Capítulo 21: Esclavos
Ser libre no es estar encerrado, sino tener la capacidad para decidir lo que vas a hacer.
— Anónimo
El guardia recibió el pago por sus correspondientes esclavos y luego los entregó a los distintos compradores. Los esclavos fueron entregados esposados y unidos a unas cadenas para no escapar.
Xenium y el enorme daskin los llevaron hasta un carruaje que esperaba en la salida. No es como si en el coliseo no entrase luz, pero se habían mantenido en la sombra, y al salir, los rayos del sol se sintieron más enceguecedores que antes. Marco hizo un gesto de molestia al recibir los rayos de golpe, pero Atsnir y Tarka se vieron obligados a agacharse y cubrirse con ambos brazos.
— Mucho tiempo sin ver el sol, ¿eh? —dijo Xenium, en tono burlón—. Pues será mejor que se vayan acostumbrando desde ya, y tendrá que ser rápido, o al menos lo suficiente para ver por donde pisan —terminó la frase en una pequeña risa.
Los dos daskins tenían los ojos como si fuesen asiáticos intentando leer la letra pequeña de un contrato. Eran incapaces de levantar la mirada y sólo veían la tierra bajo sus pies. Marco podía llegar a mirar un poco hacia adelante, si se esforzaba por soportar la molesta luz. Justamente por eso pudo ver el carruaje al que Xenium los llevaba. En el mismo se podía ver a un conductor vestido de forma elegante con ropa de color azul chillón. Este era un jazir, quizá el único que viniese junto a Xenium.
Cuando llegaron hasta el vehículo, el cual sería tirado por dos caballos, el daskin enorme tomó las cadenas que Marco arrastraba y las ató al carro, así, el carro tiraría de él, él tiraría de Atsnir, y Atsnir tiraría de Tarka. Estaba claro lo que Xenium quería que hiciesen. Les gustase o no, tendrían que correr. Marco solo esperaba que sus amigos pudiesen resistirlo.
Y así fue, tal y como Marco lo había sospechado, el carruaje comenzó a moverse y las cadenas tiraron de ellos.
— No se preocupen, los caballos no correrán, pero no sé alegren, porque el camino es largo —dijo, abriendo un momento la ventanilla de la parte de atrás del carruaje, solo para luego volver a cerrarla—. Ah, y no se mueran —volvió a abrir para decirlo, e irse otra vez.
Ninguno de los tres puso buena cara al oír el comentario, así que solo se limitaron a trotar.
La primera vez que había venido, Marco no pudo ver mucho de la ciudad, pues los habían apresado no muy lejos de la entrada. Pero ahora, ahora que trotaba por todo el lugar, pudo ver mucho más. Aquel sitio no era como Mewni. No. Aquel sitio no había sido construido sobre una planicie, ya que había terrenos altibajos. Ellos estaban en la parte más baja, y más adelante habían varias construcciones elevadas sobre los terrenos altos. Aquel era un reino alzado sobre un monte.
No fue hasta que recorrieron por un sendero que ascendía por el monte que Marco pudo ver por fin la entrada de los dominios de Xenium. Se giró un momento para ver cómo les iba a Atsnir y Tarka, y lo vio. Ambos estaban con la lengua afuera, sudando como desgraciados y con el cuerpo inclinado hacia adelante, como si fuesen a caer en cualquier momento. Mas sus ojos demostraban un gran sentido de la determinación y el orgullo. Podrían estar muriendo, pero no iban a desistir. Aquellos ojos no mentían.
Consiguieron llegar hasta la entrada y, al poco camino, el caballo se detuvo. Los tres cayeron de rodillas al suelo y clamaron por aire. Atsnir y Tarka comenzaron a toser debido al esfuerzo realizado, hasta llegaron a vomitar. Cosa que preocupó a Marco.
— Tenía entendido que los daskins eran resistentes y no se les acababa la energía. Supongo que hay excepciones para todo —se burló Xenium—. Kork, tráelos conmigo —le dijo al grandullón entregándole una llave.
El enorme daskin desató la cadena del carruaje y luego se la ató al brazo y le dio un tirón para que los tres esclavos se levantasen y comenzasen a caminar.
— Oye, espera, no ves que ellos están exhaustos —le dijo Marco a Kork.
— No —irrumpió Atsnir.
Marco se giró y vio como los dos dieron un último escupitajo para quitarse los restos de vómito de la boca y luego se pusieron de pie.
— Estamos bien.
