Capítulo 8
🔹🔸🔹🔸
Creo que jamás había esperado tanto una respuesta, pareció que el mundo se detuvo sólo para escuchar el resultado.
Apúrate, Carlos, me matarás de un infarto.
—No es un ganador, son varios —anunció mientras buscaba en la lista mi nombre. Más posibilidades—. Luis, Paco, Raúl, Miriam, Diana, Abigail, Hermelindo...
Margarita.
Margarita.
Margarita.
—Samuel, Manuel, Erika, Karla, Marcela... No, parece que no... —concluyó disfrazando su voz de indiferencia.
Decepción. Sí. No esperaba ganar, pero tampoco perder. Los tres disimulamos bien el peso de la noticia, como si valiera menos que un cacahuete.
—Sólo es un concurso, hay muchos más —me consoló Natalia tratando de subirnos el ánimo—. Es un criterio. Usted tiene mucho talento y eso nadie lo pone en duda, ¿verdad, Carlos?
—Sí, sí —contestó distraído, estaba demasiado ocupado en su celular para hacernos caso.
Demonios.
No debería afectarme, al final no me esforcé suficiente y era evidente que ese sería el resultado. Debía quitarme de la mente que lo que los demás decían era la única verdad, porque sinceramente mi deseo por llevarme un puesto era que alguien, lejos de mi círculo social, reconociera que había en mí un gramo de talento. Quizás era momento de aceptar que la capacidad y la lástima son dos temas distintos.
Estuve a punto de lanzar un sermón de lo poco que me importaba ese tipo de concursos cuando vi el rostro de Carlos transformarse de un segundo a otro. Sus ojos se abrieron de golpe dejando a la vista la sorpresa de la que eran testigos.
—Segundo lugar... —soltó en un susurro que pude escuchar. Antes de que abriera la boca para exigirle una explicación me la dio—. Margarita Rodríguez, segundo lugar. ¡Segundo lugar!
¿Qué?
¿QUÉ?
Natalia le arrebató el celular de las manos y tras comprobarlo gritó de la emoción. Tardé un siglo en procesarlo.
—¡Segundo! ¡Felicidades! —Me tomó de la mano y obligó a mi cuerpo a ponerse de pie para abrazarme con fuerza. Yo estaba que no me la creía, apenas lograba respirar—. Usted es la mejor. Sabía que lo reconocerían.
Estaba tan feliz que casi me rompe un hueso entre sus saltos, pero no me importó.
La gente de la cafetería nos miraba curiosos, debieron tacharnos de locos por tal escándalo, pero no nos callamos.
Mi corazón me golpeaba con fuerza el pecho, estaba recordándome que tenía uno, que servía para algo más que bombear sangre.
—Tranquila, Natalia, en uno de esos golpes vas a matarla y no vamos a poder reclamar el premio —se burló Carlos cuando al fin la muchacha me soltó un poco. No había dejado de sonreír desde que nos brindó la noticia y recibió de buena gana el codazo que Natalia le dio en su defensa—. Si me permite opinar, yo sabía que ganaría.
Y les creí a los dos.
No sabía por qué apostaban por mí, pero se los agradecía, de verdad que sí.
Me sentí grande esa tarde aunque nunca dejé de ser vulnerable, estaba empezando a tener anécdotas memorables, a valorar mi vida.
—Esto hay que festejarlo.
—Apoyo la idea —secundó Natalia que seguía eufórica, verla así no ayudaba a que pusiera los pies en el piso de nuevo—. ¿Qué tienes en mente?
—Es una sorpresa, pero les aseguro que es el lugar perfecto para ese tipo de acontecimientos...
🔸🔹🔸🔹
Ya estaba llegando la noche, el cielo comenzaba a perder brillo, y yo la paciencia.
Carlos no nos había querido dar pista alguna del destino por más que Natalia insistió.
—¿Algún día llegaremos? —Bostezó aburrida acurrucándose en el asiento. Yo ya veía ovejas saltando, y eso que apenas llevábamos una media hora dentro del vehículo. Tantos paseos robaban mi energía rápido.
