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Capítulo 46: Epílogo

La presa intentó ocultarse del cazador metiéndose entre los arbustos. Desde allí pensó que no sería vista. Tan solo tenía que permanecer quieta y reducir la respiración para que no se oyese. No escuchó movimientos. Escrutó los alrededores sin mover la cabeza, olfateó el ambiente y alzó las orejas, pero no escuchó nada.

Conmocionada, la pequeña liebre astada asomó el hocico y sus cuernos para verificar el terreno. Con paciencia y mucho cuidado se atrevió a salir del arbusto. El pequeño animal permaneció inmóvil unos segundos en los que se aseguró que todo estaba bien.

Despejado.

Una vez calmada, la liebre astada se dispuso a dar el primer salto en busca de su madriguera, pero, antes de que pudiera tocar el suelo, el sonido de algo cayendo de una rama rompió la calma, y para cuándo quiso darse cuenta, una hoja cubierta de resplandor púrpura le atravesó la garganta.

— Ya tenemos cena para el día del tronco —exclamó Marco, sacando la espada de las carnes del animal.

Ató el cuello de este con una cuerda y se lo enganchó a la cintura.

— Perfecto. Ahora, ¿dónde se hallará mi pequeña monstruo? —dijo, alzando la voz para hacerse oír, como si esperase que algo en el bosque respondiera a sus palabras. Mas nadie lo hizo. El humano enarcó una ceja y sonrió—. Si no sales tendré que ir a buscarte. ¿Acaso quieres que papi te busque? —De nuevo, no hubo respuesta—. Parece que alguien tiene ganas de jugar —se dijo a sí mismo en voz baja.

Convirtió sus brazos en los monstruosos y comenzó a buscar por su derredor. Sabía que su hija siempre se mantenía cerca, así que no tendría que ir muy lejos.

El humano miraba a todos lados, y veía a algún que otro animal en la distancia, pero no había rastro alguno de la pequeña.

— De verdad te has vuelto buena en esto —dijo este, sin dejar de buscar. De pronto, el ligero sonido de algo moviéndose entre los arbustos le llamó la atención. No era el viento, estaba seguro de ello, y los animales se habrían alejado de él al notar su presencia, así que la respuesta era obvia—. Pero aún te falta entrenamiento para estar al nivel de tu viejo.

Caminó con total sigilo, evitando pisar ninguna hoja o rama, y se acercó al arbusto. Cuando estuvo casi encima de él, utilizó sus enormes dedos y lo abrió de par en par. Soltó un pequeño grito para asustar a la niña, pero no había nadie.

Confundido, el humano se puso de pie y se rascó la nuca. Miró a todas partes, pero no vio a la pequeña.

— ¿Dónde se habrá metido? —se preguntó, colocando los brazos en la cintura.

Sin que Marco se pudiese dar cuenta, algo le cayó encima. Notó dos piernecitas apoyadas en sus hombros, y dos manos pequeñas que le cubrieron los ojos.

— ¿Quién soy? —dijo la voz traviesa de una pequeña.

Marco se quedó quieto y sonrió.

— Veamos. Podría ser un duendecillo travieso que se ha escapado de su pueblo y me ha saltado a la cabeza. —Escuchó la voz encima suya riéndose al escuchar esa opción—. Tal vez algún animal parlanchín que ha decidido asaltarme. O quizás, una niña pequeña que es tan temible como el mayor de los monstruos.

La pequeña volvió a reírse, esta vez con más fuerza, tanta, que Marco sintió como todo el cuerpo le temblaba.

— Me atrapaste, Nilda —dijo el humano, al fin.

— Sí, esa soy yo —exclamó la pequeña alzando los brazos con tanta energía que casi se cae.

Marco reaccionó a tiempo y la atrapó con sus enormes manos. La colocó delante suyo para verla mejor, pero esta estaba de cabeza. Aún se reía, y poco parecía importarle que la sangre se le fuera a la cabeza.

Algunas ramitas y hojas se le habían quedado pegadas en su larga melena castaña. Tenía algo de sabía en una de las mejillas, junto a las marcas que simbolizaban a una luna en cuarto menguante delante del sol. La camisa y falda de cuero se veían algo raídas, pero ya no sabía decir si las marcas eran nuevas o las de siempre. Después de tanto reírse, pudo abrir los ojos grises que a su padre tanto le gustaban.

La pequeña se inmiscuyó de las manos de su padre y se quedó colgada de una de ellas.

— Pareces un mono, uno travieso.

— No soy traviesa —defendió esta mientras se mecía hacia adelante y hacia atrás. Su agarre era bastante firme—. Oye, papá, ¿puedo hacer de guía del ciego?

— La última vez nos caímos en un río.

