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Capítulo 34 (parte 2).

Ciro se deshizo de la fina manta que lo cubría y se precipitó hacia la puerta del baño. Haciendo caso omiso a los gritos de advertencia del resto de los exploradores que también se habían despertado, abrió la puerta y echó un vistazo rápido al interior hasta que sus ojos localizaron a Mara.

La chica se había arrinconado dentro de la ducha y se retorcía como si estuviese siendo quemada viva. Sus manos agarraban la camiseta que tenía puesta con fuerza y tiraban de ella en un intento desesperado de separarla de su piel. Sus piernas pegaban fuertes patadas, todas ellas dirigidas a la mampara de cristal hasta causar una grieta en una de sus paredes.

—¡Mara! ¡¡MARA!! ¿Qué ocurre?

La exploradora no parecía escuchar nada. Asustado, Ciro se agachó hasta ponerse a su misma altura, colocó uno de sus brazos tras la espalda de la chica y con la mano libre agarró su mandíbula para tratar de mirarla a los ojos. Mara no había terminado de recuperarse de las lesiones que había sufrido en Sílica. La hinchazón en los párpados y en los labios había disminuido notablemente, aunque mantenía diversos moretones en ojos y pómulos, así como varias heridas en toda la cabeza. Aún así, Ciro pudo apreciar con claridad el oro líquido de sus pupilas pidiendo ayuda a gritos.

Antes de que pudiese articular palabra, Mara comenzó a escupir sangre. Ciro observó con estupor cómo la sustancia oscura y densa teñía de rojo los labios de la chica, sus mejillas y su cuello. Espesas gotas cayeron al suelo de la ducha y formaron regueros que acabaron desembocando en el desagüe.

—¡Incorpórala! ¡Ciro incorpórala, vamos!

—Se está ahogando.

Ciro se apresuró a cumplir lo que le ordenaban. Se metió en la ducha y trató de apoyar la espalda de la exploradora sobre su pecho para mantenerla erguida. Mara tosió con desesperación mientras seguía tirando del cuello de la camiseta, como si éste fuese el que estuviese provocando su asfixia. Su brazo izquierdo soltó entonces el agarre de su ropa para a continuación clavar las uñas en su sien, justo donde tenía situado el extractor de memoria.

—¡¡DETENLA!!

A duras penas consiguió separar la mano de Mara de su cabeza. Interceptó su muñeca y tiró con fuerza de ella hasta conseguir sujetarla contra su propio pecho. El cuerpo de la chica ardía.

Mara agonizaba.

En medio del caos, Ciro pudo apreciar el llanto desesperado de Valia Alaine. La visión se le nublaba por momentos y todo lo que podía discernir era el color rojo de la sangre inundando cada recoveco.

Alguien se hizo paso hasta él y se puso a su lado. Unas manos pequeñas y de dedos finos cogieron a Mara por la cabeza para poder sostenerla quieta. Su blanquecina piel se tiñó de rojo al instante, pero no pareció importarle lo más mínimo.

—Tiene una sobrecarga. —Con un gesto rápido de su dedo índice y pulgar, Ikino comprobó la viscosidad de la sangre de Mara—. Tiene exceso de zeptorobots en su organismo.

—¿Qué?

—Alguien le ha inyectado dosis de más —contestó la informante en un susurro—. Su cuerpo lo sabe y está tratando de deshacerse de ellos. Lo único que podemos hacer es tratar ayudarla para que expulse todo cuanto antes. Si no consigue deshacerse de ellos, morirá.

Ciro agarró el torso de Mara con fuerza para evitar que se resbalase hacia el suelo de nuevo. La exploradora seguía escupiendo sangre, aunque ya no lo hacía con tanta asiduidad. Mantenía la boca abierta y los ojos clavados en el techo del cuarto de baño, y pronto Ciro se percató de que la chica tenía el cuerpo perlado de sudor. Mechones de pelo se adherían a su frente y a sus sienes; las gotas resbalaban por su cuello y acababan empapando la camiseta ya manchada.

—Traeré agua —anunció Sylvan desde la entrada del baño—. Si de algo estoy seguro, es de que los zeptorobots se eliminan a través de la orina.

Al cabo de unos segundos, el explorador del pelotón EX:A-2 apareció con un vaso en una de sus manos. Se abrió paso entre todos los que se apelotonaban en el pequeño cuarto y le tendió el recipiente a Ciro.

—Debe bebérsela. Que no la eche.

