Capítulo 24: Revolución
En el momento de la verdad es cuando todos muestran sus verdaderos colores.
— Anónimo
— ¿Qué acabas de decir? —preguntó Marco, aun un tanto incrédulo por lo que había escuchado.
— Los preparativos están listos, la próxima semana llevaremos a cabo el plan, así que espero que estés listo.
— Espera, espera, espera. Que esto me parece muy repentino. ¿Cómo operaremos?
Atsnir miró a Marco a los ojos y dibujó una sonrisa.
— Me alegra que preguntes —el moreno se echó hacia adelante y tomó un palo del suelo para dibujar en la tierra—. El miércoles, es el día en el que Xenium se va de paseo por la ciudad y los sirvientes se van a dormir antes. Es por eso que él deja el manojo de llaves que lleva consigo colgado en un gancho dentro de la mansión. Por lo que me comentaron, el gancho está en una columna en una habitación en la que no entra ningún daskin, exceptuando a los sirvientes de Meldion. Pero estos siempre están siendo vigilados por los jazirs para cerciorarse de que cumplan con su trabajo.
— ¿Y para qué necesitas esas llaves?
— Con esas llaves puedes abrir y cerrar cualquier puerta de la mansión. Incluidas las puertas del sótano, donde descansan los perros —señaló este, con una sonrisa pícara—. Además, nos cierran las puertas esa noche, y queremos actuar mientras ellos estén durmiendo. Alguien tendrá que tomar las llaves, guardarlas consigo, y utilizarlas para abrirnos las puertas, y cerrar la de las habitaciones de los jazirs, así nos aseguraremos de que no nos seguirán.
— Entonces, tú quieres que...
— Así es, Marco, quiero que seas tú quien robe esas llaves.
El humano se quedó mudo durante unos instantes.
— ¿Por qué quieres que lo haga yo?
— Meldion confía en ti como si fueras de la familia. Sé que en más de una ocasión has tenido que cuidar a Nilda tú solo, y el jazir no ha dicho nada en contra. Al principio el resto te repudiaba por estar entre ellos, pero ahora te ven como la niñera de Nilda.
— Eso no es cierto.
— Me dijeron que más de una vez has jugado a tomar el té con ella. ¿Es verdad eso?
Marco desvió la mirada, un tanto avergonzado.
— Se suponía que eso no tenía que salir de allí.
— Eso es lo de menos. Lo importante es que tu ayuda puede ser clave para nosotros. Gracias a ti nos quitaremos a los perros de encima, nos desharemos de nuestras ropas para que así no tengan nuestro olor, y encerraremos a los jazirs en sus propias habitaciones para que no puedan hacer nada.
— ¿Y qué hay del resto de daskins? Ya sabes, aquellos que viven como esclavos en otras mansiones.
— No te preocupes por ellos, hermano. Ya todo está planeado. Solo esperamos conseguir nuestro objetivo, y luego seremos libre. Después de tantos años los daskins seremos libres en una noche. ¿No te parece emocionante?
Y sin duda lo era, pero todo aquello le pareció repentino al humano. Aun así, Atsnir se veía confiado, y sabía que no se debía a una fe ciega en algo, sino en un plan que Marco sabía que llevaba meses planeando. Eso llevó a pensar al humano que, si todo salía bien, podría hablarle a Atsnir acerca de su caso, y tal vez este pudiese ayudarlo a pensar en una forma de salvar a Eclipsa. Quizá tendría que sacarla de allí a la fuerza, pero de forma discreta. Si tenía que ser sincero, preferiría no tener que hacerlo. Pero, a esas alturas, ya daba igual. Si hacía falta inmiscuirse en las mazmorras para soltar a Eclipsa y esconderla en los confines de Mewni, lo haría.
Marco le sonrió al moreno, y le estrechó la mano.
— Cuenta conmigo.
— Ese es el espíritu —respondió, contento, y se puso de pie—. Me voy a la cama. Te sugiero que hagas lo mismo, necesitaras guardar fuerzas para la próxima semana.