—Sí, justo ahora.
Levanté la vista esperando encontrarme con un restaurante, pero casi se me salen los ojos cuando leí de qué se trataba.
—¿Qué clase de broma es esta? —se quejó Natalia que no podía disimular el enojo en su voz, se le había quitado lo adormilado en un segundo.
—No es una broma, fui claro cuando dije que debíamos celebrar —respondió mientras se bajaba del automóvil después de estacionarse.
Ahí volarían cabezas.
—Carlos... —pronunció su nombre entre dientes, me recordó a cuando tu mamá te dará con la chancla. La vi quitarse el cinturón y bajarse del vehículo para seguirlo, estaba que echaba fuego.
A mí no me quedó de otra que hacer lo mismo.
La música afuera estaba al tope.
—¡Tú estás demente! —se interpuso en su camino para encararlo—. ¿Cómo se te ocurre que ella va entrar a un lugar así?
¿Me dejarían entrar? Jamás había visitado un bar, no sabía ni cómo eran. En mis tiempos cuando tenías algo bueno visitabas la iglesia, no un centro de alcohol. Si mi mamá me viera se volvería a morir del coraje.
Examiné un poco la construcción, pero me fue difícil, el cartel con el nombre repartía tanta luz me cegaba.
—Vamos, Natalia, no seas exagerada. Hablas como si viniéramos a prostituirnos, sólo tomaremos una copa y ya —le restó importancia tratando de rodearla—. ¿Qué tiene de malo tomar un trago para festejar un triunfo?
—Eres un... —Suspiró para recuperar la compostura—. Ella no entrará —concluyó con severidad.
—Al menos deberías preguntárselo. Margarita tiene derecho de réplica.
Natalia me miró exigiéndome en su silencio que le diera la razón como si fuera lo más obvio del mundo, y se lo hubiera dado si no fuera porque alguien se entrometió.
—¿Los vino a dejar su abuelita? —gritó con burla el gorila que custodiaba la entrada.
¿Disculpa?
A estas alturas del partido se harán una idea que jamás permitían que se rieran de mí, era orgullosa, muy orgullosa. No dejé que ninguno de los dos contestara, esto lo arreglaba yo. ¿Qué opciones tenía? Retirarme, eso nunca. Darle una paliza, moriría en el intento. Hacer lo más insensato del mundo, sí eso está bien. Olvidando la cordura me abrí paso, fue una locura lo sé, pero valió la pena al ver su semblante, casi se fue para atrás.
Claro que me arrepentí cuando puse un pie dentro. Creo que perdí el oído con ese volumen. ¿Era necesario tocar los extremos? Y esa elección musical, no entendía un comino lo que decía. Apuesto que la mitad de los que estaba dentro compartían mi situación.
No había mucha gente porque aún era temprano, pero los que estaba dentro fueron suficientes para recordarme que el terreno desconocido se recorre con cuidado. Enfoqué lo más que pude mi vista para distinguir mis pasos entre esa batalla de colores y sonidos que atontaba a cualquiera.
Las manos de Natalia se apoyaron en mis hombros para guiarme. Susurró algo, pero no logré ni hacerme una idea de sus palabras.
De milagro no me caí entre tantas personas que se movían como si estuvieran poseídas por algún espíritu.
—Te voy a matar cuando salgamos de aquí. —Eso fue lo primero que escuché de los labios de Natalia cuando al fin encontramos una mesa. Sabía que la cosa se pondría fea afuera.
—No me digas que nunca has venido a un bar.
—Claro que sí, pero no con Margarita. Para cada amistad organizo un plan diferente, adecuado a sus gustos —expuso ella elevando la voz.
—Entiendo, ¿así es mucho más sencillo preparar una actitud diferente en cada ocasión? —curioseó sin descaro.
—¿Disculpa?
