Capítulo 17
Debí patearla cuando tuve oportunidad. Estaba segura que un buen golpe hubiera terminado el problema, pero ya era tarde para arrepentimientos.
—Está oscureciendo —les recordé con insistencia, por millonésima vez, pero pareció que le hablaba a la pared—. Mañana trabajan y no quiero oírlos quejándose.
Ni mis consejos llenos de preocupación, propia en realidad, lograron sacarles la idea loca de echar andar esa porquería. Comprobé que cuando algo se les mete a la cabeza no hay poder humano que los haga entrar en razón. Aunque debo admitir que yo también solía ser así.
Los vi acomodar en la sala con cuidado el aparato y me dediqué a suspirar mientras esperaban que se encendiera. Crucé los dedos para que no lo hiciera, pero no tuve suerte. Definitivamente no era mi día. Ni mi año...
—¡Sí! ¡Funciona! —celebró Natalia como si me hubiera ganado la lotería. Sentí sus manos en mis hombros mientras me estrujaba para que festejara con ella—. ¿No es maravilloso?
—Qué emoción —susurré entre dientes mirando con horror la pantalla—. Si pudiera me ponía a saltar.
De un puente...
—Sorprendente que esto hace unos años fuera la sensación —comentó Carlos mientras ordenaba todo—. Y por lo que veo se defiende bien.
—¿Y, con exactitud, qué se supone qué haré? —pregunté haciéndome la tonta para ver cómo cambiaba la situación. Con la pop era diferente porque Carlos la llevaba todo el tiempo con él y podía zafarme con facilidad bajo la excusa de no distraerlo, pero esto era diferente.
—Creo que a estas alturas del partido esa interrogante deja a relucir muchas cosas —dijo al detectar mis intenciones—. Pero se lo explicaré por si existe la remota posibilidad que lo olvidara.
Asentí como si estuviera en el salón de clases. Sólo me faltaba la libreta, el lápiz y la materia a punto de reprobar para estar en el colegio. Aunque para eso último, al paso que iba, me faltaba poco.
—Hace unos días nos habló de una nueva idea y quedamos que intentaría escribir el primer capítulo para poder decidir si se enfocaría en ella o no. Ya que los escritores no deben trabajar a marchas forzadas, es inteligente que usted pueda manejar sus tiempos para determinar cuándo escribir y cómo hacerlo —me explicó haciendo énfasis en lo último. ¿Por qué tenía que usar siempre definiciones tan complejas? Era más fácil decirme que la computadora era para ponerme a trabajar sin horario laboral establecido. Eso está en contra de la ley por cierto...
—¿Margarita? —Observé la mano de Natalia paseando frente a mí. Me había quedado dormida con los ojos abiertos.
—Presente —contesté algo atontada provocando una risa de su parte. Ya no era hora para estar pensando, mi cerebro hace un rato se había ido a dormir.
—Será mejor que la dejes descansar —opinó Natalia al verme más lenta de lo normal. Apoyaba eso—. Mañana podrá darles todas las clases del mundo, profesor.
Tampoco hay que exagerar.
—Bien, sólo necesito que memorice cómo encender la máquina por si desea prenderla en otro momento —dijo Carlos mientras me enseñaba un botón redondo, más grande que el resto, en la parte que parecía una cajita de cereal—. Este es el botón que debe presionar. Es lo más sencillo del mundo. Automáticamente se encenderá y sólo debe esperar que termine todo el proceso de inicio para abrir un documento para escribir.
—¿Qué pasa si quiebro ese botón? —lo señalé—. ¿Cómo puedo ponerla a funcionar?
Más vale preguntar que lamentarse. Sabía que mi fuerza se alejaba de competir con la de algún deportista nacional pero mi torpeza lo superaba por mucho.
—Intente no hacerlo —concluyó dándome a entender que esa pieza era importante. No lo olvidaría.
De igual manera ambos decidieron anotar en un papel cada uno de los pasos por si me animaba a probarla. Se los agradecí antes de despedirme de ellos. Estaba segura de que no lo haría, juraba que no prendería esa cosa por voluntad nunca... Pero primero cae un hablador que un cojo.
