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Capítulo 20: Los daskins y los jazirs

Uno no sabe lo que tiene en su vida hasta que pierde lo más importante: su libertad.

— Anónimo

Notaba el cuerpo un tanto entumecido. Abrió los ojos con cierta pesadez, y lo primero que vio fue un suelo oscuro y húmedo hecho de piedra. El ambiente olía a cerrado y a que la humedad había estado presente durante un largo tiempo allí. Moho, ¿tal vez?

— Vaya, parece que por fin despiertas —le dijo alguien a su lado.

Marco, rápido giró la cabeza hacia la izquierda y vio a un tipo de piel morena. En comparación con la suya, podía decir que este estaba más "tostado" que él. Se le veía alguien joven, o al menos presentaba el aspecto de un humano a sus veintisiete años, aproximados. Tenía el pelo un tanto largo y desmarañado. Le llegaba hasta los hombros, y era negro. Y los ojos eran de un color miel apagado, muy llamativos a su parecer.

— ¿Quién eres? —preguntó, confundido. Se fijó en una pared húmeda y oscura detrás de él tipo, así que echó una mirada a todo su alrededor, y se dio cuenta de que estaba encerrado en un calabozo—. Y ¿dónde estamos?

— Yo soy Atsnir, hermano mío. Y ahora mismo te encuentras en casa —dijo en tono firme, pero lo último estaba cargado con cierto aire de ironía.

Marco volvió a echar un vistazo a la celda. Se fijó en que delante de él había muchas otras, y en estas había hasta tres personas encerradas, las cuales presentaban los mismos rasgos físicos que el tal Atsnir. Estas permanecían sentadas mirando al suelo, o recostadas en las camas de paja que había por allí. Aunque alguna que otra parecía entretenerse con algún juego de palabras, o contando historias.

— No parece un ambiente muy hogareño —observó Marco, siguiendo la analogía del moreno.

— Eso es porque no es nuestro hogar, solo es nuestra casa —Atsnir se le acercó al oído y le susurró algo—. Al menos de momento.

Algo que dejó un poco extrañado al tipo, puesto que no acababa de comprender en qué contexto quería decir eso.

— Tranquilo, estás entre amigos —dijo una mujer, detrás suyo.

Marco se giró un momento y vio a una mujer joven del mismo tono de piel que Atsnir, y también parecía rondar su edad. Esta tenía ojos tan anaranjados como el ocaso, y cabello azabache.

— Estás entre hermanos —rectificó Atsnir por ella, colocándole una mano en el hombro al tipo.

La actitud del tal Atsnir parecía ser la de una persona cercana a los demás, ya que le decía hermano, no como una simple expresión, sino como si este en verdad lo viese como a un igual, como a un hermano.

Se fijó en que este tenía un par de grilletes en los brazos, los cuales estaban unidos a una cadena. Al ver eso, comprobó que él también los tenía.

Atsnir pareció caer en la forma en la que Marco miraba sus nuevas ataduras.

— Son para que no podamos acercarnos de más a los barrotes. Varios de los nuestros han intentado atacar a los jazirs en tiempos pasados, y por eso nos pusieron estos grilletes —explicó Atsnir, denotando cierto resentimiento en su voz.

— ¿Quiénes son los jazirs?

Tanto Atsnir como la joven se miraron el uno al otro.

— ¿No sabes lo que son los jazirs? —preguntó ella, y Marco negó con la cabeza—. ¿En dónde has estado metido todos estos años? ¿Acaso eres uno de esos daskins que ha nacido en alta cuna? —esta le dio un vistazo rápido al tipo—. Por aspecto podría creérmelo, si te lo propusieras podrías aparentar sen una chica sin tanto músculo. Pero por forma de vestir y por olor creo yo que no es el caso.

Atsnir se llevó una mano al estómago y se echó a reír.

— Perdona a Tarka, es un tanto directa a veces. Pero es que resulta bastante peculiar ver a un daskin que no sepa nada de los jazirs.

— Es que yo no soy uno de esos daskins de los que están hablando, soy un humano.

