Capítulo 28
Después de la negación llega la aceptación. Sí, ya sé que hay más etapas en medio pero vamos a ignorarlas porque tampoco puedo darme el lujo de ello. No hay tiempo, ni presupuesto.
Le pedí a Natalia que me acompañara a casa de Carlos porque tenía algo importante qué hacer. No preguntó mucho, dedujo que no quería hablar de ello, de lo contrario lo hubiera soltado de inmediato. Ya sabe cómo soy.
El tema no era otra cosa que conseguir el dinero para comprar los dichosos lentes, que aunque no saldrían tan caros porque había un programa social que hacía descuentos de maravilla, tenían que ser pagados de alguna manera. ¿Y adivinen con qué dinero tenía que hacerlo? Sí, con el que me dio mi hermana, que en realidad era mío, pero que su hijo me quitó. Ese dinero ya está muy toqueteado.
Con mi poca coordinación coloqué la llave en la cerradura. Dios mío, aún recuerdo cuando podía cargar cajas y subir escaleras con ellas, y ahora no puedo con una tonta llave.
—Carlos no está —le avisé a Natalia, aunque dudé que ella no lo supiera, sólo para abrir tema de conversación—. No quería faltar a la escuela, seguramente para no dejar descansar a sus alumnos ni un día.
Pobres criaturas...
Natalia sonrió por mis palabras mientras se paseaba por la sala, estaba esperando que hiciera a lo que había venido, pero yo necesitaba mi tiempo. Aunque tampoco debía abusar de su ayuda, sólo había pedido medio día en el trabajo. Un lindo gesto de su parte.
—Es la primera vez que estoy en casa de Carlos sin que esté él —bromeó recargada en el marco de la puerta del cuarto mientras me observa mover todo de lugar.
¿Dónde demonios había puesto el sobre? Memoria de codorniz es lo que tengo. Sabrá Dios si las codornices tienen buena memoria o no.
—Pues te deberías ir a acostumbrando, porque cuando te cases con él pasará muy seguido —dije en voz alta. Creo que Natalia no le lanzó algo sólo en consideración por mi edad, lo cual pensándolo bien es una gran ventaja.
—Margarita... ¿Qué es lo que está buscando? —cambió de tema mientras negaba con la cabeza. Sí, yo no tenía remedio. Y la verdad tampoco buscaba tenerlo—. ¿Quiere que la ayude?
—No. Estoy segura de que sabía dónde estaba el condenado... —Sin embargo no terminé la frase porque las imágenes se acomodaron en mi cabeza formando la escena que necesitaba.
¿Cómo pude olvidarlo?
Debajo del colchón. El lugar más seguro del mundo. Ahí nada de que a Chuchita la bolsearon. No tienes que pagar nada, nadie se asoma, está a tu alcance todo el tiempo.
Natalia me miró extrañada cuando me vio dispuesta a levantar el colchón totalmente emocionada. Sí, era mi tesoro. Así debió sentirse Cristóbal Colón cuando descubrió América, si tan sólo se hubiera enterado, claro está.
—¡Aquí está! —celebré cuando lo saqué de su prisión y pude contemplarlo. Con eso podría pagar los lentes, el transporte y hasta me alcanzaba para un pastelito, pero no llegaría a ser tan sinvergüenza así que eso podía esperar.
La muchacha dejó caer el colchón mientras me miraba entre confundida y divertida. Seguro pensaba que había perdido un tornillo o que era muy efusiva por momentos. Aunque después creí que Natalia se estaba preguntando por qué estaba eso ahí. No lo hacía, pero cuando uno anda con secretos a cuestas por cualquier cosa siente pasos en la azotea.
—No necesita explicarme nada —se apresuró a aclarar Natalia cuando me vio buscando palabras en mi pequeña lista.
Era bueno saber eso.
—Lo sé. Llevo mucho tiempo teniendo presente que no debo explicarle nada a nadie, pero a veces me gustaría agarrarlo de excusa para poder hablar —confesé. Así todo sería más fácil, no me ahogaría con las mismas palabras cientos de veces. Por primera vez en muchos años siento que no estoy sola, y me niego a volver a estarlo porque construyo barrera.