🔹🔸🔹🔸
Lo lógico hubiera sido que me quedara a esperar a Carlos, pero tenía tanto sueño que deseché esa idea. Ni siquiera me enteré si llegó a dormir, si estaba vivo o qué demonios sucedió con él porque el cansancio me venció.
Cuando me levanté esa mañana no sabía ni en qué año vivía, con eso les digo todo. Había dormido como si llevara meses sin hacerlo. Sentí que recuperé la mitad de mi energía en esa cama, por desgracia ni siquiera conocía dónde estaba el resto. Estuve a punto de gritar cuando abrí los ojos por no identificar en qué lugar descansaba. Pensé que me habían secuestrado, pero luego recordé que había llegado por propia voluntad... Bueno, quizás exageré con eso, mejor dicho las circunstancias decidieron por mí, como la mayoría de las veces... Esperé supieran lo que estaban haciendo.
Después de un rato de estar tonteando me armé de valor para salir del cuatro y comenzar el día que en mi cabeza pintaba más negro que la noche. Abrí la puerta intentando no llamar la atención, no divisé a nadie en la primera planta y me pregunté si Carlos ya se había marchado.
Me pareció de mal gusto empezar mi estadía gritando su nombre, método infalible para hallar a alguien, así que opté por revisar si su vehículo aún se encontraba afuera y la respuesta fue negativa. Qué fuerza de voluntad para levantarse temprano. Bostecé buscando un reloj con la hora y casi me voy de espaldas cuando lo encontré.
¿Diez y media de la mañana? ¿Qué era yo, una mujer o un oso hibernando?
Tenía que ponerme como propósito dejar las sabanas sin que el sol estuviera de testigo.
¿Y ahora qué? En mi casa tomaba mi desayuno como tarea inicial, pero en ese momento no estaba segura de que tanta libertad tenía para poder tomar lo que quisiera de la cocina. Vamos que puedes llegar a una casa y decidir qué programa ver, puedes incluso tomar la ropa, pero el día que tomas lo que está en el refrigerador se arma la grande. Debí preguntarle a Carlos qué podía hacer y qué no, ahora tenía que esperar a que regresara y quien sabe qué horas sería eso.
De igual manera estar tan cohibida no sería la causa de mi muerte, mi estómago no podía estar de espectador todo el día y yo tenía que alimentarme o terminaría en el suelo. No quería hacer un gran movimiento entre alacenas, así decidí que sólo tomaría algo de leche y una fruta.
Como soy curiosa de nacimiento me fue imposible no dedicar unos minutos a estudiar los botes que estaban en la nevera. No cogí el valor para abrirlos, sólo comparé su peso, así que me quedaría con la duda de saber si dentro de ellos había helado o frijoles como yo acostumbraba a hacer.
Vertí el líquido con mucho cuidado y me dispuse a tomar una manzana de las que descansaban en frutera. Luego recordé que Carlos era profesor, que podían ser regalos de sus alumnos y deseché la idea, no estaba en mis planes morir por envenenamiento.
Tomé una pera como remplazo y decidí pasar uno de los peores desayunos de mi vida. Me sentí más perdida que un ateo en misa, definitivamente necesitaba encontrar un lugar donde pudiera ser yo misma. Ese no era mi ambiente, estaba envuelta en un constante recordatorio, yo no pertenecía ahí. Suspiré en el silencio que comenzaba a calarme en los oídos. En aquel momento mi prioridad era comprar un periódico para revisar los cuartos en renta, no importaba el tamaño, tampoco la ubicación, sólo necesitaba volver a sentirme independiente, o al menos, no sentirme así.
Por desgracia no tenía ni la mínima idea de dónde conseguir un puesto de diarios, y arriesgarme a perderme en un barrio del cual no conocía su nombre era una pésima decisión.
¿Y ahora qué? ¿Me quedo estática como una planta? ¿Respirar sería mi única función? ¿Cómo se supone que solucione mis problemas si tengo que depender de todos los demás? Quizás estaba exagerando, siendo impaciente, es sólo que siempre peleaba mis batallas sola, así tenía libertad para equivocarme a mi ritmo, a mi manera.