—Me parece que gastas mucho tiempo tratando de agradarle a las personas y hacerlas feliz, una pérdida de tiempo si tomamos en cuenta la honestidad de algunos —opinó—. Invertir demasiado en ellas siempre es una mala elección.
Si las miradas mataran ese par estaría tres metros bajo el suelo. Tuvieron suerte de tenerme con ellos en ese momento. Incómoda ante la presión, el silencio y su discusión hice lo más sensato que una mujer como yo podría hacer para calmar la situación.
—Pasito a pasito... —pronuncié el coro de la canción que sonaba de fondo. No le entendía nada, pero se repetía sin parar haciéndome imposible no recordarla.
—Odio esa canción. Me tiene cansada —soltó frustrada restregando sus manos en su rostro, al menos había logrado mi objetivo y su atención se había centrado en otra cosa.
Se acercó un hombre para pedirnos la orden o algo así, no tenía cara de asaltante, y en esas condiciones mis oídos no captaban más que gritos. No logre distinguir lo que le pidió, pero supuse que en ese sitio no vendían café...
Cuando volvieron a la mesa y dejaron las copas, Natalia miró la suya desconfiada.
—Te juro que si me muero voy a...
—¿Venir a jalar los pies? —rio él antes de escoger el líquido—. Vamos, ¿cuántos años tienes? No creas esas habladurías...
—Esas cosas sí existen —lo regañé por incrédulo—. Mi vecino se murió del susto después de ver a un fantasma, así que no te rías porque luego vas a estar llorando.
Él negó con la cabeza divertido antes de concentrarse en su licor. Yo intenté hacer lo mismo, pero eso de beber alcohol no era lo mío. Cuando era joven no solíamos emborracharnos, al menos en mi pueblo, porque era mal visto. En los lugares así, donde vive poca gente, la opinión de los demás es de gran valor... Ahora me doy cuenta que era una estupidez, pero ser criada así hacía todo más complicado.
Y es que estar ahí era un chiste. ¿Quién pensaría que una mujer como yo pisaría un lugar así rodeado que personas a los que les doblaba la edad? ¿Era sencillo pensar que sería testigo de la juventud en su esplendor?
—Por Margarita —brindó elevando su copa para chocarla con las de nosotras. Yo apenas podía con el vaso de cristal, a ellos les habían traídos unos diminutos y a mí uno que parecía un cazo para los frijoles.
El primer trago fue el más difícil, quizás porque me lo pasé como si fuera agua...
—¿Sabe por qué la traje aquí, Margarita? —me preguntó jugueteando con el vaso. Negué con la cabeza, apenas estaba adaptando al golpe que me había dado no tener cuidado con lo que ingería.
—Inspiración. Es momento que cambie de aire, viva nuevas aventuras, trate de enriquecerse de anécdotas, vea cosas nuevas...
—No todas, algunas cosas solamente —intervino Natalia que tenía clavada su mirada en la mesa que estaba a mi espalda, estaba a punto de girarme cuando me detuvo—. No, no, no, es algo incómodo.
La obedecí.
Pero de nada me sirvió, al final siempre pasa algo peor justo frente a ti.
No sé si conozcan el significado de mala suerte, pues sus amigos cercanos le dicen Margarita. De todos los bares del país, que debían ser miles, tenía que venirme a topar con la personas más desagradable del mundo esa noche... Imelda.
Me lleva la que me trajo.
La vi entrar con ese aire de diva que nunca abandonaba, venía sola pero buscaba a alguien con la mirada.
—¿Pasa algo? —Natalia había notado como me encogí en el asiento para no llamar la atención.
—Sí, espero que no me reconozca —susurré tratando de esconderme. Quizás, si me esforzaba, pasaría desapercibida... Claro que no consideraba que tenía a Natalia conmigo.
—¿Quién?
No entiendo cuál era la lógica de girar su cabeza casi por completo cuando fui clara en no quererme hacer notar. ¿La palabra discreción quedó sepultada junto con mi dignidad?
—Un poco más y te tuerces el cuello, Natalia —se burló Carlos al ver mi expresión.