—O podría sincerarse solamente porque la hace sentir mejor —propuso Natalia comprensiva sentándose a mi lado—. No necesita tener un motivo. La escucho si así lo quiere.
¿Lo quería?
No lo sé. Eso de abrirse estaba difícil, yo era una caja con doble cinta adhesiva protegida de cualquier intento de sentimentalismo. Sin embargo, pese a que me negaba a salir de ese caparazón, era vulnerable, demasiado diría yo, al interés de otro. Y Natalia era una persona que escuchaba en silencio a los que apreciaba, quizás por eso me sentía en libertad de decirle lo que estuviera en mente.
—¿Puedes creer que mi hermana sí me pagó? —empecé en modo de broma. Natalia sonrió dando entender que ya lo sabía, supongo que el hecho de que la llamara a ella no dejó mucho para pensar—. ¿Y puedes creer que no me alegró cuando lo hizo?
—¿Y eso? —preguntó tranquila. Sí, disimula tu sorpresa por mi avaricia.
—Porque la única razón por la que no me fui hace un tiempo fue por no tener el dinero, y ahora ya lo tengo. La próxima semana entregan el otro cheque y será imposible seguir dándole vueltas al asunto con quedarme aquí.
—¿Carlos le dijo que tiene que irse? —preguntó preocupada. No sé si por la situación o porque quería saber si él había reaccionado así.
—No. No habla de eso. Supongo que tampoco quiere sonar cruel. Pero ya sabes lo que dicen, el muerto y el arrimado a los tres días apesta. No puedo esperar hasta cansarlo. Tampoco debo ser abusiva.
—¿Y no quiere buscar una nueva casa? Parecía gustarle la ideal principio —comentó—. Quizás piensa que le ocurrirá lo mismo y algo malo puede pasarle. Es normal sentir miedo. Pero yo puedo acompañarla si gusta.
—No creo que ese sea el problema. ¿Te acuerdas cuando te dije que quería estar sola porque así era feliz? —Asintió sin hacer mucho esfuerzo—. Pues sería bueno que lo fueras olvidando.
—Margarita...
—Sé que suena ridículo y que es una niñería ponerme así, pero es que de verdad me gusta vivir aquí. Hasta ya me encariñé con esta pared. Me gusta despertar y saber qué alguien va a preguntar por mí, o que no voy a charlar solo con mi consciencia por las noches. Que de por si ya está toda perturbada.
—Debería decirle a Carlos todo lo que me está diciendo a mí —me animó para que dejara de preocuparme—. Sólo necesita explicarle y estoy segura de que él la va entender. Quién sabe, tal vez hasta le alegre tenerla con él.
—Tampoco hay que exagerar —la detuve antes de que empezara a hablar de cosas imposibles—. Además, estamos hablando de Carlos —enfaticé para que entendiera mi concepto.
—Ya lo sé —rio por mi expresión—. Y si es el mismo Carlos que yo conozco estoy segura de que lo último que piensa en este momento es en hablar sobre su retiro. Mire, Margarita, a él también le ayuda tenerla aquí. A ambos les hace bien estar sintiendo afecto por el otro, y dejar de estar tan solos. Eso a mí me parece un gran avance.
¿Y qué se suponía que debía hacer? ¿Sincerarme así como así? ¿Cómo se supone que uno avanza sin pisar la línea de lástima cuando se anda pidiendo favores?
—Hablar. —Me leyó la mente ante mi enredadera mental que ya parecía un sembradío para ese momento—. Eso siempre es la solución.
No siempre, hay personas como yo que tienen una arma mortal en la boca, mientras más hablan más la riegan.
Pero bien decían en mi pueblo que todo lo que te hundía te podía sacar a flote. Y tenía que jugármela para comprobar que tan cierto era.
🔸🔹🔸🔹
Pensándolo bien quizás sí estoy un poco ciega porque había pasado muchas veces por esta calle y jamás había notado que en ese lugar vendían anteojos. Nunca. Ser distraída también tiene algo que ver sin duda.
Entrar a ese local fue como entrar a una juguetería en diciembre. Todo muy bonito porque saben que adentro te van a dar una buena aporreada.
Había tantos lentes en las vitrinas que fue difícil escoger por dónde empezar. Natalia se acercó a los vendedores a explicarle qué buscábamos mientras yo le daba un vistazo a todos los modelos.
