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Capítulo 2: "Aquella tarde en Moscú"

Aquel día hubiese nevado mucho antes, aquel día el cielo era recubierto en un blanco absoluto, y Orrel hubiese recordado cada cielo que había visto en su vida.

Desde los campos verdes, donde recogía manzanas, las cosechas de febrero en un cielo nublado, el día en que comenzó a trabajar en la fábrica de tanques de guerra. El día nevado cuando papá murió pero que supo siempre amo, y el mismo día en que se unió al ejército rojo. Hubiese visto cientos de cielos en los países a los que ha ido para batallar, hubiese visto miles de tonos grises llegando a negro entre el humo de los tanques que disparan y dejan la sordera.

Y nunca olvidaría aquella tarde, en que durante la marcha de miles de soldados hubo uno, un muchachito pequeño, un muchachito de ojos grisáceo, un muchachito que le vio a los ojos. Y juraría que esa era el color del cielo gris. Un soldado de ojos vivaces, pero de tendencia manipuladora y sonrisa enervante. Como aquella tarde en Moscú.

Amaba el color gris desde ese día, siempre le gusto, ya sea por la nostalgia del mismo en el cielo, o los ojos del muchacho en la tierra. Ahí conoció al cabo de ojos grises.

Los recuerdos pasan en su mente, rápidos y fugaces.

Y entre la suave neblina fueron descubiertos de un manto blanco. Un blanco de humo cariñoso. Por el cual eran recibidos los valientes soldados que habían batallado valerosamente.

Y que les permitía volver a sentir los brazos de su patria. Los labios rojos se entre abren, belfos delgados que fácilmente se veían a simple vista eran suaves. Indecorosamente lábil, que pedía a gritos ser mordidos. Pero a la vez, la contemplación ante la apariencia de su cabo era inadecuada. Enfermiza, el Teniente alejo su vista del muchacho. Queriendo evitar imaginar lo que no debía. En aquella impertinente invitación que daba aquel chico con su sola apariencia.

Con su mera presencia.

Y sin mencionar el brillo en su mirada.

No deseaba permanecer en un solo sitio. Así que siguieron caminando. Fielmente el cabo de ojos grises seguiría a donde fuera el Teniente. Siempre...hasta no poder más.

El teniente Orrel Sergéevich Smirnov estaba de descanso por aquel entonces. Visitando nuevamente la capital, a su lado en menor estatura estaba su pequeño y amistoso asistente. El cabo de infantería Konstantine Ivanov hacía de su acompañante. O como hubiésemos de conocerlo, nuestro cabo de ojos ceniza.

La gente evitaba su andar, abriéndose paso para no interrumpir la caminata de los soldados. Culpa mayor al teniente.

Smirnov poseía una musculatura vulgarmente enorme, un hombre podría sentirse morir en la envidia absoluta ante su apariencia. Omoplatos duros, una espalda ancha, que alguna vez cargo costales y vigas de metal pesado, antes de unirse al ejército. La fuerza en sus bíceps mostraba como fácilmente podría matar a una persona de un golpe. Piel mentadamente bronceada por el sol abrasador de la India, una barba negra medianamente poblada. Sus botas suenan demandantes para que los peatones se largaran de su camino.

Pareciera un dictador con semejante apariencia, con aquellos ojos negros por igual. Simplemente causa repelús contra todos aquellos que busquen su amistad. No había nada de bello en el Teniente para ser sinceros. Tosco y bruto es mejor para describirlo, apariencia robusta y absoluta rudeza.

Poseía tantas cicatrices en su cuerpo que afeaban su rostro. Le habían cortado por debajo de su frente. Le han dado un disparo de metralleta en su brazo derecho, se había quemado el cuello con un soplete encendido. Le han apagado cigarros en la mejilla izquierda. Le faltaba medio dedo meñique en su mano derecha y le habían intentado cortar la oreja izquierda.

Y donde los demás vieran el horror de la guerra. Hubiese alguien que amara la belleza de ella.
El cuerpo de nuestro Teniente ha soportado innumerables infiernos en esta vida. Por ello era temido y respetado, su envergadura podía hacer que un enemigo le temiera, la guerra estaba escrita en su rostro. Lamentablemente.

Malicia, dolor y odio absoluto en su mirada seria todo lo que el mundo viera en su alma. Pero no lo que veía el pequeño cabo a su lado. Quien pareciera un niño pequeño. Feliz de verlo y de tenerle como compañía. Le miraba como si fuera una estrella del cine o el teatro.