— ¿Un huqué? —preguntó la joven que, por lo que Atsnir había dicho, se llamaba Tarka. Esta se mostró un poco extrañada al oír esa palabra.

Atsnir, en cambio, se mostró un poco más serio. Ese rostro de seguridad y confianza que había mostrado desde el primer momento en el que lo vio, cambió de golpe.

— Nunca había escuchado hablar de ese tipo de criaturas —dijo el moreno.

Marco cayó en la cuenta de que era normal que aquellos seres no conocieran a los humanos.

— Son personas similares a ustedes que viven en otra dimensión —explicó este.

— ¿Similares a nosotros? ¿Acaso los tuyos fueron tratados como esclavos sin ningún tipo de consideración por sus vidas? —preguntó Atsnir, alzando una ceja.

Marco hizo memoria. Pese a que la pregunta de Atsnir fuera tan peculiar, Marco pudo recordar momentos en el que la humanidad había esclavizado o tratado con total falta de consideración a los de su clase. Eso era cosa del pasado. Mas era cierto que había ocurrido.

— Sí, sí que les ocurrió eso. Pero ahora ya no es así. Los tiempos cambiaron.

Atsnir volvió a sonreír con confianza.

— Entonces entiendes nuestro dolor, eres uno de los nuestros.

— Con eso quieres decir que los daskins son...

— Esclavos de los jazirs, sí. Mi pueblo y el suyo son dos muy distintos. Nosotros, los pieles rojas, que nos llaman, somos una raza trabajadora y tenaz. Podemos trabajar de sol a sol sin cansarnos y sin padecer por el frío o el calor. En cambio, los jazirs no, esos pieles pálidas son débiles, pero se creen mejores que nosotros porque son capaces de crear sustancias nocivas. Gracias a estas nos encerraron como si fuésemos ganado. Y los que no están aquí sirven de esclavos jazirs, bajo la amenaza de muerte en caso de negarse —explicó Atsnir con rostro serio.

— Siento oír eso.

— Tranquilo, no tienes que sentirte mal. Después de todo, padecerás el mismo destino.

— Supongo que tienes razón. Los guardias de la ciudad me confundieron con un esclavo.

— ¿Sin dueño? —añadió Tarka—. No me extraña que te hayan enviado aquí. Y espero que no llevaras nada encima, a parte de la ropa, porque si lo hiciste, ya puedes despedirte de ello.

Choppo, pensó Marco, de golpe. Se miró la cintura, y cómo sospechaba, su espada ya no está a ahí. Era de esperarse. Pero, al pensar en qué más podrían haberle quitado, recordó la foto de él y Eclipsa. Se llevó la mano a la bota, y sintió un trozo de papel guardado en la parte de dentro. Suspiró aliviado al comprobar que la imagen aún seguía ahí.

— Oh, menos mal que sigue aquí —se dijo a sí mismo.

— ¿Qué cosa, tu ropa? Es normal que no te la quitaran, con lo roñosa que está habría sido mejor recibir alguno de los harapos que usamos nosotros —se rio Tarka.

Marco se fijó en ello. La ropa de sus compañeros no era más que unos trozos de tela sucia y marrón que, como mucho, solo les cubría lo necesario. Atsnir tenía un pantalón que le llegaba hasta poco más allá de las rodillas. Y Tarka un vestido que con suerte alcanzaba las rodillas de la chica. Los cuerpos de ambos mostraban algunas marcas, como algún corte o latigazo, pero estos no parecían ocultarlas ni sentirse avergonzados.

A decir verdad, el humano sintió lástima por esos dos, pero no sabía qué hacer al respecto. Solo sabía que tenía que salir de allí para seguir buscando una forma de sacar a Eclipsa.

— Atsnir, ¿cómo se sale de aquí? —preguntó el tipo.

A espaldas de Marco, Tarka se echó a reír sin control. Atsnir, por su parte, solo sonrió de forma irónica.

— Hermano, eres un prisionero, la única forma de salir de aquí es como esclavo. Cada miércoles se hace un pequeño desfile de prisioneros para los jazirs. Allí es donde estos deciden si comprarnos o no para ser esclavos —explicó este.

— Entiendo... ¿en qué día estamos?

— Lunes. Dentro de dos días se celebrará un desfile. Pero no sé si tomarán a los prisioneros de esta celda.

— ¿Cómo se sabe eso?

Atsnir se encogió de hombros.

— Llevo aquí unos años, y ya me conozco el sistema. Si las cosas fuesen como tendrían que ir, entonces en dos semanas tendrían que sacarnos a desfilar a los que estamos en esta celda, pero los guardias han decidido pasar por alto nuestra celda en repetidas ocasiones.

— ¿Qué? ¿Por qué?

— No le caigo muy bien a los jazirs —dijo, con una sonrisa un tanto arrogante, como si se enorgulleciera de ser odiado por los jazirs. Aunque Marco supuso que era algo normal, teniendo en cuenta lo que estaban pasando.

— Entonces, ¿qué puedo hacer?

— Puedes intentar escapar, o puedes intentar actuar como un perrito faldero y hacer de buen chico para que te vendan a algún jazir.

Marco suspiró con pesadez. Al parecer sus opciones eran limitadas y poco agradables. No sabía cómo sería el trato allí, o si algunos daskins querrían salir de allí como esclavos. Lo único que sabía era que sabía poco, o más bien nada. Así que por el momento se limitaría a esperar y ver cuales podían ser sus opciones.

— De acuerdo —dijo el humano, poniéndose cómodo—. Supongo que esperaré un poco a ver qué puedo hacer. Por cierto, me llamo Marco.

— Nunca había oído ese nombre —dijo Atsnir.

— Ni yo —confesó Tarka.

— Supongo que es cuestión de habituarse. Por cierto, ¿qué hago si quiero ir al baño?

Tarka sonrió con malicia, le tocó el hombro, y apuntó a un balde cubierto por una capa de paja. Marco abrió los ojos como platos y luego volvió la mirada hacia la mujer.

— ¿Ahí? ¿Delante de ustedes? —preguntó, todavía sin poder llegar a creerlo.

Tarka ensanchó aún más su sonrisa.

— Supongo que es cuestión de habituarse —dijo ella.

Marco miró a Atsnir, y este no dijo nada, solo se encogió de hombros. Sin embargo, él también había sonreído, no tanto como Tarka, pero se le notaba que, por la cara que Marco había puesto, la situación le había hecho gracia.

Nunca había estado en una cárcel. Bueno, nunca, exceptuando aquella vez que Ludo (Toffee) se apoderó del castillo. Al ser tan poco el tiempo que había pasado en una celda en aquella ocasión, no lo contó como una experiencia en la prisión, al menos no por completo.

La situación en la que se encontraba ahora era muy distinta a la de antes. Aquí las cosas funcionaban de la siguiente manera. El tiempo en los calabozos era total. En la tierra había visto reportajes sobre prisiones, y sabía que los prisioneros tenían tiempo para salir a un patio y al menos despejarse y tomar el sol. En este sitio no era así, como era de esperarse, los jazirs no tenían métodos de control de masas como para poder dejar salir a los daskins a tomar un poco de aire libre, o al menos esa era la sensación que le daba al humano, ya que, en ningún momento, ningún guardia se había acercado a la celda para otra cosa que no fuera traer comida. O puede que sí tuvieran métodos de control de masas, pero que simplemente no quisieran dejar salir a los daskins.

Volviendo a la comida, solo había una durante todo el día, la cual consistía en una barra de pan para cada uno y en un cubo de agua que compartían entre los tres. Lo suficiente para no morir de inanición, pero no tanto como para sentirse lleno. Mediante la observación, Marco comprobó que sus amigos racionaban lo que recibían, y así se aseguraban de tener lo suficiente para no pasar tanta hambre. Decidió imitarlos y hacer lo mismo que ellos.

Para su disgusto tuvo que hacerse a la idea de ir al baño en aquel cubo apartado en la celda. Le era un tanto incómodo intentar hacer sus necesidades mientras tenía gente cerca. Nunca había hecho nada similar. Como mucho, hacer sus cosas en los bosques con Nachos cerca, pero era su compañero animal, así que le daba bastante igual. Tarka se percató del reparo que tenía el tipo a la hora de ir al cubo, y se dedicó a observarlo para hacer de la tarea aún más incómoda. Por suerte Atsnir se apiadaba de él y le decía a Tarka que lo dejase en paz. Y aunque seguía siendo incómodo porque lo escuchaban, agradecía el gesto.

A diferencia de Marco, Tarka no tenía ningún inconveniente en que la oyeran ir al baño, o que la mirasen. Marco evitaba hacerlo, por cortesía, pero a veces la curiosidad le podía y echaba una mirada de reojo. Pero Tarka siempre lo atrapaba, y cuando lo hacía, sonreía con malicia.

— Degenerado, me estabas mirando —le decía con calma, mientras no perdía su sonrisa maliciosa.

Eso ponía a Marco en evidencia, y hacía que se sonrojase de la vergüenza.

— Solo fue un segundo —se defendía mientras se cubría los ojos para no manchar aún más su imagen.

Aunque en varias ocasiones Atsnir le había ayudado diciéndole a Tarka que no le mirase mientras estaba haciendo sus cosas, eso no significaba que no fuese a aprovechar una situación en la que podía reírse si tenía la oportunidad.

— Marco, ¿estabas mirando a Tarka? —decía con voz exagerada.

Y el adulto se dio cuenta de que Atsnir hacía eso para burlarse de él, pero no podía evitar sentirse apenado por la situación.

— Te digo que solo fue un segundo de nada. Además, no quise fijarme. Fue sin querer.

— Entonces, ¿me estás diciendo que mientras ella estaba haciendo sus necesidades tú te giraste y la viste sin querer? —preguntó, de nuevo, en tono exagerado.

Al escucharlo de esa forma, Marco coincidió en que la excusa sonaba poco creíble, y se atascó un poco.

— Y-yo... yo...

— No te preocupes, Marco —dijo Tarka, colocándose detrás de él—. No me molesta que me mires. Después de todo —se le acercó al oído—, yo también lo haré —le dio un par de palmadas en el hombro y luego se fue riendo a su rincón.

— Oye, que en ningún momento quise mirarte. Oye... Espera, ¿qué fue lo que tocaste con esa mano? —pero ella no dijo nada, solo se siguió riendo—. ¡Tarka!

Superada esa situación, comprobó que, de los tres, él era el que más iba al baño, al menos al principio. Tenía lógica, ya que él era el que estaba mejor alimentado de los tres. Ellos no tenían sobras de comida, por lo que sus cuerpos intentaban aprovechar todo lo que consumían.

Y, por último, las camas, las cuales estaban hechas de pajas, o más bien, solo eran un montón de paja. Eran incómodas a más no poder, y el único motivo por el cual Marco las usaba, era para que la humedad y la mugre del suelo no lo ensuciase aún más. Le hubiera gustado darse un baño, pero, claro, no había baños para ellos.

Aparte de eso no había mucho más allí en las mazmorras, solo lo poco que les daban y lo poco que tenían allí dentro.

Esto hacía que la situación se tornase entre aburrida y agobiante en varias ocasiones. Marco no sabía cómo se llevaban Tarka y Atsnir, pero en ocasiones este se encaraba con ellos. Con Atsnir se daba pocas veces la situación, ya que era alguien que no solía mostrarse conflictivo con ellos. Pero con Tarka... Esa era una historia muy diferente. Tarka se divertía molestando a Marco. El problema, era que en muchas ocasiones no comprendía o ignoraba la situación actual en la que se encontraban. Esto se traducía en que, si Marco se encontraba de mal humor, ella igualmente lo molestaba, y a este se le colmaba la paciencia.

Era normal que esto ocurriese. Estar encerrados sin nada que hacer, y entre el calor, el hambre y el mal olor era imposible no caer en la rabia en alguna ocasión.

Pese a todo, Marco conseguía controlar esas emociones, gracias a la meditación. Además de ello, aprovechó para hacer una cama con la paja, y así tener una especie de colchón improvisado para no tener que clavarse los trozos de paja por todo el cuerpo. Utilizaba los pequeños palitos para entrecruzarlos y hacer una especie de bordado, similar a los que se utilizaban para hacer cestas de mimbre, o sillas del mismo material.