— Sí, pero eso es porque fuiste a la izquierda —dijo, alzando la mano derecha y sujetándose con una sola mano.

— Esa no es la izquierda.

Nilda miró su mano y luego cambió su agarre para intentar reponer su error.

— Ya lo sabía —aseguró, pero la expresión en el rostro de Marco no parecía indicar que estuviese de acuerdo con ello—. Papá, por favor —suplicó, haciendo pucheros.

Marco sabía que no era buena idea, pero aquellos ojos enormes y llorosos eran capaz de doblegar su rigidez. Pese a ser una niña, Nilda ya sabía cómo manipularlo.

— Está bien, lo haremos —cedió, al final.

— ¡Sí! —exclamó la niña, estirando la última sílaba. Se subió con gran pericia al brazo de su padre y trepó por este usando sus cuatro extremidades, hasta llegarle a los hombros y cubrirle los ojos—. Camina hacia adelante.

El adulto siguió las indicaciones de su hija con seguridad. No porque creyese que Nilda diera bien las indicaciones, sino porque ya se había memorizado un tramo del camino. El resto sería un completo acto de fe.

— Sigue hacia adelante —continuó, y Marco hizo lo propio—. Corre para ir más rápido.

Una petición que no le dio mucha confianza, pero haré lo que sea con tal de ser el padre favorito, pensó para sí, y eso le dio la motivación suficiente como para correr.

— Prepárate para saltar, que hay un tronco.

— Tú solo dime cuándo saltarlo.

— Ahora —indicó, estirando la primera vocal para darle más emoción.

Dio un gran salto que pasó de largo el tronco de delante. Cuando sus pies tocaron el suelo sintió el alivio de no tropezar y lastimar a Nilda.

— Hay otro obstáculo más. Salta fuerte, que este es grande.

— ¿Qué tan grande?

— Como un oso.

— De acuerdo. Sujétate.

Aceleró un poco y se preparó para dar un gran salto.

— Salta.

Se ayudó de un pequeño impulso para sobrepasar, fuera cual fuera, el obstáculo.

— Vaya, pensaba que estaba dormido.

— ¿De qué hablas? —preguntó Marco.

Detrás de ellos se oyó un fuerte rugido que le hizo temblar las carnes.

— Nilda, ¿acabamos de saltar a un oso? —preguntó, aunque parte de él no quería saber la respuesta.

— Corre papi, corre, o nos alcanzará —contestó con cierto tono de risa.

Un oso era capaz de ir más rápido que un humano promedio. Y si bien Marco ya no calificaba como promedio, sabía a la perfección que no escaparía de él en velocidad. Aun así, la adrenalina lo hizo ir tan rápido como pudo.

Oyó las pisadas de la criatura mientras corría tras ellos. También oyó a los animales huyendo de aquella mole de carne y pelaje. Y mientras tanto, hacía todo lo posible por acatar las indicaciones de su hija.

— Salta. Cuidado con el árbol. Agáchate. Derecha. —Marco giró hacia un árbol que tenían a la derecha—. Quiero decir izquierda. Izquierda. ¡Cuidado con el árbol!

Nilda cerró los ojos y Marco saltó con los pies hacia adelante para notar el tronco. Cuando entró en contacto con él aprovechó la fuerza de empuje para dar un par de pasos y subir. Sujetó a Nilda con una de sus manos monstruosas, y luego se impulsó en el tronco hacia el lado contrario.

Escuchó un gran estruendo tras de sí, como si el animal se hubiese estampado contra el árbol de antes.

La pequeña se dio cuenta de que estaban a salvo. Abrió los ojos y miró hacia atrás y comprobó que el animal ya no los seguía. Estaba algo aturdido por un golpe que se había dado. Sacudía la cabeza, intentando reponerse.

— Lo conseguimos. El oso ya no nos sigue —celebró sin despegar las manos de los ojos de su padre—. Ya puedes ir más lento si quieres, papá.

— No hasta que lleguemos al reino —dijo de forma terminante.

Nilda se rio por la reacción del tipo y continuaron la travesía.

El resto del camino hasta el reino fue mucho más tranquilo en comparación con lo ocurrido. Ya habían cruzado los muros, y ahora se encontraban deambulando por las calles del reino.

— Vaya, vaya. Pero miren quién está por aquí —comentó una voz femenina que hizo parar al humano.

— Kala —exclamó la pequeña al ver a la trol.

— Pequeña Nilda, ¿qué le estás haciendo a tu padre?

— Jugamos al guía del ciego. Yo soy la guía.

— Y yo el ciego, como podrás ver —respondió Marco.

— Se ve divertido, aunque también parece peligroso —comentó, evaluando a los dos de arriba abajo—. ¿Desde dónde vienen así?

