Capítulo 25: Caos
Hay veces en la vida en las que perdemos el control de nuestras acciones y, aunque luego estemos arrepentidos, no hay nada que pueda borrar lo que ya se ha hecho.
— Anónimo
Allí estaba, parado frente a ellos, aquel tipo que parecía pertenecer a los de su raza, atado de brazos, desarmado, y, aun así, desprendía un aura desconocida por todos, la cual los hacía estremecer.
Atsnir no pudo evitar sentirse anonadado y algo intimidado ante aquello que tenía delante. Era extraño, irreal. No, nadie explotaba por que sí, y mucho menos salía ileso de un impacto como aquel. Tenía que tratarse de alguna clase de truco, lo mismo con los ojos púrpura. Los jazir utilizaban artimañas como esas. Tal vez Marco hubiese aprendido un par por parte de Meldion, y estuviese utilizándolas ahora para engañarlos.
— ¿Q-qué pasa, Marco? —preguntó, nervioso—. ¿Acaso buscas desafiarme? —dijo, dando un paso adelante.
El humano captó el movimiento del daskin, se impulsó hacia adelante al instante y le golpeó en el estómago con la rodilla. Atsnir no tuvo tiempo a reaccionar, mucho menos de sorprenderse. Se llevó ambas manos al estómago y cayó al suelo, en posición fetal, tosiendo en burdos intentos por respirar.
Los daskins detrás de Atsnir no daban crédito a lo que habían visto. Aquel tipo había llegado en menos de un segundo hasta su líder, y lo había derribado de un golpe. ¿Qué se suponía que tenían que hacer en una situación así?
— No se queden ahí —pronunció Atsnir con dificultad—. Está atado, no podrá defenderse de todos.
Los presentes tragaron saliva, pero luego se pusieron firmes. Atsnir tenía razón. Era bien sabido que aquel era un gran luchador, pues es lo que se contaba entre ellos cuando este se iba a las luchas entre daskins, pero nadie sería capaz de defenderse para siempre si todos atacaban a la vez, y menos con los brazos atados.
Corrieron hacia él, algunos listos para atacarlos con sus manos desnudas, otros con algún palo o alguna antorcha a mano, pero ninguno se quedó quieto ante la amenaza que representaba el humano.
Marco se echó hacia atrás para ganar terreno, luego observó a aquellos que se habían adelantado más que el resto, y los seleccionó como sus siguientes objetivos. Saltó directo hacia uno de ellos y le pisó el rostro con ambos pies, y lo usó de impulso para ir hacia el siguiente objetivo. A este le propinó una patada en la cabeza, la cual lo tumbó al instante, y el humano cayó de pie.
Detrás de Marco uno de los daskins lo atacó con un palo como si fuera un bate. Casi al instante, Marco se agachó y lo golpeó en los pies utilizando la parte trasera de la pierna izquierda. Al caer, Marco le propinó una patada en el estómago, la cual lo levantó un par de metros antes de caer.
Aquellos que vieron lo que acababa de pasar no podían creerse lo que habían visto. Marco se lanzó hacia ellos, y estos no tuvieron tiempo para quedarse allí parados. El primero al que se le acercó intentó darle un golpe bajo con el palo, previniendo que se agachase, así que, para evadirlo, Marco dio un salto, y en el aire aprovechó el peso de su cuerpo para dar un rápido giro y conectar una patada con el rostro del daskin, dejándolo inconsciente en el acto.
— Necesitamos ayuda —gritó uno de los que estaba allí—. Traigan armas, o sino no podremos derrotarlo.
El daskin se giró para comprobar el panorama, pero, al instante de hacerlo vio el empeine del pie de Marco a escasos centímetros de su rostro. No sintió el golpe, pues se desmayó en el acto.
Todos los daskins allí presentes habían caído inconscientes, a excepción de Atsnir, que seguía arrullado en el suelo, hecho un ovillo, y de Kork. El grandote se había plantado delante de Marco como si fuese un gran y robusto árbol que corta un sendero.
