededor.
──Con que esto es Outer Banks... ──pensó Margaret en voz alta.
──Si, una isla como cualquier otra ──observó Wes──. Bueno, vámonos de aquí.
El pelirrojo emprendió su escape silencioso. Guiaba a Margaret directo a una cercana salida sin trabajadores que pudieran amenazar contra sus criminales vidas.
──Por allí ──apuntó Margaret, señalando el puente más cercano al puerto.
Sin objetar nada al respecto, se apresuraron a llegar. Cuando cruzaron el pequeño puente de madera, actuaron como dos jóvenes más del montón, como si no acabasen de viajar ilegalmente hasta el lugar.
──Lo hicimos, Wes ──habló Margaret, aún sorprendida. No podía creer que finalmente estaba ahí, en la tierra de su padre──. Lo hicimos ──reiteró, mirando a su amigo.
──Bien hecho, pulgarcita ──la felicitó, acariciando su cabeza cual perrito.
Margaret puso sus ojos en blanco, aunque aquello le sacó una sonrisa sincera.
Era notorio que su amigo le sacaba bastantes números de altura.
──¿A dónde vamos ahora? ──preguntó el mismo.
Margaret sacó de su bolsillo un papel envuelto en si, el cual tenía escrita una dirección esencial para encontrar a su hermano.
──A... ¿El Chate? ──pronunció ella, leyendo con dificultad aquel papel maltratado.
──¿Qué? Dame eso ──Wes le arrebató el papel de las manos, descubriendo lo escrito por su cuenta──. Aquí dice Chateu, no Chate.
──Ugh, como sea ──resopló ella.
Y así, emprendieron su larga caminata hacia aquella dirección descubierta.
Lo que Margaret no sabía, era que, al llegar al lugar, no se encontraría con algo mucho más importante que maderas quemadas y cenizas viejas.
Alrededor de la ubicación, habían unos camiones y grúas limpiando aquel desastre.
──Tiene que ser una broma ──se lamentó Margaret──. ¿Qué mierda...?
──Debe haber una equivocación, tal vez...
──No, Wes, no es una equivocación ──lo interrumpió Margaret──. No me equivoqué, simplemente dejé pasar por alto... esto.
Wes incitó a volver a hablar, más una tercera voz se hizo presente en el lugar.
──Turistas, siempre metiendo su narices donde no deben.
El dúo de amigos se volteó en dirección a la voz. Era un joven, probablemente de su edad, un tanto estirado, con pelo rubio oscuro corto, y una camiseta combinada con un pantalón corto.
──¿Turistas? ──Wes, ofendido, recreó lo dicho por el desconocido.
Margaret, desesperada por información, se apresuró a hablar. Si Wes ofendía al chico, era seguro que no les daría nada que necesitaran.
──Oh, hola. Si, venimos de Nashville ──le respondió ella, fingiendo cortesía──. Soy... Jazmin y él es... Luka.
──Bueno, que bien ──les sonrió él. No lo conocían de nada, pero fue obvia la falsedad en ese muestrario de dientes──. Soy Topper.
Wes reprimió una carcajada. Agachó su cabeza y tapó su boca con su mano, evitandole mostrar a Topper su diversión. Debía mantenerse serio.
──Un gusto, Topper ──le dijo Margaret, sin borrar su sonrisa──. Oye, ¿tienes idea de qué pasó aquí?
Topper observó el desastre de lo que solía ser El Chateu. Tragó saliva con incomodidad.
──Un grupo de chicos vivían aquí. Estaban tan borrachos que les pareció divertido jugar con fuego y alcohol.
──Oh...
Margaret se dio cuenta de la mirada que Wes le daba al chico. Era muy obvio, ella tampoco le creía, más él no tenía porque saberlo.
Le dio un pequeño golpe y le hizo señas que él supo entender a la perfección. En su rostro se reflejó con rapidez otra sonrisa.
──¿No sabes dónde se encuentran ahora? ──Margaret volvió a cuestionar.
Topper la acusó con la mirada, su curiosidad le parecía extraña.
──Tienen una pequeña tienda sobre el muelle de la propiedad Maybank.
