Capítulo 39: El Devorador
A veces lo que hay a simple vista no es lo que realmente tenemos delante, es por ello que hay que mirar más allá de lo que el ojo nos muestra.
— Anónimo
Al despertarse, Eclipsa sintió que había descansado de maravilla. Hacía tiempo que no disfrutaba de la calidez y comodidad de una cama en condiciones.
Aquella mañana desayunó junto a Marco en el mismo comedor en el cual cenaron la noche anterior. Y luego se dieron a la tarea de investigar aquella cosa negra, a la cual decidieron llamar El Devorador, ya que lo consumía todo a su paso.
— Aquí tienes al pequeño bastardo del reino —le dijo el muchacho abriendo los brazos para evidenciar la inmensidad del Devorador. Había llevado a la mujer al lugar donde realizó todos los experimentos de los que habló la noche anterior—. Sigo pensando que La Brea habría sido un mejor nombre, pero centrémonos en lo que corresponde.
— Yo estoy centrada —respondió, dándose por aludida.
El tipo le lanzó una mirada evidente y ella sonrió, jocosa.
— Echémosle un vistazo a esta cosa —dijo Eclipsa, agachándose para ver de cerca la sustancia negra.
Por el aspecto podía jurar que era similar a la savia, solo que menos espesa que esta. Tomó un palo que tenía cerca y probó a remover algo de la sustancia.
— Habías dicho que no era corrosiva, ¿verdad?
— No. Por eso decía que El Devorador no era el mejor nombre que darle. —Al oír eso la mujer colocó las manos en la cintura y miró al tipo con una sonrisa—. Está bien, está bien. No es corrosiva. Ya he intentado comprobarlo con la pata cercenada de un animal. La dejé colgando de un árbol para ver si ocurría algo, pero la pieza seguía intacta. Solo pude ver que El Devorador abarcó unos centímetros más de la pata. Probé a quitarle la sustancia usando un palo, y pude quitarle el exceso, pero siempre quedaba una capa fina adherida a la extremidad. Por lo cual sugiero no tocar nada.
— Sí, me lo imaginaba —comentó, tirando el palo a la materia negra solo para ponerse de pie—. Bueno, ya he visto suficiente. Es momento de preguntar a ese tal Forkest lo que sabe.
— Espera, ¿ya? —preguntó, casi incrédulo—. Pensé que querrías ver más o experimentar un poco.
— No, no hace falta. O más bien, no hay mucho más que pueda investigar aquí. Mediante el tacto podría intentar averiguar de qué tipo de hechizo se trata. Eso me podría dar pistas para saber cómo neutralizarlo. O si se trata de una maldición —desvió la mirada hacia El Devorador—. Dado que no puedo tocarlo solo me queda intentar saber cuál fue su origen —volvió a mirar al tipo—. Por eso primero quiero intentar saber qué sabe la gente de aquí. El resto de cosas las conseguiremos investigando.
— Entiendo —dijo este rascándose la barbilla—. En ese caso vamos al fuerte, seguramente estará allí.
— Perfecto. Vamos —dijo esta, liderando el camino.
Marco se puso en pie y se fijó en que varios de los trols allí presentes estaban mirando con cierto recelo a la mujer. Lo hacían con disimulo, pues cuando los miraba aparentaban seguir realizando sus actividades cotidianas.
Aquellas reacciones le llamaron la atención, pero no pudo distraerse mucho con ello.
— Marco, vamos —apremió la mujer, quién se encontraba a varios metros delante de él.
— Voy. —Ya se ocuparía de ello en otro momento.
Llegaron hasta el fuerte y encontraron a Forkest dialogando con uno de los guardias. Cuando este reparó en la presencia de Marco y la de la mujer, abandonó su parloteo y saludó a ambos con gesto tosco.
— Saludos rey Marco, sea bienvenido otra vez al fuerte, usted y su acompañante —se quedó con la boca semiabierta, queriendo decir el nombre de la mewmana, pero parecía incapaz de recordarlo.
— Eclipsa —le recordó Marco.
— Eso.
— Venimos porque queríamos saber algo del Devorador —dijo Eclipsa.
— ¿El Devorador? —preguntó, torciendo la cara en un gesto de incomprensión marcado en cada una de sus arrugas.
— La cosa negra que envuelve al reino —aclaró el humano.
— Ah —exclamó en un gesto de comprensión—. No sé mucho de esa cosa, pero pregunten sin miedo, y responderé lo que sepa.
— Tengo motivos para creer que esa cosa es producto de la magia. Y algo como eso debe haber sido realizado por alguien —explicó la mujer—. A lo mejor lo realizó algún enemigo del reino. ¿Qué enemigos tienen los trols?
— Enemigos —repitió Forkest frunciendo el ceño en el más puro gesto reflexivo. Tras unos segundos alzó una mano y comenzó a contar los enemigos, uno por uno, con los dedos—. Los goblins, los animales, los mewmanos, los osgos y los ogros.
Los dos oyentes intercambiaron miradas.
— ¿Crees que pueda ser alguno de ellos? —preguntó Marco.
Eclipsa se cruzó de brazos un momento y repasó cada una de las opciones en su cabeza, estudiando cada escenario posible y la plausibilidad del mismo.
— Los animales quedan descartados. No conozco animal mágico que sea capaz de hacer algo así. Solo los aspectos salvajes podrían hacerlo, pero dudo bastante que fueran ellos.
— Por lo que estudié en la academia Ledge, cuando estuve en la dimensión de Hekapoo, los aspectos solo actúan cunado algo realmente grave está por ocurrir. Algo que amenace a la naturaleza. Y para bien o para mal, los trols son parte del ciclo, así que no podrían ser considerados una amenaza para este —añadió Marco.
— Exacto —convino la mujer—. Por otro lado, los mewmanos serían candidatos perfectos, pero solo los Butterfly utilizan magia, y rara vez atacan a un reino. Su modus operandi es más bien la defensa.
Marco dejó caer el puño sobre su palma.
— Por eso tienen una barrera que protege al reino —comprendió.
— No hemos tenido conflictos con los mewmanos en décadas, y esta cosa lleva ahí al menos dos primaveras —añadió Forkest.
— Eso refuerza mi argumento —dijo Eclipsa—. Siguiendo con los posibles candidatos: los osgos. No sé mucho de ellos, además de que son enemigos acérrimos de los trols. Por conflictos podrían ser ellos, pero no sé si son capaces de usar magia, ni si pueden hacer un hechizo como ese. ¿Tú tienes idea?
El hombre negó con la cabeza.
— En la academia solo aprendí lo básico acerca de los monstruos. Y todo sobre la historia de Mewni y del idioma que habla Hekapoo. No sé más que tú acerca de los osgos —pronunció el muchacho, encogiéndose de hombros.
— Eso tan sólo nos deja a los goblins y los ogros. Y ambos candidatos tienen pericia en la magia. No sé hasta qué punto, pero ambos podrían ser los principales sospechosos de crear al Devorador.
— Lo dudo. Tanto a los goblins como a los ogros somos nosotros quienes invaden, así que no creo que se ellos —comentó el trol.
— Entonces, ¿fueron los osgos? —preguntó Eclipsa alzando una ceja.
— No lo sé.
Eclipsa se cruzó de brazos y arrugó la frente en gesto pensativo. Eliminadas todas sus opciones, tenía que repasar qué hacer.
Al verla tan centrada, pero, a su vez, un tanto frustrada, Marco decidió interferir.
— ¿Hubo algún conflicto con alguna de estas razas hace dos años?
— Sí, con los osgos. Dieron un gran ataque al reino, queriendo recuperarlo —respondió el trol, y Eclipsa alzó la cabeza.
— ¿Recuperarlo? —preguntó Marco.
— Sí, este reino se consiguió tras una cruenta batalla contra el pueblo osgo, y al final lo conseguimos. Yo creo que el ataque de hace dos años fue un intento desesperado por echarnos y hacerse con este sitio —Forkest se rio—. Ilusos, estaba claro que no iban a poder con nosotros.