El humano alzó la mirada hasta situar sus ojos purpuras y brillantes en los dos agujeros de la bolsa que cubría el rostro de Kork, su expresión no menguó en lo más mínimo. Kork comenzó a andar hacia Marco a paso lento. Cerraba los puños y los dedos le crujían, como si hubiese pasado tiempo desde la última vez que hacía un gesto como aquel. Marco también avanzó con una calma casi inquietante.
Ninguno de los dos prestó atención a los inconscientes del suelo, ni a los gritos que inundaban el ambiente, ni el fuego que lo consumía todo y que hacía bailar las sombras de ambos guerreros al acercarse. Ya se hallaban a tan solo cinco pasos el uno del otro, y Kork no estuvo dispuesto a alargar la expectación del momento. Dio un paso largo, doblando las piernas, y lanzó su puño directo al rostro del humano.
Marco utilizó el impulso sombrío para moverse rápido hacia la izquierda y evadir el golpe. Luego, desde su posición, le propinó una patada en el estómago al mastodonte.
Kork soportó el impacto, se reincorporó, y luego intentó pisar a Marco. De nuevo, el hombre se valió de la magia para poner distancia entre ambos, haciendo que Kork fallara, luego se impulsó hacia adelante, sorprendiendo a su enemigo, y lanzó una patada potenciada con la magia de empuje. Pero el grueso brazo del daskin se interpuso y evitó que aquel golpe fuera fatal.
El daskin tomó al tipo de la pierna y lo lanzó tan fuerte como pudo contra la pared de la mansión. Marco se giró en mitad del aire y aterrizó con los pies, amortiguando el golpe, luego se impulsó hacia Kork y le lanzó una patada de talón. El tipo de la bolsa no tenía intención de moverse, en vez de eso recibió el ataque con un puñetazo.
El golpe le hizo temblar la pierna a Marco, quien cayó al suelo con la extremidad un tanto entumecida, por lo que se sentía incapaz de moverla, mucho menos de ponerse de pie.
Para mala suerte del humano, varios daskins acudieron en la ayuda del grandote, pese a que no parecía necesitarla. El llamado de uno de los caídos había funcionado. Compañeros se acercaban armados con espadas, hachas y lanzas. El primero de ellos se lanzó hacia el humano de un salto e intentó clavarle la lanza.
Tan rápido como pudo, Marco se impulsó hacia un lado y evitó el ataque. El resto de los daskins no quiso darle tiempo a reponerse, así que se lanzaron por él e intentaron cortarlo una y mil veces. Mas este seguía girando en el suelo como si fuese un barril.
En cierto punto, Marco se dio un pequeño impulso para ponerse de pie. Estuvo a punto de pisar con la pierna entumecida, pero, cuando lo hizo, esta flaqueó y Marco se desequilibró, hasta el punto de caer.
Los daskins se aprovecharon de ese pequeño momento y saltaron con las espadas listas. Marco era incapaz de usar su pierna entumecida para intentar correr, así que recogió la otra y, antes de que la gravedad le hiciera besar la tierra, le dio una patada al suelo, impulsándose hacia arriba, justo por encima de las cabezas de los enemigos. Estos intentaron saltar y movieron las espadas en un vano intento por cortarlo, pero no lo consiguieron.
Marco cayó, un poco tambaleante, sobre su pie sano. Mantuvo la otra pierna recogida hasta que sentirse cómodo con ella. Los daskins cargaron hacia él con la punta de sus armas hacia él. Marco se mantuvo impávido, y cuando los tuvo a una distancia prudente volvió a saltar encima de ellos. De nuevo, los morenos probaron suerte saltando para cortarlo, pero no lo consiguieron, excepto de uno. Este había sentido como su espada chocaba con algo y lo cortaba. Quizá hubiera sido algo en la muñeca, tal vez algo superficial, pero los deseos del tipo indicaban que quería que aquella fuese una herida mortal que acabase con Marco.
