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Capítulo 37

No puedes mandar tu novela a todas las editoriales del mundo y creer que eso será suficiente.

Según Carlos había que enviarla a las que publicarán propuestas similares. Es decir, si una se dedicaba a novelas de romance, perderíamos el tiempo intentado con algo de fantasía. Eso dijo él, yo la hubiera enviado a todas, chance y pegaba.

Además, había que hacer una carta de presentación, una propuesta editorial y otras cosas de las que Carlos se encargó porque eso no se me daba bien. Mandamos todo, no nos arriesgaríamos a que lo ignoraran al faltar un documento. Que eso podía pasar de igual manera, pero si uno da motivos de ahí se agarran.

Así que después de hacer una lista de opciones comenzamos a probar suerte con editoriales nacionales e internacionales. Incluso mandamos dos manuscritos físicos, por lo que barato no salió la cosa. No me estoy quejando, soy plenamente consciente que en la vida todo cuesta.

Pero dos manuscritos, por el amor de Dios, piensen en los árboles.

—¿Qué pasa si no aceptan? —quise saber pese a lo obvio que era la respuesta. Era sólo que esperaba un plan B, una idea de resignación que me mantuviera animada.

Carlos cerró la pop cansado de tanto trabajar. Llevábamos todo el día en eso. Pobre, yo lo hubiera ayudado, pero más ayuda el que no estorba.

Además, sólo tengo dos manos. ¿Si me ponía a trabajar cómo sostenía las galletas?

—¿En serio quiere conocer la respuesta a eso? —se burló porque realmente no sabía si quería escuchar lo que él tenía para mí. Viniendo de Carlos no esperaba algo lindo.

—Supuse que me dirías que a Rowling la rechazaron doce veces y ahora es un éxito mundial. Ya sabes, para que no decayera.

—¿Por qué siempre usan ese ejemplo? —me preguntó divertido.

—Porque es el único que me sé —confesé con sinceridad. Pero yo podía ser usada de ejemplo cuando supieran que había sido rechazado más de quince veces—. Qué quieres qué diga, yo no ando investigando los fracasos de los demás, con los míos me basta y me sobra.

Al final nadie sabía qué iba pasar, podía terminar siendo un éxito o quedarme donde estaba. Cualquiera de las dos estaba bien al final. Nosotros ya habíamos hechos la parte del camino que nos correspondía ahora sólo quedaba esperar por una respuesta, negativa o positiva. Pero para eso se necesitaba tiempo.

Tiempo, un buen consejero cuando se escucha a consciencia y un enemigo latente cuando se usa de excusa.

🔹🔸🔹🔸

El café que vendían no era de mis favoritos, pero supongo que la señorita que atendía lo interpretó así. No la puedo culpar, cuando ya llevas dos tazas es normal que se piense eso.

Tal vez sí estaba bueno, pero es que por más bebida que probaba el sabor nunca parecía llegar, quizás porque los nervios le ganaban mi atención en cada batalla.

No recordaba sentirme tan ansiosa antes, ni siquiera esa vez que fui a cambiar un shampoo que ya había abierto y fingí que era completamente nuevo. En mi defensa dejaba el cabello espantoso...

—¿Quiere algo más? —me preguntó amablemente la joven al verme tontear. Debía consumir algo o me echarían después de quince minutos acariciando la misma taza.

Le hubiera dicho que sí de haber traído conmigo más dinero, pero como tampoco esperaba gastar y consumir tan rápido tuve que decirle que esperaba a alguien.

La chica me sonrió compasiva al pensar que me habían dejado plantada después de más de media hora en solitario. La realidad era que había llegado antes para reflexionar, quizás así después de un rato decidía retirarme y huir de la boca del lobo antes de cometer una locura.

Pero ya era demasiado tarde. Tarde como siempre.

Verónica entró al local sin hacer mucho escándalo, tal como la ocasión anterior. Lo única diferencia era que yo, por primera vez, la había llamado.

No me pregunten la razón, a esta altura ya deben conocer la respuesta.

Pensaba mientras la veía acercarse en cómo habíamos llegamos a ese punto. Dibujando un océano entre nosotras siendo incapaces de cruzar al otro lado. Supongo que el amor es una fuerza importante, pero la voluntad es el arma definitiva.

Verónica y yo éramos buenas compañeras. Mentiría si dijera que éramos muy unidas, quizás porque mi carácter jamás ayudó para que eso pasara. Ni con ella, ni con nadie. Pero tengo buenos recuerdos de nuestra infancia y adolescencia, de charlas y anécdotas tranquilas, de travesuras y sueños.

Hasta el día que murieron mis padres.