Perdido en su mirada y en su alma.
Orrel era un hombre muy callado, no era el tipo de persona que hablara sobre asuntos triviales como, "Que bonita tarde ¿Verdad?" O también "Es posible que venga mal tiempo". Muy pocas veces hablaba con alguien que no fueran sus oficiales y en compensación no muchos hablaban con él. Y su apariencia no le ayudaba nada tampoco.

Pero por alguna razón sospechosa aquel muchacho había logrado acostumbrarlo a las pláticas. Ese muchacho siempre buscaba un tema por el que hablar, ya sea la música, la danza, el tiempo, las estaciones, los libros, política. Podía decirse que tenía siempre que conversar con él.

— ¿Sabe cuánto me gustan las tardes en Moscú? — Le pregunto el cabo de ojos grises. Su sonrisa era tan bonita, tan blanca y pura. Como la inocencia misma. Pero la actitud de un demonio. Sus ojos tan grises y brillosos. Sus cabellos tan rizados y suaves. Tan guapo. Y tan malditamente tentador.

Konstantine siempre buscaba un pequeño rato de intimidad a su lado.

Le invitaba a comer, le traía té o ginebra para beber. Le llevaba pequeños detalles. Y aunque no lo quiera admitir, comenzaba a gustar de la compañía del chico. Más cuando estaban solos en ese momento.

— No joven Konstantine, no lo sabía — Y tan seco como siempre, buscaba que la plática terminara rápidamente. Estúpidamente por creer que los hombres no deben ser tan amistosos entre ellos. "No soy un puto maricon chupavergas para que piensen que este estúpido mocoso es el que me cojo en mis noches durante el servicio"

Orrel tenía severas sospechaba desde hace un tiempo, entre esos detalles y pequeños obsequios. Que tal pareciera, Konstantine mostraba un gusto por él. Sospechas bien fundamentadas, dentro de poco sabría que tenía razón.

El cabo no dice nada sugerente, es cuidadoso, pero vaya que lo demostraba.

— Bueno, señor Smirnov. Mi abuelo me decía que una tarde tan hermosa no se debe desperdiciar sin hacer nada— El muchacho nervioso buscaba valor para hablar. Ahí estaba una muestra coqueta de algo más... — Emm... ¿Sabe? El coro rojo dará una presentación en el teatro Bolshói. Interpretaran varias canciones... ¿Le gustaría venir conmigo?

Ese muchacho no se rinde. ¿Verdad? Por más veces que le dijera que en otro momento, o que estaba muy ocupado. No se rendía. Por lo menos Orrel podía decir que el cabo lo estaba intentando bastante. Por todos los medios buscaba una cita a solas.
Pero ¿Por qué no? Era difícil no encariñarse con el chico.

¿Qué si le gustaba al cabo? Ese día era diferente. Ese día pareciera que la suerte le sonreía al joven y enamoradizo soldado. Ese día parece que el teniente quiere saber que pasara si acepta una cita silenciosa con un maricon. Como vulgarmente los declaraba Orrel. Se hacia las falsas conjeturas que en lo único que piensan los homosexuales es en coger.

El teniente asintió.

— Claro. Me encantaría— Ante la respuesta, el cabo de ojos grises lo volteo a mirar. Ni siquiera él se esperaba que esa vez le dijera que sí.

— ¿De... de verdad? — Y obviamente no pudo ocultar su emoción. La sonrisa de Konstantin volvió, perlas blancas que brillaban con esa hermosa sonrisa en sus labios. Y pequeños hoyuelos en sus mejillas. Un arma poderosa que comenzaba a calar profundo en el frío y lastimado corazón de Orrel.

— Con cuidado Cabo Ivanov. — Le advirtió en silencio el teniente, mientras el muchacho dejaba de sonreír y asentía en silencio. Varias miradas se fueron a ellos dos, unas mujeres, varios hombres, como diez policías en las calles. En silencio y calma le pidió que le siguiera a un lado para irse rápido de la avenida — Recuerda que las paredes oyen y los ojos juzgan. No mancilles nuestro uniforme con sospechas— Le explico, Konstantin simplemente agacho la cabeza y mantuvo serenidad en su rostro.

— Si, mi teniente compañero mayor.
Le contesto el cabo.

Ambos volvieron a caminar en silencio, cuando hubiesen estado en más privacidad sin tanta gente alrededor. Orrel le dio palmadas en la espalda al muchacho y este alzo su rostro con una sonrisa.