Cuando volvió a tierra intentó hacer fuerza con los brazos. Los daskins no sabían de qué se trataba, pero no le permitieron seguir haciendo lo que quería. Sus cuerpos se congelaron por un momento y los ojos se les abrieron como platos cuando vieron que las cuerdas de Marco se estaban cayendo. El que estaba a la cabeza apretó la lanza que tenía entre manos y luego cargó hacia el tipo de brazos anormales.
Marco se hizo a un lado, atrapó la lanza en mitad de la carrera con una mano y con la otra tomó la cabeza del daskin. Empujó bruscamente hacia adelante y se la estampó contra el suelo. Le quitó la lanza sin mucha dificultad, y antes de que el pobre hombre pudiese hacer nada, Marco le atravesó el corazón con ella. Luego alzó la mirada y observó al resto. Hasta entonces no se había parado a contarlos. Seis: tres con espadas, dos con lanzas y uno con hacha.
Los daskins se quedaron atónitos ante lo que acababan de ver. Todos tragaron saliva, temerosos por aquel individuo. Un par dio un paso hacia atrás, y Marco comenzó a caminar hacia ellos. Al instante todos alzaron sus armas, pero estaban dudosos, sus brazos temblaban, y el ruido más insignificante habría sido capaz de conseguir que salieran corriendo buscando un lugar donde ocultarse.
Antes de que Marco pudiese seguir avanzando, se detuvo de golpe y volteó hacia la izquierda, alzó los brazos y bloqueó el poderoso puñetazo de Kork. El mastodonte lo golpeó apuntando hacia el precipicio, y empujó con todas sus fuerzas, enviando al hombre a volar varios metros, fuera de los dominios de Xenium.
El humano se recompuso en el aire y para evitar una caída brusca se dirigió hacia un campanario cercano y utilizó sus brazos para adherirse a la pared y quedarse colgando.
Mientras tanto, desde la mansión de Xenium, Atsnir volvía a ponerse de pie.
— ¿Acaso perdieron el espíritu de lucha? Justamente hoy que es cuando nos revelamos contra aquellos que durante tantos años nos han tenido apresados —les cuestionó este.
— Pero Atsnir, ¿viste lo que le hizo al resto él solo? —dijo uno de los presentes.
— Sí, hermano, lo he visto. Marco es alguien formidable y de temer, pero él está solo, y nosotros somos toda una familia de guerreros que han esperado años para reclamar lo que les pertenece, y no permitiré que un solo hombre ponga en jaque todo eso.
El moreno caminó hasta el borde del barranco y miró el panorama. Visualizó a Marco pegado en lo alto de un campanario. Entornó la mirada con desprecio y tomó todo el aire posible.
— Hermanos y hermanas —gritó, provocando que más de uno se girase a ver—, uno que creíamos era de los nuestros nos ha traicionado. Ha osado fraternizar con el enemigo y alzarse en nuestra contra. Ha acabado con la vida de varios de los nuestros y ahora intenta escapar —señaló al campanario—. Aquel más pálido que nosotros, y de brazos anormales que está en el campanario. Acaben con ese hombre, y usen todo lo que tengan, porque les aseguro que él no es alguien a quien no puedan tener en cuenta.
Aquellos que estaban cerca del campanario se giraron hacia él, y un montón de daskins fruncieron el ceño al identificar al nuevo enemigo.
— Arqueros, disparen —anunció uno de los líderes revolucionarios.
Los que tenía arcos comenzaron a disparar, y Marco observó los proyectiles que se acercaban hacia él. Rápido comenzó a trepar por el campanario hasta meterse donde estaba la campana. Se colocó junto a un muro para que las flechas no lo alcanzasen. Pero los daskins no se rindieron. Pronto comenzaron a caer flechas prendidas en fuego.
