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Capítulo 35

Había dormido hasta tarde escribiendo respuestas y como toda acción tiene una consecuencia ponerme de pie la mañana siguiente fue todo un reto. Gracias a Dios el café me ayudó a echar a andar la cabeza y no quedarme flojeando todo el día en la cama, como me hubiera gustado.

Lo único malo es que las noticias esa mañana en lugar de ponerme viva comenzaron a arrullarme. Estaba comenzando a preguntarme si de verdad había una buena razón para alejarme de mi dormitorio ese día. Escuchar entrevistas de todos lo candidatos en el espacio informativo no me pareció una.

Suspiré cansada de muchas cosas, sobre todo de no tener nada que hacer. De un tiempo para acá tenía ese problema, sentirme en un círculo vicioso de lo más aburrido. Debía alejarme del ocio o terminaría loca en menos tiempo de lo que tenía en mente. Que aquí entre nos tampoco era mucho.

¿Qué podía hacer? Pensé en escribir otro libro, pero no tenía ideas para él. Quizás si durmiera más tendría otro sueño que me dictara la trama... Margarita, deja de pensar en dormir.

¿Inscribirme en otro curso? Dios, la idea no era mala, pero definitivamente la descarté. Para esas cosas había que ser responsable y constante todos los días, y a mí el sentimiento me duraba apenas un rato. Me conocía, terminaría echando todo por la borda a la segunda semana.

Mientras busqué en que entretenerme escuché el pronóstico del tiempo. No entendía cómo podía hacer tanto frío en esa temporada, en mis tiempos para esos meses el calor era insoportable. El clima estaba loco, un día parecía un helado puesto al sol, el otro un cubo de hielo de la nevera. Consideré haberme equivocado de mes, pero no, estaba loca pero no tanto.

Tampoco podía presumir de ubicar muy bien los días. Si recordaba en qué época vivía era porque tenía presentes las fechas importantes, esos eventos que sólo se repetían una vez al año y que no debía olvidar. Por ejemplo, el día de reyes, la independencia, el día de muertos, la graduación, mi cumpleaños, el cumpleaños de la señora de esquina, el cumpleaños de... ¡Madre mía!

¿Cómo lo había olvidado?

Ese día era el cumpleaños de Natalia.

🔹🔸🔹🔸

Carlos llegó a casa a las tres de la tarde, como todos los días, pero por los nervios me había parecido que se había tardado más de la cuenta. Llevaba un rato regañándome por ser tan olvidadiza, y como ya no me soportaba, apenas puso un pie dentro de casa corrí, eso es un decir, a su encuentro. Ni siquiera le permití dejar el maletín antes de soltarle todo lo que traía en la cabeza.

—¡Carlos! ¿Sabes qué día es hoy? —pregunté lo más rápido que pude. No se me atoró la lengua de puro milagro. Lo vi dejar sus cosas sin prisa antes de contestar.

—Sí, estoy bien, gracias —rio sin dejar de lado ese pequeño detalle. Vamos, Carlos, eso te lo puedo preguntar cualquier día—. ¿Lunes?

—Sí, pero no cualquier lunes —le expliqué para ver si él padecía de ese mal llamado no saber ni en qué día vives. Esperé un rato, pero no agregó nada. Sí, el también era víctima—. Hoy es el cumpleaños de Natalia.

Contrario a lo que imaginé Carlos no se vio sorprendido, ni siquiera desconcertado con mis palabras. Estaba empezando a pensar que a él todo en la vida le valía un cacahuate.

—¿En serio? ¿Lo recordó usted o lo vi por ahí? —quiso saber más por curiosidad que por interés. Claro, no confiaba en mi capacidad para recordar fechas importantes. Y tenía razón.

—Desde que me levanté lo tengo presente —mentí con una facilidad que me asombró. Después de esto el premio a mejor actuación no me pareció tan lejano—. Y ya sabes lo que pasa cuando alguien cumple años...

—No nos hacemos más jóvenes.