— Venga, tenemos una tarde que aprovechar, hoy es mi único día libre de lo que queda de este mes. Quiero pasarlo contigo — caminaron rápidamente. Orrel era un hábil espía sin desearlo y aunque le costara, nadie le pondrá los ojos encima al cabo.

"Muy bien..." Pensaba el teniente "Es solo un muchachito, no sabe que lo que quiere está mal. Vera que yo no le gusto y se dará cuenta que tampoco los hombres. No permitiré que manden a este chico a un psiquiátrico"

El teniente muy a pesar de su carácter reservado y dura crudeza. No deseaba ningún mal para ese chico. Buscaba más bien darle una lección de vida.

El cabo no tardo nada en arrastrar al teniente de local en local. Diciéndole que tenía que probar el té de una tienda recién abierta hace poco. Y que en otra tienda no muy lejana tenían en exhibición unos podstakannik muy hermosos. Los cuales eran unas tazas de metal sobre el que se colocan vasos de cristal. Esas tazas eran especiales de celebración y quería aprovechar en comprar algunas.

— Cabo Konstantine. ¿Para qué quiere tantas tazas de podstakannik? Ya se venden muchas en las tiendas — Le pregunto Orrel viendo como el cabo traía una caja completa llena de dichas tazas de condecoración y especiales de Moscú. —Es probable que lleves mínimo unas veinte tazas —

— Vera usted. Lo que pasa es que mis padres viven en Úglich. ¡Y ellos son fanáticos y coleccionistas de estas tazas! Y como estas son de temporada las hace más coleccionables y especiales. Como ellos no viajan seguido mejor yo les llevo algunas, están baratas puedo llevarme más para mis hermanos, mis tíos, primos y para mi abuelo. ¡Los pone muy contentos! Y además es su regalo para Novi God — Novi God era su navidad, solo que esta se celebraba el 1 de enero. Y obviamente vería a su familia cuando ya estuvieran en esas fechas. Pero eso le parecía extraño al teniente.

— Espera un momento joven Konstantine. ¿Oí bien o...? ¿Dices que regresaras para novi god? Porque déjame recordarte que no tienes registrado que no tendrás vacaciones sino hasta dentro de muchos años ¿No lo sabias?— Le recordó el teniente.

El muchachito de ojos grises sonrió de vuelta. Era una sonrisa triste. Entraron por un callejón carente de vida que no fuera la de un perro o un gatito con correa en las orillas.

— Si señor Smirnov. Se perfectamente que no veré a mi familia en unos años más. Pero aun así... — El chico hizo una pequeña pausa antes de seguir. Con el corazón a mil por hora, a punto de revelar su alma.

El teniente en alarde de complicidad notaba esa mirada. La sonrisa del chico se fue, y su mirada cada vez más temerosa y triste. ¿Has visto los ojos del amor? Orrel los vio por primera vez ese día. Y le pareció el rostro más idílico y hermoso que alguna vez hubiese visto en toda su vida. Lleno de tanto cariño contenido, el chico comenzó a tartamudear, buscando confesar su sentir.

— Teniente yo...

— No quiero oírlo Konstantin.

Le regaño furioso. Mientras buscaba que nadie los estuviera viendo, pero el cabo le detuvo en frente suyo. Bloqueándole el paso, dispuesto a jugarse su vida en ello.

— ¿Estas bloqueando mi paso cabo? ¿Sabes lo grosero y descortés que es eso? Quitate...— Y aunque Konstantin sabía que con eso ya se había ganado un arresto siguió.

— Me parece precioso tener listos los obsequios cuando vuelva. — Continuó sus palabras, comenzó a temblar en ese instante mientras Orrel pareciera con aquella mirada severa que en algún momento le pegaría. — Serán un recordatorio para mí de que... alguien me espera en casa. Alguien que me quiere y se preocupa por mí. Que por ellos voy a la guerra, que por ellos daré mi vida...

Siguió hablando, una mujer desde arriba cual metiche también quería oír lo que decían. Orrel se aterro en ese momento. Momentos después un hombre salió para agarrar la correa de un perro que dejo amarrado. Más gente venía a cada instante.

— ¡Cierra la maldita boca Konstantin con un demonio!

Le regaño en voz baja. Pero el cabo no se detuvo.

— Por tardes bonitas y hermosas como estas en Moscú luchare cada día. Por USTED, por mi familia, por esta hermosa tarde Teniente... — Termino de decir con algo de miedo en su voz, miedo a que su pequeña confesión fuera su futura penitencia ante su querido Orrel. Antes de decirlo — Y... yo... te am-

—Basta.