Marco asomó la cabeza y, para cuando se quiso dar cuenta, el fuego ya estaba subiendo por el campanario. En no mucho tiempo llegaría hasta donde él estaba y lo consumiría junto con la estructura.
Dio un salto hacia fuera y estiró uno de sus brazos para agarrarse al tejado del edificio. Subió hasta situarse en el punto más alto. Eso le daría tiempo de pensar hasta que las llamas lo alcanzasen, aun así, tenía que seguir esquivando las flechas. Ahora que se encontraba parado, y que estaba en un sitio alto, las flechas perdían algo de velocidad al llegar, y las evadía con relativa sencillez. Alguna, incluso, llegaba a atraparla en medio del aire. Pero el continuo bailoteo para debatirse entre la vida y la muerte no se detenía.
Pese a la tensión de una situación así, Marco seguía mostrando el mismo rostro que al principio: inexpresivo. Giró la cabeza y se centró en un punto lejano dentro de la ciudad. Su cuerpo comenzó a rodearse de un aura purpura, y con su mano derecha apuntó al punto al cual miraba en la lejanía. Mientras esquivaba no dejaba de apuntar su mano hacia aquel punto. Tras unos segundos, algo brillante salió de entre los edificios y ascendió a los cielos emitiendo un brillo similar al del humano. Este objeto trazó un enorme arco en el cielo y se dirigió a la palma de Marco. Este atrapó el objeto por el mango, imbuido en magia oscura. De nuevo, su fiel katana volvía a estar entre sus manos.
Las llamas ya iban a llegar hasta él. El aura que rodeaba su cuerpo se desvaneció y solo la espada siguió emitiendo aquel brillo purpura oscuro.
Marco desenvainó su arma, corrió por el techo y dio un gran salto hacia las calles infestadas de daskins. Desde abajo estos lo miraron y lo señalaron. Los arqueros tensaron cuerdas y volvieron a dispararle ahora que el tipo no podía esquivar. Sin embargo, aquello no le hizo falta al humano, pues comenzó a destruir las flechas cortándolas en el aire o destruyéndolas con la funda que sostenía en la otra mano, también imbuida, al igual que la hoja. Los ojos de los pieles rojas no daban crédito a lo que estaban viendo.
El individuo estaba a punto de alcanzarlos cuando los lanceros se agruparon justo donde previnieron que Marco caería, y colocaron las puntas de las lanzas hacia arriba. Aquello no preocupó al humano. Solo movió su katana, colocándola en la muñeca que la sostenía junto a su cuello, y desde ahí trazó un largo tajo en el aire. El corte salió desprendido de la hoja en forma de magia oscura, y partió a todos los guerreros que se encontraban apuntándole, además de aquellos que se encontraban cerca de los mismos.
Marco cayó al suelo dando un giro para amortiguar la caída, y aprovechó el impulso para saltar hacia adelante. En medio del aire volvió a imbuir su espada en tan solo un instante. Luego envió otro tajo oscuro hacia aquellos daskins que tenía en el camino, y para cuando aterrizó su espada ya había vuelto a ser imbuida.
Todos los presentes no podían creerse lo que veían ante sus ojos. Tachaban aquello como algo inconcebible, y lo atribuían a alguna clase de mal sobrenatural.
Poco o nada le importó al espadachín ver los rostros horrorizados de los daskins, pues aquello no evitó que Marco, espada en mano y funda en la otra, se lanzase hacia ellos produciendo un torbellino de acero y magia. Sus poderosos brazos monstruosos daban cortes bestiales, y golpes arrasadores. Choppo cortaba todo lo que se encontraba a su paso: carne, hueso, cuero y hierro. Daba igual el arma o escudo que intentase bloquear el corte, solo acababa siendo partido sin ningún tipo de piedad. El envaine le rompía los huesos hasta al más fornido de los daskins. Y daba igual a cuantos enemigos se encontraba, su sexo, o la edad que tenían, todos ellos eran asesinados por el incomprensible y aterrador poder del humano.