Y es que en una casa así, sin poder identificarme con nada, el concepto de soledad cobraba otro significado, uno más amplio, uno más terrible. El sentirse sola cuando no lo estás. Sabía, o quería creer, que había personas que estaban conmigo, que me tenían algo de cariño...¿Por qué entonces seguía ese hueco en el pecho? ¿Por qué aún permanecía el sentimiento de vacío atormentándome? Tal vez el problema no era lo que me rodeaba.
Odiaba cuando me cuestionaba lo que era, odiaba esa manera en que la mente se convertía en mi peor enemigo. Debía ocupar mi cabeza, hallar otra motivación, olvidarme por un momento del mundo...
Tenía pocas opciones para huir de mí misma. Apareció entonces la loca idea de usar ese computador para matar el rato, para no sentirme tan agobiada, desconectarse del universo era importante para no enloquecer. Caminé hasta el cuarto para verla de cerca.
—Algo me dice que tú y yo tendremos una relación de amor y odio. —Suspiré mientras la estudiaba. Bien, ahora estaba hablando como una máquina. Había perdido un tornillo en el viaje hasta aquí, era seguro—. Y terminaré en un hospital mental pronto también...
¿Qué hacía?¿Qué hacía? Me negaba a entrar a ese mundo, sabía que si lo hacía salir sería todo un reto. Pero estudiando el mío ninguno podía ser tan terrible, además debo reconocer que tenía curiosidad por saber qué era lo que hacía que las personas dependieran tanto de esos aparatos.
Bien, probaría, nada perdía con ello. Tomé el papel de las instrucciones para evitar errores causados por mi olvido. Me regañé mentalmente por ser tan débil, pero me negué a no darle una oportunidad.
Lo primero era presionar el botón. Localizarlo fue fácil. El que estaba en la pantalla fue más complicado, pero no pudo esconderse por mucho tiempo. Listo.
El negro que pintaba el fondo se iluminó. Esto es más fácil de lo que imaginé. Celebré en mi interior por lo sencillo que resultó el inicio. Es una lástima que la sonrisa se me borrara tan rápido cuando todo volvió a apagarse, o al menos eso pareció porque se tornó oscuro de nuevo.
¿Qué le había pasado? ¡No le había hecho nada! ¿Qué hacía? ¿Patearla funcionaría? Con la televisión esa técnica funcionaba, pero estas máquinas eran más delicadas. Además si lo hacía quedarían huellas del hecho. No, esa era la última opción.
Tenía que ingeniármelas para inventar algo que me dejara al margen de tanto enrollo. Piensa. Piensa. Le diría que se cayó sola y que me fue imposible salvarla... O me mudaría a otro país y volvería a la idea de vivir debajo de un puente.
Bienvenido a...
¿Qué? La vida volvió a mi cuerpo cuando una banderita con esa frase y una palabra en un idioma no identificado apareció. Sabía que no era el momento adecuado para romper mi tiempo récord de arruinar todo aquello que tocaba.
Debía ubicarme. Mucho color. Mucha vida. Tenía que tenerme paciencia. Busqué la palabra inicio entre todas las que estaban perdidas en la pantalla. Los dibujos estorbaban bastante por cierto. Y la hallé. Estaba en una esquina. Sólo debía presionarla con el aparatito extraño que servía para movilizarme en el área. Al hacerlo apareció una lista enorme de palabras que no me interesó revisar. Necesitaba encontrar la dichosa hojita y dejarme de tontería.
¿Se supone que esto facilita mi vida?
Tardé un buen rato tratando de localizar el nombre escrito en el papel. El que había creado esta cosa no tuvo ninguna consideración por las personas como yo, pareció que mezcló un montón de letras al azar para ver qué salía en el experimento. ¿Qué le costaba llamarlos hoja, lista innecesaria, dibuje aquí?
