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Capítulo 6

Seguí escribiendo todos los días con el mismo dinamismo, aprendiendo mucho y disfrutando del proceso. Lo malo era que no tenía algo que destacar. No logré dar indicios de convertirme en una joya como parecía que el profesor tenía en mente, pero no me afectó demasiado, estaba muy concentrada en no retroceder para fijarme en avanzar.

—Creo que ya se acerca su cumpleaños —mencionó Natalia una tarde de viernes antes de irnos a clases.

—¿Tú cómo sabes eso? —No recordaba habérselo contado.

—¿Recuerda cuando me pasó sus datos para lo del programa social? —Asentí haciendo memoria—. Pues de ahí lo saqué.

Acosadora nivel llamen a la policía por favor.

—¿Qué hará para festejar? —me preguntó con una ligera sonrisa.

—Lo mismo que todos los años. Nada —respondí sin ganas de tocar ese tema más tiempo, de verdad que no me gustaban los cumpleaños porque me traían malos recuerdos.

Muy malos.

—Podríamos hacer algo sencillo  —opinó con esas ganas de querer arreglar todo.

No le seguí el juego porque no había nada qué festejar. ¿Qué se supone que era motivo de alegrarse, saber que estaba más cerca de la muerte?

—Cae en sábado, estaría genial que hiciéramos una pequeña fiesta —insistió.

—¿Una fiesta? —me burlé de la ingenuidad que dejaba a la luz su buen corazón—. Invitaré a la señora taza de café y a cucharón para que no se les ocurra faltar, sería una lástima que se perdieran tal evento.

—No es necesario que venga mucha gente. Mamá siempre me dice que no importa la cantidad, sino la calidad —soltó para hacerme ver que no era tan mala idea—. Vamos, sólo compramos un pastel y listo.

Me lo pensé, y aunque no me entusiasmada, decidí darle el sí al final. No sé qué tenía esa niña que siempre conseguía lo que quería, sabía cómo ganarse a la gente y hacerle ver las cosas como ellas las veía. O quizás simplemente me daba mucha flojera debatir.

Feliz por haber ganado tomó la iniciativa de anotar los nombre de los invitados para hacer un conteo. Le dije que no, era ridículo, ya sólo faltaba que quisiera transmitirlo por televisión.

—Sólo los haré para calcular cuántos serían —prosiguió simplemente para ponerse a escribir.

Resoplé algo cansada tratando de hallar alguien importante en mi vida para que deseara compartir mi pastel con ellos. Nadie. Por desgracia sabía que Natalia me obligaría a traer personas.

—La primera persona que debes apuntar es la causante de esto. Aquella que hace mucho por mí todos los días y nunca se lo agradezco —la describí causando una sonrisa que escondió con disimulo—. Anota: Margarita.

Que si no me echo flores yo nadie más lo hará. Natalia lo hizo con esa letra de artista que tenía ocultando lo desinflada que quedó después de no escuchar su nombre.

—Tu nombre también hazme el favor de apuntarlo —dije para que se animara y lo logré—. Después anota María y su hijo...

No sabía si eso era buena idea porque María odiaba a los trabajadores sociales pero no encontré a nadie más, además eran amables conmigo. El nombre de Imelda apareció pero ni de broma lo pronuncié.

—Cuatro invitados —conté con desilusión. que era sociable. Esperaba tener cubiertos suficientes para tal ejército.

—Cuatro es mejor que uno —inyectó optimismo Natalia para que dejara de castigarme por ser así.

Quizás tenía razón. Después de muchos años dejaría de ser uno.

🔹🔸🔹🔸

Dejamos la invitación, o el aviso, a María antes de ir al colegio. Me prometió que haría todo lo posible por ir y a pesar de verla tan ocupaba sabía que lo haría.

Natalia siguió hablando de todo los preparativos. Me dijo que me llevaría a la pastelería para escoger el pastel y que si yo quería podría ayudarme a cocinar. Claro que le dije que no, ella era muy buena, pero mala para la cocina, no sabía hacerse ni un sándwich. No pondría mi salud en riesgo.

