Capítulo 25
Hay dos cosas que no deben forzarse: el amor y la inspiración. Pero uno no puede esperar hasta que se les dé la regalada gana de aparecer a la segunda, así que había que tomar medidas extremas.
Ese día me desperté con un objetivo, escribir el siguiente capítulo, y no habría poder humano que me impidiera hacerlo. Ya estaba preparada psicológicamente para todo lo que se venía con ello.
Y es que había algo que estaba complicando todo el proceso, pero no sabía con exactitud qué. ¿Por qué me costaba tanto escribir una simple oración? ¿Por qué mientras más avanzaba el miedo iba en aumento? No se supone que mientras prácticas todo te resulta más sencillo. ¿Por qué después de tantas enseñanzas seguía suponiendo?
—Creo que está siendo una tarde productiva —comenté, en voz alta, para que Carlos se uniera a mi debate interno. Además, necesitaba escucharme fingiendo convencimiento para ver si así entre tanto engaño yo también terminaba cayendo.
—¿Algo que destacar?
—Llevo cien palabras. Cien. En tan sólo...
—Una hora —me ganó las palabras. Pensé que habían sido diez minutos. El tiempo vuela cuando le conviene—. Deberían darle una mención en algún libro por eso.
—Deberían darme muchas cosas, pero pues ese es otro tema —le resté importancia—. Lo que vale ahora es que siento que la inspiración está volviendo.
—Me encanta ese engaño motivacional que aplica con frecuencia. En ocasiones llego a considerar que sirve de algo.
—Y lo hace, por ejemplo me ayudo a ser optimista en temas así —confesé. Tal vez esa táctica no estaba funcionando—. Oye, Carlos... ¿No sabrás cómo puedo continuar con esto?
—¿Me está pidiendo que le dé ideas?
—No, nadie mete sus manos en mi historia. Hablo de inspirarme, ya sabes que las ideas fluyan —traté de darme a entender. Necesitaba ayuda divina, o aunque sea la intercesión de Carlos. Si no lo hacía de buen corazón lo haría porque ya lo tenía harto.
—Le diría que descansara, pero eso no funcionó o que probara cambiando de novela, pero puedo deducir que quiere avanzar esa en particular. Así que probaremos algo más tradicional —comentó sacando su celular para buscar algo. Sí, algo más a la antigua estaba bien—. La música es una fuente de inspiración irrefutable.
¿Música? No estaba muy segura de que eso funcionara porque yo siempre me concentraba demasiado en la letra y cuando volvía a la realidad no sabía ni dónde estaba parada, pero confié que funcionara con mejor disposición.
Claro que cuando Carlos puso la canción me arrepentí enseguida de aceptar. La canción esa ni letra tenía, la verdad ni entender cómo se bailaba ese ritmo, comencé a cuestionarme si Carlos ya quería mandarme a tomar la siesta.
—Eso es...
—Un instrumental.
—Sí, ya sé que se toca con un instrumento, pero hablo de dónde la sacaste. Parece una canción del más allá.
—¿Ya lo visitó? —se burló—. Margaret no voy a ponerle una cumbia para que escriba fantasía, se supone que debe concentrarse.
—Bonita forma de concentrarse —chisté antes de volver la vista a la pantalla, tratando de hallar dónde me había quedado. Era más fácil cuando era joven, no tenía que poner los ojos como chinito para ver las letras—. Oye, Carlos, lo digo en serio, deberías quitar esa música, van a matar a alguien ahí —agregué apenas unos minutos después cuando la melodía se puso intensa, me sentía en medio de una guerra. Y yo no era parte del equipo que iba ganando...
—Y si seleccionamos la música que usted sugiere el que va a morir seré yo.
Uy, perdón por molestar con mis canciones de Pedro Infante y El Buki.
—Margarita, podemos traer a la Orquesta Sinfónica Nacional y no va a escribir ni una sola palabra —declaró. Bueno, ya era hora de admitirlo—. Usted sabe que ese no es el problema.