El moreno se alejó, y volvió a dejar solo al humano.
— Así lo haré, Atsnir.
Durante el resto de días Marco se sintió particularmente nervioso al saber que cada vez estaba más cerca del día en el que se llevaría a cabo el gran golpe. En varias ocasiones Meldion lo sorprendió al ver un pequeño tic nervioso que tenía en la pierna, pues la subía y bajaba como si fuese el pistón de un coche.
— ¿Te encuentras bien, Marco? —preguntó el hombre de piel pálida.
— ¿Qué? Sí, sí. De maravilla —respondió el humano, un tanto nervioso.
Marco se llevó a la boca la taza de té y le dio un sorbo.
— Mmm, que bueno está —añadió, intentando disimular.
— Marco —pronunció Meldion en tono suave—, no hay nada en esa taza.
El humano miró al interior de la taza y luego la giró para ver si caía algo de dentro, pero no cayó ni tan siquiera una sola gota. Meldion se rio con levedad y luego dejó su taza de té en la mesa.
— Dime, ¿qué es lo que te atormenta tanto?
Marco se quedó pensativo durante un momento, y luego dejó la taza vacía en la mesa.
— Bueno, estoy nervioso por una cosa —comenzó, dispuesto a enmascarar sus verdaderas intenciones con otras palabras, pero, Atsnir le había dicho que jamás dijese nada acerca del plan, ni directa o indirectamente—. Resulta que últimamente tengo ciertos problemas de incontinencia. Sí, incontinencia. Y por eso estoy yendo mucho al baño. Y como esta noche Xenium se va, nos cerrarán las puertas de la habitación para que no podamos salir, y estoy un poco preocupado de despertarme por la madrugada para ir al baño y no poder hacerlo.
Pero ¿qué ridiculez era esa? Marco soltó un juramento por dentro y se dijo estúpido una y mil veces por decir semejante estupidez.
— Oh, entiendo. A veces puede tocarle a uno una época... —tosió dos veces— complicada. Mira —le dijo este, tomando las llaves colgadas en una columna de madera, y lanzándoselas al tipo—. Usa estas para abrir la puerta por la noche si lo necesitas, y has lo que tengas que hacer —dijo, guiñándole el ojo—. Solo procura no ser visto, y devolverme las llaves tan temprano como puedas para que nadie se entere.
Marco miró las llaves que había atrapado en el aire y torció el gesto a uno de incomprensión.
— ¿Por qué me dejas esto? —preguntó, todavía incrédulo ante lo que estaba ocurriendo.
— Para que puedas ir a hacer tus necesidades.
— No, no me refiero a eso. Las llaves, ¿cómo puedes dármelas con tanta calma? Podría llevármelas conmigo, o escapar.
— Bueno, es verdad. Pero confío en tu buen hacer. Eres alguien sincero y de confianza, Marco. Si me prometes que me devolverás las llaves, entonces no tengo nada de lo que preocuparme.
Las palabras hacían parecer que aquello era sencillo, pero no lo era. Esa noche se llevaría a cabo la revolución. Y, por lo tanto, no estarían allí para devolverle las llaves a Meldion. Estaba a punto de traicionar la confianza del jazir al aceptar esas llaves. Se sentía mal por dentro, pero lo que hacía lo hacía por los daskins, y por su libertad. No había nada delo que dudar, ni obstáculo que ignorar. Volvería hasta allí solo para devolverle la llave a Meldion, y así quedarse tranquilo consigo mismo.
— Te devolveré estas llaves, cueste lo que cueste.
Meldion se rio un poco.
— No hace falta ponerse dramático. Solo asegúrate de traerlas mañana temprano, así evitaremos que tengas problemas.
— Sí. Gracias, Meldion.
El hombre de piel pálida y rostro gentil no dijo nada, solo le dedicó una sonrisa serena y prosiguió con su taza de té.