Cuando me dejó en el aula y tuve que verme a solas con la clase me di cuenta de lo difícil que me era concentrarme por estar pensando en eso. No es que nunca hubiera ido a una fiesta, pero llevaba tiempo sin que giraran torno a mí. No quería emocionarme, sin embargo, me era inevitable. Me sentí como una niña, una a la que le comprarían su chocolate favorito después de un enorme plato de verduras.

Traté de prestar atención a lo que el profesor escribía en la pizarra, incluso lo pasé todo al papel para repasarlo cuando mi cabeza pusiera más de su parte. En ese momento se había encaprichado con la simple idea de no pasarla sola en casa.

—Vamos a ver, Margarita. ¿Qué me trajo hoy? —La voz del profesor dirigida exclusivamente a mí me sacó de mis pensamientos. La clase había terminado, todo el mundo estaba tomando sus cosas para irse y me esperaba una nueva sección de revisión con él.

Le pasé el cuaderno donde había escrito la noche anterior y se dispuso a inspeccionarlo con paciencia.

—¿Un conejo que es cantante de baladas? —curioseó ya en la última hoja. Sí, solía tener ideas algo locas—. Estoy empezando a pensar que no es precisamente café lo que consume antes de crear esto, eso o alguien de su confianza está alterando sus bebidas. El polvo blanco no es azúcar, Margarita, cuidado con eso.

Sonreí por su comentario. Sabía que eso significaba que estaba mejorando, cuando se ponía divertido significaba que iba por buen camino.

—Recuerde que es importante no repetir las palabras con tanta frecuencia. En los últimos tres diálogos utilizó dijo, lo dejará desgastado si lo usa sin piedad —me aconsejó marcando con tinta ese pequeño fallo—. Hay muchas palabras que podrían remplazarlas...

—¿Ya acabó la clase?

Natalia apareció en el umbral cuando ya no quedaba nadie más que nosotros dos. Siempre hacía lo mismo.

—No, aún estamos en eso. Señor invisible estaba a punto de realizar una pregunta —contestó mientras simulaba observar la mano alzada de alguien al fondo.

Natalia resopló ya más acostumbrada al humor de su adversario. Carlos le hizo un gesto para que tomara asiento y siguió explicándome lo anterior. No le gustaba que lo interrumpieran.

—Por ejemplo, cambiemos esto por comentó —añadió subrayando las palabras que duplicaba—. ¿Ahora qué otra palabra cree que funcionaría?

—Mencionó —intervino Natalia que estaba muy metida en la conversación.

—Margarita... —la regañó porque se suponía yo tenía que participar.

—Mencionó —repetí orgullosa agradeciendo por la ayuda.

—Bien —se resignó a darme el triunfo porque ganarme un viernes por la noche era imposible—. Vaya a casa y descanse. El lunes veremos cómo le va.

¡Sí! Daba igual. ¿Qué afán de pensar en el mañana cuando no terminaba ni hoy?

Me levanté despacio del asiento, para no romperme nada, y ordené lo que había dejado en mi pupitre deseosa de salir volando de ahí. Le hice una señal a Natalia para que nos marcháramos, pero ella me ignoró. Algo malo se avecinaba.

—¿Qué tiene que hacer mañana? —Decidió consultar de repente directo al profesor que también organizaba sus libros.

No. Por. El. Amor. De. Dios.

—¿El sábado? No sé, ver el mundo arder quizás. ¿Qué sucede? —preguntó cuidadoso. Supe por su semblante que aquello lo había sacado de base, a mí me había sacado hasta los pulmones.

—Margarita está por cumplir años —celebró con anticipación con esa actitud que nunca perdía—. Setenta y uno para ser exactos. ¿No es una gran noticia? Estamos planeando una reunión, es sencilla, sólo para gente cercana a su círculo social. ¿Le gustaría ir?

Creo que no llegaré a los setenta y uno con esta niña a mi lado...

—¿Habrá piñata, bolsita y todas esas cosas que las meriendas tienen? —se burló con diplomacia tratando de recuperar la seguridad.

—Sabía que saldría con una de sus payasadas, por eso no quería decirle nada —se quejó con el entrecejo fruncido—. Hablo en serio. ¿Quiere venir o no? Creo que sería una buena idea porque ayuda a Margarita, pasa mucho tiempo con ella, y supongo que...

