Capítulo 19 [Parte 2]
Aviso: Segundo capítulo del día. No olvides leer el anterior para evitar spoilers. ¡Gracias! ♥
Si la montaña no quiere venir hacia ti, tú vas a la montaña y la amarras para que no se te escape.
Jalé del brazo a Natalia para acercarnos a donde estaban los mariachi, hice un gran esfuerzo para poder hacerme notar entre el escándalo. Todo el mundo estaba atento a su presentación así que era el sitio perfecto para conseguir lectores. Claro que su atención no estaba en mí por lo que el proceso era incluso más complicado que en los estantes.
—Buenas noches —le dije a una mujer tratando de ganarme su atención—. Quiero entregarle una información que podía interesarle...
No, definitivamente no estaba en su lista de prioridades. Traté de darle la hoja pero me ignoró mientras seguía el coro de la canción. Suspiré antes de repetir el proceso con otro sujeto que parecía borracho, ese sólo se carcajeó y usó el papel para usarlo de servilleta. No me molesté, nos hizo un favor a todos con tal acción. Por último un joven grababa el espectáculo dejando de lado mis palabras para seguir con su tontería. No había nada único en la presentación, pero los jóvenes se dejan eclipsar fácil en la actualidad. Deberían ver lo que es un verdadero show.
La paciencia estaba lejos de ser una de mis carentes virtudes, y mi capacidad para soportarme a mí misma tocó sus límites. ¿Qué les costaba regalarme unos segundos de su valioso tiempo? Nada. Leer les cultivaría el cerebro y a mí las visitas. Los dos ganábamos. ¿Dónde estaba lo complicado? Seguí intentado en vano hasta que me cansé de su escándalo y rechazo.
—¡Alguien póngame atención! —grité a todo pulmón desesperada. Tomé una bocanada de aire cuando me di cuenta de lo qué había pasado. Para mi mala suerte la melodía había terminado y el silencio se adueñó del área antes de que mi voz la colonizara. Maldita sea.
—¡La abuela quiere cantar! —gritó el borracho al que el cerebro ya se le había inundado de alcohol—. ¡Que cante! ¡Que cante!
—Cállese. —Le di un zape en la cabeza para que no armara un escándalo, pero ya era muy tarde, su voz de becerro resonó más alto que mis súplicas—. Usted nada más habla porque tiene boca.
—¿Quién más quiere que la abuela cante? —vociferó el cantante principal aprovechando el momento.
Otro que quería subirse al tren. Búsquense su payaso, yo no les seguía el juego ni con billete de por medio.
—¡Que cante! ¡Que cante! ¡Que cante! —gritaron los colados que sólo estaban ahí empeorando el asunto.
Negué con las manos para que entendieran que yo ya me iba mientras daba media vuelta y pretendía huir, pero la multitud me arrastró entre sus empujones hasta al frente. Aprovechados y montoneros.
—Yo no canto. Hay más gallos en mi voz que en la granja —le advertí al que traía la guitarra y que me tendía la mano para subir al escenario—. Si alguien se muere aquí nada no me eche la culpa.
—Es tan graciosa —rio él con entusiasmo—. No puede negarle al público lo que exige. Además aquí todos deseamos oír lo que semejante voz puede hacer, casi deja sordo al compadre.
El hombre agitó su mano dando entender que se estaba cansando de ser amable con alguien que no se comía el cuento tan fácil. Yo no necesité su ayuda para subir, podía hacerlo sola, y lo hacía únicamente para aclarar que no pensaba unirme a su circo.
—¿Cuál es su nombre? —me interrogó sonriendo como si quisiera presumir su buena actitud, lástima que a mí el hecho no me provocara alegría.
—Margarita.
—¡Como el cóctel! —se burló una voz al fondo. Solitos se delatan. Entrecerré los ojos para hallar al chistosito, pero todos tenían cara de yo no fui. Hubiera continuado con mi estudio de rostros sino fuera porque el grupo de músico, cansados de mi nula aportación decidieron acelerar el proceso con los primeros acordes.
Busqué a Natalia entre la multitud, pero estaba tan entretenida en su tarea que tardó en notarme.
—¡Ayuda! —grité provocando una risa de todos. ¡Esto es en serio!