Ciro cogió a Mara de la nuca y la obligó a inclinar la cabeza ligeramente hacia delante. La joven había dejado de sufrir espasmos, pero su respiración era agitada y el explorador dudaba de que fuese capaz de dar un trago.

Se obligó a sí mismo a mantener los nervios a raya. Con el pulso más firme que pudo, apoyó el vaso sobre los rojizos labios de la chica. Ella pareció percibir la presión del objeto; sus ojos se desviaron del techo y sin prisa se posaron sobre los suyos.

Por un instante, Ciro perdió la noción del tiempo y la cordura. Allí estaba, contemplando de nuevo los ojos más feroces y hechiceros del multiverso. Los dos solos, igual que la primera vez. Rodeados de escombros y pólvora. Rodeados de miedo, de ira. Rodeados de muerte.

La mano que sostenía a Mara por la nuca liberó con suavidad el agarre hasta permitirle a su pulgar rozar la mejilla de la chica. Estaba húmeda.

Sin separar sus ojos de los de ella, Ciro inclinó el vaso un poco más. Un hilo de agua se vertió fuera de la boca semiabierta de la joven, lavando la sangre allí por donde pasaba.

No quería hablar. En realidad, dudaba que fuese capaz de decir alguna palabra. Aquellos ojos felinos siempre habían causado estragos en su raciocinio, pero nunca pensó que pudieran anularle como lo estaban haciendo en ese instante.

El cuerpo de Mara pareció relajarse. La exploradora pestañeó un par de veces hasta que las lágrimas brotaron de sus ojos y se unieron al resto de gotas de sudor que inundaba su cara.

—Estoy aquí —se escuchó decir a sí mismo.

Su pulgar seguía acariciando el pómulo de la exploradora.

***

Ciro trataba de mantener la calma canalizando toda la ira a través de sus puños cerrados. Los mantenía sobre la mesa y apretaba la superficie con fuerza para poder sentir los nudillos clavarse sobre el frío metal.

—Es absurdo. ¿Por qué iba alguien querer asesinar a Mara después de lo que nos ha costado rescatarla?

—Porque el plan inicial de Tera era asesinarla, no devolverla sana y salva.

—Estoy segura de que ha sido un accidente.

—¡¡NO HA SIDO UN PUTO ACCIDENTE, IRI JODER!!—. Se mordió la lengua con fuerza para intentar recuperar la poca compostura que le quedaba. La sangre invadió su boca hasta hacerle sentir nauseas de nuevo—. Vi a alguien salir del cuarto de baño. Vi cómo iba hacia la cocina y tiraba las cargas de zeptorobots vacías. Pix hizo el amago de gruñir, pero le dio algo para que se mantuviese callado.

—Ciro —le llamó Trax—, por una vez en tu vida, hazme caso: cálmate y estate callado.

—¡No me voy a calmar una puta mierda, porque sé lo que vi, y sé que alguien en esta casa intentó asesinar a Mara y lo volverá a intentar!

—Ninguna persona de aquí sabe cómo funcionan los zeptorobots, explorador —rebatió el capitán del pelotón EX:A-2—. Nadie salvo la exploradora Ikino Minami y Valia Alaine, supongo.

Ciro pegó un puñetazo a la mesa que hizo dar un respingo a todos.

—No hay que ser superdotado para comprender que una sobrecarga de zeptorobots en el torrente sanguíneo puede ser mortal.

—Al menos el accidente ha desembocado en algo positivo —señaló Ikino—. El extractor de memoria está destrozado.

—Mi hija podría haber muerto.

Todos dirigieron la mirada hacia Valia. La informática se encontraba sentada en el suelo y Mara, acurrucada, reposaba la cabeza sobre sus piernas. Si estaba despierta o no, Ciro no podía saberlo. Una vez las convulsiones hubieron remitido, y cuando pareció que había dejado de escupir sangre, Valia metió a su hija en la ducha y la cambió de ropa. No es que abundasen las prendas de vestir en la casa de Evey, pero en uno de los armarios la mujer había conseguido rescatar varios pantalones y camisetas que claramente no pertenecían a la dueña del refugio.

—Su hija podría haber muerto en Sílica, señora, pero ya nos hemos encargado nosotros de que eso no ocurriese. A cambio, hemos perdido a dos de nuestros exploradores.

Sin retirar la mano que acariciaba el rostro de Mara, Valia dirigió la mirada hacia el capitán. Bajo la tenue luz de la habitación, Ciro pudo ver la desagradable herida que deformaba su ojo derecho. El globo ocular había desaparecido, y el aspecto de la herida pedía con urgencia una intervención quirúrgica.