El humano y la mewmana cruzaron una mirada de comprensión.
— Blanco y en botella —dijo Marco.
— Fueron los osgos —exclamó la mujer—. Pero eso no tiene lógica. Los osgos son criaturas que no tienen afinidad con la magia —se quedó un segundo en silencio—. Al menos no que yo recuerde. —Ahora la mujer se mostraba incluso más confundida que antes. Se cruzaba de brazos, fruncía el ceño, paseaba los ojos de arriba abajo y de un lado a otro. Ninguno de los dos varones quiso interrumpirla por miedo a sacarla de su estado de concentración—. A lo mejor —pronunció, relajando sus gestos— los osgos no estaban solos. A lo mejor fueron acompañados por alguien más que sí era capaz de usar magia.
— Alguna vez los osgos se aliaron con un par de ogros para enfrentarse a nosotros. Los muy cobardes no podían plantarnos cara sin ayuda —dijo Forkest agitando el puño con el rostro arrugado en una mueca de desprecio.
— ¿Sabes si en aquel asedio al reino trol los osgos trajeron a alguien consigo? —preguntó la mujer, intentando volver a tomar el hilo de la conversación.
Forkest se calmó antes de responder.
— No lo sé. Durante la batalla yo me mantuve en la retaguardia, defendiendo a los de dentro. No soy tan buen cazador como otros. Lo mío son las tácticas.
— ¿Y sabes de alguien que haya visto si los osgos venían con alguien más?
— Bueno, vi algunas cosas raras en la retaguardia enemiga, no sé muy bien lo qué eran, pero si alguien pudo ver eso entonces sé a quién tienen que ir a ver.
Las indicaciones del trol habían llevado a los dos hasta la arena. Aquel día no había una lucha oficial, pero sí que había trols luchando a modo de práctica o entrenamiento. En ese momento, quienes estaban en el círculo eran un trol salvaje y otro de hueso, uno al que Marco ya había tenido el placer de conocer de forma indirecta.
Kogler acababa de propinarle a su contrincante unos contundentes puñetazos en el estómago, y se aprovechó del enemigo para sujetarlo mientras se doblaba del dolor y luego lo levantaba para azotarlo contra el suelo. El oponente dejó de moverse.
El trol de hueso colocó un pie encima del oponente vencido y alzó los brazos en festejo de su victoria, como si el público lo estuviese alabando, pese a que en las tribunas no había nadie.
Notó la presencia de alguien a su espalda, así que se giró para ver de quién se trataba.
— Ah, pero si es el rey Marco —pronunció con una sonrisa algo magullada pero tan feroz como la de un animal salvaje.
— Kogler —saludó Marco—. Creo que esta es la primera vez que hablamos cara a cara.
— Sí, no tuvimos la oportunidad de luchar en el círculo. ¿Acaso has venido para saldar ese encuentro pendiente? —la cara se le crispó en un gesto de emoción.
— No, no —colocó las manos al frente para indicar que se calmara—. Tan solo hemos venido a preguntarte algo —se señaló a sí mismo y a Eclipsa a su lado.
Kogler dirigió la mirada hacia la mujer, y este relajó sus gestos.
— Sí, la mewmana —pronunció con cierto desinterés—. Aún me resulta difícil creer el daño que eres capaz de causar siendo tan pequeña.
— ¿Disculpa? —reaccionó, confundida, llevando la cabeza un poco hacia atrás.
— Da igual. ¿Qué necesitan?
Marco miró a la mujer y luego asintió para que preguntara.
— Forkest nos dijo que hace dos años hubo un asedio osgo en el reino, y que tú fuiste participe en la defensa del mismo.
— Sí, la recuerdo. Le partí las jetas a muchos osgos —sonrió como un anciano al recordar sus años dorados.
— También nos dijo que estuviste en el frente de batalla.
— Así es. La retaguardia es para niñitas. Los trols de verdad van hacia el centro del peligro y lo enfrentan de cara —se señaló con su dedo pulgar.
— ¿Pudiste ver si había algo extraño en las fuerzas de los osgos?
— Sí, osgos feos y grandes, pero no más que yo. Aunque los más extraños eran los que eran demasiado pequeños. Era difícil darles en la cara, pero si lo conseguías, ya no se levantaban.
— No, no me refiero a eso —negó Eclipsa, intentando hacer que el trol se centrase—. Me refiero a si viste a alguien más con los osgos. A otra criatura que no fuese osgo.
El trol de huesos miró al suelo y se rascó la cabeza, pensativo.
— Ahora que lo pienso, sí, había unas mujeres con ellos. No eran mujeres osgos, sino de otra especie. No las recuerdo muy bien, tan solo sé que eran feas, muy feas. Y según el resto de seres los trols somos feos también, así que imagínate lo feas que eran esas mujeres si nosotros lo decimos.
— Mujeres feas —repitió Eclipsa intentando pensar qué podían ser—. Eso no ayuda mucho. ¿No recuerdas qué raza eran? ¿De qué color era su piel, o pelaje? ¿Que llevaban consigo?
— Espera, espera, son muchas preguntas. Deja que piense. —El trol se llevó una mano al mentón y luego cerró los ojos frunciendo el ceño en un gesto. Se notaba que en verdad se estaba entregando en su tarea de pensar, pues a este se le marcaban las venas de la frente como si fueran las raíces de un árbol sobresaliendo de la tierra—. Sí, ya recuerdo algo más. Tenían piel, no pelaje, al menos dos de ellas, la otra parecía un pescado que ni el más hambriento de los osos querría comer. Las que sí tenían piel eran de color negro y verde. Pero no recuerdo qué llevaban encima, y mucho menos qué raza eran.
— Hmmm, ya veo. ¿Y no recuerdas nada más?
— No. A parte, ya he pensado demasiado por hoy, creo que voy a sentarme un poco.
— De acuerdo. Gracias —pronunció, serena, y luego miró a Marco—. Tengo algunas sospechas de qué puede ser, pero necesitaría otros testimonios para estar segura.
— Entiendo —Marco se dirigió al trol—. Kogler, ¿sabes de alguien más que haya estado luchando cerca de aquellas mujeres?
— Sí, casi todos los trols que lucharon por el trono. A lo mejor ellos recuerdan más que yo.
— Perfecto. Gracias por tu ayuda.
— Sí, sí. Lo que sea. Pero me debes una pelea, rey Marco.
— Y la tendrás, pero no hoy —respondió sonriendo solo para girarse. Tomó a Eclipsa del hombro y la atrajo hacia él para decirle algo al oído—. Vámonos.
Ella se rio, llevándose una mano a los labios y luego respondió.
— No hay prisas, puedes concederle el combate si quieres.
Marco solo sonrió y respondió sin abrir la boca.
— Por favor, vámonos.
Y Eclipsa decidió no empujar más al tipo.
Así, decidieron dividirse y hablar con cada uno de los participantes del torneo, exceptuando a Globgor, ya que era obvio que este no sabría nada acerca de un hecho de hace dos años.
Pasaron el resto del día indagando, y solo se reunieron una vez avanzada la tarde. Marco ya se encontraba sentado en una de las sillas del comedor, esperando al regreso de la mujer.
Las puertas se abrieron y Eclipsa llegó arrastrando los pies. En sus ojos se percibía el cansancio. Al llegar hasta el tipo, se dejó caer sobre la primera silla que tuvo a su alcance, soltó el aire que tenía contenido y echó la cabeza hacia atrás.
— ¿Va todo bien? —preguntó el humano—. ¿Quieres un poco de agua?
Eclipsa se recompuso, recuperó un poco el aliento y luego carraspeó la voz.
— Por favor —pronunció con su voz habitual y una sonrisa sencilla.
Éste le sirvió un poco de agua en un vaso cercano y se lo pasó a la mujer.
— ¿Qué fue lo que ocurrió? —quiso saber al tiempo de entregarle el agua.
Antes de responder, la mujer dio un largo trago hasta dejar el vaso vacío.
— Los trols se mostraron reticentes a compartir información conmigo, y creo que más de uno me miró con cierta hostilidad. He conseguido más información, pero no mucha. Decidí no molestar más de lo que los trols parecían soportar. ¿A tí qué tal te fue?
