Capítulo 28: Globgor
No todo es igual a como lo recordábamos.
— Anónimo
Frente a ellos se alzaba la figura de Globgor, grande e imponente, aprisionada tras un montón de cristal mágico. La imagen casi le hizo recordar a Marco a la película "King Kong". Comprendió cómo debió sentirse la gente al ver una criatura de tales proporciones aprisionada. Es fascinante, a la vez que triste.
Bajó un momento la mirada, y clavó los ojos en Eclipsa. Ella seguía parada frente a su marido con las manos entrelazadas, muy cerca de su pecho. Tenía que alzar la mirada para ver el rostro del monstruo, pues la mujer se había acercado demasiado a él.
No hacía falta preguntárselo para saber que lo extrañaba. Hasta un tuerto se daría cuenta de alto tan obvio. Y, sin embargo, Marco se sintió impulsado a preguntar algo que, a su pesar, sabía que bajaría a Eclipsa de las nubes.
— ¿Cómo piensas liberarlo?
Eclipsa bajó la mirada un momento, luego se giró hacia Marco y le sonrió de forma concisa.
— Con esto —dijo, depositando la cabeza de Rhombulus envuelta en su propia capa, la cual Eclipsa había utilizado como mochila improvisada.
Al deshacer el simple enroscado de tela que había hecho, reveló la cabeza del tipo de cristal. En esta ya no se veía ojo alguno, solo un cristal aparentemente normal. Marco no podía evitar sentir desagrado al ver de nuevo la evidencia de sus actos.
— Creo que, de alguna forma, puedo utilizar la cabeza de Rhombulus para deshacer la cristalización —dijo ella, mostrándose un tanto reservada.
— ¿Y crees que funcionará?
— La verdad es que no lo sé, pero debo intentarlo al menos —agachó la cabeza—, es todo cuanto tengo en mi mano para intentar liberarlo.
Marco no sabía si las palabras de Eclipsa nacían de la lógica y el pensamiento racional, o solo se trataba de un desvarío provocado por el deseo de liberar a su marido. La miró a los ojos y vio en ellos una profunda esperanza. Quizá cierta, quizá suscitada por un autoengaño. Fuese cual fuese el motivo, Marco no se sentía capaz de negarle la oportunidad de intentar aquello que tenía en mente.
— Inténtalo —le dijo a ella, marcando una sonrisa en su rostro.
Esta le devolvió el gesto, tomó el cristal de entre la tela y se lo llevó consigo hacia Globgor.
— Si necesitas ayuda avísame —espetó el humano.
— Sí. Por el momento mantente alejado. No sé qué saldrá de esto.
No dijo nada, solo asintió, pese a que ella estaba de espaldas a él, y se mantuvo alejado.
Eclipsa tomó el cristal con decisión y luego pareció concentrarse. Un brillo endeble y púrpura se hizo presente dentro del cristal. Poco a poco iba cobrando mayor intensidad, hasta iluminar toda la cueva con ese tono. Luego, de donde antes estaba el ojo de Rhombulus salió disparado un rayo purpura, el cual golpeó la prisión de Globgor. No produjo un efecto inmediato, así que Eclipsa permaneció canalizando ese rayo.
El cristal que estaba encerrando a Globgor se iba tiñendo del mismo color que el rayo que lanzaba Eclipsa y este parecía resquebrajarse.
Marco esbozó una sonrisa, mirando con asombro lo que Eclipsa estaba consiguiendo.
— Casi lo tienes, Eclipsa. Vas a liberarlo —le decía para darle ánimos, pero reparó en que esta había hincado una rodilla debido al esfuerzo. Al parecer, eso estaba consumiendo bastante magia, y agotaba su concentración de forma rápida.
Apresurado, corrió hacia ella y colocó sus manos en los hombros para ayudarle.
— Marco, ¿qué haces? —preguntó ella, con un ojo cerrado por el esfuerzo.
— Te dije que si necesitabas ayuda me lo dijeras —pronunció con cierto aire de enfado por la osadía de Eclipsa al intentar hacerlo sola. Mientras la sostenía de los hombros le transmitía magia por su parte, así Eclipsa no tendría que exigirse demasiado a sí misma y a su capacidad de Orden.