Para sorpresa de varios, alguna flecha había llegado a clavarse en la espalda del muchacho, en una pierna, o en algún brazo. Eso no parecía detenerlo, pero se le veía cansado. Eso llenó de un poco de esperanza a los presentes, quienes buscaron arcos y flechas por todas partes, cuchillos para arrojarle y rocas que tirarle.
Marco se percató de este hecho, y clavó sus ojos en un daskin adulto tirando en el suelo. Tenía un brazo roto, y gritaba de dolor todo el rato. El humano alzó la funda de la espada y le rompió el otro brazo, provocando que el tipo gritara aún más de dolor. Para que dejase de gritar, Marco le propinó una fuerte patada en el rostro, la cual le rompió la nariz y algunos dientes, además de dejarlo medio inconsciente. Le rompió las piernas, pero esta vez el tipo ya no emitió ningún quejido, solo un espasmo. Luego el humano buscó ropas de los daskins cercanos.
Aquellos que se preparaban para dispararles lo observaron con una mescla de curiosidad y horror. Tras arrancarse las flechas, Marco se había atado al tipo a la espalda, como si fuese alguna clase de equipaje, luego se preparó para seguir atacando.
Los arqueros dispararon, intentando no dar al daskin que Marco llevaba en la espalda, y que ellos pensaron que estaba usando como escudo humano. Lejos estaban de saber que los motivos del humano eran otros.
Avanzaba destruyendo las flechas a su paso, hasta llegar a los daskins y cortarlos sin piedad. A pesar de llevar a alguien a la espalda se seguía moviendo con agilidad, no era la misma que antes, pero sin duda se seguía moviendo de forma extraordinaria.
— Froken, algo extraño le sucede a ese tipo —le dijo un arquero a su compañero.
— Idiota, es un maldito monstruo, lo hemos estado viendo desde hace rato.
— No, no me refiero a eso. Las heridas que le hicimos con algunas flechas... —tragó saliva antes de seguir—, las heridas ya no están.
Su compañero abrió mucho los ojos y comprobó con horror, en un momento en el que el humano se quedó quieto, que lo que el daskin a su lado le había dicho era cierto.
— Esa cosa, no sé lo que es, pero, sea lo que sea, no creo que podamos matarlo, Tauron —confesó el compañero, bajando su arco.
Tauron miró a Froken, desesperanzado, y también bajó su arco. Antes de que pudieran darse cuenta, la implacable espada del humano se cernió sobre sus cuellos.
Todos los daskins de la zona fueron aniquilados, hasta no quedar ninguno. Aquello le había costado a Marco cerca de tres cuartos de hora. Pero, mirase a donde mirase, ya no había daskins vivos. Dejó de sentir la energía que drenaba del cuerpo que llevaba atado a la espalda, y se dio cuenta de que el daskin había muerto. No importaba. Volvía a tener energías para buscar y acabar con aquellos que aún estuviesen con vida.
— Marco —gritó una voz en las calles.
El humano se giró y vio a Atsnir parado en mitad de la calle con dos espadas en sus manos, una cimitarra y la otra en la izquierda parecía una daga de combate, comúnmente utilizada para detener las espadas de los enemigos y desviarlas, provocando aperturas.
— Lo que has hecho no tiene perdón —dijo una voz femenina.
De un callejón salió Tarka, con el ceño fruncido y cargando con dos hachas en sus manos.
Luego, alguien proliferó una especie de gruñido, y Marco vio al otro lado de la calle a Kork cargando una cadena gruesa con una bola de hierro en un extremo. El mastodonte comenzó a hacerla girar como si fuese un simple juguete, y se acercó al humano. El resto también hizo lo mismo.
Marco volteó a todos los lados y, sin pensarlo demasiado, le lanzó un tajo oscuro a Atsnir. Este se apresuró a rodar en el suelo para evadir aquel corte.
— Tengan cuidado con esas cosas, ya vieron de lo que son capaces —advirtió el líder revolucionario.
