Capítulo 42: Infiltrados
A veces es necesario recurrir a actos poco nobles para conseguir el bien común.
— Anónimo
Ambos caminaban por el bosque envueltos en sus túnicas con capuchas del mismo color que un cielo tormentoso. No se podía ver más que las puntas de sus narices y sus labios, pues eran lo único expuesto. Llegaron hasta una la entrada de una cueva. La miraron por un momento y luego la mujer dio los primeros pasos para seguir adelante. Él hizo ademán de seguirla, pero, antes de hacerlo, se giró un momento para ver hacia un sitio en donde, tiempo atrás, ambos habían compartido un momento especial.
— ¿Ocurre algo? —preguntó ella, deteniendo su paso.
— No es nada —respondió este, y ambos siguieron andando.
Tras ese pequeño momento de remembranza, ambos continuaron su paso al interior de la cueva. A ambos lados del arco de acceso había dos ratas guardia sosteniendo una lanza hecha con un palo y una mazorca con la punta afilada. Cuando ambas los vieron acercarse, sujetaron las lanzas y cargaron hacia ellos.
Al ver el inminente ataque ninguno de los dos aceleró ni aminoró el paso. Marco tan solo dio unos pocos pasos más largos para colocarse delante de Eclipsa, sacó la espada y la vaina que ocultaba debajo de la túnica, y cuando los enemigos estuvieron a punto de llegar hasta él, obró en un pestañeo. Al desenvainar la hoja imbuyó tanto la espada como la vaina, cortó ambas lanzas con un movimiento, y con el otro golpeó a ambas ratas, dejándolas inconscientes.
Cuando Eclipsa alcanzó su paso este terminó de guardar la espada en su funda y caminó junto a ella.
— Es probable que nos encontremos a más de ellas. Tal vez no deberías guardar la katana.
— No te preocupes, si es necesario volveré a desenvainarla.
Ambos llegaron hasta la bajada en espiral desde la cual se veían muchas puertas que llevaban a otros pasillos. Desde allí arriba ya se podía ver la cantidad de ratas circulando por la zona: algunas llevando maíz, otras montando guardia.
— Pues parece que será pronto —comentó Eclipsa, oportuna.
Marco soltó un suspiro de cansancio y volvió a preparar sus armas.
Avanzaron sin pausa, buscando la puerta indicada. Marco se encargaba de noquear a toda rata que se le pusiera delante, y a cualquier otra que entrase en su espacio. Cuando por fin llegaron hasta el sitio que buscaban, el tipo echó un vistazo hacia atrás, solo para comprobar el enorme rastro de enemigos que había abatido.
— Bien, es aquí por dónde caímos la última vez. ¿Cómo subiremos? —preguntó la mujer, provocando que Marco pusiese su atención en ella.
Este se acercó hasta colocarse debajo del agujero de caída, y observó su anchura. Abrió la túnica que lo cubría y dejó salir un par de brazos enormes y púrpuras, cuya piel recordaba a la de un pulpo.
— Sube a mi espalda —indicó acompañado de un gesto de la cabeza.
La mujer se subió a la espalda del humano y este comenzó a subir clavando los dedos en la tierra, pues sus ventosas no se adherirían a esta, así que, en esta ocasión, todo se limitaría a la fuerza bruta. Tras salir del agujero pasaron por debajo del hueco del rosal que separaba esa zona de la parte trasera del castillo, aparecieron en el jardín.
De nuevo, el humano no pudo evitar mirar a aquel sitio con nostalgia. Tan solo hacía unos pocos meses, casi dos, o menos, ambos paseaban por aquel lugar y se divertían juntos. Él no fue el único en rememorar esos momentos. Pues Eclipsa también dio un par de pasos más hacia adelante para mirar hacia un lado y hacia otro.
Esta vez, los motivos por los cuales se encontraban ahí eran muy distintos.
Después de que Eclipsa le dijese que necesitaba la varita Marco se sorprendió a la vez que negó buscar ese recurso. Sin embargo, más pronto que tarde la situación lo empujó a darse cuenta de que era la opción más rápida y segura. Resultaba evidente. Aunque ambos concordaron en que el problema no era el objeto en sí, sino todo lo que acarrearía su obtención.
Eclipsa era considerada una traidora, y ahora, también, una prófuga condenada a muerte. Y, depende de cómo se hubiesen interpretado las pruebas, también es posible que la considerasen una asesina, pues, como pruebas concluyentes, habrían encontrado la celda de la mujer abierta y el cuerpo sin vida de Rhombulus.
Del humano, no obstante, no sabían mucho. Tan solo podrían intuir que había tenido algo que ver con el escape de Eclipsa, y que ahora él también era un prófugo. Pero no conocían su actual aspecto, tampoco cuales eran sus capacidades mágicas y de combate, por lo que no tenían grandes motivos para sospechar de él con respecto al asesinato. Mas este no negaría la culpa que sus actos conllevan. Pues, tarde o temprano, tendría que hacerles frente a las consecuencias, y quizá hoy sería ese día.
Las túnicas solo eran para evitar un escándalo mayor del que podrían armar si no las llevaban. Aunque, si se daba la situación de tener que enfrentarse a alguien, de poco serviría vestimenta que ocultaba sus identidades.
Volvió su atención hacia la mujer, y se fijó en que esta estaba mirando a un punto fijo hacia el cielo. El hombre siguió la línea imaginaria que trazaban los ojos de Eclipsa hasta dar con el motivo de su pasmo. Allí, justo a un lado tenían la antigua torre que solía habitar, o más bien lo que quedaba de ella. Un montón de escombros rodeaban la base de la torre, la cual ya solo eran menos que un tercio de la altura que tenía. La habían destrozado.
Marco se acercó a la mujer hasta colocarle una mano (humana) en el hombro con suavidad.
— ¿Estás bien? —preguntó, denotando un deje de preocupación.
— Sí —respondió sin girarse—, después de todo este ya no es mi hogar. Además, no vinimos aquí a recordar —dijo con cierta sequedad, la cual le resultaría extraña a muchos, pero no a Marco, pues sabía que Eclipsa se sentía culpable por lo ocurrido, y que por ello buscaba resolver la situación—. Vamos —dijo, dando los primeros pasos.
Este la siguió sin decirle nada. Pese a recalcarle que no se culpase por lo ocurrido era inevitable que lo hiciera.
Mientras que avanzaban hacia el castillo Marco miraba a todas partes para asegurarse de que no había guardias mirando.
Cuando llegaron hasta la pared, Marco volvió a utilizar sus brazos monstruosos para trepar mientras Eclipsa ase sujetaba a él. Llegaron hasta un balcón que daba a un gran recibidor lleno de columnas robustas. Junto a cada una de ellas se colocaba una armadura mewmana que se posicionaba recta con una lanza clavada al suelo. Muebles dispersos por toda la habitación y una alfombra de colores pastel y diseño simétrico cruzando por el centro, representando el camino a seguir hasta dar con una gran puerta de madera que se abría por el medio, la cual estaba resguardada por dos guardias.
— ¿Es esa? —preguntó el tipo mientras miraban a través del ventanal del balcón.
— Sí. Moon es una persona muy previsora, y más aún después del escape. Estoy segura de que guarda la varita en la sala de artilugios del reino.
— Parece un punto evidente donde cualquiera buscaría la varita —comentó Marco.
— Sí, pero también es un lugar bien protegido. Esos guardias de ahí no serán la única medida de seguridad para los objetos de la sala. Así que no podemos tomarnos esto a la ligera.
— Lo sé.
— Lo mejor será entrar y reducirlos lo antes posible —esta miró al tipo—. Eres más rápido que yo, así que.
— Entiendo —se acercó caminando hasta el borde del balcón—, me encargaré yo.
Se puso de pie en la baranda y luego dio un gran salto hacia el otro balcón. Se aferró al borde con sus manos cefalópodas, y evitó producir ruido alguno. Repitió la misma acción dos veces más hasta llegar al balcón que daba a la izquierda de los guardias. Luego se subió por la pared hasta colocarse encima del ventanal. Desde allí, donde nadie lo veía, empujó hacia adentro hasta abrir las ventanas de forma brusca. Oyó desde su posición las voces de los guardias, los cuales se impresionaron por lo que acababan de ver. Debía actuar ahora, antes que fueran a investigar. Marco se impulsó con sus piernas, sin soltarse de la pared, hasta que sus pies tocaron la parte de arriba de la pared. Volvió a impulsarse desde allí y se balanceó hacia el interior de la habitación, despegando sus manos. El impulso provocó que girase en el aire. Aprovechó la confusión para imbuir su vaina y, cuando cayó al suelo, se impulsó hacia los guardias, propinándoles dos golpes secos.
Cayeron en el acto.
En el otro lado Eclipsa abrió su ventanal y entró a la habitación, acompañada de una suave brisa que meció las cortinas. Al entrar clavó la mirada en los guardias en el suelo.