—Exacto, sé cuál no es el problema, pero eso no me dice qué debo hacer —confesé desesperada—. Te prometo que intento darle la vuelta a esto, pero ya me tiene todo harta.
—¿Escribir?
—Sí. No... —Me lo pensé unos segundos, tratando de buscar las palabras correctas para aceptar algo que llevaba tiempo en el cajón de negación—. Es que todo era más fácil cuando no me importaba si lo estaba haciendo bien. Cuando sólo escribía palabras por la necesidad de hacerlo sin tener que preguntarme todo el tiempo si no la estoy regando. Quiero hacer las cosas bien, pero siempre tengo la sensación de que otro lo haría mejor, que no estoy a la altura.
—Definitivamente alguien lo hará mejor que usted. —Me dio la razón. Vamos, no necesitaba ser muy lista para darme cuenta de que había personas que de verdad sabían lo que hacían. No es lo mismo que alguien te diga que te odia y que lo haces es una basura, pero no te presenta algún argumento. La cosa cambia cuando sabes que tienen razón—. Y si todo el mundo deja de actuar, bajo el argumento de que alguien lo hará mejor, nadie va a hacer nada. Deje de compararse.
—No es tan fácil.
—Pero es necesario —contestó.
Busqué alguna manera de replicar aquello, aunque sabía que no encontraría nada, y antes de poder agregar cualquier comentario Carlos me pidió que lo esperara unos segundos antes de desaparecer. Lamentablemente no pude relajarle mucho porque volvió casi al instante con una hoja de papel y un bolígrafo. ¿A quién le pediría un autógrafo?
—Cuando la conocí le pedí algo, ¿lo recuerda? —curioseó él. No me acuerdo ni de mi fecha de nacimiento y este muchacho me pide un milagro.
—¿Que me fuera al demonio? —intenté acertar, pero por la expresión de Carlos supuse que no era eso—. Hubieras avisado que no contaban los pensamientos.
—Le pedí que escribiera todos los días, sin preguntarse si era una obra de arte o no. Si quiere llegar a ser tan talentoso como aquellos con los que se compara tiene que trabajar mucho. Margarita, con el talento se puede nacer, pero nadie llega a ser exitoso acostado en su cama esperando que todo el mundo conspire a su favor. Se necesita practicar y ser constante para avanzar, ese es el boleto más seguro al triunfo.
No supe qué contestar, cuando Carlos se ponía con sus frases intensas tardaba un rato analizándolas.
—¿Y para qué es esto? —le pregunté cuando me entregó lo que había traído.
—Volvamos al inicio. Recuerde por qué llegó hasta aquí —señaló dejándome más confundida—. Escriba un cuento, no importa de qué.
—¿Es una tarea?
—Es un consejo.
Y no lo hubiera hecho si no fuera porque esperaba funcionara.
Suspiré cuando vi la hoja en blanco. Me sentí como aquella vez que escribí el cuento de la gota de tinta, donde no sabía ni por dónde comenzar, ni qué hacer, porque no puedo estarme tranquila cuando se tiene todo y nada frente a tus ojos.
Traté de hilar un par de ideas tratando de crear algo que mostrara mis avances, es decir, no podía seguir escribiendo sobre conejos que escribían sobre baladas porque... ¿Por qué?
Buena pregunta.
¿Por qué no podía escribir algo que me gustaba? ¿Por qué buscaba hacer lo correcto en lugar de hacer lo que yo quería? ¿Había algo incorrecto en esto de escribir? Vamos, no hablo de reglas, me refiero a qué debo y no puedo crear. Había confundido qué escribir con cómo hacerlo. Yo tenía que seguir mejorando, pero qué importaba si me equivocaba en el proceso. Buscaba la perfección sin darme cuenta que jamás llegaría a ella, me aferraba a algo que no estaba en mis manos, porque yo no podía dar un salto así de grande en tan poco tiempo. Quizás otros sí, yo no. Necesitaba disfrutar del proceso, del sabor de caerse y levantarse. Y sobre todo debía aprender una cosa: tenía que ser feliz escribiendo.
Ese cuento nadie jamás lo leería, no tenía nada que perder.
Me dejé llevar por mi loca imaginación, sin ponerle filtro, y debieron ver mi cara al terminar. No era lo mejor que había escrito, pero se sintió como si lo fuera, porque era un sorbo de libertad entre mi borrachera de exigencia.
Y cuando se lo entregué a Carlos sin mencionar nada supe, por su expresión, que había vuelto al camino correcto.
🔸🔹🔸🔹
Dos días después subí el capítulo. Sí, había aprovechado toda la energía acumulada en él tratando de ilusionarme de nuevo con la historia. Y no solamente fue bonito quitarme esa piedra enorme que me impedía ver hacía adelante, además descubrí que esa reseña había tenido más impacto de lo creí. No, no significa que tuviera más de diez mil lecturas y un puesto seguro entre los más populares, hablaba de una decena de lectoras que comentaron entusiasmadas a lo largo del capítulo y que mostraban interés en aquello que presentaba.
Sólo tenía que tener claro la razón de seguir haciendo, seguir practicando y pensar en mí al plasmar cualquier idea.
Y no sé por qué, pero sentí una corazonada... Todo mejoraría.
🔹🔸🔹🔸
Yo sé que es mala idea tomar cosas que no son tuya, pero vamos que a veces romper algunas reglas es necesario.
En todo el tiempo que llevaba viviendo con Carlos nunca noté que tenía un teléfono, es decir, un teléfono normal, no esas tonterías de celulares. Y tampoco me interesaba mucho porque nadie lo llama, o al menos nadie lo había hecho hasta ese día.
Casi me muero, literalmente, cuando sonó. Pensé que era una alarma de peligro o algo así, gracias a Dios no salí corriendo porque la vergüenza de armar un escándalo en pijama estaba de más.
Encontrar el teléfono fue el primer reto, superado con éxito casi al minuto. La cosa complicada era la tentación de no levantarlo cuando llevaba más de cinco minutos sonando sin descanso. ¿Y si era algo importante? Vamos, tanta insistencia ponía nervioso a a cualquiera. ¿Y si era algo secreto y yo estaba de chismosa? ¿Y si me hacía la desentendida y luego me arrepentía?
Más vale pecar de metiche que de necia, que de la primera nadie se muere.
Nadie llamaba por una tontería... Excepto los de la publicidad, esa gente cuando se propone venderte algo no descansa hasta que apagues el teléfono. De igual manera tenía que arriesgarme. Carlos lo entendería, y si no pues era su cuento.
Levanté el teléfono tratando de sonar muy casual con mi saludo, claro que mi interpretación perdió fuerza cuando reconocí la voz del otro lado de la línea.
—¿Natalia?
—Margarita, qué bueno que me contestó, pensé que le había pasado algo malo —me dijo angustiada.
—No sabía que eras tú... ¿Buscas a Carlos? Porque él no está aquí —le informé aunque dudaba mucho que ella no estuviera al tanto de eso.
—No, de hecho acabo de hablar con él para que me ayudara a comunicarme con usted. Ahora estoy en el trabajo, pero me urge decirle algo —me contó remarcando lo último. Y así señoras y señores es como se activan las alertas, esa oración es una manera de torturar. Tan fácil que es soltar el chisme y ya, con tanta introducción a uno hasta se le baja la azúcar.
—¿Lo que tienes que decirme tiene que ver con la policía? Porque si es así será mejor hacer como si no contesté el teléfono.
—No —rio por mi temor—. En realidad alguien llamó a mi celular preguntando por usted. Y no, no es un oficial. Es Verónica Rodríguez. —La idea del oficial no me parecía tan mala ahora. Si el sólo nombre me ponía de nervios no quería saber que sería tener que enfrentarla de nuevo, porque tenía que hacerlo, lo supe cuando el silencio se prolongó demasiado—. Me avisó que ya tiene el dinero...
Y no había tiempo de preparación, ni de ensayos.
La razón no estaba clara, pero después de muchos años mi corazón me dictó que no sería un encuentro casual, estaba vez dejaría secuelas.
🔹🔸🔹🔸
De nada vale darle mil vueltas al asunto. Había quedado de reunirme con Verónica ese mismo día en una cafetería cercana a casa de Carlos. Gracias a Dios llegué al lugar sin extraviarme, y sobre todo sin hacer mucho escándalo. A la pobre de Natalia la había traído de mandadera para que le dejara el recado a Verónica, no quería estropear el teléfono de Carlos y en realidad tampoco deseaba hablar con ella más de lo necesario.
Tenía que admitir que me había sorprendido el hecho que cumpliera su palabra. No quiero decir que fuera una mentirosa, es sólo que tenía la oportunidad de zafarse fácilmente y la había desaprovechado. Tal vez cambió, yo lo hice, aunque no sé si eso era bueno o malo.
El lugar estaba más muerto que mis esperanzas para ser porrista. Lo agradecí, no estaba dispuesta a quedarme de pie más de cinco minutos buscando una mesa, en ese caso agarro mi trozo de pan y me lo como en la banqueta. La muchacha que atendía tomó mi pedido cuando me senté en una mesa al fondo. Traté de ser lo más sencilla del mundo, no traía mucha hambre, ni tampoco dinero. Esperaba que Verónica cumpliera y no me dejara plantada porque de lo contrario tendría que dejar mi suéter favorito como garantía para pagar esa dona.
Si hubiera traído un reloj, estoy segura lo hubiera revisado cada minuto. Estaba ansiosa, sentía como cosquillas en todo el cuerpo, pero no de la manera divertida, más bien de la forma desesperante. Sabía que debía estar feliz, ¿quién en su sano juicio no es feliz teniendo dinero en sus manos? Seguro habrá alguien, pero yo no formaba parte de esa lista. ¿No era eso lo que quería desde un inicio? ¿Entonces por qué no me sentía ilusionada? Vamos, que ver a mi hermana tampoco era motivo para ponerme así de mal.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que ni siquiera noté cuando Verónica entró al local y se colocó frente a mi mesa.
—Veo que aún tienes un vicio con el café —la escuché de repente. Agradezco a Dios no haber estado más distraída porque en una de esas arrojo la mesa con todo y vasos por el susto.
—Yo creo que en vez de darme leche de niña, mamá llenó las botellas con café —solté fingiendo normalidad a pesar de que aún me estaba recuperando de su aparición—. Pensé que no vendrías.
—¿Por qué? Se lo aseguré a la muchachita esa que tenía el número. Por cierto, debiste decirme mínimo que no vivías con ella...
—Natalia —la corté sin intenciones de pelear—. Se llama Natalia —especifiqué, la niña merecía que su nombre se pronunciara con todas las letras. Ella era especial, tenía que darle su lugar. Verónica lo entendió, lo supe por esa mirada analítica que me dedicó.
—Tienes una relación extraña con ella —dedujo, me pareció que no estábamos teniendo una de esas conversaciones en las que intentábamos encontrarnos nuestros defectos, muy frecuentes las últimas veces—. Imaginé que me habías engañado cuando marqué y no contestaste tú. Supuse que debías odiarme mucho para preferir perder el dinero que volver a verme.
—No te odio —agregué con sinceridad—. A estas alturas dudo realmente odiar a alguien. Siempre termino perdiendo si lo hago.
Y era verdad, todo lo que uno acumula sólo se llena de polvo. El odio antes de afectar al otro te hace pedazos a ti.
—Mi hijo está muy arrepentido por lo que te hizo —añadió aprovechando el gancho. Uno aquí tratando de hacer las paces con alguien y quieren el paquete completo. No agregué nada porque no sabía si creerlo o no, y no quería hacerla sentir peor. Yo sabía que si el dinero estaba ahí era por ella, no le gustaba deber favores, menos cuando podía pagarlos—. Me pidió que te lo dijera.
Aquí es cuando se deben ingeniar frases que no sean tan duras, pero que no rocen la hipocresía. Algo intermedio. Con lo fácil que me era saltarme las líneas, hallar algo sutil era más difícil que graduarse de la universidad.
—No digas nada —me pidió al verme tan confusa. De la que me salvé. Cuando estuve a punto de agradecérselo Verónica sacó un sobre de su bolsa y lo colocó sobre la mesa—. Esto te pertenece.
Pero no lo digas así que parecemos dos delincuentes haciendo negocios.
No quise tomarlo así de golpe para que no se notara mucho la necesidad. Así que dediqué unos segundos a mirarlo para despistarla, pero uno no puede actuar toda la vida...
Y sí, me sentí extraña al comprobar que el dinero estaba adentro. No me sentí cómo supuse lo haría. ¡Margarita, reacciona, es dinero! ¿Dónde están tus ganas de hacer una fiesta? Se están perdiendo las buenas costumbres.
—¿En qué piensas? —se atrevió a preguntar ante mi silencio.
Pensaba muchas cosas para lograr resumirlas, ni siquiera sabía si era posible hacerlo. Antes de darle la respuesta tenía que conocerla.
Lo medité para contestarme. Hace unas semanas necesitaba el dinero con urgencia, aún recuerdo lo feliz que estaba al recibirlo y hacer planes con él. Entre tantos estaba el de rentar un nuevo cuarto, uno donde pudiera volver a mi vida anterior. El problema ahora era que me gustaba mucho mi vida actual para querer hacer una nueva página con la misma frase de inicio.
Sé que sonaba egoísta, e inmaduro, pero no quería alejarme de la casa de Carlos. No quería empezar de nuevo cuando al fin había tomado el ritmo. Disfrutaba de esa casa, de saber que al llegar alguien va preguntar por ti, que no cenarás sola, ni tendrás que esperar a que los demás puedan visitarte para charlar. Me gustaba ese cuarto, donde cabían más sueños que muebles, ahí sentía que estaba segura.
Pero tenía que ser consiente que una cosa es que te den una mano y otra es ser aprovechada. Carlos me había ayudado en el momento más cardíaco, y no merecía que siguiera siendo una piedra en su camino de comodidad. Por más que me doliera, esa no era mi casa. Tenía que recordármelo porque con frecuencia lo olvidaba. Y es que era una ironía que siempre tuve una casa, pero cuando la perdí conocí un hogar.
¿El deber o querer?
Yo había asegurado que me iría apenas tuviera el dinero, y es que al principio la cosa estaba sencilla, pero el cariño siempre arruina todo.
Bonito corazón de hielo que me cargaba derritiéndose a la mera hora.
—¿Oye, Margarita, segura que estás bien? —insistió con preocupación—. ¿Te tomaste algo antes de venir?
Uno apenas se toma un par de copas a lo largo de su vida y ya lo andan mandando a alcohólicos anónimos.
—No —le aseguré volviendo al partido—. Es sólo que me duele la cabeza.
Y no mentía del todo, últimamente me atormentaba eso último, supongo que era el cansancio o no dormir del todo bien. Aunque en ese momento no era el lío principal.
—Deberías descansar —me recomendó—. Me preocupo por ti.
La miré tratando de adivinar si era sincera, pero llevaba tanto tiempo sin verla que no podía deducir lo que su mente escondía. No puedes preocuparte por alguien que llevas años sin ver... ¿O sí?
¿No había hecho yo lo mismo? ¿Qué importaba quién traía más piedras en el costal de culpas si ninguna podía presumirlo de no cargar con él?
¿Qué se supone que debía hacer con Verónica? ¿Volver a lo mismo de ignorarnos, llamarnos una vez al año y fingir que no existimos? ¿Comportarnos como buenas hermanas? ¿Y olvidar todo lo que pasó estos años aunque siguiera doliendo? No podía. Juro que quería intentarlo, pero no me era fácil dar el primer paso. Tenía que ser un proceso gradual, aunque ya no sabía si a nuestra edad era bueno ponerme los moños.
—Dices que no me odias, pero demuestras otra cosa.
—Verónica, no puedo llegar bailando la macarena como si todo estuviera muy bien. Quiero arreglar las cosas, pero no sé cómo —le confesé en voz alta.
—Margarita...
—Aún me duele todo lo que dijiste, porque por muchos años creí que tenías razón.
Sé que las palabras de esa tarde eran producto del enojo y calor de la discusión, pero eso no le quitó peso.
Y quizás tenía razón en su conclusión, pero yo esa tarde me aseguraría de darle un nuevo final a mi historia, a demostrarle que estaba equivocada.
🔹🔸🔹🔸
Cuando llegué a casa lo primero que hice fue revisar que Carlos no estuviera en casa, y no, aún le faltaba una hora para que nos viéramos.
Sabía que no estaba bien lo que estaba por hacer, pero quizás ni lo notaría. Como dicen en mi rancho: ojos que no ven, corazón que no siente...
Busqué la pulsera con el teléfono de Natalia que descansaba en el buró y le recé a todos mis santos para que el mugroso teléfono tuviera dinero, necesitaba arreglar las cosas rápido. La buena fue que sí tenía, la mala que tardé un buen rato marcando el dichoso numerito. Teniendo tanto espacio y me lo ponen del tamaño de una hormiguita, estos niños de ahora que creen que uno tiene la misma vista que cuando andaba en pañales. Pero ya habría tiempo de quejarme.
Y corrí con suerte porque Natalia me contestó casi de inmediato. Claro que no se esperaba mi llamada, así que tardé unos segundos en explicarle que estaba bien, que por primera vez en muchos años no había ocasionado un desastre saliendo de casa.
—En realidad te llamo para preguntarte algo importante —le expliqué con cautela—. Necesito que me digas si le dijiste a Carlos algo sobre el encuentro con mi hermana...
—No, sólo le pregunté su número. Él estaba ocupado, no indagó en los detalles —me contó con naturalidad—. ¿Pasó algo con él?
—No, no. Oye, Natalia, quiero pedirte un favor... No le digas nada.
Si Carlos no se enteraba podía seguir creyendo que no tenía el dinero, así yo no me vería en la penosa necesidad de aceptar que quería seguir como garrapata en su casa. Podía ganar tiempo. ¿Para qué? Sabrá Dios, supongo que para engañarme, para poder decirme que sólo necesitaba asimilarlo antes de dar el siguiente paso.
—¿Margarita, pasó algo con su hermana? —aceptó insegura—. ¿Quiere que la ayude en algo?
—Sólo guárdame el secreto. Con eso bastará —traté de convencerla, no quería encender las alarmas, necesitaba que sonara a un favor casual—. Natalia...
—Está bien —respondió. Captó que no le daría más detalles y le agradecí que no me hicieron más preguntas. Confió en mí aunque en esas condiciones no lo merecía.
Guardaría ese dinero, fingiría que nunca tocó mis manos mientras encontraba las palabras exactas para tomar una nueva decisión. Si no tenía el dinero, un par de horas antes, podía sobrevivir más tiempo.
¿Qué podría pasar?
🔹🔸🔹🔸
¡Hola! <3 Hoy hay doble capítulo, así que en un ratito subiré el siguiente. Muchísimas gracias por el apoyo y por todos sus lindos comentarios.
Los quiero mucho :).
No olviden unirse al grupo. ¡Cada día crece más! <3 Gracias por formar parte de esta pequeña familia :). Sin ustedes nada de esto sería posible.
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