Capítulo 27
Y aquí termina la historia de mi vida...
Bien, quizás estoy exagerando, pero así debía sentirse estar paseando en la fina línea que separa ambas dimensiones.
Mentiría si dijera que recuerdo con exactitud todo lo qué pasó. Gracias al cielo que se amparó de mí y me permitió descansar unos minutos de esta agonía, porque si estar inconsciente se siente semejante a despertar, la cosa estaría más fea.
Aunque tampoco puedo presumir de poder hacer borrón y cuenta nueva como si nada. Tengo recuerdos distorsionados. Y no, no son nada bonitos.
Para resumir el asunto hay que empezar destacando que me sentía espantosa. Mal. Fatal. Inserte aquí todos los sinónimos que sepan. Me pesaba la cabeza, los brazos, los pies. Era como si una piedra enorme me hubiera caído encima y en lugar de ser Margarita fuera puré de Margarita. No recordaba haberme sentido tan débil en toda mi vida. Y con eso les digo todo.
En la televisión nunca dijeron que dar tremendo azotón tendría tal desenlace, ahí se ve más fácil agarrarle el ritmo de nuevo a la canción.
Natalia me pidió que no me moviera, lo cual no pensaba hacer ni aunque fuera mandato gubernamental, y Carlos que estaba con ella me hizo un montón de preguntas tontas que estaban fuera de lugar. Daba igual mi nombre, mijo, en ese momento lo único que quería era recuperar las fuerzas.
Los demás mirones nada más estaban estorbando porque para ayudar bien que se desaparecían. Para eso me gustaban, no que mucho compañerismo...
No estaba muy segura de qué me había pasado, pero lo que sí intuía era que me había quebrado algo con la caída. Todo lo que se pueda quebrar estaba en la lista de posibilidades.
—¿Margarita, ya se siente mejor? —me preguntó Natalia más nerviosa que yo, unos minutos después en los que me dieron de todo.
Me quejé cuando logré ponerme de pie de nuevo, luego de que se me pasara el cansancio. Eso de estar recostada en público no era tan cómodo. Natalia me había ayudado a no caer de golpe, por eso no me había roto nada. Que aquí entre nos tampoco era tan sencillo.
—Creo que ya te contestó —le dijo Carlos después de ver mi cara de amargada—. Si le vemos lo positivo podemos destacar que no cayó, porque un golpe así puede tener consecuencias fatales.
—¿Esa es la buena noticia? —debatí, porque aunque sí lo eran, en ese momento no me importaban cuando de las otras se estaba llenando el canasto—. No quiero saber cómo están las malas.
Por decir que no quería caerme me di en toda la santa maceta, pero bien y bonito. Ojalá así fuera cuando digo que no me quiero ganar la lotería.
—¿Le duele algo? ¿El pie, las manos, la cabeza? —me inundó de preguntas Natalia mientras me sentaba y se ponía a mi altura para mirarme fijamente.
—Estoy bien —le aseguré para que no se fuera a desmayar ella también. Si eso pasaba esto terminaría siendo una pasarela.
—Vas a robarle el aire, Natalia —le dijo él mientras la tomaba de los hombros para separarla un poco de mí.
—Lo siento. Es sólo que me asusté. Quizás sería bueno que la viera un médico —dijo Natalia mientras revisaba mi cara como si se estuvieran saliendo los ojos. Una exageración en mi opinión, pero no debatí porque estaba entretenida comiendo algo que me habían traído de por ahí. A ese paso me terminaría la mesa de bocadillos yo sola.
Negué con la cabeza cuando vi que se lo estaban tomando muy en serio. Yo tenía mejor salud que todos juntos en ese lugar. No necesitaba de su análisis, estaba muy bien. No quería ir a ver a un médico. Y nadie me haría cambiar de opinión.