—Exacto... Espera, no. ¡Debemos celebrarla! Además, ni siquiera la he felicitado. ¿Qué clase de mejor amiga, casi abuela, soy? —Lo vi apunto de responderle pero le hice un gesto negativo para que entendiera que era un decir, no necesitaba respuesta a esa interrogante. Yo la conocía muy bien.

—Puede llamarla.

¿Qué? ¿En qué mundo vivimos que uno se gasta cinco pesos de saldo para marcarle a alguien y luego ya se quitaba el problema de encima? ¡No! En mis tiempos uno se aventaba las dos horas de camino para un saludo, aun cuando no trajera nada de regreso. Los problemas no cuentan.

—Estaba pensando que podíamos ir a visitarla a su casa —propuse convencida que mi idea era digna de una mención. Carlos conocía su edificio, yo el número de su departamento. El plan estaba hecho a pedir de boca.

O al menos para mí lo era, pero el muchacho no lució muy convencido después de escucharme. ¿Cuál era el problema? Ya ni yo que no tenía automóvil.

—¿A su casa?

—Ni modo que a la parada de autobús. —Ese día creo que Carlos andaba medio adormilado porque le costaba coordinar las ideas—. No lo esperará —di más puntos para que aceptara, necesitaba ir a la casa de Natalia, y si Carlos no accedía, iría en un taxi o a pie, pero no podía quedarme aquí como si nada—. Será una sorpresa.

Y vaya que lo sería.

🔸🔹🔸🔹

El edificio donde vivía Natalia era más grande de lo que tenía en mente. De sólo imaginar el esfuerzo para subir hasta el último piso se me revolvió el estómago. Dios, cómo podían los inquilinos ver desde la ventana la ciudad entera y no vomitarse por la angustia de imaginar qué pasaría si se rompiera el condenado vidrio y terminaran más tapizados que una alfombra.

—¿Todo bien? —La voz de Carlos encerrada en las paredes metálicas del elevador me alejó de mis divagues. Bendito el hombre que creó estas máquinas.

Asentí algo distraída mientras sostenía el pastel que habíamos comprado camino aquí. Carlos se había ofrecido a ayudarme con él, pero no era necesario, yo podía perfectamente. Ni que fuera pastel de quinceañera. Además, la idea había sido mía, aunque el dinero fuera de él. Era una repartición justa. Sin mi imaginación y sin sus recursos monetarios no lograríamos mucho.

—¿Cuál es el número de su departamento? —quiso saber después de una decenas de veces con la misma pregunta.

—Veintitrés —repetí mientras las puertas se abrían para dejarnos ver una fila de entradas de madera con un número tatuado en el centro.

Nunca viví en un edificio con vecino tan cercanos, pero supuse que sería divertido. Daba para muchas anécdotas divertidas y vergonzosas, de esas que tanto me gustaba tener.

Caminamos examinando cada uno de ellos y no tardamos mucho en ubicarnos en el que nos interesaba. El número veintitrés estaba casi al finalizar el pasillo. Era idéntico a los demás, sino fuera por la señal cualquiera podría confundirse.

Traté de pegar la oreja a la entrada para escuchar algo, pero al recordar que Carlos estaba conmigo tuve que actuar como una persona decente y tocar anunciando nuestra llegada.

Esperamos unos segundos, pero nada, y como la paciencia no era una de mis virtudes, volví a insistir por si no me habían escuchado.

—Mi puerta debe sentirse afortunada —se burló Carlos por la fuerza que utilicé. Ignoré su comentario porque de igual manera terminaría rompiéndola algún día.

¿No habría nadie en casa? ¿O habrían visto por la mirilla y al observar que llegaba visita corrieron a ordenar todo para que el lugar se viera medio decente? Esa última siempre la aplicaba yo.

Me debatí entre intentarlo una vez más, pero no estaba segura de que sirviera de algo, después de todo en ese momento no haber avisado no pareció lo más coherente del mundo. Había pasado por alto la posibilidad de que Natalia saliera festejar a un restaurante o a una fiesta lejos de aquí.

En un caso así lo único que quedaba era dejar el pastel en la recepción con el recado... Pero para no correr riesgo mejor me lo llevaba a mi casa, así quedaba bien resguardado y luego comprábamos otro igual. Al menos así no me quedaría con el antojo.