—Perdón, perdón, me picó la curiosidad —se disculpó apenada comprendiendo su error.
Estuve a punto de darle una charla enorme del concepto discreción, una de esas que te dan tus abuelas cuando ya las tienes cansadas, pero había algo más importante en esa mesa.
—¿Margarita? —Mi nombre en su boca podría ser la música de mi funeral.
Ojalá hubiera sido posible inventarme otro nombre e identidad en ese momento, pero ni la oscuridad pudo salvarme.
—Imelda, no esperaba verte aquí —le respondí por cortesía fingiendo que no me intimidaba.
—¿Me lo dice usted? Por Dios, hubiera apostado mi vida antes de creer de verla en un lugar así —se escandalizó, hizo dotes de su talento natural de ser una dramática para dejar claro su pensar. Pensar que a nadie le importaba.
—Pues ya ves... —Levanté la bebida como si me sintiera orgullosa de ser una máquina de sorpresas—. La única condición para pasar es tener dieciocho años y yo ya le di diez vueltas.
—¿Se puede saber qué festeja? ¿Es una celebración, verdad, o pasa mucho tiempo aquí?
Sabía sus intenciones, quería recolectar información para después utilizarla en alguna charla, así podría juzgarme más duramente. Natalia que aunque no la conocía intuía cuando algo andaba mal intervino.
—Ocasionalmente...
—Ocasionalmente faltamos —habló Carlos, no sé con qué propósito. Le hice una señal para que se callara y así yo arreglara todo, pero eso lo motivó a seguir echando leña al fuego—. Margarita, ganó un premio a nivel nacional.
—¿En serio? —Me miró como si estuviera bromeando—. ¿Se puede saber de qué?
Me aguanté las ganas de decirle que no, también de romperle la mesa en la cabeza por su sonrisita que buscaba ridiculizarme. Sólo deseaba se cansara y se fuera, últimamente me desgastaban las interrogantes.
—Sí se puede, pero tendría que buscarlo en la red porque en este momento estamos hablando de cosas importantes —contestó él sin inmutarse por el orgullo herido de Imelda—. Así que si nos permite, necesitamos tratar de concentrarnos.
Fue directo el mensaje, la mujer lo entendió a la perfección. Fingió una sonrisa, hizo como si entendiera y después de despedirse se marchó muy campante.
—No debiste ser tan grosero... —lo reprendió Natalia que se había mantenido como observadora.
—¿Escuchaste alguna vez el concepto de personas tóxicas, esas que no aportan nada y sólo se sirven del plato cuando todo está puesto? Cuando se van de tu vida te hacen un favor. Margarita, le recomiendo, reconsidere quién entra a su casa —me aconsejó.
Y quizás tenía razón.
El miedo a la soledad me había hecho rodearme de personas que claramente no me tenían afecto, ni yo a ellas, con el único objetivo de no morir a la deriva. Una mentira por compromiso, para ser normal. Seguía aceptando limosnas de falsa atención o afecto para engañarme. ¿Para qué? Me sentía igual de vacía cuando se marchaban los que jamás pensaban quedarse... Quizás ahora podría darme el lujo de escoger a mis amigos, a conocer aquel significado.
🔹🔸🔹🔸
—¡Salud! —No sabía cuántas veces había chocado el cristal, pero ya superaban la decena—. ¡Por los acentos!
No estaba borracha, pero tenía tanto sueño que comencé a creer que el cerebro ya se había ido a dormir. Carlos rio, pero no tomó el contenido, desde hace un rato me había abandonado con la excusa de ser el conductor.
—Dijiste que no tenía tanto alcohol —le reclamó Natalia que se había asustada al verme tan torpe—. Ya está diciendo incoherencias.
—No culpes al alcohol por eso.