🔹🔸🔹🔸
El doctor me recibió dos horas después, estuve haciéndome tonta un rato porque era domingo y los hospitales no están al cien por ciento, sobre todo para aquello que no es una emergencia. Lo mío tampoco lo consideraba una emergencia, pero Natalia sí lo hacía, sobre todo por la edad.
Y en verdad agradecí que me dieran una silla, porque de no ser así no pensaba esperarme de pie mientras el médico atendía a los otros.
Cuando uno es joven uno se cae, se raja la cabezota o se enferma y a los diez minutos puede andar bailoteando, pero cuando uno ya es viejo no es tan sencillo.
Sobre todo, cuando no sabes qué tienes. Supuse que nada de qué preocuparme. Las malas noticias vuelan, yo ya tendría el presentimiento si algo no anduviera bien. Sabía perfectamente que me desmayé porque no desayuné, y lo crean o no, comer es importante.
Escuché la voz de Natalia cuando ya me estaba quedando dormida. Uno apenas está agarrando el sueñito y lo despiertan. Así no se puede.
Hice un esfuerzo por ponerme de pie y caminar hacia el consultorio.
—Buenas tardes —saludó el médico cuando ingresamos al cuarto. Tenía el cabello canoso, pero era más joven que yo. Medio país es más joven que yo, no sé por qué aún lo remarco. Yo traté de mostrarme de lo más atenta aunque no creí lograrlo del todo—. ¿Margarita Rodríguez?
Asentí con todas las ganas que alcancé a reunir. Llevaba bastante tiempo sin venir a un hospital, supongo que había olvidado todo el formalismo que uno debe mantener cuando viene.
—¿Qué le pasa? —preguntó con su vista clavada al computador.
—Nada.
—Se desmayó —intervino Natalia dedicándome una mirada para que no omitiera información, que para eso habíamos venido.
—Pero eso fue hace mucho —traté de minimizar el hecho—. Y no me pasó nada. La cosa es que esta niña cree que no aguanto nada. Así que venimos para que le diga que no, que estoy sana y me pueda ir a festejar.
—Muy bien, Margarita, ya podrá retirarse. Sólo le haré un par de preguntas de rutina antes, ¿de acuerdo?
Asentí porque de igual manera iban a hacerlo, no tenía mucho poder de decisión entre los tres. Me hicieron preguntas de todo tipo, por poco y tenía que contarle hasta mis sueños. Resumir información no fue sencillo, tampoco estaba del todo bien, pero es que no quería armar un drama de algo tan simple. Yo sabía que el dolor de cabeza y el cansancio sólo eran provocados porque antes no hacía casi nada y ahora pensaba mucho. Pero sabía que podía pensar mucho más aún.
—¿Últimamente no ha tenido emociones fuertes o trabajo pesado? —me preguntó fingiendo naturalidad, pero no le creí. Los doctores siempre actúan así para sacarte la verdad.
—No. Todo normal. Estoy muy bien.
—¿Estrés? —insistió.
—No —repetí con seguridad.
—¿Está segura?
Otra vez la burra al trigo. Qué no. Cuántas veces debía repetir lo mismo. A la otra me traía una camisa que dijera no hago nada todo el tiempo.
—Margaret está estudiando y dedica su tiempo libre a escribir —le contó Natalia antes de que el médico y yo nos agarráramos a trancazos—. ¿Eso no afecta en nada, verdad?
—Claro que no, mientras no se vean alterados sus horarios de sueño y estas actividades no la desgasten, ni física o mentalmente, no hay problema.
Los tres nos miramos conociendo la respuesta.
No me pasaba nada.
Sí, acepto que últimamente me alteraba un poco rápido, pero tenía una buena explicación a eso. En mi antigua vida mi máxima preocupación era recoger el cheque el día preciso y que las verduras no se pudrieran antes de hacerlas en caldo. Después las cosas fueron diferentes. Tenía que pensar mi trama, escribirla, responder comentarios, seguir creciendo, ser constante. Ya no podía darme el lujo de no preocuparme por nada. Tenía responsabilidades. Y puede ser que eso me cansara un poco, pero lo prefería a estar siempre viendo el techo.