Le tapó la boca. Mientras nuevamente volvieron a quedar solos momentos después.

Las personas alrededor no escuchan nada de su conversación y que suerte que no. Porque esas hubieran sido sus últimas palabras antes de ser internado con un loquero. Un pequeño juicio silencioso se presentó entre aquellos dos hombres.

Mirándose unos instantes que duraron una eternidad. Había miedo, había terror en la mirada del chico de ojos grises. Pero también... muy profundo. Había esperanza...

¿Esperanza para qué?

Para ser correspondido, para no morir en la soledad de sus sentimientos amorosos. O siquiera para que guardara silencio y no lo delatara.

— Ya lo sabía. Siempre lo supe. Pero por favor. En silencio, sin que nadie te vea y nadie te escuche, te quiero vivo.

— Sí señor.

Momentos después bufo en una suave sonrisa que pareciera ser la encarnación de la maldad. Mientras mirase los ojos de Konstantin. Burlándose obviamente.

— Que pésimo gusto tienes. ¿Qué te puede resultar atractivo en mi rostro? Tengo tantas cicatrices que podría clasificarlas por día, mes año y hora.

El joven cabo se molestó ante semejante comentario.

— No diga eso... Yo veo belleza y encanto...

— ¡Ja! Yo tengo la belleza y encanto de un burro. No digas estupideces.

El muchacho cargaba la caja donde tenía las hermosas tazas de metal. Se veía en sus brazos temblorosos que el peso era más del que podía aguantar el chico. Y ayudado con sus nervios solo lograba temblar más. Pero antes de siquiera mover un pie, Orrel tomo la caja pesada entre sus brazos.

— Te ayudare un poco. Vámonos —

— ¿Eh?... — Él chico no pudo siquiera reaccionar bien — Oh... emmm. No es necesario puedo cargarlas. — Insistió el chico apenado.

— Está bien, no tengo problema en ello. — Le acaricio la cabeza mientras fácilmente con una mano podía cargar la caja.

¿Necesita más palabras? ¿Necesita gritarlo?

No, no se pueden dar ese lujo tan enorme como hablar de sus sentimientos. ¿Libertad de amar?

No, eso jamás.

Lo único que les queda es mirarse y mediante gestos. Demostrar con acciones y no palabras aquello que desean gritar, gritar hasta que les duela la garganta.

¿Cuánto tiempo acaricio sus cabellos rizados? Orrel no lo sabe, pero no quita el hecho de que se perdió en aquella caricia. Y claro que Konstantin no le detuvo, ese chico era impulsivo y estúpido muchas veces, justo ante él, sin ser escuchado por algo que seguro lo mataría.

¿Qué mayor muestra de amor le pudo decir? ¿Sino fuera que por él estaba dispuesto a pelear hasta la muerte? Su amor brutal, dispuesto a todo.

Podía perdonar que ese chico fuera un homosexual. Para Orrel siempre le dieron asco los hombres que se gustaban entre sí. Le parecían depravados y unos auténticos bastardos. Engatusadores de cuerpos y de almas en penitencia.

Pero Konstantin era diferente, era su amigo, su camarada. Y no se merecía el horrible destino que todos los homosexuales pagaban en las cárceles y psiquiátricos.

"Los homosexuales son malos... Seducen a los hombres con sus garras de placer que prohíbe razonen sus errores... Pero no mi cabo, no mi Konstantin"

Hizo al muchacho sonreír mientras siguieron caminando sobre la avenida.

— ¡Le diré a mi familia que son regalo de parte de nosotros dos! Ahora vamos a la tienda de té— Le comento Konstantine.

— En su debido momento joven Ivanov. Deséales felices fiestas de mi parte también —

Y se fueron caminando, riendo y platicando. Dispuestos a tomar ese famoso té. Los copos de nieve cayeron atrás de ellos, perdiéndose entre la multitud de la gente. Con tremendo frío apetecía. Llevándose así las nevadas del pasado. Y la inquietud del futuro.

.
.

El cadáver del cabo descansaba en la camilla. Con sangre seca que se quedó en sus labios. Frio y carente de algún alma como aquella tarde de Moscú.

El teniente Orrel Seérgevich permanecía con las manos en la espalda, mientras un nuevo cabo se mostraba a su lado, quien hablaba con el médico que le hizo la necropsia al cuerpo del cabo caído. Con aquel permanente ceño fruncido en su rostro (ahora acentuado todavía más).

El teniente recibía el informe.

— Cabo de la sección de Infantería número 12. Konstantin Petrovich Ivanov. Tenía 23 años. La hora del deceso fue a las-

El teniente no oía casi nada de lo que le decía el medico de combate. En lo único que podía pensar Orrel era en la bayoneta con sangre seca que estaba al lado del cadáver. Con la cual fue atravesado el corazón del pequeño cabo. Mira cada cabello del chico, sus pestañas cerradas. Y si no fuera por la sangre en sus labios, su rostro parecería estar dormido. Justo como lo recordaba. Justo como aquella tarde.

Cuando el medico termino de explicar. Un silencio se mostró alrededor de unos segundos, antes de que el teniente hablara.

— ¿Me daría unos minutos a solas con el cabo? Quiero presentar mis respetos — El medico entendió y asintió en silencio, momentos después el cabo que acompañaba al teniente también se retiró para darle espacio.

En silencio Orrel se acercó lentamente hasta tomar una de las manos del cuerpo de Konstantine. Se agacho para después besar la mano fría del cabo. Momentos después sin emitir un solo sonido. Lagrimas saladas resbalaron de las mejillas de Orrel, manchando su barba, apretando los labios con furia, en un gesto duro que deseaba negarse a llorar. A explotar iracundo a más no poder. Con ira lloraba mientras lentamente emitía un quejido de dolor. Quedado y silencioso, en el que solo pudiera ser audible para el alma de Konstantine.

Ya no hay aquella sonrisa tan blanca y amigable.

Ya no vería sus brillosos ojos grises.

Ya no podrían irse nunca jamás.

Hubo tantas cosas que no pudieron hacer juntos, tantos viajes por realizar, tantas peleas por luchar, tantos libros por conocer, tantas noches para amarse, tantas tardes para pasear, tanto amor por sentir, tanta vida por vivir...

Arrebatada por aquel frio metal ensangrentado en la bayoneta a solo unos simples centímetros. Empuñada por las manos de aquel nazi fugitivo que sigue escondiéndose quién sabe dónde.

Desvió su mirada, notando que la caja donde llevaba las tazas para su familia como regalo de navidad.

Estaban amontonadas como parte de sus pertenencias. Compradas desde hace tanto tiempo, ahora cubiertas de polvo. Y que serían regaladas para cuando el cabo volviera con su familia en el poblado de Úglich. A donde nunca más volverá...

—Ni siquiera pudiste entregar sus regalos...— Le dijo el teniente. En un suave susurro.

El amor murió junto con la sanidad de Orrel.

El amor le fue arrebatado no por el destino, no por ellos mismos, no porque se odiaran, sino por el maldito alemán que sigue libre por ahí. Un bastardo que sigue vivo.

Se agacho y beso levemente la frente del cabo. Con la muñeca temblorosa soltó la mano y la dejo en la misma posición cuando la tomo. Y aunque deseaba llorar incontrolablemente, gritar y maldecir. No podía hacerlo, si le hubieran visto llorar por un hombre rápidamente lo tacharían de enfermo mental. Tenía que aguantar su dolor en silencio y soledad. Ya que desde hace un tiempo se sospechaba que ambos eran amantes.

Tuvo que limpiar sus lágrimas distantes, y la ira se apodero por completo de su mirada.

Un odio profundo nacía de su ser.

Miro la bayoneta cubierta de sangre y la tomo en su mano.

Dispuesto a solo una cosa. No importara cuanto le tome, no importara quien se metiera en su camino.

Lo buscara por cielo, mar y tierra. Si es necesario dar un toque de queda lo hará. No descansara hasta el mismo enterrar esa bayoneta en el corazón del nazi que mato al cabo. En destruir todo lo que ese alemán amaba, no estará satisfecho hasta destruirlo de dentro hacia afuera. Aunque muera en el intento.

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Arrastrándose con todas sus fuerzas disponibles. Casi cayendo desmayado.

El alemán pasaba un intenso dolor ante la tormenta entrante de nieve.

Tiritando de frio no veía fin a la tortura de no poder mover su pie un solo instante sin gritar y llorar. Tosía sin parar desde hace un rato, con lágrimas secas en sus mejillas y lagañas en sus ojos.

Estaba por desfallecer de cansancio, había dejado un camino rojo de sangre en algunas partes de la nieve.
Podríamos hacer un juego mental de que lo mataría primero. La hipotermia, la pérdida de sangre, las infecciones o el mismo con su revólver.