—No acostumbro a mezclarme con mis estudiantes más allá de lo profesional.

Oh. Perdóname por ser una simple mortal. No vaya a ser que le pegue los piojos.

—Margarita no es sólo su alumna —lo contradijo con severidad como si temiera que aquello hubiera logrado incomodarme—, usted es su mentor. Hay más que sólo un compromiso laboral aquí.

—Debería dejar de ver películas motivacionales —le aconsejó. Lo que él no sabía es que ella no las necesitaba, tenía la capacidad para crearse las suyas propias—. Trataré de ir, Margarita, de igual manera espero se la pase muy bien ese día —se disculpó para no hacerme sentir mal. Ni quería que viniera de todos modos.

—Le anotaré la dirección por si encuentra espacio en su agenda.

Por si las dudas, me pidió un trozo de hoja y se apuntó el dato para entregárselo antes de irnos.

Me sentí algo fuera de lugar en aquel espectáculo. Todos en realidad, excepto Natalia. No es que no quisiera que fuera, en realidad él, al que llamaré Carlos de ahora el adelante, no era tan insoportable cuando se lo proponía. El problema aquí era que no me gustaba interactuar con personas que no me tuvieran confianza, ni yo a ellas. Era raro.

No sabía si eso funcionaría, pero después de analizarlo deduje que no servía preocuparse... Después de todo estaba segura no vendría.

🔸🔹🔹🔸

Me levanté esa mañana con algo diferente en el pecho. No era doloroso, todo lo contrario. No tenía un nombre, tampoco lógica, pero estaba ahí y no quería que se fuera.

Era el día.

Cuando me vi al espejo esa mañana noté que nada había cambiado, era idéntica en imagen a la noche anterior, pero  yo sabía que había algo distinto. El cabello blanco seguía coloreando aquella melena que en algún momento fue negra y la piel testigo del paso del tiempo se cuarteó con la pequeña sonrisa que se dibujó en mi rostro. Hoy cumplía setenta y uno. Tenía muchas razones para estar triste. Muchas. Pero también tenía una para ser feliz y eso era más que suficiente para luchar contra las otras.

Me arreglé, limpié mi humilde casa para que se viera presentable y me dispuse a preparar la comida que serviría. Caviar con vino tinto... Buena broma, en realidad era asado con refresco. Creo que llevaba años sin cocinar con tantas ganas, hasta preparé las tortillas a mano.

Cuando la puerta tocó por primera vez supe de quién se trataba, Natalia era la única que tocaba casi tumbando la puerta. Fui a recibirla y me encontré con una belleza...

Mi pastel.
MI PASTEL.
Al diablo la diabetes... Bueno no, pero pecaría un poco.

—¡Feliz cumpleaños! —canturreó la morena que se dejaba ver con un aspecto más relajado. Un pantalón de mezclilla y una blusa clara que contrastaba con el liso de su pelo chocolate.

Me dio un abrazó con caja en manos con tanta fuerza que creí me sacaría los intestinos.

Cuidado con mi pastel, muchacha.

—Le deseo que cumpla mil años más.

—¿Y que termine como una momia viviente? ¿Gracias?

Ella sólo rio por mi respuesta y me ayudó a colocar el postre en el congelador. Después propuso brindarme apoyo en la comida, pero me negué a tiempo.

Natalia se sentó a esperar si alguien tocaba a la puerta para recibirlo con prisa, no quería que se nos fuera nadie. Había pasado una media hora cuando otra persona hizo acto de presencia. María y su pequeño hijo en su silla de ruedas cruzaron la puerta para darme un gran abrazo que me emocionó hasta los huesos. Quizás no sería un día tan malo.

—Gracias por venir —dije cuando los dos me desearon un buen día. Estaba muy emocionada porque pintaban las cosas bien—. ¿Tienen hambre? ¿Quieren algo de tomar?

—Les traeré algo de beber —enunció servicial Natalia antes de perderse en la cocina.

—No, no, no —trató de detenerla, pero ella ya se había marchado—, sólo venimos de pasada. Tenemos unos pendientes. No podemos quedarnos, pero no queríamos dejar pasar el día sin saludarla.