—¿Margarita, pasó algo? —Mi llamada debió ponerla ansiosa porque su semblante estaba cansado, como si no hubiera dormido bien—. ¿Te asaltaron otra vez? En mi defensa esta vez no fue mi hijo —se adelantó antes de que, en su imaginación, al local entrara toda la policía.

—No, nadie me robó esta vez. —Negué enseguida. Los políticos no contaban porque eso sería entrar en detalles—. Te llamé porque quería charlar contigo.

La cara de Verónica me dictó lo confundida que estaba con mis palabras, parecían más lógico que lo del robo se repitiera que la citara para una charla casual. No era una charla casual, pero ella no lo sabía.

—¿Pasa algo malo? —insistió ante tanto misterio—. Vas a volverme loca sino me dices qué...

—Perdón —solté de la nada porque eso de las grandes entradas con drama y lágrimas por todos lados me parecían más complicado que llegar al grano.

—¿Qué?

Aunque supongo que tampoco podía ser tan directa.

—Perdón, perdón por todo —repetí—, y te perdono también sin que tengas que pedírmelo.

—Margarita, pero qué estás diciendo...

Qué buena pregunta. Respiré tratando de hallar un poco de paz en la tormenta de ideas que me golpeaban.

—A veces pienso que no quiero morirme y encontrarme, a dónde sea que vaya cuando eso pase, con nuestros padres y me reprochen por no hacer esto —comencé porque cuando uno no sabe qué inventar es mejor hablar con la verdad.

Ellos eran la pieza que sostenía todo y al marcharse se vino abajo. O esa es la excusa que uso para simplificar que pensar diferentes trazó un trecho enorme entre nosotras.

Voy a contar en resumen lo qué paso, y para eso debo regresar a una despedida. No soy muy fanática de ellas, pero la vida nunca te pregunta qué te gusta y que no, simplemente sucede. Un día te levantas y tu vida ya no es la misma, sin tiempo para prepararse, para pensar, sólo sucede y ya.

Ese día llovía, mucho a decir verdad, por lo que el cementerio se quedó vacío más rápido de lo esperado. Y eso no fue lo único que quedó desolado con su partida.

Dos mujeres jóvenes solas, en un mundo como en el que yo vivía, era una desgracia. ¿Se lo pueden imaginar? No, yo tampoco le veía lo grave, pero la gente de mi antiguo pueblo avecinaba caos y dificultades para nuestra vida en soledad. Allá se consideraba una locura que una mujer sobreviviera sin un hombre, sobre todo si esa mujer era tan extraña como yo. Una que siempre le llevaba la contra al mundo.

Supongo que Verónica creyó  lo que ellos decían, y temió por su felicidad, así que un par de semanas después del funeral me anunció que había conocido a un tipo y que si la cosa pintaba bien se casaría con él tan pronto pasara el luto.

Yo, tosca y dura como sigo siendo, le dije que estaba demente. En esos tiempos la idea de venir a la capital ya estaba zumbando en mi cabeza y deseaba que ella la considerada también. Era el momento de salir y descubrir algo más que lo que la comunidad me ofrecía.

Al final las dos, ramas del mismo árbol, nos encaprichamos con nuestra visión del futuro y comenzamos a tener roces por nuestros comentarios. Yo decidida a llegar a la capital, ella ansiando una familia.

Verónica no bromeaba, así que pasado los dos meses me presentó al fulano con el que pensaba emparejarse toda la vida. Le llevaba algunos años y era todo menos agradable. Me desagradó desde el primer momento en que lo vi, quizás por considerarlo un obstáculo para mi sueño, o tal vez porque algo me indicaban que tuviera cuidado.

Abelardo era un hombre ridículo, sin respeto por nadie, y para acabar temprano la lista de defectos, un sinvergüenza de lo peor. Era una costumbre que coqueteara con todo el mundo, que hablara puras estupideces y enamoró a mi hermana con un par de palabras sin trasfondo. Ya me olía que esas frases que se aventaba eran un discurso ensayado, porque parecía político en campaña con texto aprendido, por los que me decidí a investigar más de él.

No fue muy difícil averiguar que se metía con todo el mundo y que mi hermana no era su único amor como él decía. Se lo dije a mi hermana pensando que aquello sería más que suficiente para que se alejara de él, pero ella confiada a que mis palabras eran una excusa para deshacerme de su presencia, no me creyó. Imaginó que lo había inventado, y yo orgullosa como era le dije que parecía gustaba le vieran la cara de tonta, que era su problema. Creo que también tuve parte de la culpa, una grande, porque mostrarme tan descontenta con su sueño y no apoyarla desde un inicio me hizo ver como la villana.

Un mes después me dio fecha para su boda y me resigné a que hiciera lo que quisiera. Pensaba ir, pero faltando un par de semanas para ello tuve un encuentro nada agradable con su prometido.