— Desde el bosque —respondió Nilda de forma natural.

El silencio de Kala le dijo a Marco que tal vez debería haberse adelantado a su hija. Aquella reacción lo puso nervioso.

— Ten, Marco —le dijo, extendiendo algo que el humano tomó con una de sus enormes manos—. Es un ungüento para los cortes y los raspones. Funciona bastante bien con humanos. Creo que lo necesitarás —sentenció antes de irse.

— Adiós, Kala —dijo Nilda.

— Adiós, y gracias por el ungüento.

— Papá, ya se fue.

— Tal vez tenía prisa. Aunque es normal en el día del tronco.

— Papá, papá, apunta hacia adelante y desafía a ese trol a un combate.

Marco se rio. Pese a no hacer alarde de su fama, era bien sabido que era uno de los mejores combatientes, a pesar de llevar bastante tiempo fuera de la arena. Desde lo ocurrido con Auquachalaque, el respeto hacia su fuerza había crecido. Y si bien su hija no sabía los detalles, era consciente de que no cualquiera querría luchar contra él.

No estaba bien aprovecharse de algo como eso, pero solo sería un juego.

— Eh, tú —dijo con voz imponente y señaló hacia adelante con firmeza—. Te desafío a un combate en la arena.

No pudo evitar que se le escapara una sonrisa de burla. Después de todo, él también era un tanto bromista.

— Y yo que pensé que ser padre te había ablandado —respondió el otro trol, y la voz le resultó muy familiar, y no estaba seguro del por qué, pero no le daba buena espina—. Por fin volveremos a luchar. Te veré en la arena en el próximo entrenamiento, dentro de dos días. Espero que no te acobardes —dijo el trol antes de irse.

El humano se quedó quieto un momento, pensativo.

— Cariño, ¿el trol al que acabo de retar era Kogler?

— Sí.

Se tomó unos segundos para asimilar lo que eso significaba, luego concluyó que lo que vendría no era para nada de su agrado.

— Suficiente —dijo antes de quitarse a Nilda de encima—. Nos vamos a casa.

La pequeña emitió un quejido a modo de protesta, pero no sirvió de nada.

Llegaron a casa sin mayores problemas. Al abrir la puerta los recibió el sonido de un cuchillo golpeando reiteradas veces una tabla.

— Mamá, estamos en casa —anunció Nilda para que se enterasen hasta las bisagras de las ventanas.

— Estoy en la cocina —dijo Eclipsa con voz cantarina.

Nilda soltó la mano de Marco y corrió directo hacia Nachos para darle un abrazo. El ciclodragón dormía tranquilo en una alfombra redonda en el salón. Cuando Nilda terminó de abrazarlo fue con su madre para hacer lo mismo.

Eclipsa correspondió el gesto y levantó a su hija. Marco, por su parte, apareció detrás de ella y las abrazó a las dos mientras la pequeña seguía en brazos de su madre.

Eclipsa se rio junto con su hija.

— Bienvenidos —dijo alegre.

— ¿Como van los preparativos? —preguntó Marco sin separarse de ellas.

— Las verduras están troceadas y acabo de poner el agua a calentar.

— Gracias, eres la mejor.

Este se separó de ambas y le dio un beso en la mejilla a su mujer. Luego buscó su bata de cocinero y dejó la liebre astada en la mesa.

Tomó un cuchillo de los que tenía en un cajón, lo afiló un poco en un trozo de cuero y luego comenzó a despellejar a la liebre aplicando cortes puntuales en el pecho y las extremidades.

— Dejemos a tu padre encargarse de la cena. Mientras tanto, te llevaré a tomar un baño.

— Pero no quiero tomar un baño. Mañana me volveré a ensuciar.

— Recuerda que mañana es un día especial —dijo esta, tocándole la punta de la nariz con el índice—. Si estás sucia, entonces no te dejarán entrar al castillo.

Nilda se quedó pensativa, mirando con los ojos a todas partes, en busca de una respuesta.

— O estás tratando de decirle a mami que ya no quieres ir. Si no quieres ir no te obligaremos, cariño.

— No, sí que quiero ir. Sí que quiero ir. Ahora voy a la bañera —dijo, preocupada.

Eclipsa no pudo evitar reírse de su propia broma malvada.

— Vamos juntas. Luego podemos seguir trabajando en el traje que llevarás mañana.

— Sí —celebró la pequeña, subiendo las escaleras al segundo piso.

Al cabo de un rato, ambas estaban sentadas en el comedor. Nilda estaba apoyada sobre la alfombra, dibujando lo que parecía ser el ojo de un gato, aunque conservaba un toque siniestro, y Eclipsa le terminaba de dar un par de retoques a un vestido del tamaño de la niña.