Hice un gran esfuerzo para fingir que no me había afectado aquello. Fue como un impacto. Le llamaban realidad, mi peor enemigo.

—Oh, no se preocupen —traté de parecer despreocupada. No quería que descubrieran que me dolía. No su partida, sino el hecho de saber que todos se marcharían porque no era lo suficientemente importante para hacer que se quedaran—. ¿Quieren un trozo de pastel para llevar?

—No, en serio, tenemos prisa.

Me dio igual. Más pastel para al final.

¿Quién los necesitaba? Nadie. Había vivido en este viejo cuarto decenas de cumpleaños, aguantaba el peso de la soledad como un soldado.

—Aquí tengo los vasos... ¿Dónde están? —preguntó Natalia cuando volvió a la sala.

—Se fueron. Tenían cosas importantes que hacer —expresé antes de sentarme en el sofá con la poca fuerza que me quedaba.

El silencio me perforó los oídos. Supe que Natalia no encontró palabras para reconfortarme por más que lo intentara. Se debatía entre consolarme o fingir que su partida no significaba nada.

—Natalia, en serio, será mejor que tú también te marches a casa —me sinceré. No quería ser grosera, pero quería estar sola.

—No me pida eso, por favor... —Su voz titubeó. Debió sentirse fatal porque su idea había resultado en un fracaso.

Toda mi vida era uno, un asqueroso fracaso. Ya me arrepentía de no haber invitado a Imelda tan sólo para que me criticara.

Estuve a punto de repetirle que volviera a su hogar pero el sonido de un motor resonó con más fuerza que mi susurro. Y no sólo eso, también el sonar de la puerta me sorprendió.

Lo que me faltaba, ni siquiera en mi cumpleaños los cobradores dejaban de estar molestando.

—Iré a ver quién llama —me avisó esperando mi aprobación, pero no le contesté, no me importaba si era el mismo presidente.

Mi problema era esperar algo de los demás cuando no había hecho nada por ellos para que pudieran cobrárselo. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que venir a importarme esto ahora? Era más feliz cuando fingía ser un cubo de hielo bajo el sol...

—¡Oh!

El grito de Natalia me sobresaltó. ¿Qué demonios? ¿Se la estarán robando? ¡No, me la cobrarán como nueva!

Me levanté dispuesta a salvarnos, tomé un cojín que descansaba a mi lado y planeé cómo hacerme la valiente, pero no era necesario, no era un grito de ayuda, sino uno de felicidad. Sí, felicidad.

No entendía qué podía hacerla feliz, arruinaba mi momento dramático, pero me fue fácil entenderlo cuando volvió a aparecer y esta vez en compañía.

Lo que me resultó difícil fue creerme lo que estaba viendo.

—Cuando me dijeron que harían una pequeña celebración no pensé que literalmente se referían a una cosa tan minúscula —manifestó Carlos que había hecho acto de presencia sin que lo esperara.

Sí. Carlos Castillo.
¿Él aquí? No supe cómo tomarlo. Quise articular alguna palabra de bienvenida pero Natalia se me adelantó.

—Margarita es una mujer de gustos sencillos —argumentó para omitir el hecho que todos me habían dejado plantada—. Además, tiene un círculo social reducido, es muy selectiva.

¿Selectiva? ¿Yo? Inventa algo creíble, por favor.

—¿Debo sentirme halagado entonces? —curioseó antes de entregarme una pequeña caja envuelta con papel rojo brillante.

Sé que era evidente que se trataba de un regalo, pero a mí me costó una eternidad procesar esa información. Carlos Castillo, el profesor que parecía no tener alma, me había traído un obsequio... Ver para creer.

—Le advierto que todo ese envoltorio no fue idea mía, la mujer que atendía insistió en colocarle tal ridícula decoración. Yo lo hubiera traído en una caja de cereal para ahorrarnos el formalismo —aclaró dejando a la luz que no era un impostor, sí sólo él podía hacer comentarios así.

—Gracias por... ¿Qué es? —Traté de romper un poco el papel de colores para descubrirlo pero Natalia me lo arrebató.

—No, no, los regalos se abren después de comer —me sermoneó peor que mi madre, que en paz descanse—. Arruinaría la magia hacerlo así como así.

