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Capitulo 9- El litoral (Parte 1)

El mar de sangre la rodeaba. Mirara donde mirase, el intenso líquido rojo se extendía hasta el horizonte. Se hallaba sumergida hasta la cintura, notando que flotaba. Le parecía tan extraño como fascinante.

Movió sus brazos y vio cómo se formaban pequeñas estelas sobre el líquido. Se fijó en las ondas extendidas, pequeños arcos que aumentaban de tamaño a medida que se expandían. Las observó, sintiendo como ese pequeño espectáculo le resultaba hipnótico. Pese al impacto inicial, se sentía tranquila en aquel lugar.

El silencio reinaba por completo. Tan solo escuchaba el sonido de su inquieta respiración y el leve chapoteo causado por sus brazos. Eso era todo, o al menos, eso pensaba ella.

De repente, escuchó un raro sonido, como si algo acabara de emerger de la sangre. Se volvió para ver de qué se trataba, pero no encontró nada. Había, eso sí, pequeñas ondas extendidas sobre la hemoglobina escarlata. No entendía que ocurría. El ruido de chapoteo sonó de nuevo. Volvió girarse y tampoco vio que lo emitía.

Siguió escuchándolo. Emergía a sus espaldas para volver a hundirse en cuanto se volvía. Veía las estelas dejadas en la sangre, único rastro de su presencia. No dejaba de escuchar el chapoteo, lo cual la volvía loca. Seguía volviéndose, tratando de sorprender a quien jugaba con ella, pero no lo encontraba. Comenzaba a ponerse cada vez más nerviosa. No le gustaba nada lo que ocurría.

El chapoteo sonó otra vez y ella volvió a girarse, solo que esta vez, sería la última. Cuando vio a quien tenía delante, Eva quedó petrificada.

—¿Natalia?

Su mejor amiga, aquella por quien tanto se preocupaba y a la que tanto quiso, se hallaba delante de ella. Su largo pelo, su cuerpo y su rostro estaban cubiertos de sangre que goteaban hasta caer del mar del que provenían. Miró hacia sus ojos, los cuales emitían un intenso brillo amarillento, como dos soles a punto de colapsar. Centró toda su atención en ellos, como si no hubiera otro lugar al que mirar.

—Natalia —repitió con voz quebrada.

Se fue acercando a ella hasta tenerla muy próxima. La miró invadida por una fuerte sensación de tristeza. No podía creer que estuviera allí. Estaba tan dolida por lo que le hizo, aún era incapaz de asimilar que la había matado. Y con todo, ahí la tenía.

—Perdóname —le habló con mucha pena.

Acercó una mano hasta una de las ensangrentadas mejillas y la acarició. Pasó sus dedos por la correosa piel, impregnándolos de hemoglobina, aunque poco le importaba. Tenía a su mejor amiga delante y con eso, tenía suficiente. Ahora, ya nunca jamás se separarían.

—Te...te amo —le confesó al fin.

Sin embargo, esas palabras no parecieron causar reacción alguna en Natalia. Seguía observándola con ese inexpresivo rostro de muñeca rota. No comprendía lo que le ocurría. ¿Acaso estaba enfadada con ella? Si era eso, tenía buenas razones para estarlo. Sintió una enorme pena en su interior. Hizo algo horrible y ahora, pagaba por ello. Claro que aquel no sería su castigo.

Algo cambió en el rostro de su mejor amiga. No supo que era, pues apenas lo llegó a vislumbrar. Había ocurrido en un mero instante, pero notaba algo diferente en ella. Siguió mirándola hasta que, de repente, se dio cuenta. Sus bonitos ojos amarillos se habían tornado negros por completo. Quedó horrorizada al ver ese par de orbes tan oscuros como la sangre coagulada.

—Na...Natalia...

La chica movió su cabeza un poco hacia un lado, en una rara pose que resultaba grotesca y, entonces, se abalanzó sobre su amiga. Eva trató de frenarla, pero la agarró con tanta fuera por los hombros que parecía que fuera a partirla en dos. Vio como abría su boca, desplegando unos grandes y afilados colmillos que no tardaron en hundirse en su cuello. Los sintió clavarse con una intensa mezcla de crueldad y dolor que se extendió por todo su cuerpo, dejándola paralizada.

Cayó de espaldas y, junto con Natalia, acabó sumergiéndose en el mar de sangre. Rodeada de un brillante y viscoso liquido rojo, se fue hundiendo. Su amiga continuó mordiéndola, sin dejarla escapar. Poco a poco, todo se fue apagando a su alrededor. La oscuridad la envolvía de forma tan aterradora como placentera. Se sentía asustada, aunque, también, aliviada. Este era el final y ya, tan solo tenía que dejarse abrazar por la muerte....

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Despertó de forma repentina. En plena tensión, miró a un lado y a otro mientras intentaba ordenar su mente, un completo caos en ese momento. Dejó salir algo de aire y comenzó a notar como el agobio la abandonaba poco a poco. Lo necesitaba.

Se hallaba sumida en la oscuridad, muy parecida a la que la devoraba en el sueño, solo que esta no se hallaba dentro de un ominoso mar de sangre. Era simplemente el interior del camión en el que viajaba. Notó el súbito traqueteo mientras el vehículo avanzaba por la carretera. Eva dejó escapar un leve suspiro. No estaba dentro de esa horrible pesadilla, después de todo, aunque tampoco podía decirse que su vida real fuera mucho mejor.

Los dos días de viaje que llevaba fueron un poco más ajetreados de lo que esperaba. Bernardo, el conductor del camión, se dedicaba a llevar el vehículo por la mañana hasta las tantas de la noche, cosa que alteraba un poco sus horas de sueño. A veces, se despertaba en medio de su letargo por una brusca curva tomada demasiado pronto que la hacía moverse de donde estaba acostada. Cuando se encontraba despierta, también los constantes frenazos y molestos vaivenes la volvían loca.

Tan solo paraba al mediodía para comer y bien entrada la noche para dormir. En esos momentos, era cuando Eva podía estar más tranquila, aunque eso suponía quedar a solas bajo sus funestos pensamientos. La sed de sangre la saciaba con las bolsas llenas de hemoglobina que Corso le había dejado. No podía negar que el sabor era algo desagradable, pero sin con ello lograba calmar el frenesí, estaba más que conforme. Más allá de eso, no tenía mucho más que hacer, solo reflexionar sobre las cosas que le habían sucedido.

Por supuesto, los remordimientos por la muerte de Natalia y su súbita huida de casa no tardaron en asaltarla. Recordó las palabras de Ernesto Clavijo, acerca de que sus padres querían que regresara. Se los imaginaba llamándola por televisión. Su padre con esa expresión tan seria que nunca le cambiaba, hablando tan elocuente frente a la cámara y su madre llorando desconsolada mientras ansiaba volver a ver a su hija. Sin embargo, quien más le rompía el corazón eras su hermana Marta. Ella presenció el horrible acto mortal que acabó con su amiga y como se bebió su sangre, una hórrida transformación de persona a bestia. Sabiendo de la esquizofrenia que padecía, le atormentaba visionar aquello la hubiera trastornado para siempre. Solo de pensarlo, las lágrimas le brotaban.

Así estuvo, al menos, por un día. Lloró desconsolada recordando a su querida hermana, echándola de menos cuanto podía y culpándose por matar a su mejor amiga. También se horrorizaba por haberse convertido en una criatura nocturna sedienta de sangre. Con eso último, se martirizó por horas, incapaz de asimilarlo. En varios momentos, se planteó ir hasta la otra punta del camión, abrir sus puertas y dejar que la luz del Sol la convirtiera en cenizas. Para ella, sería la mejor forma de acabar con todo. Sin embargo, pensándolo con mayor frialdad, se dio cuenta de que aquello sería un acto estúpido. Pensó que lo único que le quedaba era seguir adelante, todo lo demás ya no importaba, pues había cambiado. Además, le jodería bastante a Corso, después de haberse arriesgado tanto para salvarla.

