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Capítulo 5

No le conté a Natalia lo que pasó en clase, no fuera a ser que quisiera ayudarme y terminaran encargándome transcribir la Biblia a mano.

No podía culparla por lo sucedido, tampoco agradecerle claro está, pero es que al final sus intenciones eran buenas. ¿Eso es lo que cuenta, no? Natalia era la única persona que mostraba interés por mi bienestar, incluso más que mi propia familia. Familia, como si yo tuviera una de verdad. Llevar el mismo apellido no es suficiente para mí.

Me recosté en mi vieja cama borrando esos pensamientos de mi cabeza en una perfecta combinación del crujir de mis huesos y la madera. Ya no era una jovencita, todo era prueba de ello. Extrañaba irme a recostar con esa sensación esperanzadora de resolver mis conflictos, por más grandes que fueran, al día siguiente. Ahora un cuento  me quitaba el sueño. Qué patética puede llegar a ser la vida.

Tonto profesor. No le deseaba el mal pero ojalá siguiera soportando a adolescentes rebeldes por el resto de sus días.

No entendía su mala voluntad. ¿No se suponía que tenía que ser un apoyo? ¿Era tan infantil para dejarse llevar por un comentario y vengarse de todo aquel que tuviera una relación con el involucrado? Y se supone que yo era la loca.

Esa sonrisa que me dedicó para achicarme no alcanzó su cometido, pero sí logró otro efecto igual de amargo.

Me removí inquieta en el colchón. Había escuchado que la mayoría de las buenas historias nacían en los sueños o después de tomarse una botella de ron, descarté eso último, apenas lograba pagar el agua potable. Usaría lo de los sueños porque era gratis.

Cerré mis ojos deseando con todas mis fuerzas encontrar una idea tan sorprendente como para deslumbrar a mi profesor. Si tenía buena suerte el encargado de los sueños podría pasarme todo ya narrado y ya sólo me encargaría de transcribirlo en la mañana...

Pero yo no tenía suerte, menos buena.
Bonito sueño tuve esa noche. Nada. Vacío. Negro. Un escenario oscuro que no hizo más que ponerme de pésimo humor. ¿Qué tenía contra mí la vida que quería que hiciera todo el trabajo yo sola? A otros les ayudaba...

Me resigné y obligué a mi cerebro a crear algo decente, peor es nada, para entregar en un lapso menor a las ocho horas.

Piensa.
Piensa.
Piensa.

Creí que ya rozaba la hora desde que me había sentado a desayunar frente a mis apuntes por si se me ocurría algo, por desgracia eran sólo cinco minutos.

Era agotador. Ahora sé que mientras más fuerces una idea, mayor es su resistencia por salir. Sin embargo, en ese momento exprimí toda la creatividad que mi interior guardaba.

El tiempo se agotaba y mis ganas de estar frente a la hoja también. Hasta el café se me figuró a un helado. Escribiría lo que fuera, el típico niño que se pierde y aprende una lección de obedecer a sus padres. Nunca fallaba. Y después aguantaría la derrota, aceptaría que perdí con dignidad y...

Jamás.

Tracé unos garabatos para relajarme, o ese era el propósito. Todo esto me iba a terminar matando. La fuerza que aplicaba a la pluma no hizo más que reventarla y escurrir la tinta por el trozo de papel. Maldición, lo que me faltaba. Resoplé mientras me levantaba a lavarme las manos, si la tinta se secaba sería una batalla sacarla de la piel. Después me dispuse a limpiar el batidero que manchaba todo a su paso. 

Si comprara plumas de buena marca esas cosas no pasarían. Si hubiera ahorrado tendría para comprarlas. Si hubiera tenido algo para ahorrar no estaría aquí. La mancha se extendió y el color azul dejó huella a su paso sin detenerse. Eso pasaba siempre con estas cosas parecían que tenían más vida que yo...

Entonces apareció como una roca que te golpea y no te mata de milagro. Una revelación. La tinta se convirtió en un buen elemento para mi invento. Quizás podría ser un pintor que la usara para hacerse famoso... O qué tal si invertía los papeles. ¡Sí! La tinta sería la protagonista.

Estaba tan entusiasmada que con dificultad traté de rellenar los huecos que el centro tenía.