Además, en un periodo muy corto hubo muchos cambios. Me sacaron de base, ni chance de acostumbrarse. Cambie de casa, aprendí un montón de cosas, conocí nuevas personas y me reencontré con otras. Bastantes líos para pobre corazón.
—Pensándolo bien quizás si necesita un descanso...
—Yo digo que no. ¿Ustedes cómo van a hacer más que yo? Ahora resulta que los patos le tiran a los escopeta. No les crea nada, doctor.
—Margarita los cambio en el ritmo de vida a su edad no deben ser tomados a la ligera.
Y dale con mi edad. Ni que tuviera mil años. Me hacen sentir una momia.
—Margarita, no es nada malo lo que le pasa, hago énfasis porque me parece que tiene relevancia. El estrés no se considera una enfermedad, por el contrario, tu mente y tu cuerpo trabajan para lograr adaptarse a las nuevas situaciones. El problema surge cuando esto supera a su capacidad personal de adaptación, entonces surge el riesgo de enfermar.
¿Que la mamá de quién qué?
—Le ha quedado bien claro.
—Carlos —lo silenció ella porque sabrá Dios si al doctor le gustaban las bromas—. Quizás la hemos presionado un poco.
—No, yo aguanto.
—Esto no es de aguantar, Margarita —me corrigió el doctor que ya estaba desesperado de mi actitud—. Mire, le propongo que se tome unos días de total descanso. Que haga cosas que sean placenteras y que no las relacione con trabajo y obligaciones. Además, sería buena idea que aprendiera a canalizar sus emociones.
—¿Eso significa que ya no puedo escribir?
—No, claro que puede —me tranquilizó—. Sólo tómese unas vacaciones.
—¿De cuántas horas?
Vamos, que no podía ponerme a flojear cuando llevaba varios días sin actualizar. Además, el capítulo ya estaba casi listo. Ya tenía la idea, ya sólo faltaba plasmarlo.
Creo que el doctor rio para no llorar. Escuché que les explicó un par de cosas a las que no les presté mucha atención mientras perdí el tiempo tratando de adivinar las palabras que bailaban en un cuadro colgado a su espalda.
—¿Margarita, cuándo fue la última vez que se realizó un examen de la vista? —dijo al volver su interés a mí.
—Nunca. No lo necesito. Veo muy bien —le conté. Siempre había gozado de vista de águila, mejor que muchos jóvenes.
—¿En serio? ¿Qué dice aquí? —me preguntó señalando una de las palabras que antes me había quitado el tiempo.
Demonios, a mí nadie me dijo que también había pruebas aquí. No estudié, ni preparé psicológicamente para esto.
—Geometría.
—Geriatría —me corrigió. Bueno, por un par de letras no vamos a hacer un drama. Además, lo hice sin ayuda.
—Voy a pedirle una cita con el oftalmólogo para mañana. Es bueno hacerle una visita de vez en cuando —agregó.
¿Qué? ¿Para qué? Yo sabía que ya no veía como antes, pero tampoco le pidan peras al olmo. Para mí estaba excelente en ese aspecto, nada que entrecerrar los ojos o acercarse a las letras no pueda arreglar. No le dije que no pensaba ir porque uno nunca debe contar sus planes en público. A todo le dije que sí, porque de tanto coraje al pobre hombre se le iba a reventar un órgano.
—¿Siempre es así? —preguntó en una especie de broma mientras salíamos, al fin, del consultorio.
—No —respondió Carlos—, la mayoría de las veces es peor.
🔹🔸🔹🔸
Así se arruina una graduación. Date en la maceta en plena ceremonia y no hay mucho qué hacer.
Después de llegar del médico Natalia tuvo la grandiosa idea de pedir mi comida favorita y ponerme una película que me gustaba para que no me desanimara. Sirvió un poco, lo único malo es que cuando veo demasiado la televisión me da sueño, así que ahí estaba luchando por no cerrar los ojos y perderme lo más interesante.