Por eso, decidió dejar aparcada la tristeza. No merecía la pena seguir compadeciéndose por las desgracias que vivió. Sola dentro del contenedor del camión, reflexionó sobre su situación como vampiro. Aún era incapaz de asimilar en lo que se había convertido, entre otras cosas, porque se suponía que esos seres eran completa ficción. Sabía que se estaba convirtiendo en algo recurrente pensar en ello, pero era normal. Había que reconocer que era una situación increíble.

En esas circunstancias, recordó que cuando iba al instituto, tuvo que hacer un trabajo de literatura en torno a un ser mitológico y escogió el vampiro. En la biblioteca, halló un libro que hablaba de cómo esta criatura había sido representada a lo largo de la historia por diferentes culturas y civilizaciones. De las lamias griegas, pasando por el Jiang Shi chino o las zaolas del Amazonas hasta los strigoi de Europa del Este, se sorprendió de lo extendido que estaba el mito del monstruo nocturno y bebedor de sangre, evolucionando con el paso del tiempo para adaptarse a los cambios que se producían en la sociedad humana, pasando de bestia malvada a personaje trágico y romántico en tiempos recientes, tal como ahora se le presentaba en muchas novelas, películas y series. Incluso, se los relacionó con personas reales como Vlad Tepes o Elizabeth Bathory. Lo que en aquel entonces, le parecía solo simple imaginación, ahora resultaba ser muy real.

Recostada bocarriba sobre el colchón, con los brazos colocados detrás de la cabeza, no dejaba de plantearse cuestiones sobre esta misteriosa especie a la que ahora pertenecía. ¿Cuánto tiempo llevarían existiendo? ¿Dónde se originaron? ¿Cómo habían logrado pasar desapercibidos sin que los humanos los descubriesen? ¿Qué cosas de las que se decían en los mitos y leyendas sobre ellos serían verdad? No dejaba de darle vueltas al asunto. Recordaba lo que leyó en ese libro y los detalles que había visto en otros vampiros con los que se había cruzado hasta ahora, incluyendo a Corso y a Ernesto Clavijo, buscando discernir que era ficción de realidad. Se miraba incluso a sí misma, aunque no sacaba una conclusión clara.

El camión dio un pequeño frenazo y se movió un poco, pero no fue tan brusco como en otras ocasiones. Eso no la alteró para seguir en sus vampíricas divagaciones. Se hacía cuestiones sobre su naturaleza, como qué clase de cambios habría sufrido en su cuerpo, no solo por fuera, sino por dentro; que habilidades poseería; o que cosas podrían hacerle daño o no. También recordó que los nocturnos parecían estar organizados bajo esa enigmática asociación conocida como la Sociedad. Clavijo era miembro de la misma y gobernaba sobre la capital, pero, ¿quién sería su principal líder? ¿Acaso tendría uno? Luego estaba ese extraño sueño que acababa de tener, ese donde se hallaba en un mar de sangre. Lo llevaba teniendo desde que se convirtió en una vampira...o quizás debería de llamarse nocturna.... Seguía echa un lío respecto a eso. Sin embargo, volviendo a sus ensoñaciones, no dejaba de quitarse de la cabeza esas extrañas visiones. ¿Las tendrían todos los de su especie? Se maldijo un poco por dentro respecto a ese tema, pues las cosas que veía en ellas la perturbaban demasiado. Tenía que haberle preguntado a Corso.

Continuó enfrascada en sus reflexiones cuando se dio cuenta de algo inesperado, el camión se había detenido. En un inicio, pensó que Bernardo había parado porque se disponía a descansar, pero, teniendo en cuanto los días de viaje que llevaban, pensó en otra posibilidad. Quizás, ya habían llegado a su destino. Escuchó como la puerta de la cabina del conductor se abría y cerraba. Luego, varios pasos hasta llegar al otro extremo del vehículo y, entonces, las puertas del remolque se abrieron.