Atsnir y Tarka se mostraron interesados por aquello que el muchacho estaba haciendo y se le unieron. En gran parte lo hicieron porque no había mucho que hacer en ese lugar. Pero, sin duda los dos lo agradecieron, ya se habían acostumbrado a clavarse los palitos de la paja, pero tejer algo similar al tejido de una ropa era mucho menos incómodo que lo anterior. El gusto de ellos por aquella cosa fue tal que los compañeros de celda del otro lado quisieron aprender a hacerlo también. Y así, varios de los daskins que antes dormían a disgusto, ahora tenían una cama en mejores condiciones.

Los días pasaban a su propio ritmo, el cual no era uno acelerado. Y, tal y como había dicho Atsnir, después de dos semanas, los guardias pasaron por su celda para llevarlo para el desfile de esclavos.

— Tú, el que lleva ropas distintas, tú vendrás con nosotros —dijo uno de los guardias, acercándose a Marco con una llave, listo para liberarlo—. Tu cuerpo aún no está en un estado avanzado de desnutrición. A los compradores les gustarás.

— ¿Y a ellos no los sacan? —preguntó Marco, apuntando con el rostro a sus compañeros.

El guardia miró a Atsnir y Tarka con desdén y luego sonrió.

— ¿Qué me dices, daskin —preguntó el guardia, clavando la mirada en Atsnir, pues ya lo conocía bien—, crees que merece la pena sacarte para venderte a algún comprador?

Atsnir, que siempre mostraba una expresión tranquila, clavó los ojos en el guardia de forma desafiante.

— ¿Tú qué crees, jazir? —la ironía en su tono de voz era palpable.

El guardia le sostuvo la mirada por un momento, y luego, sin más, se giró para salir de la celda.

— Sí, pensar que ustedes podrían ser vendidos es estúpido.

Marco estaba siendo arrastrado hacia fuera de la celda. Le dedicó una mirada a Tarka y luego a Atsnir.

— Adiós, hermano.

No, no dejaría que se queden allí.

Cuando quiso salir de la celda, el guardia sintió un tirón de la cadena. Cuando se giró vio a Marco quieto.

— Esclavo, no te quedes ahí. Vamos, muévete. A menos que quieras que llenemos de dardos —dijo, y chasqueó los dedos índice y pulgar. Aparecieron dos guardias fuera de la celda, y ambos le apuntaron al tipo con unas cerbatanas.

— ¿Entonces vas a dejarlos aquí? ¿No llevan aquí años dando la lata?

— Eso a ti no te incumbe —tiró de él y lo obligó a moverse—. Me importa poco si se van o no, tarde o temprano morirán en esta celda.

— Pero ya llevan años aquí, y aún siguen con vida. Eso significa que no sabes por cuanto tiempo tendrás que soportarlos hasta que mueran.

De pronto, el guardia dejó de tirar, y se quedó parado por un momento, pensativo. Tras un rato ahí parado, volvió hacia atrás y comenzó a quitar las cadenas de Atsnir, y pasó a atárselas por la espalda.

— Tienes suerte de que no me caigas bien —le dijo el guardia al moreno.

— El sentimiento es mutuo —respondió Atsnir, denotando asco.

— Sí todo va bien, no nos volveremos a ver.

Hizo lo mismo con Tarka, y luego se llevó a los tres tirando de sus cadenas. Tirar de ellas y tumbar al guardia sería muy fácil para los tres apresados, pero también sería estúpido, ya que, detrás de ellos, los seguían otros dos guardias con las cerbatanas preparadas para disparar en cualquier momento.

Mientras seguían al guardia por aquel largo pasillo, Atsnir le dedicó a Marco una mirada llena de escepticismo. Marco le devolvió la mirada al tipo, y sólo sonrió con confianza.

