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Capítulo 1 "El Joven obrero"

Abrió tímidamente sus labios, para permitir que una motita de nieve cayera en su lengua. Cuando probo el sabor de la nieve se arrepintió. Y no pudo reprimir su asco.

— ¡Puagg! — Escupió el muchacho en la nieve. Deseando un poco de agua para limpiarse mejor su boca. — Qué asco... ¿Por qué hice eso? — Ni siquiera él sabia porque, tal vez la estupidez no se aprende.

La nieve cayó sobre su cabello negro, sobre aquellos rizos rebeldes. Humedeciendo su ropa. La primera nevada de la temporada invernal abre sus puertas con una preciosa danza de copos al aire, que caen sobre sus manos envueltas en sus enormes y gruesos guantes negros. Gastados por manejar maquinaria pesada, y que tenían agujeros en sus dedos que dejaban ver una piel blanca. Con los cuales salía de su jornada de trabajo, con sudor sobre su frente, cansancio sobre sus hombros, manchas de aceite sobre su overol azul y negro. Unas ojeras por la falta de dormir apropiadamente. Ojos rojos e irritados por la intensa luz del acero fundido con el que maneja todos los días.

Y el reciente invierno solo causaría que después de salir acalorado de su trabajo pescara un resfriado.

Suspiro, con soslayo miro como el vapor de su cuerpo formaba humo. Ni siquiera se trajo un suéter. Había olvidado traerlo por error. Sus ojos grises lucían un tanto apagados y levemente enfermos. Un poco de lagaña en ellos. De pestañas negras y largas.

A lo lejos se oye el agudo chillido de la sirena cuya llamada hablaba al trabajo, como si fuera el silbato de un tren, por lo general empezaba el siguiente turno. Pero el obrero ya había cumplido su jornada del día y se marchó sobre sus botas con casquillo. Dejando las marcas de las plantillas sobre la nieve. El crujir de sus pasos en la acera cubierta por la capa de la reciente aguanieve resonaba en un pequeño chapotear.

Alexei Petrov era un muchacho medianamente joven. ¡Ese día cumplía veintiún años! Tristemente tuvo que pasarlo trabajando en lugar de estar con su hermana, como casi siempre desde que trabajaba en la fábrica. Pero ahora que podía ir a casa, pasaría a comprar una tarta para cenar. Un postre y un auto regalo. ¿Quién consentiría sus gustos dulces sino era él mismo?

En una de sus manos llevaba su pequeña cajita del almuerzo. Se volvió a poner su gorro de piel de liebre, un ushanka con orejeras de color gris. Por lo menos tenía un mínimo abrigo. Estornudo unos momentos después.

¡Alexei! ¡Alexei espérame! — Llamo una voz joven tras su espalda, siguiéndole con el sonido de las botas crujir en la nieve para correr a solo unos pasos.

Un muchacho llegó a su lado, jadeando por el cansancio. Alexei le acaricio la espalda. Confortándolo por el esfuerzo al correr en la nieve.

Estas transpirando mucho Mathias. ¡Deberías traer un suéter! ¡Pescaras un catarro! — Le regaño.

El joven Mathias sonrió burlonamente. Sus ojitos rasgados y de tono miel lucían más vivaces. Brillosos y maliciosos. Sus cabellos castaños se mecían con frenesí. Su amigo y compañero de trabajo se recuperaba de la carrera que dio hace unos minutos por casi un kilómetro desde la fábrica para alcanzar a salir a tiempo con su amigo.

¡Mira quién lo dice! ¡Tú tampoco traes ningún suéter para esta nevada! — Le reprocho — Bueno... ¿A dónde vas? ¿No ibas a festejar con Galya tu cumpleaños? — Galya era la hermana menor del joven obrero. En efecto se desvió hacia el otro lado de la cuidad.

— ¡Oh! Me iba a comprar un pastel. Vi un pastel de chocolate en la panadería que queda para acá ¿Quieres venir a por una rebanada? Te invitamos la cena para que pruebes el postre — Le ofreció al castaño. Este sonrió y asintió.

— ¡Pero claro! ¡Qué bien! Por un momento pensé que este año me auto invitaría otra vez —

Tomaron rumbo a la ciudad nuevamente.

La hermosa Moscú se alza con sus calles relucientes en un blanco eterno, las personas se cubren a ellos mismos y a sus niños con abrigos contra el frío que cala en los huesos. El sesgo formalista reinaba en la ciudad, sus calles se abren dejando pasar a las bicicletas, un auto de trasporte pasa delante de él repleto de pasajeros, uno que otro tranvía. Un par de autos y nada más. La arquitectura Stalinista se reluce con creces por más de una parte en su andar, algunos miembros de la policía y del ejercito rondan algunas esquinas, al igual que él, terminan sus jornadas de trabajo y deciden partir a casa a cenar y descansar. Dejándole sus puestos de vigía a su relevo nocturno.