Ella le dedicó una sonrisa en agradecimiento y luego volvió su atención hacia la tarea que los había llevado a ambos allí. El rayo tomó mayor consistencia y su luz envolvió toda la figura del trol. Las grietas en el cristal se hicieron evidentes, y comenzaron a crecer. Sin embargo, ambos se mostraban cansados por el esfuerzo. A Marco aquello le parecía insólito. Había luchado usando magia oscura todo el tiempo, pero un hechizo del calibre que estaba usando Eclipsa era capaz de agotar a alguien en menos de un minuto.
— Un último esfuerzo —dijo Eclipsa, apretando los dientes.
Los dos dieron todo cuanto tenían. Por un momento, las mejillas de ambos se iluminaron, y el rayo dio un último golpe de energía creciente que hizo estallar el cristal. La explosión mandó a volar al varón y la mujer. Luego, todo se sumió en la oscuridad y el polvo.
Poco a poco la sala se fue difuminando, pero no del todo. Marco yacía en el suelo sujetando a Eclipsa por los hombros para amortiguar el golpe. Ella abrió los ojos y apoyó las manos en el suelo para ayudarse a ponerse en pie.
Un fuerte rugido provino de donde Globgor estaba encarcelado, e hizo temblar la cueva como si fuese una cesta de mimbre en vez de un montón de roca.
Eclipsa se llevó la mano al pecho y sonrió. En sus ojos se pudo apreciar alguna lágrima amenazando con caer, y caminó hacia adelante, despreocupada.
— Cariño —pronunció ella con un notable matiz de esperanza en su voz.
Marco tosió un poco debido al polvo y vio a la mujer alejarse hasta perderse entre la bruma. Se apoyó sobre sus manos y se quedó allí, expectante. Por unos momentos dejó de oír nada, y se preocupó un poco. Observó cómo el polvo acababa de disiparse y mostraba la imagen de Eclipsa y Globgor fundidos en un abrazo. El trol de cuatro ojos mostraba dos hilillos de lágrimas corriéndole por el rostro, y su tamaño era muy diferente al que mostraba cuando Eclipsa y él lo encontraron, pues ahora era del tamaño de la mujer, solo que le sacaba una cabeza de altura. Por otro lado, no sabía si Eclipsa también estaba llorando, pues estaba de espaldas a él, pero intuía que así lo sería.
Por un momento Marco se preguntó si hacía bien estando allí, si acaso no sobraba. Creyó que sería conveniente dejarles un poco de privacidad a ambos, así que se puso de pie y se dispuso a salir de allí y esperar en la entrada.
Estaba feliz, tanto que no podía llegar a creer que, después de tanto tiempo, pudiese darse la oportunidad de abrazar con tanta fuerza a su marido.
— Te extrañé —dijo entre lágrimas—. No sabes cuánto.
Globgor no respondió al instante, sino que apretó con mayor fuerza a la mujer. Por un momento Eclipsa pensó que estaba en un sueño y, entre lágrimas, abrió un poco los ojos, solo para ver la piel granate del monstruo. Casi sin darse cuenta, recordó de golpe que había dejado a Marco para ir a reencontrarse con su marido. Se separó de Globgor por un momento, antes de lo que le hubiera gustado, y se giró para ver a Marco. Este se estaba yendo, quizá por incomodidad, o quizá para darle a ella y al monstruo un poco de espacio.
Pensó que tal vez debería dejarlo estar, y reencontrarse luego, así ella tendría un poco de privacidad. Sin embargo, después de haberla ayudado así, sintió que la duda la embargaba. Marco ya había girado en un tramo para desaparecer entre las rocas, cuando...
— Marco, espera —gritó la mujer, estirando una mano para impedir que se fuera. Se dio cuenta de que había dramatizado ese gesto más de lo que habría esperado.
El hombre se detuvo y asomó la cabeza. Eclipsa se percató de que había creado una pequeña escena, así que intentó recomponerse lo antes posible. Se colocó de forma debida, abandonando aquel gesto de película de drama y suspense, y carraspeó la voz.
— Marco, ven, quiero presentarte a alguien —pronunció, señalando a Globgor con una mano.
El humano se quedó expectante por un segundo, pero luego aceptó acercarse a ellos. Eclipsa lo acompañó y llevó hasta su marido.
— Marco, él es Globgor —dijo con una sonrisa pura y sincera de la suyas—. Cariño —dijo mirando a Globgor—, este es Marco, un hombre de corazón puro y bondadoso. Me ayudó a ser libre, y luego a liberarte a ti.
Marco se mostró apenado por un segundo, pero luego se animó a acercarse un poco y extender la mano.
— Mucho gusto —pronunció el muchacho con cierta seguridad.
El monstruo se quedó mirándolo durante unos instantes con rostro escéptico. Como si dudase en darle la mano o no. Ya se había limpiado las lágrimas de los ojos, así que su porte ahora era un tanto más intimidante. Dirigió la mirada hacia la mujer.
— ¿Es un mewmano? —preguntó con cierto deje de acides al pronunciar la última palabra.
— No, para nada, soy un humano, vengo de la tierra.
Globgor volvió la mirada hacia el tipo de piel pálida y falta de vida, y se mostró un tanto sorprendido.
— ¿Un humano? ¿Aún quedan de esos?
— Muchos —respondió Eclipsa, abriendo los brazos tanto como podía para demostrar la cantidad—. Viene de otra dimensión, de la Tierra para ser más precisos.
— Oh —respondió el troll, y de golpe su expresión cambió, mostrándose más amigable—. Entonces mucho gusto —dijo, estrechando la mano del varón.
Para los ojos de la mujer, aquel apretón fue una especie de reconciliación de su sentimientos internos y contradictorios entre dejar a Marco de lado o hacerlo sentirse mal al verla junto a su marido. Aquel gesto le daba un aire de esperanza en pos de llevarse bien los tres. No tenía nada que le pudiese asegurar eso, pero no podía negar el sentimiento que le generaba.
El conmovedor momento se rompió cuando un sonido parecido a un rugido voraz alertó al humano, quien rápidamente se giró, desenvainando su espada, imbuyéndola en magia oscura y preparándose para enfrentarse a fuera lo que fuera que estuviese por atacarlos.
— Tranquilos, yo me encargo —dijo mientras sus ojos sorteaban todo el lugar en busca de la criatura que había provocado semejante ruido.
De nuevo volvió a producir el mismo sonido, pero Marco lo escuchó desde atrás, donde estaban Globgor y Eclipsa, se giró otra vez, preparado para lanzar un tajo cortante de ser necesario, pero al hacerlo, solo vio al trol y a la mujer parados, mirándolo.
— No te preocupes —dijo Globgor con una mueca de gracia. Se llevó una mano al vientre y otra a la nuca—, es mi estómago.
Con una cara de extrañeza el humano bajó despacio la espada, y junto con ella el brillo púrpura de esta se fue apagando hasta desaparecer.
— Oh, ya veo —dijo Marco, apenado por su pronta e innecesaria reacción. Rio un tanto incómodo por lo que hizo y guardo la espada con cierto disimulo.
Eclipsa se acercó a Globgor y le colocó una mano en la muñeca.
— Entiendo cómo te sientes, a mí me pasó lo mismo después de ser descristalizada. El hambre se acumula —aseguró ella con su tierna sonrisa y un encogimiento de hombros.
Por unos momentos su mirada se quedó pegada a la de su marido. Este le devolvió el gesto, y ella sintió que podría perderse en ellos. De nuevo, volvió a darse cuenta de que podría estar haciendo una escena un poco incómoda por el humano, y rompió el contacto con más brusquedad de la que habría deseado.
— Bueno, tal vez deberíamos salir de aquí cuanto antes y buscar comida —se apresuró a decir para quitarle importancia a su repentino gesto.
— Sí, nos vendrá bien a todos, sobre todo después utilizar tanto el orden para poder deshacer el cristal —comentó Marco.
— Es verdad, ¿eso que utilizaste antes era magia oscura? —quiso saber el troll.
— Ah, sí, en efecto lo era.
— Pensaba que los humanos no sabían magia. Ni que fueran tan pálidos. Ahora que me fijo, ¿estás bien?
Marco se mostró un poco consternado, y Eclipsa lo notó en tan solo un instante, así que decidió acudir a su ayuda.