— Yo no tuve inconvenientes. Todos me respondieron bastante bien, y algunos me dieron palmadas en el hombro.
— Bueno, sería de mal gusto no responder ante el rey.
— Sí, pero creo que me he ganado su confianza y respeto. Después de todo, solo me he dedicado a eso y a ver cómo detener al Devorador. —Tomó el vaso de la mujer y le sirvió un poco más de agua—. ¿Ponemos las cosas en común?
Esta asintió y tuvieron una charla larga y tendida. Fue necesario plasmar la información en papel para consolidar la idea general, y así darle forma a la criatura que buscaban.
Tras un rato pudieron llegar a una imagen que coincidía con la mayoría de los testimonios.
— Bien, creo que ya terminamos —dijo el humano, dejando de lado un carboncillo que llevaba en la mano.
— ¿Te importaría leerlo en voz alta?
— Claro —este carraspeó su voz y Eclipsa se mantuvo atenta a la información que Marco iba a repasar—. Según los testigos, en la batalla de los trols contra los osgos, hubo apoyo a estos últimos por arte de tres mujeres de aspecto horripilante y tamaño similar al de un mewmano. La complexión de todas era delgada, y la piel y vestimentas de cada una diferente a la de las otras. Una de ellas tenía la piel oscura y violácea, vestía con harapos adornados con cráneos, uñas y dientes de a saber qué criaturas. Además de ojos rojos hasta las córneas —tomó un poco de agua antes de proseguir—. La otra, de piel verde y cabellos crispados como las ramas secas de los árboles, vestía también con harapos, más estos se parecían a la mugre que cuelga del pantano. Y, por último, la tercera, la cual no llevaba ropa, pero no importaba, porque toda su piel estaba cubierta de escamas blanquecinas y algas, las cuales se confundían con su pelo. Sorprendía su boca desprovista de comisuras, pues era capaz de abrirla de par en par.
— Repasa la parte en la que ellas mostraban sus habilidades.
— Sí. Pese a no aparentar peligro, al verlas, algunos trols sintieron el imperioso deseo de alejarse de ellas, y no por su aspecto. La que parecía un pez se lanzaba con furia sobre los trols a su alcance y los atacaba con sus garras. La verde desaparecía y reaparecía constantemente, atacando por la espalda a los trols cuando era invisible. La de piel negra, lanzaba proyectiles mágicos oscuros, los cuales eran guiados hacia los trols. Además, por algún motivo, algunos comenzaron a atacar a sus compañeros, convencidos de que estos eran el enemigo —hizo una pausa, pensando él mismo lo extraño que sonaba aquello.
— Sigue —solicitó la mujer.
— Al final, con cierto esfuerzo, aquellos trols que pudieron evitar el miedo y la locura y consiguieron percibir a las criaturas, pudieron matarlas. Excepto a la negra. Al parecer, cada vez que era atacada los golpes la atravesaban como si fuese un montón de humo. Pero si ella atacaba no atravesaba a los trols. Cuando la batalla acabó y los trols rodearon a los pocos osgos que aún quedaban en pie, la mujer de piel negra sonrió, enterró las manos en los cuerpos de sus hermanas y las tres comenzaron a derretirse, como si se tratasen de un montón de hielo, hasta convertirse en una mancha negra en el suelo —sentenció el tipo, dando por acabado el repaso.
Un pesado silencio se hizo en la sala, y cada uno dejó volar la imaginación tras haber recopilado toda la información aportada. Marco no tenía demasiada idea de lo que se trataba, aunque, por la expresión de la mujer al pensar, confiaba en que ella sí lo supiera.
No quiso molestarla mientras esta indagaba en lo más profundo de su mente, pero en el fondo necesitaba saber qué pensaba.
— ¿Alguna idea?
— Varias. La mujer de color verde podría tratarse de una dríade o alguna criatura semibestia, quizá un camaleón. La que parece un pez podría tratarse de un tritón, o una reptiliana albina, aunque le faltaría la cola. En cuanto a la de piel negra —se cruzó de brazos mirando al suelo con el ceño fruncido y sin decir nada— no consigo imaginarme de qué podría tratarse. Y lo que más me confunde son las habilidades que mostraban al luchar —se rascó el mentón mientras intentaba pensar.
— Tal vez no hemos preguntado lo suficiente —propuso.
— No, sí que hemos preguntado bastante, es solo que aun necesitamos más información, pero no creo que sea aquí donde podamos conseguirla.
— Entonces a dónde podríamos ir, ¿a una biblioteca?
Los ojos de la mujer se abrieron de golpe y se giró hacia Marco de forma automática, apuntándole con el dedo, como si la reacción correspondiese al mecanismo de una ballesta.
— ¡Eso es! Podríamos ir a una biblioteca para sonsacar información en base a las descripciones obtenidas. Así podremos determinar con exactitud a qué nos enfrentamos. Bueno, más bien a qué se enfrentaron los trols.
— ¿Una biblioteca? La única que conozco con una cantidad ingesta de libros e información es la de la academia Ledge, pero eso está en otra dimensión, y utilizar las tijeras es algo que preferiría no hacer.
— ¿Aún las conservas?
— Sí, como un recuerdo —pronunció, y la mujer creyó ver una pizca de melancolía en su rostro, así que prefirió no indagar en el tema.
— Bueno, como decía, conozco una biblioteca a la que podríamos llegar a pie. Nos tomaría varios días de viaje, pero allí podríamos conseguir todo lo que necesitamos.
— ¿Es una biblioteca para los monstruos?
— Sí, allí se juntan muchas de las mentes pertenecientes a las razas repudiadas por la nobleza. Sus conocimientos no tienen nada que envidiar a los nuestros. Así que considero que podríamos ir allí para seguir avanzando en la investigación.
Marco miró un momento la hoja de papel en donde habían resumido la información recolectada. Volver de forma temporal a sus viejos días de estudio, además junto a Eclipsa, le parecía algo maravilloso, casi como si volviese a la secundaria.
— Me parece una idea genial. Pero si se puede llegar allí por medios convencionales, entonces deja que me encargue del transporte. Creo que tengo la forma de hacernos llegar más rápido.
— ¿Cuál?
El muchacho sonrió y se levantó de su sitio, estirándose hasta crujir los huesos de su espalda.
— Es una sorpresa, lo sabrás mañana.
— No hace falta darle tanto misterio —apuntó esta, con la esperanza de averiguar de qué se trataba.
— Sí, no es necesario, pero me apetece darte la sorpresa —dijo mientras subía por las escaleras al piso de arriba.
La mujer se cruzó de brazos y sonrió para sí. Quería saber de lo que Marco hablaba, pero después de una mañana con nada más que avances en su investigación, supuso que un día de espera no la mataría.
Por la mañana Marco la llevó hasta una colina que se alzaba entre los árboles y que dejaba tener una vista panorámica del reino. Eclipsa se distrajo un poco al contemplar el esplendor del territorio, pero también arrugó un poco la cara al ver la mancha negra sobresaltando en aquel cuadro de paisaje.
Marco, en cambio, no le prestó atención al panorama. Este alzó la mirada, se llevó los dedos índice y medio de ambas manos a la boca y soltó un silbido tan fuerte que pareció resonar entre los árboles y elevarse a los cielos. Aquello le dejó a la mujer un pitido breve, pero molesto, en los oídos.
De entre las nubes provino un rugido en respuesta a aquel gesto sonoro. Eclipsa se giró hacia el humano y pudo ver en su rostro una sonrisa de satisfacción. De aquellas figuras esponjosas emergió una sombra que descendió en picado hacia ellos. La mujer no fue capaz de determinar qué era, pues el sol le molestaba. La sombra llegó hasta ellos y derrapó, levantando una cortina de polvo. Solo cuando se disipó pudo averiguar de quién se trataba.
Le causó bastante alegría volverlo a ver.
— Nachos —exclamó esta con alegría, abriendo los brazos y envolviéndolo con cariño—. Hacía tiempo que no lo veía.