Ladrillo y cemento dejan ver algunas construcciones en proceso, con abundantes posters de propaganda comunista. El hermoso color rojo y amarillo.

Las farolas encendidas con queroseno alumbran la oscuridad entrante de la tarde. Aunque ese día había una irregularidad, los miembros de la policía y del ejército parecieran más observadores y minuciosos de lo común.

Usualmente son perspicaces y silenciosos, pero esta vez algunos cabos hacen interrogatorios a transeúntes aleatorios, a mujeres, ancianos y hombres. Los cabos portaban el uniforme perteneciente a la división de infantería de tonos verde opaco, sus galones negros indicaban en su uniforme su grado de cabo, sus correajes de cuero y las cartucheras con fusiles de asalto Tokarev en las cinturas. Armados con fusiles en mano siguen sondeando alrededor. Buscando algo o alguien. Como la aguja en el pajar.

Pero nuestros obreros saben que no deben meterse en donde no los han llamado. Lo que menos quieren era tener problemas, no ese día.

Vaya... el día de hoy está más ajetreado por aquí de lo ordinario — Le comento el castaño. Alexei asintió en silencio.

Pasaron por la panadería "Babushka", tienda que compartía las tiendas de conveniencia, su nariz fue invadida con el cálido aroma del pan horneado. Acariciando su paladar, haciéndolos casi babear, por algo le dicen la panadería de la abuela, su aroma es nostálgico y delicioso. ¡Un aroma que solo tu abuela puede igualar!

Por la vidriera de la panadería puede ver bombones derretidos que eran decorados con chocolate en una tarta esponjosa. Alexei no le perdió el ojo. Saco de su bolsillo el poco dinero que había estado ahorrando, por fin después de juntar durante varias semanas podía comprar un pastel.

Ambos entraron en el viejo edificio, el interior era cálido y acogedor, con tremendo frio que hacia afuera era reconfortante. La madera rechina bajo sus botas, se las limpiaron en el tapete de la entrada.

Le sonrieron al amable y gordo bonachón que era el vendedor. En la panadería estaba un uniformado por igual como los de la calle. Por lo visto recientemente había interrogado también al gordo panadero y al cocinero. Mathias fue a comprar por su cuenta panes de Vatrushka y Ponchik. Dejando unos momentos a su amigo.

Alexei miraba sobre su hombro al uniformado, tenía una figura por demás imponente, llevaba sobrepuesto un abrigo verde, dejando descubierto sus fuertes brazos. Un vendaje en el que se distinguía una herida reciente bajo su antebrazo. Por encima del uniforme se verían los músculos y debajo del ushanka de aquel hombre se distinguía un cuero cabelludo rubio. Hebras de cabello lacio que resaltan con la piel blanca.

El obrero tenía curiosidad en ver el rostro de aquel posible soldado. Se veía demasiado imponente para ser un cabo como los que vio en la calle.

Pero sacudiendo su cabeza decidió ignorarlo, lo que le importaba era ese pastel en ese momento, eso y llegar a casa cuanto antes. Climas como aquellos anunciaban que una tormenta próxima vendría a la ciudad de Moscú. Cuando se acercó al pastel en cuestión y alargo su mano con guantes negros, otra mano se acercó al mismo tiempo, pero aquella mano se forraba con guantes de aquel característico verde. Chocaron sus manos y un roce entre sus dedos paso, fugaz y confuso. Le volteo a ver...

El principio del fin vino con aquella mirada. Aquellos ojos azules como el cielo o el mar, aquellos ojos grises brillosos como las estrellas.

"Un sargento". Pensó Alexei al mirarlo detenidamente, tuvo miedo de ser reprimido por ese gesto, en el gesto de mirarlo durante tanto tiempo. Ninguno apartaba la mirada, el sargento con aquel permanente ceño fruncido, labios delgados y de rasgos duros, con una barba de candado dorada creciendo en su rostro. Le intimidaba con la mirada. Y extrañamente le sonrió.

"¡Oh dios! ¡Me ha sonreído! ¡Un sargento que ni conozco me sonrió!"

No cabía de sí  ante esa rareza.

Fue contemplado por igual, miraba las leves manchas en su ropa de trabajo, sus cabellos negros rizados a más no poder y ojos brillosos. Y unas cejas pobladas con un peculiar lunar en una mejilla. El sargento le miraba tan simpático y conocido... justo como aquel soldado...

Si, ese día podía hacer una excepción. Despues de perder a uno de sus camaradas en combate. Aquel retrato vivo trae amables recuerdos que le permitieron sonreír en mucho tiempo.

El panadero sudo frio, con temor pensó que el sargento le daría una bofetada al buen Alexei por atreverse a mirarlo directo a los ojos durante tanto tiempo. No era nada nuevo una brutalidad así de parte de un miembro del ejército. Y se ponía más nervioso porque ninguno apartaba su mirada. Incluso Mathias también se quedó boquiabierto. Pensando que su amigo se había metido en problemas.

Pero sorpresivamente no paso. El rubio se enderezo y le señalo el postre.

— Adelante — Señalo amablemente el sargento, su voz era gutural y ronca. Gruesa al punto de parecer resfriado, pero tal pareciera que esa es su voz natural. Una voz que intimida y demanda aun sin esa intención. El joven obrero se apartó intimidado por aquella figura autoritaria.

— ¡Oh! ¡No, no! ¡Por favor tómelo usted! — Le dijo el muchacho. El sargento entonces pensó arreglar el conflicto rápidamente.

— Insisto, me retiro. — Le indico el sargento, el muchacho quiso insistir en que se lo quedara, pero discutir con aquella figura no parecía lo indicado. Entre asentimientos el obrero índico que sí.

Cuando salieron de la tienda el frio nuevamente calo en los huesos de Alexei. Suspiro mientras tomaba firmemente el pastel que compro al lado de Mathias. Y simplemente pudo ver como el sargento se iba tras la siguiente avenida.

— ¿Alexei?

Y tras su abrigo de invierno el sargento se retiró resonando sus botas militares por la nieve. Viéndose levemente que bajo de su brazo derecho un vendaje reciente era cubierto por sus ropas. Reparo en aquella herida mucho tiempo después. Le vio marchar con las motas de nieve cayendo alrededor.

"Que hombre..." Pensó para sí mismo el joven obrero, le parecía tan cercano y lejano ese hombre. Como si ese pequeño encuentro fuera algo...

— ¡Alexei!

Nuestro obrero tardo unos momentos para contestar, ya que se había quedado embobado viendo aquel soldado.

— Perdón... ¿Qué dijiste Mathias? — Alcanzo a decir el muchacho. Pero su amigo le dio una mirada divertida.

— ¿Le estás viendo las nalgas "en firmes" al soldado, pervertido? — Pícaramente le sonrió y el chico le dio un chitón con miedo de que lo oyeran.

— ¡Cállate Mathi! — Grito en voz baja. — ¡No bromees con eso! ¡En verdad te puedes meter en problemas por decir cosas así! ¿Cómo a mí me interesaría un hombre?

.

.

En la soledad del extenso bosque, a la sombra de la reciente tormenta invernal, sobre la nieve y entre esas temperaturas bajo cero. Atraviesa el puente de madera y moho, trotando torpemente. Una figura en uniforme se mueve tenaz, que había evitado a los cabos rápida y furtivamente. Sus cabellos sudorosos y lacios se pegan a su cuello sudado. El cabello a veces dorado y a veces castaño se ve opacado con sus jadeos, puntas rotas y sangre goteando por doquier.

Su respiración de dolor y cansancio intentan ser callados con su mano. Pero su intento es sumamente inútil. El negro de su uniforme permite que su sangre en el costado se cubra con su mano enguantada en cuero, la funda de su pistola revota mientras corre sobre el camino de nieve, tierra y lodo.

Buscando una ruta de escape, para lograr burlar a los miembros de infantería roja. Entre la luz tenue de una solitaria farola naranja que alumbro su camino en la oscuridad, se refleja el brillo de una medalla de símbolo esvástica. Y en el brazo izquierdo trae una insignia por parte de la división de la SS- Rango Gruppenführer. Su nombre escrito en una de ellas. "Rudolph Müller".

En su cuello poseía un colgante con las runas por igual, pero recubierto con manchas carmesí. Le faltaba una de sus hombreras. En su mirada surca la sanidad, pasando por el puente se detuvo a recuperar aliento, exhalando el calor de su cuerpo que se va entre el frio del lugar. En un rápido arranque se quitó todas las insignias, también quitándose el colgante.

Viendo la corriente del canal cuya agua todavía no había sido congelada, vio una vía de escape. Junto todos sus símbolos, gorra e insignias con la esvástica y las arrojo al agua. En aquel lugar no podía darse el lujo de cargar con ellas a menos que quiera morir más rápido.

Dejando que la corriente se llevara lejos sus pesadas cargas. Y se siente un traidor por tirar el orgullo que porta en ser soldado de su amada Alemania.

A paso lento avanza. Sus minuciosos ojos viran de aquí para allá, como un ave de rapiña buscando una presa que cazar. Sino encontraba un lugar donde refugiarse de la tormenta y los soldados. Se terminó, todo se terminó, ya no volvería jamás a su hogar, a su nación. Cuando lo encontraran los bastardos rojos le darían la tortura más cruel que hubiera podido imaginar, había escuchado rumores de que algunos prisioneros salían siendo violados por perros con rabia. Y después ejecutados por un pelotón. Pero lo seguro es que su cadáver jamás volvería a casa y menos seria reconocible como humano. Y que le hablar de una manera u otra.

En territorio enemigo solo le queda esperar un milagro. Eso, un milagro. Un maldito milagro. Miles de ojos lo buscan como águilas al acecho.

Si tan solo pudiera encontrar un civil y apropiarse de sus bienes. Entonces, y solo entonces tendría una mínima oportunidad de sobrevivir. Sus ojos ven borroso, había perdido mucha sangre. Y no tardaría nada en desmayarse, con impotencia deja caer lágrimas de dolor y coraje puro. En su costado todavía tenía un cartucho completo de balas, pero había decidido usarlas para una emergencia extrema en su debido momento. Y quería pensar que esa emergencia no sería acabar con el aire en sus pulmones.

Mira la nieve sobre su rostro ensangrentado. Un blanco absoluto que le daña y quema la vista. Ahora consideraba que el color blanco era un color impuro. A pesar de que le habían dicho que los hombres blancos eran la raza perfecta. Aquel lugar no era su hogar. Era una nación enemiga que amenazaba con acabar con el destino de su Alemania. En ese momento extraña tanto su país.

Como nunca deseo volver al campo tranquilamente.

Como si una ruleta de infortunios pegara en su vida, repentinamente escucho entre la lejana maleza de aquel lugar el sonido del metal, dio un paso más y la trampa para osos ataco su pie.

Haciéndolo gritar y caer a la tierra. Se acercó a su brazo y lo mordió con todo su dolor. Con toda su fuerza. Para resistir y no revelar su ubicación con sus gritos. Su pie estaba apresado y sangrando. Y su brazo comenzó a sangrar por la mordida impuesta con toda la fuerza sobre su piel.

"Se acabó." Pensaba.

¿Perecerá en el frio infernal? ¿Hasta ahí llego el gran y osado Gruppenführer?

Apretó los dientes y los puños furioso, aporreando la nieve.

"¿Qué estoy pensando? ¡Claro que no! ¡Si quieren derribarme antes tendrán que matarme!"

Pero por más dolor que suelte su cuerpo, por más duro que vengas las tormentas, no se rendirá. No sin dar pelea.

Volverá a casa, no importa cómo le cueste.

Comenzó a arrastrarse entre la nieve, la tierra que infecto su herida, el dolor absoluto que invadió su mente. Tomo un pedazo de la tela de su uniforme, y babeando y jadeando la mordió fieramente para aguantar sus ganas de gritar. Solo tuvo que comenzar a bufar.

Con una única meta en ese punto de su vida.

Sobrevivir.

.

.

A pasos más alegres y pequeños brinquillos Alexei sonreía levemente con sus labios rojos. Era el segundo regalo que recibía en su cumpleaños. Primero Mathias le había regalado un reloj. ¡Y ahora un sargento le había premiado con su sonrisa! Para nuestro buen obrero que un miembro fidedigno de su nación le sonriera fue una muestra de gratitud perfecta por su trabajo.

Petrov estaba contento, se le notaba mientras caminaba con rumbo a su hogar. Vivía en una casa ubicada por la Calle Arbat. Donde también vivían muchos artesanos y obreros al igual que él. Se acercó a un edificio comercial, fue con rumbo a una callejuela con farolas, por donde subían al segundo piso donde estaba su vivienda. Saco sus llaves para subir la siguiente planta. A su lado el pequeño e hiperactivo Mathias le había comprado té negro. Listo para que sea degustado con creces por los tres.

Las calles para ese momento eran solitarias y vacías, solo se oía sonoramente el tintinear de sus llaves contra el picaporte de su puerta. Y sus voces jóvenes riendo y bromeando. Los edificios eran en su mayoría de tonos apagados pero con tablillas colgantes y cadenas anunciando uno que otro local. Carteles de propaganda comunista resaltaban por encima de los anuncios y ofertas en las paredes, sobre algunos pedazos de ladrillos.

Los puestos ya habían cerrado para aquel entonces, llegaron a la casa de los hermanos Petrova por las nueve de la tarde.

La hermosa Rusia tiene muchas anécdotas que contar, dispuesta a por fin desvelar las verdades de los corazones jóvenes crecientes en el régimen comunista. Aquellos que lucharon por revelarse ante aquellos que les impedían amar con creces y vivir felices. Que descubrirán el amor. Un amor que puede ser cruel pero será verdadero. Que demuestre que estarán listos para marchar no solo a una o dos batallas. Lejano y distante son los recuerdos del día de ayer. El sonido lejano de un tren se escucha por el viento helado del invierno. Allá en Moscú. Allá en La Unión Soviética.

Fin del Capítulo 1.

"Actualización, la siguiente parte está disponible" ^_^

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