— Sí, sí, él está bien, es una larga historia —intervino Eclipsa—, ya te lo contaremos. De momento, creo que nos iría bien salir de aquí.
— Como tú digas, cariño —sonrió Globgor.
Después de recorrer un camino considerable hasta la salida, Globgor cambió su tamaño, cosa que sorprendió a Marco, y llevó al hombre y a la mujer en sus hombros, uno de cada lado. Estos se sujetaron de la nuca del trol, y luego bajó por la montaña deslizándose sobre sus propios pies.
— Oye, ¿no te duele estar pisando tantas rocas? —le preguntó el humano.
Aquella extraña preocupación le causó gracia al trol.
— No, los trols tenemos la piel dura y resistente, unas cuantas rocas no son nada —aseguró sin darle mayor importancia, cuando sintió que algo se le metió en el ojo—. Ay, un insecto —se quejó llevándose una mano a uno de sus cuatro ojos.
Pudo oír como sus pasajeros se rieron a la vez debido a aquel gesto. Eso llegó a contagiársele, pero el dolor en el ojo seguía molestándole.
— Oye, Marco, ¿cómo se conocieron tú y Eclipsa? —preguntó mientras intentaba quitarse el insecto del ojo.
El humano miró al cielo y pareció buscar el momento en su memoria.
— Estaba caminando por el jardín del castillo y la encontré comiendo snookers.
Escuchar eso le causó gracia.
— Sí, eso es típico de ella. Pero, ¿a qué castillo te refieres?
— Al castillo de Mewni.
— ¿Mewni? ¿Qué hacía un humano en ese lugar?
— Bueno, estaba ahí porque Star Butterfly, la princesa, es amiga mía.
— Oh, entiendo. Aunque eso me hace preguntarme cómo llegaste a conocer a la princesa.
El humano pareció mirar al cielo y recordar viejos tiempos. Solo que Globgor no sabía si eran buenos o malos, porque, si bien el tipo sonreía a veces, otras arrugaba la cara en una especie de gesto de horror puro. Hasta que pareció llegar a una conclusión.
— Supongo que es una larga historia. Si no te importa, ya te la contaré una vez que estemos abajo.
— Claro, no hay problema —respondió, pero aún permanecía pensativo—. Ya que has mencionado a los Buttefly y a la nueva princesa. Cariño —giró sus ojos hacia Eclipsa—, cuanto tiempo ha pasado desde que hemos sido cristalizados.
Eclipsa se llevó un dedo al labio inferior y miró al cielo. El trol se fijó en que esta no llevaba puesto sus guantes habituales.
— Más de trescientos años —dijo como si nada, señalando con su dedo índice.
— Trescientos... —la sorpresa casi le hiso tropezar. Sintió como las manos de sus acompañantes se aferraron de golpe a su cuero cabelludo antes de recomponerse.
Todos se quedaron callados durante un instante.
— Tal vez debamos platicar una vez que bajemos —sugirió la mujer, un poco despeinada y con los ojos bien abiertos.
— Claro —dijo el trol.
— Estoy de acuerdo —añadió Marco en una expresión similar a la de Eclipsa.
Llegaron hasta la base de la montaña y, una vez allí, comenzaron a buscar un lugar en dónde asentarse para comenzar a buscar comida. Marco los llevó hasta un arroyo cercano, sugirió hacer una fogata allí para cocinar algo.
— He pasado muchos años sobreviviendo en bosques y lugares hostiles, no tengo problema en encender una fogata, recolectar fruta o cazar animales. Así que no tengo problema en hacer cualquiera de las tareas mencionadas.
— Déjame lo de la caza a mí —aseguró el trol—. Puedo encontrar algo jugoso si tú no tienes problema en cocinarlo.
— Sin problemas —dijo Marco golpeando la palma de su mano con un puño.
— Yo me encargaré de recolectar algo de fruta —dijo Eclipsa.
— ¿Aún tienes el cuchillo que te di? —por respuesta, la mujer metió una mano dentro de la capa que la cubría y sacó una daga—. Perfecto, si te ves en peligro, no dudes en usarlo.
— Marco —dijo esta en tono de reproche—, ¿quién crees que te enseñó magia oscura?
El tipo se quedó callado un momento y luego se llevó una mano a la nuca.
