Capítulo 36.
A Ciro no le sorprendió tanto como hubiese esperado la afirmación que acababa de hacer Ikino, aunque no se podía decir lo mismo de Varik o de Iri. Incluso Sylvan, siempre cauto y conciliador, parecía estar teniendo problemas para disimular la rabia que estaba experimentando en ese momento.
De repente cayó en la cuenta de que apenas había hablado con su compañero de pelotón desde la muerte de Aera. Para él había supuesto una pérdida terrible, y aunque trataba de mantener la cabeza ocupada en todo momento, la imagen de la joven norteña era una constante inmutable en cualquier actividad que realizase. Aera le acompañaba hasta altas horas de la madrugada, retándole con su sonrisa desde el abismo más oscuro de sus pensamientos.
Y aquella sonrisa le destrozaba el alma. Echaba de menos su voz, su mirada tranquilizadora, sus ganas de rechistar ante cualquier decisión. Pensar en ella le hacía encogerse como si hubiese recibido una patada en la boca del estómago. Era como querer respirar y no poder hacerlo.
Ciro contempló al segundo al mando del pelotón EX:A-2 mientras trataba de discernir cómo se sentiría. Nunca supo si ambos exploradores mantuvieron algún tipo de relación; tal vez tuvieron algún encuentro que más tarde decidieron olvidar por cuestiones prácticas. De lo que estaba casi seguro era de que, si la situación hubiese sido diferente, Aera y Sylvan habrían pasado la mayor parte del tiempo juntos. Tal vez hasta hubiesen llegado a formar una familia.
—Me gustaría saber por qué tú no nos dijiste nada cuando ya lo sabías.
La voz con deje amargo de Iri obligó a Ciro a desviar su atención hacia la conversación que estaba teniendo lugar en ese momento.
Ikino se encogió de hombros cuando todas las miradas se posaron en ella.
—Obviamente lo sabía —dijo en tono distendido—, pero no me pareció un dato especialmente importante.
—Y sin embargo, dejaste que ella delatase tu procedencia y te acusase de traidora— prosiguió la joven italiana.
Ikino suspiró mientras cogía de nuevo a Pix del suelo y se lo colocaba en su regazo. Era curiosa la afinidad que sentía la informante hacia esa bola de pelo con orejas excesivamente grandes.
—Creo que ambas hicimos lo que teníamos que hacer —terminó contestando—. Si no me hubiese delatado, vosotros nunca habríais entendido por qué desenfundó su pistola contra mí. Posiblemente habríais acabado matándola por Aera y habríais fracasado cumpliendo ambas misiones.
—Hicisteis lo que teníais que hacer —repitió Iri con sarcasmo—. O sea, decidisteis callaros y jugasteis con todos nosotros. Si desde el primer momento ambas hubieseis dejado las cosas claras, posiblemente no estaríamos echando en falta ni a Aera ni a Liria.
—Tal vez.
Ciro pegó un respingo al escuchar el fuerte golpe de la puerta del baño al cerrarse. Sylvan había desaparecido.
—¿Por qué Evey abandonó Sílica? ¿Y por qué esa obsesión por salvar a su hija?
—Los asuntos de Evey deberían ser contados por ella, capitán —contestó Valia sin dirigir la mirada a Trax—. Ella será la que mejor conteste a cualquier pregunta.
—Ya basta de juegos, Valia.
—No estoy jugando.
—Mamá.
El pulso de Ciro se disparó en cuestión de segundos. Era la primera palabra que Mara pronunciaba tras su rescate, la primera vez que parecía ser consciente de lo que la rodeaba. La joven exploradora había abandonado el regazo de su madre y trataba de ponerse en pie por sí sola. Ciro observó su cabello recogido en un moño alto; varios mechones habían quedado sueltos y caían índigos por su nuca. El peinado había conseguido disimular en parte la ausencia de pelo en su sien izquierda, así como las pequeñas alopecias que había sufrido durante su captura, posiblemente causadas por las torturas de Bóriva y sus soldados.
—¿Cómo estás? ¿Puedes tú sola?
Mara asintió un par de veces a la par que rechazaba con un apacible gesto de su mano la ayuda que le ofrecía su compañero Varik. Bajo la atenta mirada de todos, la exploradora terminó poniéndose en pie y avanzó con lentitud hacia la cocina. Fue entonces cuando Ciro recordó que la chica no sabía de la muerte de Liria. El miedo le hizo retroceder hasta situarse en una de las esquinas menos visibles de toda la casa. Aunque le estaba suponiendo un esfuerzo terrible y el sentimiento de culpabilidad le machacaba de manera constante, se creía capaz de convivir con todas aquellas personas posicionadas en su contra. Pero con Mara era distinto; le aterraba que la chica le tomase por el monstruo que realmente era.
—Mamá... —insistió la exploradora.
Valia se levantó del suelo.
—Siéntate —contestó–, yo te lo preparo.
—No me cambies de tema, por favor. Cuéntales la verdad.
Madre e hija se miraron unos instantes, evaluándose entre sí. De repente, Valia pareció ceder ante el escrutinio de los ojos de la exploradora. Su cuerpo perdió la rigidez que había adquirido al levantarse en pos de su hija y su mirada se volvió oscura e insegura.
—Qué más da la verdad —acabó suspirando—. Ni siquiera tú sabes todo.
—Me da igual lo que yo sepa o no sepa. Quiero que se lo cuentes.
—No van a cambiar las cosas cuente lo que cuente, Mara.
—No lo entiendes.
—No, claro que lo entiendo.
—¡Entonces deja de intentar protegerme! —exclamó la joven—. Estoy harta, de verdad. Estoy asqueada de todo esto.
—No dig...
—Sí, mamá, sí. Digo lo que pienso. —Mara salió de detrás de l poyete de la cocina para ponerse a la vista de todo el mundo. Sus ojos dorados brillaban a causa de la ira, ¿o tal vez fuesen lágrimas de frustración? —. Aquí hay dos pelotones que han arriesgado sus vidas por salvarme.
—¿Por salvarte? ¡¡Iban a matarte!! El único dispuesto a...
—¡Pero no lo han hecho porque aquí estoy, viva!
—Tú sí —accedió Iri desde la cama—, pero Aera y Liria no pueden decir lo mismo. No creo que tú seas la culpable de sus muertes, Mara, pero créeme que en esta sala hay gente que ha hecho cosas horribles para llegar hasta tí y traerte aquí sana y salva.
—¿Liria? —Mara recorrió con la mirada la estancia hasta percatarse de la ausencia de su compañera de pelotón—. ¿Liria ha muerto?
—Él fue el culpable. —Varik ni siquiera se dignó a mirar a Ciro, simplemente hizo un gesto de cabeza en su dirección—. Disparó a Liria y la dejó en Sílica, tirada.
Ciro fue incapaz de levantar la vista. Sabía que si lo hacía, se encontraría con los terribles ojos de Mara y acabaría derrumbándose por completo. Se mantuvo en la silla con la cabeza agachada y la mirada fija en el suelo. Era un cobarde, una alimaña. No merecía nada de lo que tenía.
—Tú... —susurró la exploradora. Su voz estaba cargada de un odio tan profundo que Ciro sintió su corazón romperse en mil pedazos.
—Disparó porque Liria disparó a Mara primero —intervino Ikino.
—Tú misma dijiste que el gesto de Ciro fue estúpido. Mara llevaba un escudo de protección individual.
—Los humanos no sois especialmente inteligentes, Varik. Sois impulsivos y en muchas ocasiones actuáis antes de razonar. Ciro hizo lo primero que se le pasó por la cabeza en cuanto vio cómo Liria disparaba a Mara. Fue un gesto automático.
—No pienso discutir con un puñado de cabl...
—Estoy aquí —interrumpió Mara con aspereza.
Ambos exploradores se giraron al unísono. Varik dirigió un gruñido de inconformidad a la oriental, pero se alejó de ella hasta situarse cerca de la puerta del baño.
—Mara. —El tono de Ikino era de una suavidad muy diferente a la habitual. No pretendía ser letal; al contrario, era amable, afable—. No te voy a mentir: ir a tu encuentro ha sido una experiencia dura para todos nosotros. Ha supuesto la pérdida de dos compañeras de sección, la revelación de hechos que jamás deberían haber sido contados y la implicación en situaciones de las que no vamos a poder salir con facilidad.
»Con toda seguridad, ninguno de los que estamos aquí presentes volveremos a nuestras antiguas vidas dentro del Cubo. Es posible que el Cubo ya no exista, que los terrícolas ya no existan. Y aunque existiesen, no nos dejarían entrar. Así que este grupo de personas que ves aquí es todo lo que tienes. Para bien o para mal, con estas personas son con las que tendrás que compartir tu día a día de aquí en adelante. Quién sabe, tal vez en el futuro la situación cambie, o tal vez no haya futuro, pero sea como sea, hay que jugar las cartas que tenemos, aquí y ahora.
Tu condición te hace especial a ojos de todo el multiverso. Aún no eres consciente de ello, pero eres peligrosa. Y poderosa. Una nueva tecnología que ni siquiera somos capaces de imaginar podría aparecer gracias a ti. Habrá gente que te tenga miedo, habrá gente que te respete y te adore, habrá gente que te desee la muerte. No hace falta que te explique lo que implica eso, ¿verdad? De aquí en adelante tendremos que tomar decisiones difíciles que no gustarán a todos, pero que serán necesarias para poder asegurar tu supervivencia. Y ten por seguro que cualquier decisión que se haya tomado estos días pasados, por muy desacertada que haya podido ser, ha sido para garantizar tu supervivencia.
El refugio de Evey permaneció en absoluto silencio durante varios segundos, únicamente interrumpido por el sonido del constante goteo del grifo de la cocina sobre el acero de la pila. Ciro se revolvió incómodo en la silla al notar la más que familiar llama de la rabia creciendo de nuevo en su interior. ¿Por qué estaba furioso? Lo que había dicho Ikino era cierto y debía asumirlo. ¿Por qué no lo sentía así? ¿Qué demonios le estaba ocurriendo?
—Así que... —La voz rota de Mara hizo que el chico levantase la cabeza con lentitud—. Tendremos que tomar decisiones que aseguren mi supervivencia. Porque soy peligrosa y poderosa.
—Eres un punto de inflexión.
—Ya. —La exploradora se dio la vuelta sobre sí misma. Ciro observó sus puños apretados, el leve temblor en sus hombros ¿estaba llorando? —. Pues no me da la gana.
—¡Mara!
—¡¡No!! ¡¡Déjame, mamá!! —Mara volvió a girarse. A pesar de su piel morena, la joven tenía la cara roja a causa de la ira y una vena enorme le cruzaba la frente de arriba abajo—. No quiero ser nadie, ¡no quiero ser nada, sólo Mara! No quiero que se me proteja, ni que la gente se apiade de mí, ni que hagan cosas en contra de su criterio sólo porque yo soy "un punto de inflexión" —dijo, a la par que simulaba unas comillas con sus dedos.
—Pero lo eres —contestó Ikino con su habitual tranquilidad.
—¡Y a mí me importa una mierda! A ver, decidme, además de mi madre ¿cuántos de los que estáis aquí estaríais dispuestos a matar a un amigo, a un compañero de trabajo o a algún familiar sólo para salvarme, eh? ¿Cuántos? ¡¿CUÁNTOS?!— Nadie contestó—. Lo que yo esperaba. Y me alegro, de veras que me alegro. Hay que ser un animal sin escrúpulos y con la sangre podrida para anteponer mi vida a la de cualquier ser querido. Hay que ser un monstruo.
Monstruo.
La palabra perforó los tímpanos de Ciro, le golpeó el pecho y se instaló en su alma con la forma de una terrible y pesada piedra. No se atrevió a mirar a la exploradora, pero sabía que esa última frase iba dirigida a él, y sólo a él. Sentía sus fieros ojos escrutándole, juzgándole. No es así, quería decirle. Yo no soy así.
«No soy así».
—Te estás equivocando.
—¿Y? ¿Y qué, mamá? No lo entiendes. No quiero que la gente cambie su vida o su forma de ver las cosas por mí. No quiero condicionar la forma de vivir de nadie, no quiero obligar a todo el mundo a hacer cosas que no quieren. No quiero que se tomen decisiones por mí.
—Y creo que lo que dices tiene todo el sentido del mundo —corroboró Iri.
—Mara, basta ya. —Valia elevó el tono de voz hasta hacer enmudecer a todo el mundo—. No estás siendo justa.
—¿Y quién lo está siendo? ¿Quién? —La esmirense se apoyó con ambas manos sobre la encimara de la cocina. Sus hombros se convulsionaron de nuevo con violencia, pero esta vez no era por la rabia. Esta vez Mara estaba llorando—. ¿Cómo crees que me siento yo ahora mismo? Dime, ¿crees que me siento orgullosa y tranquila conmigo misma sabiendo que han muerto personas por mi culpa?
—No ha sido por tu culpa.
—Salimos al exterior cuando lo teníamos prohibido.
—No es así, Mara. No te sabes la mitad de la historia. Has permanecido inconsciente todo ese rato.
—Me da igual, de verdad que me da igual —contestó con voz derrotada—. Todo lo que quiero es dejar de joder la vida a los demás. No quiero ser la solución de nada, no quiero influir en la vida de gente a la que no conozco. La mitad de las personas que están en esta habitación hubiesen preferido matarme y volver al Cubo. Si no lo hicieron fue porque Evey les obligó a no hacerlo.
—¿Hubieses preferido morir? —inquirió Ikino.
—No... —Mara contestó en un tono no demasiado convincente—. No. Hubiese preferido no tener que arrastraros a todos hasta este punto. Hubiese preferido que hubieseis podido elegir y no tener que sacrificar todo lo que tenéis por mi culpa. De verdad que lo siento.
Ciro apenas percibió el ruido que hizo la puerta del baño al abrirse. Se sentía bloqueado, incapaz de mover un mísero dedo. Tenía la frente perlada de sudor y el pecho le palpitaba como si hubiese corrido hasta desgarrarse todos los músculos de las piernas. Quería desaparecer de allí, quería salir de aquella jaula y poder destrozarse las cuerdas vocales gritando de rabia.
—Pensé que habías aprendido la lección hace ya, Mara. —Ikino, sentada sobre la mesa, tamborileó los dedos un par de veces. Su uniforme de exploradora estaba bastante deteriorado y sucio, pero su cabello se mantenía en perfecto estado, aún habiendo estado varios días sin lavarlo—. Pensé que esa tontería de lamentarte por haber sobrevivido se te había pasado ya, pero veo que no.
—No me lam...
—Escúchame: esta es la vida que tienes. No hay otra. Has tenido la gran suerte de haber sido salvada dos veces; no todos pueden decir lo mismo. Lo menos que podrías hacer es agradecérselo a las personas que lo han hecho posible, ¿no crees?
—Ha muerto gente por mi culpa. Han matado a gente por mi culpa.
—Sí –accedió la informante—, pero los responsables de esas muertes también tienen su derecho a decidir. No puedes pretender que nadie haga nada por ti, porque, te guste o no, hay y habrá gente dispuesta a hacer lo que sea por ti, aunque a ti no te guste. Igual que tendrás que asumir que hay y habrá gente dispuesta a acabar contigo por otros motivos y tú deberás luchar como siempre lo has hecho para evitar que eso ocurra. Ahora más que nunca.
Mara se sorbió la nariz con fuerza. Sus manos aún maltratadas se posaron sobre sus cejas, como si intentase aliviar la presión contenida en su cabeza.
—Ahora más que nunca —repitió.
—Puede que tú hayas provocado el caos que estamos viviendo ahora mismo, Mara, pero también serás la que nos permita vivir en paz. Sílica será derrotado.
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