Aquella noche, antes de irse a dormir, Marco se quedó despierto sobre su cama, con los ojos abiertos y fijos en el techo. En cuestión de horas llevarían a cabo la gran hazaña. Pronto dirían adiós a aquella prisión provista de rejas y todos los daskins vivirían su vida tal y como ellos quisieran. El simple hecho de intentar contener la emoción resultaba inaudito e imposible. Y, aun así, había algo que le molestaba. El gesto de Meldion era demasiado puro e inocente como para simplemente aprovecharse de él como si fuese algo provocado por la suerte y dar gracias a la casualidad. No. Marco sabía que Meldion en verdad había depositado su confianza en él, eso y su forma de ser tan altruista era lo que hacía que el humano sintiese que estuviese aprovechándose de la buena fe de aquel tipo.
Llevó una mano debajo de la almohada y palpó un anillo de metal con varias llaves enganchadas al mismo. Las sacó un momento y les echó un vistazo. Tan solo tenía que abrir las puertas de la habitación comunal, y todo comenzaría. Ya no hacía falta preocuparse por escabullirse entre los guardias, ya solo quedaba esperar.
Marco soltó un suspiro lleno de pesadez y volvió a dejar las llaves donde las había ocultado. Deseó en su interior que, pese a su ausencia y la de todos los daskins, Meldion y su hija pudieran vivir de la forma que ellos quisieran, y que nunca les faltase la felicidad que siempre los envolvía.
Intentó conciliar el sueño para mantenerse lo más fresco posible cuando tocase llevar a cabo el plan de la revolución, después de todo, un poco de descanso no le vendría mal.
No lo consiguió.
El tiempo que Marco estuvo tirado en la cama lo dedicó a ahondar en sus pensamientos, a nadar en la magia oscura, a sentir el Caos y mantenerlo a raya con el Orden, solo por diversión, cuando notó la mano de alguien apoyándose en su hombro. Se giró sobre el colchón y entreabrió los ojos, y lo vio allí, asomando los ojos por encima de sus hombros: Atsnir.
— Has podido dormir, hermano —preguntó este, casi susurrando.
Marco frunció toda la cara y se apoyó sobre ambos codos para ver mejor al daskin.
— La verdad es que no he podido dormir nada.
— Yo tampoco —convino Atsnir, mostrándose tan emocionado como un niño que sabe que va a ir al parque de atracciones—. ¿Estás listo? —Marco hizo ademán de abrir la boca, pero no le dio tiempo—. Seguro que estás listo. Por eso te lo dije con una semana entera de antelación.
Por un momento, Marco creyó ver en el rostro del moreno un aire jovial, similar al de Star. La diferencia era que el de la chica parecía estar presente todas las horas del día. Hacía tiempo que no la veía. Se preguntó cómo estaría ella, aunque la respuesta le vino casi de inmediato al recordar que estaba en la dimensión de Hekapoo, y que, por lo tanto, la muchacha seguiría enfrascada en el asunto de la ejecución de Eclipsa.
Sacudió la cabeza un momento y volvió a centrar su mente en el presente.
— Levanta, Marco. Tú, yo y otros daskins más nos encargaremos de salir del dormitorio y preparar la situación antes de la gran salida. ¿Tienes las llaves? —el humano no dijo nada, solo sacó el fajo de llaves de debajo de la almohada y se las pasó al moreno—. Perfecto. Vamos.
Marco se levantó de la cama, notando los nervios a flor de piel al pensar que ya se irían en cuanto pudiesen. Atsnir, dos daskins más, uno de ellos, Tarka, y él fueron los designados a llevar a cabo el trabajo silencioso. Una vez hecho, todos saldrían de allí como gallinas de un gallinero.