Los llevaron hasta una especie de coliseo. El lugar estaba casi vacío. Sólo había unos cuantos jazirs situados cerca de las puertas de salida. Todos ellos bien vestidos y de porte noble. A ninguno le faltaba su par de esclavos daskin. En total se veía a ocho postores. Cada uno de ellos observando detenidamente con la mirada a los esclavos. Algunos sonreían, otros arrugaban la cara, y otros comentaban cosas entre ellos y se reían.

Por otra parte, en el coliseo se encontraba él y otros once esclavos más. Marco ya se lo esperaba, pero todos ellos tenían la piel muy morena. Y colores de ojos cuyas tonalidades iban ente el amarillo y al naranja.

— Compradores, ya nos dejaremos de esperas y pasaremos a presentar a los esclavos —dijo el primer guardia.

La dinámica era simple, el guardia presentaba al esclavo, y luego los posibles compradores decidían si comprar o no.

Así pasaron uno a uno a los esclavos, hasta que llegaron a Marco.

— Este de aquí es un daskin de piel pálida, en comparación con los suyos. Ha sido encerrado hace poco, así que aún conserva su buen estado físico. ¿Quién está interesado?

— Ofrezco diez de oro —dijo uno.

— Yo ofrezco quince —dijo otro.

— Yo veinte —otro más.

Pronto comenzó a haber una subida rápida de pujas.

— Cincuenta —rompió uno de ellos.

Algunos se quedaron sorprendidos, y callaron un momento.

— Yo ofrezco cincuenta y uno...

— Setenta monedas de oro —dijo uno con voz calmada.

El jazir en cuestión era uno de corte de cabello extravagante, mirada segura y una sonrisa autentica, pero que llegaba a ser incómoda de ver. Este, a diferencia del resto, solo venía con un daskin, pero este era uno bastante grande y musculoso. Tenía el pecho descubierto, solo usaba unos pantalones de tela, y una bolsa con dos agujeros para los ojos le cubría el rostro.

El resto de compradores se quedaron callados. Pasaron cinco segundos en los que nadie dijo nada, y el guardia dio por vendido a Marco.

— Vendido al Sr. Xenium.

Por el momento no movían a nadie, al menos no hasta terminar la venta de todos, o eso era lo que le parecía a Marco.

La siguiente fue Tarka. Cuando el guardia la quiso ofrecer, esta intentó morderle la mano al tipo, pero puso sacarla antes de que lo hiciera.

— Pero ¿qué te crees que haces, maldita mujer insolente?

Ella no dijo nada, solo le escupió al tipo en la cara.

— ¿Cómo te atreves? —preguntó, ofendido.

A modo de escarmiento, el guardia le dio una bofetada a la mujer. Entonces, sucedió algo muy peculiar.

— Me gusta su tenacidad —dijo el tal Xenium—. Y sobre todo me gustará romperla —dijo en un tono más bajo—. Ofrezco diez monedas de oro.

— Quince —pujo otro.

— Oh, no. Contra mí no se puja. Treinta monedas de oro. Y si alguien sube, que sepa que subiré más.

Varios miraron a Xenium con el ceño fruncido. Al parecer, estos sabían que hablaba en serio.

— Vendido al Sr. Xenium —anunció el guardia.

Ya sólo quedaba Atsnir.

— Y llegamos al último —dijo en alto—. ¿Algún interesado?

El silencio en el lugar era arrollador. Marco miró a Atsnir para ver qué hacía, pero este solo se mantenía parado, mirando a los compradores con ojos llenos de un profundo resentimiento. Lo odiaba, y eso se notaba.

Nadie quiso pujar por él. Por la expresión del guardia, parecía que iba a cerrar las ventas, pero Marco no quería que Atsnir volviese al calabozo. Ese tipo había estado mucho tiempo encerrado. Se le notaba que se preocupaba por los suyos, y por eso creía que este merecía algo de libertad.

— Xenium, ¿por qué me quieres? —preguntó Marco, alzando la voz.

— ¿Cómo te atreves a hablarle así a un noble? Esclavo inmundo —dijo el guardia.

— No, no. Déjelo hablar —dijo Xenium—. Ese hombre llama mi atención. ¿Qué quieres saber, tú...?

— Marco, me llamó Marco. Quiero saber por qué me compró.

