Capítulo 7
—¿El viejo y la mar? —me atreví a preguntar. Tenía nombre de disco de José José.
—Es un concurso. Lo organiza la Marina —intentó aclararme Natalia que estaba todo menos segura, su mirada estaba en Carlos que le confirmaba al acertar o no—. Tengo entendido que sólo es para aficionados mayores a los sesenta y cinco años...
—Correcto. Lo único que tiene que hacer es escribir un relato donde el mar brille como protagonista. ¿Fácil, no? —Se le vio demasiado relajado y seguro con la idea, tanto, que creí sería fácil.
—¿Qué gano yo? —curioseé porque la verdad es que relacionaba la palabra competencia con premios de inmediato.
—¿Además del diploma y el conocimiento que parece que le importan un comino? —Asentí con sinceridad—. Un viaje todo pagado al Puerto de Veracruz.
Wow. Eso sonaba bien.
No era Francia, pero Veracruz no tenía nada que envidiarle.
—¿No es algo aventurero? —dudó Natalia, que pareció no confiar suficiente en mi capacidad para ganar.
Yo tampoco, pero no quería aceptarlo. Hay una diferencia abismal en desconfiar de uno mismo y que los demás también lo hagan.
—Claro que lo es, pero la vida está llena de riesgos. Además, no cobran por intentarlo —le restó importancia él—. ¿Se anima?
Me lo pensé. Era la primera vez que lucharía contra otros, seguramente más talentosos que yo, pero si me negaba me estaría declarando perdedora desde un inicio.
Claro que me apunté, sin intención clara por llevarme un puesto. Al principio la presión me sobrepasó, no escribía más de tres palabras antes de borrarlo todo para volver a comenzar. Quería entregar algo perfecto aun cuando eso era imposible. Le entregué varios borradores al profesor pero todos, sin excepción, los rechazó. Poco le importó la petición de Natalia para no exigirme demasiado, argumentando que yo podía lograr más.
Quería creerlo...
Me bloqueé.
Todo me parecía una basura. Dudé de mi capacidad de hacer algo decente y consideré una pérdida de tiempo pasar horas buscando algo que impactara a los jueces. ¿Se puede vivir así? No sé, odiaba no poder enlazar un par de oraciones sin que pareciera una telenovela motivacional.
Fue hasta que Carlos me dijo que dejara de lado el premio, porque no lo ganaría, y me centrara en escribir cualquier cosa, olvidando si era bueno o malo. Quizás tenía razón, no valía la pena estresarme tanto para que las posibilidades fueran nulas. Creé un cuento donde toda la basura arrojada al mar formaba un monstruo que invadía la ciudad. Natalia opinó que era algo violento, pero como ya no tenía tiempo para reescribirlo, porque las inscripciones estaban por cerrarse, decidimos enviarlo tal cual. No estaba muy orgullosa del resultado, sin embargo, decidí dejarlo en el olvido porque lo que no se puede reparar no sirve más que para mortificaciones.
Ya encontraría otro concurso y lo volvería a intentar.
🔸🔹🔸🔹
Carlos había decidido que ya era momento de cambiar mi libro por otro nuevo, según él para enriquecer mi lenguaje. No estaba muy convencida, pero después de proponer que nos llevaría en su automóvil y que nos pagaría la comida accedí enseguida.
No es época para ponernos los moños. Todo lo que es gratis es bien recibido.
Natalia también nos acompañaría porque era como mi guardaespaldas. Sí, no tenía ni para comer pero contaba con seguridad privada. Ayudaba que el trabajo no fuera un impedimento por ser fin de semana.
—¿Lleva el libro? —me cuestionó Carlos al salir de casa.
—Claro. ¿Para qué iría si no lo llevara? No sólo voy por la comida gratis, muchachito —me defendí fingiendo que aquella acusación me ofendió. Era un clásico para no perder—. Como soy la más grande de todos yo escojo primero el asiento.
Me gustaba ir en coche. Llevaba años sin sentarme en uno, pero como Carlos no se opuso logré ubicarme en los asientos traseros. Eran los mejores. Desde ahí podía ver todo y nadie me veía, era tener control total.
—No empieces —lo amenazó Natalia antes de que él pudiera pronunciar palabra. No sabía a qué se refería así que agudicé mi oído para enterarme—. Esa vez fue porque no quería molestar.