Atsnir se acercó a la puerta, introdujo una de las llaves, la giró con un cuidado que solo cabría esperar de un cirujano al hacer una operación de corazón abierto. El pequeño clic se escuchó tras girar la llave poco más de la mitad de un círculo y los cuatro sonrieron en señal de triunfo. Tiraron de la puerta, abriendo una pequeña línea por la cual se filtró la luz de la luna, y todos se escabulleron por ella como si fuesen un montón de ratas de alcantarilla, luego, volvieron a cerrar la puerta, pero sin poner la llave. Atsnir comenzó a rebuscar entre todas las llaves de la anilla y sacó varias de ellas.
— Ten, hermano —le dijo al daskin que Marco no conocía, o al menos no recordaba su nombre. Tú te encargarás de vigilar a los guardias. Estas —le entregó cinco llaves— son las puertas de sus habitaciones. Asegúrate de cerrarlas para que, si alguien nos escucha, estos no puedan acudir a ayudar.
El daskin tomó las llaves y asintió solemne a las palabras de Atsnir.
— Tú, Tarka —le entregó una llave—, te encargarás del cerrar las puertas de sótano donde se guardan los perros de caza.
— Esos sabuesos se morirán de hambre antes de probar la carne de uno de nosotros —contestó ella, apretando la llave en su mano.
— Y tú, Marco —le entregó unas ocho llaves—. Estas son las llaves de las habitaciones de arriba, las de los pieles pálidas. Asegúrate de cerrar bien todas y cada una de ellas. Luego deja la llave en la ranura, así no podrán salir de allí, aunque tengan su propia llave sujeta a un collar.
— Entendido.
— Yo me encargaré de eliminar todas las prendas con nuestros olores, para que, cuando Xenium llegue, no pueda encontrarnos, por más que consiga liberar a los perros. Si todos están listos, entonces es momento de proceder.
El resto asintió, y cada uno se fue hacia una dirección distinta, excepto Marco, que se quedó allí un momento.
— Atsnir.
— Dime, hermano.
— Cuando todo esto acabe quiero hablarte de algo. Necesitaré de tu ayuda para poder salvar a alguien. No la conoces, pero en verdad creo que tú sabrías como poder sacarla de su prisión —dijo Marco, mirando a los ojos al moreno.
Este sonrió y posó un brazo sobre el hombro del humano.
— Marco, cuando esto acabe, puedes hablarme de lo que quieras. Seremos libres.
Atsnir le tendió la mano al humano, y este se la quedó mirando un segundo. Al cabo de un rato la tomó y le dio un fuerte apretón, sellando aquel momento como una promesa y un juramento de que serían libres.
Marco se sirvió de una de las columnas de la mansión para subir hasta un balcón, haciendo uso de su prodigiosa agilidad. De este modo evitaría a los guardias del primer piso. De esos ya se encargaría el otro daskin.
La estancia se mostraba como un largo y oscuro pasillo que daba al balcón en el que se encontraba Marco. La ventana estaba abierta y el viento mecía un par de cortinas blancas de tela tan fina que casi era transparente. Marco se metió en la estancia como si se tratase de un fantasma. Pese a estar oscuro, la luna a su espala iluminaba el lugar lo suficiente como para poder ver las primeras puertas.
Fue una a una, cerrándolas con sumo cuidado, y asegurándose de dejar las llaves puestas, como Atsnir había indicado. No resultaba difícil identificar cual era la llave de cada puerta, pues cada una tenía un diseño que hacía juego con el de la puerta.
Cuando llegó a la última se quedó congelado por un instante. Sabía a quién pertenecía esa habitación. Introdujo la llave en la cerradura, inspiró hondo y luego suspiró. Abrió con calma y lentitud, hasta poder ver la cama que se encontraba a un lado del cuarto, pegada a la pared. Allí estaba Meldion, durmiendo. Marco se lo quedó mirando, un tanto incómodo porque sabía que estaba a punto de traicionar su buena fe. Le hubiese gustado decirle la verdad y despedirse debidamente, pues era lo mínimo que el jazir merecía, pero, por obvias razones, no pudo hacerlo.
— Adiós, Meldion —dijo en voz baja, como única posible despedida.