Viese por donde lo viese, el humano no creía que estuviesen bien. Esos dos se estaban forzando. ¿Acaso sería por lo que Xenium había dicho? ¿Sería por orgullo?
Fuese cual fuese el motivo, Kork volvió a tirar de ellos, y los tres se movieron. Mientras iban caminando, los tres observaban el panorama del sitio. Era un terreno enorme, lleno de plantas, y árboles plantados de forma que aquello parecía un cuadro. Bancos debajo de rosales, árboles rodeados por setos, incluso había fuentes de agua. ¿Espera, conocen los sistemas de tuberías?, se preguntó el humano.
Pero el jardín no era lo único que les llamó la atención, sino el hecho de que, mirasen donde mirasen, había daskins trabajando. Varios de ellos mostraban un rostro indiferente, otros, hasta tenían una sonrisa tenue dibujada en el rostro. Estos se giraban momentáneamente a ver a los nuevos esclavos, pero, al cabo de unos segundos, volvían a sus actividades.
Mientras los llevaban no pudieron evitar observar la enorme mansión que había allí. Las plantas y el césped hacían un camino que llevaba una entrada de puerta doble de diseño artístico. En la parte de arriba se veían balcones protegidos por vayas de piedra liza. Y se veía a algún que otro jazir sentado o asomado por ellos. Y, lo más llamativo, las enredaderas cubiertas de rosas trepaban por las paredes del lugar, como si fuesen a engullirlo, pero sólo trepaban por zonas delimitadas y preparadas, como si alguien se encargara de dirigir su crecimiento.
Rodearon aquel lugar hasta dar con la parte de atrás. Xenium los llevó hasta unas escaleras que descendían, y que daban a una especie de sótano. Allí había un montón de perros enjaulados, todos de la misma raza, y todos pegados a las rejas de sus jaulas mirando a los recién llegados, abriendo y cerrando sus bocas, mordiendo las jaulas, dejando rastros de baba en ellas.
— Muy bien, mis niños, huelan a sus presas —dijo, Xenium.
Todos los perros siguieron ladrando, pero paraban alguna que otra vez para olfatear el ambiente, o más bien, a ellos.
— ¿Para qué hace esto? —preguntó Marco.
— Si se fijaron, mis esclavos no tienen grilletes. Los grilletes entorpecen las tareas y me parecen de mal gusto. Yo los dejo moverse como quieran. Eso sí, quien quiera escaparse de aquí, lo hará como cadáver, y mis niños me ayudan a llevar a cabo la tarea, así que ya saben, si no huyen y no me hacen enojar, entonces no les pasará nada malo —explicó antes de comenzar a reírse.
Al cabo de un rato salieron de aquel lugar.
— Kork, llévalos con el resto para que los limpien, y quiero sus ropas.
— ¿Nos van a quitar nuestra ropa? —se alarmó Marco.
— Viendo como las tienen estoy haciéndoles un favor.
Se sintió tentado a preguntar por qué las quería, pero Marco sintió que estaba tentando la paciencia o el bien humor de Xenium, así que se arriesgó con una última cosa.
— ¿Le importa que me quede con mis botas? —preguntó el adulto.
Xenium alzó una ceja y miró a Marco fijamente.
— ¿Por qué?
— Emmm... Son importantes para mí.
Xenium se quedó mirándolo durante un rato, sin decir nada.
— Quítatelas —ordenó de golpe.
— ¿Qué?
— Quítatelas, ahora —dijo, esta vez, de una forma un tanto más severa.
Por el tono del hombre, Marco se dio cuenta de que si le decía algo acabaría mal la cosa. Así que obedeció, se agachó, y luego se quitó las botas. Al hacerlo, se le cayó la foto doblada en donde salía él y Eclipsa.
— ¿Qué es eso? —preguntó Xenium, apuntando al papel en el suelo.
Marco tragó saliva. Si aquello llamaba la atención de Xenium, entonces se lo quedaría, y el tipo no quería perder el único recuerdo que tenía de Eclipsa. Así que intentó ser lo menos llamativo posible.
— Esto es una pintura en miniatura —explicó, desplegando la foto, la cual estaba doblada por la mitad.
Xenium la miró con atención, pero no la tocó en ningún momento.
— ¿Era esto lo que querías conservar? —preguntó el jazir.
Ya a esas alturas, Marco pensó que no tenía sentido ocultarlo. Asintió sin añadir nada.
— ¿Y no hay nada más dentro de esas botas?
— No.
— Demuéstramelo.
