Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 28.



Evey maldijo para sus adentros repetidas veces. Había bajado la guardia, y para colmo lo había hecho delante de dos testigos, siendo uno de ellos una informante.

«Espabila. Están diseñados para obtener información de cualquiera de las maneras posibles».

Bastaron un par de recuerdos que creía haber encerrado bajo llave para devolverla a la realidad. Todas las desgracias por las que había pasado habían sido provocadas por aquellos androides. Ellos eran los responsables de avisar acerca de los avances tecnológicos de los planetas observados; sus informes periódicos determinaban cuándo una civilización tenía que dejar de existir por suponer un peligro potencial para Sílica.

Ikino juraba y perjuraba estar de su parte, pero estaba hecha con tecnología silícola y sus diseñadores habían sido dirigidos por los predecesores de Bóriva, así que bien podría tratarse de una artimaña. Nunca se fiaría de ella, aunque la noticia acerca de la bomba de agujero negro debía considerarla como máxima prioridad e informar a la organización, así como también necesitaría hacer uso de la base de datos del androide para moverse con cierta rapidez por los laboratorios. Había tenido la oportunidad de ver algunos de los planos que Ockly guardaba en su refugio, pero el hombre no la había permitido volcar la información en su pulsera para así poder estudiarla con mayor detenimiento. Todo de lo que disponía se encontraba en su cabeza; no sería suficiente para franquear la fortaleza en la que mantenían recluida a Mara.

Comprobó su reloj por enésima vez, inquieta. Valia estaba rozando el límite de lo que ella misma había considerado un periodo de tiempo razonable. Si nadie se ponía en contacto con su aerodeslizador en breves tendría que comenzar a plantearse la posibilidad de que la mujer no hubiese conseguido llegar a su objetivo. No dispondrían de apoyo logístico para asegurar un mínimo de éxito en la misión. Estarían solos y tendrían que apañárselas con los medios de los que disponían, siendo su único as bajo la manga Ikino. Girando sobre su silla de piloto para poder comprobar la situación de los exploradores dentro de la nave, Evey dirigió una mirada fugaz a la informante que reposaba junto a Ciro sobre el frío y destartalado suelo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal de abajo arriba cuando sus ojos se encontraron en medio de la semioscuridad del vehículo y la joven hizo un casi imperceptible gesto de asentimiento con la cabeza, como si hubiese estado leyendo sus pensamientos en todo momento.

Chasqueó la lengua, contrariada. Se negaba a creer que Valia no hubiese conseguido contactar con la base de la organización, pero el tiempo se les agotaba y era momento de entrar en acción. Cuanto más tardasen en intervenir, mayores serían las probabilidades de que Bóriva y su séquito de científicos hallasen el gen recesivo de Mara o del segundo explorador capturado.

—Exploradores, vamos a ponernos en marcha —informó en voz alta a la par que se ponía en pie y le pegaba un pequeño puntapié a Ciro para que se levantase del suelo—. No recibo noticias de Valia, pero nos separamos hace veinte horas y no podemos seguir esperando. Necesitamos un plan.

—Estamos a doscientos kilómetros de los laboratorios —recordó Liria—. ¿Cómo vamos a llegar hasta allí sin ser vistos? Si se trata de un laboratorio del gobierno estará lleno de sistemas de seguridad impenetrables.

—Y a eso hay que sumarle que estamos siendo perseguidos. En cuanto vean nuestro aerodeslizador se lanzarán como buitres a por nosotros —prosiguió Ciro con su característica voz ronca.

Evey frunció el ceño y dirigió una mirada molesta a Ikino. A pesar de ir en contra de sus principios y en contra de su intuición, estaba claro que la única que podía echarles un cable en ese momento era ella. Dándose por aludida, la informante se incorporó de un salto y se situó en medio del círculo que de manera inconsciente habían formado entre ellos.

—No tengo ni idea de cómo podremos acercarnos hasta allí sin ser vistos —reconoció—, pero sé que los laboratorios de Sílica tienen múltiples puertas de acceso en función del tipo de mercancía entrante o saliente, y no todas ellas disponen de vigilancia avanzada. Las salidas para residuos o subproductos no usan identificadores biométricos, tan sólo cámaras de video vigilancia y sensores térmicos.

—Aun así, saben que nuestra intención es rescatar a Mara y que estamos vivos —razonó Trax sin moverse de su asiento—. Habrán redoblado la seguridad y tal vez hayan trasladado a Mara a otro lugar.