Supuse que se trataba del altercado que tuvieron en mi cumpleaños.
—Si me molestaba no te lo hubiera propuesto. No soy el tipo de personas que invierte su tiempo para quedar bien con los demás —respondió cuando ambos subieron al vehículo.
—Me da gusto escuchar eso —acepté, eso significaba que no me bajaría de ahí. Y aunque quisiera no pensaba hacerlo. Cuando a mí me invitan ya no pueden echarse para atrás.
—¿Tiene algo bueno en mente para escoger? —cambió de tema antes de encender el motor.
La verdad es que no me había tomado el tiempo para analizar qué buscaba, así que esperaba que me encontrara primero a mí.
🔹🔸🔹
El centro de la ciudad estaba inundado de negocios. La capital, en general, es una selva en la que es fácil perderse. Sobra decir que encontrar estacionamiento fue un lío, por suerte no fue necesario caminar mucho porque la gente no se queda demasiado en un mismo lugar, ubicarse es cuestión de estrategia.
Esa calle en particular tenía al menos cinco negocios que portaban un letrero que indicaba se movían en el mundo literario. Una en particular llamó mi atención, tenía una hermosa vista, un cristal que servía de escaparate para mostrar una colección de maravillas...
Y enfrente estaba a la que nosotros iríamos.
No era fea... Podía haber cosas peores. Era un cuarto a medio pintar, con letras rojas que combinaban peor que mi ropa y sin aire acondicionado. No sé qué se traía conmigo la vida pero siempre vivía rodeada de abanicos.
Apenas nos asomamos, un guardia pegó una etiqueta a mi libro para comprobar que era mío y no me lo había robado. Sí, como si fuera tan tonta para robarme algo y traerlo en las manos... Estos jóvenes de ahora.
La librería era grande, pero nosotros no conocimos más allá del primer cuarto donde descansaban los libros usados.
—Tiene una infinidad para escoger —me informó Carlos como si me fuera difícil procesar esa información.
Y lo era. Había más obras de las que alguien podría leer en toda su vida. En el suelo, mesas y libreros se amontonaban filas de papel dispuestos a ser hojeados.
Me aturdí entre tanta portada y nombre de autor. Todo lo que buscaba un lector estaba encerrado en apenas unos metros.
¿Qué me llevaba? No sabía si algo con la imagen de un dragón o de unas cartas.
Pasé un buen rato curioseando entre artículos y palabras que robarían la atención de cualquiera, pero la mía no. Engancharme es un reto, suelo no poner mucha atención a lo que realmente encierra una historia. Ya algo cansada de pasar páginas me dediqué a dar un vistazo veloz a todo como si se tratara de una baraja.
Muy feo.
Muy gordo.
Parece revista de chismes.
Entonces lo vi, supe de inmediato qué era lo que estaba buscando. Era pequeño, muy pequeño, pero grueso y llamativo. Me llamó, me obligó a tomarlo entre mis viejas manos para llevarlo a casa.
—¿Ya tiene algo? —preguntó Carlos al ver que no me interesaba revisar los demás tomos.
—Sí, es el definitivo —respondí con seguridad para mostrárselo.
Por alguna extraña razón no le gustó mi elección, fue fácil notarlo, su rostro lo dijo todo.
—¿Un libro de chistes? ¿De qué bote de basura lo sacó?
—No todos tenemos los mismos gustos —le expliqué a la defensiva—. Quiero reírme un rato, ya tengo demasiado drama en mi vida para agregar más.
—Sí ya lo sé —se adelantó antes de que yo pudiera articular palabra—. Pero no puede cambiar un libro de esta calidad por uno que no aporta nada. ¿Sabe cuánto cuesta eso? Debe valer entre cinco o diez pesos, y eso siendo generoso. Definitivamente no.
—Pues me lo llevo —lo reté abrazando el libro.
¿Qué clase de mundo es este? En mis tiempos los mayores decían el cielo es color aguacate y el cielo era color aguacate sin debates.
—Hagamos un trato —intentó ponerse de mi lado deduciendo que no me dejaba ganar—. Yo pago su libro de chistes pero busque otra cosa interesante.
Sonreí victoriosa. ¿Qué le costaba colaborar? Nada. Claro que después de eso fui más cuidadosa porque no quería que se echara para atrás.