Marco tomó las botas y comenzó a sacudirlas para que todo lo que estuviese adentro cayese fuera de ellas. Luego le mostró su interior a Xenium, y las dejó en el suelo.
— Entonces no hay nada en ellas —dijo Xenium, más para sí mismo que pare el resto—. Una pintura no ha de ser pequeña, debe ser grande, para que todos la vean. Si es solo eso, puedes conservar esas botas. Solo necesito tu ropa. Y mientras trabajes, no tendrás problemas. ¿Entendiste?
El humano solo asintió.
— Perfecto. Pues, en ese caso, Kork, llévatelos de una vez. Que yo necesito volver a mis asuntos.
Y así fue. Xenium se largó de allí, y Kork arrastró a los tres hasta llegar a una habitación en donde se encontraban varias daskins. Estas los miraron sin más, y una de ellas se acercó.
— ¿Son los nuevos esclavos de Sr. Xenium? ¿Quiere que los duchemos? —preguntó ella.
Kork no dijo nada, solo emitió un sonido con la boca, el cual la mujer interpretó como un sí.
— ¿Y la ropa que llevan es para guardar o tirar?
Kork señaló hacia la izquierda, o para ser más concretos, al camino hacia la entrada.
— Entiendo.
Después de eso, Kork sacó la llave de los grilletes y desató a los tres daskins. Marco comenzó a palparse las muñecas. Las tenía marcadas, pero no se había ganado ninguna herida ni nada por el estilo. Sus compañeros estaban iguales.
— Chicas, tenemos trabajo que hacer. Necesito tres cestos para la ropa, algo de mezcla limpiadora y tres cubos con agua. Vamos —decía esta, aplaudiendo para apresurar a las mujeres. El tono de su voz no era alegre, ni triste, más bien, solo parecía que se limitaba a hacer su trabajo.
La mujer se veía firme y mayor. Quizá habrían sido los años lo que la habían dotado de aquel carácter.
Varias mujeres ayudaron a los tres allegados a meterse allí y los sentaron en sillas hechas con mimbre. Otras se iban hasta un pozo en donde sacaban agua mediante una bomba y luego la traían en cubos.
— Muy bien, quítense la ropa —les dijo la que daba órdenes.
Atsnir y Tarka no dijeron nada, solo hicieron caso a la mujer y comenzaron a desvestirse.
— Espere, ¿ahora? ¿Aquí? —preguntó Marco, alarmado.
— Sí. Tus compañeros lo entendieron a la primera, así que date prisa y quítate la ropa.
— Pero, señora, yo...
— ¿Señora? Yo te voy a dar señora a ti —dijo, enfadada.
La mujer se acercó al muchacho y comenzó a quitarle la ropa de encima. Marco intentó resistirse, pero cada vez que lo hacía, ella le daba una bofetada en la espalda. Al final le quitaron todo, y él se quedó desnudo, cubriéndose la entrepierna con las manos.
— Que poco hombre.
La mujer comenzó a dejar la ropa en las cestas, y eso alarmó a Marco.
— Espere, las botas no. El Sr. Xenium dijo que podía quedármelas —dijo este, poniéndose de pie, y colocando una mano en el hombro de la mujer.
— Por el amor a la raza, que escandaloso eres —separó las botas de la cesta—. Ya está, aunque no vendría mal lavarlas, huelen a muerto —después de decir eso se percató de que Marco estaba desnudo, le echó una mirada rápida y luego volvió los ojos a él—. Ves como no tenías nada de qué avergonzarte —dijo ella, solo para regodearse un poco más. Pero, al final le dio otro vistazo a la entrepierna del tipo y alzó una ceja.
Marco se puso rojo y luego se volvió a sentar en la silla, cubriéndose la entrepierna con las manos. Notó una mirada penetrante sobre él. Se giró a la izquierda y se dio cuenta de que, desde la otra punta, Tarka lo estaba observando con una sonrisa que incomodó al muchacho.
— Deja de mirarme —se quejó este.
— ¿Por qué? Tú estás haciendo lo mismo.
Tenía razón, por girarse a comprobar quién lo observaba, ahora se había fijado en ella.
— Eres insufrible.
— Gracias.
— ¿Acaso son niños, o qué? —se quejó la mujer.
— Tendrás que perdonarlos, hermana —dijo Atsnir—, desde que estuvieron en la misma celda su único entretenimiento era molestarse el uno al otro. Y creo que ahora que no están encerrados les será difícil acostumbrarse a no hacerlo.