Poco a poco fue cerrando la puerta, decidido a acabar allí, pero algo ocurrió.
— ¿Marco? —pronunció el tipo, desde su cama—. ¿Qué haces aquí?
Marco se quedó mudo un momento. ¿Qué se suponía que tenía que decir en una situación así? ¿Cómo le explicaría el motivo por el cual se encontraba allí, y a su vez conseguir que Meldion volviese tranquilo a la cama?
— ¿Acaso te perdiste en el camino al baño? —preguntó burlón e inocente, levantándose de la cama—. ¿O es que acaso querías devolverme las llaves cuanto antes? Si es así, lo agradezco, pero estas son unas horas un tanto exageradas, ¿no crees? —comentó, con una risa suave.
Todo aquello rompía a Marco por dentro. Al final no pudo con ello, y sintió que Meldion merecía saber la verdad, aunque sea justo antes de ser encerrado hasta que alguien lo liberase.
— No, no es eso —respondió Marco, denotando seriedad.
El piel pálida pareció notar la expresión del muchacho, y frunció un poco el ceño.
— ¿Qué te ocurre?
— Meldion, yo... —le costaba ser sincero—. Nosotros... —no, no era fácil. Apretó los puños y respiró hondo—. Nos vamos —dijo al final.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó, confundido.
— Nosotros, los daskins, nos vamos. Hemos estado preparando un escape desde hace un tiempo, y hoy es cuando se lleva a cabo. Esta tarde, cuando me diste las llaves, no las necesitaba para ir al baño, las necesitaba para abrirles las puertas a mis compañeros. Las necesitaba para que dejásemos a los perros encerrados, a los guardias, y al resto de los jazirs —confesó, con un nudo en la garganta. Había dicho abiertamente que había tomado la confianza de aquel hombre, y la había pisoteado.
— Algo intuía —pronunció este, solemne.
— ¿Qué? —dijo Marco, confundido.
— Digamos que se te notaba en el comportamiento que algo te tramabas. Me hacía una idea de qué podía ser, pero nunca me imaginé algo como esto.
Marco se pasó la mano por la nuca, lleno de una profunda vergüenza en su interior.
— Siento haberme aprovechado de ti, Meldion.
El tipo se rio por lo bajo y negó con la cabeza.
— No, Marco, te di las llaves a sabiendas de que las usarías para otra cosa. No tienes por qué disculparte.
— Pero, nos iremos. Ya no habrá más esclavos, ya no tendrás sirvientes a tu disposición para que te sirvan el té o te traigan la comida —hizo una pausa—. Ya no estaré yo para cuidar a tu hija.
— No te preocupes por nosotros. En el fondo nunca me gustó ver a su raza esclavizada. Es hipócrita de mi parte decirlo, ya que me beneficiaba de ello. Pero creo que esto nos vendrá bien a nosotros. Tendremos que aprender a vivir sin privar a otros de su libertad —dijo, asintiendo con la cabeza—. Saldremos adelante —aseguró con una sonrisa—. Aunque debo decir que tanto mi hija como yo te echaremos de menos. Eres un buen hombre, Marco, y será una pena despedirme de ti.
El humano tragó saliva e intentó no dejar que la tristeza lo albergase.
— Sí, yo también te echaré de menos, Meldion. Tú me demostraste que no todos los jazirs son esclavistas —le tendió la mano para darle un apretón—. Fue un placer compartir jornadas y charlas contigo.
El piel pálida se quedó mirando un momento la mano del tipo, y la declinó. Se acercó a él con calma y le dio un abrazo.
— No te olvidaremos, Marco. Espero que tú y los tuyos hallen una vida mejor allí a donde vayan.
Marco se quedó sorprendido por un momento, pero luego correspondió el gesto del tipo, y lo apretó con fuerza, sin llegar a hacerle daño.
— Gracias. Yo espero que tu hija crezca fuerte y llena de salud. Y que ambos sean felices.
Los dos hombres terminaron el abrazo y se despidieron. Meldion volvió a la habitación, y Marco procedió a cerrar la puerta.
— Meldion, te dejaré la llave debajo de la puerta, así podrás abrir, pero mejor hazlo por la mañana, cuando el sol ilumine esta habitación.
El jazir asintió, y Marco cerró finalmente la puerta. Cuando dejó la llave debajo, alguien se asomó por la esquina del pasillo que daba a las escaleras. Se trataba de un guardia. El jazir, al verlo frente a los aposentos de Meldion, sacó una cerbatana y disparó un dardo que se clavó en el cuello de Marco.
El humano se quitó el dardo y corrió hacia su oponente. El guardia quiso volver a disparar, pero Marco llegó antes, y le propinó una patada en la cabeza, dejándolo inconsciente. Marco se quedó mirando al guardia, y de pronto comenzó a sentirse mareado. Cayó al suelo sin poder evitarlo. Quiso mover las piernas, pero estas no le respondían. Para cuando quiso darse cuenta, todo se había vuelto negro, y había perdido la conciencia.
Escuchaba ruido, sonidos estruendosos, y otras cosas peculiares. ¿Gritos? Abrió los ojos de golpe, pero enseguida volvió a cerrarlos con fuerza antes de recuperar bien la vista. Estaba tirado en el césped, lo sabía porque podía verlo. Aun no sentía del todo el resto de su cuerpo, pero estaba consciente. Una daskin que lo vio despertarse llamó a Atsnir.
— Hermano, ¿vuelves a estar despierto? —dijo este, emocionado.
— Atsnir —pronunció con cierta dificultad. Aún era de noche, lo cual lo llevó a pensar que no había estado inconsciente mucho tiempo—. ¿Dónde estoy? ¿Cómo fue el plan?
El tipo sonrió ampliamente.
— Aun seguimos en la mansión de Xenium. Pero no te preocupes, el plan está saliendo de maravilla. ¿Quieres ver?
— Me gustaría, pero no puedo sentir los brazos ni las piernas.
— Tranquilo, ya me encargaré de eso. Kork —llamó este, colocando una mano junto a la boca para hacer de megáfono.
El mastodonte se situó junto a Atsnir, y el moreno le dijo a este que llevase a Marco consigo, recargado en su hombro. Kork lo llevó hasta un árbol y lo dejó sentado, con la espalda recostada en el tronco.
Marco recuperó algo la sensibilidad del tronco y los brazos, pero se percató de que no podía moverlos. Bajó la mirada un momento y se percató de que estaba atado con cuerdas gruesas, bastante gruesas. No podía ver los nudos a su espalda, pero los sentía en las palmas, en las muñecas, en las articulaciones de los codos, en los bíceps. Fuera quien fuera que lo hubiese atado, lo hizo a conciencia.
— ¿Qué es lo que pasó? —preguntó el humano, confundido.
— Te encontramos así. Tranquilo, luego te liberamos, después de que acabemos con el trabajo.
— ¿A qué te refieres...? —preguntó, pero calló al instante cuando vio, desde su sitio, lo poco que se conseguía ver de la ciudad, desde allí, envuelta en llamas.
El fuego llevaba poco tiempo, pero se había propagado con rapidez. Se podía notar eso por las montañas de humo que salían de las casas y mansiones que se veían desde aquella colina. Pero eso no era todo, la mansión de Xenium también estaba en llamas. Era como si el infierno se hubiera transportado allí en un segundo.
Gritos ensordecedores y agónicos llamaron la atención de Marco, y este vio que sus compañeros se hallaban torturando a un jazir. Para ser precisos, el jazir que había castigado a Tarka. Le había arrancado varios dientes, le habían quemado el pecho usando varios metales ardiendo, como espadas y martillos, y le echaban agua fría para evitar que se desmayara.
Y no era solo él, de la ciudad provenía todo un festival de gritos de dolor y agonía. Y Marco supuso que se trataban de los gritos de los jazirs, ya que Atsnir contemplaba la escena junto a él, con una sonrisa triunfal y orgullosa.
— Atsnir, ¿qué es todo esto? —preguntó, denotando cierto temblor en sus labios.
— Esto, hermano, es nuestro plan teniendo éxito. ¿Acaso no lo oyes? Las voces de nuestros enemigos, de nuestros carceleros, gritando por clemencia ahora que nosotros somos quienes se revelan ante ellos —Atsnir se tomó un momento para cerrar los ojos, escuchar con atención, e inspirar en profundidad—. ¿No es hermoso?
— Atsnir, este no era el plan del que me hablaste. Nunca me dijiste que matarías a los jazirs. Se suponía que nos iríamos de aquí y comenzaríamos una nueva vida.
— ¿De verdad creías que tan solo nos iríamos de aquí y les dejaríamos toda esta ciudad que fue levantada con el sudor y la sangre de cientos de mis hermanos y hermanas? No, Marco. Este lugar nos pertenece, y ahora que podemos tomarlo, aprovecharemos la ocasión.
— ¿Pero no te das cuenta de lo que estás haciendo? Esto no es buscar la libertad, esto no es más que pura venganza hacia los jazirs. Así no demuestras ser mejor que ellos, tan solo te rebajas a su nivel.
Atsnir frunció el ceño, molesto, y se acercó a Marco y lo tomó del hombro, colocándose frente a él.
— ¿Te crees que me importa ser más rastrero y sucio que ellos? ¿Te crees que me importa si quienes escuchan esta historia me consideran un cobarde? No. Antes nosotros no teníamos historia, no éramos más que una mancha en la historia de los jazirs, un montón de insectos que morirían trabajando, y cuyos hijos nacerían para trabajar. Ahora son los jazirs quienes se volverán una mancha en nuestra historia. Aquellos que lo tuvieron todo, pero que una noche lo perdieron en tan solo unas horas. Esto es lo que se merecen esos perros por tratarnos como basura.
— Pero no todos eran así, no todos los jazirs eran insensibles esclavistas.
— Te equivocas. Todo jazir se ha acostumbrado a tener a sus esclavos fieles y serviciales. Te piensas porque uno o dos te traten bien, te den de comer y no te castiguen siempre y cuando les sirvas los hace buenos. No, solo son más del montón que han decidido evitar la violencia, pero que no han renunciado a sus esclavos. Y también te digo una cosa, por cada uno de esos, hay diez de los otros. No importa a cuantos veas, los peores siempre serán más.
Marco negó con la cabeza.
— Esto no está bien, Atsnir. Yo no te seguí para esto.
— Ya lo sabía. Desde el principio supe que no podía contar contigo como un daskin puro. Pues en todos nosotros late un corazón lleno de odio por los jazirs. Por eso nunca te dije nuestro verdadero plan, porque sabía que no podía confiar en que te sintieras igual que nosotros. Aun así —su gesto se suavizó un poco—, nos has ayudado mucho. Y por eso no te mataremos. Cuando todo esto acabe te dejaremos ir, y no tendrás que saber nada más de nosotros.
— Tú me usaste, me mentiste y me engañaste —gritó el tipo, apretando los dientes, y mirando a Atsnir con odio y resentimiento. Todo aquello en lo que había creído era una mentira, un engaño.
Algo en el interior de Marco se torció, y comenzó a sentir cierto estremecimiento recorriendo sus músculos, y ciertos susurros lejanos y vagos.
Atsnir se rio de sus palabras.
— Al final te volviste uno de ellos, te ablandaste y olvidaste el calvario que te hicieron pasar —se puso de pie y le dio la espalda—. No importa —comenzó a alejarse—, porque mañana por la mañana no quedará un solo jazir con vida. Sea mujer, viejo o niño.
Marco sentía que quería saltar y golpear a Atsnir hasta dejarlo inconsciente por sus acciones. Se había aprovechado de él, y lo había hecho partícipe de sus artimañas y sus atrocidades.