—Pero no saben que conocemos su localización —rebatió Evey—. Además, piensan que venimos a matarla. Todo lo que quieren es información para acceder a las puertas dimensionales de vuestro Cubo.

—Eso suponiendo que aún no saben nada acerca de la existencia del gen recesivo —intervino Liria—. Si ya han conseguido dar con él, lo que ha dicho el capitán Sleiden es...

—Joder. —Evey bufó, cansada—. Ese laboratorio es una de las instalaciones más seguras de todo Sílica, ¿vale? Nadie sabe su paradero, sólo Bóriva y su equipo.

—¿Y por qué Ockly tenía su localización y sus planos?

—Porque ese viejo era dueño y señor de todo Sílica. Su moneda de cambio era la información y le daba igual para qué bando trabajar. Sólo alguien tan soberbio como Bóriva no sospecharía que también tenía acceso a la información más confidencial del gobierno silícola.  

Un sonido proveniente de la pulsera comunicadora de Evey hizo que todo el mundo se callase de inmediato. La mujer alzó su muñeca y esperó impaciente a que se repitiese aquel chisporroteo, clara señal de que alguien había intentado ponerse en contacto con ella.

—Evey, soy Valia. ¿Me recibes? —La voz de la informática retumbó en las paredes metálicas del aerodeslizador, llenando de júbilo a todos los allí presentes.

—Ya era hora— refunfuñó ella a modo de respuesta.

—Disculpad la espera, pero el transporte de Iri ha sido complicado y la chatarra esa casi nos deja tirados en medio del desierto. ¿Todo bien? ¿Dónde estáis?

—Estamos a doscientos kilómetros de los laboratorios, ideando planes absurdos para poder entrar sin vuestra ayuda porque pensé que no llegaríais.  ¿Dónde estás? ¿Cómo has conseguido contactarnos?

—Sylvan y yo hemos vuelto a Sílica para contactaros.

—¿Qué? ¿Estáis locos?

—Traigo refuerzos para facilitar la entrada a su base —prosiguió Valia.

Evey se frotó el puente nasal repetidas veces, tratando de organizar las ideas. Debía informar a la organización acerca del segundo explorador capturado y de la bomba de agujero negro que probablemente se encontrase en las instalaciones que pensaban atacar, aunque sabía a ciencia cierta que ambas noticias sentenciarían a muerte a Mara y al segundo rehén.

—¿Tienes comunicación con la base? —quiso saber.

—Sí —respondió la informática—. Han permitido mantener la conexión por tratarse de un asunto de máxima prioridad. 

—Pues infórmales de lo siguiente: Bóriva ha conseguido capturar con vida a otro esmirense procedente del Cubo. Lleva en los laboratorios cerca de cuatro horas.

Valia se mantuvo callada, pero Evey no quiso pedir confirmación de que su mensaje había sido recibido. Sabía que la mujer estaba sopesando lo que aquella noticia significaba: la organización accedería a rescatar a su hija, pero rescatar a una segunda persona requeriría de un mayor movimiento de tropas, con todo el riesgo que aquello supondría. Era mucho más fácil destruir los cuerpos de ambos reclusos para evitar que Sílica siguiese extrayendo información de ellos.

La segunda noticia empeoraría la situación aún más. Evey llenó sus pulmones de aire y soltó toda la información que Ikino le había proporcionado un par de horas antes:

—Tienen además construida una bomba de agujero negro. No han conseguido transportarla a través de las puertas dimensionales por su alta inestabilidad, pero el gen de Mara podría resolverles ese problema.

—Informaré a la central —murmuró Valia al cabo de unos segundos.

—¿Pueden escucharme?

—No, estoy empleando nuestro canal.

—Bien —contestó casi al instante—, porque quiero que te quede claro que me importa una mierda lo que diga la central. Al otro explorador le pueden dar por el culo, pero no pienso matar a Mara.

Evey trató de pasar por alto las reacciones de los exploradores que se encontraban a su alrededor, pero tras ver cómo Liria apretaba los labios en un claro gesto de desaprobación y cómo Ciro parecía desinflarse cual globo al soltar todo el aire que tenía retenido en los pulmones, no pudo evitar poner los ojos en blanco.

«Señor, dame paciencia».

—¿Cómo vamos a hacerlo? —El tono de voz de Valia delataba poca convicción.

