Capitulo 8- El administrador de la ciudad
El interior de la limusina era amplio, con dos enormes sillones, uno frente a otro, allí colocados. Eva se sentó y Corso también se metió, colocándose a su lado. Cerró la puerta una vez sentado. Cuando miraron, se encontraron con un hombre sentado en el otro sillón, mirándolos con enorme interés.
—Así que tú eres Eva, la misteriosa chica que tantos problemas anda montando en mi ciudad —dijo con rasposa voz.
Se quedó paralizada. No era tan solo su intimidante presencia; esa palidez tan lánguida en la piel o esos brillantes ojos avellanas que parecían querer atraparla bajo su influjo; había algo más. Miraba a aquel hombre o, más bien, nocturno, y tenía la sensación de conocerlo, de resultarle muy familiar.
—¿Es a ella a quien proteges, Corso? —inquirió beligerante.
El vampiro, viéndose un poco inquieto ante la cuestión, no dudó en responder.
—Así es, señor Clavijo —le aseguró.
Una inquietante mueca se formó en su cara, aparentando ser una sonrisa que no podría ser más siniestra. Parecía como si delante tuviera a un fantasma y, en cierto modo, así era. Se suponía que a quien tenía delante estaba muerto o, al menos, eso fue lo que muchos creyeron en su día.
—Y ahora, la ibas a sacar de la ciudad sin mi conocimiento —expresó muy disgustado—. En vez de decírmelo, prefieres traicionar tanto a la Sociedad como a mí.
Su sonrisa desapareció por completo. Su rostro se tornó en algo más severo, dejando claro que estaba muy enfadado. Corso bajó su cabeza. Se le notaba cohibido por el otro nocturno. Era evidente que le temía.
—Creí que todo esto se podría solucionar de otra forma, no actuando de la misma manera —dijo taciturno.
El hombre emitió un leve suspiro. Dejó su boca entreabierta un poco, permitiendo asomar sus colmillos, los cuales le daban un tétrico aire animal. Sus ojos brillaban de forma intensa, como los de un depredador a punto de cazar a su presa.
—Nos diste buen esquinazo. Ya nos costó averiguar qué fue lo que sucedió con Eva como para dar con ella, pero muy pronto, percibimos su rastro —habló el señor Clavijo un poco molesto—. Supiste ocultar bien tus huellas, pero no te sirvió de nada al final.
—Ya veo —repuso apesadumbrado Corso.
—No, no lo ves —le respondió el nocturno con tono amenazante.
Su voz era grave como la de una bestia. De hecho, pese a ir vestido de manera elegante, con un traje negro, y bien arreglado, con su corto pelo marrón oscuro en un peinado perfecto, no podía negar que exudaba una presencia salvaje, como si en un momento dado desataría su lado más agresivo. Tan solo se estaba conteniendo.
Eva no podía dejar de mirarlo. No se podía creer que ese hombre siguiera con vida. Le resultaba imposible.
—¿U...usted es Ernesto Clavijo? —preguntó temerosa.
Corso se volvió nada más escucharla. Notó en sus ojos grises un más que evidente pánico. Se le notaba muy alarmado con lo que acababa de hacer.
—Así es, joven nocturna —contestó muy grato el vampiro—. Veo que eres buena observadora después de todo.
—¿Pe...pero usted...murió? —le costaba horrores hablar. No podía concebir lo que veía.
De nuevo, esa siniestra sonrisa reapareció. Esta vez, mostró toda su reluciente dentadura, tan blanca como el marfil. Sus colmillos destacaban, tan largos y puntiagudos.
—Bueno, más bien tan solo fingí mi muerte —explicó desenfadado—. A mis accionistas no les habría agradado que me hubiera convertido en un ser inmortal y bebedor de sangre. —Todo rastro de ira que hubiera en él parecía haberse desvanecido— Je, seguro que a más de uno le habría dado un infarto al enterarse de lo que me había pasado en realidad.
Conocía bastante de Ernesto Clavijo por lo que su padre le contó. Se trataba del jefe de una importante compañía de exportaciones que no dudó en aprovechar la paulatina apertura de fronteras en España durante la parte tardía de la dictadura para enriquecerse. Cuando el dictador Francisco Franco había muerto en 1975, Exportaciones Clavijo era la empresa más importante de todo el país y cuando se inició la democracia en el país, fue la primera en ver mayores ganancias al iniciar nuevos tratos con otros estados. Al año siguiente, Clavijo murió en un misterioso accidente de tráfico y su negocio quedó en manos de su primer hijo, quien hasta ahora, todavía lo dirigía.
—Conocí a tu padre, Carlos Prieto. Si, fue en el setenta y cuatro. Era un chaval de veinte años empezando en el negocio —rememoró y no pudo evitar carcajear un poco al hacerlo—. Trabajaba en una de las sucursales bancarias de tu abuelo. Allí era donde solíamos llevar el dinero. Se esforzaba mucho por aprender el oficio, aunque por lo que me contaba, la carrera de finanzas le costaba sacarla, aunque al final, lo hizo. Su futuro era prometedor y así fue, en verdad.
Por un momento, que hablara de su padre le resultó reconfortante. Lo hacía ver como alguien más cercano, no como una presencia amenazante que pretendía matarla. Con todo, sabía que no podía fiarse.
—Ahora, su hija está frente a mí, convertida en uno de los nuestros, y sin saber qué hacer con ella.
La alegría se esfumó de repente y la situación volvió a ponerse tensa de nuevo. Todos se miraron con miedo y recelo. Clavijo volvió a mostrarse intimidante. Pese a no haberlo dicho, la chica tenía claro que él era un importante miembro de la llamada Sociedad. Puede, incluso, que fuera su líder. De ser así, le sorprendía que hubiera venido hasta allí para verla. Corso, bastante inquieto, decidió hablar de nuevo.
—Mire, yo....
—Hablarás cuando te lo ordene —le interrumpió con rapidez Clavijo—. Mientras, quiero que te calles.
Impotente, no tuvo más remedio que hacerle caso. Estaba claro quién era el que mandaba allí y por el bien de todos, era mejor hacerle caso. No obstante, no pudo evitar reprimir un gesto de desagrado en su rostro. Estaba muy contrariado por lo que acababa de soltarle.
—Dime, Eva, ¿qué crees que te va a pasar? —preguntó de manera incisa el nocturno.
Se sentía devastada. Sin el respaldo de Corso, se hallaba sola frente a aquel hombre, si acaso se le podía llamar así. Lo miró temerosa. Notaba el poder y la autoridad que emanaba de él. Suponía que con una sola orden suya, la ejecutarían sin piedad quienes la habían perseguido y ahora esperaban fuera.
—Supongo que me mataréis, ¿no?
Su respuesta hizo revolverse un poco a Clavijo, aunque no porque le sorprendiera. Más bien, era lo que esperaba que dijese.
—Así es, el castigo para un nocturno convertido sin la autorización de la Sociedad es una rápida ejecución —afirmó con claridad—. Casi siempre los rociamos con gasolina y les prendemos fuego, aunque a veces, los encadenamos en la intemperie hasta que sale el Sol y los destruye con sus rayos.
Recordó lo irritada que se ponía su piel al contacto con la luz solar. Casi era como si estuviera ardiendo en llamas. Solo de imaginarse en esa situación de nuevo, hizo que su cuerpo temblara de manera violenta. De hecho, sintió como una intensa tristeza la inundaba. No podía creer que algo así le sucediera.
—Señor, no hay razón para esto —intervino Corso de nuevo, tratando de convencerlo—. Si escuchara lo que...
—¡Silencio! —gritó de repente Clavijo.
Los dos se quedaron paralizados al escucharlo. El hombre, hasta ahora bien acomodado en el sillón, se inclinó hacia delante. Sus facciones estaban bien marcadas y cada musculo de sus cuerpos se hallaba endurecido. Mostraba una robustez y fortaleza imponentes, nada que ver, incluso, con la apariencia liviana inicial.
—Llevo muchos días aguantando toda la mierda que tu amiga ha provocado. —Sus ojos se posaron en ella al decir esto. La chica se encogió, intimidada por esa mirada asesina—. El resto de miembros del Tribunal de la noche están poniendo en duda mi trabajo en esta maldita ciudad y sabes, Corso, eso no es bueno.
El salvador de Eva permaneció callado. Se le notaba muy incómodo y estaba claro que Clavijo lo tenía entre la espada y la pared. No podía hacer nada por ella.
—La policía está registrando cada palmo en su busca, los medios no dejan de hablar de ella e incluso sus padres están pidiendo que regrese a casa. —Eso último alteró más a Eva—. Todos los nocturnos andan muy nerviosos. Si llegaran a atraparla...—se quedó callado por un momento, como si estuviera pensando en algo terrible—...podría ser el mayor desastre al que la Sociedad se ha enfrentado jamás. Por eso, debe morir.
Rompió a llorar. Se encontraba en el límite y ya era demasiado. Su vida se había vuelto un completo desastre en tan solo uno días. Había visto cosas horribles, hecho otras inconcebibles y encima, iba a morir. Todo sin que ella pudiera decidir qué hacer. Nada se hallaba bajo su control.
Enseguida, su triste arranque de pena llamó la atención de los dos nocturnos. Permanecieron en silencio mientras la veían soltar lágrimas, como si fuera un espectáculo para ellos, aunque no era así. En realidad, todos sabían que aquello era algo terrible.
—Yo...yo no quería esto —comenzó a hablar—. Me convirtieron en contra de mi voluntad. No es culpa mía.
No sabía que pretendía hacer con esas palabras. ¿Convencer a Clavijo? Lo dudaba. Por lo menos, Corso posó una mano sobre su hombro derecho y se lo acarició con suavidad. Agradeció el gesto.
—Lo siento mucho —se lamentó el administrador de la ciudad—, pero no hay otra alternativa. Con tu muerte, todo este peligroso ambiente se calmará y el resto de la Sociedad quedará satisfecha.
La decisión estaba tomada y no había nada que pudiera hacer. Era el fin. Cerró sus ojos, dejando caer un par de solitarias lágrimas. Envuelta ahora en esa oscuridad que tanto temía, buscó la paz que necesitaba. Al menos, no quería morir llena de miedo y dolor. En un último instante, pensó en rezar, aunque supo que sería una completa pérdida de tiempo. Dios no existía y los vampiros sí. Que irónico.
Asumido su destino, se dispuso a decirle a Clavijo que diera la orden. Estaba aterrada, pero sabía que era lo mejor en el fondo. No solo solucionaría todos los problemas causados, sino que, además, se iría de ese mundo sin tener que enfrentarlos. Aparte, sería una manera justa de pagar por lo que le hizo a Natalia. Se disponía a hablar cuando Corso se adelantó.
—Sé que esto no le gusta ni un pelo, señor Clavijo, pero no creo que ejecutarla sea una buena idea.
El hombre se mostró irritado al escucharlo. Se llevó una mano al rostro. Sus dedos se extendieron para masajearse las sienes y luego, descendieron hasta los ojos para rascárselos. Era evidente que se iba a enfadar de nuevo. A Eva no le pareció que esa intervención fuera una buena idea.
—Ya lo hemos hablado. La decisión está tomada...
—¿Ejecutarla? Por eso quería sacarla de la ciudad —Corso estaba muy nervioso, tratando de explicarse frente a un nocturno a punto de estallar otra vez—. Siempre nos estamos cargando a otros sin mediar palabra, como si creyéramos que esa es la mejor solución. Ella no tiene por qué acabar así.
—Ah, ¿no? ¿Y qué sugieres?
Una leve sonrisilla se dibujó en su rostro. Parecía que aquello era precisamente lo que deseaba que sucediese, que le hiciera una pregunta como esa.
—Bueno, como ya sabe, siempre planeo todo de forma organizada —habló con elocuencia—. No iba a sacarla de la ciudad sin saber dónde la llevaría.
—¿Y dónde iba a acabar ella? —preguntó Clavijo algo interesado.
—En el litoral.
De repente, la expresión en la cara del nocturno cambió un poco. Pese a no ser perceptible, era evidente que su ira se había disipado, dando paso a un leve asombro.
—Lucila —comentó sin más.
Corso sonrió sagaz. Estaba claro que volvía a tomar las riendas de la situación.
—Hace una semana me contactó porque necesitaba gente para sus asuntos y me pidió que le enviara a alguien —comenzó a hablar con un manejo sinigual, con clara intención de convencerlo—. Pensé que esta pobre descarriada podría ser una buena opción.
—¿En serio? —Clavijo parecía escéptico ante lo que le decía.
—Vamos, sabe que Lucila siempre ha sido una gran aliada y es muy discreta con el uso de sus empleados. —De repente, señaló a Eva— A ella, la mantendrá bien oculta.
Eva los miraba absorta. La situación en la que se hallaba ahora era increíble. De estar a punto de morir a encontrarse ante una posible salvación. Era, como poco, surrealista. Lo que no se podía negar era que Corso se mostraba como un excelente negociador. Sabía manejarse muy bien, incluso frente al gran líder de los vampiros.
—¿Qué me dice? —le habló bien claro— La saco de la ciudad y trabaja para la Sociedad en otro sitio, sin que nadie sepa quién es. Creo que todos ganamos.
Clavijo se reclinó hacia atrás. Juntó sus manos por las palmas, creando un improvisado triangulo. Por lo visto, se encontraba procesando lo que Corso acababa de contarle. Eva miró a su compañero muy asustada y este le devolvió la mirada. Él parecía más que seguro, aunque un poco de desconfianza se desprendía de sus ojos. Volvieron sus vistas hacia el otro nocturno, a la espera de su decisión. Esperaron tensos hasta que, al fin, habló.
—Bien, Lucila siempre ha sido leal y ha manejado su territorio con orden —comentó el hombre con aprobación—. Si es cierto que vas a llevársela a ella, estaré de acuerdo y no habrá ejecución alguna.
En ese mismo instante, Eva sintió un enorme alivio por dentro. Pese a convencerse de su funesto destino, sabía, en el fondo, que no deseaba morir. Ya lo hizo una vez y no era algo por lo que deseara pasar de nuevo.
—Gracias, señor —expresó contento Corso.
—Eso sí, quiero que te ocupes de zanjar todo este lio —le dejó bien claro Clavijo—. Ya sabes lo que tienes que hacer.
—Así se hará.
Todos quedaron conformes con lo acordado. Eva seguiría viva, aunque tendría que abandonar la ciudad y viajar a un nuevo sitio. Una vez allí, tendría que trabajar para la tal Lucila, quien la ocultaría del resto. No era un destino especialmente atractivo, pero, desde luego, mucho mejor que acabar ardiendo bajo el condenado Sol. Emitió un fuerte suspiro, dejando salir mucho aire acumulado. Por fin, después de tanto tiempo, se sintió relajada.
El señor Clavijo dio un par de golpes a una ventanilla que tenía detrás. Esta daba acceso a la cabina del conductor. Se abrió y el chofer se asomó por ella.
—¿Dígame, señor? —preguntó con tono educado.
El hombre se volvió a Corso y le lanzó una mirada interrogante. El otro, al ver lo que quería, no tardó en hablar.
—Tiene que dar la vuelta y tirar por la calle que hay detrás.
Clavijo asintió y se volvió al conductor.
—Da la vuelta y por la calle Arrebatos —le informó.
—Para en el número doce —gritó Corso al hombre.
Tras eso, la ventanilla se cerró y la limusina se puso en marcha.
El vehículo se movió con rapidez y dio la vuelta de forma brusca. Eva se bamboleó un poco y chocó con Corso, quien la miró molesto. Ella le sonrió un poco avergonzada. Tras eso, el chofer pisó el acelerador y comenzaron a moverse con rapidez. La chica se puso presurosa el cinturón, pues no quería acabar siendo lanzada por los aires cuando frenase.
Mientras se dirigían para allá, Eva se fijó en que Clavijo hablaba por el móvil. Desconocía con quien estaría haciéndolo, aunque tal vez fuera con los nocturnos que los habían estado persiguiendo. Quizás les informaba de que ya podían retirarse a sus guaridas. Recordó a la mujer de siniestra sonrisa y lo que le hizo, irrumpiendo en su mente. ¿Los vampiros tenían poderes? No tenía ni idea de ese mundo en el que se hallaba, pero resultaba más extraño y misterioso de lo que pudiera imaginar.
Continuaron por un pequeño rato hasta que la limusina se detuvo. Esa era la señal de que habían llegado. Corso se quitó el cinturón de seguridad y abrió la puerta para salir. Eva lo imitó, pero antes de marcharse, miró una última vez a Clavijo. El hombre se hallaba tranquilo con los brazos extendidos y colocados sobre el respaldo del sillón.
—Un placer haberte conocido, Eva —dijo con aparente encanto—. Espero no volver a verte por mi ciudad nunca más, ¿entendido?
Una desagradable sensación la inundó al escucharlo. Asintió de forma temerosa y salió del coche.
Tras cerrar la puerta, el vehículo se puso de nuevo en marcha y se largó de allí. La chica observó como desaparecía en mitad de la noche, como si hubiera dejado de existir. Le resultó tan perturbador como fascinante.
—Bueno, pues ya has conocido a Ernesto Clavijo, el administrador de la ciudad —comentó Corso—. Y eso que el maldito es más joven que yo.
Por su voz, notó que estaba algo disgustado.
—¿Cómo es posible? —preguntó mientras apartaba su mirada de la calle.
—Ventajas de ser rico —habló resignado su compañero.
Los dos se volvieron hacia el enorme edificio que tenían detrás. Eva avanzó hasta la enorme puerta metálica. Estaba bien cerrada y no parecía que Corso tuviera modo de abrirla.
—Por aquí —le dijo y lo siguió al verlo rodear el edificio por la derecha.
Avanzaron por una estrecha callejuela hasta llegar a una amplia zona de aparcamiento. Se encontraba casi vacía, a excepción de unos cuantos camiones que había allí aparcados. Corso giró hacia la izquierda y lo siguió.
Subieron por unas escaleras de cemento y llegaron a una gran plataforma que colindaba con la entrada al edificio. Había varias compuertas, pero todas estaban cerradas, excepto una. Delante, pasada la plataforma, había un camión aparcado hacia atrás, con las puertas del remolque abiertas. Se dirigieron para allá mientras que Eva se notaba extrañada por el sitio en el que se encontraba. Mientras se acercaban, un hombre apareció.
—Mierda, creí que al final me libraría de ti por esta noche —espetó disgustado nada más verlos.
—Ni en un millón de años, Bernardo —expresó sarcástico Corso.
El tipo no estaba muy contento y cuando miró a Eva, el gesto de desagrado que llevaba se acentuó mucho más.
—¿Es a ella a quien me tengo que llevar? —preguntó a su amigo.
—Así es. Su nombre es Eva —respondió el nocturno con una amplia sonrisa. Luego, se volvió a la chica—. Venga, salúdale.
Reticente, levantó la mano en claro gesto de saludo. Bernardo asintió, aunque se le veía muy convencido.
—Más vale que no intente chuparme la sangre como trató de hacer el último gilipollas al que transporté.
Tras decir eso, se dirigió al interior del camión y Corso fue tras él.
Libre por un momento, Eva paseó por el lugar. Se quitó la capucha y se adentró en el interior del edificio. No tardó en darse cuenta de en donde se hallaba. Por los montones de cajas apiladas a un lado y a otro de la sala, dedujo que se trataba de un almacén. Casi todo lo que había allí eran electrodomésticos y aparatos electrónicos. Microondas, hornos, frigoríficos, televisores, pantallas de ordenador, portátiles, etc. Incluso había teléfonos móviles. Lo miró todo con enorme curiosidad. Nunca había estado en un sitio como este, era tan distinto de lo que ella solía frecuentar y le resultaba llamativo, aunque no se podía negar que estaba sucio. Había bastante polvo en el suelo y sobre las cajas, además de un olor a cerrado bastante desagradable.
—Eva, ven aquí —la llamó Corso.
Se dirigió a donde estaba el nocturno y lo vio discutiendo con Bernardo.
—¿En serio esto es todo lo que has podido hacer? —dijo indignado frente al que debía ser el conductor del camión.
—Con solo un día, poco margen tenía —se quejó el hombre—. Además, ¿qué esperabas? ¿La jodida suite de un hotel cinco estrellas?
Le hizo gracia lo que acababa de decir. Por lo que entendía, ese hombre sería quien la sacaría de la ciudad, metida dentro del camión. No le agradaba la idea, aunque viendo su situación, no había mejor opción en esos momentos.
Mientras seguían discutiendo, se fijó mejor en el tal Bernardo. Debía estar ya en los cincuenta años. Alto y fornido, tenía una incipiente barriga y un rostro endurecido. En sus ojos se notaba una enorme expresión de cansancio, típica de alguien que lleva mucho tiempo recorriendo la carretera. Las arrugas señalaban ese agotamiento, aunque contrastaban de manera un poco graciosa con el frondoso bigote que portaba. Junto con su indumentaria, compuesta de una camisa a cuadros, pantalón vaquero algo desgastado y gorra con la insignia de su equipo de futbol favorito, daba al hombre una apariencia bonachona.
Entonces, la miró y todo dejó de ser tan divertido.
—Un momento, yo a ti te conozco —comentó el camionero.
Se acercó a Eva y eso la hizo retroceder. Notó su ofuscada mirada posada sobre ella. Esto no le gustaba nada. Bernardo se aproximó hasta quedar a tan solo un metro de la muchacha. Corso fue rápido y se colocó entre los dos. La situación se estaba poniendo tensa.
—Tú...tú eres la chica que sale por televisión —señaló el hombre nervioso—. La que hace unos días se cargó a su amiga.
Que se refiriera a ella de esa manera le pareció devastador. Podía notar el miedo en los ojos del camionero. Parecía como si delante tuviera a un monstruo. En cierto modo, así era. Eva ya nunca más sería humana. Para el resto de las personas se había convertido en algo extraño y peligroso, de lo que debían alejarse si deseaban estar a salvo. Ver ese rechazo la hundió mucho, aunque le parecía inevitable.
—Oye Bernardo, cálmate —le pidió Corso.
El hombre lo miró enfurecido.
—¡No pienso transportar a una maldita asesina en mi camión! —espetó lleno de furia— ¡No pienso hacerlo!
Corso intentaba frenarlo, pues la actitud del tipo era bastante amenazadora. Eva se sintió cada vez más asustada e, incluso, llegó a pensar en la posibilidad de huir. Sin embargo, se mantuvo en su sitio. Su compañero parecía retenerlo.
—Oye, entiendo tus reticencias, pero te juro que no es peligrosa —le aseguró el nocturno mientras retenía al hombre.
—¡Y una mierda! —gritó Bernardo— ¿Qué clase de garantía me das tú de que no intentará matarme?
—Ya no lo va a hacer —le explicó Corso—. Perdió el control una vez, pero ya sabe contenerse.
—No te creo. —El escepticismo del hombre era demasiado.
Se dio la vuelta en dirección hacia su camión y Corso suspiró. Eva, mientras tanto, no se podía sentir más miserable. Iba de desgracia en desgracia. Si esta era la vida que le esperaba ahora, casi preferiría no haberse salvado de Clavijo o de la Progenie de Drácula.
—Pues ya te puedes ir despidiendo del dinero que te tenía pensado pagar –soltó el nocturno sin más.
Al escucharlo, Bernardo se volvió enseguida. Estaba claro que cuando se trataba de dinero, la atención de la gente era enseguida captada.
—La parte por llevar a esa chica tal vez, pero el resto sí.
Corso negó con la cabeza.
—Me temo que no —habló fatídico—. El trato era que cobrarías el dinero completo si lo transportabas todo, incluyéndola a ella.
Que la tratara como si solo fuera un mero artículo de mercancía le resultó ofensivo. Por momentos, parecía que Eva era solo otro negocio más para él.
—No me jodas—dijo molesto Bernardo—. No puedes hacerme esto.
—Lo mismo va por ti —le respondió Corso, encarándose con el hombre.
Los dos se miraron desafiantes, como si estuvieran a punto de iniciar una pelea. De hecho, Eva notó a su amigo mucho más amenazante de lo que aparentaba. Sus ojos grises tenían un brillo muy intenso y sus colmillos sobresalían prominentes, como si estuviera lanzándole una señal de intimidación. Como fuera, pareció surtir efecto.
—Muy bien, que venga —Bernardo acabó cediendo—, pero te lo advierto, tengo una escopeta en la guantera. Si intenta hacer algo, le vuelo la cabeza.
—Entendido —contestó Corso.
—Y otra cosa, no vuelvas a acercarte a mi hijo —Lo miró fijamente mientras decía eso— Como os vea juntos de nuevo, el que se quedará sin cabeza eres tú.
—Bien. —El vampiro seguía sin alterarse.
Tras esto, Bernardo puso rumbo hacia el camión. Eva miró todo sin saber que decir. Corso se acercó a ella y le hizo una seña para que lo siguiese. Juntos, fueron hasta la parte trasera del camión, el enorme remolque.
Dentro, había metidas varias columnas de cajas dispuestas en cuatro filas. Dos de ellas estaban apartadas hacia la izquierda, dejando un improvisado pasillo por el que cruzar. La pareja pasó por allí hasta llegar al fondo. Entre cajas enormes, había un improvisado hueco. Eva lo observó con detenimiento. En él, encontró un viejo colchón cubierto con varios trapos. Se veía limpio, al menos. A su lado, había varias bolsas de sangre y una linterna.
—Aquí es donde pasarás los próximos dos días de viaje —le explicó Corso.
—¿Tú no vienes? —preguntó ella nerviosa.
De nuevo, Corso negó con su cabeza.
—Me temo que tengo que arreglar muchos asuntos por aquí, incluyendo lo tuyo.
Aquellas palabras le resultaron descorazonadoras. Se disponía a abandonar la ciudad donde vivió por muchos años hacia un nuevo destino que no podía considerar seguro, quedando en manos de un desconocido que ni siquiera sabía si era de fiar. Para colmo, la única persona en la que confiaba la iba a dejar a su suerte.
—Venga, tu tranquila —la calmó el nocturno al notarla tan triste—. Iré a verte en una semana como mucho, pero mientras, tendrás que adaptarte al nuevo entorno y hacer caso a todo lo que te digan, ¿vale?
Eva asintió apesadumbrada.
—Lucila es una tía legal —comentó buscando animarla—. Ya verás, cuando la conozcas, te dejará una buena impresión. Y está bien buena.
Como siempre, ese vampiro tenía las palabras necesarias para hacerla reír. Seguía igual de mal, pero no pudo negar que su ingenio lograba animarla, aunque fuera un poco. Se volvió hacia él y se abrazaron.
—Ten cuidado, vale —le dijo con su cálida voz.
Sentir aquel contacto le sentó muy bien. Hacía tanto que alguien no la trataba con tanta gentileza que casi resultaba extraño que la abrazasen. Apoyó la cabeza en su hombro y respiró aliviada. Luego, se apartó y se miraron a los ojos.
—Gracias por todo —respondió la chica.
Corso sonrió satisfecho y le acarició el flequillo.
—No me las des —comentó él desenfadado—. Es mi trabajo ayudar a otros.
Acto seguido, le dio un beso en la frente y se retiró, dejándola allí. Entonces, comenzó a apilar las grandes cajas que tenía a su alrededor para tapar el hueco y luego movió las columnas que habían sido apartadas.
—Nos veremos muy pronto —se despidió desde la distancia.
Eva se sentó sobre el colchón y dejó salir un poco de aire. A continuación, las puertas del camión se cerraron, quedando en completa oscuridad. No mucho después, el camión se puso en marcha y comenzó a moverse.
Allí sentada, Eva no dejaba de pensar en lo mucho que había cambiado su vida y en la cantidad de cosas que había descubierto, algunas inimaginables. Ahora se enfrentaba a un destino incierto. No tenía idea de que le esperaba allá en el litoral. Esa tal Lucila parecía que la acogería, pero tendría que trabajar para ella. ¿En qué? No tenía ni idea.
Se dejó caer sobre el colchón y suspiró. Ya no tenía fuerzas para llorar. De hecho, estaba cansada. Había sido una noche muy ajetreada. En unas horas amanecería, así que decidió que beber un poco de sangre y, después, descansar. Iba a ser un viaje bastante largo y necesitaba fuerzas para enfrentarlo.
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Pues aquí tenéis otro capitulo, jejeje. Me está encantando escribir esta historia, la verdad sea dicha y espero que vosotros también la esteis disfrutando. Por eso, os animo a que dejéis vuestros comentarios para saber vuestra opinión sobre ella. Nada mas me haría mas feliz que saber que os va pareciendo esta novela y saber que personajes o momentos os están gustando. O cuales no. En fin, que muchos gracias por leerlo y nos veremos muy pronto con otro nuevo capitulo.
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