La señora puso la mirada en el tipo y, después de estudiarlo unos pocos segundos, abrió los ojos en grande.
— ¿Atsnir? —preguntó la mujer.
El tipo solo sonrió, con aquella sonrisa que Marco bien conocía, y asintió con levedad.
— Así que por fin saliste, y fuiste a parar a nada más ni nada menos que a la mansión de Xenium.
— Digamos que tuve algunos cambios inesperados —dijo, mirando a Marco de reojo.
La mujer se le acercó al oído.
— ¿Y qué tienes en mente ahora? —preguntó, antes de alejarse.
— Por el momento tengo que adaptarme a este sitio. Luego puede que piense en algo o hable con todos. Pero, por el momento, hermana, solo soy un esclavo más.
Ella lo miró con un poco de desdén, pero no añadió nada más.
— Vamos, chicas, quiero ver esos trapos —apremió la señora con un par de palmadas—, estos daskins no se lavarán solos.
Al final bañaron a todos y les dieron ropas nuevas. Ahora Marco se sentía un tanto más fresco que antes. También aprovechó un momento para lavar sus botas y dejarlas secando. La foto se la guardó consigo hasta que las botas secasen y pudiese dejarla ahí de nuevo.
En cuanto a los trabajos. Cada uno fue enviado a una parte diferente, a hacer trabajos diferentes. Marco fue enviado a realizar trabajos de fuerza. Mover troncos de un lado a otro, luego cortarlos y mover esos trozos a otra parte. Se astilló bastante, y por ello se pasó la noche quitándose las astillas con una pinza para las cejas. Cuando terminó su tarea se echó hacia atrás y soltó un suspiro de alivio. Dejó la pinza a un lado y se quitó los trocitos que quedaron esparcidos por su pantalón, teniendo el cuidado de no volver a clavárselos mientras se los quitaba.
Alguien vino por detrás y le tocó el hombro. Se trataba de aquella mujer que los había limpiado a él y a sus compañeros al llegar.
— Hora de cenar —dijo esta.
Llevó al tipo hasta una habitación en donde allí vio a una gran cantidad de daskins. Todos ellos reunidos en torno a una olla grande, junto a la cual había algunos panes y un cubo con agua. Varias daskins estaban sirviendo un tazón de lo que parecía ser estofado a cada uno de los presentes en la habitación. Marco se sentó en donde pudo y quedó maravillado al ver la unión entre todos aquellos daskins que no se conocían de nada, más que del trabajo o las mazmorras. Más sus caras no eran precisamente alegres, aunque, cuando alguna de las mujeres les entregaba un tazón con comida, la mayoría solía responder con una sonrisa simple y un gracias.
Por lo que había visto el primer día, aquel lugar no parecía ser peor que la cárcel. Pero los presentes en ningún momento parecían mostrar algún indicio de que prefiriesen aquello a estar encerrados.
— Ten —oyó una voz femenina por encima suyo.
Alzó la mirada y vio como una mujer con un pañuelo blanco en la cabeza le entregaba un tazón.
— Gracias —dijo este, estirando las manos para recoger el tazón.
— En el cubo junto a la olla hay cucharas de madera, toma una.
Y el muchacho sonrió y asintió a la mujer. Ella asintió de forma comprensiva, y luego se dispuso a volver con su tarea.
— Espera —llamó él.
La mujer del pañuelo se giró y clavó los ojos en él.
— Oye, ¿aquí es mejor que en la cárcel?
Ella se lo quedó mirando durante un rato y luego se colocó la falda detrás de las rodillas y se agachó.
— Aquí es muy distinto a la cárcel, lo sé porque yo estuve prisionera. Aquí no estas todo el día pudriéndote en tu misma inmundicia, aquí puedes bañarte para no oler a muerto, aquí puedes comer mejor que en la cárcel. Pero seguimos siendo cautivos. No existe la libertad para nosotros. Nuestra única esperanza es la de vivir una vida lo más tranquila posible dentro de la servidumbre hacia los jazirs.
— Pero, por lo poco que has dicho, las condiciones son mejores que en la cárcel. Además, los trabajos aquí no parecen ser del todo malos.
Ella negó con la cabeza.
— Es tu primer día aquí, y no te culpo por pensar que aquí vives mejor que en la cárcel, pero, tarde o temprano tendrás que hacer algo que no te gusta. Y eso te hará dudar si es mejor o no estar encerrado.
— Hedia, ¿qué haces hablando? Tus compañeros tienen hambre, muévete —ordenó la que, a partir de entonces, Marco consideraría la matrona del lugar.