—Usted no ha sido padre, Sleiden. Lo más cercano a un hijo que ha tenido usted ha sido la planta trepadora que tiene en su departamento. —Valia suavizó el tono de voz, aunque su mirada seguía transmitiendo la ferocidad de una leona acorralada—. He perdido a dos de mis tres hijos. A dos. Así que no intente hacerme sentir mal porque le puedo asegurar que no lo va a conseguir. Créame que le habría vendido a los silícolas si con ello hubiese recuperado a Mara.

—Fue su insensatez lo que provocó todo esto —rebatió Trax—. Por su culpa, Mara fue capturada. Si hubiese cumplido las normas del Cubo nada de esto habría ocurrido.

—Si hubiese cumplido las normas del Cubo, posiblemente Sílica habría acabado con la civilización terrícola hace mucho. —La mujer hizo una breve pausa para tratar de calmarse de nuevo—. No salía a la Tierra por capricho —continuó. Ciro se separó de la mesa con lentitud, dispuesto a escuchar lo que Valia iba a decir. A juzgar por lo que estaba tardando en continuar la frase, la señora Alaine estaba buscando las palabras adecuadas—. Tenía una misión. Siempre la tuve. La tengo ahora y la seguiré teniendo en el futuro.

—¿Y cuál es esa misión exactamente, señora Alaine?

—Es una historia larga.

—Estoy seguro de que todo el mundo quiere escucharla.

Ciro comprobó cómo el pecho de Valia se hinchaba bajo el uniforme de exploradora que sin duda había robado a su hija.

—Como creo que ya os contó Evey, mi familia y yo procedemos de este planeta, de Esmira. Tuvimos que abandonar nuestra casa cuando Sílica nos invadió y acabamos en la Tierra.

» Por aquel entonces yo no conocía de la existencia del Frente Multiversal Armado, pero una vez llegamos a la Tierra, ellos se pusieron en contacto conmigo para que formase parte de su organización. No era un proyecto utópico ni nada por el estilo; era una organización real y bien definida. El F.M.A estaba formado por personas de civilizaciones distintas, civilizaciones en su mayoría ya afectadas por Sílica y su ansia de dominar el multiverso.

Mi misión era sencilla: debía informar a la base de absolutamente todo lo que ocurriese en la Tierra. Sabíamos que Sílica había descubierto el planeta años atrás, y era importante determinar cuándo se produciría la invasión. Avances científicos, tecnológicos, guerras, revoluciones, descubrimientos de recursos naturales. Absolutamente todo era un factor determinante para predecir un ataque.

Cuando TESYS hubo anunciado el descubrimiento de los universos paralelos, el F.M.A fue puesto en aviso y se activó el protocolo de actuación. El objetivo era evacuar a la mayor cantidad de terrícolas posibles en cuanto se produjese el primer ataque. No podíamos hacerlo antes porque, como comprenderéis, el F.M.A no puede redistribuir a una civilización entera en otros planetas sin ningún tipo de consideración. Pueden surgir conflictos muy complejos cuyo desenlace sea mucho peor que la primera situación. Así que todos esperamos con miedo a que se produjese el ataque por parte de Sílica.

Pasaron los meses y no ocurrió absolutamente nada. El F.M.A estaba desconcertado; era la primera vez que se daba aquella situación, y el protocolo de actuación no podía estar activado de por vida. El F.M.A es una organización muy potente, pero presta servicio a todo el multiverso y no puede tener sus recursos parados a la espera de un ataque que no llega. Así que decidieron desactivar el protocolo de actuación hasta que les proporcionásemos noticias nuevas.

No hubo mucha gente que se opusiese a tal decisión, pero Evey fue una de ellas. Aseguraba que Sílica esperaba a que bajásemos la guardia para invadirnos, que bajo ningún concepto dejarían pasar por alto a una civilización que sabía hacer uso de las puertas dimensionales.

Tal y como Evey predijo, el ataque llegó cuando el F.M.A tenía su atención centrada en otro universo. Por suerte, los terrícolas fueron capaces de refugiarse tras sus puertas dimensionales, y aunque Sílica masacró a la mayor parte de la humanidad, un pequeño porcentaje consiguió salvarse con la ayuda de todos los miembros del F.M.A que permanecíamos en suelo terrestre.