— Tienes razón, lo siento. En cualquier caso —dijo, reponiéndose—, pongámonos manos a la obra.
El humano se quitó la capa entera, mostrando su cabello, piel y ojos. Todos ellos carecían del brillo característico de las criaturas vivas, era como si la sangre en su cuerpo hubiese dejado de correr, como si él estuviese... apagado.
Un nuevo rugido de estómago le recordó al trol que si quería quitarse esa molestia tenía que encontrar algo para comer. "Ya les preguntaré después lo que ocurrió" se dijo mentalmente.
Aumentó un poco más su tamaño, sin llegar a superar los cinco metros de altura, y miró mejor donde podría hallar algún animal. Entornó un poco la mirada y creyó ver algo que le llamó la atención... una familia de jabalíes. Redujo su tamaño hasta tener tres metros de altura y se puso a cuatro patas antes de comenzar a correr hacia la dirección en la que había visto a los animales. Al tener los brazos más largos que las piernas iba más rápido moviéndose de esa forma.
Cuando estuvo a punto de llegar, redujo su tamaño hasta el punto de que ahora podría ser él quien viajase en el hombro de Marco, o de su mujer. Se escondió dentro de un arbusto y observó a los dos jabalíes. Para ser más precisos, jabalíes pardos. Cómo era de costumbre, estos eran tan grandes como un caballo, motivo por el cual muchas criaturas solían buscarlos para cazarlos, a la vez que los temían. No eran criaturas agresivas si uno no les molestaba.
— Con uno de estos tendremos carne para varios días.
Se acercó hasta ellos intentando no llamar la atención, esquivando las ramas y las hojas que veía en el suelo, hasta situarse muy cerca del cuello del que estaba comiendo césped. Solo entonces retrocedió un poco hasta situarse a menos de dos metros, y corrió hacia él dando un salto. En medio del salto creció hasta tener unos tres metros de altura y enterrarle los dientes en el cuello al animal.
El jabalí, al sentir la repentina intromisión de su dentadura, intento moverse de un lado a otro para escaparse de su agarre. El otro, que no estaba dispuesto a dejar morir a su compañero, intentó cargar contra Globgor. Este movió al jabalí que estaba sosteniendo, haciendo gala de una gran fuerza, y lo utilizó de escudo. El otro no tuvo tiempo a detenerse, y le clavó un poco de los colmillos, lo cual, solo aceleró el proceso de muerte de la criatura.
Al notar que su presa dejaba de oponer resistencia, Globgor soltó el ya cadáver del animal. Con sangre corriéndole por la boca y una mirada asesina, se puso a cuatro patas y miró al otro animal enseñando los dientes y crispando su cola. Tal y como se lo esperaba, el jabalí se fue corriendo. Globgor se limpió un poco la sangre de la boca y sonrió para sí.
Cargó con el jabalí en su lomo y comenzó a caminar como cualquier otro humanoide corriente. Volvió a sentir otra molestia en el estómago, y no pudo evitar llevarse una mano al mismo.
— Tranquilo, chico, pronto comeremos algo de carne.
El sonido de voces mewmanas lo hizo detener su andar. Dejó el cuerpo del animal, a un lado y se empequeñeció para acercarse a ellos y espiar. Vio a lo que parecía ser un cazador y su hijo caminando juntos mientras platicaban. Al parecer, estos se habían detenido un momento para orinar en los arbustos.
— Escuché el ruido de un animal, y entonces supe que no eran ellos —dijo el padre.
— ¿Qué hubieras hecho si te los hubieras encontrado aquí en el bosque, papá?
— Pues alejarme e informar a los guardias.
— Eso no es muy valiente por tu parte.
— La valentía es cosa de héroes y guerreros, yo soy un humilde cazador que intenta hacerse su vida mediante su oficio. Además, aunque fuera un guerrero o un héroe me lo pensaría dos veces antes de enfrentarme a Eclipsa y su acompañante.
Aquella revelación sorprendió un poco al trol, quién hasta ahora no se había preguntado cómo habían conseguido liberarlo. Había tantas cosas que tenía en la cabeza que eso no se le había pasado. Y ahora, por lo poco que sabía, parecía que su mujer era una prófuga del reino. Pero, entonces ¿por qué había sido descristalizada si no era para dejarla libre? Y no solo eso, ¿qué tenía que ver Marco en todo eso?