Sus brazos temblaron antes de caer definitivamente, derrotado y agotado.

Alcanzo a toser unas pocas veces más, antes de escuchar unas botas crujir sobre la nieve. Y dos voces lejanas que parecieran reír y bromear.

Ni siquiera pudo sacar su arma. Simplemente se quería dejar rendir en los brazos de su futura muerte.

.
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Cuando Alexei entró por la puerta de su casa dejó pasar a su amigo Mathias.

Un instante después en el cálido interior fueron recibidos por un golpe con la sartén de una pequeña mujercita. Chillaron de dolor cuando fueron brutalmente atacados con la guardia baja.

La chica de intensos ojos azules les apuntaba furiosa con su sartén, como si fuera un arma homicida.

La pequeña Galya Petrova refunfuñaba furiosa.

— ¡Auch! ¡Galya! ¿Ahora que hice?
Le regaño Alexei. Su hermana tenía restos de enjabonadura en sus manos.

Se veía que estaba limpiando los platos hace unos momentos. La hermosa chica de cabellos azabache señalo molesta los pies de ambos chicos, cubiertos de nieve y lodo. Mostrando que no se pusieron sus pequeñas zapatillas para interior. Manchando de suciedad el piso limpio.

— ¡Mira nada mas este desastre hermano! ¡Pase toda la tarde limpiando los restos de lodo y nieve que dejaste el día de ayer también! ¡¿Y todavía me regañas por enojarme?!

Mathias rio mientras dejaba que su amigo fuera regañado, hasta que Galya lo volteo a mirar y la sonrisa se le fue del rostro también.

— ¡Tú también! ¡Se supone eres un invitado y manchas el piso! ¡Eso es grosero! ¡Vamos, quítense las botas y pónganse las zapatillas! Que sea el cumpleaños de Alexei no es excusa para portarse como niños — Con los brazos cruzados la chica esperaba a que la obedecieran.

Entre risas los obreros hicieron caso.

— ¡Esta bien hermanita! ¡Tranquila! Solo baja el arma lentamente y nos quitamos las botas. Vas a matar a alguien con esa sartén —

Los muchachos obedecieron y se quitaron las botas.

— ¡Vamos Galy! — Le pidió Mathias amablemente — ¡No es tan difícil limpiar la nieve! Si quieres yo te ayudo a limpiar cuando sea la noche.

— ¡Eso no me importa tontos! Lo que me preocupa no es la nieve, sino que después de quitar la nieve del piso la madera queda resbalosa. Y cuando queda resbalosa ustedes ya se abran puesto las zapatillas las cuales tienen la superficie plana pero no son anti derrape. Y entonces cuando vuelvan a pasar por el mismo lugar por donde dejaron la nieve se van a resbalar y se van a lastimar. ¿No saben que un mal golpe les puede lastimar gravemente la cabeza? ¿Y si se quedan inconscientes y yo no estoy para ayudarlos que van hacer? ¿Y todo porque? ¡Porque no se limpiaron bien las botas y se pusieron las zapatillas con anterioridad!

Los chicos rieron ante todo lo que Galya supuso. No pueden culparla por preocuparse, ella era sí. Y porque quiere a los dos obreros los regaña, para que tengan cuidado.

Ya con las zapatillas puestas volvieron a entrar. Con la bolsa donde Alexei tenía el pastel.

— Mira hermanita, trajimos pastel y Mathias trajo té para después de cenar. ¡Además me regalo un reloj hace rato en la fábrica!

La sonrisa de Alexei le quito el ceño fruncido a su hermana. No pudo evitar sonreír al ver su alegría. Podía dejar pasar lo despistados que eran ese día. Ese día había un cumpleaños que celebrar.

— ¡Oh tontos granujas! — Dijo la chica antes de abrazarlos a los dos con cariño — ¡No puedo estar enojada con ustedes! — Después los soltó y les señalo la mesa del comedor — Vengan, la cena esta lista. Nos vamos a dar un festín.

Los guio a la mesa.

— Siéntense, en un momento sirvo la comida — Pero Alexei se levantó momentos después para poner la mesa con ella. Y después Mathias también le ayudo a poner los tenedores, cubiertos y cucharas.

— Chicos... no es necesario que me ayuden. — Les dijo Galya.

— Ser mujer no te hace una criada hermanita. — Y ambos comenzaron a servir la comida — Además, yo quiero servirme toda la carne para mi solito.

Alexei y Mathias eran bastante considerados. Siempre han sido así, se reparten las tareas domésticas sin ningún problema.