¿Gracias? Llevábamos un buen rato ahí, y aunque al principio me pareció difícil adaptarme, comencé a preocuparme por otras cosas más importantes que el qué dirán. La mayoría de las personas que pasaban a mi lado y notaban mi presencia hacían chistes sobre mi edad, algunos incluso mandaron al mesero con bebidas en mi honor. Era una pena que Natalia no me permitiera pasarme.
—Podríamos abrir una cantina —dijo Carlos refiriéndose a las copas llenas que descansaban intactas en nuestra mesa.
—Apoyo eso —respondí divertida imaginando lo bueno que se pondría aquello. Cantina Margarita de la mañana y de la noche también, ese sería el título perfecto, la única regla sería ser mayor de setenta para entrar.
—Bueno creo que ya fue suficiente —concluyó Natalia mientras se ponía de pie para que trajeran la cuenta. ¿Suficiente? Pero sí apenas empezaba lo interesante—. Directito a casa después de esto.
—Extraño mi camita —la recordé con melancolía como si llevara años si verla, no sabía la razón de estar tan sensible.
—¡Que baile la abuela! —gritó alguien en la pista, ya cuando nos estábamos retirando. Estuve a punto de responderle que bailara la suya, pero Natalia me cubrió la boca para no cometer una tontería. Su principal preocupación era que llegara viva a mi dormitorio.
Me recosté en los asientos como si estuviera en mi sofá, el cansancio me está calando hasta en los huesos. Canté una canción de cuna en voz alta en el camino, esa sí era música buena, no esa que bailaban allá. Al final no fue una, creo que me aventé todo un disco en varios idiomas y ritmos. No sé cómo ese par no me bajó del coche, pero se los agradecí cuando pude divisar mi casa a lo lejos.
—Todo esto es tu culpa —lo acusó ella mientras me ayudaba a colocar la llave que no quería quedarse quieta—. La acompaño a su cama.
Buena broma, a duras penas llegué al sillón donde me acosté sin pensar que mañana amanecería hecha pedazos. El cuerpo me pesaba como si tuviera una roca encima.
—Margarita, Margarita —me llamó para despertarme, pero no pensaba moverme, así que fingí haberme dejado vencer por el sueño—. ¿Y sí le pasa algo? ¿Sabes que los borrachos pueden ahogarse?
—Está cansada, nadie se muere por eso. Verás que mañana ni se acordará —le aseguró minimizando el hecho, pero ya saben cómo es Natalia, preocupona por naturaleza.
—Me quedaré a cuidarla —decidió sorprendiéndome. Entreabrí los ojos y la vi hacerse espacio en el pequeño sofá que estaba desocupado—. Le avisaré a mi madre para que no se preocupe.
—No es necesario —dije en una batalla con un bostezo.
—Lo sé, pero así estaré más tranquila. —Me sonrió sin culpa o coraje.
¿Por qué hacía eso? El silencio se apoderó de esas viejas paredes mientras trataba de hallarle sentido a su actitud.
—Apuesto que aguanto más tiempo despierto que tú —soltó Carlos al compás del choque de una silla con el piso, supuse la arrastró cerca de nosotras.
—¿También te quedarás? —En la voz de la muchacha había sorpresa pura, y no era para menos.
—Sólo para comprobar que tengo razón.
—Claro, claro —respondió dudosa—. De igual manera te voy a ganar, estuve meses en el hospital y jamás dejé que me sorprendiera la mañana.
—¿Por qué tanto tiempo? —curioseó él intrigado, pero ella no contestó bajo la excusa de no haberlo escuchado.
Supuse se trataba de algo malo porque Natalia nunca se callaba nada, o al menos era lo que yo creía. Ahora sé que lo que muestras a los demás no es ni la mitad de todo lo que eres por completo.
—Usted sólo descanse —me pidió.
Y aunque me hubiera gustado seguir analizando lo que escondían ese par que apenas conocía por encima, me venció la noche y caí con ella. Ya habría tiempo de saber quiénes eran, qué buscaban, y sobre todo, a dónde llegaría yo. Había ganado más que un concurso, era una prueba, una que me gritaba que aún me faltaba mucho por recorrer.
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