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Capítulo 22

Natalia me aseguró que un buen libro es capaz de subirle el ánimo a cualquier persona.

En parte tenía razón, me sentí mejor cuando terminamos la lectura de esa historia corta en Wattpad, pero también creció mi nostalgia al seleccionar un texto tan realista. No todo es color rosa. Sabrá Dios de qué tono es la vida.

Le pedí a Natalia que le escribiera al autor y le dijera que me encantó. Consideré adecuado agradecerle por hacerme sentir algo. Pude hacerlo yo, pero preferí evitar la fatiga. Esperé que le sirvieran de algo mis buenos deseos de éxito. Empezar a interactuar más con la plataforma era un buen inicio, hice lo que me gustaría que hicieran conmigo.

—Listo —soltó ella cuando terminó de escribir lo que le pedí—. Es lo bonito de este lugar, puedes crear una relación amistosa entre autores y lectores.

Pensándolo así quizás tenía razón.

—Qué bonito se escuchó eso —confesé. Andaba sentimental, todo parecía tener una carga emocional detrás.

—¿Además eres cuentacuentos? —preguntó Carlos para cambiar de tema. Ninguno de los dos quería que pensara mucho, necesitaba despejarme.

—¿Te estás burlando? —se ofendió ella. Natalia estaba muy entusiasmada leyendo para nosotros, parecía no tenerle temor a interpretar a los personajes en voz alta.

—No, hablaba en serio —respondió—. Deberías escuchar como leen mis alumnos, los signos de puntuación se suicidan al presenciarlo.

—Están aprendiendo —los defendió comprensiva—. Todos nos equivocamos al inicio.

—Y al final también —intervine—. Yo la sigo calabaceando a diario. Hoy es un buen ejemplo de eso.

—Margarita, ya olvídelo —me recomendó Natalia poniéndose de pie. Genial, más sofá para mí—. Lo que pasó ya no puede cambiarse. ¿Además, no dijo que le van a regresar el dinero? Mírele el lado positivo.

—Yo le hubiera pedido el doble —soltó Carlos. Él no se hubiera tocado el corazón, ojalá yo pudiera ser así. ¿Por qué siempre termino haciendo lo que los demás quieren? —. Aunque siendo totalmente honesto no me importaría verlos en prisión. ¿Cuánto puede durar el mal rato? Nada que el pasar de los días no pueda dejar en el olvido.

Tiene un punto a favor. Aunque no sé si eso signifique que yo lo dejaría pasar. Sé que ambas opciones me quitarían el sueño un par de noches.

—Bueno, ya. No pondremos a debate lo de esta tarde —intervino Natalia que era consiente que encender las cenizas no mejoraría nada. Tampoco lo haría no hablar de ello, pero siempre es más fácil hacer oídos sordos a los problemas. Lo dice la experta en eso.

—Oye, ¿qué dice ese círculo naranja? —Entrecerré los ojos para apreciar las letras blancas que contrastaban en la imagen. Acaba de volver la vista a la pantalla. Estaba en la esquina de una portada oscura.

¿Por qué a mí no me dieron ese botón de bienvenida? ¡Preferencias!

—¿Cuál? —Se acercó curiosa, la vi picarle a todo para que se abriera un poco más—. Oh, la historia es ganadora de un Watty.

—¿Un qué?

—Es un concurso de la plataforma, el más importante —dijo Carlos sin asombrarse. Me pareció extraño su actitud  considerando que amaban las competencias porque no se cansaba de repetir los innumerables beneficios de participar en muchas iniciativas—. Pero dicen que no hay muchas oportunidades para ganar.

—Sí que las hay. Todos pueden ganar —le aseguró Natalia. ¿Esta muchacha trabajaba aquí o por qué tanta confianza?—. Hay historias de mil lecturas que han ganado. Yo leí un par.

—¿Y qué tal? ¿Algo sobresaliente?

—Sí, hay cosas buenas —respondió mientras se adueñaba de la pop para buscar argumentos de su afirmación—. Bueno, a mí me gustan. Ustedes díganme qué opinan.

Una lista de historias paseó por la pantalla en un abrir y cerrar de ojos, ni siquiera pude leer sus títulos porque Natalia los recorrió en un segundo. Eran muchos.

—Estos son los de este año.

—Son millones —concluí haciendo un recuento de lo que pude ver—. No debe ser tan difícil ganarlos.

Había superado el concurso del viejo y la mar, donde no había ni medio ciento de ganadores, con tantos lugares disponibles seguro me hacía de uno.