La historia en mi cabeza era mejor que cualquier película y novela del mundo. Lo malo de todo es que se redujo mucho cuando lo pasé a la libreta porque no tenía mucho vocabulario y las oraciones eran simples.

Una gota de tinta vivía en un alto techo. Era pesada, grande y de color azul. Estaba cansada de vivir arriba por lo que quiso bajar hacia abajo...

Sí, en ese entonces me pareció necesario especificarlo. Así igual también di detalles de relleno que sólo servían para llenar más la hoja que fue testigo de la vida de un hombre que pasó del fracaso al éxito.

¿Se imaginan que esas cosas pasaran?

La gota se estrellaría con el piso en su huida y dejaría a la luz una obra deslumbrante que después sería adjudicada al pobre vagabundo en apuros.
Sentí poder al darle lo que más añoraba. Sabía que no existía, pero casi pareció hacerlo entre letras.

Tardé horas en terminarlo, pero valió la pena, llevaba mucho tiempo sin esa sonrisa que se dibujó en mi rostro cuando coloqué el punto final. Ahí comencé a ser feliz de nuevo, a sentir algo más que resignación. Ojalá hubiera sido tan fácil reconocerlo en ese momento.

Apenas tuve tiempo de darme un baño antes de que Natalia llegara a casa. Me importó poco llegar al salón con el cabello más mojado que un pez y con una sonrisa de lunática, porque ese era el día, el día en que Margaret nació.

🔸🔹🔸🔹

Al final de la clase el profesor llamó a cada uno de los que quedábamos y revisó con cuidado sus escritos. Una eterna espera que a mis nervios nos ayudó. Yo fui la última, no me sorprendió, pero sí lo hizo el hecho de que tardara más con el penúltimo. Creo que lo hizo a propósito porque justo cuando se dio la salida me llamó a mí.

—Margarita, espero que no le moleste quedarse unos minutos extra.

Mirgiriti, ispiri qui ni li molisti qidirsi inis minitos ixtris.

¡Claro que me molestaba porque lo hizo adrede y  perdería el camión! Si me asaltaban y moría se las vería negras.

—No, claro que no —mentí entregándole el cuaderno a regañadientes.

Sonrió satisfecho de mi reacción y lo hizo aún más cuando Natalia se asomó a la puerta para recogerme.

—Justo estaba esperándola —celebró el profesor poniéndose de pie para abrirle la puerta como si ansiara su llegada—. No quería empezar sin que viera el avance de su pupila.

—¿Disculpe?

—Seguí su consejo y empecé a preocuparme en mayor medida de mis alumnos —le explicó mientras le pedía que tomara asiento—. Así que ayer encargué un pequeño cuento para explotar su creatividad.

Y mi paciencia también.

—¿Un cuento? —Natalia me miró desconcertada—. Yo me refería a que tratara de entender su ritmo.

—Más rápido.

—Más lento —lo corrigió remarcando las palabras con urgencia—. Era evidente que más lento, no se haga el inocente.

—Lo hecho está hecho. Trate de ser más específica a la próxima —dijo antes de tomar mi libreta y pasar sus ojos almendrados por las líneas disparejas de mis palabras.

La morena quiso debatir casi al instante pero él estaba muy concentrado para prestarle verdadera atención. Sabía que sería más estricto conmigo y se detendría a mostrarme todo los fallos sin rodeos. Sus expresiones decían todo y nada. Estudié cada gesto que se le escapaba, pero no logré deducir si era bueno o malo. Fue hasta que alzó la mirada que descubrí que algo grande se avecinaba.

—¿Sacó esto de internet? —me preguntó sin titubeos.

—¿Inter...?

¿Qué clase de banda era esa?

—Ni siquiera tiene internet —intervino Natalia con ese tono busca pleitos que siempre usaba.

—Existen los cibercafés, señorita. Quitándole la simpleza y algunas fallas de escritura el texto es... —Pensó unos segundo antes de escoger la palabra—. Extraño.

¿Extraño?
Habiendo tantas palabras tuvo que escoger esa.

El profesor le pasó la libreta a Natalia para que ella juzgara por si misma el texto. No entendía qué causaba tanto escándalo. Era un cuento familiar.