Natalia en cambio husmeaba en la categoría de romance. Sí, esa de corazones y suspiros, a mí me asqueaba un poco tanto sentimentalismo.
—¿Algo llamativo? —Se acercó Carlos que ya llevaba su elección entre sus manos.
—Sí, no me decido entre estos dos —comentó antes de mostrarle los ejemplares para que la ayudara a tomar una decisión. Yo también de chismosa me asomé para ver si podía aportar algo.
—¿El tipo guapo que se casa con su secretaria o el chico malo que se enamora de su vecina? Wow, me la pones difícil —se quejó él antes de entregárselos de vuelta—. Tira un volado, en una de esas aciertas.
Yo ya estaba sacando la moneda cuando me detuvo.
—Pero si me pides una recomendación te aconsejaría tomaras un riesgo. ¿Qué tal si dejas descansar un momento al magnate y pruebas otras cosas? Por ejemplo... —La guió hasta la mesa continua y desordenado todo a su paso pareció hallar lo que estaba buscando—, éste.
—¿La metamorfosis de Franz Kafka? —Sonrió divertida leyendo el resumen que estaba al reverso.
Definitivamente ahí murieron todas mis sospechas de algún interés de Carlos por Natalia. Porque nadie en su sano juicio le regala un libro con un insecto en la portada a una conquista. Nadie.
¿Además para qué quería Natalia un manual para acabar con las cucarachas?
—Bien, me convenciste.
—Yo también ya llevo el mío —declaré. Lo había elegido de la última mesa, no sabía ni de que hablaba pero ya quería irme.
El profesor no criticó mi elección, un milagro, así que me relajé.
Ciudad Real de Rosario Castellanos me acompañaría unas semanas en mi buró. Esperé fuera tan bueno como el que dejaba ir.
Abandonarlo no fue fácil, pero era necesario. Nunca fui apegada a las cosas materiales, porque no tenía mucho, así que sabía decir adiós a todo aquello que necesitaba tomar otro camino. De igual manera, antes de irme, le di un vistazo y me pregunté, ¿puede una persona escribir algo que cambie la vida de otra para siempre? Sí, claro que sí. Ese libro me ayudó a abrir un poco los ojos, dejando a su paso un ligero brillo, pero no descansaría hasta ver el sol de cara por completo.
🔸🔹🔸🔹
La cafetería quedaba a unos pasos. Estaba llena de personas que debatían y presumían sus compras con detalle. Nosotros éramos los únicos anormales que iban sólo a llenar el estómago.
—Es de mala educación ignorar a las personas por un teléfono —regañó Natalia a Carlos mientras esperábamos levantaran la orden. Desde que nos habíamos sentado él se había concentrado exclusivamente en su aparato.
—Sí, jefa —se burló para señalar la pantalla—. Estoy en algo importante.
—¿Más importante que una empanada? Creo que deberías reconsiderar qué es más vital —le advertí releyendo el menú.
Lo vi rodar los ojos divertido antes de volver a lo suyo. Natalia, que siempre daba por hecho que me dolía que las personas no pusieran toda su atención en mí, trató de sacarme plática hasta del oxígeno. Era lindo de su parte, pero también algo cansado.
Creo que comentaba algo acerca de los beneficios del apio cuando un pequeño sonido la interrumpió.
—¡Al fin! —celebró Carlos como si se ganara la lotería—. Esto de robarse la clave del internet es más complicado que instalar el propio módem.
—Espera un segundo... Dijiste que era importante —le reclamó Natalia.
—Y lo es —aseguró pese a la molestia de la chica—. ¿Cómo consideras esto?
Nos mostró la pantalla del teléfono. La verdad es que tanta luz me desorientó un poco, pero logré captar lo esencial después de unos segundo...
Un cuadro blanco con letras negras gruesas delineaba la información.
Ganadores del concurso el viejo y la mar.
El título no dejaba paso a dudas, era hora de la verdad. Sabría al fin sí tenía talento o no.
♥♥
Hoy comienza el maratón que les prometí en el grupo de lectores. Publicaré uno por día para que tengan tiempo de leerlo con calma. Estaré respondiendo sus bellos comentarios :). Gracias por su apoyo. Los quiero mucho.
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