—Podemos comprar pastel si quiere —propuso Natalia sin percatarse que ya sólo estaba la mitad de mí en esa sala. La otra ya se había marchado a dormir—. Así se siente en su propia fiesta.
—¿Fiesta? —se burló Carlos—. Definitivamente se necesita de muy buena actitud para denominar esto con esa palabra.
—Pues aunque no lo creas la actitud es la base de la felicidad —expuso con total seguridad—. Se puede tener todo y con una actitud negativa no sentirse dichoso.
—Y engañarte con ella y dejar de ser realista.
—Eso es otra cosa...
—Ya guarden silencio —me quejé antes de que empezaran con sus pláticas que llegaban a ser eternas—. Pensé que ya se habían calmado. No me dejan dormir... Digo, escuchar los diálogos.
Natalia me propuso que me fuera a recostar, que mañana podía volver a ponerla. Le dije que no, pero terminé tomándole la palabra cuando en uno de mis cabezazos por tratar de mantenerme derecha me dolió hasta el cuello.
—Descanse —me pidió Natalia cuando me acompañó a mi cuarto—. Todo va a estar bien. Mañana amanecerá como nueva —me animó. Traté de creerle, pero no estaba segura de ello. De igual manera me acurruqué y cerré mis ojos para dejarme vencer por el sueño.
O al menos eso esperé, si no fuera porque antes de perderme en una nueva dimensión las voces de ambos, que creían ya estaba en el quinto sueño, me alarmaron.
Dejen dormir a gusto.
—Definitivamente mi concepto de éxito no pensó en limitaciones —agregó Carlos, no sé si para él o para Natalia. Aún estaban en la habitación, supongo que estaban observándome para vigilar que no hiciera una tontería. Lo que ellos no saben es que mis sueños se quedaban cortos en comparación a mi realidad—. Debo ser el primer profesor que manda a una mujer de setenta años al hospital.
—Carlos, no tienes nada que ver eso contigo.
—Si soy sincero, y lo pensamos a fondo, sí tengo responsabilidad. Superviso a Margarita tanto en el colegio, como en su avance como escritora. Y en ambas le exigí demasiado. Tuvo un crecimiento extraordinario, pero olvidé las consecuencias del escalar demasiado rápido.
—Pero eso no significa que sea tu responsabilidad. Nadie tiene culpa en esto. Soñamos en grande, y eso es completamente natural. Margarita ya está bien. En unos días vas a verla igual que siempre —le animó para que dejara de pensar en eso. Sentí que abandonó la cama en la que yo aún reposaba. No me atreví a abrir los ojos para comprobar la expresión de ambos—. Descanso necesitamos todos. Este receso es una buena oportunidad para convivir. Estuve pensando en unas actividades para pasar el rato y que ambos se distraigan.
—No sé por qué, pero eso en lugar de darme tranquilidad me provoca el efecto contrario.
—¡Oye! —rio de buen humor mientras las voces iban desapareciendo. ¡No se vayan! Yo quiero enterarme de todo—. Además, tengo una sorpresa para ustedes, pero no se las diré hasta que esté confirmada. Es algo grande.
Y aunque no le presté demasiada atención a eso último, debo decirles que sí, se venía algo muy grande.
🔸🔹🔸🔹
No, no, no. Me negaba rotundamente a la idea de tener que volver a un consultorio para que me dijeran algo que ya sabía. No necesitaba nada. Estaba perfectamente bien de mi vista...
—Cuidado —me alertó Natalia antes de que topara con un poste que estaba atravesando. Eso me pasa por distraída. Lo bueno que no me di de lleno porque con tremendo trancazo uno ahí puede perder hasta tres dientes.
—Alguien debería pensar en los peatones cuando ponen semejantes armas mortales a nuestro paso —me quejé antes de entrar al hospital.
Natalia sólo rio por mi comentario y se dedicó a darle los datos a la recepcionista para que avisaran que ya estaban aquí.
Odiaba los hospitales. Odiaba tener que enfrentarme a algo que no quería escuchar. Porque podía engañar a los demás un largo rato, pero a mí misma apenas unos minutos.
No tuvimos que esperar demasiado antes de que nos atendieran. Lo cual significó tener menos tiempo para poder darle vueltas al asunto.
Contesté a todas las preguntas que me hizo sobre mis datos generales. Le conté que nunca había usado lentes y que no creía necesitarlos, pero no se fio de mi palabra y decidió hacer el dichoso examen de todas formas.
Primero me pidió que siguiera el trayecto de un marcador que tenía entre sus manos. Ya no sabía si estaba en el médico o en clases para ser perro. ¿Para qué demonios servía eso? Según que para revisar los músculos que controlan los ojos. No tengo músculos ni en los brazos, que voy a tener alrededor de los ojos. De plano al que inventó esto le sobraba el tiempo.
—Ahora pasemos a realizar la prueba de agudeza visual —me informó la mujer antes de pedirme que me sentara en una silla alta lejos de su escritorio. Miré a Natalia en busca de ayuda, pero ella parecía bastante tranquila con la indicación.
—Bien, Margarita, necesito que me diga si puede ver lo que está frente a usted —me interrogó cuando me puso una cosa rara para que me cubriera un ojo. Si con los dos no la armaba con uno estaba en chino.
—Sí —respondí—, es un cartel.
—Bueno sí, pero... ¿Puede decirme cuál es la última fila que alcanza a apreciar?
¿Hay letras ahí?
—Si me deja acercarme un poco seguro sí.
Pero no me dejó, creo que el reto era la distancia. Oigan, nadie dijo que esto sería tan complejo. Me puso unos lentes que pesaban más que todo mi cuerpo junto y entre sí o no al final pude distinguir lo que decía. Nada importante en realidad, pero lo suficiente para que la doctora dictara que necesitaba otro examen. El siguiente tampoco fue un juego de niños, tenía que distinguir letras pequeñitas sin estarles buscando el lado. En resumen, querían todo perfecto a la primera. Así no se puede.
—Perfecto, Margarita. Ya terminamos —dijo cuando volvimos al escritorio—. No parece nada grave —me tranquilizó. Suspiré aliviada al escucharlo. Ya ven que no me pasaba nada—. Sólo necesita lentes.
¿Qué? ¿Y eso no es grave? ¡Y eso no es grave! Vamos que no era una enfermedad en fase terminal, pero para mí que toda la vida me había pasado de pretenciosa con mi vista, que según nunca iba a ocupar lentes, que tenía mejores ojos que la mayoría de la juventud y quien sabe cuántas cosas me inventaba más era una cachetada con guante blanco.
Más pronto cae un hablador que un cojo.
Y vaya que a mí aún me faltaba caer un montón de veces más, porque con lo que se traía Natalia entre manos lo que seguía daba para mucho más.
🔸🔹🔸🔹
¡Hola! Gracias de corazón por leer y comentar a Margaret.
Les cuento un par de noticias. La primera es que Margaret fue seleccionada para las historias destacadas de Wattpad (una nueva sección en la plataforma). ¡Estoy emocionada y agradecida por la oportunidad! Gracias por su apoyo, vale oro para mí.
Estoy algo atrasada con los comentarios, pero estos días me pongo al día. Los leo todos y me hacen muy feliz saber que se animan a comentar lo que piensan de la historia. Son una motivación muy grande.
Como dato curioso, no sé si se dieron cuenta, pero los que siguen a Margaret en su cuenta oficial (AbuelaMargaret) verán que no tiene lentes en su foto de perfil. Y en la portada del libro sí. El capítulo de hoy explica la razón.
¡Los quiero mucho! No olviden unirse a esta pequeña familia:
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