— Marco, un nombre peculiar. Bueno, te compré porque te ves fuerte, y eso me interesa.

— Entonces también te interesa llevarte a Atsnir —apuntó con la cabeza a su compañero.

— Hmmm, no parece para nada fuerte —dijo Xenium, casi burlándose.

— Pero su apariencia engaña, y se lo puedo demostrar. Si el me da un golpe, verá lo fuerte que es.

— Para eso tendría que soltarlos, y no soy tan estúpido como para hacerlo —dijo el guardia.

— No, quiero ver esto, guardia —dijo Xenium.

— Pero, Sr. Xenium.

— Hágalo.

Al final, el guardia no tuvo más opción que hacer caso a las peticiones de un posible comprador de aquel esclavo, así que soltó a Marco y a Atsnir. Pero no sin antes asegurarse que sus compañeros apuntaban a ambos, en caso de que algo ocurriese.

Ambos tipos se colocaron uno delante del otro.

— No voy a golpear a uno de los míos —le dijo Atsnir al humano.

— Tranquilo. Tú solo hazlo. Confía en mí —sonrió Marco.

Atsnir no pareció llegar a entender qué tenía en mente Marco, pero se le veía seguro de sí mismo. Al final se encogió de hombros y se acercó al tipo, cerró el puño y le lanzó un golpe en la cara. En ese momento, Marco siguió la trayectoria del golpe, echándose hacia atrás y utilizando el impulso oscuro para dar la sensación de que el golpe había sido fuerte, pero tuvo que ser sutil. Salió volando unos cinco metros antes de caer al suelo y rodar. Tanto Atsnir como el resto de daskins se quedaron asombrados. Marco se levantó como pudo, miró a Atsnir y le guiñó un ojo.

— Ves, Xenium, te dije que era fuerte.

Xenium sonrió.

— Ciertamente, pero ahora me haces pensar que he pagado demasiado dinero por alguien como tú. A lo mejor no eres tan fuerte como aparentas —dijo, intentando provocar.

Marco lo sabía, pero no le importaba seguirle el juego.

— Si eso es lo que cree, podría pelear con el hombre que usted trajo.

Xenium miró un momento al daskin que había traído consigo, luego miró a Marco.

— Me gustas, esclavo. Tranquilo, no necesito que pelees contra él. Al menos no de momento —llevó la mirada hacia el guardia—. Guardia, también quiero al tipo de cabello desenmarañado. Me los llevaré a los tres.

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Comentarios del escritor:

Hoy, en detrás de las letras:

Cámara de Atsnir:

— Estar encerrado con esos dos todo el tiempo resultaba agobiante. Es decir, Tarka estaba intentando molestar a Marco todo el tiempo, y Marco se quejaba porque ella lo molestaba. A pesar de las cadenas ambos intentaban pelearse a cada ocasión que podían, y yo estaba en medio de todo. Una vez, casi me tiran el cubo que utilizábamos para ir al baño.

Cámara de Tarka:

— Marco cree que Atsnir lo podrá proteger de mí, pero se equivoca. Si no fuese porque ya no le quedan fuerzas, Atsnir habría intentado ahorcarse con sus propias cadenas con tal de no aguantarnos. Por lo tanto, solo es cuestión de tiempo para que este se canse. Y cuando eso pase, actuaré.

Cámara de Marco:

— Sí, la verdad es que Tarka me resulta insufrible, pero confío plenamente en que Atsnir vela por la paz comunal, y que por eso me defenderá.

Cámara de Atsnir:

— Si no los mato a ambos me mato yo.

Cámara de Marco:

— Sí, es un tipo confiable. Ojalá Tarka fuera así —mira a ambos lados—. Aquí entre nos, creo que Tarka quiere violarme.

Cámara de Atsnir:

—Está claro que, si Tarka pudiera, violaría a Marco.

Cámara de Tarka:

— Violaré a Marco.

Cámara de Marco:

— Creo que lo mejor sería dormir pegado a la pared, hoy y el resto de noches mientras aún estemos aquí, encerrados.

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Pasarán cosas, y espero que sean de su agrado, amigos míos.

Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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