Por más que deseé ver el contenido teniendo a Natalia junto a mí me fue imposible, después de todo ella era amante de hacer todo en orden y a la perfección.

Fue raro, muy raro en realidad verme en medio de esa imagen. No sé cómo explicarlo, es decir, las personas te sorprenden. Ninguno de los dos tenía o me debían un favor, no les había dado la mano, ni tenían necesidad de estar ahí, pero lo estaban. De Natalia no me sorprendió, ella era esa clase de personas que están en peligro de extinción, que hacen por los demás lo que jamás harán por ellos. Sabía que buscaba algo a cambio, pero también me era fácil identificar que había cosas que las hacía por mera voluntad. Por otro lado Carlos, no sé qué lo orilló a venir, pero se lo agradecía. Fue un recordatorio su llegada. Quizás estaba apostando por las piezas equivocadas.

Durante la comida Natalia trató de centrar la charlar en mi vida para que yo lograra brillar, lo que no sabía es que a mí no me gustaba tocar esos temas. Yo no tenía pasado, o al menos trataba de dar a entender eso.

—Los trabajadores del gobierno siempre son así, Margarita. No se angustie por el comportamiento de Natalia, es completamente normal querer saber hasta el tipo de sangre del afectado.

—No es verdad —lo contradijo—, sólo quería tener un tema de conversación. ¿Qué tiene de mano indagar un poco sobre su familia?

—Si tanto le gusta hablar de eso podría poner el ejemplo —le dijo. No era mala idea, no sabía nada sobre Natalia además de su profesión. En ese momento mi comida pasó a segundo plano.

—Tengo una madre que adoro y una hermana menor, que aunque suele ser insoportable, es mi mayor tesoro —presumió con orgullo. Así que no era huérfana, interesante—. ¿Usted?

—Hijo único, por fortuna —precisó sin dar más detalles. Creo que tampoco quiere extenderse demasiado así que Natalia pareció captar la indirecta y me miró para incluirme en la cuestión.

—¿Qué? —Me hice la desentendida—. Tuve padre y madre, como todos. Ya deberías saber cómo nacen los niños, Natalia, ya estás grande, ¿cuánto años tienes?

—Veintisiete. Y sé perfectamente cómo —se defendió—, di clases de responsabilidad adolescente en secundarias estatales hace como dos años. No fue la mejor experiencia del mundo porque algunos jóvenes eran muy difíciles, pero hice mi mayor esfuerzo.

—Hubiera pagado por ver esa clase —se burló el otro al ver su incomodidad. La verdad es que yo no entendía nada pero me reí por si era un chiste—. Yo tengo que lidiar con esos diablillos todo el año y ser testigo de esas clases que se tornan en un torbellino de opiniones.

—¿Los adolescentes debaten? —curioseé porque en mis tiempos no se nos permitía hablar más de la cuenta.

—El día que dejen de hacerlo se acabará el mundo, Margarita —me respondió como si ese fuera uno de sus grandes anhelos.

Sin embargo, mi mente se había quedado clavada en la diferencia entre el ayer y el hoy. Sí que cambiaban los tiempos y las costumbres con los años. Antes apenas si se me permitía articular un par de palabras sin valor. Si me familia me vieran ahora no creerían que su Margarita, aquella que jugaba en la tierra húmeda y se pasaba horas lavando ropa vieja, estaría celebrando su nacimiento con dos estudiados... Sorpresas te da la vida, y lo mejor es que apenas empezaban.
 

🔸🔹🔸🔹

Nos sentamos en la sala para abrir los obsequios.

—Primero el mío —anunció ella dándome la caja dorada que había traído consigo. Era pequeña pero elegante.

¿Que sería?

No me demoré mucho en saberlo. Un pequeño collar con una M en el centro descansaba en la fibra de algodón que le servía de cama. Era muy bonito, demasiado para alguien como yo...

¿Cuánto me darían en la casa de empeño por él?

Bromeaba. No pensaba venderlo porque me salía más caro caminar hasta allá que robar un banco cerca de casa.

—Es muy lindo, Natalia. Gracias, me gusta mucho.

—¿En serio? —se ilusionó antes de ponerse de pie para proponerme estrenar el detalle esa misma tarde. Acepté contenta, aunque después me arrepentí cuando la torpeza de Natalia casi me corta la respiración.

—La estás ahorcando —le avisó Carlos cuando vio mi cara de disgusto al ver que la cadena me apretaba demasiado el cuello—. Convertirás la fiesta en un funeral si no tienes más cuidado.

—Ya, ya —se disculpó cuando al fin la colocó de manera correcta y dedicó unos segundo a admirarla.

Sabía que una cosa tan bonita no combinaba conmigo, pero no pensaba regresarla.

—Ahora es hora del otro regalo —dijo pasándome la otra caja. Hice un intento de adivinar qué era calculando el peso, pero se me ocurrieron muchas cosas.

—Le va a encantar —anticipó él—, su vida se facilitará al cien por ciento.

¿Facilitaría mi vida? Dios mío, mi cerebro me dio una respuesta de inmediato.

Que sean las llaves de un auto, las llaves de auto, las llaves de un auto, no importa si no es de este año. Rompí la envoltura rápido rogando porque mis sospechas se confirmaran.

Las llaves de un auto. Las llaves de un auto. Las... Un diccionario... Un diccionario de sinónimos y antónimos...
¿En serio?

¿Qué clase de broma diabólica era esta? Lo miré exigiendo una explicación. ¿Para qué lo quería?

—Decidí que era bueno que ampliara su vocabulario. —Dejó a la luz su intención de convertirme en un proyecto—. Y no es lo único que contiene la caja.

No traía ganas de ver el resto pero por educación lo hice. Un libro. Sí, un libro.

La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne.

—Pensé que era bueno para empezar —opinó irritándome aún más—. Cuando lo termine podemos intercambiarlo por otro, en el centro hay una librería que realiza trueques.

Qué divertido. Si pudiera brincar me pondría a saltar de la felicidad. UN LIBRO.

—Leer ayuda mucho en la narrativa. El diccionario también le servirá. Si sabe aprovecharlos verá el cambio abismal que habrá de hoy a su futuro.

Carlos sacó ese lado de instructor que no me animó en ese momento. Por fortuna el pastel me salvó de su discurso. Dejé el libro olvidado en el sofá buscando algo más importante, aunque después volvería a él de manera natural. Ya saben lo que dicen, al final lo que es para ti siempre te lleva a él.

🔹🔸🔹🔸

Después de una media hora, cuando la noche comenzó a colarse por la ventana Carlos y Natalia decidieron que era buena hora para volver a casa.

—Gracias por lo de hoy, Natalia —le dije antes de que se marchara.

—No fue nada —minimizó como siempre su buena obra—. No salió como lo planeamos, pero pudo ser peor.

En eso tenía razón. Carlos también se despidió pero sin tanto sentimentalismo de por medio. Me pidió que no faltara a clases y que no olvidara darle una hojeada a su regalo. Sí, le prometí que lo haría aunque no pensaba hacerlo, estaba demasiado cansada para las letras. Al final los vi reñir en la calle, no gritando ni nada de eso, sólo llevándose la contra como siempre. La verdad es que me dio igual y entré a casa a preparar mi cama para irme a descansar. Cuando tengo sueño me pongo de mal humor con facilidad.

No había sido un día tan malo a decir verdad. Analizándolo bien debo remarcar que no me sentí mal a comparación a mis anteriores cumpleaños, incluso llegué a sonreír varias veces y eso era raro.

Antes de tender mi cama escuché el teléfono sonar. ¿Quién sería a esta hora? No esperaba ninguna llamada en especial, quizás por eso me sorprendió tanto al escuchar esa voz.

—¿Margarita?

Un año, un año exacto sin saber de ella. ¿Por qué siempre hacía esto? Escuché la felicitación en silencio tratando de encontrar la lógica en sus palabras. No, no las había.

—Fue un buen día —solté cuando al fin se calló un segundo.

—Me alegro tanto por ti. Me hubiera gustado ir a verte.

—A mí me hubiera gustado también —respondí sabiendo con anticipación su respuesta.

—Pero tengo tantas ocupaciones —se justificó—. Ernesto está por terminar la carrera y estoy planeando un viaje para celebrarlo. Jaime, en cambio, dejó la escuela e intento devolverlo al buen camino. Son tantas preocupaciones las que me roban el sueño que no tengo cabeza para nada.

—Espero tus problemas mejoren, hermana.

—Yo también. Debo irme, tengo que preparar la cena. Te quiero, nunca lo olvides. Hablamos luego.

El sonido de la línea telefónica se convirtió en una melodía desconcertante.

Mejor no lo olvides .

Un nudo se instaló en mi garganta. Sabía que la distancia daña y que los años separan, pero dolía. Dolía saber que para las personas que aprecian sólo significas un compromiso. Una llamada, un abrazo forzado, una charla improvisada... Nada más que eso.

No lloré por más que mis ojos se cristalizaron, lo que sí se robó su voz fueron mis ganas de dormir. Tenía tanto en que pensar, pero no quería hacerlo porque era darle vueltas a un asunto que me desgastaba a su paso. Tuve la loca idea de llamar a Natalia sólo para comprobar que alguien recordaba que existía, pero estaba cansada de ser un problema para todos, por lo que me resigné a ese vacío que me hizo sentir pequeña en el mundo.

Después de mis intentos fallidos por conciliar el sueño tuve que reconocer que debía buscar algo en qué entretenerme. No lo busqué realmente, pero apareció. Cuando recorrí la sala encontré abandonado el libro que Carlos me había regalado... Abandonado, como yo.

Era enorme a mí parecer, imposible que yo lograra terminarlo... Pero estaba tan triste que no pensé si llegaría a su final o no, sólo quería silenciar esa voz que me torturaba en mi cabeza. Necesitaba que el susurro de las letras venciera al titán que me atormentaba.

A nadie le importaba.

En el año 1872 la casa número 7...

Si desaparecía nadie lo notaría.

...de Saville Row, Burlington Gardens -donde murió Sheridan en 1814- estaba habitada por Phileas Fogg...

¿Cuánto tiempo tardaría Natalia en hartarse de mí?

...quien a pesar de que parecía haber tomado el partido de no hacer nada que pudiese llamar la atención...

Y el profesor también encontraría alguien más talentoso y me haría un lado...

...era uno de los miembros más notables y singulares del Reform Club de Londres...

Sabía que se marcharían porque dejaría de parecerles una novedad, que su paciencia y propósitos perderían brillo con los meses, pero me abracé a ese libro y a ese par como una tabla de salvación, una que no soltaría hasta que se partiera en dos y me ahogara sin remedio.

🔸🔹🔸🔹

Un bendito mes, y dos semanas, tardé en terminar el ejemplar. Sí, sabía que había personas que leían muy rápido pero para mí era todo un logro tragarme semejante cantidad de hojas. Estaba tan orgullosa. También me había gustado la historia por lo que hice un cuento siguiendo una pequeña línea de la trama, pensé que el profesor se molestaría porque eso me restaba originalidad, pero estaba demasiado satisfecho por mi ligero progreso que lo dejó en segundo plano.

Además no se cansaba de repetir lo mucho que me ayudó el diccionario ese porque ya no repetí con tanta frecuencia los verbos.

—Le dije que le sería útil —reiteró cuando utilizó menos tinta para marcar mis errores que ya no ocupaban toda la hoja—. Ahora trabajaremos más en las descripciones...

—Tampoco le exijas demasiado —intercedió Natalia a mi favor.

—Ella puede hacer eso y más. —Su voto a mi favor elevó mi autoestima.

—¿Usted lo cree? —me atreví a preguntar.

—No perdería mi tiempo si no lo fuera así. Es por eso que estaba pensando algo más ambicioso que sólo escribir un cuento para dos lectores...

—¿De qué se trata? —indagó la muchacha estudiando la intenciones de su compañero.

—Es momento de pelear en las grandes ligas, esto ya es un juego de niños. Debemos dar el siguiente pasó.

Eso de dar el siguiente paso no me agradaba tanto, arriesgarse no era lo mío.

—Que consiste en... —insistió en saber.

—Tú debes saberlo mejor que yo, pero te daré una pista... El viejo y la mar.

¿Qué?

🔹🔸🔹🔸
Espero les gustara el capítulo ♥. Se vienen cosas grandes. Gracias por su apoyo. Los quiero mucho.








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