Vio como entraba algo de luz, aunque por suerte, era artificial. Escuchó más pasos y como comenzaron a apartar varias columnas de cajas. Cuando la última fue quitada de en medio, Eva pudo ver a Bernardo, el camionero.

—Vamos, fuera —dijo sin mucha ceremonia.

La chica asintió en silencio y se levantó para salir de allí.

Una vez fuera, vio que se encontraban en otro almacén. Le gustó sentirse de nuevo en el exterior. Demasiado tiempo encerrada en el camión la había puesto nerviosa y, aunque se acostumbró, no podía negar que deseaba respirar aire fresco de nuevo. Caminó un poco, aunque no sentía su cuerpo agarrotado por estar son moverse demasiado durante el viaje. Le sorprendió lo resistente que podía llegar a ser. Se preguntaba cuál sería su límite.

Mientras caminaba un poco, se fijó en Bernardo, quien estaba revisando una libreta que tenía en sus manos. Debía de contener alguna clase de listado con las cosas que transportaba en el camión. ¿Ella también vendría incluida? Siguió mirándolo hasta que el hombre se percató de lo que hacía.

—¿Necesitas algo? —preguntó.

Al ver como se dirigía a ella, Eva se quedó muda. Notaba la expresión de hastío en el rostro del camionero. No se le veía muy contento. Él, por su parte, la siguió mirando sin demasiada gracia.

—¿Es que estás esperando que te traiga algo? —habló con disgusto— ¿Una bebida, quizás?

Eva emitió un leve suspiro. Se notaba que no le agradaba demasiado a Bernardo. No era para menos, tras ver la reacción que tuvo al reconocerla. Se puso muy nervioso y agresivo, asi que suponía que todavía seguiría estándolo. Notó su apremiante mirada posada en ella y, sintiéndose tan incómoda, decidió responder.

—Es que no sé qué hacer ahora.

Bernardo se mostró indiferente al escucharla.

—Ese no es mi problema —comentó mientras se encogía de hombros—. A mí tu novio me dijo que te trajera hasta esta ciudad, eso es todo.

Se desesperó un poco. No podía creerse que Corso no le hubiera dicho que le pasaría tras llegar la ciudad. Suponía que la tal Lucila, para quien iba a trabajar, tal vez mandaría a alguien, pero no sabía nada al respecto.

—¿No...no te comentó si mandarían a alguien?

El camionero pareció ignorar su pregunta. Se limitó a coger una carretilla de carga y se metió en el camión. Frustrada, Eva fue tras él.

—¡Oye! —le gritó— ¿Podrías responder a mi pregunta?

Se giró nada más escucharla y cuando vio un rostro lleno de enfado, retrocedió un poco atemorizada. Era evidente que más valía no molestar a ese hombre. Se le acercó hasta quedar a menos de un metro de distancia y habló:

—Escúchame bien, chupasangre, yo no pienso ejercer de niñera para ese imbécil de Corso. —Su voz sonaba profunda y muy intimidante—. Tengo que descargar todo esto de aquí dentro bien rápido y meter otro montón de mercancía que tiene que estar en la capital en menos de cuatro días y ya voy con uno de retraso, así que no me toques las confesiones.

Eva se retrajo atemorizada. Ella tal vez sería una vampira inmortal, muy resistente y con bastante fuerza, pero Bernardo se notaba como un hombre amenazante, pese a tener una apariencia apacible. Dejó salir un poco de aire y decidió salir el camión.

Mientras Bernardo comenzaba a sacar cajas del vehículo, dejándolas dentro del almacén. Ella apoyó su espalda contra una de las columnas, quedando con la cabeza gacha. No tenía ni idea de que hacer. No podía creer que Corso hubiera sido tan descuidado de no decirle que hacer tras llegar a su destino. De nuevo, suponía que alguien vendría a buscarla, pues se encontraba a las afueras de la ciudad y no tenía ni idea de adonde ir, pero viendo como estaban las cosas, ya no sabía a qué atenerse. Sacó el móvil que su amigo le entregó y pensó en llamarlo, aunque al buscar en la sección de contactos, no halló su número. Que oportuno. Frustrada, volvió la vista hacia el camionero, quien continuaba transportando cajas, y decidió volver a hablar con él. Sabía que no era buena idea, pero tampoco tenía demasiado que hacer en esos momentos.

—¿Necesitas ayuda?

Al escucharla, el hombre se volvió estupefacto. Eva se sintió cohibida al notar su lacerante mirada. No parecía haberle gustado demasiado lo que acababa de decir.

—¿En serio? —El escepticismo emanaba de su rostro de manera evidente— ¿Acaso sabes llevar una de estas cosas?

Eva miró la carretilla que llevaba y se quedó un poco cortada al mirarla. Estaba claro que no tenía ni idea.

—No, pero aprendo rápido —contestó no muy convencida.

Bernardo arqueó una ceja al oírla. Se le notaba muy escéptico ante la propuesta de la chica.

—Necesito sacar todo esto de aquí rápido. Hay otra carretilla dentro —le señaló—. Tráela para enseñarte a llevarla y empiezas a llevarte cajas, pero no quiero que pierdas el tiempo, ¿entendido?

Asintió bien clara y entró en el almacén, donde halló la otra carretilla. Cogiéndola de los mangos, la llevó a base de empujones hasta el camión. Bernardo le dijo que entrara y le explicó como tenía que transportar las cajas, metiendo la bandeja de la carretilla debajo e inclinándola hacia atrás para llevarla en peso. Le costó un poco y estuvo a punto de caerse varias veces, pero con algo de tesón, logró dominarlo.

Poco a poco, fue sacando todas las cajas del camión y, aunque se le estaba dando bien, tenía que tener mucho cuidado, pues de vez en cuando, la carretilla se le iba de las manos, amenazando con tirarlo todo. Lo que le sorprendía era que Bernardo hubiera accedido a dejar que lo ayudase. Habiendo mostrado su rechazo hacia la nocturna, era sorprendente que le permitiera llevar cosas, aunque viendo que tenía que llevarse el siguiente cargamento bien rápido, estaba claro que un poco de ayuda no le venía mal.

Cuando terminaron, Eva dejó la carretilla a un lado y se volvió hacia el camionero, quien se quitó la gorra mientras se limpiaba la frente de sudor con la manga de su camiseta.

—Es increíble, yo estoy muy cansado y tú sigues fresca como una lechuga —comentó irritado.

—Sí, yo aún no me hago a la idea —respondió divertida, aunque el gesto serio del hombre le hizo ver que no era tan gracioso.

Eva se quedó allí mientras que el camionero recogía la libreta y volvía a revisarla. No sabía muy bien que hacer ahora. Volvía a estar perdida.

—¿Necesitas que te ayude con lo que vas a meter?

Bernardo ni se volvió cuando escuchó su pregunta. Parecía ignorarla, como si de repente ya no quisiera hablar con ella. Eso la hizo sentir bastante molesta.

—No te preocupes —Al final le dio una respuesta—. Solo tengo que meter unas cuantas cosas. Si quieres, ya te puedes largar.

Suspiró resignada. Estaba claro que ahora se hallaba por su cuenta y no tenía ni idea de que era lo siguiente que haría. Fue, en ese instante, cuando le sonó el móvil.

Cuando miró de quien se trataba, en la pantalla vio que ponía que era un número desconocido. Le resultó extraño. No sabía si contestar o no, pues no tenía ni idea de quien podría ser, aunque creyó que tal vez fuera Corso. Sin pensarlo, respondió.

—¿Diga? —preguntó temerosa.

Al principio, no escuchó a nadie, aunque muy pronto, una ronca respiración sonó. Eso le heló la sangre y empezó a creer que no sabía sido una buena idea aceptar esa llamada. La respiración volvió a sonar otra vez y se inquietó mucho más. Parecía como si al otro lado hubiera un tigre o fiera similar.

—¿Eres Eva? —dijo, al fin, una fuerte voz masculina.

La chica quedó un poco incomoda al escucharlo. No tenía ni idea de quien se trataba ni de lo que quería. No sabía si contestar, pero al final, decidió hacerlo.

—S...sí, soy...yo.

De nuevo, silencio y eso la inquietó de nuevo. Se cuestionaba si había sido una buena idea contestar.

—Muy bien, estaré allí en cinco minutos —le dijo el misterioso tipo—. Espérame fuera.

Colgó. Se quedó impresionada de lo fría y automática que había sido la conversación. Desde luego, no se podía negar que ese hombre resultaba poco confiable, aunque si sabía quién era y que veía a recogerla, estaba claro que no le quedaba otra alternativa. Guardó el móvil en su bolsillo y se preparó para ir hacia la entrada. Bernardo, quien terminaba el recuento de lo que había transportado, se fijó en ella.

—¿Vienen por ti al final? —le preguntó.

—Eso parece —respondió Eva un poco más animada.

—Bueno, pues me alegro.

Quedaron en silencio. La chica miró al camionero y se sintió avergonzada. No sabía que decirle. La situación en la que se hallaban era tan extraña.

—Gracias por traerme hasta aquí —le habló con sinceridad.

—Gracias a ti por no haber intentado morderme el cuello —le replicó jocoso Bernardo.

No sabía si tomarse aquello como un cumplido o como una broma.

—Bueno, he bebido la suficiente sangre para estar saciada... —comentó un poco apremiada.

—Sí, bueno, que alivio. —El tipo no parecía muy interesado en lo que le decía—. Solo dile a ese capullo de tu novio que me pague lo que me debe y listo.

Le cabreó que dijera que Corso era su pareja. Todavía no podía creer que Bernardo siguiera asumiendo que estaban liados o algo así por el estilo.

—Corso no es mi novio —respondió molesta.

—Lo que sea, pero que me pague.

Le sorprendió lo pasota que llegaba a ser, aunque lo entendía. Tenía que viajar mucho y lidiar con todo tipo de gente. En el fondo, comprendía que tuviera ese carácter tan agrio.

—Ya nos veremos, Bernardo —se despidió.

—Hasta luego, y oye, gracias también por ayudarme con lo de las cajas.

Eso último la animó un poco. No parecía mal tipo después de todo. Se miraron una última vez y luego, ella se dio la vuelta para irse.

Caminó por el interior del enorme almacén y, escudriñando de aquí y allá, se topó con una enorme caja de color marrón claro. Estaba abierta, con la tapa colocada encima y apartada un poco, dejando una pequeña rendija a la vista.

Se quedó parada mientras miraba. No entendía por qué, pero había algo en ese objeto que le llamaba la atención. Se aproximó hacia él y, conforme mas lo hacía, sentía que algo raro había allí. No comprendía de qué se trataba, pero, por lo que percibía, era muy poderoso y estaba haciendo mella en su mente. Una horrible ansiedad la inundó, atenazando su ser y consumiéndola con frenética necesidad. Sabía que debía marcharse de allí, pues el peligro era más que evidente, pero insano deseo de asomarse la impulsaba a seguir. Quería ver que se ocultaba dentro de esa caja. Siguió caminando...

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Disculpad el terrible retraso, pero es que estas ultimas semanas he tenido muchas cosas en mente y pocas ganas de escribir. Muy pronto, subiré la segunda parte del capitulo. Hasta entonces, daros las gracias a quienes seguís leyendo esta historia. Se que no sois tantos como en otros de mis trabajos, pero eso agradece mucho vuestro apoyo. Un saludo y nos veremos muy pronto.

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