Capítulo treinta y cinco
Al despertar la luz del sol se ha opacado por la vida de la ciudad. Dejo que las luces me mantengan despierto hasta que veo mi comida sobre la mesa que está frente a mi cama. Termino de comer y vuelvo a ponerme toda la ropa de nuevo.
Salgo de la habitación para tomar aire fresco. Necesito pensar. El sargento me saluda al cerrar la puerta detrás de mí y luego me pregunta si necesito algo.
—No solo, quiero tomar un poco de aire —le digo con una media sonrisa. Él asiente y comienza a seguirme,— creo que puedo protegerme solo.
—Sí, señor —responde y regresa a su posición. Asiento en su dirección y camino hacia el ascensor. Presiono el botón del recibidor al entrar. Miro como los números descienden antes de que las puertas se abran de nuevo. Una familia se encuentra frente de mí, me dispongo a salir, cuando las veo tomar el ascensor de al lado.
Trago salivo antes de suspirar. Nunca me había sentido como si fuera un fenómeno, cuando vivía entre las personas, yo era consiente que lo era, pero jamás lo había vivido de forma tan cruda. Camino por el recibidor. Es una elegante zona iluminado con unas escaleras enormes que llevan al segundo piso en donde hay un pequeño bar con mesas. Subo dudoso por las miradas gélidas de las personas. No miro a nadie y trato de evitar el contacto con las personas que pasan a mi lado, aunque creo que ellos hacen un mayor esfuerzo en conseguir eso. Un niño comienza a llorar llamando mi atención. Él está cerca del barandal de cristal mirando hacia el piso de abajo. Me acerco despacio, tengo el impulso de agacharme y preguntarle que sucede, pero en vez de eso, miro hacia abajo. En el primer piso hay un peluche de un superhéroe. Lo tomo con mi mente y lo traigo hacia nosotros. El niño deja de llorar y empieza a sonreír. Mi corazón late con fuerza. Nosotros realmente no somos malas personas, pero no creo que nadie lo vea de esa forma. Ellos solo nos prestan atención cuando nos vemos obligados a actuar de forma violenta. Tomo el peluche en mis manos y él niño me sonríe dando saltos.
—¿Cómo hiciste eso? —pregunta con una profunda inocencia. Se me sale una sonrisa amplia que uso para contener las lágrimas.
—Es un secreto —le respondo con la sonrisa más amplia que tengo. Me agacho para darle el peluche, pero una mano toma al niño y lo aleja. Él niño propuesta.
—¡Aléjate de él, fenómeno! —me grita una mujer. Me quedo petrificado. No puedo creer lo que está sucediendo y me obligo a levantarme.
—No, no es... —intento decirle, pero me interrumpe.
—¿Qué pensaba hacerle? —inquiere molesta.— ¿Secuestrarlo? ¿Matarlo?
La gente nos mira.
—Por supuesto que no —me defiendo, pero ella empuja una mesa para separarnos.
Levanto el peluche.
—Yo solo... —le intento ofrecer el peluche, pero ella se aleja más.
—No, por favor —le pido dando uso pasos hacia ella.
—¡Qué te alejes de nosotros! —me vuelve a gritar.
—Por favor, acéptelo —se lo pido tomando con más fuerza el peluche.
—¿Esta es la forma en la que intentan justificar sus actos violentos en contra las personas inocentes? —exclama. Las palabras pesan tanto que tengo que dejar de mirarla.
—Solo son unos malditos fenómenos asesinos, y quédese con eso, ladrón —es lo último que dice. La veo perderse entre la gente que ahora me mira con repulsión.
Cierro los ojos antes de soltar el peluche. Quiero gritar con todas mis fuerzas. Me gustaría que la tierra me tragara en estos momentos. Hay un profundo silencio mezclado con una débil risa a la distancia. Siento como ese impulso oscuro llega, pero sin pensarlo empiezo a correr, lejos de esta gente que no puedo entender.
¿Por qué? ¿Por qué?
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La luz de la mañana entra por mi ventana. Doy pasos alrededor de mi cama, me siento inquieto y sulfúrico todavía, no pude dormir bien luego de lo que sucedió. He estado divagando en mis pensamientos acerca de cómo deberían funcionar las cosas, de cómo hacer que este conflicto termine de verdad y acabar esta barrera que nos divide a ambas razas. Me miro al espejo. No luzco tan cansado como debería, cierro los ojos y tomo aire antes de caminar decidido hacia la sala de reuniones. Ellied me saluda por el pasillo, pero la ignoro y me dirijo hacia las puertas.
—Buen día, señor Dunkelheit —me saluda la ministra dejándome pasar.
Todos los miembros de la reunión de ayer se encuentran presentes. Murmuran entre ellos a excepción de Karen quien analiza unos papeles en silencio. Ella me da una rápida mirada. Me siento en silla junto a ella, Ellied también lo hace.
—Ayer discutíamos las condiciones que tomaría el reino de New Zealand a cambio que los recientes disturbios impulsados por el grupo rebelde; la legión, terminen —comenta el gobernador de estado cuando la primera ministra se sienta a su lado.
—El reino de New Zealand en voluntad de la Reina, permitirá a la raza; Hollows, el poder para acceder a educación superior, al mismo tiempo que se incorporara a los Hollows desempleados y a cualquiera que hayan terminado sus estudios a una vida profesional en todo el territorio de New Zealand, con trabajos formales de contrato. Por lo anterior, queda abolida la ley que permite la libertad de asesinato contra cualquier Hollows, por lo que podrán tener acceso a vivienda, salud y alimentos —continua el gobernador.
—Una cosa más —mi voz suena fuerte, todos se giran hacia mí.— Se les garantiza a cada Hollow la libertad de expresión y de vida, eso incluye que tengas los mismos derechos y responsabilidades de un ciudadano de New Zealand. Cualquier acto de discriminación o violencia será castigado bajo su ley. Se harán responsables de su seguridad y bienestar emocional. Se les hará un análisis psicológico y psiquiátrico a cada Hollow que viva en su nación antes de intentar reincorporarlos. Los Hollows que viven en las calles se les proporcionara vivienda y alimento mientras les proporcionan todo lo acordado ayer y lo que acabo de decir.
Los escucho murmurar entre ellos con molestia y dudo. No aparto mi mirada seria.
—Lo que exiges ponen en juega nuestra economía, y no solo eso, sino también las alianzas externas que tenemos —responde la canciller con molestia.— Permitirles vivir y trabajo nos pone en jaque. Debes entender nuestra situación, ustedes no ofrecen más que una paz que puede ser pasajera.
—New Zealand estará a salvo, los Hollows no se levantarán en armas contra ustedes mientras cumplan las condiciones exigidas —le respondo con tono frio. Desde hace un tiempo siento el pie de Karen sobre el mío, pero lo ignoro, ella no puede manejar esta conversación.— Tienen mi palabra.
—La palabra de un rebelde y su grupo revolucionario —deja salir uno de ellos con tono de burla.
Suspiro.
—Muy bien, tengo algo a cambio que ofrecerles —les propongo con una mirada más agradable.— Sus vidas, y la vida de cada humano de New Zealand.
Siento un golpe sobre la mesa.
—Estamos en una negociación de paz —reclama el ministro de defensa. Lo observo.
—Y tendrán paz si cumplen su parte del trato —le respondo con firmeza.
—La reina acepta la tregua junto con el poder ejecutivo, pero a cambio los Hollows amplían su parte del trato, será llevado de forma prudente este armisticio, no se dará a conocer de ninguna forma publica la alianza que hemos creado hoy —comenta el Gobernador sin apartarme la mirada.
—¿Alianza? —inquiere Karen.
—Así es, en respuesta a su solicitud, la legión accederá a brindarle protección a New Zealand y Gran bretaña en caso de ser requerida, defenderán la nación y así mismo, proporcionaran que su gente pueda vivir en las condiciones deseadas —sentencia de forma lenta.
Ellied asiente hacia mí, y yo lo hago hacia Karen.
—Entonces queda decidido —deja salir el gobernador con una sonrisa.
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