Antes de poder decírselo a Carlos y retirarnos sin hacer más escándalo la puerta se abrió de un golpe.

—¡Sorpresa! —anuncié por pura inercia, sin notar que no era Natalia la que abría. Sí, alguien había desconectado el cerebro de mi boca y por eso ocurrían estas cosas—. Estas son las mañanitas que cantaba el rey David, hoy por ser día de tu santo te las cantamos aquí. Despierta mi bien despierta... —Mi voz se fue apagando al descubrir mi error, y para terminarla de fregar, se me había ocurrido cantar como un payaso.

El hombre que se encontraba frente a nosotros me miró como si hubiera perdido la canica, y la verdad es que justificaba su semblante. Le di un vistazo disimulado para poder analizar si había algún parecido entre Natalia y él, pero no encontré ningún gesto compartido. Era un hombre alto, corpulento, de cabello crespo y ojos oscuros. Esperaba que fuera su familiar, así mi error quedaba en un círculo cercano.

—¿Buscan a alguien? —nos preguntó sin disimular su confusión. Yo traté de regresar a mi posición formal, esa que me inventaba cuando quería cavar un pozo y meter la cabeza.

—¿Yo? Claro... A Natalia Espinosa. —Agradecí recordar su apellido, se hubiera visto muy mal preguntar sólo por su nombre—. Soy... —No me dejó darle mi nombre para que le avisara que éramos nosotros, apenas escuchó el nombre giró su cabeza hacia el interior para llamar a alguien a todo pulmón.

—¡Cariño, ven un momento!

¿Cómo podían no quedarse sordos los que vivían con él con tremendo vozarrón? No pude taparme los oídos porque al hacerlo soltaba el plato, y mi misión era cuidar del postre. Tampoco me atreví a regañarlo, no fuera a ser que se enojara y terminara siendo puré de Margarita...

Esperen... ¿Cariño? ¿Así le dirían a la mamá de Natalia? A su hermana no, el hombre estaba muy grande para ella. Bien podría terminar en el cárcel si era el caso, sobre todo si alguien lo denunciaba. Y a Natalia evidentemente no le decían así. ¿Por qué? Porque yo digo. Aún guardaba la esperanza de que Carlos y Natalia tuvieran algo aunque parecían lejanos a la  posibilidad.

—Creo que nos equivocamos...

—No, no, no —insistió él antes de que me diera media vuelta y corriera hacia el automóvil—. Ya está aquí.

Traté de articular palabra para cuestionarle algo, pero estaba tan confundida que no sabía qué decir.

Cuando mis ideas empezaron a ordenarse una figura abandonó las sombras del interior dejando ver una silueta diferente a la que tenía en mente.

—¿Qué sucede? —Su voz adormilada me regresó el aliento. No era Natalia, y viéndola tan joven, dudé fuera su madre. Tal vez era su prima...

—Buscan a una Natalia Espinosa —le contó el otro. La chica pensó unos segundos su respuesta, y cuando creí que hablaría un bostezo se adelantó.

—¿Natalia? —Talló sus ojos dispuesta a despabilarse. Dios mío, su actitud sólo me recordó que yo tenía que estar durmiendo la siesta en lugar de pasar por vergüenzas—. Soy mala recordando nombres. —Hizo un ademán con las manos dando a entender que estaba haciendo memoria—. Oh, ya, buscan a la trabajadora social. Ella no vive aquí, su departamento es el treinta y dos.

¿Treinta y dos? Definitivamente yo también tenía mala memoria...

—Quién diría que el cambio de un número tiene tanta importancia —le platiqué entre risas a Carlos cuando volvimos al elevador. Y no sé por qué a él no pareció darle mucha gracia mi pequeño error.

Eso era para los que decían que el orden no afectaba el resultado, traten de explicárselo a Carlos porque yo simplemente no entendía.

🔸🔹🔸🔹

—Este si es el bueno —dije mientras nos acercábamos a la puerta correcta. Lo mencioné con toda la actitud que logré reunir, que no era mucha, pero intenté fuera la suficiente.

—Con usted nunca se sabe cuál es el bueno.

Ignoré su halago antes de tocar a la puerta, esperaba que abrieran deprisa porque ya me dolían las manos de tanto andar cargando el bizcocho ese. Esta vez no cantaría, ni haría el ridículo, hasta comprobar que fuera la persona indicada.

Para mi buena fortuna no tuvimos que esperar mucho a que atendieran a nuestro llamado porque casi enseguida una chica, de unos quince años, se asomó a la entrada con la mirada perdida en su teléfono celular.

Esperé unos segundos a que nos preguntara lo básico, pero apenas nos dio un vistazo y volvió a dedicarle toda su atención al aparato que traían en sus manos. Yo no me atrevía a hablar, no por temor, sino porque estaba muy entretenida tratando de comprender cómo podía picarle tan rápido a la pantalla. ¿No le dolería los dedos por las noches? A mí se me despedazaban las rodillas cada vez que intentaba moverme superando la velocidad que acostumbraba. Lo justificaba en los adultos que llevaban años de práctica. ¿Los niños de ahora nacían con el manual incluido?

Carlos tosió para llamar su atención y por inercia también captó la mía.

—¿Qué tal? —Nos saludó casual guardando su teléfono en el bolsillo del pantalón. Me pareció que ni siquiera le pasó por la cabeza que podríamos ser peligrosos. Está bien que una mujer de arriba de setenta años con un pastel de flores distaba de la imagen de una secuestradora, pero en mis tiempos no había que confiarnos de nadie.

—¿Aquí vive Natalia? —necesitaba asegurarme de la respuesta.

—Sí, pero ahora no está —nos contó y volvió a sacar el celular para teclear algo. Dios mío, estos niños que no duran dos minutos sin esas máquinas del demonio—. No creo que tarde, así que mejor esperen dentro —agregó abriendo paso para que entráramos. No la cuestioné, no fuera que se arrepintiera y me dejara como maceta en el exterior.

El departamento de Natalia era pequeño, de paredes blancas y cortinas de colores claros. Apenas avanzabas unos pasos podía visualizar la sala y el comedor de madera. Ya adentro descubrí que lo único que dividía la cocina y estos dos era una barra donde había de todo un poco.

Entendí por qué Natalia consideró una buena idea que la casa de Carlos fuera el lugar donde me quedara. Natalia tenía un buen corazón, me ofreció su casa aun cuando yo sólo vendría a complicar las cosas, lo hizo sin pensárselo dos veces.

Le entregué el regalo a la chica que lo dejó en la mesa antes de sentarse en el sofá, imité su gesto y obligué al muchacho a acompañarme. No hubo charlas de por medio, ni formalismo, de hecho pareció que ni siquiera estábamos ahí. Bien podría abrirse un agujero en el piso y desaparecer, y nadie notaría mi ausencia. Así debía sentirse la primera vez que vas a visitar a tu suegra. Por eso nunca me casé. La única diferencia es que algunas suegras sí notarían tu ausencia y harían fiesta esa misma noche.

Observé a la chica porque no tenía nada que hacer. Ella sí que compartía algunas facciones con Natalia. La piel canela y ojos expresivos eran algunos de esos detalles. La diferencia más grande era que Natalia hablaba mucho, y la chica no pronunciaba palabra, sólo lo necesario.

—Soy Margarita —dije en voz alta sintiéndome verdaderamente tonta, sólo quería aclararlo por si llegaba la policía y le preguntaba si nos conocía.

—Sí, ya sé —respondió mientras seguía tecleando—. La conozco por la entrevista y porque a Natalia le falta poco para poner un póster de usted en la sala —me contó divertida, me hubiera reído de haber entendido el chiste. Supongo que quedé como una vieja amargada porque no agregó nada.

Pasado unos minutos de ser ignorada por a la familia de Natalia me comencé a aburrir así que mecerme para entretenerme fue mi actividad favorita, lo malo fue que eso no logró mantener mi atención. Esperaba que Natalia llegara pronto y me sacara de aquí. Tal vez sí fue una mala idea venir y...

