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Prólogo

Los pantanos de Luisiana le confundían.

Sus vapores tóxicos, sus constantes manglares de agua puerca, maleza casi tan alta como un hombre, nubes de insectos, charcas y los peligrosos animales que moraban ahí. Desde víboras de diversos colores hasta los temibles cocodrilos.

Claro, él era joven, demasiado joven. Pero no por nada había sobrevivido a infernal entrenamiento que su hermano le había dado.

Podía resistir en terrenos desérticos y salitres estériles, escalar un risco cortado a pico con las manos desnudas, orientarse en el mar por las estrellas, guiarse entre bosques por la posición del musgo, e incluso dormir desnudo sobre un manto de nieve sin sentir incomodidad alguna, gracias a su entrenamiento espartano podía resistir climas inhóspitos.

El calor era sofocante, podía soportarlo, sí; pero no había sido entrenado para terrenos pantanosos como ese. Tal vez por eso, su hermano el «Espíritu Verde» le había asignado esa misión.

Trepado, desde lo alto de un ciprés que sobresalía de las aguas limosas, alzo el catalejo y diviso a su presa. La había estado vigilando porque encontrar su rastro fue inesperadamente difícil, pero al final la había encontrado.

Ella, se había ocultado muy bien, en un chamizo de aspecto en abandono pero aun firme, rodeado de una cerca con un pequeño muelle en una orilla donde una barca estaba amarrada. De la chimenea salía un ligero hilo de humo apenas visible dados los múltiples arboles de ciprés cercanos.
Sinceramente, podía elogiarla por ocultarse bien, incluso a él, jamás se le paso por la cabeza que usara un chamizo como escondite en las marismas cercanas de Port Du Lac.

Sentado en la rama, creyó escuchar desde la lejanía algunos gritos ahogados, e incluso gemidos en alguna que otra ocasión. Eso le daba curiosidad, pero no se acercó al chamizo donde su presa estaba escondiéndose, no quería arriesgarse. El atardecer iniciaba, y el sonido de las ranas, el canto de los grillos y otras alimañas de las marismas comenzó a alzarse, como si fuera un coro nocturno; pues la oscuridad comenzó a extenderse y las estrellas tintineaban en los campos celestes acompañadas de una hermosa luna llena.

Se incorporó y con una sorprendente agilidad bajo del árbol de tres saltos, apenas tocando el piso para correr técnicamente a 4 patas entre charcas y tierras fangosas perturbando poco o casi nada el ambiente y los sonidos de los animales. No se movió como lo haría una persona, avanzando erguido, con cautela ante ese terreno inhóspito. Sino que se movió con la agilidad y gracia de un tigre. Actuaba ahora, mas como a un animal que como un hombre.


Solo a unos metros del chamizo, la puerta se abrió inesperadamente y su presa salió al exterior con pasos breves, sosteniendo una linterna de queroseno.

Él, se detuvo y se mantuvo agachado ante unos arbustos. No le pasó inadvertido que ella, parecía estar debilitada, como si estuviese enferma. Ella se froto un brazo como si tuviera frío.

Era una mujer bonita en sus 20 a 25, de cabello largo color arena ondulado que usaba un simple vestido sencillo que parecía estar empapado. La mujer sin percatarse de que era vigilada, se acercó a la cerca del chamizo donde dejo la linterna y metió ambas manos en un barril con agua, apenas bebió un par de tragos; él, se acercó en silencio.

— ¿Sarah Connor? –Dijo en voz clara. Una voz infante, e indudablemente masculina. La mujer se giró con un sobresalto. Casi al hacerlo emitió un grito de terror.

El desconocido, que había estado vigilándola toda la tarde ahora se dejaba ver, usaba ropas negras con una capa hasta los tobillos con la capucha puesta que ocultaba, parcialmente su rostro. Bajo la capa, se distinguía la forma de un sable y 2 trabucos a la altura de su cintura.

