Capítulo 38: Añoranza
Cariño es lo que tenemos hacia aquellos seres que cuando no están cerca de nosotros nos sentimos más solos.
— Anónimo
Los gritos de la multitud eran ensordecedores, y eso que el combate ni siquiera había comenzado. Como siempre, el árbitro se dedicaba a generar expectación y emoción en el ambiente.
Después de convertirse en rey, Marco pudo saber, por fin, que aquel trol de roca se llamaba Noncer. Prefería saber su nombre a tener que dirigirse hacia él solo como el árbitro.
Mientras tanto, comprobaba el estado de su hoja. Ya lo había hecho, pero no podía negar que se sentía un poco nervioso. No sabía si era porque tendría que luchar en tres asaltos contra un trol armado en cada uno de ellos, o por el público que clamaba sin pausa por ver una batalla.
Soltó un suspiro y luego vio a los tres contrincantes que tenía al otro lado del círculo. Cada uno de ellos se veía como un guerrero fiero, y ninguno llevaba la misma arma que el otro.
Dos trols salvajes, uno con dos hachas y otro con una lanza. Y el tercero; uno de roca, quien portaba un garrote.
Los tres se veían fuertes y decididos, y seguro que ninguno había luchado contra un azotarriscos la semana anterior.
Miró su hoja, tan brillante como una joya pulida, y se vio a si mismo reflejado en ella. En sus ojos percibió un atisbo de vida y salud que, pese a que su aspecto actual no dejaba distinguir, días a tras no tenía.
La batalla contra el desgarrador lo había dejado destrozado, y exhausto. Después de la noche de celebración por cazarlo, se arrepintió justo al levantarse, cuando el dolor de sus brazos al apoyarse en el colchón casi lo hicieron llorar, de haber dado una semana como margen para el combate con armas. Era el rey, demonios, podría haber pedido más tiempo y así recuperarse de forma adecuada. Pero como era terco y no le gustaba echarse atrás en lo que decía, tuvo que ocupar todo su tiempo en absorber energía de los árboles para acelerar el proceso de curación. Gracias a ello había perdido una semana entera en la que podría haber intentado saber más de aquella cosa negra que se comía el reino. Y por culpa de eso se sentía agobiado.
Puso la vista al frente y luego inhaló profundo, hasta que dejó salir el aire.
Ya se ocuparía del asunto de aquella brea extraña. Por el momento, solo tenía que centrarse en ganar los próximos tres combates y así conseguir la aceptación de aquellos que aún no lo consideraban digno de ser rey.
A lo mejor.
— Contrincantes, a sus puestos —anunció Noncer.
Era la hora. El humano se puso de pie y caminó hasta su sitio, justo a un paso de entrar en el círculo. Observó cómo sus oponentes decidían quién sería el primero en luchar, y luego bajó la mirada hacia la hoja de su espada, otra vez.
— Vamos, Marco, esto no es nada en comparación con aquel bicho enorme —le dijo a su propio reflejo, intentando calmarse a sí mismo.
Al volver a mirar a los trols se encontró con que estos estaban a punto de luchar entre sí, pero Akler interrumpió para poner las cosas en orden, y envió al de la lanza el primero. Tras despachar a los otros dos para que esperasen su turno se giró y reparó en que Marco estaba observándolo. Le dedicó una sonrisa desafiante al humano y le enseñó su pulgar apuntando hacia abajo. Lejos de intimidarse, Marco le devolvió la sonrisa y le enseñó el puño.
Ese pequeño momento consiguió despejar un poco los nervios del humano, y se sintió aliviado por ello.
— Luchadores, entren al círculo y preparen sus armas —continuó el árbitro.
Ambos avanzaron hasta estar a cinco metros el uno del otro. Se estudiaron mutuamente mientras el público llenaba las tribunas de gritos y aplausos.
— Debes de estar confiado —mencionó el trol de la lanza.
— La verdad es que no me gusta subestimar a los demás, o pueden llegar a sorprenderte. ¿Por qué lo dices?
— Porque te vi varios días con las manos pegadas a los árboles. Y según me comentan algunos, no entregaste ni una sola vez.
¿Acaso me están espiando?
— Digamos que tuve mis motivos.
— Eres un rey bastante raro, pero eso no quiere decir que seas débil. Solo un idiota te subestimaría después de ver lo que le hiciste al azotarriscos.
— Entonces irás con todo —sonrió—. Perfecto —convirtió sus brazos en los brazos monstruosos e imbuyó la espada y la funda—, porque yo también lo haré.
El contrincante también sonrió y luego aumentó de tamaño, sujetando la lanza con firmeza.
— Tal parece que el combate será intenso desde el principio. ¿Quién ganará? ¿Jogquin, el trol de la lanza? —señaló al monstruo, el cual soltó un poderoso rugido para hacer gala de su fiereza—. ¿O nuestro rey? Aquel que se hizo con la cabeza de un azotarriscos —señaló a Marco, quien, a falta de saber cómo reaccionar, sonrió y alzó su espada, lo cual provocó un efecto incluso mayor que con el trol—. El estadio está que arde, y la emoción se hace notar. No alarguemos más esta espera —alzó un puño—. Que el combate —sostuvo el silencio como si hubiera tomado las voces de todos con su puño— comience.
El gong sonó con un fuerte estruendo y el humano salió disparado de su sitio con un impulso oscuro.
Jogquin quiso empalarlo de frente, pero unos movimientos rápidos rebanaron su lanza hasta dejarle nada más que un palo. Cuando se quiso dar cuenta, la funda de la espada lo golpeó en el rostro como si se tratase de un garrote de hierro, y lo tumbó al instante.
El combate había terminado.
La emoción del público se congeló por unos segundos, pues apenas habían tenido tiempo para asimilar lo ocurrido.
Marco envainó su espada, y cuando esta hizo clic al encajar en la funda, el imbuido mágico desapareció. Hizo una leve y respetuosa inclinación hacia su contrincante y luego miró a Noncer.
— El siguiente —pidió con voz solemne.
Los otros combates no se hicieron de esperar. Sin embargo, el público, tras ver el primer encuentro, pareció no dudar acerca de cuál sería el resultado del resto.
El siguiente trol, el de las hachas, entró al círculo con expresión colérica, y trazó una línea imaginaria delante de su cuello.
Marco no se inmutó. El primer combate le había dado la suficiente confianza como para calmar su nerviosismo. Ahora se sentía centrado.
— Comiencen —gritó el árbitro.
Se repitió lo mismo que antes. Tras sonar el gong, Marco se lanzó por su oponente utilizando un impulso.
El de las hachas descargó un golpe hacia adelante, intentando anticiparse a su oponente, pero Marco pasó a su lado y golpeó el metal del arma, desviando el golpe. El trol incrustó el hacha en el suelo, y luego sintió un golpe repentino detrás de la rodilla, lo cual lo hizo inclinarse de forma inevitable.
La sospecha de que sería atacado por la espalda debió de ser grande, porque este dio un giro hacia atrás, trazando un arco con el hacha de la otra mano. Cuando se quiso dar cuenta, solo sostenía un corto mango de madera, pues Marco había conseguido cortar su arma.
Sin ningún tipo de piedad, el humano se desplazó hacia adelante, golpeando el estómago de su oponente con la punta del envaine.
El trol se dobló, llevándose las manos al vientre, y clavando los ojos en el suelo. Estuvo a punto de alzar la mirada, pero cuando lo hizo solo vio a Marco saltar sobre él, con la funda lista para descargarla encima de este.
— Mierda —fue lo único que pudo decir antes de que el golpe en la cabeza lo dejase inconsciente.
Este combate había durado un poco más que el anterior, pero seguía siendo una victoria rápida, y casi no daba tiempo a sentirse emocionado.
El último combate pudo ser alargado más que el segundo, pero solo porque se trataba de un trol de la roca. Su poderosa armadura hacía que la criatura resistiese más golpes de los que hicieron falta para tumbar a los anteriores. Aunque, al final, el resultado fue el mismo.
Un golpe directo en la sien acabó por derribar a aquella mole, la cual no pudo defenderse con su arma, ya que había sido cortada.
— Y el ganador indiscutible es el rey Marco —gritó el árbitro.
Mientras el público gritaba y aplaudía de la emoción, Marco aprovechó para respirar profundo y exhalar. A la par que lo hacía guardó su espada, y solo entonces les dedicó un saludo a todos, alzando el puño en señal de victoria.
Miró a Akler y caminó hacia él con calma. El trol lo esperó de brazos cruzados hasta que se situó delante de él. Era más bajo que el monstruo, cualquiera de los habitantes del reino lo superaba en altura, pero eso no hacía parecer menos respetuoso al rey.
— He cumplido con mi parte, ¿lo harás tu con la tuya? —le preguntó al trol.
Akler frunció el ceño con disgusto. Se le notaba que no estaba conforme con el resultado.
— Ahg, de acuerdo, un trato es un trato. Te reconoceremos como rey —respondió, tragándose su propio orgullo.
Marco se lo quedó mirando durante un rato, y luego negó con la cabeza.
— No. Tú sigues sin considerarme un rey digno. Se te nota. Y seguro que al igual que tú habrá muchos otros que no me acepten, así que no voy a obligarlos a creer en alguien de forma forzada.
— ¿Qué? Hicimos un trato, no queremos tu compasión.
— Tal vez, pero si voy a tener a un pueblo que me sigue a la fuerza, prefiero no tenerlo. Quizá con el tiempo logre ganarme su confianza. Hasta entonces, vivan sus vidas como quieran, creyendo en quién quieran.
— ¿Y qué hacemos con el trato? Ganaste justamente.
Marco se llevó una mano al mentón y se dio un par de golpecitos en este.
— Tan solo no hagan alborotos y no promulguen palabras en mi contra. No los obligaré a creer en mí, pero me gustaría que dejasen de difamar por ahí que no merezco ser rey. Necesito la ayuda del reino para resolver lo de esa cosa negra, y que los trols comiencen a repudiarme no ayuda en nada. ¿Crees que al menos podrás hacer eso?
El trol se tomó varios segundos en contestar. Mas este acabó por aceptar.
— De acuerdo, me parece bien seguir esos términos —concordó Akler.
— Perfecto. Ahora, si me disculpas, tengo algunos asuntos de los que encargarme —y se dio media vuelta antes de echar a andar y salir de la arena.
Allí, esperando en una de las entradas, se hallaba Forkest, quien lo recibió, emocionado.
— Eso fue increíble, rey. Ahora se habrá ganado la aceptación de todos los trols —comenzó a decir, acompañando al humano.
— No, no lo creo. A Akler no se le ve convencido, y estoy seguro de que habrá otros trols que tampoco lo estén. Pero no importa, ya que conseguí que parasen las revueltas y difamaciones en mi contra.
— Pero, usted ganó.
— Sí, pero no quiero forzar a los monstruos a hacer algo que no quieren. Por el momento no hay que preocuparse por ello, pues ahora tengo cosas más importantes de las que ocuparme.
— ¿Irás a abrazar otro árbol? —preguntó de forma casual el trol.
La pregunta tomó por sorpresa a Marco, quien no pudo reprimir una sonrisa momentánea.
— No, no. Aunque, bueno —se miró la mano y la abrió y cerró varias veces, pudo notar atisbos de dolor que amenazaban con convertirse en algo más serio, a menos que hiciese algo—, tal vez lo haga. Pero no es eso a lo que me refiero. Tengo que averiguar qué es esa cosa negra como la brea, o mejor aún, cómo deshacernos de ella.
— Espero que tenga suerte y consiga hallar la forma de hacerlo.
El tipo no respondió, solo se quedó escuchando el sonido del público, llenos de vida, llenos de ilusión, cosas que se perderían tarde o temprano si aquella cosa no se detenía.
— Yo también lo espero.
El siguiente día del torneo Marco se dedicó a experimentar con aquella cosa negra. Se aproximó a la zona intentó quemar aquella cosa usando una antorcha. Al pegar el extremo en llamas en aquella cosa no ocurrió ningún tipo de propagación. Sino que se apagó en la zona que había tenido contacto con la cosa negra.
Para ver si el fuego se extendía en algún momento, dejó la antorcha allí y luego añadió otros palos para armar una fogata de la cual estuvo pendiente durante un tiempo. Pero no ocurrió nada. Además, no pudo recuperar la madera usada, y al día siguiente, vio que esta se había consumido y solo había dejado carbón y cenizas.
Pasó a probar con agua, intentando diluir la sustancia, pero el agua solo se quedaba dispersa en los sitios en los que podía, o simplemente caía hasta volver a la tierra.
Probó con cortar alguno de los objetos que ya estaban envueltos en la sustancia oscura usando el corte oscuro. Lo hizo con un banco, y cuando este se partió a la mitad, Marco pudo ver que la cosa negra solo había envuelto el banco por fuera, pues en la parte del corte se veía la piedra totalmente limpia y lisa. Mas no tuvo cambio alguno en el resto, por lo que no sirvió de mucho.
Probó utilizando varias sustancias distintas, como aceite, sangre y grasa animal, pero ninguna le hacía nada.
Por curiosidad dejó un trozo de carne tirado para ver si era disuelto o algo similar, pero no fue así, porque la carne seguía igual que el primer día, solo que con algunas moscas revoloteándole encima.
Probó a recoger una muestra de la sustancia y realizar las mismas pruebas, pero superando la cantidad de la masa. Por así decirlo, decidió intentar quemar una pequeña parte de la sustancia, meterla en frasco con agua, o algún otro líquido, pero el resultado terminaba siendo el mismo.
Nada.
Las semanas pasaban, y Marco no tenía ni idea de cómo continuar intentándolo.
— Tal vez pueda ir a la tierra para buscar algo de ácido clorhídrico —se dijo a sí mismo mientras escribía en un cuaderno lleno de notas las letras HCI (ácido clorhídrico).
Golpeó la mesa con el dedo varias veces, intentando ayudarse a pensar qué más podría utilizar, pues ya sabía que lo del ácido estaba descartado solo por el simple hecho de tener que ir a la tierra.
Soltó un suspiro de cansancio y entonces alguien llamó a la puerta.
— ¿Sí?
La puerta se abrió y en esta se mostró uno de los guardias que resguardaban la entrada.
— Rey Marco, tenemos a alguien en la entrada. Dice que quiere hablar con usted.
Marco echó una mirada hacia la ventana y vio que era de noche.
— ¿Quién me necesita a estas horas? —preguntó con cierta pereza.
— Creo que se conocen.
— Ahora que soy rey conozco a mucha gente. Pero da igual, ahora bajo. Dile que se espere en una de las sillas del comedor de la entrada.
— De acuerdo, rey.
Marco se colocó la piel de jabalí, como lo hacía de costumbre. A esas alturas tan solo vestía con un pantalón de cuero, botas del mismo material, y la piel de animal.
Bajó las escaleras hasta llegar al recibidor, que a su vez hacía de comedor, y allí la vio, sentada, intentando tomar con mal gesto de disimulo una hogaza de pan.
Eclipsa.
Despeinada, algo sucia, y con la ropa un tanto rasgada, pero era ella.
La mujer reparó en su presencia y abandonó el intento de tomar aquel trozo de pan. Se puso de pie de golpe, arrastrando la silla, y sonrió.
Marco avanzó hacia ella, todavía atónito por ver que había vuelto. Ella hizo lo mismo.
A cada paso que daba Marco pensaba en los centenares de cosas que quería decirle, que quería contarle. Quería decirle lo mucho que la extrañaba y lo preocupado que estaba por ella. Quería recibirla con los brazos abiertos, abrazarla y sentir su calidez otra vez. Quería hacer tantas cosas, pero, cuando se pararon uno delante del otro, no supo por dónde empezar, ni que hacer. De pronto se preguntó si olía mal, aunque ya era demasiado tarde para ello. Tenía que decir algo, lo que sea.
— Hola —dijeron los dos a la vez. Lo que provocó que ambos soltaran una risilla nerviosa—. ¿Cómo estás? —volvieron a repetir, y de nuevo no pudieron evitar contener una carcajada floja.
— Tú primero —cedió el muchacho, apuntándole con la mano.
— No, no. Tú, por favor. Después de todo acabo de llegar.
No veía la lógica en ese razonamiento, pero no iba insistir en lo contrario. Al fin y al cabo, quería saber cómo se encontraba después de tanto tiempo.
— De acuerdo, gracias. —Reparó un momento en que ambos seguían de pie—. Siéntate —ofreció, señalando a la silla que antes ocupaba la mujer—, seguro que debes estar cansada después de tu viaje.
— Sí, gracias —aceptó esta, tomando asiento.
Marco ocupó el sitio delante de ella y colocó los codos sobre la mesa, cruzándose de manos.
— Por cierto, ¿tienes hambre? ¿Quieres que te traiga algo? —dijo, levantándose de su silla con cierta brusquedad.
— A decir verdad —se quedó a media frase porque el rugido de su estómago la interrumpió. Esta se rio y Marco hizo lo mismo—. Sería agradable. Gracias.
— No tardo nada —aseguró, y se fue un momento a una habitación. Cuando volvió, trajo consigo un cuenco lleno de frutas y un plato a rebosar de cortes de carne. Al dejarlos en la mesa tuvo que moverlos un poco para que no tapasen a la mujer.
— Marco —dijo como si fuese a llamarle la atención.
— ¿Qué? ¿Traigo más? —hizo ademán de levantarse otra vez.
— No, no. Así ya está bien. Gracias —sonrió.
Eclipsa tomó una pieza de fruta y le dio un generoso mordisco. Se le veía contenta al comer.
El tipo no quiso molestarla, pero la curiosidad le podía.
— ¿Cómo has estado?
La pregunta tomó a la mujer mientras tragaba, y tuvo que llevarse los dedos a los labios para disculparse al querer hablar con la boca llena.
— Disculpa. He estado bien. Salir un poco me ha ayudado.
— Me alegro. ¿Y dónde has estado todo este tiempo?
— En los bosques —señaló con su dedo pulgar hacia un punto en el que se hallaba el bosque—. No es la primera vez que he estado sola a la intemperie, y la verdad es que sienta bien. Aunque no estuve sola, sino que pasé la mayor parte del tiempo viviendo con una familia conformada por un padre y su hijo.
— ¿Vivían en el medio del bosque? —preguntó este, alzando una ceja.
— Más bien en el medio de un pantano. Parecían ser del reino de los Johansen.
— ¿Te refieres al reino de dónde vienen todos los barbaros habidos y por haber?
— Sí, ese mismo. Al parecer estaban cazando a una criatura que había matado a la esposa del padre. Me dejaron quedarme con ellos si les ayudaba a preparar las trampas para el día en el que la bestia apareciera —Eclipsa vio su reflejo en un vaso de agua que tenía a su lado, y se quedó pensativa—. Durante ese tiempo también tuve algunas pesadillas. Bastante desagradables, a decir verdad —se hizo un silencio incómodo en el que Marco no supo qué decir. Eclipsa creyó ver la imagen de su madre en el agua por un momento, y luego alzó la mirada y sonrió—. Pero ya pasaron, y ahora me encuentro mejor.
— Eso es bueno. ¿Pudieron cazar a la criatura de la que hablabas?
— Sí, al final lo conseguimos. Y justo después desaparecieron. Lo cual me hace pensar que no estaban vivos —dijo en voz baja, casi para sí misma.
— ¿Qué dijiste?
— Nada, nada. ¿A ti qué tal te fue? Ahora eres el rey de los trols. —Echó un trago a su vaso mientras esperaba la respuesta del chico.
— Bien. Tuve que ganarme la confianza de muchos, pues decían que no había ganado justamente, así que tuve que matar a un azotarriscos para demostrar mi fuerza —se encogió de hombros.
Eclipsa torció el rostro en una expresión de extrañeza.
— ¿No había otra forma de ganar su aceptación?
— Eso mismo me pregunté yo. Pero, para cuando me di cuenta, una roca golpeó la cabeza de la bestia, y no tuve más opción que sacar la espada —miró a la cabeza del azotarriscos que habían colgado en la pared—. Era eso o morir.
— Ya que estás vivo entiendo que ganaste —masticó y tragó un trozo de carne—. ¿Pudiste ganarte la aceptación del resto de trols con eso?
Marco le ofreció a la mujer una sonrisa irónica.
— Ojalá hubiera sido así, porque acabar con esa cosa me costó horrores. Me pasé una semana entera abrazando árboles para recuperarme.
— No conocía ese lado naturalista tuyo —comentó con cierta burla.