Claro que creí que ese era el elemento clave para que se cancelara el festejo. Vamos, que pensé que reflexionaría que si tu novio acosa a tu hermana el tipo es todo menos decente. Pero para mi sorpresa, y decepción, Verónica no creyó en mi versión sino que además apoyó al patán de Abelardo que le había inventado que yo lo provocaba y que mi mala actitud se debía a los celos hacia ella porque tenía un partidazo.

Lo que parecía tener era un golpe en la cabeza que le impedía pensar bien.

No sé qué me ofendió más, que Verónica creyera que era capaz de algo así o que pensara podía gustarme alguien como su futuro esposo.

La cosa fue que empaqué mi ropa y abandoné mi antiguo hogar para venir al centro del país. Era algo que en algún momento pasaría por lo que me sirvió de excusa para dar el siguiente paso, porque yo siempre necesitaba una excusa antes de avanzar. Siempre.

Pasó un tiempo antes de que pudiéramos reunirnos de nuevo. El problema es que en esa ocasión hablamos sólo lo necesario, sin referirnos a los roces anteriores, y jamás logramos cerrar el ciclo porque preferimos ignorarlo. Y con el paso de los años nuestra relación se fue complicando hasta reducirla a simples llamadas de un par de minutos una o dos veces al año.

Eso es lo que pasa cuando no atiendes un golpe a tiempo, sigues viviendo con el dolor, ignorándolo, hasta que es imposible hacerlo. Hasta que duele tanto que cuesta ponerte de pie.

Yo, según Abelardo, era una mala influencia para Verónica y sus hijos. Mis ideas del mundo fueron cambiando con el descubrimiento de la ciudad y eso no me pareció agradarle a un hombre con ideas tan arraigadas. Menos cuando le sugerí a Verónica la idea del divorcio.

Vamos, era evidente que no era feliz en su vida y pensé que podía empezar una vida nueva con sus hijos lejos de ese sitio. Sin embargo, aquello sólo reforzó la idea de que yo era una mujer loca que no quería sentar cabeza y nos separamos cuando consideraron que no era una buena consejera. Después de todo mi egoísmo parecía ser tan irracional que era capaz de destruir una familia.

Su obsesión por ese concepto llevó a Verónica a una vida horrible, y a mí a un miedo ridículo por no repetir su patrón. Así ella se quedó en una casa siendo infeliz y yo decidida a estar sola por siempre. Supongo que los extremos son malos en todo caso.

Yo también me equivoqué porque nunca hice lo suficiente. Estaba tan molesta con su actitud que jamás la ayudé realmente a salir de ese pozo. Nunca la escuché, ni la comprendí. Preferí resignarme con monosílabos, con llamadas vacías y palabras de aliento forzados. Preferí eso a enfrentar el pasado y a perdonar.

El silencio se volvió eterno, tanto que empecé a creer que tal vez ya tenía noventa años y no me había dado cuenta, y cuando mentalmente ya iba por los cien Verónica se atrevió a hablar.

—Mi vida está llena de errores —comenzó, estaba a punto de decirle que la vida en sí es una lista de ellos cuando se adelantó—. Hice mucho daño por ello.

—Y también sufriste tú —le recordé para que entendiera que no era la antagonista. En este punto de mi vida nadie lo era.

—¿Qué importo yo? Pero tú, mis hijos...

—Verónica, nunca te diste cuenta de que tu mayor error fue que no te quisiste lo suficiente para ponerte al mismo nivel que los demás —la interrumpí sorprendiéndola. Quizás era muy ruda con mis palabras, pero necesitaba decírselo—. Ya va siendo hora de que te des cuenta de eso.

La vi guardar silencio antes de echarse a llorar. Pero a diferencia de la ocasión en la comisaria está vez el llanto venía del fondo, de ese cajón olvidado que llevas años sin abrir. De ese que tiene recuerdos amargos, las luchas pérdidas, los errores que atormentan, los minutos en la basura. Ese que cuesta tanto volver a enfrentar.

—Te dije tantas cosas hirientes —se lamentó con sinceridad, la culpa parecía pesarle mucho—. Nunca debiste irte de casa, ni debí poner mi ilusión adolescente antes que ti. Debí creerte cuando me dijiste...

—Ya no importa —la corté cogiendo todo lo que estaba en mi pecho para dejarlo a la luz—. Verónica, el pasado ya no me importa, por eso te llamé. No me interesa seguir cargando rencores, ni remordimientos a estas alturas. Necesito que me perdones y decirte lo que pienso para poder ser libre. Esta es la última puerta que necesito cerrar para ser feliz.