Volvió a sentir aquel estremecimiento interno más fuerte que antes. Los susurros se estaban volviendo más claros. Ya no eran solo susurros, sino voces.
Te usaron, todos ellos.
Marco comenzaba a respirar con dificultad. Sin querer había entrado en contacto con la oscuridad, y esta estaba comenzando a sacudirlo. El Caos buscaba apoderarse de él, pero el castaño hacía lo posible para mantenerlo a raya. Pero era difícil, ya que ahora mismo estaba puesto bajo un estrés y unos sentimientos muy, muy intensos.
Un cuerpo cayó de un balcón, estaba desnudo y mostraba signos de golpes y cortes por todas partes. Marco reconoció el cadáver: Meldion. Su frágil cuerpo había sido retorcido hasta romperle los huesos, y su cara mostraba una agonía inenarrable, y de sus ojos se mostraban dos caminos de lágrimas, ya secas.
A Marco se le olvidó respirar por un par de segundos, la vista se le nubló y sintió que la agonía lo invadía.
Te mintieron.
Lágrimas comenzaron a caer por el rostro del muchacho, y las aguas de la magia oscuras se enardecieron. El Caos se estaba haciendo con el control de la situación.
Marco negaba con la cabeza, incrédulo.
— No, no pudieron hacer eso —dijo, con la voz quebrada.
Pero eso no fue lo peor.
Después del cuerpo de Meldion, cayó otro, pequeño y sin cabeza. Marco abrió mucho los ojos, y pudo adivinar lo que eso significaba, pero no quiso creerlo, se negó rotundamente a creerlo. Hasta que algo redondo cayó al pasto y rodó hasta él hasta chocar con su pierna. Rompió en llanto al ver que se trataba de la cabeza de Nilda. La niña ojos tenía los ojos abiertos, y el terror pintaba todo su rostro.
Marcó rompió en llanto, doblándose hacia adelante. En este punto las mareas se volvieron un mar embravecido que lo sacudía de un lado a otro. Hacía mucho que no sentía aquella sensación. Y esta vez, no hizo nada para evitarlo, tampoco podía.
Las voces, ya no eran solo voces, sino gritos, gritos mentales y guturales llenos de furia y odio. Todos ellos resonando en su mente, y en su corazón.
Me usaron.
Marco dio un pequeño temblor en todo el cuerpo.
Me mintieron.
Los músculos se le tensionaron.
Me engañaron.
Un aura purpura como el vapor comenzó a rodearlo, haciéndolo temblar. Se llenó de odio, rabia, furia, resentimiento, repugnancia... oscuridad.
Me mintieron, me engañaron, me usaron... ahora todos ellos son mis enemigos.
Las voces se apagaron como una llama, y de pronto todo se volvió silencio y quietud.
Una explosión de oscuridad surgió de Marco, apartando todo lo que estaba cerca de él, y dejando un rastro de destrucción en su sitio y en el árbol sobre el que estaba apoyado. Los cadáveres salieron volando, daskins que estaban cerca, incluido Atsnir, se giraron. Estos vieron, incrédulos, al humano de pie, con los brazos purpuras, como los de alguna criatura desconocida y horrenda. Y los ojos, ahora desprendían una luz y un brillo purpura impropios de un ser vivo. Su expresión no revelaba nada. Sus labios eran una línea recta, y la expresión en su mirada no detonaba nada que no fuera total y completa indiferencia y, aun así, todos los presentes se estremecieron, como si hubieran despertado algo desconocido a lo cual hubiera sido mejor no molestar.
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Comentarios del escritor:
Las voces se elevan y el silencio permanece. Da igual dónde te escondas, pues tu enemigo no te busca porque siempre está contigo, en tu mente, en la parte más profunda, allá donde no te puedes ocultar, y donde nadie más que tú es capaz de escuchar.
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No me gusta hacer spilers, pero solo diré uno pequeñito: se viene lo bueno
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Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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