—Aprovecharemos los refuerzos que nos manden para entrar en su base, pero luego nos cercioraremos de sacar a Mara con vida. La informante puede ayudarnos a encontrar su celda y el samurái tiene ya experiencia en esto de rescatar a chicas de pelo azul en volandas.

—Me llamo Ikino —intervino la aludida.

Evey pasó por alto su comentario y se mantuvo a la espera de una respuesta por parte de la informática.

—De acuerdo —se escuchó decir por el comunicador—. Dame un momento que informo a la base.

Apenas habían pasado unos segundos cuando Evey escuchó un carraspeo procedente de la garganta de Liria.

—No —atajó, anticipándose a las intenciones de la mujer—. Me importa un rábano tu opinión. Tú —añadió, dirigiéndose a Ikino—, antes has mencionado que las salidas de residuos y subproductos disponen de menor seguridad que el resto. Necesito que me refresques la memoria y me digas su ubicación en la base.

—Los bocetos de los que dispongo sitúan las salidas en el bloque Oeste. Es bastante probable que Mara se encuentre en el bloque Norte; ahí es donde se encuentra el conglomerado de salas de experimentación.

—¿Qué distancia tendríamos que recorrer?

—Más de medio kilómetro, y la seguridad irá aumentando conforme nos vayamos acercando a los laboratorios.

Evey se mordió el labio inferior, pensativa. Aquello iba a suponer un serio problema. El F.M.A podría despistar a gran parte del personal de la base atacando el edificio por distintos frentes, pero la seguridad interna les bloquearía puertas y accesos sin la necesidad de la presencia de un soldado. A pesar de tener en su poder los descodificadores, los sensores de movimiento y los modificadores de retina y voz que le había quitado a Ockly antes de salir corriendo de su escondite, los escáneres biométricos podían ser faciales, de mano o incluso de cuerpo entero. De ser así, ninguno de aquellos artilugios les serviría de algo, a no ser que pudiesen colarse en la central de seguridad de los laboratorios e inhabilitasen todos los sistemas.

—¿Tienes acceso a la central de seguridad?

Ikino arrugó la nariz, gesto que Evey interpretó como un rotundo "no".

—Mis claves son antiguas; no creo que hayan mantenido los mismos códigos durante tanto tiempo.

—Esperemos que sí, porque ahora mismo no se me ocurre una idea mejor.

—¿Y Mara?

Evey giró la cabeza hasta situar a Liria en su campo de visión.

—Y Mara, ¿qué?  —quiso saber con impaciencia.

Liria se cruzó de brazos y se recostó sobre la pared del aerodeslizador, en un gesto tan arrogante que a Evey le dieron ganas de abofetear su cara hasta que sus pecas saliesen volando por los aires.

—El gen de Mara es capaz de inhabilitar el sistema del traje, ¿por qué no iba a poder interferir de alguna manera en el funcionamiento de los sistemas de seguridad de la base?

La hipótesis de la exploradora consiguió desatascar los engranajes de la mente de Evey. A pesar de parecer una idea descabellada, lo cierto era que parte de razón tenía, aunque por supuesto no pensaba decírselo en voz alta. Mara poseía el don de interferir con la tecnología que la rodeaba, independientemente de que lo hiciese de manera consciente o no. Aun así, y a pesar de ser una cualidad adherida a la genética de los esmirenses, nadie hasta la fecha había sido capaz de explicar el mecanismo de acción de dicho gen. Cuándo se expresaba o hasta dónde podían llegar sus atributos eran sólo algunas de las incógnitas que quedaban por descubrir. El F.M.A había destinado un departamento única y exclusivamente al estudio de la genética esmirense, considerando que aquella anomalía podría ser de gran utilidad en su lucha contra Sílica. La identificación del gen les llevó varios años, tras lo cual intentaron comprender bajo qué factores externos se producía su expresión y hasta dónde podían llegar sus cualidades, pero nada claro había salido de todo aquello.