Suspiré aliviada cuando al fin la visualicé, o al menos esa se parecía. Recé porque fuera la correcta, y por fortuna lo fue. Me sentí como si hubiera terminado en primer lugar después de un largo maratón. Para tener la edad que tenía me defendía bastante bien.
Ahora a ponerse a trabajar. Miré la imagen en blanco y me pareció que era una fotografía de mi mente en ese momento. Se supone que tenía que llegar la inspiración. ¿Dónde estaba cuando más la necesitaba? ¿También me abandonó? ¡Vuelve, estabas aquí hace unos segundos! Maldije en silencio mientras cerraba los ojos. ¿Qué me pasaba?
—Fue una mala jugada —hablé en voz baja, a nadie en especial, más bien a la vida. Dudaba que ella se dignara a escucharme, pero necesitaba liberarme—. Y odio ser la protagonista de esta basura...
Se supone que en ese momento la hada que cumple tus sueños llegaría y me arreglaría el maldito problema, pero no se dignó a aparecer. Seguramente la mía se quedó dormida en algún bar...
Abrí los ojos y descubrí que seguía ahí. Se burlaba de mí. Recordé como había llegado hasta ahí. Entré a las clases porque Imelda se burló de mí, escribí para borrarle a Carlos esa sonrisa de suficiencia que siempre usaba en contra mía, y en ese momento la pantalla también me retaba. Ella no se iría, y yo tampoco por más que lo deseara. Tenía que aceptar mi posición y sacarle provecho.
—Vamos a ver cómo sale este desastre —murmuré tomando aire—, después de todo ya no tengo nada que perder.
Y jamás pensé que eso fuera una ventaja. Si no hubiera llegado a ese punto jamás hubiera hecho todo lo que hice y lo más seguro es que no estaría contado esto. A veces tocar fondo es lo que hace que la venda se caiga. Claro que hubiera agradecido más consideraciones en el camino, pero ya ni quejarse es bueno.
Capítulo 1
Letra por letra. Sin prisa.
Hay historias que suenan como canciones de cuna, que nacen de la dulce voz de alguien que te ama, esas que te regalan paz y esperanzas. Hay otras que se asemejan a los truenos en las tormentas, que te erizan la piel, que son un canto de guerra. El resto son trozos de cielo o infierno al alcance de todos. Y luego está la que voy a contarte, esa que me susurró el viento en una noche de copas y nostalgia, esa que se negó a abandonarme...
🔸🔹🔸🔹
El tiempo se escapó de mis manos y dejé que las palabras se convirtieran en el único faro en la oscuridad. Algo mágico sucedió, no sé cómo explicarlo, ese poder tienen las letras. Borran el tiempo, el espacio, el pasado, te permiten empezar de cero, trazar nuevos caminos, vivir otra vida. Y se sentía tan bien hallar un lugar donde los problemas no pudieran encontrarme.
Sonreí al ver la última palabra. Había tardado una eternidad para escribir ese par de hojas, pero me sentía como si me hubiera ganado la lotería sin boleto. Me pareció que era un buen final para un capítulo, dejaba a la luz lo necesario, pero estaba segura cambiaría de opinión cuando lo releyera. De igual manera me sentí muy animada al ver mi avance. Nada podía arruinar esa sensación...
Oh, no.
Excepto el sonido de un motor que me sacó de mi burbuja. Carlos había llegado. No, no, no. Aún el capítulo no estaba listo y él era el último que podía enterarse que había pasado la mañana escribiendo. ¿Cómo me lo quitaba de encima después? Lo conocía. Si se enteraba no descansaría hasta leerlo. ¡No!
Con los nervios en mi contra tenía que hacerme la desentendida. Aplasté el símbolo de la cruz en rojo que estaba en una esquina lo más rápido que pude, quizás si me apuraba ni siquiera notara que estuve horas sentada aquí. Maldije cuando apareció una aviso con pregunta una pregunta.
¿Desea guardar el documento? ¿A quién se le ocurrió esa pregunta? ¿Quién fue el encargado de esto? Llevo horas clavada en este lugar, ya no siento las piernas, y me preguntan si quiero borrar todo el trabajo de la mañana. Estos niñitos de ahora y sus preguntas innecesarias.