Sacudió la cabeza y se retiró de aquel sitio. Buscó al jabalí y se lo volvió a echar en la espalda. Apresuró el paso tanto como pudo, pues quería llegar para obtener respuestas cuanto antes.
Llegó rápido hasta el pequeño campamento que Marco había montado. Junto a él estaba Eclipsa, quien, al parecer, había conseguido algunas bayas y hasta unos pocos plátanos. El humano tampoco se había quedado sin hacer nada. Había tres pescados asándose a la llama del fuego, y ambos parecían estar entonando una balada que a él poco le sonaba, tanto la letra como el ritmo. Pues nunca había escuchado nada similar a "welcome to the jungle". Era curioso, pero eso no le llamaba tanto la atención como el hecho de que ambos parecían estar disfrutando de verdad compartiendo ese momento. Por un segundo, Globgor sintió un poco de envidia, pero se la quitó de encima con una pequeña sacudida de cabeza.
— Ya he vuelto —anunció trayendo consigo el enorme animal.
Marco y Eclipsa se giraron a la vez y ambos se mostraron sorprendidos al ver a la impresionante criatura que el trol traía consigo.
— Con uno de esos tendremos carne para varios días —apuntó el hombre, sin borrar la expresión de asombro de su rostro.
Aquello animó un poco al trol, quien se rio al ver que el comentario del tipo era el mismo que él se había dicho. Pero en seguida se puso serio, pues quería hallar respuestas.
— Mientras venía hacia aquí vi a un cazador con su hijo, me escondí para que no me vieran y no provocar un escándalo, y lo escuché hablar de algo —dijo, dejando un leve periodo de silencio—. Cariño, Marco, ¿ustedes son prófugos?
El humano y la mewmana cruzaron miradas de preocupación. La de Eclipsa mostró una preocupación más profunda, que pareció mirar más allá de los ojos de Marco. Este solo asintió una vez, y luego se giraron hacia el trol.
— Sí, somos prófugos —admitió la mujer.
Globgor miró a ambos con un rostro lleno de dudas. Dejó caer el jabalí al suelo y luego se sentó junto a él.
— Miren, no es algo que me moleste, ya que el reino de Mewni me tiene sin cuidado, y más después de lo que nos hicieron, pero me gustaría saber qué es lo que ocurrió.
— Claro, pero llevará tiempo.
— He estado cristalizado por más de trescientos años, ya es hora de que me ponga al día.
— Me parece bien —comentó Marco—, pero creo que sería conveniente que vayamos cocinando a este rebelde mientras tanto. Eso claro, si queremos comer antes de que anochezca.
Como si se hubiese planeado, en ese momento el estómago de los tres dio un sonoro rugido.
— De acuerdo —dijeron el monstruo y la mewmana.
Marco abrió al jabalí cortándolo desde el cuello hasta llegar al vientre. A partir de ahí, Globgor despellejó a al animal con gran pericia. Despejaba la piel del musculo sin muchos problemas y en tan solo un momento tenía lista la carne para comenzar a cocinar. Marco dejó bien abierto el cuerpo de la criatura y lo ató a unos cuantos palos antes de ponerlo a girar sobre el fuego. Mientras tanto irían comiendo los pescados y la fruta que Eclipsa había traído.
Entre mordisco y mordisco, la mujer comenzó a hablar.
— Supongo que lo primero que quieres saber es cómo me liberé de la cristalización —Globgor asintió mientras masticaba con ímpetu un trozo de pescado entre sus dientes—. Bueno, pues, tiempo atrás una princesa llamada Moon me liberó para pedirme ayuda para derrotar a un enemigo que era inmortal. Le prometí ayudarla a cambio de mi libertad. Pensé que tal vez no aceptaría, pero no tenía nada que perder por intentarlo —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero, para mi suerte, aceptó —aquello fue el comienzo de una larga historia que pasó por su nueva cristalización y liberación. Su encuentro con Marco después de que la Alta comisión hubiese decretado llevarla a juicio. Alguna de las aventuras que ambos vivieron. El inicio de Marco en la magia oscura. La nueva adolescencia de Eclipsa, cosa que hizo pensar a Globgor que ambos se llevaban en verdad bien, casi hasta el punto de sentirse celoso, pero Eclipsa continuó contando. Llegó a su juicio y posterior sentencia. El escape de los calabozos. La batalla contra Rhombulus y, por último, la liberación del trol.