Mara había conseguido impedir que el traje de explorador acabase con ella, así que cabía pensar que su cuerpo fuese de alguna manera capaz de detectar posibles amenazas y anularlas. No era una apuesta totalmente segura, pero tal vez tras haber estado sometida a múltiples interrogatorios y torturas, el gen hubiese conseguido expresarse en su totalidad y en esos momentos ella fuese consciente de su existencia y de cómo manejar sus cualidades. Ese hecho podría explicar también cómo habría conseguido sobrevivir tantos días en los laboratorios de Sílica sin que el extractor de memoria acabase con ella. Evey conocía aquel artefacto: funcionaba de manera impecable con cualquier individuo de cualquier planeta. Creaba conexiones artificiales con el hipocampo de la víctima, destruyendo las originales y dejando su cerebro como si de mero corcho se tratase. Así, en menos de veinticuatro horas los silícolas tenían pleno acceso a la memoria del susodicho, y podían incluso rescatar todo aquello que hubiese olvidado tiempo atrás.

Una vez implantado, el extractor de memoria no podía eliminarse sin matar a su huésped, hecho que terminaba ocurriendo de igual manera una vez el aparato había cumplido su función. Estaba segura de que Bóriva habría ordenado colocárselo a Mara para así poder acceder a la información que le proporcionaría acceso al último refugio de los terrícolas, pero por lo que Valia había comentado nada más encontrarse en el desierto de Sílica, dentro del Cubo sólo estaban teniendo lugar revueltas internas. Estaba claro que algo en el plan de Bóriva estaba saliendo mal y era muy probable que el gen de Mara tuviese algo que ver. 

—Evey.

Valia interrumpió el hilo de sus pensamientos.

—Te escucho.

—Voy a ponerte en contacto con la base para facilitar la organización. Yo quedo a la escucha.

Evey sabía lo que quería decir aquello: a partir de ese momento su canal principal de comunicación quedaría ocupado por la organización. Si quería comunicarse con Valia en privado debería emplear el canal alternativo que tantas veces habían usado en suelo terrestre.

Se escuchó un ligero chisporroteo a través de su comunicador de pulsera, indicador de que la informática acababa de establecer el contacto con la base.

—Lovanic, al habla Stirling.

Evey apretó la mandíbula al escuchar la voz del hombre. De todos los capitanes de la organización, Navier Stirling era el más duro de roer. Iba a tener que saltarse unas cuantas órdenes si quería rescatar a Mara con vida, y no tenía la menor duda de que el hombre le haría cobrar todas y cada una de las infracciones que cometiese.

—Aquí Lovanic, le escucho.

—Alaine me ha comentado la situación. Tal y como están las cosas, lamentamos comunicarle que no se llevará a cabo ningún protocolo de evacuación. Ambos rehenes deberán ser eliminados en su totalidad. Con toda seguridad tendrán implantado un extractor y no podemos arriesgarnos bajo ningún concepto.—El capitán hizo una breve pausa antes de proseguir—. Quiero que me confirme que ha recibido mi mensaje.

Evey maldijo para sus adentros. ¿Cómo podía haber pasado por alto aquello? Había sido ella misma la encargada de explicar al F.M.A el funcionamiento del extractor años atrás, y era obvio que nadie de la organización rescataría a un rehén con aquel chisme puesto. Había metido la pata hasta el fondo.

—El gen de Mara Alaine parece estar causando interferencias en el dispositivo. Es probable que no esté funcionando con ella.

—Usted lo ha dicho, es probable. La señorita Alaine no debe salir de Sílica con vida bajo ningún concepto. ¿Recibido?

—Recibido —respondió con tono neutro. Tenía que idear un plan alternativo, costase lo que costase. Con un gesto de su mano indicó a los allí presentes que no abriesen la boca. Podía ver la cara de Ciro, cuya mandíbula amenazaba con desencajarse de su rostro—. ¿Qué pasa con la bomba?

—En estos momentos no disponemos de suficiente información como para tomar una decisión. El tema será tratado en cuanto hayan acabado la misión y se encuentren en la base. Asegúrese de traer consigo al informante que se encuentra en su tripulación.

—Descuide, Stirling —intervino Ikino—. No pensaba irme de vacaciones.

Evey dirigió una mirada asesina a la oriental, la cual se limitó a encogerse de hombros.

—¿Cuál es el plan? —preguntó sin desviar la mirada del androide.

—Alaine nos ha proporcionado las coordenadas de los laboratorios. Hemos conseguido teletransportar cuarenta unidades de transporte ligero que llegarán en menos de diez minutos al objetivo. Necesito que mande su localización para poder recogerles; no quiero que empleen el aerodeslizador porque será un blanco fácil.