A partir de ese momento, nos tocó cumplir con nuestra misión desde el Cubo. No hubo disculpas por parte del F.M.A, pero tampoco las esperábamos. Hay cosas que son inevitables y tal vez el ataque de Sílica fuese una de ellas.

En el Cubo estábamos seguros, pero era imposible forjar una civilización en un espacio como ése. Méstides es un planeta inhóspito y la vida de los terrícolas no es viable sin una alta aclimatación. No existen puertas dimensionales diferentes a las que crearon los terrícolas, así que la única vía de escape era volver a la Tierra y redistribuir a todo el mundo en universos alternativos.

La evacuación llevaría su tiempo. El F.M.A acordó no mover a nadie hasta estar completamente seguros de que no se produciría un ataque en suelo terrestre. A fin de cuentas, la civilización terrícola podía aguantar en ese espacio mucho más segura que en cualquier otra parte.

Mi misión, como había sido hasta entonces, era proveer de datos a la organización. Para ello usábamos nuestros propios métodos que yo empleaba a menudo dentro del Cubo, pero era importante que TESYS nunca se enterase de ello, y cada vez que usaba un ordenador para comunicarme con el F.M.A aumentaba las probabilidades de ser descubierta. Así que a veces salía al exterior acompañada de mi hija y entregaba a Evey, mi contacto externo, todo lo que había recopilado. Mis informes tenían como objetivo mantener al día al F.M.A sobre la situación actual de los terrícolas: sus recursos disponibles, situación emocional de la población en general, bajas en campo abierto, nacimientos, descubrimientos tecnológicos, todo. Era importante mantener bajo control cualquier posible atisbo de desequilibrio, porque un desequilibrio en la civilización podía suponer su extinción total.

—¿Qué pasa con los otros miembros del F.M.A del Cubo? ¿Por qué no han contactado con nosotros?

—Sólo quedo yo. No hacían falta más personas para una civilización tan mermada.

Ciro se dejó caer sobre la silla que tenía al lado. Todo lo que había contado Valia era información nueva para ellos, pero no la sentía como tal. Era como si le hubiesen contado la misma historia desde otro punto de vista. De nuevo, seguía teniendo aquella sensación de no estar comprendiendo nada de lo que ocurría a su alrededor.

—¿Quién es Evey? —se escuchó decir a sí mismo.

Valia cambió de postura en el suelo.

—¿Qué quieres decir?

—Responda, Alaine —ordenó Trax.

—Creí haberlo dicho antes. Evey era mi contacto en la Tierra.

—Señora Alaine. —La suave pero cortante voz de Ikino invadió la estancia.

—Todo lo relativo a Evey Lovanic que no tenga que ver con mi misión le corresponde a ella contarlo, y no a mí —añadió Valia antes de que la informante pudiese seguir hablando.

—Y yo creo que merecemos saber de una vez por todas en qué estamos metidos —contestó Iri aún desde la cama.

Valia se mantuvo en silencio mientras paseaba su mirada evaluadora por todos los allí presentes.

—Supongo que algo de razón tenéis —comenzó diciendo—, pero no creo que a Evey le haga una pizca de gracia.

—Evey se ha quedado en Sílica en una misión suicida. Lo más seguro es que no la volvamos a ver.

—Te equivocas. —Los exploradores contemplaron a Valia, a la espera de que ésta añadiese algo más—. Evey es la única persona que puede tener éxito en esa misión.

—¿Y a qué se debe esa exclusividad? ¿Por qué es taaaaan importante en todo esto?

—Me estáis aburriendo con tanto secretismo —anunció Ikino. La informante se situó en medio de la estancia con Pix entre sus brazos—. Creo que es más importante descubrir qué fue lo que pasó con Mara esta noche.

—No te falta razón, Ikino —dijo Ziaya que hasta entonces se había mantenido al margen—, pero creo que es hora de comprender qué papel jugamos nosotros en todo esto.

—Muy bien. —Ciro observó cómo el androide daba la espalda a todo el mundo y avanzaba hacia una de las estanterías donde reposaban todos los trastos de la dueña del refugio. Dejó a Pix en el suelo para que pudiese corretear a gusto mientras cogía la caja donde deberían haber estado las cargas de los zeptorobots—. Entonces querréis saber que hace mucho tiempo Evey fue la mano derecha de Bóriva.

—¿Qué?

Ikino se giró hacia ellos aún con la caja metálica entre sus dedos.

—Sois realmente estúpidos si no os habíais dado cuenta antes. Evey es silícola.

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