— Ya voy.
Y así, esta abandonó al tipo. Marco comió en silencio, como la gran mayoría. Algunos intercambiaban palabras, pero sólo con alguien conocido, y nadie más.
Marco sospechaba, por la respuesta que le había dado la mujer del pañuelo, que en aquel lugar pasaban cosas. En cualquier momento podría llamar a Nachos e irse, pero no sé sentía tranquilo dejando a aquella gente, así como así. De primeras, Xenium no daba buena espina, pero, por lo poco que había visto, tampoco parecía un monstruo. Además, si huía, lo haría por aire, y los perros no podrían alcanzarlo. Pero, si por culpa de él los demás fuesen a pagarlo, no se lo perdonaría. Por el momento se quedaría allí un tiempo para ver si podía hacer algo.
Al terminar de cenar, Marco salió un rato para tomar aire. Las estrellas estaban bonitas aquella noche. Se llenó de aire fresco y luego soltó un suspiro tranquilizador.
— ¿Es tu primera noche aquí y ya estás intentando escapar? —escuchó decir a alguien.
Se giró de golpe y vio en el balcón a Xenium, vestido con una toga, y con una copa de vino en la mano.
El humano dio un pequeño brinco de la sorpresa. Xenium pensaba que quería escapar. Eso no era nada bueno.
— Pues, yo —dijo, tartamudeando, como si las palabras no le salieran.
Xenium se echó a reír, tanto que derramó un poco de vino encima de su traje.
— Tranquilo, esclavo, solo me estaba divirtiendo contigo. Por mi como si das una vuelta entera a todo el bosque. Mientras estés aquí cuando me despierte a primera hora, no tendremos problemas. Sino... Bueno, mis perros se darán un festín.
Volvió a reírse, metiéndose en la mansión, y dejando solo a Marco otra vez.
— Es alguien muy peculiar —se dijo a sí mismo.
— Sí, es como si estuviésemos vigilados todo el tiempo por él.
Marco se alarmó al oír otra voz. Se dio la vuelta y vio a Atsnir a su espalda.
— Oh, eras tú.
— ¿Acaso te he asustado?
— Solo un poco.
— No me extraña que Tarka te moleste. Resulta divertido —dijo Atsnir, sentándose en el césped, mirando al cielo.
Marco sintió un poco de envidia, así que decidió acompañarlo.
— ¿Cómo te sientes ahora que estás fuera de la cárcel? —le preguntó al daskin.
— Diferente. Más cómodo, tal vez. Pero no me engaño, esto sigue siendo una prisión para nosotros, solo que más grande.
— Sí, creo que hay una chica allí que opina igual que tú —dijo el tipo, un tanto reflexivo—. ¿Qué piensas de ellos?
— Pienso que han perdido algo muy importante: el espíritu. Veo sus rostros apagados y cabizbajos. Sus voces han sido acalladas. Y la voluntad en sus corazones se ha doblega do. Es como si se hubieran resignado a la idea de vivir así hasta el final de sus días.
Las palabras de Atsnir eran arrolladoras. Por lo que decía, este había podido ver mucho más allá de lo que Marco había hecho.
— ¿Acaso quieres devolverles su espíritu?
— Sí.
— ¿Cómo?
— No lo sé, pero lo haré.
Se oía muy seguro de sí mismo a pesar de no saber qué haría.
— Marco —dijo el daskin, llamando la atención del humano—, ahora quiero hacerte yo un par de preguntas.
— Dispara.
— ¿Qué?
Cierto, esa es una expresión moderna.
— Digo que preguntes.
— ¿Cómo hiciste eso cuando te golpeé? Lo de salir volando hacia atrás.
— Ah, eso. Pues... Juego de piernas —dijo, un poco nervioso.
Atsnir se le quedó mirando, enarcando una ceja. Y al cabo de un rato se encogió de hombros.
— Eres raro, debo decir. Pero admito que tienes una gran habilidad usando las piernas. Aun así, ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué tenías ganas de sacarme de aquel lugar?
Esta vez, Marco le sonrió a su compañero.
— Sentí que eras del tipo de persona que ayuda a los suyos, y pensé que harías más estando fuera del calabozo que estando en él.
Atsnir también sonrió.
— Eres extraño, Marco —dijo, poniéndose de pie, y colocándole una mano en el hombro al tipo—. Pero me pareces un buen daskin... o humano.
Tras decir eso, el daskin volvió con el resto, y dejó solo al humano. Marco se sintió conforme, y volvió a mirar hacia las estrellas.
— Sí, me quedaré aquí por un tiempo.
A la mañana siguiente los trabajos fuertes de Marco continuaron. Todos se basaban en la fuerza bruta y en la resistencia. Todos los días fueron así. Se preguntó a sí mismo cuántos troncos necesitarían allí, porque ya había talado unos seis árboles tras una semana de trabajo. Después vinieron los trabajos de campo. Había animales que se utilizaban para tirar de los arados y otras herramientas agrícolas. Pero le pedían que Marco las tire él mismo, a base de fuerza bruta. Le parecía un trabajo innecesario habiendo animales para ello, pero tenía que admitir que aquello le ayudó a recuperar cuerpo y músculos. Así durante un par de meses, hasta que un día Xenium decidió llevárselo consigo.
— ¿Quiere que vaya con usted? —preguntó, extrañado.
— Así es, fortachón. Tu y yo nos iremos a visitar a unos amigos, así que hoy no harás trabajos.
No sabía que pensar sobre ello, pero tampoco tenía más opción que seguirlo.
Ambos se subieron al carro de Xenium. Era un lugar con asientos de piel, y bastante cómodos. Mientras viajaban Xenium hablaba del lugar y del paisaje, de las diferentes casas o mansiones que pasaban, y así mataban el tiempo.
Cuando llegaron, los recibieron dos sirvientes daskin que los invitaron a pasar a otra mansión. Fueron por la parte de atrás y bajaron por unas escaleras hasta llegar a un lugar peculiar. Se trataba de un espacio apartado y bien adornado con un círculo de unos quince metros de diámetro en el cual se veía a dos daskins peleando. La pelea debía de ser intensa, porque había restos de sangre esparcidos por el suelo.
— ¿Qué es este lugar?
— Este es el círculo de peleas, aquí es donde varios nobles traen a sus mejores daskins para hacerlos pelear entre ellos. Hoy te tocará hacerlo a ti.
—-—-—-—-—-—-—-—-—
Comentarios del escritor:
Hoy, en la rosita de Guadalupe, tenemos a Marco junto a los daskins:
María Juana miraba todos los días al nuevo allegado. Lo observaba trabajar con ímpetu, sin descanso. Ella ya conocía a los de su especie, y era normal que no se cansasen, pero este, mostraba signos de cansancio, lo cual solo podía significar que estaba trabajando muy duro. Pese a ello, el tipo no se detenía. Llevaba y traía troncos de un lado a otro y los cortaba como si nada. Se le marcaban las venas de los brazos y las del cuello. Y cada vez que el hacha partía la madera en dos, algo en el corazón de María Juana se estremecía. Un día lo estuvo observando al tipo mientras hacía sus labores, y debió de haber estado observándolo un buen rato, porque este se percató de ella, y le devolvió la mirada.
Nerviosa, María Juana intentó disimular, y acabó tropezando con su propio vestido de forma estrepitosa. Humillada, se levantó cómo pudo y salió corriendo sin mirar atrás.
— Ay, madresita. No sé que me está pasando. No puedo dejar de mirar a ese hombre, y mira que he visto a muchos como él. Pero cuando este me devuelve la mirada siento que podría desmayarme.
— Hijita, eso es que estás enamorada.
— ¿Enamorada?
— Así es hijita.
— Pero, madre, enamorarse siendo una esclava es una de las peores cosas que me puede pasar. No podremos estar juntos porque tendremos que vivir bajo la opresión de los jazirs.
La madre, le dio una bofetada a su hija, la cual la miró a ella, desconcertada.
— Yo no crie a ninguna cobarde. Tú eres María Juana, permítete soñar. Y si lo haces con fuerzas, el día de mañana podrías tener un amor prohibido con ese hombre.
— Tienes razón, madre. Me dejaré soñar. Y quizá el día de mañana ese hombre y yo podamos estar juntos.
— Ojalá tu padre estuviera con nosotras para ver esto.
Mientras tanto, Marco seguía cortando, cuando Atsnir apareció un momento para visitarlo.
— ¿Qué tal llevas tu trabajo?
— Bueno, solo es esfuerzo físico. Podría ser peor. Lo que sí, me gustaría que esa mujer extraña dejase de mirarme tanto, me pone incómodo.
—-—-—-—-—-—-—-—-—
Antes de que nadie diga nada, no, no me he visto la rosa de guadalupe... solo lo hice por los memes.
Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.
Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro