1. Al-Dalam
Tras realizar un esfuerzo desmesurado por el camino que habían recorrido, Yassine consiguió desplazar aquella gran roca, consiguiendo una obscuridad absoluta en el escondite que habían improvisado; se trataba de una especie de cueva formada por grandes piedras amontonadas aleatoriamente. El joven, de quince años y su hermana pequeña, Nawal, escapaban de la ciudad Siria de Kobane buscando la libertad de la soñada Europa, aquella que podría darles la posibilidad de vivir nuevamente. El régimen del comandante militar Abu Ayman Al-Iraqi, perteneciente al nuevo Estado islámico, que controlaba ahora todo el territorio de la ciudad, había destruido su hogar y, con él, matado a todos los miembros de su familia, excepto a su hermana.
No se veía nada, Yassine buscó a tientas a la pequeña, para asegurarse de que se encontraba a salvo, seguidamente, extendió los brazos intentando descubrir el espacio del lugar en el que se habían escondido. No disponían de mucho, apenas lo suficiente como para caber ellos dos en anchura o profundidad y lograr ponerse de rodillas en altura. En el exterior aún se escuchaban, no muy lejos y amenazantes, las típicas camionetas de una conocida marca japonesa utilizadas para transportar al ejército del país.
Nawal, a pesar de sus recién cumplidos seis años, había aprendido que, para no revelar la lugar en el que se encontraban, debía permanecer en absoluto silencio y sería su hermano quien le advirtiera del momento en el que podría romperlo.
Según los cálculos de Yassine, y gracias al trayecto que su padre le hizo guardar en mente antes de que la guerra empezara esperando que nunca tuviera que recorrerlo él solo, aún quedaba medio día de camino para llegar a la frontera. El problema era que la zona estaba siendo completamente barrida por los guerrilleros, y debían aguardar todo lo posible hasta que se encontrara despejada.
El joven se acercó a su hermana, quien temblaba intensamente por el cansancio y la humedad y la cubrió con sus brazos. No podía verla, por lo que le era imposible consolarla con aquella sonrisa suya que tanto adoraba la pequeña; sin embargo, sí que pudo susurrarle algo al oído, con un tono lo suficientemente bajo como para que únicamente ella pudiera escucharlo:
—Tamassaki. (Aguanta).
Las horas pasaban y se seguía escuchando el ir y venir incansable de las camionetas. La oscuridad creaba una sensación de agobio que él contenía difícilmente para no transmitirla a su hermana. No sabía cuánto tiempo llevaban en aquel lugar, ni tampoco cuánto necesitaban para poder salir en seguridad, pero tras varias horas inmóviles y a oscuras, el hambre y, sobre todo, la sed comenzaban a hacerse sentir. Además, Nawal tenía fiebre, el joven lo notó cuando pasó el dorso de la mano por la frente de la pequeña, lo que le hacía preocupar mucho, pero no había otra opción, tenían que esperar.
Toda aquella lobreguez y silencio hizo que los dos hermanos cayeran en un sueño profundo y fue unas cuantas horas más tarde cuando Yassine se despertó asustado por las voces de dos soldados que se aproximaron al lugar. No se movió, esperando que Nawal siguiera dormida.
—Están ganando terreno, debemos atacar —apuntó uno de ellos en árabe.
—No te preocupes, contamos con la ayuda de Dios.
Aquellas frases dejaron a Yassine pensando en lo que podía ocurrir en aquellos momentos fuera del escondite. ¿Quién estaba ganando terreno? ¿Acaso habría una oportunidad de poder volver a su ciudad? Muchas preguntas son las que atormentaron la mente del muchacho, pero la frase de su padre, militante del partido político PKK, quedó grabada en su memoria :
«Si algún día nos pasa algo, huye. Viaja hacia Europa, no mires hacia atrás.»
Tras sentirse más seguro una vez que los guerreros se marcharon, el joven aprovechó aquel intenso negro que envolvían a los dos hermanos para meditar profundamente y dirigirse a Dios, implorando el perdón por los pecados que habían podido cometer en sus vidas y pidiendo un desenlace de la situación en la que se encontraban, fuera bueno o malo.
Al cabo de unas horas, Nawal comenzó a tiritar intensamente y Yassine despertó empapado en el sudor que su hermana desprendía. El exterior parecía más tranquilo, no se escuchaba nada y el joven empezó a preguntarse si sería el momento de salir, sin embargo, sabía que no podría ir muy lejos con su hermana en aquel estado. La acarició tanto como pudo, rodeándola con sus dos brazos y deseando, aunque sin mucha esperanza, que la niña pudiera recuperarse. Pero el estado de Nawal no mejoraba, sino todo lo contrario, la fiebre seguía aumentando y el tiempo que llevaban en ayunas dejaban a la hermana de Yassine muy débil.
A pesar de saber que no debía hablar, la pequeña quebrantó las reglas que había respetado desde que huyeron de casa.
—Ahibuk ya 'aji. (Te quiero, hermano).
No pudo evitarlo, las lágrimas de Yassine salieron de sus ojos sin previo aviso, apretó a su hermana contra su pecho, deseando que todo aquello fuera solo un sueño. Tenía la sensación de haber fracasado como hermano, como hijo, como nieto; ya nadie quedaba de su familia, estaba él solo ante el mundo, un mundo en guerra, inhumano, escalofriante y repudiado, y aún así debía hacer caso a las palabras de su padre, cumplir con su promesa y no mirar hacia atrás.
Besó a su hermana por última vez en la frente, ya inerte, sin pulso, mientras rezaba la oración: «Inna lil-lahi wa inna ilaihi rajioune.» (A Dios pertenecemos y hacia Él es nuestro regreso).
—Lo siento hermanita, siempre estarás conmigo.
Yassine buscó la roca que utilizó para cerrar el escondite y, con aún más esfuerzo que para colocarla, consiguió desplazarla y abrir el camino hacia el exterior. No sabía cuánto tiempo había permanecido allí encerrado, pero fueron momentos muy difíciles que hicieron que nunca antes haya tenido una sensación de libertad tan importante. Aunque era de noche, la luna llena iluminaba todo su alrededor, y a pesar de la falta de visibilidad típico en ese momento del día, a él le resultaba todo claro y brillante. El joven respiraba el aire del exterior llenando sus pulmones con la impresión de no haber disfrutado de ese privilegio en su vida. Volvió a cerrar con la roca el que había sido su escondite, creando así una pequeña tumba para su hermana. Vigiló los alrededores, comprobando que nadie pudiera descubrirle, y con un enorme sigilo, continuó su camino, rumbo a Europa, como prometió a su padre; solo, pero lejos de la oscuridad (Al-Dalam).
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