—¡Sí! —Un grito me levantó de golpe cuando ya estaba cabeceando. Llevé mis manos al pecho viendo para todos lados tratando de encontrar la desgracia, pero nadie pareció alterado. Carlos escondió la sonrisa que le provocó mi reacción y en mi búsqueda descubrí que la chica era la causante de mi sobresalto, y contrario a lo que imaginé, estaba con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Ya tengo quinientos seguidores!

Suspiré aliviada al escucharla. Sólo era eso. ¿De qué servía emocionarse por esas cosas? Esa era la pregunta que me hacía todos los días al ilusionarse por las mismas razones.

—Usted tiene muchísimos más. —Me sonrió alegre sin percatarse que casi me mataba. Me sorprendió que fijara sus ojos en mí, sobre todo porque pareció realmente interesada—. ¿Cómo lo hizo?

¿Meterme en problemas, hacer escándalos, equivocarme?

—No fue fácil —confesé siendo honesta. Eso sonó mejor que un resumen de todo lo anterior. Vi sus ojos agrandarse esperanzada a que le contara la fórmula secreta. El caso era que no la había. Y si alguien la sabía definitivamente no era yo.

Supuse que mi respuesta no le fue suficiente, pero antes de que pudiera insistir en sacarme información que no existía el sonido de la puerta me salvó de una explicación sin sentido e improvisada.

Vi entrar a Natalia deprisa, traía consigo un par de bolsas y apenas nos observó su mirada dictó que la sorpresa sí había funcionado. No necesitó hablar para entenderlo. ¡Nunca me había alegrado tanto verla!

—¡Feliz cumpleaños! —grité después de unos segundos donde lo único que hizo fue pasar sus ojos chocolate de cara en cara. Mi exclamación la sacó del trance y poco a poco una sonrisa se fue dibujando en su rostro.

—No sabía que vendrían —se justificó por hacernos esperar. Ni nosotros. Dejó la bolsas a un lado y me abrazó agradeciéndome las palabras. Olvidé todo lo que había pasado al notarla feliz. Eso era lo importante—. Me hubieran mandado un mensaje avisándome para no entretenerme por ahí —dijo viendo a su hermana, a la que la indirecta le importó un comino.

—Trajimos pastel —remarqué, como si con esa frase cualquier evento sacado de la manga fuera lógico.

Rio por mi comentario antes de abrazar a Carlos como sólo ella lo hacía.

Mientras observaba la imagen descubrí a una mujer cruzando la puerta.
Conocía de quién era ese rostro por una fotografía, una postal que la misma Natalia me había enseñado hace unos meses. Seguía manteniendo mi postura que su madre y ella no se parecían en nada.

Lo que más me sorprendió fue que a pesar de no tener un semblante tan vivaz como el de Natalia, su actitud era muy similares. Así que la imagen de la madre tierna y tímida podía quedar en el olvido.

—Dios mío, visitas. No se porque no me sorprende que nadie nos avisara. —A diferencia de Natalia la mujer nos saludó de inmediato y no ocultó la energía entusiasta que la noticia pareció provocarle—. Usted tiene que ser Margarita —dijo mientras me abrazaba. Esta familia sí que era afectiva. Se alejó unos centímetros para apreciar mi cara como si tuviera algo en ella—. Natalia me habla tanto de usted. No tiene una idea de las ganas que tenía de conocerla. Sobre todo después de que saliera en televisión —me codeó con actitud de ganadora—. Y tú eres Carlos. Idéntico a como te describió mi hija —le informó con una sonrisita. Quise echarle más leña al fuego al comentario, pero aún no entraba en confianza para cometer una imprudencia.

—Quédense aquí —nos pidió deprisa, como si una idea se hubiera instalado en su cabeza sin analizarla—, les vamos a preparar algo especial. Ayúdame, Natalia.

Porque no es tu cumpleaños si tú no te friegas por los invitados. Si lo sabía yo...

—No deberían molestarse —agregué por pura cortesía, la verdad es que la idea de comer me gustaba mucho.