No exagero cuando les digo que no encontré uno igual al otro. Me pregunté en qué momento se habían acabado esos famoso lentes de botella que todo el mundo cargaba en mis tiempos. No, ahí no quedaban ni las sombras de ellos. Los que se lucían frente a mí presumían sus colores y tamaños llamativos como si aquello fuera muestro de orgullo.
Supuse que en la actualidad traer lentes es de lo más normal, de lo contrario no entiendo cómo demonios alguien puede ponerse un arcoíris alrededor de los ojos y no llamar la atención. ¿Quién compra esas cosas?
—Margarita —me llamó Natalia para que me acercara. Y mi pregunta se respondió casi al instante porque uno de los vendedores llevaba unos puestos—. Los chicos van a mostrarles los diseños disponibles. Hay muchos, así que seguro encuentra uno que le guste.
Lo esperaba, aunque a simple vista ninguno terminaba de convencerme.
—¿Tiene algo en mente, Margarita? —me preguntó con familiaridad el otro vendedor.
Negué enseguida porque era imposible hacerme una idea en tan poco tiempo. Muy apenas había procesado la de venir...
—Es muy importante hacer una buena elección porque estos van a proyectar la imagen de nuestro rostro, la parte más importante de nuestro cuerpo —me explicó deprisa—. Así que hay que tener muchas cosas presentes a la hora de comprarlos. Primero que todo considere su estilo.
¿Estilo? ¿Yo, estilo? ¿Eso era opcional o a fuerzas? Porque un pato con sombrero tenía más estilo que yo.
—La forma del rostro es muy importante para poder balancearlo —agregó. ¿Balancearlo? Ni que fuera dieta—. Además, debe pensar en el color y tamaño, pero de eso no debe preocuparse tiene una larga lista para escoger.
¿No era más fácil darme los primeros que encontrara y asunto terminado? Para que enrollamos tanto si al final es un cristal con dos palos a los lados.
Pero no, no era tan sencillo. Porque después de casi una hora de ir y venir entre escaparates y comentarios convincentes terminé descubriendo por qué todos escogen uno distinto. La personalidad. Al menos eso dijo el vendedor que perjuró que eso es lo que nos hace únicos e irreconocibles... ¿O era irrepetibles?
—En realidad quiero lo más simple que tenga —le dije después de que me hiciera miles de preguntas que consideré innecesarias—. Por ejemplo, me gustan esos. —Señalé unos que reposaban en la vitrina continúa. Eran de lo más sencillos, tan pequeños que seguro nadie vería cuando los llevara puestos.
—Señora, esos son un modelo para niños —me explicaron—. Le mostraremos otros.
¿Y no tienen tallas más grande? Ni que tuviera la cara del tamaño de un pastel.
—¿Qué le parecen estos? —me preguntó al sacar unos que estaban a su espalda. Nada nuevo, los típicos de marco negro y líneas finas.
Me los probé sin darle tiempo de sacar otros. Si esos quedaban, esos me llevaba. Ya estaba muy cansada para andarme probando más cuando todos servían para lo mismo.
Sí, no encontré nada de quejarme. Así que esos serían de ahora en adelante mi constante apoyo. Y quién diría que terminaría tomándoles bastante cariño.
🔸🔹🔸🔸
Carlos llegó a la hora de siempre por lo que para ese momento ya me había aprendido hasta de memoria lo qué le diría. Natalia estaba conmigo, porque según ella ya había perdido el día y de nada le servía darse la vuelta si estaba por acabar su turno. A mí me gustó la idea, e incluso le di ideas para justificarse, pero ninguna la convenció de todo. Dizque les faltaba realismo. ¿Realismo? Originalidad es lo que les faltaba a ellos.
—¿Natalia? —A Carlos sí le sorprendió verla ahí. Supongo que pensó que algo había salido mal o que yo estropee algo, porque uno cría fama—. Imaginé que estarías intercediendo en alguna guerra o algo por el estilo.
—Qué gracioso. En realidad, acabamos de llegar y decidí esperar a que estuvieras aquí para no dejar sola a Margarita.
—Muy buena idea, así tengo al menos la posibilidad de saber qué pasó en caso de llegar y ver mi casa hecha un desastre.
