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Prólogo

Viernes, 2 de julio

Madison

Termino de retocar mi rostro con un fino eyeliner y me atuso el pelo para obtener un resultado más despampanante. Observo el vestido para esta noche, es rojo de terciopelo y cubre levemente mis piernas. Sonrío y muerdo mi labio sujetándolo con mis manos.

—A ver cuántos caen rendidos a mis pies esta noche —musito, mordiendo mi labio de nuevo.

—¡Madison! —grita mi madrina desde el salón.

—¡Ya voy! —alzo la voz.

Me visto y me aseguro de que el vestido está lo suficientemente ajustado a mi fina figura. Para rematar, cojo unos tacones de aguja plateados y me los pongo ya dispuesta a bajar las escaleras.

—Madison, ¿otra vez vas a salir? —me regaña mi madrina. Suspiro profundamente y asiento.

—Tengo que distraerme —me limito a decir.

—Eso mismo llevas diciendo un mes —responde seria.

—No llegaré tarde, lo prometo —digo escaqueándome. Ella asiente y alza las manos vencida.

Beso su mejilla y me suplica que tenga cuidado. Qué irónico. Me monto en el taxi que había llamado y me lleva al pub que más suelo frecuentar: Sunshine Lights. Se trata de un local de ambiente donde una gran barra de metal se forja sobre un escenario y las bailarinas realizan un baile erótico llamado Pole Dance, con el único fin de atraer clientela (claramente masculina). Es un pub bastante amplio, y siendo honesta, uno de los mejores que he pisado de todo Houston; el ambiente es tranquilo pero sensual, arraigado, a su vez, por la intensidad de las coloridas luces que recorren toda la estancia y que, en ocasiones, te ciegan. En cuanto a lo que concierne a la música, es meramente moderna y cambiante, sobre todo cuando llega la hora de observar el baile. Y para rematar, una amplia barra al fondo con butacas altas para disfrutar del espectáculo mientras tomas una copa, con o sin compañía.

Entro en el local e instintivamente el ambiente me embriaga por completo, y como ritual, me dirijo a la barra mientras el camarero me dedica una amplia sonrisa mordiéndose, a su vez, el labio inferior.

—Estás muy sexy esta noche —dice y le lanzo una sonrisa de complicidad—. ¿Qué te sirvo, preciosa?

—Un gin-tonic —respondo sonriendo.

Me lo sirve y sale de la barra para recibirme como cada noche. Me pellizca el trasero y muerdo mi labio. Lo sujeto de la corbata de un rápido movimiento y rozo el lóbulo de su oreja con mis labios rojo pasión.

—Me encantaría repetir —dice en un susurro.

—Nunca repito con el mismo —le corto en seco.

—Venga, nena —muerde su labio mientras acaricia mis muslos y los estruja.

—Me lo pensaré, ahora déjame sola —mascullo sonriendo.

Obedece y entra en la barra. Me siento en la butaca dando pequeños sorbos a mi gin-tonic y me quedo atónita cuando veo a un chico moreno entrar por la puerta del local. Mi intimidad arde en pasión deseosa de conocerle, y por suerte, pide al camarero una copa justamente a mi lado. Le observo rápidamente y muerdo mi labio inconscientemente. Joder.

Se gira sentándose en la butaca y me limito a observar el borde de mi copa esperando a que actúe.

—¿Estás sola, bonita? —dice observándome de reojo.

—Sí, acabo de llegar —digo y busco sus ojos. Son color café, mis favoritos.

—¿Te apetece bailar un poco, preciosa? —asiento sin pensármelo dos veces.

Nos dirigimos a la pista y comenzamos a bailar al son de la música. Me sujeta de la cintura por la espalda y me pega a él con fuerza haciéndome sentir su miembro ya preparado. El fuego penetra por mis poros y muerdo mi labio inferior.

—Creo que ya hemos bailado lo suficiente.

Le agarro de la mano tirando de él y nos dirigimos al baño a toda prisa. Une sus labios con los míos ferozmente nada más atravesar la puerta que separa el baño del ambiente fiestero y sus manos viajan directamente hacia mi trasero. Lo sostiene con sus fuertes manos, lo estruja, lo palpa con un deseo irrefrenable. Su tacto atrapa cada poro ardiente de mi piel y muerdo su cuello impaciente. Me desviste, desabrocho su camisa y bajo su pantalón rápidamente. A pesar de la escasa luz, ambos nos las apañamos bien. Acaricia mis piernas y se deshace de mi fino tanga y el brasier de encaje para, seguidamente, dejar caer su bóxer, ponerse un preservativo en la penumbra, e introducir su miembro erecto en mi interior, encontrándome a horcajadas sobre él, completamente pegada a la pared de este habitáculo. Ni preliminares ni nada, mi vagina está lo suficientemente húmeda. Gimo considerablemente con cada embestida que me proporciona y el calor se apodera de mi cuerpo. Gruñe en mi oído, deleitándome con la dureza de su penetración y decido abrirme aún más para recibirle. Y gustosa, clavo mis uñas en sus hombros.

—Joder, bonita —gime él.

Muerde mi cuello, marcándome. Da una ruda embestida, haciéndome soltar un gutural gemido que se escapa de mis labios a velocidad de vértigo, sin freno alguno, seguido de otro gruñido tan suyo que logra enloquecerme. Me embiste nuevamente. Una, dos, tres,... diez,... quince. Me penetra sin descanso, embriagándome con el claro olor a sexo que llena la estancia. Y como gota que colmó el vaso, hunde su moreno pero empapado rostro en mi cuello, depositando leves mordiscos que, seguidamente, van de la mano con una brutal embestida que me parte en dos consiguiendo que, inconscientemente, enrede mis finos dedos en su cabello castaño, llegando ambos al clímax al mismo tiempo, soltando un último gemido de placer. Me bajo de su agarre y veo que sonríe de medio lado mientras se viste. Fue rápido y escueto, pero muy intenso.

—Ha estado bien —digo con la respiración agitada.

—Sí —dice con voz ronca, quitándose el preservativo.

Termina de vestirse y hago lo mismo. Abre la puerta del baño y me mira fijamente antes de irse, como si quisiera recordar mi figura mucho tiempo.

—Gracias por el polvo... —dice, esperando saber mi nombre.

—Madison, me llamo Madison —digo sonriendo.

—Ethan Carter, para servirte, reina —me guiña el ojo y se marcha sin articular nada más.

Me retoco el cabello y el maquillaje, sobre todo el pintalabios, frente al gran espejo rectangular que tengo ante mí. Miro la hora y me percato de que son las 3:54 de la madrugada. Decido regresar a casa, pido un taxi, y cuando llego, me quito los tacones antes de entrar. Subo a mi habitación sin hacer el más mínimo ruido, me deshago del vestido con la misma efusividad con la que follamos y me pongo el pijama para, seguidamente, acostarme en la cama recordando su rostro.

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