Kork le lanzó al humano la bola de hierro, y la esquivó, pasando por debajo, rozando el hierro con la espalda. Cuando superó la bola se lanzó hacia el mastodonte con un impulso oscuro. Se preparó para clavarle la espada en un ataque en estoque, pero un hacha apareció de la nada y golpeó la hoja de Marco, evitando que esta llegase al rostro de Kork.
Tarka se lanzó hacia el humano con el hacha lista para cortarlo, y este dio un largo salto hacia atrás. La mujer recuperó su hacha y se preparó para volver a atacar.
Desde atrás, apareció Atsnir dispuesto a atravesarle el pecho a Marco, pero este lo detuvo con el envaine, luego paró a Tarka con la katana, forcejeando con sus dos hachas. Ambos daskins cruzaron miradas un momento, y luego los dos retrocedieron. Marco miró a ambos lados, y luego arriba, solo entonces se percató de la enorme bola de hierro que estaba a punto de aplastarlo. La bola levantó una enorme nube de tierra, cubriendo por completo al humano.
El mastodonte tiró de la cadena para recuperar la bola, pero lo único que recuperó fue una cadena sin nada en su extremo. Cuando la nube de tierra se desvaneció, la bola de hierro permanecía detrás de Marco con un trozo de cadena cortada pegada a ella.
Decidido a no rendirse, Kork le lanzó la cadena al tipo, y esta se enroscó en su brazo. Luego tiró de ella para recibir al humano con un puñetazo, tal y como lo había hecho en la mansión de Xenium.
— Kork, no —le gritó Atsnir.
Kork lanzó un poderoso puñetazo que el humano esquivó valiéndose de un impulso, y antes de que el grandote pudiese darse cuenta, la espada de marco, tan brillante como la luz de las estrellas, le atravesaba el pecho. El imbuido de la hoja comenzó a tomar más brillo, y Kork miró un momento a sus compañeros.
— Lo siento —dijo con voz tosca y rota, como si su garganta estuviese dañada.
La oscuridad que envolvía la espada de Marco estalló y le abrió un enorme hueco en el pecho al daskin. Kork cayó de espaldas, y la bolsa que le cubría la cabeza se le cayó y el aire envuelto en chispas de llamas se la llevó consigo hasta una pila de cadáveres ardientes, donde se consumió hasta desaparecer.
Tarka apretó los dientes y gritó con furia. Corrió hacia Marco, dispuesta a acabarlo de una vez.
— Tarka, no seas estúpida.
— Te voy a matar, maldito hijo de puta —gritó ella con el odio marcado en su rostro.
Marco se giró con calma y, cuando las hachas de Tarka parecían que iban a llegar hasta él, los brazos de la daskin se desprendieron de ella. Marco tenía su espada en alto tras haber realizado ese rápido corte. El rostro de furia de la mujer cambió a uno de incredulidad e incomprensión. Antes de que pudiese darse cuenta, el envaine de la espada le dio un golpe tan fuerte en el rostro que la hizo retorcerse en un giro que la envió hasta la pared de una casa. El cuerpo de Tarka quedó tirado en el suelo, sin brazos y con el cuello roto.
Sin detenerse allí, Marco caminó hacia Atsnir.
— Así que esto es en verdad lo que eres, ¿eh? Un monstruo que solo busca a acabar con las vidas de aquellos que desean la libertad. ¿O es que acaso estás haciendo esto como alguna clase de escarmiento por mis acciones?
Marco siguió avanzando, impávido.
— Tú mismo lo dijiste, que esta no era la forma. Y yo te vuelvo a decir que para nosotros no había otra forma, esto es lo que los jazirs se merecían, soy un revolucionario, aquel que busca la libertad para su pueblo. Pero tú, Marco, tú no eres más que un vulgar asesino.