—¡Oye, te escuché! —reclamé, luego recordé que no lo dijo en voz baja.
—¿Y qué tal le fue con el oftalmólogo? —preguntó cambiando de tema porque eso era más interesante.
—Pues, mal no me fue. Bien tampoco —le expliqué con calma, aunque después pensé que lo mejor era ser directa. Guardé un segundo silencio para no sacarlo de base con la noticia—. Necesito lentes.
—¿Sólo eso? —preguntó burlándose de mi reacción—. Pensé que se trataba de una enfermedad terminal.
—Tranquilo, uno apenas anda levantándose y ya lo quieren enterrar.
—Bueno, ya —intervino Natalia para que la paz reinara—. Lo bueno es que Margarita ya tiene sus lentes, va empezar a usarlos y acostumbrarse a ellos. Los vendedores fueron muy amables, los mandaron a hacer de emergencias y en apenas unas horas estaban listos.
Sí, porque había que usarlos todo el tiempo. Esperé que algún día pudiera andar sin sentir que me había estampado en una vitrina y me la había traído pegada a la frente. Y ni hablar de las cosas de en medio porque molestaban más de lo que ayudaban. Parecía que traía una horquilla en la nariz.
—Escogí estos. —Le mostré el objeto cuidándolo de que ni siquiera los tocaran. Esas cosas son frágiles. Muy frágiles. Y con mi suerte seguro no me duraban nada—. Había muchos, pero creo que estos van más con mi personalidad.
—Para mí todos los lentes son iguales.
—Explícale eso al tipo que atendía que duró dos horas hablando de las diferencias.
Además, no todos eran iguales según sus palabras. Es como decir que todos las personas somos iguales porque tenemos un cerebro y un corazón. No, cada uno tiene sus accesorios, lo que lo meten a uno en líos por voluntad propia. Y hablando de líos...
—Por cierto, mi hermana me pagó —solté directa, tratando de sonar casual. Bien, quizás debería aprender a ser más sutil.
—Eso sí es una novedad. Aunque si lo pensamos bien era evidente que ocurriría teniendo en cuenta que retiró la denuncia a su hijo.
—Carlos... —lo codeó ella—. Lo importante es que su hermana cumplió con su palabra y es una excelente manera de iniciar una reconciliación.
¿Reconciliación? Vamos despacio. Ya uno no anda para correr, aunque tampoco tuviera todo el tiempo del mundo para aprender a caminar.
—¿Y sabes qué pasa la próxima semana? —pregunté para volver al tema principal— Es la entrega del cheque. Así que ya tendré dinero para poder buscar un cuarto para mí.
—¿Y ya vio algo que le interese? —curioseó sin inmutarse por mis palabras, estaba muy tranquilo con la charla.
No, en realidad no había comprado ni el periódico para darle un vistazo y conocer el precio. Esa hubiera sido una buena idea, al menos tener un aproximado, y además entrenar los lentes.
—No, pero ya estoy en eso —mentí tratando de recordar dónde demonios vendían periódico cerca. Natalia me sonrió para que me animara a hablar e hizo un movimiento con las manos para que continuara, pero Carlos se adelantó.
—Margarita, tampoco es necesario que salga corriendo. Puedo tomarse un tiempo para recuperarse. No quiero que suceda algo y luego tener una demanda por ello.
Qué cariñoso.
Aunque entendí el punto, a Carlos no le gustaba usar palabras dulces para dejar claro algo, pero lo demostraba de otra manera. O al menos yo sentía que poco a poco me estaba ganando su cariño, como él se había ganado el mío.
🔸🔹🔸🔹
Los días pasaron a un ritmo que no puedo describir. Una parte de mí estaba tratando de descansar, pero eso ya no era tan divertido como antes.
Escribir a mano ahora era mi pasatiempo favorito, según porque era relajante, pero a mí me ayudaba a hacer rayones y poder enredarme con mi propia historia a mis anchas. Sobre Wattpad sólo puedo decir que me había tomado unos días en contra de mi voluntad. Y no era que Natalia me amarrara a un silla para que no me pusiera frente al computador, aunque sí era la causante, porque desde que salíamos del hospital siempre encontraba una manera de entretenerme y ocupar todo mi tiempo.
Mis tardes se llenaron de sus visitas que siempre terminaban en algo diferente. Un día traía comida, en otro juegos de esos que uno tiene que pensar, hasta volví a ver la televisión con más frecuencia y comentábamos la mayoría de las tonteras que pasaban ahí. Cuando no podía verme me llamaba y pasaba un largo rato charlando sobre lo que pasaba en su trabajo o en mis líos por mantener un mundo que se me estaba saliendo de las manos.
Atesoraría aquellos momentos en los que parecía que nada malo podría pasarnos, en el que soñé que siempre estaríamos juntos y que todo seguiría así para siempre. Las discusiones de Carlos y Natalia por cosas sin importancia, el té que se enfriaba mientras escuchaba debates que no entendía o la alegría de poder derribar algún bloque que se atravesaba a mi paso. Sentirse en paz. Estar en paz. Un sentimiento que echaría de menos después de lo que se venía.
Nunca se conoce del todo a una persona, eso no es malo, de hecho sería bastante aburrido saber a fondo todos sus gustos o cómo reaccionaría a cada situación. Factor sorpresa, eso que no se agradece, pero que finalmente es lo que le pone sazón a la vida. Y es divertido ir conociendo a las personas poco a poco, ir reuniendo los detalles que el día a día va repartiendo y formar un todo.
Por ejemplo, las tardes en las que se salíamos a caminar solamente para tomar aire fresco o en el que los libros se convertían en nuestro objetivo. Solía leer mientras Natalia se dedicaba a otras cosas, como jugar con burbujas o con cosas que compraba por ahí. Carlos también nos acompañaba siempre con libro en mano, aunque él le leía más rápido que yo, por eso tenía que cambiarlo con más frecuencia. Supuse que también le gustaban esos juegos tontos porque solía detener su lectura cada cierto rato para observar lo que hacía Natalia. La verdad yo no le encontraba lo divertido, y conociendo a Carlos tampoco sé qué le hallaba de interesante.
—Ya se murió otro personaje —escupí enojada antes de darle la vuelta a la hoja que me había acompañado en esa ocasión—. Esto en lugar de libro parece cementerio municipal.
—Y apenas está por la mitad —dijo Natalia dejando de lado su actividad para mirarme—. Lo bueno es que en sus libros nadie muere.
—El aire contaminado me da alergia —dije después de agarrarme un tos por su comentario. Sí, claro, no moría nadie. Aún no degollaba ninguna porque no era necesario, pero según avanzara la trama volarían cabezas.
Traté de volverme a concentrar en mi libro de nuevo para no hablar en voz alta sobre ello, pero no pude avanzar ni un par de párrafos porque el tema había puesto mi mente a trabajar.
Que no publicara en Wattpad no significaba que no escribiera, la cosa era que ahora estaba planeando y lo hacía en borradores para poder reunir algunos capítulos antes de presionarme por otro bloqueo. Además, al no subirlos tenía chance de corregir las incoherencias que a veces la inspiración, y la imprudencia, te hacen poner en la trama. Aunque extrañaba un poco los comentarios positivos. Los negativos, que se quejaban de mi falta de compromiso. se iban acumulando también en mis capítulos. Y yo que pensaba ser impaciente. Si tan sólo se hubieran dado la vuelta en el mensaje que colgué, sabrá Dios dónde, explicándoles la situación otra cosa sería.
—Hablando de libros, hace días llamé a una librería al centro de la ciudad y descubrí que venden varios libros que salieron de Wattpad —nos contó Natalia entusiasmada cuando lo recordó—. Podemos darnos una vuelta, seguro encontramos algo interesante.
A mí me gustaba la idea. Desde hace un tiempo tenía curiosidad por conocer qué habían publicado de la plataforma y poder hacerme una idea de que tan lejos estaba de hacer realidad mi sueño.
—Hay de muchas editoriales. Seguro encontramos tres que nos gusten.
—¿Tres? —preguntó Carlos levantando apenas unos segundos sus ojos de su lectura.
—Sí, yo pienso comprar uno —comentó ella—. Y espero que tú no vayas a salir que no, después de que fuiste tú el que empezaste esto.
—Paso. Las comedias románticas no están en mi lista.
—No sólo hay comedias, hay libros de todos los géneros. Ya verás que seguro encuentras uno que te guste, y quizás hasta te lleves una sorpresa —le dijo como retándolo, pero su actitud quedó en segundo plano cuando recordó algo que le dibujo una sonrisa—. Y hablando de sorpresas tengo una para ustedes —nos señaló ilusionada.
¿Una sorpresa? No pensé que fuera algo importante, después de tantos golpazos que te da la vida uno no se deja impresionar tan fácil.
—Bueno, hace poco les dije que el programa del INEA había tenido muy buena recepción este año, así que los encargados están pensando en invertir un poco más en ello —nos contó.
Lo sabía, sabía que algún día podrían mesas con café y galletas en el salón. Mi propuesta funcionó. Era una pena que yo ya no pudiera disfrutar de ello.
—El plan principal va encaminado a la difusión. Están pensando pagar por publicidad en televisión, lo cual es muy bueno porque muchos de los adultos mayores no tienen conocimiento de los programas.
—¿Y dónde está la sorpresa ahí? —quise saber cuando no encontré nada peculiar. Vamos, era una buena idea que empezaran a invertir en algo que si valía la pena y no en las tonterías que a veces se inventaban, pero yo quería saber lo positivo para mí de eso.
—Que están buscando personas que fueron beneficiadas con los cursos para que participen en los comerciales. Así que yo la propuse a usted.
¿Qué? Alguien debió tomarme una fotografía en ese preciso instante porque creía que me estaban jugando una broma. ¿Yo en televisión? Primero consideré convertirme en boxeadora profesional antes que salir en un anuncio de gobierno.
—¿Y tu propuesta tuvo algún resultado? —se interesó Carlos dejando por primera vez por completo su libro de lado. La verdad es que ninguno de los dos pensaba que esa sería la dichosa sorpresa.
—Sí. En realidad el caso de Margarita, por algunas peculiaridades, es llamativo. Su imagen puede servir para personas de su edad se sientan identificadas y se animen a participar. La chica que trabaja en recepción me llamó para contarme y cuando les escribí para hablarles de usted les gustó mucho la idea.
La palabra mucho es subjetiva. A mí me gusta mucho escribir. A mí me gusta mucho el chocolate. A mí me gustaría mucho ser millonaria. Por una te juegas la vida, por otras no tanto.
—Hay un grupo de personas ya confirmadas. A mí me contestaron apenas hace unas horas para invitarla a unirse —me explicó con paciencia a pesar de mantener mi cara de confusión—. El trabajo es súper sencillo, sólo tiene que seguir el guión que ya está escrito y hablar un par de frases ante la cámara.
No parecía muy difícil, pero no estaba segura de poder hacerlo. Además, no es lo mismo regarla en familia a hacerlo en escala nacional. ¿Cómo se vive después de eso? Es decir, cómo finges normalidad cuando todo mundo te reconoce por algo que hiciste o dijiste mal.
Aunque si lo pensaba bien sólo debía seguir el guión, algo ya escrito, no había margen de error. Únicamente mi pésima interpretación podía arruinarlo, y un par de líneas seguro que no resultarían un problema.
¿Qué ganaba? Es que quizás no ganaba algo significativo, pero tampoco tenía mucho que perder.
Dudé que pudiera ayudar o motivar a alguien en el mundo. Había gente que de verdad hacía cosas importantes, de esas que ves y te sientes pequeño a su lado. Yo no. Yo sólo había tenido suerte, buena y mala, en cantidades exactas para llegar a cierto punto.
¿Qué más daba si no lo hacía? Si no me lo daban a mí se lo darían a otro, y como siempre perdería una oportunidad por razones tontas, por pensar en las cosas negativas antes de preguntarme qué quería yo.
¿Qué quería yo?
—¿Y qué me dice, Margarita, acepta?
🔹🔸🔹🔸
¡Hola! <3
Antes que nada muchísimas gracias por leer el capítulo y por sus comentarios. Adoro leerlos y me ayudan mucho para que la historia crezca poco a poco.
También los invito a unirse al grupo de lectores, cada día somos más <3. Gracias a todos los que me acompañan allá.
¡Los quiero mucho!
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