—¿Molestarnos? Claro que no. A mí no me molesta, ¿a ti Natalia? —La muchacha rio por la actitud de su madre antes de negar con la cabeza y concentrarse en otras cosas—. ¿A ti, Lizbeth?

—¿Qué? —Su otra hija estaba más perdida que yo la primera vez que escuche una palabra en inglés.

—Deja ese teléfono, ya —la regañó sin mirarla, estaba demasiado ocupada para dirigir toda su atención a la menor—. Te vas a quedar ciega.

Auch, hasta acá me cayó la pedrada. Me acomodé los lentes al recordar la buena época donde no los tenía y cómo me había acostumbrado a ellos. La mayor parte del tiempo ni siquiera los sentía.

—¿Mamá, cómo voy a quedarme ciega con un teléfono? En ese caso todo el mundo estaría ciego —rio dejando el sofá para acercarse a donde ella estaba. Sí que le causaba gracia lo que su mamá le había dicho, a mí aún me dolía.

Yo dejé la sala para irme a sentar a una de las sillas que cercaban la barra, así no me sentía tan alejada del resto.

—Eso no quita que no esté bien que dependas de esa cosa —le dijo antes de ofrecernos algo de beber. Yo no rechacé nada, necesitaba refrescar mi garganta para disfrutar el drama—. Dejas de hacer tu vida, salir, cumplir en el colegio. Usted es profesor de secundaria, ¿verdad que encargan tarea todos los días? —le preguntó a Carlos cuando se acercó por la bebida.

—Todos los días sin falta —dijo con una seguridad que me asombró. Si no lo conociera me la hubiera creído, pero sabía perfectamente que lo había hecho sólo para fregar. Y Natalia también lo descubrió, porque sólo negó con la cabeza antes de sonreír.

—¿Lo escuchas, Lizbeth? —La mujer pareció contenta por la respuesta del profesor, como si tuviera pruebas para afirmar algo—. Y no me digas que está exagerando, cuando yo iba a la secundaria siempre encargaban labores. A menos que el profesor faltara y...

—Te estás ganando muchos puntos —le susurré a Carlos al ver cómo lo miraba la hermana de Natalia. Definitivamente estaba deseando su muerte.

—Habla como si creyera que de verdad me interesa ganar puntos —me respondió Carlos con simpleza. Sí, a él tenían que odiarlo primero para que la cosa funcionara. O al menos así pareció funcionar conmigo, Natalia, con todos. La única excepción de la lista era la madre de la muchacha que parecía encantada con él.

—Casi lo olvido, debo mostrarles algo —dijo de repente como si la idea hubiera aparecido de la nada y se negara a olvidarla con el pasar del tiempo. No entendí nada, pero supuse que se trataba de esas visitas donde se mostraban fotografías de la niñez de alguien y se hacían pláticas donde todos nos burlábamos de anécdotas que los involucrados deseaban olvidar. Sin embargo, no se trataba de nada de eso. La mujer se despidió de la cocina un momento y nos pidió que la siguiéramos. Natalia no fue invitada para su desgracia.

Caminamos unos metros de la sala a un pequeño pasillo que supuse era el camino a las habitaciones. Al final de este había una mesita con libros y demás cosas.

—Dicen que los libros son capaces de cambiar el mundo —susurró ella mientras me entregaba un ejemplar que descansaba sobre la madera.

No supe si darle la razón, ni siquiera la intención de sus palabras, al final yo no sabía si todo el mundo podía cambiar por una obra, pero al menos mi vida sí había dado un giro.

—A Natalia desde que los conoció pasa mucho tiempo entre libros, tanto que hasta me pegó la curiosidad y comencé a leer los que terminaba —me contó con una complicidad que me sorprendió. Qué bueno que Natalia no leí novelas cargadas de escenas de adultos porque su madre ya lo hubiera puesto como camote.

—¿Encontró algo interesante? —preguntó Carlos mientras observaba la portada de un ejemplar. No necesitaba observarla mucho, debía tener grabado el dibujo en su cabeza. Después de todo quién olvida un bicho en la presentación.

—No. —Me agradó que fuera tan sincera, no tenía pelos en la lengua—. No porque sean malo, simplemente no es lo mío.

—Yo también decía eso —reconocí más para mí que para ella—, casi golpeé a Carlos el día que me regaló un libro en lugar de un auto como esperaba.

—Bueno, pero al final le sirvió más el libro —resaltó.

—¿Qué? Bueno fuera, si hubiera sido un automóvil lo hubiera vendido, con eso podía comprarme miles de libros, una televisión de varias pulgadas, un microondas, una radio... —Se me acababan las opciones—, pero no me estoy quejando.

—Era necesario aclararlo —se burló Carlos.

—Al final si vende sus libros podrá comprarme mucho más que esas cosas, dicen que los escritores se hacen millonarios —me motivó.

¿Millonarios? Miré a Carlos para comprobar si yo podía hacer tanto dinero con páginas de papel, porque de ser así le hubiera echado más ganas, pero él negó con la cabeza para que me bajara de la nube.

—Los escritores que venden miles de libros en el mundo son casos contados. La mayoría no ganan lo suficiente para darse una vida llena de lujos, menos si están empezando.

—Y peor si ni siquiera tienes publicado nada —dije.

—Pero lo tendrá —me respondió de lo más confiada, casi como si pudiera firmarlo—. Lo que bien empieza termina igual. Además, yo necesito leer su libro y no me pienso quedar ciega frente a una pantalla. Si es tan bueno como Natalia perjura podría tenerlo pronto en mis manos.

Fue lindo escuchar que Natalia y Carlos tuvieran fe ciega en mi trabajo, aun cuando estaba lejos de merecerlo, era como si ellos pudieran regalarme de a poco la seguridad que me faltaba. Quise agregar algo, pero ver a Natalia acercándose me silenció.

—Yo también unirme a la charla —mencionó al vernos tan concentrados. Seguro pensó que estábamos contando anécdotas, pero aún no.

—Les enseñaba tus libros, ya le dije a Margarita que me comprarás su libro —le platicó. Ella apoyó la idea y llegué a verme firmando ejemplares con tantas personas seguras de ello.

Su madre me preguntó sobre un libro de Wattpad que estaba entre los demás. Le platiqué todo lo que sabía, con todo y spoilers, con ella no tenía que medirme porque dudaba le interesara que era secreto y que no.

—Aún lo tienes —le comentó Carlos a Natalia aprovechando que estábamos en otra cosa, bueno, yo estaba pendiente de ambas. Un ojo al gato y otro al garabato.

—Claro que sí, no pensarás que iba a tirarlo a la basura. —Rio ella mientras lo tomaba para hojearlo—. Es mi lectura actual, ayer comencé a releerlo porque me trae buenos recuerdos.

—¿Debería sentirme especial? —bromeó él para que el sentimentalismo no gobernara, pero yo sabía que lo decía en serio.

Ella sonrió y antes de que pudiera hablar me sorprendió oír la respuesta.

—¡Sí! —Lo más gracioso fue no escuchar la voz de Natalia, sino la mía. Y más aún cuando no estaba sola, tal parecía que su madre también estaba muy interesada en el suceso.

—Que si quieren pasar ya a la mesa —trató de salvarse. Yo le seguí el juego porque si ella quedaba libre yo también.

Nadie dijo nada más, supongo que para no hacer más grande el asunto, pero los hechos valen más que las palabras.

Contuve una risa cuando camino al comedor vi a la mujer levantar el pulgar emocionada para que sólo Natalia la viera, la muchacha escondió el rostro entre sus manos por la vergüenza.

—Gracias de verdad por venir —nos dijo Natalia camino de nuevo a la sala cuando estuvimos los tres solos. Había dejado que su madre se adelantara, lo más seguro, para evitar más momentos bochornosos—. Es muy importante para mí.

—Agradécelo a Margarita —señaló Carlos—, los créditos son para ella.

—No podía faltar a tu fiesta —reconocí ya que estábamos en el tema. Ni siquiera existía la posibilidad de hacerlo, al menos no en mi cabeza.