Tras acabar, Globgor se quedó pensativo durante un rato considerable, pues lo que le acababan de contar no solo era demasiada información, sino que era muy importante. Tan concentrado estaba que casi no le prestó atención al trozo de carne que tenía entre sus manos, pues el jabalí se cocinó antes de lo esperado, o tal vez el no había contado con el pasar del tiempo.
— Entonces, ¿mataste a Rhombulus? —preguntó, aun sin poder creérselo, dirigiéndose a Marco.
El humano solo asintió, pero luego agachó la cabeza un poco, con gesto culpable. Eclipsa se acercó un poco a él y le colocó una mano en el hombro. Aquel gesto hizo que Globgor se compadeciera un poco por lo que el tipo estuviera pasando en esos momentos.
— Sí me lo preguntas, yo creo que hiciste bien —dijo para restarle importancia, antes de darle un buen mordisco a la pierna que tenía entre sus manos.
— No era necesario matarlo, o al menos no tenía que haberlo sido.
— Pero lo fue. Cediste tu adolescencia, a tus amigos y te mostraste dispuesto a acabar con la vida de un miembro de la Alta Comisión para salvar a mi mujer. —Sus palabras no parecieron animar al humano—. Oye —dijo, acercándose a él hasta colocarle una mano en el hombro—, no te sientas mal por ese tipo. Cristalizó a cientos sin dudarlo, y probablemente muchos tuvieran una situación similar a la mía y la de Eclipsa. Una situación injusta. Hiciste bien demostrando tu preocupación y tu lealtad a la que alguna vez fue reina de Mewni. No me extraña que te haya nombrado su caballero en una ceremonia informal —dijo, sorprendiendo al muchacho.
— Sí, supongo que sí, podría decirse que soy su caballero. Aunque la ceremonia en verdad fue informal.
En todo momento Globgor supo que aquello no había sido más que un juego para subirle los ánimos al chico, pero quería darle peso la palabra caballero. Quizá para pensar él mismo en Marco como alguien de quien no dudar después de todo lo que había hecho, ya que no podía evitar sentir desconfianza al verlo tan afín con su mujer. Y quizá quisiera intentar catalogarlo de caballero justamente para dejarle en claro qué era él para Eclipsa.
No podía decir que Marco fuese alguien malo, o alguien con la intención de hacerle daño, más no por ello abandonaría cualquier tipo de sospecha que tuviera sobre él.
— Bueno —comenzó Eclipsa—, como te dijimos, esa fue toda la historia hasta ahora.
— Sí, ahora me quedan claras muchas cosas, pero hay una duda que aún me carcome.
— ¿Qué cosa?
— ¿Qué piensan hacer después de haberme liberado?
Marco y Eclipsa cruzaron una mirada.
— Ser felices, disfrutar de la libertad, ir donde nos plazca —dijo Eclipsa, encogiéndose de hombros.
Globgor negó con la cabeza.
— Eso es algo muy ambiguo, lo cual me da a pensar que no tienen especialmente claro lo que harán de ahora en adelante.
— Bueno, la verdad es que no —comentó Marco—. Supongo que no esperábamos liberarte tan pronto.
— Es comprensible. Pero, ahora que consiguieron aquello que se propusieron, hace falta pensar en qué será de cada uno de ahora en adelante.
Tanto el humano como la mewmana se quedaron mirando al fuego, pensativos.
— La verdad es que no lo sé —admitió Marco.
— Yo tampoco —concordó Eclipsa—. ¿Alguna idea, cariño?
— Pues sí, a mí se me ocurrió algo —los dos se quedaron expectantes a escuchar su propuesta, y él alargó más el momento de suspense para disfrutar de la atención que estaba recibiendo—. Iremos al reino trol, donde volveré para convertirme de nuevo en rey.
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El trol ha sido liberado. ¿Qué les espera a nuestro nuevo grupo en el reino trol? Solo hay una forma de averiguarlo.
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Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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