Atsnir alzó sus hojas, listo para acabar con Marco a como diera lugar. Pero, en un instante, Marco se movió hacia él con gran velocidad. Atsnir quiso cubrirse. Mas, cuando sus aceros estaban en alto, ya no veía al tipo. De pronto, notó como algo no estaba bien con aquella situación. A su espalda, Marco caminó en dirección opuesta hacia el daskin.
En la sombra de la noche, las hojas de Atsnir se partieron, su cuerpo cayó al suelo, y su cabeza se desprendió, rodando hasta detenerse en una pila de cadáveres.
El líder revolucionario había caído, y Marco siguió asesinando a cuanto daskin se encontraba en su camino. Cuando se cansaba absorbía la energía de aquellos que aún seguían vivos, y continuaba. Para cuando el amanecer estaba a punto de llegar, Marco había pasado a buscar en los edificios para hallar a los daskins que se escondían de él. Incluso en aquellos que estaban en llamas, pues había llegado a hallar a mujeres y niños escondidos allí al no encontrar mejor sitio. Masacró a una familia, pero oyó a alguien huyendo por la ventana. Se trataba de una niña daskin que corría con los ojos envueltos en lágrimas.
Sin ningún tipo de piedad, Marco la persiguió hasta situarse frente a ella, y alzó la espada, dispuesto a matarla, cuando un rugido proveniente de los cielos llamó su atención. Era Nachos, quien se interpuso entre él y la niña.
Al ver a su amigo, algo en el impávido hombre se estremeció. Marco, en el interior de aquel mar embravecido de magia oscura, dormido sin que nada le importase, despertó. En el mundo el cuerpo físico del tipo bajó la espada, y mientras la niña se iba corriendo, Nachos dejó las botas del tipo delante de él. Por una de ellas asomaba una foto. El embravecido mar comenzaba a atenuarse.
Marco se agachó y tomó la foto, en ella vio a Eclipsa junto a él en cuatro imágenes que le hicieron recordar todo lo anterior a aquella dimensión. Ahora, el muchacho se debatió en las aguas, buscando la calma, provocando que aquel mar se convirtiese en un paraje en el que ya no había movimiento alguno, solo el agua estática, sin viento, ni movimiento, ni nada, como si aquello se tratase de un espejo. En el mundo físico, los ojos purpura de marco perdieron el brillo hasta apagarse, devolviéndole sus ojos blancos y cafés. El imbuido en sus armas también se apagó, sus brazos volvieron a la normalidad, y el humano finalmente pudo ver lo que había ocurrido esa noche.
— Nachos —dijo con voz quebrada.
Miró a todos lados y no vio más que muerte y destrucción. Los recuerdos de lo que había hecho después de perder el control le vinieron a la cabeza, y entonces bajó la mirada y observó sus manos llenas de sangre. Horrorizado, soltó su espada y vaina, cayó de rodillas, y comenzó a llorar de forma desgarradora.
Había cometido un genocidio, lo sabía, cada vez que cerraba los ojos para llorar veía las incontables vidas que había arrebatado aquella noche, y la insensibilidad con la cual lo había hecho.
Pasó dos días allí en medio de la calle sin comer ni beber, hasta que se desmayó. Cuando despertó los cadáveres seguían allí. El fuego ya se había apagado, pero la destrucción y la desolación permanecían. Nachos le había traído un cubo con agua y algo de pan. Marco miró a su compañero, y luego se acercó a él para darle un abrazo.
Sabía que nunca podría perdonarse aquello que había hecho. También sabía que nadie más que él se lo recordaría, ya que no quedaban testigos con vida, pero en su interior supo que necesitaba hallar una forma de expiar lo que había hecho, aunque fuera solo un poco.
Marco se alimentó solo para poder tener las energías suficientes para moverse, y ahí comenzó su cometido. Todos los días se dedicó a cavar tantas tumbas como le fuese posible, y luego buscaba los cadáveres que encontraba por allí, fueran de daskins o de jazirs, y los enterraba a cada uno en una tumba individual. Podría haber hecho fosas comunes y lanzar allí cuantos cadáveres hallase, pero no. Su ética le dijo que cada uno merecía una tumba individual. Aquella sería su manera de pedir perdón, y volver a ver los rostros de todos aquellos a los que había matado, su castigo.
No paró por nada que no fuera comer. Solo dormía cuando su cuerpo se desmayaba por el cansancio. Al despertar, seguía. Y así estuvo él solo, con Nachos a su lado, pero solo él cavaba las tumbas y llevaba los cuerpos. Le había dicho a Nachos que no quería recibir ayuda, ya que no la merecía. Cuando creyó haber acabado peinó la ciudad entera durante una semana, hasta que se aseguró que ya no quedaba nadie por enterrar. Luego se limpió todo el cuerpo, buscó ropas nuevas, preparó sus armas, cargó con algunos víveres y se dispuso a marchar.
— Vamos —le dijo a Nachos.
Los ojos del tipo estaban arrugados y llenos de ojeras. Estos mostraban el profundo dolor y el arrepentimiento de lo que había hecho.
Al surcar los cielos, Marco vio las hectáreas de tumbas que había hecho, y la ciudad destruida que alguna vez albergó a un imperio y a sus esclavos. No eran las mejores vidas para unos, pero al menos estaban vivos.
Marco y Nachos llegaron hasta un claro. Allí, Marco se bajó del lomo de su compañero y caminó hasta unas rocas que había bajo una pequeña cascada. Allí removió unas cuantas de ellas hasta encontrar algo brillante. Aún seguían ahí.
Como durante un tiempo Marco no había hecho más que enfrentarse a criaturas hostiles, había decidido ocultar las tijeras en un lugar seguro hasta que decidiese volver a Mewni, así evitaría perderlas por accidente.
Salió del agua y abrió un portal. Nachos se colocó junto a él y Marco se subió.
— Es hora, amigo. Es el momento de salvar a Eclipsa —dijo con decisión.
Pese a seguir afectado por todo lo que había hecho, Marco no había perdido de vista su objetivo. Él se decía a sí mismo que toda aquella masacre podría haberse evitado si solo hubiese sido más decidido. Esta vez no permitiría que aquello ocurriera. Ya no dudaría en lo que hacer para salvar a aquello que quería.
Nachos avanzó con calma, y ambos desaparecieron tras cruzar el portal.
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Comentarios del escritor:
Rhombulus se había cansado de leer, así que, en vez de seguir con el libro para no volver a ser engañado, buscó un audiolibro y se colocó los auriculares para escuchar mientras hacía guardia en los archivos del castillo.
Dejar de ser engañado por todo el mundo es algo que tienes a tu alcance, ahora que has adquirido nuestro audiolibro para dejar de ser engañado. Repita después de mí: ya no van a engañarme.
— Ya no van a engañarme —dijo el tipo de cristal, cerrando el ojo para concentrarse en lo que escuchaba.
Siempre estaré atento.
— Siempre estaré atento.
Detrás de Rhombulus apareció marco, saliendo de un portal. Al verlo hablar solo, se encogió de hombros y comenzó a rebuscar entre los archivos.
No habrá nada que me impida hacer lo que me propongo.
— No habrá nada que me impida hacer lo que me propongo.
Nachos también asomó la cabeza, y el humano le dio unos cuantos pergaminos y luego volvió para tomar más.
Ahora estaré siempre centrado en lo que hago, y por eso ya no será fácil engañarme.
— Ahora estaré siempre... no será fácil hacer el engaño de estar centrado.
Habiendo tomado todo lo que necesitaba, Marco cerró el portal.
No habrá reembolsos en caso de que el audiolibro no le ayude.
— No habrá reembolsos en caso de que el audiolibro no me ayude.
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Bueno, después de una temporadilla, por fin volvemos a Mewni. ¿Qué hará nuestro querido protagonista para salvar a la antigua reina oscura? Pues, ya saben dónde y cuándo podrán averiguarlo.
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Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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