— Después de un tiempo prudente, cuando consiguió perderle el rastro a Hekapoo, lo llamé para reencontrarnos. —Se acercó a él y le acarició la cabeza con afecto—. Te extrañé, chico.
Rodeado de tanto cariño, el dragón meneó la cola de un lado a otro, como si de un perro se tratase.
— Espléndido. Con Nachos podremos llegar más rápido.
— Esa es la idea.
— Espera —dijo un poco preocupada—, ¿podrá llevarnos a ambos ahora que somos adultos?
— Sí, este ciclodragón puede con todo —aseguró el humano.
— Muy bien. Pero tú no sabes llegar a la biblioteca Borquel, ¿no? —inquirió la mujer.
— No, pero si me indicas como ir puedo llevarnos.
— De hecho —sonrió de una forma que hizo estremecer al humano—, creo que sería mejor si conduzco yo.
Marco crispó la cara en un gesto de sorpresa, casi sin poder creerse si la mujer hablaba en serio o solo buscaba molestarlo un poco.
— ¿Quieres conducir tú? —quiso asegurarse de ello.
— Claro. Ya he montado a caballo. Incluso he corrido alguna que otra carrera, así que no creo que sea tan complicado —las palabras de la mujer no acababan de convencer al humano—. ¿No confías en mí? —preguntó esta con una sonrisa sugerente y una ceja alzada.
— No, no es eso. Es que me tendré que sujetar a tí. ¿Podrás soportar mi peso?
La mujer se llevó la mano a los labios y soltó una risilla aguda.
— Marco, eres muy atrevido. ¿Acaso querías que me sujetase yo a ti y no al revés?
De pronto el rostro del muchacho se tornó rojo como un tomate al darse cuenta de lo que había insinuado al decirle aquello a la mujer.
— No, no. No me refería a eso, solo me preocupaba porque no pudieras aguantar mi peso.
— Tranquilo, solo te estaba tomando el pelo. Podré aguantar, no te preocupes.
— De acuerdo —dijo este, intentando calmar el rubor en sus mejillas—. Pero antes necesito buscar a alguien para reemplazarme como rey durante mi ausencia. Después de todo no sabemos cuánto tiempo tardaremos en investigar todo lo que necesitamos.
— No parece que en este sitio afecte mucho la ausencia de un rey. Pero creo que es muy responsable de tu parte buscar a alguien que te pueda sustituir. Tan solo necesitarás a alguien a quien no le importe tomar tu puesto de forma temporal, y que se comprometa a ayudar al reino.
— Sí. A decir verdad, ya tenía en mente al monstruo indicado.
— Puede que los dos hayamos pensado en el mismo monstruo.
— Bueno, es que fue el primer trol que se me vino a la cabeza. Iré a buscarlo para hablar con él y comentarle la idea.
— Deja que te acompañe, a lo mejor puedo ayudarte a convencerlo si se niega.
El humano se la quedó mirando, un poco preocupado.
— ¿Estás segura? No tienes por qué hacerlo si no quieres.
— No, está bien. Después de todo, si pienso quedarme aquí, tarde o temprano acabaremos viéndonos.
Marco se la quedó mirando, pensativo. Aún no había hablado con ella sobre el tema, y no sabía se hacerlo o no, pues era una situación delicada. Lo único que podía hacer, pese a que no le ofreciese mucha seguridad, era confiar en ella y en su juicio.
— De acuerdo. Busquemos a Globgor.
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Y comienza la búsqueda del culpable. Unos pocos indicios de quién o qué podría ser el creador de semejante cosa puede ser de ayuda, pero no es suficiente para derterminar con exactitud qué será. Y, además, para poder averiguarlo primero necesitarán convencer a Globgor para que suplante a Marco en su ausencia.
¿Lo conseguirán?
PD: recientemente descurbí que Nachos es hembra... creo que es demasiado tarde para tratar al personaje por su verdadero sexo. Maldita sea, es que Nachos es nombre de chico. He vivido engañado por años.
Sí te gustó el capítulo escríbeme un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores.
Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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