—¿Fiesta? ¿Una fiesta de cinco invitados? —Le pareció gracioso que la llamara así, pero había un significado oculto en mi frase.

—Cinco son mejor que uno.

La vi sonreí cuando entendió lo que quería decirle.

Repetí la respuesta que ella me dio cuando festejó mi cumpleaños, una celebración a la que yo me negaba y que terminó marcando mi vida. Ahí comenzó mi amistad con Carlos y fortalecimos la nuestra. Es fue el primer evento, ajeno al colegio, en el que interactuamos.

Ahí recibí mi primer libro. Me gusta pensar que ese día marcó de manera significativa mi vida. Por eso no podía sólo llamar a Natalia, no después de que luchó con mi terquedad para que saliera del pozo. Se había aventurado a invitar a Carlos aun cuando nuestra relación era todo menos amigable. Se había quedado cuando todo pintó para un desastre y sacó energía de donde no la había para convertir una ruina en hogar.

Ellos me habían regalado un poco de luz en esa oscuridad que estaba consumiéndose  y yo quería recompensarlos de igual medida. No porque necesitara hacerlo como un pago, sino porque me nacía.

🔸🔹🔸🔹

De la celebración de Natalia puedo destacar varios sucesos. El principal fue verla tan alegre, parecía que tener a todas las personas que consideraba como su familia en un mismo lugar le había tatuado una sonrisa en el rostro. También noté que escondía algo, y supuse que Carlos tenía que ver. No la llené de cuestionamientos porque con las indirectas de su madre que la envolvían en situaciones incómodas ya tenía suficiente.

Lo otro que me resultó peculiar fue el cambio en su semblante al descubrir un número que apareció en su celular cuando estábamos en la mesa. Por su reacción sospeché que una mala noticia se avecinaba, porque fue el único momento que la note distante, pero al preguntarle sobre ello aseguró que no era importante. Escucharla tan convencida hizo que le creyera.


Definitivamente no debí hacerlo.

🔹🔸🔹🔸

Nos despedimos de todos, hasta del conejo que andaba muy campante. La muchacha lo llevó en brazos hasta la salida para despedirnos.

—Siempre saben cómo alegrarme —nos agradeció con sinceridad—. Me encantó el pastel, tenerlos aquí, escucharlos...

—No es nada. Además, donde hay pastel allá voy —le aseguré con toda mi atención en el conejo. Parecía un bebé con mucho pelo y orejas similares a hojas de elotes.

—A mí me hubiera gustado aclarar unos puntos, pero este es el lugar menos indicado para ello —comentó Carlos. Yo estuve a punto de decirle que hablara, que estábamos en confianza, pero Natalia se adelantó.

—No conoces a mamá, no se le escapa nada —respondió para que no hablara más del tema, y supuse que también se refería a mí porque me estaba mirando.

¡Oigan, no que muy amigos, y a la mera hora no quieren contarme lo que me interesa!

—Entonces si no podemos charlar de nosotros habrá de poner sobre la mesa un tema que nos incumbe a los tres. —No sabía a qué se refería, pero no me dio tiempo ni de preguntar—. Va llegando el momento de editar el libro y probar con alguna editorial.

—¿Qué? No estás hablando en serio, ¿verdad? —pregunté para conocer si era una de sus bromas, si lo era no me estaba gustando nada burlarse de algo que me ponía de nervios. Lo malo fue que no pintaba para serlo.

—Hablo muy en serio —nos aseguró—. Si aspira a que su libro se exhiba en librerías, llegó el momento de trabajar para ello. No es un trabajo fácil y mucho menos rápido.

Yo no sabía si estaba lista para enfrentarme a un mundo ajeno a Wattpad, a dar el último paso del proceso, el que cerraría la etapa que hace meses había comenzado.

Y tal vez no estaba preparada, pero lo intentaría.

🔹🔸🔹🔸

¡Hola! <3 Gracias a todas las personas que apoyan a Margaret con sus comentarios. El capítulo pasado tuvo muchas reacciones y no saben lo mucho que les agradezco el apoyo ♥.

La historia se nos está acabando...

No olviden unirse al grupo ♥

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