Sirvió en un plato con tostadas para acompañar. En verdad estaba a bajo precio cuando lo compro.

Los chicos sirvieron la Solianka como sopa de entrada. Una sopa grasosa y con aceite. Y Mathias mordía levemente una brocheta del plato principal. Alexei lo vio y le regaño.

— ¡Mathias! ¡Te vas a poner gordo como un marrano si comes solo la carne! ¡Comete la ensalada y la verdura!

— ¡Oblígame!

Le dijo Mathias con la boca llena y siendo empujando de las caderas por Galya. Mientras reían servían el plato fuerte.

Shashlik era el plato principal, era una brocheta de carne de cerdo cortada en cubos, marinada antes de ser asada con papa y pedazos de tomate. No podían costear más para eso, la situación está en crisis. Mathias hambriento le encajaba diente, hace dos días no probaba bocado, pero no quería decírselo a sus amigos.

Y sirvió como bebida una botella de vodka lista para ser abierta. Galya le preparo toda esa maravillosa cena como regalo. Al menos eso podía hacer.

— ¿Acaso quieres hacerme engordar hermana? Porque es obvio que tu plan está rindiendo frutos.
Los muchachos se sentaban en la mesa.

— ¡Muy bien, vamos a comer de una vez! — Le pidió Mathias, mientras todos se decidían a cenar.

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— ¡Dios estoy a punto de dar el botonazo! — Se quejó Mathias mientras veía que su estómago había engordado bastante. Mentira, los tres aún tenían mucha hambre — No creo poder dar un bocado más. ¡Estoy súper lleno!

— ¿Quién quiere postre? — Pregunto Alexei mientras sacaba el pastel de chocolate y terminaba de calentar el té negro, ya estando listo para servirlo en las hermosas tazas de porcelana.

— ¡Yo quiero! — Le pidió el castaño mientras volvía a reír. Galya se había levantado para traer una última sorpresa de cumpleaños para su hermano mayor. Sin que los dos chicos lo notaran.

Cuando hubieran partido el pastel, Galya saco de sus enaguas un obsequio mayor para su hermano.

Quien desde el otro lado en la mesa sonrió ampliamente al reconocer la estampilla postal de envió desde Ùglich. Donde vivían los padres de los hermanos.

Le puso el regalo en frente mientras la joven mujercita se volvía a sentar en la mesa.

— Mamá y papá te desean un feliz cumpleaños hermanito. No tengo idea de que te regalaron así que ábrelo de una vez que me muero por saber.

El muchacho de ojos grises sonreía con añoranza. Mathias saco su navaja de bolsillo y se la presto para que abriera su regalo rápidamente. Sin más dilación cortando las cuerdas del regalo y abriendo el paquete se topó con aquello que más le hizo sonreír.

Al lado de una nota con puño y letra a mano.

Decía:

"Pequeño hijo, ya sé que eres todo un hombre ahora. Y como tu madre y a sabiendas de que te conozco bien, se perfectamente que no estas usando suéter para esta temporada que viene. ¿No es así? Bueno, te conseguí una muda digna de un muchachito de tu edad. Sé que son de tu talla, Galya nos ayudó a saberla. Feliz cumpleaños bebé. Ahora se buen chico y ponte el suéter antes de ir a trabajar.

Con cariño P."

Al lado de su nota estaba un abrigo azul oscuro, al lado de unos guantes negros y un gorro de liebre totalmente nuevo, de piel importada incluso. No era la tela tosca de sus ropas habituales, era una tela suave que le hacía abrazar sus ropas.

Mathias momentos después se puso la bufanda que también venía con sus ropas. Sonriendo como bobo.

— Ahhh... amigo. Que tela tan suave.

— ¡Oye esa es mi bufanda! Consíguete la tuya.

Le regaño el obrero mientras veía que el interior de la caja aun contenía más regalos.

Otra nota a su lado con el regalo.

"Hijo, sigo esperando pacientemente a que me digas que ya tienes pareja. ¿Qué no sabes que me hago viejo? Ya eres un hombre, espero puedas decidir bien como tal.
Como sea, te mando este regalo. Espero te guste y más te vale que en su momento lo uses, o sea pronto.

Con cariño A."

Hubiera mostrado tranquilidad cuando su padre le dio una carta. Pero cuando vio la pequeña caja, su sonrisa se fue en un instante.
Mathias le puso la mano en el hombro.

— ¿Alexei? ¿Qué paso?