La muchacha levantó la mirada y apenas se percató de mi presencia arriba de la tarima se puso pálida. Sí, nadie sabía cómo había terminada entre tanto loco. Intenté bajarme pero por la mirada de los presentes deduje que no estaban para andar jugando a las escondidas.
—¿A qué se dedica, Margarita? —trató de entretenerme para que no saliera corriendo como gallina descabezada.
—Soy... Soy... —De tantas preguntas me vienen cuestionando lo más indiscreto. ¿Cómo se les llama a las personas que no hacen nada?
Natalia se acercó para auxiliarme, pero al llegar a la primera fila no supo qué hacer. No, no se subiría al escenario y otra idea no apareció a su cabeza.
—Entonces....
Vi a la muchacha soplándome una respuesta, pero con tanto ruido no lograba escuchar nada y la cosa empeoró cuando quiso que la adivinara con el simple movimiento de sus labios.
—¡Oye, yo no soy eso! —me ofendí señalándola, provocando que todas las miradas se enfocaran en ella.
—¡Escritora! ¡Dije escritora! —aclaró para mi tranquilidad. Suspiré aliviada porque me había salvado de quedar mal, pero la paz salió corriendo cuando a todos les llamó la atención mi inusual profesión.
—¿Y qué escribe, abuelita, cuentos para niños?
Otro chistesito de mi edad y le parto los cuentos infantiles en la cabezota, ojalá se ría tanto.
—Aventura y fantasía —dije. No sabía exactamente si eso era lo que creaba, pero no estaba para andar averiguando—. Y no tiene nada de infantil.
La gente presente imaginó que mi comentario tenía como objetivo una pelea por lo que las ovaciones sólo lograron molestar al presentador. Vamos, yo no quería llamar la atención. Yo nunca quería hacerlo, y por alguna razón siempre terminaba en el ojo del huracán.
Divisé a Carlos acercándose a la multitud buscando el origen del alboroto, y pareció no sorprenderle en lo más mínimo que yo fuera la causa. Lo más común hubiera sido que, al igual que Natalia, tratara de hacer algo por mí. Él era listo seguro se le ocurría algo, pero había olvidado un pequeño detalle. Carlos se alimentaba del dolor ajeno. Él estaba disfrutando el momento más que cualquier otro, porque aunque el muchacho era muy bueno, no había perdido esa vena malévola que gozaba al ver los retos que me aventaba.
—¿Va a cantar? —exigió saber el hombre ofreciéndome el micrófono.
No, no estaba en mi planes terminar de esa manera. Pero tampoco me convenía ser recordada como la mujer que se hizo la importante teniendo nulo talento, y pese a que su opinión me importaba un bledo, deduje que no era una buena estrategia para ganar lectores. Aunque si lo analizo bien nadie de los que estaban parloteando parecía fanático de los libros...
Las trompetas inundaron el recinto antes de aceptar provocando que me llevara un susto de muerte. ¡Avisen! Casi pude sentirme frente al mismísimo Chente Fernández, pero cambiándole la profesión, este sería cardiólogo para arreglar el desastre de mi corazón tras tantas emociones.
El varón me entregó el micrófono de mala gana y aquel pequeño acto me orilló a enfadarlo más. Necesitaba superar sus expectativas, si es que alguien tenía alguna.
Tomé un largo respiro antes de comenzar. Si quieres ser grande tienes que sentirte como uno y regarla como uno. De verdad esperaba que no fueran muchas demandas por daño auditivo después de esto...
—Yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera sé que tendrás que llorar —comencé echándole todas las ganas. Mi mamá decía que cuando se es malo para algo la actitud lo compensa. Hasta me emocioné por los coros que retumbaron a mi espalda—. Con dinero y si dinero, hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley. No tengo trono, ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey.
La gente me ovacionó, no porque lo estuviera haciendo bien, admiraban el valor que tenía para plantarme ante un grupo de desconocidos y hacer lo que ni en mis peores borracheras haría.
—Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar. —Descubrí que esa canción debió ser escrita para mí. Definitivamente en la otra vida yo compuse aquella letra después de darme unos buenos golpazos, de esos que se repetían constantemente—. Después me dijo un arriero que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar...