¡Apúrate! El motor se apagó y eso sólo aumentó mis ganas de jalar el cable de golpe. Un nombre, un nombre, necesitaba un nombre para la página esa. Como ese capítulo había absorbido toda mi creatividad lo único que se me ocurrió fue aplastar teclas al azar. Por suerte funcionó. Esperaba no fuera una grosería en otro idioma.
El sonido de la puerta abrirse me alarmó aún más. Leí el resto de las instrucciones entre líneas y resumí en frases sencillas que sólo faltaba molestar a la banderita de nuevo. ¿A quién se le ocurriría todo este proceso para apagar algo? Una pérdida total de tiempo, complicado y además lleno de trampas.
—¿Margarita? —Escuché su voz llamándome. Sí, era él.
No te distraigas, apaga esto. Presioné el botón con un nombre parecido a lo que estaba escrito. Debía ser eso... Si no lo era, pues ya ni modo. No tenía tiempo para el resto así que decidí, sin importarte las consecuencias, que bastaría con apagar la pantalla.
Y después vino lo más difícil, ponerme de pie. Creo que me tronó hasta el apellido cuando me levanté. Me tuve que morder la lengua para no maldecir mi edad. Hace años hasta una pirueta me hubiera salido bien en medio del escape, pero ahora todo era tan diferente. Dejé mis lamentos para después cuando escuché mi nombre por segunda ocasión. A pasos lentos llegué hasta la puerta, me pareció un camino eterno, pero logré abrirla sin romperme nada.
—¡Carlos! —Traté de dibujar una sonrisa, pero quedó en un intento—. Al fin llegaste.
—¿Está bien? Pensé que ya se había mudado de nuevo —soltó mientras dejaba sus cosas en el sofá. Yo asentí un montón de veces, creo que hasta me lastimé el cuello entre tanto movimiento.
—¿Qué tal te fue? —pregunté porque fue lo único que se me ocurrió. Se suponía que eso era la pregunta que nunca fallaba. Carlos me miró extrañado, no por la interrogante, sino por mi comportamiento. De igual manera no comentó nada y siguió con la actitud que siempre llevaba consigo—¿Bien?
—Cuando tienes un trabajo como el mío, no hay días buenos. Hay días terribles y días regulares. Hoy fue uno de los últimos así que no puedo quejarme—comentó sin darme más detalles—. ¿Y usted qué tal? ¿Algo interesante que quiera contarme?
En este santuario del aburrimiento esa pregunta debería ser una broma. Negué con la cabeza, pero después recordé que siguiendo la lógica debí hacer algo además de existir, así que me saqué algo de la manga.
—Doblé ropa —inventé tratando de imprimirle todo el realismo posible—, mucha ropa.
Yo estaba muy lejos de tener un almacén, pero él no tenía que enterarse. Claro que no me creyó del todo, pero se limitó a reír y seguir en lo suyo.
—Por cierto, debemos tomar una decisión respecto a sus muebles —dijo mientras hacía camino a la cocina—. Estamos de acuerdo que no pueden pasar una noche más a la deriva. ¿Tiene alguna idea?
—No, pero ahora se me ocurre algo —aseguré obligando a mi cabeza a dar un extra. Lo vi sacar una botella y servirla en un par de vasos—. Como está la situación actual es peligroso dejarlos así abandonados.
—¿Peligroso? No se ofenda, Margarita, pero dudo mucho que alguien quiera llevárselos —opinó mientras me ofrecía uno de los recipientes. No me negué, llevaba horas sin beber nada. Pensé que era alcohol, pero sólo era jugo. Sí, ya decía yo que era temprano para ponernos a festejar.
—¿Qué? ¿Por qué no? —me ofendí. Sabía hacía donde iba todo esto.
—En primer lugar porque haría un escándalo tratando de trasladarlos. Segundo, porque el valor monetario de cada uno de ellos no iguala al riesgo.
—No conoces nada de la vida en la calle, muchacho. En mi barrio se robaban hasta las macetas—le advertí—, y es fácil saber que hay una razón más importarte que el dinero para ellos, lo hacen por fregar.
Yo sabía de eso. Me crie en la calle. Así como había personas muy buenas, también sobraban los bromistas.
—Una conclusión muy acertada, pero que nos mantiene en la misma posición. No podemos quedarnos con ellos por ahora, por muchas razones, así que ya pensaré en alguna otra solución, sólo necesito despejarme un poco —me explicó. Por mí estaba bien, no traía prisa—. ¿Ya comió algo? —preguntó para sacar otro tema.
—¿Tú? —esquivé la respuesta que él esperaba. Una cosa era el almuerzo, y una muy distinto la comida. Además mi desayuno no podía llamarse como tal.
—No. También tenemos que ponernos de acuerdo con ese tema—aclaró. ¿Qué? Lo sabía, sellaría el refrigerador—. Yo vivo para mí, llevo años con ese ritmo, y sinceramente no está en mis planes cambiar eso. Con esto quiero decirle que usted tiene la libertad total de hacer su vida aquí, pero no de manera grupal. Cada uno será responsable de sus cosas, de su alimentación, de sus horarios y trabajos.
—Entiendo —aseguré, pero la verdad es que no lo hacía del todo—. ¿Eso significa que no nos hablaremos, es decir aplicaremos la ley del hielo?
Qué feo se escuchaba eso, aunque estaba en su derecho. Yo viviría en mi área y él en el resto. Era una pena que a mí me tocara el trozo más apretado.
—Me parece que tenemos un concepto diferente de independencia. Le pondré un ejemplo para disipar dudas, usted no tiene que esperar a que yo llegue para sentarnos a la mesa, tampoco deberá interesarnos el horario de llegada, de inicio del día o de dormir de cada uno. En pocas palabras no quiero que esto se llene de un ambiente familiar innecesario.
—¿Temes que sea como una madre? —interrogué deseosa de una respuesta. Quizás Carlos pensaba que sería una abuelita regañona y controladora, pero vamos, yo estaba lejos de tomar aquel papel.
—No, pero siempre soy claro con todo. Supongo que usted también tendrá sus condiciones.
¿Yo? ¿Condicionar en un lugar que no era mi casa? Quizás Carlos se había comido alguna manzana que le revolvía las ideas. ¿Cuántas horas de vida le quedarían?
—No tengo ninguna —reconocí con duda. Saber la ubicación del café era una, pero me pareció un atrevimiento soltarlo.
—¿Ninguna? Creo que no se siente preparada para establecerlas, pero le recomendaría que lo pensara mejor.
—Me gustaría un periódico —comencé a hablar por su insistencia. No sé si a eso se refería pero era bueno plantearlo ahora que tenía oportunidad—, para ir buscando mi nuevo cuarto.
—Podemos comprarlo camino a la escuela —propuso.
Pensé que se le había olvidado. ¿No puedo faltar un sólo día, ni siquiera cuando estoy en una situación extrema? Espero puntos extras por eso.
—Pero no muestre tanto entusiasmo o terminaré creyendo que quiere inscribirse a algún curso extra —bromeó por mi reacción. Parecía estar de buen humor pese a que lo notaba algo cansado—. Prepárese algo de comer o tendrá que irse con el estómago vacío a estudiar. Yo voy a descansar un momento, a preparar la clase y revisar otros pendientes antes de marcharnos.
—¿No vas a comer? —pregunté porque no lo mencionó en sus planos. ¿Este muchacho se alimenta de aire o qué? La comida es prioridad.
—Más tarde —le restó importancia—, pero usted no tiente tanto a la suerte —me aconsejó, y era mejor escucharlo porque con la suerte que tenía era claro que no debía retarla de ninguna manera.
Asentí antes de verlo subir las escaleras. Demonios. Yo no me salvaba de una. Gracias, vida, gracias.
Como ya no servía lloriquear me puse a hacer algo de provecho. Fue toda una aventura preparar algo para comer y al mismo tiempo no morir en el intento. Hice algo muy sencillo para no perturbar el lugar y para no llamar mucho la atención. Quería pasar desapercibida, del mundo, de mí misma.