— Iré a darme un baño, he dejado el estofado a fuego lento, vigila que no se queme, por favor —indicó el tipo.

— De acuerdo.

Eclipsa tomó el vestido por los hombros y le dio un vistazo. Tenía un diseño bastante bonito. Era de un púrpura apagado con toques blancos por las partes de delante, debajo del moño que tenía en la cintura. Guantes a juego, similares a los que solía usar tiempo atrás, aunque ahora estaba acostumbrada a ir sin ellos, dejando sus manos corruptas a la vista.

Miró un momento a su hija mientras dibujaba y movía una pierna arriba y la otra abajo. Pese a que la Marca de la corrupción estuviese para siempre fijada en su cuerpo y en el de su marido, Nilda no parecía presentar anomalía alguna al respecto. Hacía años que la veía pensando en ello y, sin embargo, nunca dejaba de dar gracias al destino porque su hija pudiese tener un cuerpo puro.

Nilda alzó la cabeza y olfateó el ambiente.

— Algo huele bien —comentó.

— ¡El estofado! —exclamó Eclipsa y dejó el vestido en la silla para correr hacia la cocina.

Después de cenar, todos se reunieron en el comedor y disfrutaron de una buena jarra de té caliente en forma de tronco. Nilda quiso quedarse despierta a esperar a que los regalos apareciesen debajo de las raíces del tronco cerca de la chimenea, así que se sentó en la alfombra y no despegó la mirada del madero.

Mientras tanto, Marco terminaba de darle unos retoques a la tiara que llevaría su hija la mañana siguiente. Eclipsa leía un libro con calma mientras disfrutaba del lento vaivén de la silla mecedora. A su vez, mantenía un dulce tarareo melodioso y, de cuando en cuando, le daba un sorbo a su té.

Ya hacia la media noche la pequeña terminó por dormirse en el suelo, en parte, por el cansancio y, sobre todo, por el tarareo de su madre.

Eclipsa cerró el libro, y el sonido del papel hizo que Marco despegase los ojos de la tiara. Vio a su niña durmiendo en la alfombra y luego miró a su mujer con una sonrisa.

— Eres mala.

— Y eso te gusta —dijo con orgullo.

— Vaya que sí. —El humano se levantó y le dio un beso fugaz a la mewmana. Cuando se separó, se quedó mirando el brillo de sus ojos potenciado por las llamas de la chimenea—. ¿Llevo a Nilda a su cama y tú preparas los regalos?

— No querría que fuese de otra forma.

Marco subió las escaleras y dejó a su hija en la cama. Tras arroparla y darle un beso en la frente volvió al comedor junto a Eclipsa. Esta se hallaba dejando un par de regalos bajo el tronco. Cuando llegó hasta ella aprovechó y le picó el hombro de un lado para que se girase. Se colocó en un punto ciego y dejó bajo el tronco un regalo que había escondido en su espalda. Con disimulo abrazó a su mujer por la espalda a modo de juego con la intención de ocultar la sorpresa. Ambos rieron por la cercanía, y luego se quedaron pegados por un momento, en silencio, disfrutando del cariño mutuo.

— ¿Crees que saldrá todo bien mañana? —preguntó Eclipsa girando la cabeza hacia él, pero sin abandonar el confort de sus brazos.

— Yo creo que sí. Es cierto que es algo arriesgado, pero, dentro de todo lo arriesgado que podríamos hacer para llevar esto a cabo, creo que es lo menos arriesgado. O al menos es lo mejor que pudimos pensar en todos estos años.

— Sí. ¿Crees que la reconocerán?

— En parte era ese el motivo por el cual le hicimos el disfraz a Nilda. Saldrá bien, te lo aseguro. Y sino Nachos siempre está dispuesto a ayudar. —El ciclodragón, quien hasta entonces había permanecido descansando en el salón del comedor, levantó la cabeza y movió la cola al escuchar su nombre. Marco le sonrió y le indicó que volviera a dormir con un gesto—. Por cierto, te quedó bastante bien la parte parcialmente quemada del final del estofado. Fue una técnica arriesgada, porque, si se pasa arruina todo el sabor del resto de cosas, pero debo admitir que te salió bastante bien.

— Ah, eso. Sí. A veces me gusta atreverme a innovar —dijo con disimulo mal fingido para ocultar su error culinario—. Por cierto, es más de medianoche. —Se separó de él y lo tomó de las manos—. ¿Quieres abrir los regalos?

Una pregunta que tomó por sorpresa al tipo. En parte quería dejar la sorpresa para la mañana, pero ver la reacción de Eclipsa allí mismo, a la luz de la chimenea durante la noche, era algo que no quería perderse.

— Claro. Tú primero —indicó este.

Eclipsa alzó una ceja, y cuando vio una caja envuelta con una nota con su nombre sonrió hacia el humano.