Cuando terminó la última nota un montón de aplausos se hicieran presenten ensordeciéndome. Ojalá hubieran sido monedas, pero bueno, pudieron ser tomates así que no me quejé.
Escritora, comediante, cantante y acosadora de parejas en mis tiempos libres. Mi currículum estaba creciendo.
—¡Gracias! ¡Gracias! —grité antes de que me quitaran el micrófono. Oye, tranquilo, hermano, sólo son unos segundos—. ¡No olviden pasar por sus volantes informativos con la morena del fondo! Ella tiene más datos sobre mis cuentos —concluí antes de entregarle el dichoso aparatito que parecía cuidar con su vida.
Ya no importaba, yo ya había hecho mi parte y esperaba rindiera sus frutos con todas las consecuencias que la cosecha trajera.
Cuando encontré a Carlos y a Natalia sentí que toqué la puerta de emergencia en un incendio.
—Usted no para de sorprenderme. —Eso fue lo primero que me dijo cuando llegué ante ellos, no era un cumplido, era una verdad.
Yo aún no terminaba de procesar cada locura que hacía. Eran muchas y nunca les daba tantas vueltas después de cometerla porque no valía la pena. ¿Ya para qué?
—Wow. Lo hizo. ¡Qué valor! —reconoció Natalia cuando terminó de repartir todo el material. No quedó nada. Sabía que pocos me prestarían realmente atención, pero al menos los folletos ya no estaban.
—¿Valor o un impulso de idiotez? —pregunté porque yo le tiraba a la segunda opción. Eso estaba en mi gen.
—Llámelo determinación —me explicó Carlos tratando de hallarle un nombre más motivador—. Tener presente que el camino al éxito está lleno de pequeños sacrificios es importante para no abandonarlo.
—Carlos, ya tengo mucho sueño para entender tu filosofía. —Bostecé cansada de tanto ajetreo. Necesitaba a mi camita para que mi cerebro recargara energía.
Natalia aceptó retirarse después de compadecerse de mi situación. Un punto extra para esa muchacha que entendía que a mi edad la madrugada ya no era hora para andar en apuros.
Después de despedirse de una organizadora y tomar sus cosas nos encaminamos a casa. ¡Sí! Festejé internamente con cada paso que dábamos. Entre tantas cosas que traíamos parecíamos asaltantes, pero si a ella le gustaba llevarse media feria, ¿qué le íbamos a hacer?
—Gracias por venir, sé que no les gusta todo esto y los puse a trabajar, pero era muy importante para mí que ustedes me acompañaran —agradeció ella con sinceridad.
—No te preocupes. A mí me gustaron las cositas que compraste para mí —traté de sonar amigable, aunque analizando bien no sé si lo logré, más bien sonaba egoísta. Por fortuna Natalia me sonrió en respuesta, fue una pena que aquel semblante se borrara apenas pusimos un pie en el exterior. Tan rápido como llegó se fue.
—Yo creo que mejor regreso adentro —soltó de la nada. ¿Qué? No vamos a rajarnos estando tan cerca.
—¿Por qué? —quise saber. Esperaba una respuesta convincente para ese cambio de actitud tan repentino. Busqué en la calle algo que indicara que había un problema, pero no encontré algo para temer. Sólo vehículos, la luna y la brisa que anunciaba un chubasco cercano.
—Aún es temprano —respondió sacándose de la manga eso último. ¿En qué planeta cuando la luna está sobre nosotros es temprano?
—Mañana tenemos mucho por hacer para perder nuestro poco tiempo libre allá adentro —concluyó Carlos decidido a no volver atrás—. Ya cumplimos como amigos, ciudadanos, trabajadores y todo lo que quieras insertar en la oración.
—Lo entiendo, ustedes pueden irse. Yo me quedo —respondió sin molestarse, casi comprensiva tratando de fingir una normalidad que nadie se la creía.
—Estabas decidida a irte hace unos segundos. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Ella se lo pensó unos segundos, me pareció que rebuscó motivos, pero su mente no fue muy creativa.
—Tienen razón, fue una tontería la que me tentó —se disculpó con una sonrisa más para ella que para nosotros antes de encaminarse al vehículo—. Debemos llegar pronto a nuestras casas —dijo antes de subirse al auto.
—Creo que ya se tomó la botella de tequila —dije antes de estudiar el recipiente. Estaba intacto—. O quizás tanto mariachi la destanteó, pero ya se le pasará —animé a Carlos para que se subiera ya en vez de querer sacarle la verdad—. Tal vez anda enamorada —tiré la indirecta, pero él ni se inmutó. ¿Dónde está el chico que se pone nervioso y suelta un comentario que lo delate? ¡Necesito saber dónde!
Natalia se perdió en la ventana mientras yo trataba de abrir un dulce de leche que estaba más pegado que un chicle. Maldije cuando el relleno se batió todo en mis manos apenas arrancamos. Hasta los caramelos me odian.
—¿Podrías acelerar? —preguntó ella después de un rato, cuando el cristal comenzó a empaparse por la lluvia que caía a nuestro paso. Era una pregunta idiota, ella lo sabía, lo supe porque la interrogante salió de su boca con duda.
—¿Qué? Sí, sí podemos, pero no planeo estamparme con algo y después tener que aguantar una charla de cuatro horas con un tránsito —argumentó él—. Además, tú deberías decirme que conduzca a vuelta de rueda.
—Eso sin contar que siempre quieren sacarte dinero, y no les vamos a dar nada. —El dinero no era mío, pero defendía los intereses grupales.
—Tienen razón —suspiró antes de volver su vista a sus manos jugueteando. ¿Qué podía haber de interesante en ellas? Ve tú a saber. Yo no me preocupé de ese comportamiento aislado porque era despistada y sabía que a veces tenemos días en que nuestra locura aumenta. A mí me pasa cuando hace mucho calor.
—¿Estás bien? —La voz de Carlos cuando nos detuvimos en un semáforo robó mi atención centrada en el cielo que se había iluminado por un relámpago. Ella asintió rápido mientras le indicaba que la luz había cambiado—. No pareces estarlo.
Qué romántico. Vas con todo, Carlos. Tenías que tirarle una frase digna de copiar, no un simple no pareces estarlo. ¿Es que nunca te viste una película?
Lo bueno es que Natalia se lo tomó bien, o ni siquiera le prestó atención, fue ahí cuando me inquieté porque ellos nunca perdían una oportunidad para debatir.
—Creo que sé lo que tienes —le dije después de pensármelo un momento, repitiendo los minutos anteriores, en mi mente, para encontrar algo—. Le tienes miedo a la oscuridad —deduje. Eso no tenía lógica porque ya habíamos salido de noche, pero era lo único que había cambiado en nuestra salida.
Ella intentó sonreírme como siempre pero perdió la intención cuando el sonido de un trueno se adueñó del silencio. ¿Pueden callarse un segundo? ¡Esto es importante!
—No le tengo miedo a la oscuridad... Le temo a las tormentas —me confesó girándose un poco en su asiento para verme—. Sé que es una niñería, pero puede conmigo. Odio la época de lluvia, es por eso nunca salgo cuando hay pronóstico de lluvia intensa.
¿Le podías temer a eso? ¿El agua caer le daba miedo? Pero la entendía, todos tenemos miedos injustificados. En mi caso eran las cucarachas, pero ellas eran harina de otro costal, esos malditos bichos estaban destinados a hacernos sufrir.
—Así que era por eso. ¿Y en qué pierdes tu tiempo cuando se está cayendo el cielo? —curioseó él sin despegar la vista del frente.
—Me encierro en el cuarto, que no tiene ventanas, y me pongo a ver televisión o escucho la radio —le contó—. Mamá es muy compresiva, siempre que sabe que se pondrá feo me acompaña.
¿Qué les dan a las mamás de ahora? Cuando yo le huía a algo mi madre me orillaba a tener una batalla con eso para que le perdiera el temor. A veces funcionaba, la mayoría de las veces no. No sé si eso me hizo más valiente o más cerrada.
—¿Oye, a dónde vamos?
Por mis debates internos ignoré que Carlos estaba entrando en un estacionamiento subterráneo de un centro comercial. No tendría nada de raro si el lugar no hubiera estado cerrado. ¿Qué pensaba hacer?
—Cualquier persona que viva en esta ciudad sabe que lluvia no dura más de media hora, así que haremos tiempo —resolvió, antes de estacionarse. El lugar estaba totalmente desocupado, pero la luz del exterior lograba colarse dándole una aspecto menos aterrador.
Silencio. Mucho silencio. Natalia buscó algo para decir, no sé con qué intención, pero el sonido de un trueno le ganó la partida.
Carlos encendió el radio, no supe si para animar el ambiente o para que Natalia dejara de concentrarse en la lluvia. Yo que me molesto por todo no encontré nuestra parada de manera negativa. Quién sabe, quizás yo exagero, como siempre, pero yo noté que la coraza comenzaba a romperse.
—No le temes a las multitudes, al gobierno y a la ignorancia para pelear por tus ideales, aunque algunos sean bastante inalcanzables, pero le temes a los relámpago. Qué ironía —No fue un reclamo, tampoco una burla, yo casi lo sentí como un comentario bien intencionado.
—Nada es lógico en esta vida —respondí mientras me acurrucaba en el asiento trasero. Con este climita se antoja una siesta.
Y supe que Natalia me dio la razón porque sonrió.
El momento que pintaba para ser perfecto se arruinó cuando me percaté que estábamos escuchando una estación donde pasaban música en inglés.
—Buuu —abucheé por lo alto. Odiaba la música en otro idioma porque no le entendía nada y cuando intentaba cantarla parecía estar maldiciendo en varias lenguas diferentes—. Busca otra canción —voceé tratando de llegar hasta el botón. Fue una suerte que Natalia me sujetara para no quebrarme algo en el intento. No tardé mucho en encontrar música de calidad—. Esa está buena.
Papá amaba esa canción, y ese recuerdo ocasionaba que yo también lo hiciera.
—Perfecto, salí de una cantina para meterme en otra.
—Ni siquiera se te ocurra cambiarle —lo amenacé, antes de que pudiera pensarlo. Natalia rio ante mi reacción y escuchó la letra con atención.
Fue un lindo momento, recordé que no nací de una huerta y que alguna vez alguien me quiso mucho. Yo tenía una familia. ¿En qué momento la perdí? Aplaudí para silenciar el eco de mis propios fantasmas cuando la melodía acabó.
—¿Ya vació la botella? —preguntó Carlos ante mi reacción. Yo le mostré el contenido para demostrar que estaba en un error—. Tiene razón, había olvidado que usted es más peligrosa estando sobria.
—¡Oye! Sigo aquí —le recordé—. Tengo una buena noticia para ti, jovencito —cambié de tema, llevaba días analizando la buena nueva—. Vi un cuarto en el periódico que se acomoda a mi presupuesto, así que pronto dejaré de meterte en líos. Sólo esperaré que me manden mi chequecito para ir a darle un vistazo. Ahí te encargo, Natalia, la salud de Carlos depende de tu intercesión —le señalé para que me ayudara y no dejara que retuvieran más el pago, había meses que lo mandaban de puro milagro.
—Si piensa que con eso dejará de escribir creo que está lejos de la realidad.
—Demonios —maldije—. Olvídalo, Natalia. Me quedo a seguir fregando.
Ella rio por la broma, aunque yo no estaba segura de que lo fuera.
Crucé los dedos deseando que el dinero no se desvaneciera por completo de mis manos apenas llegara, desde el último contrato que había firmado los precios se volvieron inalcanzables, y si bien podía lograr juntar lo de la renta tenía presente que no podía comerme las varillas de la casa, los pagos comenzaron a asfixiarme incluso antes de realizarlos.
Lo más fácil era seguir con Carlos, pero no era lo que quería, necesitaba dejar de sentirme como una intrusa y volver a crear mi mundo aunque fuera en una cueva con todo y las ardillas de mascotas. No siempre lo más fácil te hace feliz, y a mí me gustaban las cosas complicadas.
Volvería a mi antigua vida, a veces la extrañaba. A veces echaba de menos ese sentimiento de soledad que antes se colaba por las ventanas. ¿Qué se supone que tenía en la cabeza para pensar así? ¿Aire? ¿Champurrado?
Observé el folleto que descansaba en mi regazo mientras comenzaba una canción que no conocía.
Mi nombre, o ese intento de imagen que habían creado de mí, me recordó que la realidad en ocasiones es más difícil que la de los libros que yo misma creaba. Aquí nadie tenía la seguridad que ganaría por mucho que se esfuerce. Y vaya que yo había luchado por cada pequeño regalo de la vida, pero nunca era suficiente. Nunca parecía bastar. Esa es la diferencia entre los protagonistas de la televisión y los que están en la vida real. Aquí nunca es suficiente.
🔹🔸🔹🔸
Me pregunté si estaba en el Titanic cuando salimos de ese agujero y volvimos a las calles. El río Bravo se había colado con todo y el golfo de México dentro de la ciudad, o al menos eso parecía.
—Lo bueno es que ya no necesitamos ir a la playa para nadar —traté de verle lo positivo a la alberca gigante donde nos estábamos ahogando—. Hasta podríamos cobrar.
—No le de más ideas al gobierno. Los jefes de Natalia estarían fascinados por la propuesta —comentó Carlos arruinándome las esperanzas de tener el negocio de mis sueños.
Ella no lo negó porque sinceramente aquí te cobran hasta por respirar.
Como yo sí creo en los milagros logramos llegar a su casa sin convertirnos en peces. Otro logro a la lista. Sonreí cuando salí de esa lata y pude estirar las rodillas que tronaron como chicharrones en comal caliente. Al fin en casa.
—Creo que yo tomaré un taxi —me informó Natalia entre el umbral y la salida. Esperaba que el conductor tuviera una lancha para que pudieran sobrevivir ante ese clima. No era algo fácil.
—¿Tú crees que un taxi va a pasar a esta hora y va a llevarte hasta casa arriesgándose a quedarse varado? Aún me sorprende tu optimismo —dijo él entrando a casa. Yo hice lo mismo. Viendo el sofá recordé cuanto lo había extrañado.
—¿Y entonces qué propone qué tome el autobús? No pienso ir en una ballena como Dory, así que prefiero esperar un taxi —explicó muy segura—. Y mejor me apuro o va a comenzar a llover y el conductor no será tan amable para ponerme música. Por cierto, gracias por eso.
Yo conocí uno que ponía unos vallenatos a todos volumen sin importarle las nubes. Claro que después te cobraban como si fuera concierto en vivo.
—¿Por qué no te quedas mientras todo se calma? —pregunté para facilitar el asunto. Yo no era la dueña de la casa, pero era la voz del pueblo.
Natalia estuvo a punto de negarse, pero Carlos se adelantó para decirle que a él no le molestaba que esperara dentro de casa con nosotros.
—Puedes quedarte en mi cuarto —propuse accesible. Aunque después me lo pensé mejor—, pero yo siempre tiro patadas en mis sueños. No me hago responsable de quebrarte un hueso a media noche.
Ella rio por mi amenaza y antes de poder pronunciar una palabra solté otra de mis maravillosas ideas.
—Pero puedes dormir arriba, con Carlos. —Le guiñé el ojo para que captara el mensaje oculto. Ya saben que a mí me encantaba verla nerviosa.
—No, no, no —aclaró deprisa. Pensé que se ahogaría si seguía aguantando la respiración, era eso o salir huyendo—. Yo no tengo sueño. No quiero dormir.
Qué aguafiestas. Carlos se burló de su reacción antes de sentarse en la sala frente al computador que estaba apagado.
—Entonces no dormiremos, vamos a trabajar —dijo llevándose todos mis sueños. No. No. No. Me lleva la que me trajo.
—Perfecto. Me encanta la idea. —Lo acompañó la morena salvándose de la bochornosa situación. Lo que me faltaba. Esto me pasa por ser buena persona y tratar de ayudar. A la otra dejo que Natalia se marche en lancha y que Carlos se quede soltero para siempre.
Yo sólo quería tener una noche tranquila, pero cuando Carlos encendió la pop y decidió que era tiempo de fijarnos una estrategia para lograr el éxito en Wattpad supe que no la tendría.
¡Hola! <3
Espero le gustara el capítulo. Gracias de corazón por su apoyo.
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