— Sabes a lo que me refiero —rio este—. El caso es que luego tuve que pelear contra tres trols armados para demostrar, de nuevo, que era digno de ser rey. Solo para que al final les dijese que no tenían que creer en mí si no querían, pero al menos conseguí que dejaran de difamar mi imagen.
— No es fácil contentar a todo el mundo.
— Sí, lo sé muy bien —hizo una pequeña pausa—. Ahora.
Eclipsa correspondió con una pequeña risilla y luego masticó un trozo de manzana. Mientras lo hacía miraba con ojos curiosos el castillo, o más bien fortaleza, en la que estaban.
Por su parte, Marco la observó a ella. Aún seguía sin poder creerse que estaba allí, que había vuelto. Tan solo le había hablado por encima de todo lo ocurrido allí, pero tenía ganas de profundizar más, de expresarle como se sintió tener que enfrentarse a una bestia que destrozaba árboles con sus manos, de compartir lo alegre que estuvo cuando consiguió tener la aceptación del reino, al menos de la mayor parte. Quería decirle cuánto la había extrañado, y quería saber qué le había ocurrido con Globgor para intentar ayudarla, aunque ya hubiese pasado poco más de un mes de aquello. Sin embargo, creía que no era el momento, pues se le notaba cansada a la mujer, además de hambrienta. Y juraría que esta no había tomado una ducha en días. O quizás, semanas.
Ella, al fijarse en como Marco la miraba, se giró hacia él.
— ¿Ocurre algo? —preguntó con su típica expresión inocente.
— Ah, no. Solo pensaba que quizás querrías tomar un baño —ofreció con la mano.
La oferta flotó en el aire un momento y Marco se percató de que a lo mejor aquello había sonado grosero.
— Quiero decir, porque llevas tiempo en el bosque, y seguro que allí no has podido asearte como es debido —volvió a pensarse lo que dijo—. No quiero decir que no hayas cuidado tu higiene, es solo que pienso que no lo has podido hacer como querías. Tú pelo no se ve igual —otra vez—. Digo —apoyó un brazo sobre la mesa para aparentar tranquilidad—, tu pelo se ve distinto. Me gusta.
— Oh, ¿esto? —se palpó los mechones salvajes y desbarajustados que tenía—. Cortesía del agua del pantano. Viene de maravilla para el cutis. Además, ayuda a disimular las arrugas.
— ¿Qué arrugas?
Eclipsa sonrió y chasqueó los dedos, apuntando a Marco en gesto de complicidad. Eso provocó que el muchacho y ella se rieran a la vez, lo cual les recordó a ambos su tiempo juntos antes de ir al reino trol. Tiempos un poco más tranquilos que los actuales.
— Aceptaré ese baño, me vendrá bien quitarme la mugre de encima —dijo, mirando uno de sus brazos, en los cuales tenía un poco de barro seco y restos serrín—. Por cierto, ¿qué tal va el asunto de la cosa negra?
— Sí, eso. Es una historia un poco larga. Te la puedo contar después de que tomes el baño.
— A decir verdad, me gustaría irme a dormir después del baño, me siento algo cansada. ¿Puedo pedirte que me dejes dormir aquí? Me es suficiente con estar bajo un techo.
— Podemos dejarte una cama en el cuarto de invitados —señaló hacia las escaleras que llevaban a las habitaciones de arriba—. No nos molesta.
— ¿En serio? Gracias.
— Ya hablaremos de la cosa negra mañana.
— Bueno, parece un tema importante. Si quieres, podemos hablar de ello mientras me baño —propuso con total calma.
Aquellas palabras provocaron que el tipo se quedase con la mente en blanco por unos instantes, sin saber cómo reaccionar ante lo que le acababan de decir. Intentó quitarse la imagen que se le formaba en la cabeza y asegurarse de que había entendido bien.
— Lo siento. ¿Qué fue lo que dijiste?
— Que podemos hablar mientras me baño. Tan solo pon algún tipo de cortina entre ambos y entonces podremos hablar de ello.
— Ah, claro. Me parece una buena idea —dijo, sintiéndose aliviado por la aclaración, pero a la vez un poco desilusionado por dentro—. Le diré a uno de los trols que prepare la bañera.
— Gracias.
El humano se fue a buscar a alguien que pudiese traer la bañera de madera, que más bien era algo similar a un fuentón grande.
Mientras tanto, Eclipsa terminó de comer y luego se llevó la mano al pecho.
— Creo que he hecho una proposición demasiado atrevida —dijo para sí, sintiendo algo de calor en las mejillas.
Momentos después, Marco y Eclipsa se hallaban en la misma habitación. Una pantalla compuesta por palos de madera y telas de cuero separaba al varón y la mujer. Salvando la privacidad de ella, y ocultando su desnudez de los ojos del humano.
Eclipsa metió un pie en la bañera y se dejó llevar por la agradable sensación del agua tibia. Soltó un suspiro de gusto y se puso cómoda. Resultaba agradable volver a bañarse en agua limpia.
— Marco, ¿estás ahí? —preguntó al no escuchar al tipo.
— Sí, estoy aquí —respondió todo lo sereno que pudo.
No dejó que el nerviosismo de tener desvestida a la mujer de sus ojos a tan solo unos metros lo gobernase. Pero no podía sentirse igual de tranquilo que hablando con ella con normalidad.
Intentó mantenerse resuelto mientras permanecía sentado en su taburete.
— Marco, háblame de la cosa negra. ¿Qué sabes de ella? —preguntó, apoyando los brazos en el borde del fuentón de madera, mirando hacia la pantalla, como si estuviese mirando a Marco al otro lado.
Al mencionar aquella sustancia, Marco se relajó, apoyó los talones en el taburete y recargó los codos sobre las rodillas.
— En sí, poca cosa. He estado todo este tiempo buscando la forma de eliminarla, pero nada surte efecto.
Eclipsa pasó sus ojos por la madera del suelo, pensativa.
— ¿Qué métodos utilizaste?
— Es una lista larga.
— Me tomo el baño con calma. Tan solo espero no dormirme.
— De acuerdo, has algún sonido de confirmación cada tanto para saber que sigues ahí.
— Me parece bien.
El tipo explicó todos los experimentos que pudo realizar con la cosa negra, y como fue descartándolos, uno a uno. Hasta que llegó a un punto muerto.
— Las pruebas que pude realizar son limitadas. Aún no he probado si la sustancia puede ser corroída por el ácido. No sé si es capaz de mantenerse intacta al calor extremo, o a la congelación. Para probar eso tendría que viajar a la tierra —recordó que aún conservaba las tijeras dimensionales en su cuarto, y el riesgo que conllevaba usarlas—. Pero es muy peligroso ir allí. Y aunque fuera, sería muy complicado conseguir lo necesario para a realizar esa clase de experimentos. Los recursos en este lugar me limitan, pero es lo único con lo que puedo trabajar —se puso derecho y miró a la pantalla de cuero—. ¿Crees que haya algún método que haya pasado por alto?
Tras haber escuchado todos los métodos que había utilizado el muchacho, Eclipsa se percató de que este solo había tomado elementos físicos que tuviera a su alcance.
Metió la cabeza en el agua para despejarse un poco y luego se llevó el pelo hacia atrás. Por unos segundos el sonido de las gotas cayendo en la bañera fue lo único que se escuchó en la habitación.
— No lo sé. Pero tal vez la cuestión está en el enfoque que le estás dando al asunto.
Marco enarcó una ceja.
— ¿A qué te refieres?
— Me refiero a que aún no sabemos la fuente, o el origen de esa cosa.
— Pero volvemos a lo mismo, con los recursos que tengo a mi disposición no puedo saber más de lo que ya te he contado.
— Tal vez, pero yo tengo un recurso que tú no tienes —dijo alzando un dedo a pesar de saber que el tipo no la vería.
— ¿Cuál?
— Conocimiento de magia —sonrió, apoyando la cabeza sobre sus brazos en el borde de la bañera.
— Entonces, ¿sugieres que esa cosa es producto de la magia?
— Correcto. Si los medios convencionales no han funcionado, entonces puede que los mágicos sí lo hagan. Pero para poder saber con exactitud qué debo hacer, es preciso que sepa cómo se ha generado eso.
— Tal vez Forkest sepa algo. No le he preguntado acerca de ello, así que no perdemos nada por hacerlo.
Mientras escuchaba al tipo, Eclipsa se secaba con la toalla que tenía cerca.
— ¿Quién es Forkest?
— El trol que me hace de consejero. Fue él quien me dijo de vencer al azotarriscos para ganarme la aceptación del resto de trols. Si él no sabe algo, seguro que puede decirnos de alguien que sí lo sepa.
— Me parece bien. Tan solo te pediré que me dejes algún momento del día para buscar un sitio donde quedarme.
— No hace falta —respondió en tono despreocupado—, te puedes quedar aquí. Hay espacio de sobra.
— ¿Lo dices en serio?
— Claro. No te negaré un sitio donde quedarte. Después de todo eres importante para mí. Y soy el rey, puedo hacer lo que quiera. O al menos eso creo.
Eclipsa salió de detrás de la pantalla vestida con unos pantalones sencillos y una blusa de cuero color purpura, lo cual recordaba al color de su antigua vestimenta. Estaba descalza y llevaba las manos expuestas, cosa peculiar en ella. Y su pelo aún seguía húmedo, por lo que le colgaba de la cabeza, pero no se le veía mal.
— Gracias —respondió por la oferta de antes.
— No hay por qué darlas. Tú también me acogiste a mí cuando lo necesité. Y ahora es mi turno de hacer lo mismo por ti.
— En verdad que eres amable, Marco. Yo —bajó un momento la mirada, pues se sentía algo avergonzada y culpable por haberse ido sin pensar en él. Y que este se comportase de forma tan gentil no hacía más que agravar su culpabilidad. Volvió a alzar la mirada— siento haberme ido de un momento a otro.
— No te preocupes —aseguró este, restándole importancia al asunto con un gesto de la mano.
— No, Marco, pasaste por muchas cosas para encajar en un sitio que ni siquiera conoces, y lo hiciste solo. Podría haber estado ahí para apoyarte, pero elegí ser egoísta y dejarte de lado para irme al bosque. Lo siento.
El tipo miró a la mujer con tristeza, y luego palpó su brazo para llamarle la atención.
— Eclipsa, no tienes nada por lo que disculparte. Pasaste por una situación difícil y necesitabas despejarte un poco. No me importa que te hayas ido. Yo estoy bien. Lo único que me importa es que tú también lo estés.
Al oír sus palabras, esta dibujó una sonrisa tímida y cálida en su rostro.
— Yo también estoy bien —dijo esta con voz suave—. Hay varias cosas de las que quiero hablarte. Cosas que me gustaría contarte. Pero preferiría hacerlo en otro momento.
— Ya me las contarás cuando te sientas lista. Por ahora, déjame acompañarte hasta tu habitación.
Ella asintió y ambos caminaron por el pasillo hasta llegar a una habitación con puerta de madera hecha con palos.
— Puedes quedarte aquí cuanto quieras —señaló dentro con la mano.
Esta pasó al interior y se fijó en la cama de pieles que tenía allí. Sin pensárselo dos veces se echó encima. La sintió suave.
— Es muy agradable —se sentó al borde y miró a Marco—. En verdad, gracias.
— No te preocupes. Tan solo descansa. Mañana tendremos un día largo.
— Lo sé. Tú también descansa.
Marco sonrió y asintió.
— Buenas noches —dijo antes de salir y arrimar la puerta.
El tipo estuvo a punto de irse a su habitación, cuando algo en su interior le obligó a darse la vuelta un momento.
— Eclipsa —abrió la puerta, y la mujer, quien se estaba preparando para acostarse, se giró hacia él. Este se la quedó mirando, pensando en lo mucho que la había extrañado, en lo mucho que la había echado de menos. Volver a verla lo reconfortaba, y le aportaba una sensación cálida en el pecho—. Me alegro de que hayas vuelto.
Ella respondió con una sonrisa tierna.
— Yo también me alegro.
Después de eso, el humano fue a su habitación, aún con aquella sensación de calidez en el pecho. Estaba feliz de saber que Eclipsa y él volverían a hacer cosas juntos, y en cierta forma, ya quería que fuese mañana.
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Bueno, después de varias semanas el duo dinámico vuelve a estar junto otra vez. ¿Qué será esa cosa negra? ¿Y quién la habrá provocado? Todo esto y más en los próximos episodios.
Sí te gustó el capítulo escríbeme un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores.
Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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