El F.M.A contaba con los denominados "transportes ligeros" para realizar misiones de emergencia. Se trataban de ciclomotores muy livianos pero capaces de transportar a dos personas con su respectivo armamento sin bajar de los quinientos kilómetros por hora. Sus ruedas, de metal elástico y sin cámara de aire en su interior, se adaptaban a cualquier tipo de terreno, incluido al desierto de carbono de silicio en el que se encontraban en ese momento. Hasta la fecha, eran los únicos vehículos que el F.M.A había conseguido enviar a través de sus puertas dimensionales, ya que, tal y como había explicado Ikino horas antes, los portales aún no eran capaces de soportar cargas muy pesadas.

Evey ultimó los detalles de la misión con Navey y ordenó a la pequeña tripulación que se preparase para salir al exterior. Su pelotón trataría de acceder al bloque Oeste de los laboratorios, tal y como habían pensado en un principio. Contarían con el respaldo de cinco soldados de la organización, cuyo objetivo sería escoltarlos mientras se abrían paso dentro de la base enemiga. Los otros setenta activos se encargarían de atacar el resto de flancos con toda la artillería disponible; accederían al interior de las instalaciones si se diese la posibilidad de ello. Así pues, debía procurar llegar a la celda de Mara lo antes posible para evitar que otro miembro de la organización acabase con ella.

Lo cierto era que no se fiaba de nadie, salvo de Ciro. Ikino aseguraba estar de su parte, pero dada su naturaleza nunca se fiaría de ella, y Liria y Trax parecían más dispuestos a cumplir las absurdas órdenes de Tera o incluso las de Navier antes que las suyas. El único que parecía estar dispuesto a arriesgar su vida para salvar la de Mara era el chico, y Evey ya no sabía si era porque se sentía en el deber de cumplir la promesa que le había hecho a Valia, si porque estaba enamorado de ella o por cabezonería pura y dura. No importaba, sólo esperaba que cualquiera que fuese su razón, ésta fuese lo suficientemente fuerte como para no romperse en el momento clave. A fin de cuentas, su propia obsesión por rescatar a Mara también se fundamentaba en cuestiones personales.

El radar de la aeronave comenzó a pitar para anunciar la llegada de los refuerzos. Era momento de irse. Evey abrió la cabina del aerodeslizador mientras hacía gestos con la mano a la tripulación para que saliese de allí. Montones de arena negra inundaron el interior de la nave, cubriendo el suelo del vehículo en apenas unos segundos. Echó un último vistazo para cerciorarse de que no quedaba nada importante dentro de aquella chatarra y saltó hacia el exterior con determinación.

—No os asustéis si escucháis pitidos en vuestros cascos —dijo a través de su micrófono—. Los soldados de Sílica tienen implementado un radar que les avisa de la proximidad de enemigos. Antes pitó con el explorador esmirense y ahora volverá a pitar con la llegada de los refuerzos. Os terminaréis acostumbrando al sonido.

—No es tan terrible —contestó Ciro—. Al menos ya no tengo la sensación de que mi cuerpo está a punto de derretirse con el calor de este puto lugar.

—Esa boca, explorador —bramó Trax—. No olvides que sigo siendo tu capitán y que te encuentras bajo mi mando.

Evey puso los ojos en blanco tras su escafandra. No es que no comprendiese la actitud del hombre; ella misma había sufrido en sus propias carnes las órdenes de diversos superiores y sabía cómo de tercos podían llegar a ser con la disciplina, pero en ese momento le pareció un comentario tan absurdo que estuvo a punto de burlarse de él. El sonido de las motos acercándose y dejando tras de sí una enorme nube de polvo negro hizo que se cambiase de opinión.

«Si con todo este jaleo aún no se han enterado de que vamos a atacarles, poco faltará».

La primera moto frenó en seco frente a ellos tras haber realizado múltiples zigzagueos para evitar los sensores dispuestos en el suelo. Su ocupante bajó del asiento y realizó un gesto de saludo con la mano que Evey devolvió mientras comprobaba el estado del vehículo. Hacía mucho que no montaba en uno de aquellos trastos, pero aún recordaba a la perfección cómo la adrenalina se había apoderado de su cuerpo la primera vez que lo puso en marcha, y estaba segura de que aquella sensación volvería a aparecer en cuanto pusiese la mano en el acelerador.