Margaret codeó a Wes. Con ese simple acto, él entendió. Memorizó la dirección que el nuevo conocido les otorgó y le agradecieron antes de partir hacia ella.
⠀
⠀
⠀
⠀
• • •
⠀
⠀
⠀
⠀
⠀
⠀──Es aquí ──señaló Wes una vez llegaron al inicio del muelle.
Los nervios desbordaban de ella, la ansiedad la estaba matando. Necesitaba correr dentro y encerrarse hasta que su hermano descubriese de su existencia por su cuenta.
A la lejanía, en la punta del muelle, se encontraba una pequeña tienda. Incluso desde su lugar podían escuchar las risas que provenían de su interior.
Sin ponerse de acuerdo, comenzaron a caminar hacia la tienda.
──Aflojale a los nervios, que ya me pusiste ansioso a mi ──le murmuró Wes sobre su oído.
Una vez llegaron a la puerta de entrada, las voces se hicieron cercanas por completo. La mano temblorosa de Margaret tomó el picaporte.
Pero no podía hacerlo.
──¡Más clientes! ──chilló una voz femenina desde el interior.
Margaret se tomó su tiempo, más este no fue suficiente para armarse de fuerza y avanzar. Entonces, sintió como una pesada mano, pero familiar y acogedora, se posó sobre su hombro. Ella volteó a verlo, él la vio, con esos ojos que la hacían sentir como si todo en el mundo estuviera bien.
──Yo lo hago, G ──le dijo, apartandola con delicadeza de su camino.
Entonces, Wes giró el picaporte y, no mucho más tarde, la puerta se abrió.
Con temor, Margaret se adentró a esta siguiendo a su amigo.
──Bienvenidos, ¿qué van a llevar? ──les preguntó una rubia detrás de la caja.
Wes y Margaret se miraron entre ellos, titubearon.
──En realidad, nosotros no venimos a comprar nada ──le contestó Wes. La rubia, confusa, frunció su ceño──. Vinimos por...
──Porque no encontramos un... collar que se nos perdió.
Wes miró a Margaret.
──¿Qué haces? ──le preguntó en silencio.
No estaba lista para hacerlo.
Las dos morenas que se encontraban allí, detrás de la amable rubia, también se miraron, igual de confusas.
──¿Dijo un collar? ──murmuró la morena con aspecto rudo.
Poco sabían ellas que, en realidad, sus murmuros eran claros para ellos.
──Si, llámalos, Kie ──le pidió la rubia. Y entonces, una de ellas abandonó la tienda con rapidez. Luego, se dio la media vuelta hacia los clientes──. No hemos visto ninguno. ¿Es... algo importante?
──Sí, muy ──contestó Margaret rápidamente.
──¿Reliquia familiar? ──volvió a interrogarlos.
──Abuela.
A la vez que Margaret decía aquello, Wes habló sobre ella diciendo:
──Un tío.
Se miraron.
──De la... abuela de un... tío ──lo arregló Margaret en un torpe intento.
La rubia no les creía. Claramente no lo hacía.
Entonces, tres chicos se sumaron a la reunión. Un rubio, un moreno y...
──Booker ──lo nombró Margaret, en un suspiro esperanzador.
Wes la obligó a mantenerse serena y en silencio.
──Wes, voy a morirme ──le anunció dándose la vuelta hacia él──. Te lo juro, creo que me falta azúcar. ¿Un ataque de pánico?
Wes rió ante las palabras de su amiga. Ella siempre fue de expresar de esa manera sus emociones.
El grupo de jóvenes presentes los observaban con confusión y rareza, como si de dos bichos extraños se tratara.
──Wes, es en serio, maldito.
Entonces, sus ojos se cerraron con lentitud, y todo se volvió oscuro. Margaret cayó al suelo de madera, y la sonrisa de Wes se borró ante aquello.
🌼 𓈒 ׂ ㅤ─ 𓇼 ˀ
╔═════════════════╗
si te gustó este capítulo, no te
olvides de votar y comentar !
voten y comenten para
actualizaciones más prontas <3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro