Capítulo 22: Vida sin rejas físicas
A veces somos forzados a cometer actos que no queremos con tal de proteger otras cosas que nos son de mayor importancia.
— Anónimo
— Espera, ¿quieres que pelee aquí? —preguntó el muchacho, mirando al círculo.
Los daskins que estaban peleando se daban golpes contundentes. Los nudillos de uno arañaban el rostro del otro y le dejaban marcas. Uno tenía un rastro de sangre que partía desde la frente y le manchaba la mitad del rostro. Y el otro tenía un ojo cerrado debido a un golpe. Ya se le había hinchado.
— Así es, fortachón. ¿Por qué crees que te hice hacer todas aquellas tareas de fuerza?
Soy un idiota.
— Bueno, solo tengo que ganarle al que se me ponga delante, ¿no?
— No solo eso —dijo Xenium, mostrando una sonrisa maliciosa.
El piel pálida volvió la mirada hacia el círculo, Marco también lo hizo. Se pudo ver cómo aquel que tenía una herida en la frente ahora estaba tirado encima de su oponente, ahorcándolo. El otro, el del ojo hinchado, se aferraba con fuerza a los brazos de su oponente, intentando que este lo soltase, pero no funcionaba. En un intento desesperado, comenzó a lanzar golpes al rostro del tipo, pero estos carecían de la fuerza suficiente para detenerlo. Con su último esfuerzo, tanteo su cuello, tal vez para ahorcarlo a él en un intento por liberarse, pero no fue esa su intención. Cuando posó ambas manos sobre el rostro del tipo, buscó los ojos de este y clavó los pulgares en ellos con tanta fuerza que se los hundió. Inmediatamente el de la frente sangrando soltó al otro y se llevó las manos a la cara. Comenzó a gritar de dolor y a retorcerse en el suelo.
Mientras tanto, su oponente estaba tosiendo y acariciándose el cuello. Había estado demasiado tiempo asfixiado, era de esperarse que tuviese que recuperar el aliento. Por el suelo, apareció un martillo que vino girando por un costado, y llegó hasta él. Este se giró hacia la dirección de la cual provino el martillo, y allí vio a un jazir bien vestido sosteniendo una copa de vino.
— Mátalo. Acaba con él.
El del ojo hinchado tomó el martillo y lo miró, respirando con dificultad, luego miró a su oponente, quien seguía retorciéndose de dolor en el suelo. El público de unas siete u ocho personas lo animaba.
— Mátalo.
— Hazlo.
— ¿Qué estás esperando?
Pese a haber peleado contra él como un animal salvaje, el daskin dudaba en terminar con la vida de aquel pobre desgraciado. Pero, al final, la presión pudo con él. Utilizó el martillo por el lado circular y golpeó al otro con tanta fuerza que lo desmayó. Pero no sé detuvo ahí, sino que siguió hasta abrirle un hoyo en el cráneo. Cuando estuvo seguro de que lo había matado, se puso de pie, respirando con pesadez, observando el cadáver del otro peleador. Sangre aún le caía del martillo, y las manos le temblaban. Dejó caer el martillo y salió del círculo sin derramar una lágrima, pero mantuvo el rostro agachado.
Marco tragó saliva, pues sabía lo que significaba, aquello que tendría que hacer si derrotaba a su oponente.
— Solía traer a Kork para luchar aquí, pero él atrapaba a sus oponentes del cuello y los asfixiaba. Aunque no los hacía agonizar, porque en los primeros segundos ya conseguía desmayar al oponente. Las batallas duraban un suspiro. Por eso te he traído a ti. Desde que te vi en la venta de esclavos supe que podrías ser un gran luchador. Así que hoy será tu prueba de fuego.
Al oír lo que Xenium le dijo, a Marco se le vinieron a la cabeza las palabras que le había dicho la chica del pañuelo: "Este lugar no está mal, hasta que te dicen que hagas algo que no te gusta". Sin lugar a dudas le resultó irónico.
— He pagado bastante por ti, fortachón. Así que más te vale no morir.
Sacaron el cadáver del daskin del círculo y luego una mujer (daskin) se pasó para limpiar la sangre. Luego Xenium se le unió al grupo de jazirs que había ahí, reunidos al rededor del círculo. El noble tomó asiento junto a los suyos, y como si lo que hubiese ahí fuese de su propiedad, tomó una botella de vino que tenía cerca y se le sirvió un poco en una copa. Aquellos que estaban allí se giraron y sonrieron al verlo.
— Xenium, has vuelto. ¿Qué, traes de nuevo a ese tipo enorme de siempre?
— Vilguem, compañero. No, hoy he preferido traer a alguien más, alguien que nos ofrecerá algo más de espectáculo.
— Ah, ¿sí? ¿Y qué hace?
Xenium le dio un largo trago a la copa con vino, hizo bailar el líquido en el cristal y luego miró a su compañero.
— Me gusta dar sorpresas, así que dejaré que él mismo lo demuestre en el círculo.
— En ese caso, que pelee contra mi esclavo. Raken, ve al círculo y destroza a sea quien sea que traiga Xenium.
Detrás del jazir apareció un daskin bastante alto y fornido. Este mostraba bastantes cicatrices por todo el cuerpo, pero no parecían ser hechas por latigazos, sino por algunos golpes o cortes, quizás hecho en algún entrenamiento, o quizás no. Entró al círculo, y permaneció a la espera de que su oponente apareciese.
— Marco, adelante.
El humano también salió de detrás del jazir, y se dirigió hacia el círculo, algo inseguro de qué haría. Pero, antes de seguir, Xenium posó una mano en un costado del muchacho, y este se detuvo.
— No me defraudes —dijo en voz baja.
Marco no dijo nada, solo asintió en silencio y caminó hasta el círculo. Su oponente clavó los ojos en él y se mantuvo a la espera de algo. Seguramente los jazirs darían una señal. Estos parecían disfrutar de la expectación, porque estiraban esos segundos antes de que se desatase la pelea.
— Luchen —gritó uno.
En ese mismo instante, Raken salió disparado hacia Marco con los puños listos para atacar. Mientras corría alzó un puño y se preparó para golpear a Marco. El castaño se mantuvo firme, y cuando Raken estuvo a punto de alcanzarlo, se movió hacia la izquierda lo tomó del brazo, colocó un pie delante y lo empujó de la espalda, haciéndolo caer al suelo. Lo hizo rápido y limpio, quedando detrás de él.
Cuando todos vieron eso se hizo el silencio. Marco ya lo sospechaba, pero aquella reacción confirmó sus sospechas, ellos no sabían lo que eran las artes marciales.
— ¿Qué demonios acaba de pasar? — dijo uno de ellos.
— Te lo dije, me gusta dar sorpresas —dijo Xenium, sin mostrarse sorprendido.
— Raken, levántate —ordenó su amo.
El daskin se levantó, desesperado, y se puso en guardia. Marco no se había acercado en ningún momento para aprovecharse de la desventaja de su enemigo al estar tirado en el suelo, cosa que sorprendió al daskin. O puede que haya sido el movimiento que había hecho.
Este intentaba, sin que los jazirs se dieran cuenta, encontrar alguna forma de ganar sin tener que matar a su oponente. Por eso se dedicaría a lanzar al daskin y hacer espectáculo de ello, así ganaría algo de tiempo para pensar.
Su oponente volvió a lanzarse, esta vez, intentando hacer algo diferente, pero el resultado fue el mismo que el de antes. Caía una y otra vez, y con cada caída, su desesperación aumentaba, al igual que la de Marco. El nuevo mundo de las artes marciales entretenía a los espectadores, pero no sabía por cuánto. Y saberlo no le ayudaba en nada a pensar.
— Suficiente de jugar, mátalo de una vez —gritó uno de los jazirs.
Para cuando lo oyó, Marco se dio cuenta de que su oponente estaba desorientado por la cantidad de caídas. Los golpes en la cabeza lo habían hecho marear. Se le notaba que aún tenía la energía para seguir y seguir, pero, pero no estaba en las condiciones para hacerlo adecuadamente.
— Deja de perder el tiempo, mátalo.
Ya no podía hacer mucho más. Solo podría intentar noquearlo y rezar porque lo diesen por muerto.
Raken se lanzó por Marco una vez más, y este último le dio un golpe en el rostro y lo tumbó en el acto. Raken se quedó desmayado.