Pero, bajo la capucha sobresalían 2 grandes cuernos blancos como el marfil y bajo estos, otro par de cuernos más pequeños, que resaltaban unos ojos escarlatas en un rostro aterrador salido de la mas horrorosa de todas las pesadillas; la piel era negra como el carbón así como unas greñas que caían entre sus cuernos y la capucha, la nariz era chata y corta sobre unas fauces abiertas.
De la mandíbula superior sobresalían 4 perturbadores colmillos tan largos como un dedo que se curvaban hacia las mejillas y 8 dientes más pequeños y afilados, de la mandíbula inferior sobresalían otros 8 dientes largos y toscos, e incluso entre esos horrorosos dientes se distinguía una lengua bífida como las serpientes.

En palabras breves, la mujer no pudo evitar gritar ante el rostro de un demonio que le devolvía la mirada y que se acercó a ella.

—Tu esposo me envía para darte las buenas noches. —Dijo el enmascarado, pues era obvio que ese rostro monstruoso era una máscara.

La mujer no reacciono hasta que sintió 3 dolorosos pinchazos en el pecho y el abdomen. Bajo la mirada y con la escasa luz de la lámpara distinguió 3 agujas de un palmo de largo incrustadas en su cuerpo.

Mas por reflejo que otra cosa, se arrancó la que tenía en el pecho y entre la oscuridad y la luz de la linterna distinguió un líquido empapado en la aguja. Veneno. Ni siquiera vio cuando le arrojo esas armas exóticas.

—No... —Murmuro sintiéndose mareada. Se arrancó las otras dos agujas pero ya era tarde, avanzo torpemente un par de pasos y se desplomo.

El enmascarado la miro unos instantes pero no se movió. Detectaba un olor extraño parecido a sangre o a orina; pero con los olores nocivos del pantano era fácil confundirse; y solo después de que la mujer dio un par de pequeños saltos, es que aparto la mirada, se giró hacia el pantano pero apenas dio un paso oyó algo que le hizo detenerse.

Escucho de nuevo. No se equivocaba, lo que estaba escuchando salir del chamizo, era un llanto.

— ¿Un bebé? —Murmuro incrédulo mirando la cabaña.

El enmascarado miro a la mujer en el piso y después la puerta entreabierta, el llanto no paraba.

Entro para ver que el chamizo se componía de una única habitación, y al lado de una ventana a medias abierta vio una cuna improvisada al lado de una cama donde las mantas estaban manchadas de orina y sangre.

No dudo en acercarse y distinguió los restos de placenta y lo que parecía ser el cordón umbilical que ella misma debió cortarlo pues en la cama al lado de la cuna había un pequeño cuchillo empapado en sangre.

Llorando en la cuna, había un niño de piel morena clara y rizado cabello negro.

— ¡NO...! –Grito una voz a espaldas del enmascarado, este se giró para ver a la mujer arrastrándose.

— ¿Sigues viva...? –Pregunto con algo de sorpresa, el veneno que había usado era una mezcla del veneno de cobra negra egipcia y dedalera, y por lo general era casi instantáneo.

—... Ten piedad... Mi hijo... el no...

El niño enmascarado la ignoro y se acercó a la cuna. El bebé aun lloraba pero debió sentir su presencia porque se quedó en silencio cuando él estiro la mano hacia a él. Pero no llego a tocarlo pues la mujer moribunda, llorando se abrazó a las rodillas del enmascarado.

—Vasco es inocente... No lo lastimes...

—Tu hijo. Es el fruto de un amor adultero. —Respondió apartándose de la mujer y llevando la diestra al sable de su cinturón parcialmente oculto tras su capa; lo desenfundo de un movimiento rápido e inesperado y se giró hacia la cuna, se escuchó el silbido del aire cortado por el acero y la cabeza rodo a pies de ambos.

La moribunda grito.
El pantano se quedó en silencio.

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