— Que raro, no escuché el sonido de los cascos cuando los golpeaste —comentó.
— Los golpeé en la parte de atrás, en una pequeña obertura entre el casco y la pechera. Justo en la nuca.
— Eres muy habilidoso.
— Gracias.
Marco tomó el cumplido con humildad y luego guardó la espada y la funda. Se acercó para abrir la puerta. Sus manos iban a empujar para abrir de par en par, pero, de pronto, un portal rojo se abrió delante de él. Este frenó cuando sus manos ya se habían metido. Quiso retroceder, pero algo lo tomó de ambos brazos y lo tiró hacia adentro.
— Marco —dijo la mujer, estirando un brazo para evitar que se lo llevaran, pero el portal se cerró justo antes de que ella llegase a él.
Ahora ella tenía las puertas delante suyo, pero no pudo permitirse abrirlas, pues notó como alguien estaba a punto de atacarla desde atrás.
Esquivó hacia la izquierda y vio pasar a un gigante que atravesó las puertas, casi arrancándolas. Luego se echó hacia atrás antes de que aquello saliera por ella, y se ocultó tras una columna.
Oyó pasos acercándose desde el interior de aquella sala.
— Vamos. Sé que estás ahí. Esconderse ahora no tiene sentido —dijo este, casi ofendido. Eclipsa reconoció al instante la voz de Omnitraxus—. Muéstrate si tienes el valor.
La mujer suspiró resignada. Sabía que infiltrarse en el castillo podría conllevar a una confrontación, pero, en su infinita ingenuidad, pensó que tal vez podrían evitar tener que enfrentarse a la Alta Comisión Mágica. Qué tonta.
Cargó magia en sus manos y luego dio un par de pasos hasta situarse en el medio de la alfombra.
— Así que no se trata de otra cosa más que una vulgar ladrona que oculta su rostro bajo una capucha. Tú y tu amigo deben ser muy ambiciosos para querer robar alguno de los artefactos del castillo. Muestra tu rostro y ríndete —la señaló con el dedo—. Tal vez así tu condena sea menos severa.
La mujer se quedó callada por un momento en el que ninguno de los dos hizo nada. Fue luego cuando decidió llevarse las manos a la capucha y bajarla, exponiendo su rostro. Le ofreció al grandote una mirada desafiante, y este, al verla, abrió los ojos, perplejo.
— Tú —pronunció, casi sin pensarlo.
Omnitraxus cargó hacia adelante sin previo aviso y trató de placar a la mujer, otra vez.
Eclipsa creó un escudo púrpura semitransparente y detuvo el impacto del puño del señor del tiempo. Pese a que su rostro no fuese más que una calavera, el odio y el rencor se podían percibir a la perfección en cada una de sus facciones óseas.
— Huyes de tú condena, matas a nuestro hermano y ahora vienes aquí para robar algo del reino. Debes de tener muchas agallas para venir hasta aquí, o ser lo suficientemente estúpida como para creer que saldrías impune de esta.
— Sí vine es sólo porque necesito algo que ustedes tienen: la varita.
Omnitraxus se quedó callado un momento mientras clavaba los ojos en Eclipsa y aún mantenía su puño pegado al escudo.
— Entiendo. Eres estúpida.
Volvió a darle otro puñetazo al escudo con tanta fuerza que provocó que Eclipsa retrocediera. Pero Omnitraxus no se detuvo ahí. Con su otra mano apuntó hacia la mujer y luego la giró hacia la izquierda, como si se tratase de un engranaje. La imagen proyectada de un reloj detrás de Eclipsa giró en sentido contrario a las manecillas, y un impulso hizo que la mujer realizase la acción inversa a su retroceso, acercándose hacia el gigante, quien la recibió con un fuerte puñetazo en el rostro.
La mujer salió volando y dio varias vueltas en el suelo, hasta chocar contra la pared.
Su enemigo no estuvo dispuesto a dejarla descansar. Corrió hacia ella, listo para volver a golpearla. Parecía que iba a caer sobre ella, pero, desde el suelo, una de las manos de Eclipsa disparó una onda de magia que empujó hacia atrás al miembro de la Alta Comisión.
Aquello le dio tiempo a la mujer para levantarse a duras penas. Tuvo que ayudarse apoyando una mano en la pared. Veía algo borroso, así que cerró los ojos, sacudió la cabeza, y cuando los abrió, estos mostraron un tenue brillo púrpura amenazador.
Omnitraxus entornó la mirada, sabiendo que estarían a punto de batirse en cruenta batalla. Eclipsa también lo sabía. Cargó sus manos con magia, clavó los ojos en su oponente y, en un gesto impropio de ella, escupió hacia un lado, manchando el suelo de mármol con saliva carmesí.
Marco, quien había sido arrastrado hacia un portal, fue lanzado al suelo por el mismo individuo que le había tomado de los brazos. Pero este no cayó, sino que dio un giro sobre el sitio y desenvainó su espada junto con la funda. Se colocó en guardia y ambos elementos en sus manos emitieron la luz tenue y púrpura del imbuido en magia oscura. Se encontraba en algo similar a un coliseo. Había armas de madera y pesas en varias partes. Parecía como si aquel fuera el lugar de prácticas de la guardia real.
Una figura albina y carmesí cargó contra él como si fuera un cohete. Tuvo que interponer su hoja y vaina cruzadas para detenerla. Saltaron chispas y, por un momento, el tiempo detuvo en un momento en el que la Forjadora quedó suspendida en el aire debido la fuerza del impulso. Tenía los dos filos de sus hojas empujando contra Marco. Sus miradas se cruzaron por un momento, y el humano pudo ver los ojos descubiertos de la mujer, los cuales ardían en llamas y lo fulminaban con la seriedad que cabía esperar de ella.
Por su parte, Hekapoo halló en los ojos del intruso una mirada carente de vida, al menos en aspecto, pues el furor en estos era igual de intenso que el de los suyos.
Hekapoo flexionó las piernas, las llevó hacia adelante y empujó contra la cobertura de su enemigo, impulsándose hacia atrás. Dio un giro en el aire y cayó frenando con una pierna hacia atrás y la otra hacia adelante. Ambas manos a los lados, las dos sujetando sus respectivas hojas, las cuales eran, en realidad, las dos mitades de sus tijeras.
Esta alzó la mirada y se encontró con el rostro descubierto del intruso. El impulso de antes le había echado la capucha hacia atrás. Nunca había visto a nadie como él, de rostro tan pálido y carente de vida. Era como si estuviese viendo a alguna clase de cadáver andante, pues por su piel se notaba que era moreno, tan solo que era un tono apagado. Pese a ser la primera vez que veía a alguien con tales características, exceptuando a muchos necrófagos que había visto a lo largo de sus años, su rostro le resultaba familiar.
Colocó un filo hacia adelante, apuntando al individuo en gesto cauteloso.
— ¿Quién eres? —preguntó casi sin esperar respuesta, pues tomaba al individuo por un no-muerto más. Sin embargo, la desconcertaban esas manos de cefalópodo con las que sujetaba sus armas.
Marco se la quedó mirando por un momento. Sostenía la funda y la espada con firmeza por si le atacaba. Llegados a ese punto, pensó que no era necesario seguir ocultando su identidad.
— Supongo que ya no tiene caso ocultarlo. —Al oír esa voz un ligero estremecimiento recorrió el cuerpo de Hekapoo y provocó que bajase su arma y que la expresión en su rostro cambiara a una de sorpresa e incredulidad—. Soy...
— Marco —completó ella, aún sin mostrarse segura.
El hombre se quedó callado. Hekapoo recordaba la voz de Marco de adulto, y la había escuchado en aquel mismo individuo, estaba segura. De lo que no estaba segura era de que aquel que tenía delante fuese Marco.
— Sí, soy yo. Hekapoo —respondió con cautela.
La mujer volvió a mirarlo de arriba abajo, sin perder su postura de batalla, pero relajando un poco los músculos.
— Mira lo que te ha hecho esa mujer —dijo con cierta lástima en su mirada.
El tipo respondió a aquello con un gesto de extrañeza.
— ¿De qué hablas?
— Eclipsa ya se ha hecho con el control de tu mente. Y peor aún, ha corrompido tu cuerpo con la magia oscura.
Marco suspiró con cansancio y bajó las armas.
— Deja de exagerar. Nadie me está controlando. Soy yo mismo. Y fui yo quien se hizo esto.
Hekapoo comenzó a reírse y abandonó su postura de batalla.
— Por favor —se limpió las lágrimas con el dorso de su brazo—. Nadie se haría algo así por su propia cuenta. Además, ¿qué motivo tendrías para hacer eso?
— Salvar a una persona inocente. Ese fue mi motivo.
— Nadie se creería semejante estupidez.
— Pues créetelo —aseguró firme.
— No, Marco. No me lo creo —gritó seria—. Tú no eres esa clase de persona, o al menos no lo fuiste. Está claro que tu mente está siendo controlada por esa malvada traidora asesina.
— ¿Asesina?
— Sí, esa desgraciada mató a Rhombulus antes de escapar. Pero ahora que ha vuelto no dejaremos que se vaya como si nada.
Tal y como pensaba Marco, las pruebas habían incriminado a Eclipsa. Tal era el odio y el resentimiento que tenían hacia ella, que Hekapoo no era capaz de reconocer a un enemigo verdadero cuando lo tenía delante. A efectos prácticos, Marco no estaba ahí para reestablecer el nombre de Eclipsa. Tenía una misión clara e importante, y lo que le correspondía ahora era cumplirla. Sin embargo, tomaría responsabilidad de sus actos.
Ante las palabras de Hekapoo, Marco comenzó a negar con la cabeza.
— En verdad odian a Eclipsa, tanto que no son capaces de ver la realidad.
— ¿De qué hablas?
— Yo no fui controlado por Eclipsa. Tan solo piénsalo. Ustedes la esposaron con los cristales de Rhombulus. No podía utilizar sus manos para realizar hechizos —Hekapoo estaba a punto de abrir la boca en señal de protesta—. Y antes de que digas que me ya me controlaba antes de eso, recuerda que me escapé del reino y me fui a tu dimensión. Suponiendo que Eclipsa me estuviese controlando deberíamos asumir que ella tiene el poder suficiente para mantener su influencia en otra dimensión y por un periodo superior a dos años. Pero eso es algo tan descabellado que ni siquiera tú eres capaz de creerlo. ¿No es así?
— Sí, suena descabellado, pero cualquier cosa me creo de esa mujer.
Marco suspiró con cansancio.
— Está claro que no se te puede convencer. Pero, aunque no me creas, debo aclarar una cosa —miró a Hekapoo a los ojos—. Eclipsa no mató a Rhombulus. Seguramente habrán encontrado un cadáver con los brazos y la cabeza cercenados por un corte limpio. Si conoces tan bien a Eclipsa como yo, o si conoces a las reinas en general, sabrás que no suelen pelear con espadas, o al menos no con espadas con la capacidad de realizar cortes tan precisos —a medida que Hekapoo escuchaba las palabras de Marco abría más y más los ojos y su expresión se tornaba en una llena de enojo—. Tal vez dirás algo como que fue ella quien hizo eso mediante el control mental. Pero, a fin de cuentas, quién mató a Rhombulus fui yo.
— No puedes estar hablando en serio —pronunció sin rebajar el enojo en su rostro.
— Tenía que hacerlo.
— No me engañarás.
— Estaba a punto de matar a Eclipsa.
— No te creo.
— Hice lo que tenía que hacer, y pese a que no estoy orgulloso de ello, no me arrepiento.
Justo en ese instante los metales de ambos volvieron a chocar. Marco a penas había tenido tiempo de bloquear, pues Hekapoo se había lanzado con todo en un parpadeo. Esta lo miraba lleno de rabia. Lo estaba estudiando, buscaba en sus ojos algo que le indicase que le estaba mintiendo. Pero más pronto que tarde la mujer encontró la respuesta a su pregunta, y no le agradó lo que halló.
— Entonces, es verdad. Tú lo mataste, mataste a uno de los nuestros.
— Ya te lo dije, tenía mis motivos.
Hekapoo empujó con fuerza y se impulsó hacia atrás.
— No me importan tus motivos. Ni las razones por las cuales tú y esa mujer están aquí. Aquel que le haga algo así a uno de los nuestro solo tiene un castigo —las hojas de Hekapoo se tornaron de un rojo incandescente—. La muerte.
Marco preparó su espada y vaina, envolviéndolas en magia. En otro lado del castillo Eclipsa cargó magia en sus manos, haciendo que estas brillasen. Cada uno miró a su oponente a los ojos con gesto determinado.
— Necesito la varita, y si para conseguirla he de derrotarte, entonces, que así sea —dijeron ambos, como si por un momento, sus intenciones estuvieran conectadas en situaciones distintas.
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Llegamos a una parte clave de la historia, aunque últimamente están habiendo muchas partes claves, pero bueno, llegó el momento de que haya un poco de acción.
Espero que disfruten del capítulo, y que pasen felices fiestas.
Sí te gustó el capítulo escríbeme un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores.
Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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