El público quedó asombrado y estalló en gritos de gracia y sorpresa. Pero uno de ellos diría aquello que Marco no quería oír.
— Muy bien, ahora, acaba con él —dijo el jazir de antes, y le lanzó un nuevo martillo.
Marco vio el objeto llegar hasta él y tocarle el pie con la cabeza. Se quedó mirando al arma y tragó saliva. Se agachó, tembloroso, y cerró su mano sobre el mango del martillo. Se puso de pie y dirigió la mirada a su oponente. Estaba totalmente indefenso, sin nada que hacer. Hasta un niño sería capaz de robarle la vida si quisiera, pero... ¿él quería?
No se podía ver a sí mismo, pero estaba seguro de que en ese momento se veía igual que el otro daskin que había luchado antes que él.
No pudo quedarse más tiempo absorto por la situación, ya que el público clamaba por sangre.
Marco se agachó y alzó el martillo por encima de su cabeza. Tenía la suficiente fuerza para romperle el cráneo de un golpe. No tendría tiempo a sufrir. Aun así, ¿Marco sería capaz de matarlo? ¿A un hombre que no conocía ni estaba allí por cuenta propia?
— Deja de perder el tiempo y mátalo de una vez.
Ya no podía alargarlo más. Cerró los ojos, apretó los dientes y tensionó los músculos. Hizo caer el martillo y este produjo un estruendoso crujido al golpear. Había fallado, a propósito. El martillo se hallaba hundido en el suelo de madera, muy cerca de la cabeza de Raken.
— Pero ¿qué acabas de hacer? —dijo el jazir que había clamado por muerte.
Marco se puso de pie y respiró algo más tranquilo.
— No voy a matar a alguien inocente por dar espectáculo —dijo Marco, muy severo.
— Pero... ¿cómo te atreves a desobedecer? —dijo este con los ojos hinchados por la cólera—. Xenium, tu esclavo es un rebelde. Si no mata al perdedor, entonces será castigado.
Xenium se mantuvo tranquilo, dando un sorbo a su copa de vino. Sólo cuando acabó y la dejó en la mesa, se dispuso a hablar.
— Por favor, Vilguem, mi esclavo te ha ofrecido una pelea como una que nunca habías visto antes, no tuvo la necesidad de derramar una sola gota de sangre de su oponente, y lo derrotó sin despeinarse. ¿Y ahora le pides que manche el suelo? —sonrió.
— Dices del suelo cuando lo ha roto de un martillazo.
— Sí, en ese punto tienes razón. Te lo pagaré, y de paso —clavó la mirada en el humano—, le haré entender a este tipo lo que significa respetar la propiedad ajena.
— Espero que así sea. En cuanto a Raken —se puso de pie y caminó hasta el tipo desmayado. Cuando llegó hasta él, sacó un cuchillo y tomó al daskin del cabello—. No necesito perdedores en mis dominios.
Vilguem le cortó el cuello al tipo noqueado y su cuello se convirtió en un regadero de sangre. Esta manchó la ropa del noble, pero a él no pareció importarle.
Marco no podía creer lo que estaba viendo. El jazir había matado a su propio esclavo por haber perdido. No le llamaba la atención el hecho de que no valorase la vida del tipo, sino el hecho de que pudiese matarlo a sangre fría con sus propias manos.
Vilguem notó la mirada perturbada del humano, y sonrió.
— ¿Qué, te asusta un poco de sangre?
Marco no dijo nada, y Vilguem no pareció esperar respuesta alguna, solo se levantó y se fue junto a los suyos.
— Eh, Xenium, que se siente tener a un daskin cobarde que no es capaz de matar a alguien.
— Mientras gane me da igual. ¿Qué se siente matar a tu propio esclavo porque ha perdido?
Vilguem frunció el ceño y volvió a su asiento. Llamó a la criada para que le trajera algo de ropa limpia y a otra para que limpiará el círculo de lucha.
Marco se quedó paralizado, aún con los ojos fijos en el cadáver del oponente. Se había negado a matarlo y hacerlo sufrir tanto como le fue posible, pero, al final, no sirvió de nada.
— Fortachón —dijo Xenium—, sal del círculo. Sírvete una copa de vino si quieres. Y más te vale disfrutarla, porque luego te arrepentirás de haber arruinado la propiedad ajena.