Hablé con la verdad que logré reunir en mi pecho. Ya no podía seguir levantándome cada mañana y fingir que no me dolía no saber de ella, que mi corazón aguantaba todo el peso de un coraje de años atrás. Ya no quería seguir así, porque no odiaba a Verónica, nunca lo hice. Lo que en un momento fue molestia por la decepción se convirtió en costumbre.

Y ya no podía seguir haciéndome daño por costumbre, por no tener el valor necesario para arreglarlo.

—Si tu felicidad depende de mí, por primera vez haré las cosas bien —comentó mirándome a los ojos. Me odié tanto por tener que estar viendo sus ojos tristes, por estar cerrando el capítulo hasta que ambas parecíamos otras personas—. Perdóname por todo, por cada cosa y día que te lastimé. No tienes idea de lo cobarde que fui, de lo horrible que me sentí... Y te disculpo aunque no sé de qué. Tú sí te mereces ser feliz, y yo no soy nadie para impedirlo.

—También mereces ser feliz.

—Ya no, Margarita. Yo no soy tan valiente. Por eso te admiro tanto, hiciste tantas cosas que yo jamás pude.

—Nunca es tarde, te lo diré yo —le aseguré para que no decayera. Confiaba plenamente en lo que estaba por decir—. Si hay algo que amas, hazlo. No pienses en las velas de cumpleaños que pones en el pastel, ni en las horas que otros pasarán hablando de ti. Eso no te lleva a ningún lado. La felicidad está en uno mismo.

—Lo haces ver tan fácil —comentó risueña ante mi buena actitud. Así debía sentirse Natalia siempre.

—Es sencillo.

—No lo es.

—Bueno, tienes razón —reconocí porque tampoco pensaba mentirle—. No lo es, pero nada en la vida es fácil. Nada. Y si hacemos un montón de cosas por obligación, supongo que podemos esforzarnos un poco más por algo que nos haga feliz.

—Te escucho y no creo que seas tú. ¿Qué te pasó?

—Tuve ayuda —resumí—. A veces cuando estás en el fondo necesitas que alguien te eche la mano. Y no me cuesta reconocerlo, al contrario, estoy agradecida por ello. He conocido personas que marcaron mi vida. Y yo, si tú quieres, puedo ayudarte a ti.

Era una propuesta verdadera, no solamente palabras. Necesitaba recompensar a la vida por toda la suerte que cargaba al final.

—Margarita, me equivoqué esa tarde —soltó de sopetón y yo ya sabía a donde iba la charla porque era algo que no olvidaba. Uno jamás puede echar al olvido algo que significó tanto—. Me equivoqué cuando te dije que nadie te querría y que no llegarías a ninguna parte. Te fallé y no sabes cuánto me arrepiento de eso.

Y en respuesta le sonreí. No era necesario que lo dijera porque ya no me importaba. Hace años quizás sí, en ese momento no.

Para ese día ya había demostrado que podía lograr más de lo que yo misma me no proponía, y había encontrado el cariño sincero de dos personas que me apoyaban en todo momento.

Ya no necesitaba la voz de otros para comprobarlo, porque lo sentía en el pecho. Era completamente feliz.

🔸🔹🔸🔹

Capítulo corto, pero necesario para ir cerrando ciclos antes de irnos ❤. ¿Pueden creer que quedan cinco capítulos antes de decir adiós? :(

Para compensarlos tengo una sorpresa. La semana pasada les hablé un poco sobre ella, pero es momento de revelarla.

Hice un capítulo que no pienso publicar porque no es relevante para la trama, pero creí que sería una buena idea que ustedes pudieran leerlo. Así que decidí que lo subiría al grupo de lectores.

¿Es necesario leerlo? No, claro que no, como escribí arriba es algo que no suma ni resta a la trama, pero lo escribí y me gustó el resultado por lo que no quise se quedara en un rincón.

¿De qué se trata? Es escena sin mucha relevancia, sólo muestra la convivencia de dos personajes. Tiene romance, así que si no les gusta ese género no es necesario que lo lean. Más bien es como un regalo para los que les gusta la pareja de Carlos y Natalia.

Quiero leerlo, pero no tengo facebook. Tampoco se angustien por ello, pienso publicarlo aquí mismo al terminar la novela en un apartado de extras. ¿Por qué entonces no lo publicas ya? Para tener el libro ordenado. Así que apenas termine Margaret lo subiré aquí también. En realidad el único beneficio del grupo sería que lo podrían leer hoy.

¿Por qué haces preguntas y te respondes sola? Porque estoy igual de loca que Margaret.

Así que si gustan leerlo pueden unirse al grupo:
JanePrince394 (Wattpad) - Oficial.

Está de más decirlo, pero me encantaría verlos por allá ❤. De corazón gracias a todos los que ya forman parte de esa pequeña familia.

Los adoro.

PD: No quiero revelar nada, pero los capítulos que siguen están imperdibles.

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