— Eres todo un detallista.

— Y eso te gusta. Adelante, ábrelo.

Esta comenzó a abrir poco a poco y se encontró con un artefacto que le resultaba familiar, pero también un tanto desconocido.

— ¿Qué es esto?

— Es una cámara instantánea. Sirve para hacer fotos. Algo similar a lo que hicimos en esa cabina hace mucho tiempo. Tiene papel suficiente para unas doscientas.

— Así podremos tener fotos de Nilda mientras crece. Es un regalo maravilloso —dijo, haciendo ademán de abrazarlo.

— Espera, aún hay otro.

Ella bajó la mirada y vio en el fondo de la caja algo que le hizo abrir los ojos en grande.

— Es un CD de los mejores éxitos de Guns N' Roses.

Sin contenerse más, la mujer corrió hacia los brazos de Marco y esta la alzó para hacerla girar.

— ¿Cómo conseguiste esto?

— Digamos que tuve que hacer algunos comercios de dudosa legalidad, pero no es nada grave.

— Eres el mejor. —Le dio un largo beso en los labios y se lo quedó mirando tras acabar—. Abre los tuyos.

Este aceptó la invitación y fue a abrir una pequeña caja que no parecía contener mucho. Pero, cuando lo hizo, no se podía creer lo que tenía dentro.

— Es el último álbum de Love Sentence, y una nueva película de Mackie Hand versión ultratumba, con Mackie Hand versión zombi. —Los ojos le brillaron como si estuviesen a punto de echar luz—. ¿Cómo los conseguiste?

— Yo también tengo mis métodos —aseguró, mirándose las uñas con soberbia.

Marco la abrazó y le dio un fuerte beso en las mejillas, tanto, que las picas de Eclipsa se encendieron.

— El álbum de Love Sentence fue todo un acierto, pero ¿cómo supiste qué era Mackie Hand y cuanto me gustaba? No suelo hablar mucho del tema.

— ¿Seguro? —preguntó Eclipsa con una ceja alzada y una sonrisa sugerente.

De pronto, a Marco se le vinieron varios recuerdos fugaces de las citas que habían tenido juntos, y pensó que, tal vez, hubiese mencionado el tema de forma esporádica alguna que otra vez.

— Puede que haya hablado más de él de lo que me pensaba. Espero no haberte aburrido.

— Tranquilo, me gusta escucharte.

Esta se lo quedó mirando con los parpados un poco cerrados y este hizo lo mismo, ambos sonrieron de forma ligera y pareció que mantenían una conversación sin palabras.

— ¿Vamos a la cama? —propuso él.

— Sí, mañana será un día largo.

Era el cumpleaños de Star, y todo el reino lo sabía. Como se conservaba el espíritu alegre del día del tronco, en Mewni todo el mundo se mostraba jocoso. Había niños corriendo por todas partes con sus nuevos juguetes, los adultos se mostraban más alegres que de costumbre y se podía sentir el aire fiestero en el ambiente con música y bailes por todas partes. Aquel día, los mercaderes parecían estar más animados que de costumbre, y hasta los perros y gatos se veían más amistosos con todo el mundo.

Nilda llevaba el vestido que su madre le había confeccionado, una capa (a petición de Nilda), la tiara con un ojo de gato enorme en el centro y una varita con un ojo de gato rojo en el centro.

La pequeña estaba que no podía mantenerse quieta dos segundos seguidos. Mirase donde mirase encontraba algo que llamaba a su curiosidad: desde máscaras y juguetes de madera, hasta dulces de todas las regiones. Una especie de festival conjunto en honor a la reina Star y al final del día del tronco.

Era difícil para sus padres no perderla de vista, por lo que uno de ellos estaba pendiente de que nadie a su alrededor los reconociera, y el otro se fijaba que la niña no se alejara. Iban vestidos con ropas y maquillajes de campesino. Se habían pintado el pelo de negro para ocultar cualquier parecido. Y Marco hasta se colocó un pañuelo que le cubría la boca, aprovechando su piel pálida y mortecina para aparentar ser un enfermo. Eclipsa se vio obligada a ponerse guantes una vez más y cubrir sus manos corruptas. En todo momento sujetaban sus manos para no perderse el uno al otro.

Fue inevitable que se perdiese medio día solo vagando entre un puesto y otro, aunque aquello ya era algo con lo que ambos contaban. Era la primera vez que traían a Nilda a un lugar como aquel, así que una reacción como esa era de esperarse.

Por suerte, la cola de recibimiento por parte de la reina aún estaba allí. Desde que Star fue coronada, decidió hacer algo especial el día de su cumpleaños. Cada año hacia preparar dulces con sus mejores mazorcas y les daba un poco a aquellos que venían a saludarla. No era de extrañar que gran parte de los ciudadanos que iba a saludarla fuesen niños, aunque eso no quería decir que algún que otro adulto no pudiera acudir también. Era usual que los mayores y, sobre todo, los nobles de otros reinos trajeran consigo regalos para entregárselos.

Era una oportunidad perfecta para que la pequeña Nilda conociese de primera mano a la reina Star Butterfly, así que está permaneció en la cola, esperando a que su turno llegara.

Mientras la fila avanzaba, poco a poco, ella miraba todo a su alrededor. Veía altas columnas de mármol con diseños pintorescos a la mitad de su extensión. Cuadros en donde aparecían las antiguas reinas de Mewni, todas ellas con un tapiz detrás, y justo debajo del cuadro un lema que hablaba de ellas y sus hazañas.

Nilda miraba cada cuadro con excesivo interés y se tomaba el tiempo necesario para leerse el lema de cada reina. Hacía no mucho que había aprendido a leer, así que le costaba un poco, y había palabras que no entendía del todo, pero le gustaba descifrar lo que las letras decían.

— Siguiente —dijo, una voz, pero ella no le prestó atención—. Hola, pequeña —volvió a hablar.

— Oye, te toca —le dijo un niño detrás suyo, colocándole el brazo en el hombro.

Nilda se giró hacia él y luego miró al lado contrario. Delante suyo ya no había nadie más, solo la reina sentada en su trono.

— Hola. Ven —le dijo Star con una sonrisa tan radiante como el amanecer.

Por un momento, Nilda se quedó maravillada por la mujer que tenía delante, pero, al final, dio un par de pasos tímidos hacia ella.

— Hola —dijo esta, tomando su varita con ambas manos para tener algo a lo que aferrarse.

— ¿Como te llamas?

— Nilda.

— Que nombre más bonito. Yo me llamo Star.

— Hola, Star. —Se quedó en blanco un momento—. Feliz cumpleaños.

— Gracias, Nilda. Cumplo veintidós años. ¿Tú cuántos tienes? —La pequeña respondió mostrando cinco dedos de una mano—. Que grande eres. Y qué bonito es tu disfraz. Pareces una princesa mágica.

— ¿Sí? —preguntó, más animada—. Me lo hicieron mi mami y mi papi. Es genial. Nos pasamos varias semanas para que quedará así.

— Oh, que bien. ¿Y dónde están tus padres?

— Me esperan fuera. Mamá está cuidando de papá porque tiene la piel muy pálida. Pero ellos dijeron que querían traerme para que viera el reino.

— Ya veo —respondió la reina, un tanto incómoda por lo que acababa de preguntar—. Por cierto, me gustan las marcas de tus mejillas. ¿Qué son?

— Son el sol y la luna. Mis papis dijeron que me quedaban bien porque tengo energía tanto de día como de noche. Tus marcas también son muy bonitas.

— Gracias. Y también me gusta tú varita. Sobre todo, ese ojo que tiene.

— Es el ojo de un dragón. Me gusta mucho. ¿Cómo es tú varita?

— Yo no tengo varita.

— ¿No tienes? Pero eres una reina mágica. Las reinas mágicas tienen varitas.

Star bajó un momento la mirada sin perder la sonrisa.

— Alguna vez tuve una, pero la perdí.

— Eso es terrible —dijo con tristeza. Sin embargo, la pequeña se quedó pensativa por un rato—. Ya sé.

Nilda se giró y se quitó la capa. Hizo un par de movimientos con los brazos, y cuando se volvió hacia la reina mostró entre sus manos algo envuelto con la capa de forma desastrosa. Era evidente que era la varita de su disfraz.

— Ten —estiró las manitas para darle el regalo—. Feliz cumpleaños.

— Nilda, no podría aceptarlo, es tuyo.

— Sí, acéptalo. Tú lo necesitas más que yo. Pero no lo abras, es una sorpresa —dijo con expresión seria, como si creyese que nadie sabía lo que contenía esa capa envuelta.

Star tomó el regalo de la niña con delicadeza y la miró a los ojos.

— Gracias, Nilda.

— ¿Todavía no me toca? —se quejó el niño de detrás.

Star reaccionó con un salto al darse cuenta de que estaba retrasando la fila. Tomó dos bolsas de granos de maíz dulce y se los entregó a la pequeña antes de despedirse.

En otra parte del reino, sentados en una mesa y disfrutando de una comida caliente, Marco y Eclipsa veía desde un espejo de bolsillo todo aquello que el ojo en la tiara de Nilda captaba. Al ver la compasión que había mostrado la niña por su antigua amiga, Marco dejó saltar alguna que otra lágrima.

— Qué gentil es mi hija —dijo, secándose una de las lágrimas.

Eclipsa sonrió al verlo así y lo acercó a ella, tomándolo del hombro.

Tras muchos, muchos invitados, Star por fin pudo tomar un descanso.

Tom apareció de unas escaleras que aparecieron del suelo y que daban al inframundo, traía consigo dos tazas de chocolate caliente.

— Feliz cumpleaños —saludó este.

— Siempre apareces cuando la tormenta amaina —dijo esta con gesto de reproche.

— Sabes que no quiero quitarte protagonismo —le entregó una de las dos tazas—. ¿Cómo te fue?

— Vino tanta gente que no sé dónde terminaba la cola y empezaba Mewni. —Sopló el chocolate y luego le dio un buen trago—. Pero ha sido un buen día. ¿Quieres ayudarme a abrir los regalos? —Señaló a todas las cajas y envoltorios que había apilados en la sala. La alzada de la misma hizo que Tom tuviese que mirar hacia arriba.

— Claro, tan solo déjame ir a la cocina y buscar un malvavisco. —Abandonó la sala tan rápido que Star pensó que tal vez no regresaría.

— Tráeme uno —alzó la voz, pero Tom ya se había ido.

Star sonrió y negó con la cabeza. Dejó la taza en una mesita cercana y buscó el primer regalo. Vio, entre aquel montón de cajas y envoltorios, la capa de la niña que se había vestido de princesa. Estiró la mano y decidió desenvolverlo el primero, pese a saber qué se encontraría. No le resultó difícil desenvolver el regalo, en menos de dos segundos ya tenía la varita descubierta. La tomó, presa de la nostalgia, con la intención de evocar en esta el recuerdo de aquellos tiempos cuando aún conservaba la suya.

Vio una especie de nota cosida en la parte interna de la capa. Al desviar la mirada para leerla, un fuerte brillo en la varita la forzó a entrecerrar los ojos. Cuando aquel destello acabó, miró, con una sorpresa incapaz de disimular, que en su mano tenía ahora la varita con el aspecto que le correspondía a ella.

Era la varita mágica.

Eso tenía que ser imposible. La varita se la habían llevado Marco y Eclipsa años atrás. ¿Cómo podría una niña...? La carta.

Star miró con atención la carta cosida en la capa y comenzó a leer.

Querida Star,

Si estás leyendo esta carta es probable que ya tengas la varita en tu poder nuevamente. Sé que me he tardado más de la cuenta en devolvértela, pero no he encontrado situación más oportuna que esta para poder hacerlo. Me habría gustado ser yo mismo quien te la entregara, pero ambos sabemos que eso no habría acabado bien.

Ya habrás conocido a mi hija, Nilda. Es una niña fantástica. Le explicamos lo que queríamos hacer, y accedió a ayudarnos sin rechistar. Es inteligente y llena de energía, también muy traviesa, pero tiene un buen corazón.

Eclipsa y yo vivimos bien. Hace ya varios años que comenzamos a formar una familia, nos costó bastante, pero la espera mereció la pena.

Con esto tan solo quiero decirte que estoy bien y soy feliz. Quiero pensar que aún te interesa saberlo.

Siento mucho la forma en la que nos despedimos. Dudo mucho que pueda volver a verte, mucho menos volver a pisar el reino, pero al menos he podido devolverte esto.

Espero que a ti también te esté yendo bien la vida. He oído que ahora eres la reina, y eso hace que no quiera imaginarme qué cambios habrás hecho en el reino. Conociendo a tú madre, seguro que te habría dicho cosas como "nada de modificar el inmobiliario del castillo con magia", o "los jueves hay que tomar el té entre las tres y las cuatro y media de la tarde".

Ahora en serio. Sé que se ha hablado de tus reuniones con capitales de monstruos con la intención de firmar un tratado de paz y comenzar una nueva sociedad. Recuerdo que te esmeraste mucho por ello cuando aún era un adolescente, y estoy seguro que conseguirás tu objetivo. No sé si lo necesitas, pero tienes mi apoyo y el de Eclipsa.

No sé cuándo podré volver a escribirte. No sé siquiera si podré volver a escribirte. Pero, en cualquiera de los dos casos, espero que todo te vaya bien.

Feliz cumpleaños, Star Butterfly.

Con mucho cariño,

Marco Ubaldo Díaz

Tom volvió a entrar en la sala y se encontró a Star con lágrimas en los ojos.

— Star, ¿estás bien? —preguntó este, acercándose a ella. Luego reparó en aquello que la mujer sostenía en su mano, y abrió los ojos de sobremanera—. ¿Esa es la varita?

Marco estaba terminando de colocar una foto en un portarretratos pequeño.

— Bien, ya está —sentenció este.

— A ver —dijo Eclipsa, apareciendo por la izquierda.

— ¿Cómo salgo? —dijo Nilda, subiéndose a su hombro derecho.

— Yo creo que salimos bien. Me gusta —sentenció la mujer.

— Yo estoy en el medio. También me gusta —concordó Nilda.

— Está bien, está bien —se quejó Marco—. Dejaré la foto sobre la chimenea y así la podremos ver todos.

Este hizo lo propio, y dejó el portarretratos justo en el medio. Los tres se quedaron admirando la imagen, y Eclipsa se acercó a su marido para apoyar la cabeza en su hombro y colocarle la mano en la cintura. Pero Marco dio un respingo al notar el contacto de la mujer.

— Ay, que tengo cosquillas —dijo este.

— ¿Papi tiene cosquillas? —preguntó Nilda con una sonrisa traviesa.

— Sí, ¿quieres que se las busquemos juntas? —propuso Eclipsa.

— No, eso queda terminantemente prohibido. ¿Me escucharon las dos? Prohibido —pronunció la última palabra sílaba por sílaba.

Madre e hija se miraron con una sonrisa cómplice y ambas saltaron sobre el tipo. Marco echó a correr por la casa para alejarse de aquel par. Nachos, al verlos correr, movió la cola y también comenzó a perseguirlos. La casa se llenó de risas, y pese a que estas eran a costa de su sufrimiento, Marco pensó que no querría que su vida fuera de otra forma.

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Bueno, creo que ha quedado claro, pero, por si acaso, lo diré aquí:

FIN DE LA HISTORIA

Ha sido un largo tramo, bastante. Todavía recuerdo cuando comencé esta historia en mi mente, fue por culpa de cierto usuario de Wattpad que me sugirió la idea en un comentario *cof* Neokiske *cof*. Ya hace bastante de eso, creo que más de un año.

Quiero darle las gracias a todos los que me apoyaron en esta historia. Leer los comentarios de los lectores siempre me alegraba, y lo seguirá haciendo, pese a que la historia esté terminada. 2020 ha sido un año duro para todos en general, y creo que tener este pequeño rincón donde escapar del caos de la pandemia ayuda a relajarse un poco. Espero que para algunos, al igual que para mí, esta historia les haya ofrecido un momento de descanso y de disfrute.

Quiero darle mi agradecimiento, en especial, a Neokiske, quien me ayudó a repasar los primeros capítulos, pero que se vio obligado a abandonar a mitad de camino debido a la situación en la que nos encontramos el año pasado.

Espero que todos ustedes estén bien, yo lo estoy, y ahora un poco más al poder cerrar otro capítulo de las historias que escribo. Por el momento me despido, no sé hasta cuando, aunque dejaré un último post después de este capítulo en conmemoración al final de la historia. Sin más que añadir. Ha sido un placer.

Curiosidades al final de la historia:

- Las marcas negras que aparecen en el hombro de Eclipsa en la foto familiar son marcas de corrupción producidas por el recubrimiento de magia oscura cuando Marco le atravezó la piel y hueso con su espada. No vi momento oportuno para mencionarlo, por eso quise hacerlo aquí.

- Al igual que Eclipsa, Marco también tiene una marca de corrupción que va desde la clavícula hasta la cintura, y es la cicatriz que le dejó Hekapoo. En la foto familiar casi no se nota, pero en el cuello de la camisa hay una pequeña marca negra que lo evidencia.

- No se ha dicho nada, pero Globgor y Kala comenzaron una relación juntos. Y sí, fue antes que Marco y Eclipsa.

- Los más atentos se habrás dado cuenta de que el nombre de Nilda es el mismo nombre que tenía la hija de Meldion (el jazir humilde). Marco le contó la historia de este a Eclipsa, y esta estuvo más que de acuerdo en llamar a su hija de la misma forma en honor a la pequeña.

- Las marcas en las mejillas de Nilda representan al sol y la luna en los simbolos alquímicos, con la diferencia de que el sol tiene un punto en su centro, pero la niña no. Con los simbolos en las mejillas de Nilda quise representar varias cosas: el sol, como cuerpo brillante que da calor, como lo hace la propia Nilda con sus padres; la luna, como marca que posee su padre; un eclipsa, como indica el nombre de su madre; un eclipse incompleto, como un hecho imposible, ya que una luna de cuarto meguante jamás podrá contraponerse al sol, al igual que muchos considerarían un hecho imposible que un humano y una mewmana procreasen. Sin embargo, en las mejillas de Nilda, la luna y el sol se contraponen, conviertiendo ese hecho imposible en posible, al igual que su propia existencia hace posible el matrimonio entre un humano y una mewmana.

Sí te gustó el capítulo escríbeme un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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