Él se puso de pie para releer a la par de ella y cuando ambos terminaron me miraron como si hubiera asesinado a alguien. ¿Qué les entregué, la tarea o una nota de secuestro?

—Wow... —Suspiró Natalia sin agregar nada más, eso me preocupó—. ¡Está genial!

De un momento a otro me abrazó y zarandeó como si no tuviera columna vertebral. Sí que estaba feliz.

—Es grandioso. De verdad que la idea es muy buena —me felicitó emocionada—. Es evidente que falta pulirlo, pero es maravilloso.

Yo aún estaba tratando de procesar el momento. ¿Maravilloso? ¿Grandioso? ¿Qué era Natalia una máquina de sinónimos?

El profesor a un costado del espectáculo parecía pensar en el origen del universo. ¿Qué se traería entre manos?

—Acepte que es muy bueno —le recriminó ella con un aire triunfal—. Al menos reconozca lo bien que lo hizo para ser una principiante.

No era necesario, o al menos no lo consideré porque estaba tan atontada por la situación que dejé mi orgullo de lado. Tal vez lo hacían sólo para subirme el ánimo, pero la ilusión de Natalia era tan palpable que comencé a creer que podía ofrecer algo.

—Bien. Felicidades, Margarita. Confieso que me sorprendió —respondió antes de volver a su lugar como quien acepta una derrota—. Quiero que mañana me traiga otro de estos cuentos.

¿Qué?
Me había costado mucho hacer ese... Además, a los demás no les pidió nada.

—Tampoco sea abusivo —debatió.

—La mediocridad es el peor enemigo del hombre, usted y yo lo sabemos —comenzó a filosofar—. Si tienes un diamante te toca pulirlo.

¿Un diamante?
Qué intensos estos dos.

—Quiero que todas los días escriba, Margarita. Todos —remarcó—. No importa si sólo es la nota del supermercado. Olvide si es bueno o malo, si es talentosa o no, sólo no deje de hacerlo. La práctica hace al maestro y nadie avanza si se descansa demasiado.

—¿Cuál es el propósito de todo esto? —Quise saber para analizar si valía la pena el sacrificio o sólo era una nueva estrategia de molestarme.

Que lo convierta en parte de su vida. Yo le ayudaré a corregirlos después de clases. Gratis por cierto —propuso con buena actitud.

Y eso en lugar de convencerme me hizo dudar más. ¿Ahora quería ayudarme? ¿Dónde estaba la cámara escondida?

—Margarita, existen dos tipos de personas en este mundo —me explicó con paciencia ante mi silencio. Era como si estuviera compartiendo un secreto importante conmigo—. Las personas como Natalia que apuestan por todos, y las que sólo lo hacemos cuando descubrimos potencial. Soy realista, no quiero convertirla en escritora, eso es soñar demasiado y roza en lo ridículo, pero puede dar más que el promedio. Eso puedo firmarlo.

Más que el promedio.

No fue lo que dijo sino cómo lo dijo lo que me orilló a intentarlo. Ambos parecían esperar algo de mí, quizás era momento que yo también lo hiciera.

🔹🔸🔹🔸

Hice lo que me ordenó. Cada día creaba pequeños cuentos. Algunos eran simples y aburridos, buenos para echarse una siesta. Otros mostraban algo más interesante. Desde el principio, después de la emoción, me habían hecho ver todos mis fallos con franqueza. Había momentos en que ya no quería hacerlo porque sentía que me había estancado, pero el profesor era de metas claras y firmes, no me dejaba fallar nunca. No sé si eso era bueno o malo. Después de clases se sentaba en el escritorio y me remarcaba mis errores para explicarme como no volver a cometerlos. Natalia, por otro lado, ya no era la chica que sólo se encargaba de llevarme al colegio, ahora también se había convertido en mi única lectora, aquello que siempre tenía comentarios para mí. Incluso cuando las cosas estaban mal hallaba algo bueno por destacar.

Encontré un ritmo de altos y bajos al que me acostumbré. Hubiera seguido con esa rutina lo que me restara de vida, anotando ideas que no tenían fondo, pero entonces recibí un inusual regalo de cumpleaños que me hizo ver el mundo desde otra perspectiva. Una que prometía mucho más.

🔸🔹🔸🔹

Gracias por leerla 🔹❤.
Ya nació Margaret.

Los quiero.














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