Marco no dijo nada, solo se quedó viendo cómo se llevaban el cadáver el daskin, luego salió del círculo y aceptó esa copa de vino, quizá ayudaría a aligerar la carga.
Se llevaron a cabo un par de peleas más, y luego todo terminó. Los jazirs que se habían reunido comenzaron a hablar de trivialidades mientras bebían y reían. Mientras tanto, Marco permanecía detrás, un tanto alejado de ellos. Giró la cabeza a su izquierda, y vio al daskin del ojo morado, aquel que había matado a martillazos a su oponente. Este tenía los ojos fijos en el suelo, con la mirada perdida. El arrepentimiento se reflejaba en su cara. Tal vez él también estaría así.
El tiempo pasó rápido, pues Marco solo repasaba una y otra vez lo que había hecho y lo que había visto. Para cuando se quiso dar cuenta, ya estaba de camino a la mansión de Xenium.
Llegaron al lugar justo al mediodía. Xenium se fue a la mansión para comer, pero antes le dijo algo al tipo.
— Cuando acabes de comer ven a buscarme. Y más te vale no tratar de esconderte.
Marco se fue con el resto a comer como de costumbre. Por el camino vio a Kork parado cerca de un árbol, le dedicó una mirada llena de infinita comprensión, ya que supo por lo que Kork tuvo que haber pasado antes que él. El grandote le devolvió la mirada, y Marco supo que este sabía a dónde había ido y por lo que había pasado. Mas no hizo o dijo nada al respecto. Quizá Kork no se apiadase de nadie, o quizá ya le diera igual. Fuera cual fuera el caso, esa masa de músculos permaneció impasible.
Al acabar de comer, Marco fue a ver a Xenium, quien estaba sentado mirando unos papeles, cuando se giró hacia él, dejó lo que estaba haciendo y se puso de pie.
— Tienes valor al venir aquí a sabiendas de que te castigare.
— ¿De no haber venido habrías enviado a los perros?
— Eso se da por sentado.
— Entonces es más sentido común que valor.
Xenium sonrió.
— Hay muchos idiotas por todas partes. Demuéstrame que no eres uno de ellos.
Xenium llevó a Marco hasta un árbol en donde fue atado de manos para no poder escapar. Luego Xenium trajo consigo un látigo enrollado colgando de su hombro. Lo tomó del mango y lo dejó caer hasta desenrollarse del todo.
— Antes de comenzar quiero que sepas una cosa. No me importa que no seas capaz de matar a uno de los tuyos. Es comprensible. Mientras sigas ganando de la misma forma en la que lo has hecho hoy, no me importa. Sin embargo, me pusiste en evidencia. De no ser por mi ingenio y perspicacia, tus acciones me habrían hecho ver mal. Además de que rompiste el suelo de uno de mis socios. Y esas son cosas que no puedo pasar por alto. Recuérdalo cuando el cuero azote tu piel.
Al menos sus acciones le habían servido de algo. Podría no matar a nadie sin que eso le costase caro. No era por completo una victoria, pero era mejor que tener que mancharse las manos. Y si para no convertirse en un asesino a sangre fría tenía que aguantar unos cuantos golpes, entonces los aguantaría.
— ¿Estás listo?
Marco suspiró y tragó saliva. Luego apretó las cuerdas con las manos y pegó la frente al tronco.
— Adelante.
— Me encanta la expectación.
El primer latigazo lo hizo soltar un inevitable chillido de dolor. Xenium se tomó su tiempo para recoger el látigo y luego volver a azotar. El segundo fue igual que el primero: fulminante, y escocía, pero esta vez consiguió reprimir el grito de dolor.
— Parece ser que eres duro. Eso me gusta.
Xenium volvió a azotar a Marco, y esta vez el humano pensó que se le saltarían las lágrimas.
En todo momento se repitió a sí mismo que aquello era por defender sus principios, y eso hacía el dolor más llevadero, pero no lo hacía desaparecer.
Los golpes aumentaban y el dolor también. Los nuevos latigazos abrían heridas sobre sus ya ardientes heridas, y eso provocaba que el dolor fuese mayor.
En cierto punto el chico pensó que se desmayaría, pero no fue así. Fue contando los latigazos, esperando que ese fuese el último, y la tortura se extendió hasta diez.
Dio gracias a dios haber que aquel tormento terminase de una vez. Sentía la espalda palpitar, como si fuese su corazón, pero cada palpitada estaba cargada de una descarga de incómodo ardor.
Xenium rodeó el árbol cargando un machete consigo, y se colocó en el lado opuesto al de Marco. Se pudo oír un golpe seco del otro lado, y los brazos del humano cayeron sin más. Ya podía moverse, o más bien, le habría gustado, pero el dolor se lo impedía.
Justo después de caer, dos daskins aparecieron y cada uno lo tomó de un brazo y lo apoyaron en sus hombros, así lo ayudarían a caminar.
— Ve para que te curen, y luego sigue trabajando. Cuando mejores volverás al círculo.
Sin decir nada más, Xenium limpió su látigo con un pañuelo y volvió a enrollarlo en su hombro. Acto seguido, se fue.
Marco no dijo nada. Estaba agonizando, y con el rostro decaído. Sus compañeros lo ayudaron a caminar hasta llevarlo a una habitación en donde había camillas improvisadas hechas con paja y mantas blancas. Allí acostaron a Marco de frente, y las mujeres comenzaron a tratarle las heridas. Lo primero que hicieron fue limpiarlas, tirándole algo de agua en la espalda, lo cual se sintió bien, ya que calmaba el escozor de las heridas, pero luego le tiraron agua con aquel producto primitivo que sustituía al jabón, y todo cambió.
— Por dios, ¿por qué hacen eso? —se quejó, y amagó con levantarse de golpe, pero una descarga electrizante de dolor lo hizo volver a pegarse a esa camilla.
— No te quejes, tenemos que limpiar estas heridas antes de tratarlas —dijo la mujer mayor. Marco ya la conocía, por su voz y por su tono.
— Vaya, vaya, pero si el fuerte de Marco no puede aguantar un poco de escozor —dijo una voz que le resultó burlona y molesta, sabía de quien se trataba.
Marco giró la cabeza para ver a Tarka y dedicarle una mirada de reproche, pero al verla se quedó mudo. Ella sonrió.
— ¿Qué pasa? Pareciera qué hubieses visto a un fantasma —dijo, de forma burlona.
Marco se había quedado paralizado porque la mujer tenía la espalda llena de marcas de látigo. Al igual que él, ella había sido castigada.
— Tarka, ¿qué te ha pasado? —preguntó denotando cierta preocupación. Si bien el muchacho había sido molestado durante mucho tiempo por la chica, sí que había desarrollado cierto cariño por ella. Lo suficiente como para no desearle que la azotaran a latigazos.
— Nada en especial. Me negué a coger con un jazir, y me castigaron por no abrir las piernas —sonrió, desafiante—. Y tú, ¿qué hiciste?
— Me negué a matar a un daskin.
— Que noble.
— No sirvió de mucho, igualmente lo mataron.
Tarka guardó silencio por un momento.
— ¿Valió la pena sufrir por no mancharte las manos?
— Cada maldito latigazo.
La sonrisa desafiante de ella se ensanchó aún más.
— Ese es el espíritu. Recuerda esas marcas, y recuerda por qué están ahí, porque eso será parte de ti ahora, parte de tu orgullo como daskin.
Las palabras de la chica resultaban inspiradoras, aunque, ni ella misma consiguió reprimir un grito de dolor cuando le echaron aquel intento de agua con jabón en la espalda.
Hasta los más reticentes a mostrar dolor se doblegan en ciertas situaciones.
Tras limpiarles las heridas a ambos le pasaron una especie de ungüento por toda la espalda. Estaba algo fresco, y apaciguaba el dolor, cosa que el humano agradeció en demasía.
Las mujeres le dijeron que intentase no ensuciarse aquellas heridas, o se las tendrían que volver a limpiar. No fue una tarea fácil, ya que trabajar en el campo era algo muy sucio, así que, para evitar infectar las heridas, le vendaron la espalda y luego le pusieron una camiseta blanca.
El trabajo costó bastante, ya que tenía que forzarse a ignorar el dolor, pero no fue imposible. Al final del día, tuvieron que limpiarlo de nuevo. Y darle otra vez aquel ungüento. Quería recuperarse cuanto antes, así que, después de cenar, se fue cerca de los árboles para absorber su energía y sanar antes. Resultaba mucho más agradable en comparación con el baño y el ungüento. Aquella noche, lo visitó Atsnir.
— He oído de tus heridas —dijo, a modo de saludo—. ¿Cómo te encuentras, hermano?
— He estado peor.
Atsnir alzó una ceja.
— Ah, ¿sí?
— He vivido muchas cosas.
— Entiendo lo que quieres decir. Así es la vida de los daskins, después de todo —dijo el tipo, provocando un extraño silencio.
El ambiente se sintió un poco pesado, como si aquellas palabras estuvieran cargadas de angustias.
— Atsnir.
— Dime.
— ¿Acaso todos los daskins tienen esa visión de la vida? ¿Pensar que, hagan lo que hagan, están condenados a servir a los jazirs?
— Sí, parece surrealista, y difícil de creer, pero esa es la realidad que vive nuestra gente ahora mismo.
Marco agachó la cabeza. A primera vista Xenium no parecía mala persona, pero a la vista estaba que él no era alguien indulgente. Más bien, uno podía decir con toda seguridad que era bastante severo. Aquella chica tenía razón. Aquello no era mejor que la cárcel, solo era una tortura en vida sin barrotes físicos de por medio.
Merecían ser libres, merecían disfrutar de la vida sin ningún tipo de opresión por parte de nadie.
— Marco, hermano, ¿tú piensas que nuestra vida debería ser así?
La pregunta lo hizo reaccionar de golpe, dando un pequeño respingo.
— No, no hay vida que merezca esto. Los daskins deberían ser libres de vivir como quieran sin ser oprimidos por nadie.
Atsnir sonrió.
— Entonces, piensas como yo. He oído el motivo por el cual fuiste castigado. Fuiste obligado a pelear con uno de los tuyos y te negaste a matarlo después de ganar. Hace falta valor para decirle que no a un grupo de jazirs hambrientos de ver sangre.
— ¿Cómo sabes eso?
— Mis hermanos daskins me cuentan sus vidas, sus penas. Me he enterado de cosas desagradables, pero necesito saberlas para que mi odio hacia los jazirs no se apague. Marco, hermano, quiero liberar a todos los jazirs de sus cadenas y llevarlos hacia la libertad. Soy Atsnir, el revolucionario. Y llevo años intentando unir a todos mis hermanos y hermanas daskins para que nos levantemos en contra de los jazirs y escapemos de sus dominios para ser libres. Marco, ¿quieres unirte a la revolución?
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Comentarios del escritor:
Hoy, en la rosita de Guadalupe:
— Ay, madre, has visto lo que le han hecho a la pobre esclava a la que llaman Tarka.
— Ay, sí, hija mía.
— Madre, tengo miedo. Yo quiero conservar mi castidad para entregársela al hombre al que amo. Y si un jazir intenta tomarme, no sé qué haré.
— Ay, hija, de eso no tienes que preocuparte.
— ¿Por qué?
— Porque tal vez tengas muchas cualidades, pero el atractivo no es una de ellas. No te has dado cuenta de que hasta los jazirs más cochinos desvían la mirada cuando te agachas a limpiar el suelo.
— Pensaba que lo hacían porque no querían ver a una daskin.
— No, hija, no. Los hombres piensan con más de una cabeza, y a veces la de abajo le dice a la de arriba lo que tienen que hacer. Cuando un jazir te ve a ti, yo creo que ambas cabezas se ponen de acuerdo en apartar la mirada y seguir con lo que estaban haciendo.
— Madre, es usted muy mala.
— Y tú muy fea.
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Bien, puede que esto pueda estar lejos de ser una revolución como tal, ya que no hay una monarquía, porpiamente dicha, pero la idea se entiende, ¿no?
Normalmente en estos comentarios intento ser un poco gracioso, pero la verdad es que he llevado la historia a un rumbo bastante más serio y oscuro, así que no me dejo a mi mismo mucho margen para hacer chistes o bromas. *suspiro* Ya vendrán tiempos mejores... o no.
Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.
Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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