Me senté a la mesa a comer, o al menos ese era el propósito, pero el apetito pasó a un segundo plano cuando otra idea le robó protagonismo. La casa de Carlos era más grande que la mía, pero no era los metros lo que la hacían parecer infinita.
¿Siempre habría tanto silencio? ¿Él siempre se la pasaba trabajando? Carlos me recordó a mí con algunos años menos, muchos en realidad. Yo también adoraba mi libertad, mi espacio, me escapé de todas esas responsabilidad que implicaban interactuar con los demás y me protegí en una burbuja que resistió tanto como yo se lo permití. Y es que la soledad, en medidas adecuadas, es una maravilla, pero todo en exceso en malo. Claro yo no tenía un estudio que validara mis teorías o que las alejaran de ser sólo una opinión. Pero yo conocía mejor que nadie que llega un momento en la vida que el cariño es necesario.
Lo más probable era que Carlos me tachara de ser una metiche, pero yo estaba en una etapa de tomar riesgos y me negué a ignorar mis ideas. Ya la había regado muchas veces, ¿qué importaba si lo hacía una vez más? Sabía que había sido muy claro lo que dijo, y que yo no era nadie para querer cambiar su opinión, pero me arriesgaría un poco.
No sé por qué lo hice, la verdad es que cada vez que me cuestiono la razón por lo que algo en mi vida sucede o analizo las decisiones que tomo, termino más enredada que en un inicio.
Al final serví otro plato y lo coloqué en el asiento que estaba frente al mío. Esto es ridículo, la edad me pone cada vez más sentimental. De igual manera no lo retiré porque no le hacía daño a nadie. Era tan pequeño ese detalle que lo más probable era que no lo notara, pero en mi interior esperé lo hiciera. No, no para atribuirme el hecho o para hacerme pasar por una santa, ya esta edad era una pérdida de tiempo querer hacerlo. Es sólo que yo sabía que los cambios pequeños son importantes. Y también era una muestra de agradecimiento. Una que no se resumía en un simple gracia, sino en un no estás del todo solo.
Ojalá que por querer ayudar no terminara arruinando todo, era buena para eso.
🔹🔸🔹
¡Hola! Si llegaste hasta aquí quiero decirte que Margarita te ama, y yo también. Gracias por su paciencia, para los que están en el grupo ya saben que tuve una semana espantosa, pero ya me estoy poniendo al corriente y todo vuelve a la normalidad 🔹♥. No volverá a ocurrir. Por cierto ya estoy trabajando en la segunda parte del capítulo (lo dividí porque haciendo un cálculo sobrepasaba las 9,000 palabras xD), así que espero tenerlo muy pronto.
Gracias de corazón por su apoyo <3. Los adoro y significa mucho para mí que aunque a veces tenga un problema con la actualización estén aquí :'). Los abrazaría fuerte a cada uno de ustedes, pero las máquinas no mandan abrazos xD.
También quiero agradecer a todas las personas que a lo largo de la semana se tomaron el tiempo de preguntarme si estaba bien :'), esos detalles valen oro para mí.
Yo no vivo en la zona del sismo, y gracias al cielo estoy bien, pero lamentablemente mi país no lo está. Así que quiero aprovechar para pedirles que si tienen la oportunidad donen para los afectados, ninguna ayuda es pequeña, todo es necesario y hace falta. Hay centros de acopios en muchas ciudades. De corazón se les agradecerá cada aporte y se les recompensará.
Este capítulo se lo dedico a todas las personas que sufrieron los huracanes y sismos de este mes :(. Sé que todo mejorará y yo deseo desde el fondo de mi corazón que así sea.
A lo largo de esta semana estaré colgando en mi perfil de Wattpad algunas páginas o iniciativas para poder ayudarlos :). Ojalá me hagan el favor de leerlas cuando tengan un tiempito libre.
Un enorme abrazo para ustedes <3. Los quiero muchísimo.
PD: No olviden unirse al grupo de lectores en facebook. Cada vez somos más ♥🙌.
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