El joven obrero sonrió con amargura.

— Nada, nada. Ya sabes, mi padre se preocupa que siga soltero para mi edad...

No quiso entrar en el tema. No deseaba hablar de ello con nadie. Ya estaba harto de lo mismo. ¿Un muchacho de más de veinte soltero? Eso sí que era algo digno de hablar y mal visto también.

El silencio quedo en la atmósfera y aunque Galya y Mathias intentaron levantarle el ánimo al joven obrero.

Ya nada fue igual que antes.

.
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Dio la noche cuando Mathias tomaba un abrigo que Galya le presto para el frio. Listo para irse a su casa. La cual queda bastante lejos, en las zonas más entradas en las afueras de la ciudad.

¿Qué puede decir? La renta le era más barata, pero a cambio sufrirá de constantes catarros.

— Bien, amigo. Yo ya me tengo que ir.
Se despidió el castaño.

— Espera, voy contigo. Te defenderé de cualquier oso que te quiera atacar.

Alexei tomo su nuevo abrigo y se puso sus botas para salir. Y su compañero se mostró contento cuando le vio el ánimo nuevamente a flote.

— ¡Hasta luego Galya!

Se despidió el castaño y ambos con sus manos se despidieron de la chica.

— ¡Hasta luego! ¡Recuerda hermano! ¡No llegues muy tarde!

.
.

Cuando los muchachos caminaron en silencio por debajo de las farolas naranjas. Alexei ahora se mostraba con una mirada triste.

— Alexi... ¿Es tu padre otra vez, no? — Con tan solo mencionarlo, el semblante del obrero cambiaba.

— Si, ya sabes. No le agrada la idea de que no tenga una prometida. Dice que ya para mi edad debería estar casado. Tal vez tiene razón. ¡Pero no es mi culpa que me vaya del asco con las mujeres! —

Mathias le dio un abrazo de compañerismo mientras caminaban por los arboles de abedul. La noche ya era presente, a lo lejos podían oír los murmullos de la ciudad de Moscú. En las iglesias se escucharan los cantos pequeños y tímidos de niños. Se tomaron del brazo cada uno. Mientras ambos muchachos platicaban.

— ¿Qué te puedo decir? Está hecho, moriré soltero.

Le bromeo Alexei.

— Mira, si en dos años no encuentras al amor de tu vida, ahí ya preocúpate. Además, ¡Siempre me tendrás a mí! Que es muchas veces mejor que una esposa.

Le guiño el ojo y el muchacho le dio un empujón que lo mando a la nieve.

Y empezaron a jugar. Aumentando cada vez más las posibilidades de enfermarse más de las que ya estaban. Se peleaban arrojándose bolas de nieve en la cabeza y el rostro.

— ¡Como si me fuera a interesar en ti Mathias! ¡Mejor adopto un perro! ¡Son más limpios que tú!

— ¿Me estás diciendo perro idiota?

Y le empujo a la nieve. Alexei estaba sufriendo una llave devastadora de Mathias.

— ¡Auch! ¡Auch! ¡Okey me rindo, me rindo! ¡Perdón!

Y el obrero se levantó de la nieve, ambos se sacudieron.

— Pero, dejando la broma de lado. Petrov, tú cuentas conmigo. No te dejare solo.

El muchacho de ojos grises sonrío.

Mientras sus respiraciones agitadas eran escuchadas por la nada.

— ¿Entonces aceptarías casarte conmigo?

Le pregunto en broma Alexei.

— Que asco no, quiero que me aguanten mis berrinches en lugar de aguantar los tuyos. —

Y cuando hubiesen retomado la marcha para la casa de Mathias, Alexei escucho jadeos. Y el sonido de la nieve siendo apartada.

— ¿Escuchaste eso? —Pregunto Mathias y Alexei asintió en silencio.

Pero cuando Alexei se hubiese acercado a la oscuridad grito de terror al ver como Rudolph había dejado un enorme sendero de sangre.

El abundante aroma asqueroso que desprendía el soldado por quien sabe cuántos días sin bañarse. Y un hombre seminconsciente que pareciera a punto de desfallecer.

Alexei grito nuevamente cuando vio como la mano de Rudolph lo tomo del pie, pero no pareciera que lo hizo apropósito, sino por inercia. Mathias se apresuró a llegar a su lado. Cuando vio cómo su amigo estaba levantando con su esfuerzo al soldado herido.

— ¡Necesitamos un doctor! ¡Ahora!
 

Fin del capítulo 2.

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