—Son aproximadamente cien —me corrigió—, y teniendo en cuenta que son miles los que se apuntan, creo que no es tan fácil. Aunque tampoco es imposible. Yo confío en usted.

—¿Tú eres parte del jurado?

—No.

—Demonios —maldije. Ya estaba que jamás ganaría uno, ni haciendo malabares mi nombre se colaría entre los seleccionados—. ¿Qué te dan si ganas? —De la respuesta dependía de que tantas ganas le echaba al asunto.

—¿Reconocimiento?

—Basura. Olvídalo. Pensé que era algo importante, como libros publicados, dinero, lápices, ¿ya dije dinero?

—¿Basura? ¿Libros, lápices? Todas esas tonterías las encuentra en cualquier sitio. El reconocimiento y la difusión vale mucho más. ¿De cuánto impacto estamos hablando? —intervino Carlos más interesado.

—No sé, he visto historias que cuentan con menos de diez mil lecturas y a los meses rozan el millón. De igual manera nada es seguro, algunas no despegan tanto —le explicó tratando de no remarcar lo último.

—Bla, bla, bla —dije lo bastante alto para que me escucharon. Sabía que si la idea les resultaba innovadora me terminarían metiendo en tanto borlote, y en mis planes no estaba que me recordaran que era una perdedora nueve de cada diez ocasiones.

—¿Y cuáles de los ganadores de este año me recomiendas? —le preguntó Carlos a Natalia. Lo que me faltaba.

—¿Quieres que yo te recomiende a ti un libro? —se burló ella haciéndose la sorprendida.

—Yo siempre te recomiendo títulos. Tú conoces más de la plataforma, confío en tu criterio.

La vi buscando entre el listado algo interesante, al final seleccionó una portada de tintes oscuros y fantásticos. Había de todo, desde arcoíris de colores hasta fantasmas sanguinarios.

—Creo que puede gustarte —le sugirió mientras le enseñaba una sinopsis. Yo ni siquiera le di un vistazo, en ese momento supe que ese par se pondrían a leer.

Y eso no me importaba, lo que ponía a pensar era que se les ocurriera que participar en los guari era buena idea.

Carlos y Natalia tienen una capacidad admirable para perder el tiempo en la mugrosa computadora. En serio, no me cabía en la cabeza qué tanto buscaban ahí adentro.

Ya para la mitad de la plática yo estaba casi dormida. No sabía si lo que escuchaban era realidad o mis sueños se colaron entre palabras. Pensé un par de veces en disculparme e irme a dormir, pero cada vez que intentaba hacerlo la charla me enganchaba y prefería seguir de oyente. No aportaba mucho, estaba cansada, no solo físicamente, sino también emocional. Quizás una buena siesta me serviría para volver de nuevo al ruedo. A mi vida.

Eso debía hacer, dejar de pelear las batallas de otros y enfocarme de nuevo en la mía.

Después de leer el texto se habían pasado comentando sus opiniones respecto a él. No lo habían estudiado desde el lado estadístico porque yo aclaré que eso era aburrido. A mí me gustaba hablar de personajes, giros inesperados y finales. No de números.

De ahí pasaron a reconocer a autores de la plataforma, hablar de sus trabajos y no sé cuánto más. Ya para eso yo estaba jugando carreritas con algún dinosaurio en mis sueños. Natalia siguió charlando sobre el desempeño de una escritora argentina que le gustaba y que contaba con buena crítica en la plataforma, yo le dije que me interesaría leerla, pero sería después porque si no terminaría confundiendo vampiros con mariposas de Hawái. Creo que se lo dije, quizás sólo balbuceé. No lo recuerdo, a decir verdad.

Sé que fui consciente que estaba a tiempo de ponerme de pie y buscar mi camita, pero la flojera me ganó y me resigné a la comodidad del sofá que en ese momento me pareció el mejor colchón del mundo.

Desperté, si a eso se le puede llamar despertar, cuando la noche había caído. La luz del computador era lo único que brillaba en la oscuridad de la sala. No supe cuántos años llevaba durmiendo, pudieron ser unas horas o un milenio, tal vez hasta las lechugas se habían extinto y yo había pasado a hibernar sin proponérmelo.

Claro que cuando reconocí la voz de Carlos me ubiqué de nuevo en mi aburrida realidad. No entendí con precisión las palabras y el orden de estas, pero estaba con Natalia, hablando de una tontería.

—No sé a cuántos más logre conmover con el cuento de que Margaret es mi abuela. La mayoría sólo dicen que le parece tierno, pero pocos se pasan por el perfil —comentó ella—. Habrá que pensar en otra idea.

—¿Alguna sugerencia?

—Tú eres el maestro aquí. Usted piense en la idea y después yo le ayudo a hacerla —le propuso. Supongo que él asintió porque no se escuchó hablar más del tema. Desde donde estaba no lograba ver con claridad todo el panorama. Además, aún debatía si debía seguir en lo mío o hacer una entrada triunfal. Ya llegó, Margarita, compadres.

—Cada vez que Wattpad me recomienda una de esas historias de humor me cuestiono la evolución de la humanidad —dijo Carlos, frenando mi llegada. No sabía a qué se refería, pero Natalia estaba muerta de risa. La escuché haciendo un esfuerzo para que sus carcajadas no me despertaran. Cuenten el chiste.

—A mí también me pasa —susurró entre risas, aunque ahora más tranquila—. Confieso que leí una. Creo que se llamaba Barney y tú, la verdad no me acuerdo.

—Natalia, dime que es una broma.

—Sólo era para saber por qué tenía tantas lecturas. Además, fue graciosa. Graciosa tirándole a lo perturbador —se justificó de buen humor.

—Es la primera vez que hablo con alguien sobre una botarga. Y también es perturbador.

Ella rio en respuesta y después se hizo un segundo de silencio. Entreabrí los ojos para poder estudiar algún detalle, pero nada fuera de lo normal. Ambos estaban concentrados en la pantalla.

—Oye, Carlos, siempre he tenido una duda contigo —retomó la charla, aunque ahora más cuidadosa.

—Si vas a preguntarme si tuve infancia a raíz de que las botargas y las caricaturas jamás fueron tema de conversación, te anticipo la respuesta. Sí. A mí también me sorprende, a decir verdad.

—No es sobre eso, pero gracias por el dato. Esa era la segunda pregunta. Es sobre lo profesional. ¿Por qué entraste a trabajar en el INEA? —preguntó ella. A mí se me prendió la bombilla en ese momento. Jamás me lo había cuestionado, o quizás di por hecho que la respuesta no era importante. Supuse que Natalia dio por hecho que era un buen momento porque estaban felices—. No es por el pago. Yo mejor que nadie sé que el dinero que dan es un apoyo mínimo. Nadie de los que están ahí van por ello. Siempre quise saber por qué tú decidiste unirte.

Natalia sonaba segura, tanto que no se dejaría convencer por alguna mentira improvisada. Tampoco era como si se lo estuviera exigiendo. Era curiosidad, de esa que nace sin proponérselo, pero que no se marcha tan fácil. Carlos no respondió nada. No supe si no quería inventar algo o simplemente sabía que el silencio es el mejor aliado para evitar temas que dan dolor de cabeza. En ese caso, ¿por qué sería un problema soltar como si nada la verdad? ¿Había algo turbio en ese lío? ¿Carlos sería tan maldito para ir a fregar alumnos gratis? ¿Por qué estaba haciendo tantas preguntas?

—No tienes que decirme si no quieres... —intervino Natalia pasado unos segundos. Su voz sonaba comprensiva, casi como cuando charlaba conmigo.

—¿Tú crees que una buena persona daría clases en ese instituto? —la interrumpió. Sonaba casual, sin drama detrás de su pregunta. Hasta parecía que había cambiado de tema de la nada.

¿Qué? Yo me quedé más revuelta que un huevo en una mañana de escuela. Supuse que Natalia tuvo la misma reacción porque el ritmo de sus palabras delató que se encontraba confundida.

—Sí, supongo que sí.

—¿Y una mala?

—Pues... No sé. Creo que no —dudó. Estuvo a punto de añadir algo, pero Carlos se le adelantó.

—Algo así pensaba mi madre —soltó fingiendo que aquello le divertía, pero yo reconocí que no lo hacía.

Así que Carlos si tenía mamá. En momentos llegué a pensar que había nacido por bipartición o algo así. Documentales de la televisión gracias por confundirme.

Le siguieron unos segundos en los que nadie dijo nada y yo estuve a punto de ponerme de pie y empezar un interrogatorio, pero para mi fortuna, y sorpresa, Carlos se atrevió a hablar.

—Por una promesa. Fue por eso por lo que entré —soltó sin añadir más. No sé si le estaba costando hablar o si quería hacerla de emoción. Me sentía igual a cuando ves una serie o película en la televisión y llegan los malditos comerciales.

—¿Una promesa?

—Era una tontería, pero la mayoría de las promesas lo son, y aun así se cumplen, ¿no? Ahora estoy divagando —se burló de sí mismo. Escuché una tímida risa de Natalia que escapó de su boca al son de un suspiro casi de manera inaudible.

—¿Yo puedo ayudarte en algo?

—¿Ahora serás mi psicóloga? —trató de recuperar su tono habitual, mitad sarcasmo, mitad verdad. Extrañaba su zona de confort.

—No, pero puedo escucharte si te hace sentir mejor.

Y a mí también me haría sentir mejor que lo soltara. Mi tensión bajaría y volvería a la normalidad. Carlos, piensa en el bien general. No seas egoísta, mijo. Se lo pensó, tampoco era como si Natalia hubiera usado un tono muy convincente para sacarle la información, eso de ser consejera era bueno, pero también le hacía falta sonar más persuasiva.

—No sé por qué voy a contártelo si es una tontería. Mi madre tenía una obsesión con el tema del bien y el mal, y cuando me refiero a una obsesión le estoy dando todo el peso a esa palabra —comenzó para mi sorpresa. Me parecía que hablar de eso no era común—. Venía de una familia muy conservadora, con reglas muy estrictas y con una capacidad asombrosa para resistir una vida que se basara en la opinión de los otros. Así que no les hizo mucha gracia cuando su única hija, una joven menor de edad, les avisó que serían abuelos y el padre era tipo que se había marchado apenas se enteró. Siempre quise pensar que fue el rechazo de su familia, a la que era muy dependiente, el motivo para que viviera en una constante depresión. O quizás sólo es una buena excusa para no llevarme muchos créditos.

—Tú no tenías...

—Lo sé. Quizás por eso nunca me comporté como el modelo de hijo que ella tenía en mente. Siempre fui un verdadero problema. Y debería sentirme mal por eso, pero sinceramente no me importó demasiado —confesó—. No te miento cuando te digo que mi madre visitó más mi colegio que las veces que yo he citado a un padre.

—¿Eras muy travieso? —le preguntó Natalia para que la charla sonara menos nostálgica, casi imaginé su sonrisa al pronunciarlo.

—No, mi problema era ser muy testarudo. Aunque yo preferiría llamarlo tener criterio y opinión, un mal que mantengo en la actualidad. Me gustaba reñir a los profesores, sobre todos a los que consideraban el debate como una arma mortal —le conté. Así que eso no era nuevo—. Algunos consideraban eso como algo positivo, pero la mayoría pensaban que era muestra de rebeldía. Le dijeron cientos de veces que debía dedicarme más tiempo y ser más estricta en mi educación. Debiste de verla cada vez que llegaba a casa, era un cúmulo de pensamientos negativos que siempre tenían el mismo final, la rememoración de sus malos momentos. Nunca se perdonó defraudar a su familia, perder muchas que merecía por ello. Sabes, a veces pienso que hubiera sido una mujer muy exitosa si yo no hubiera llegado, hubiera conseguido un empleo con una buena remuneración y quizás, si ella lo deseaba, una pareja que valiera la pena.

—Carlos... —Había dolor en el tono de ella, pero no en el de él, al menos no a mi parecer.

—Pero el hubiera no existe. Al final yo no fui un ejemplo a seguir, y aunque no estaba orgulloso de ser causante de todas sus penas, jamás seguí esos consejos que me daba con tanto esmero. Nunca me callé a tiempo, ni me guardé mi opinión para no herir susceptibilidades. Solía decir que me compartía eso con el hombre que la abandonó. Supongo que pensaba que eso me haría reflexionar, pero no, sinceramente no recuerdo cambiar por aquella oración. Aunque debo reconocer que quizás es la única frase que me desanimaba un poco.

—¿Y nunca se lo dijiste?

—No, aunque supuse que no era necesario. Me marché muy joven de casa, estudié y trabajé por mi cuenta lejos, me alejé de ella durante varios años. No totalmente, pero ya no permitía que supiera tanto de mí. Necesitaba libertad para poder ser quien era sin sentir que le hacía mal en el proceso. Ella tomó eso como una mala señal. No sé qué pensaría porque jamás me comentó, pero teniendo en cuenta su gran imaginación que siempre terminaba en el peor de los caso, debió creer que me dedicaría a estropearle la vida de alguien. Aunque no se equivocó del todo.

—¿Qué clase de promesa le hiciste? —curioseó Natalia.

—Que haría algo bueno para convertirme en otra persona. Estaba ya muy enferma para debatir conceptos del bien y del mal, así que se acepté. Hasta al final se preocupó por ello. Dejé esa promesa en el olvido los primeros meses, pero con el tiempo decidí que era tiempo de cerrar ese capítulo. Sólo para sentirme libre —dijo Carlos poniéndose de pie. Cerré los ojos para fingir que seguía en el quinto sueño y crucé los dedos para que no descubrieran que estaba de metiche.

Sí, me dolería que me consideraran inoportuna, pero más que me dejaran con la información a medias. La buena noticia es que los pasos no se escucharon en mi dirección, abrí los ojos lentamente temiendo que mi viejo oído me hubiera engañado. Carlos traía algo en las manos, creo que algo de beber, supuse que no era sed lo que le había motivado a dejar su lugar sino la tranquilidad que la distancia le pudiera proporcionar. Natalia recibió el vaso de buena gana y no agregó más esperando que él retomara la charla, y él lo entendió porque no la hizo esperar.

—Debiste ver cuanto me resistí a hacer algo sin sentir interés por ello. Descarté las típicas acciones que cualquiera clasificarían como buenas porque no eran algo que fuera conmigo. Así que cuando me hablaron del INEA, pensé que sería una buena oportunidad. Sólo tenía que hacer lo que todo el tiempo hacía, el cambio no era grande y sería suficiente para cumplir con el concepto que el recuerdo me traía.

—¿Por eso ayudaste a Margaret? —se atrevió a preguntar. Esperé la respuesta más que ella misma, pero la espera acabó rápido.

—Hablas como si hubiera recibido a Margaret el primer día con un desfile conmemorativo. No, lo de Margarita fue por decisión propia, no hubiera durado mucho de lo contrario. Me arriesgué porque confío en su capacidad, sólo necesita un poco de ayuda para destacar —pareció sincero en lo último—. A ella sólo le falta el deseo de llegar lejos y confianza en su trabajo. Dos decisivos pasos para el desenlace deseado.

No, pues que fácil. En diez minutos me aviento el resto. Ya tengo medio pie del otro lado.

—Y la publicidad, pero de eso nos encargamos nosotros —dijo dándole carpetazo a la charla que lo involucraba como protagonista. Lo vi acercarse, pero no llegar a donde estaba sino volverse hasta el computador. Le comentó algo relacionado a unos números que yo no entendí, pero Natalia no le contestó. Abrí los ojos despacio y me moví un poco para poder visualizarla, necesitaba saber que estaba haciendo porque parecía que ya no estaba ahí. La vi asentir un par de veces a lo que él le contaba, pero estaba pensativa, su atención no estaba en lo que la pantalla podría ofrecerle.

—Podríamos cambiarla si a ti te parece —le comentó para conocer si lo estaba escuchando. Estaba tratando de hacer que todo volviera a la normalidad, que todos actuaran como antes. ¿Se preocuparía? Noté su intención de añadir algo, pero la voz de Natalia le ganó.

—Carlos, yo creo que eres una gran persona —le dijo con una sonrisa diferente. Yo tenía que hacerme una lista de las clases de sonrisas que Natalia tenía para expresar lo que sentía. Nunca eran iguales entre ellas.

—Si los dices por lo que te acabo de contar y crees que serlo me preocupa déjame decirte que no creo que la existencia se divida en dos bandos...

—No, lo digo porque es lo que yo pienso. Y no necesitas ir por el mundo regalando cosas o fingiendo ser algo que no quieres, porque tú, con todos tus defectos y cualidades, eres una buena persona. Y eres especial de verdad.

A mí no me habían dicho nada, pero mi corazón se encogió por ser oyente. No eran las palabras, sino cómo se decían y con qué intención. Hubo un pequeño espacio donde no hubo más que silencio, conocía que Natalia no esperaba que él le respondiera. Carlos carraspeó para cortar el momento que ya se tornaba incómodo, asintió y volvió a preguntarle sobre algo que estaba en la computadora como si no hubiera pasado nada. Ella negó divertida y volvió a reñirlo como siempre. Le dieron vuelta a la página.

Y aunque Carlos fingió que el momento nada significó, yo supe que .

¡Hola! <3 Les agradezco de corazón su tiempo :). Espero les gustara el capítulo 💕. Gracias a todas las personas que la están recomendando. Estamos creciendo poco a poco, y estoy muy agradecida por ello :).

💕Los invito a unirse al grupo porque esta semana habrá un concurso con premio navideño :). También haré uno por aquí en el próximo capítulo.

Margaret los ama, y yo también.

Meme de la noche:




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