El resto de transportes ligeros fueron llegando y disponiéndose a su alrededor, como si estuviesen siendo acorralados. El sonido de cuarenta motores encendidos al mismo tiempo había conseguido alterar a Evey, que sólo podía imaginarse a sí misma subida en una de aquellas motos y acelerando hasta que el vehículo no diese más de sí.

—Ésta es para ti y para uno de tus acompañantes —dijo el hombre que había llegado en primer lugar—. El resto irá de copiloto con uno de los nuestros. Te seguirán hacia el Oeste, tal y como ha sido acordado.

Evey no tardó ni medio segundo en decidir quién sería su acompañante. Alzó el dedo índice en dirección a Ciro y le hizo un gesto para que se subiese con ella en la moto.

—Te vas a enterar de lo que vale un peine, samurái. —Y no pudo evitar reírse.

—¿Te crees que eres la única que ha cogido una moto en su vida? —contestó el chico.

—No —admitió mientras apoyaba casi la totalidad su torso sobre el depósito de la moto—. Pero soy la única que conduce como si no hubiese un mañana. Agárrate fuerte a mi cintura, pero ni se te ocurra subir las manos un milímetro. Y tampoco abuses toqueteándome las caderas o me chivaré a Mara en cuanto la tenga delante. Pagaría por ver cómo te da una colleja delante de todo el mundo.

Evey no podía ver la cara del explorador, pero estaba segura de haber conseguido elevar su temperatura corporal un par de grados. Satisfecha consigo misma, situó ambas manos en el manillar de la moto y giró el acelerador con sutileza. El rugido que emitió el motor como respuesta hizo que se le pusiese la piel de gallina y que por un momento olvidase el por qué estaba allí y hacia dónde se dirigía. El optimismo invadió su cuerpo, instándola a salir disparada como una bala hacia los laboratorios y acabar con cualquier soldado de Sílica que se interpusiese en su camino. Habría olvidado que se encontraba en medio de una misión dirigida por el capitán Stirling de no ser por las manos de Ciro rodeando su cintura, que la devolvieron a la realidad de sopetón.

No era una sensación desconocida para ella, pero la había pillado por sorpresa. Hacía mucho que no sentía el contacto físico de una persona, y notar las manos del explorador rodeando su cuerpo enfundado en el traje de soldado consiguió desenterrar recuerdos que creía haber olvidado tiempo atrás. Apretó los dientes, tratando de centrarse.

«Ni se te ocurra» se dijo a sí misma.

De un vistazo rápido se cercioró que todos se encontraban subidos en sus respectivos vehículos, e indicó con un gesto de la mano que era el momento de partir. Giró el acelerador al máximo y soltó el embrague, comprobando maravillada cómo el velocímetro pasaba de cero a doscientos kilómetros en apenas diez segundos. Sabía que el tirón provocado por la aceleración era muy grande y que con toda seguridad Ciro estaría acordándose de sus ancestros en ese momento, pero se lo tenía merecido por haberla hecho sentir tan incómoda segundos antes. Además, la posición casi tumbada de sus cuerpos disminuía el rozamiento del viento e impedía que tanto el piloto como el copiloto se viesen demasiado afectados por la aceleración.

Aumentó de manera progresiva la velocidad hasta alcanzar el límite del motor. Una pequeña pantalla situada al lado del velocímetro iba mostrando la localización de los sensores y trazando la ruta que debía seguir para esquivarlos, avisándola con antelación para que pudiese maniobrar con suficiente margen. Evey apenas redujo un par de marchas para realizar el primer giro, forzando a la moto para que la rueda trasera derrapase y su contacto con el suelo formase una oscura ola de arena de sílice. Soltó el freno trasero para conseguir recuperar la trazada y prosiguió el viaje, repitiendo el mismo procedimiento una y otra vez.

Tras veinte minutos de carrera, las enormes instalaciones del gobierno de Sílica aparecieron ante los ojos de todos. Aminoró la velocidad hasta detenerse por completo, esperando a que el resto de operativos se situasen a su altura.

—Tu turno, Ciro —le dijo a su copiloto que apenas se había atrevido a moverse de su asiento durante toda la trayectoria—. Saca tu rifle Gauss y dispara a todo soldado que veas. Y procura no caerte de la moto mientras lo haces.

Evey no esperó respuesta alguna por parte del explorador. Aceleró de nuevo y salió como un rayo hacia el bloque Oeste de los laboratorios, seguida de su pequeña escolta personal.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro