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Capitulo 6- Corso

Pasó una larga hora hasta que llegaron al sitio al que el misterioso Corso la estaba llevando. Se encontraban de vuelta en el centro de la ciudad y eso a Eva no le gustaba. Veía las amplias calles de esa zona y lo expuesta que se encontraba. Al menos, ya no se veía ni una sola alma por allí, al ser tan tarde. Eso la alivió un poco.

No tardaron en girar a la izquierda por una calle más pequeña y caminaron un poco más hasta llegar a un portal. Se detuvieron y Eva esperó a que el tal Corso sacara de uno de sus bolsillos la llave para abrir el enorme portón. Lo vio trasteando por su gabardina y luego, el pantalón. Estaba comenzando a tardar más de la cuenta, lo cual la estaba poniendo bastante nerviosa. Al final, la encontró y la uso para que entraran dentro del edificio.

Ya en su interior, tomaron un ascensor hasta llegar a la cuarta planta, donde estaría su piso. Todo el trayecto lo hicieron en silencio. Corso seguía muy tranquilo, como si nada de lo que hubiera ocurrido esa noche le hubiera afectado. De vez en cuando, lo miraba, pero nada más notar sus ojos grises sobre ella, Eva se apartaba nerviosa. Aún sin verlo, sabía que él estaría sonriendo divertido.

Cuando llegaron a la cuarta planta, anduvieron hasta llegar frente a la puerta del piso. De nuevo, Corso volvió a registrar cada bolsillo hasta dar con la llave para abrirla.

—Joder, tengo que pillarme un llavero —farfulló mientras se apartaba la gabardina para mirar mejor—. Es que en serio, estas malditas llaves se pierden con mucha facilidad.

Sabía que le estaba hablando a ella y no podría sentirse más incómoda por ello. Con todo, guardó la compostura y esperó a que encontrara la llave.

—Ah, ¡aquí está! —exclamó alegre.

La colocó en la cerradura para abrirla. Cuando la giró, pudo escuchar el característico chasquido al abrirse.

—Menos mal —comentó feliz el hombre—. Si no llego a encontrarlas, me temo que tendría que tirar la puerta a patadas.

Pudo notar como le sonreía con encanto, como si esperara a que ella también lo hiciera al escuchar su broma. Sin embargo, Eva no estaba para echarse unas risas en esos momentos. Viendo esto, Corso le abrió la puerta.

—Venga, pasa —dijo con ofrecimiento.

Así hizo.

Nada más acceder, se dio cuenta de que la entrada daba de forma directa al salón comedor. Era amplio, pero no veía demasiado mobiliario. Tan solo un sofá de tres plazas frente al que había una pequeña mesa de madera y más adelante, una cómoda blanca con una televisión de pantalla plana. Al lado de esta había una enorme estantería de varias lejas, pero allí solo había un solitario libro y un marco sin fotografía.

Corso se adelantó unos pasos más y, tras mirar a un lado y a otro, se volvió hacia ella.

—Bienvenida a mi piso —dijo mientras abarcaba la estancia con uno de sus brazos—. No es gran cosa y se ve un poquito descuidado, pero es que no paso demasiado tiempo en él. Más bien, lo paso en los de otros, ya me entiendes.

Eso último lo dijo mirándola de refilón y con una sonrisa burlona enmarcada en su boca. No sabía si le estaba lanzando una indirecta o qué, pero desde luego, lo hacía parecer un poco idiota.

Caminaron un poco más y le señaló la habitación que tenían delante.

—Esa es la cocina —le explicó—. En el frigorífico hay unas cuantas bolsas llenas de sangre. No es lo mismo que beber directamente de una persona, porque estará muy fría y sabrá mal, pero te vendrá bien para reponerte de las heridas que tienes.

Ya ni se acordaba de las heridas que tenía. Si no recordaba mal, le habían golpeado en la parte de atrás de la cabeza y en la cara. Ninguna de ellas le dolía, aunque cuando se pasó una mano por la coronilla, notó el corte ahí. Le dolió un poco al palparlo, pese a que notó que parecía estar cerrándose...solo.

—Sígueme y te enseño el resto del piso —le pidió Corso.

Fueron por una puerta que tenían al lado, la cual daba a un estrecho pasillo que conectaba con varias habitaciones.

—Hay un par de dormitorios —le dijo mientras señalaba a dos puertas, una a cada lado—. Te recomiendo el de la derecha, pues tiene instaladas unas cortinas de oscuridad total. No dejan pasar ni un solo rayo de Sol. —Luego, apuntó a la que se encontraba al final del pasillo— Ahí tienes el baño. No te vendría mal lavarte un poquito, ¿sabes?

Sí que lo sabía. Debía estar en un estado deplorable.

Cuando terminó de explicarle todo, Corso se dio la vuelta. Ella se quedó allí parada por un momento, sin saber muy bien que hacer. Hasta ahora, había vaciado su cabeza de todos los recuerdos de lo que le había pasado en ese día, pero ahora que los evocaba de nuevo, una fuerte inseguridad comenzó a inundarla. Entonces, el hombre volvió a llamarla.

—Oye, ¿vienes aquí?

Se dirigió al comedor y lo encontró allí. Parecía estar esperándola. Lo volvió a mirar, fijándose en cada detalle de su aspecto e indumentaria. Con esas prendas oscuras y sus profundos ojos grises, tenía un toque intimidante que haría retroceder hasta al más avezado. Sin embargo, su forma de ser tan distendida y alegre, o al menos, lo que había visto hasta ahora, le hacían ver que las apariencias engañaban.

—Bueno, yo me largo —comenzó a hablar—. Aséate, bebe sangre y ponte cómoda hasta el amanecer, claro. —Lo último que dijo lo puntualizó con bastante importancia— Justo antes de que salga el Sol, vete cagando leches al dormitorio de la derecha y no salgas de ahí hasta que se haya ocultado. No me gustaría regresar después y recoger tus cenizas con el cepillo y el recogedor.

Asintió ante todo lo que le decía, pese a que no llegaba a encajar ni la mitad de las cosas. Fue a decir algo, pero la interrumpió.

—Me voy —reiteró otra vez, como si no se hubiera enterado—. Volveré mañana por la noche. Entonces, te explicaré que vamos a hacer. Mientras, quédate en el piso y descansa.

Se dirigió hacia la puerta, la abrió y justo antes de ir, se giró hacia ella. Eva tembló al notar como la miraba.

—Te lo advierto, no salgas de aquí —habló con mucha seriedad—. Ahora mismo, corres grave peligro. Si sales fuera, no podré protegerte.

Tragó algo de saliva al escucharlo y, asintió de nuevo, dejando claro que lo había entendido. El tipo le sonrió de forma simpática y cerró con un portazo.

Eva se quedó un rato de pie en completo silencio. El sonido de la ciudad se escuchaba lejano. Miró todo a su alrededor, sin poder creer que estuviera en un lugar así. Lo observó un poco más y, entonces, rompió a llorar.

Se sentó en el sofá y dejó escapar un desgarrador llanto. Nada de lo que estaba pasándole tenía sentido. Toda su vida la sentía ya como algo perdido, una leve ilusión que se desvanecía ante sus ojos. Lo peor era que aún no podía comprender por qué le había pasado todo eso a ella. Se preguntaba qué clase de karma o equilibrio cósmico podría haber propiciado algo así. ¿Acaso había hecho algo horrible y ahora estaba recibiendo el justo castigo por ello? ¿Era lo que vivía ahora, a fin de cuentas, el horrible infierno del que tanto le sermonearon en la iglesia? Igual tendría que empezar a rezar, aunque quizás no fuera muy recomendable que lo hiciese.

Sollozó un poco y se secó el rostro mojado de lágrimas. Respiró varias veces e intentó calmarse. Por muy triste y desdichada que se sintiera, no era momento de seguir lloriqueando. Tenía que ver cuál sería su siguiente paso y no tardó en mirar hacia la puerta del piso. La tentación de escapar era enorme, pero tal como Corso le había dicho antes de marcharse, corría peligro si salía ahí fuera. ¿Por qué? Recordaba a esa gente que casi estuvo a punto de matarla. Sintió un súbito escalofrío con tan solo acordarse de ellos. No obstante, no era el único peligro que acechaba allí fuera. La policía también la estaría buscando por lo de Natalia y si la arrestaban, la cosa se complicaría mucho más. Estaba peor de lo que pensaba.

En ese apagado instante, recordó también lo que le explicó Corso. Beber sangre y evitar la luz del Sol. Le sorprendió que hablara con tanta tranquilidad de todo aquello, como si ya tuviera asumido por completo que ella era....un vampiro. O vampira, como mejor quisiera denominarse, aunque a los de la secta rara les escuchó llamarse como "nocturnos". ¿Así se definían entre ellos? Como fuera, a quien se le tenía que meter en la cabeza su nueva naturaleza era a Eva. La chica llevaba días sospechando sobre su misteriosa transformación, pero no podía concebir que algo así pudiera ser real. Le resultaba imposible de creer.

Se levantó y puso rumbo hacia la cocina. Una vez allí, miró todos los muebles y electrodomésticos allí montados: una mesa rodeada de varias sillas, una larga encimera en forma de L encajada entre dos paredes haciendo esquina, varios cajones y estantes para almacenaje, un fregadero para lavar los platos, placa de vitroceramica con un horno debajo, lavavajillas y, al final de todo, el frigorífico. Ese era el lugar que tanto le interesaba.

Lo abrió. Dentro no halló ni rastro de alimentos o bebidas de las que consumiría cuando era humana, algo que le ocasionó un evidente conato de tristeza. Lo único que encontró en cada leja fueron las llamas por Corso "bolsas de sangre". Había cinco en total. Reticente, cogió una y la puso sobre la mesa.

La observó con detenimiento. Muy parecida a las que habían en los hospitales para realizar transfusiones de sangre. Era de plástico duro, de forma rectangular con los bordes redondeados y con unos pequeños tubos en la parte de arriba para pasar el líquido. Eso sí, no hallaba ningún tapón o alguna forma de abrirla. Arqueó una ceja, extrañada ante esto.

No sabía muy bien qué hacer ni tenía idea de cómo sacar la sangre de la bolsa. Pensó en usar un cuchillo, pero lo pondría todo sucio. Quizás, si le hacía un pequeño agujero y lo echaba en un vaso...

De repente, sintió de nuevo la llamada. Miró fijamente a la sangre que había contenida en la bolsa. Espesa y roja, la observaba allí dentro, tan cercana, pero a la vez, imposible de conseguir. Esa urgente ansiedad comenzó a hacer acto de presencia de nuevo en Eva. Esa era la misma sensación que tuvo en los días pasados y que sintió, sobre todo, antes de atacar a Natalia.

Sostuvo la bolsa de sangre entre sus manos. Sintió la frialdad que la envolvía. Le resultaba extraña, pues apenas era un atisbo de lo que llegaría a percibir si fuera una humana. Era evidente que la temperatura baja de su cuerpo la hacía mucho menos sensible. Sin embargo, esas sensaciones se perdían al posar su vista en el líquido rojo. Se empezó a relamer con deseo.

El mar de sangre la llamaba...

La ansiedad crecía en su interior y poco a poco, volvía a poseerla. Eva quería resistir, pero simplemente, no podía luchar. Ya tan solo quedaba el frenesí...

Rojo e inmenso...

Presa de una desesperación inhumana, Eva mordió la bolsa de sangre. Sus colmillos atravesaron el plástico y no tardaron en comenzar a absorber el preciado contenido. Disfrutaba al sentir su ferroso sabor, algo frio, aunque delicioso. Sin embargo, por más que disfrutara con ello, se estaba descontrolando. Comenzó a estrujar con demasiada fuerza el recipiente que. Estaba ejerciendo demasiada presión con las manos y la boca, claro que no era consciente de ello. Antes siquiera de poder evitarlo, el recipiente estalló. La mesa y el suelo quedaron teñidos de oscuro escarlata.

—¡Mierda! —masculló horrorizada Eva al ver el desastre que había liado.

Trató de limpiarlo, pero pasar el trapo por encima de la mesa lo único que hacía era extender la sangre, no quitarla. Miró hacia el suelo, fijándose en el enorme charco que se había formado y como varias gotas caían desde la mesa. Buscó un cubo y una fregona, pero no los encontró por ninguna parte. Se sintió miserable por ello y le entraron de nuevo ganas de llorar. No obstante, se serenó.

Observó el estropicio liado. Lo sentía por Corso. Tendría que limpiarlo a la noche siguiente, pero a punto de amanecer, lo mejor que podía hacer Eva era ocultarse. Abandonó la cocina y puso rumbo hacia el dormitorio, aunque en el último momento, meterse en el baño primero.

Encendió la luz. El cuarto de baño era pequeño. Solo había un lavabo, un inodoro y una ducha. Se miró al espejo y enseguida notó el desastre montado. Tenía la cara, el cuello y la camiseta del pijama llenos de sangre. Su largo pelo rojo lo tenía revuelto y sucio. Unido a la palidez de su piel y el intenso brillo de sus verdosos ojos, parecía como si allí no estuviera Eva, sino alguien totalmente diferente. En cierto modo, así era.

Abrió el grifo y dejó que el agua cayera. Se lavó la cara, el cuello y las manos. Pensó en quitarse la camiseta, pero no tenía ni idea de cómo limpiarla y no le apetecía quedarse expuesta en un lugar desconocido. De hecho, le sorprendía la facilidad con la que había aceptado la protección de Corso. Ni siquiera lo conocía, pero rescatarla de esos locos le dejó bien claro que era la única persona en la que confiar en esos momentos, aunque no negaba que parecía ocultar muchas cosas. Se miró en el espejo y, pese a seguir viendo un rostro que se mostraba desconocido, le reconfortó un poco verla limpia. Había un peine en uno de los estantes y decidió acicalarse un poco el pelo. Cuando vio el resultado, sonrió satisfecha. Ya no se veía tan mal.

Llegó al dormitorio. También era un cuarto pequeño en el que solo había una cama, un armario empotrado y un escritorio con una silla de ruedas metida debajo. Se fijó en la ventana. Las persianas ya estaban echadas, incluidas las que se suponían que la protegerían de la luz del Sol. Esperaba que así fuera.

Se dejó caer sobre la cama, haciendo que el colchón temblara un poco. Bocabajo, hundió su cabeza contra la almohada y cerró los ojos, aunque le costaba relajarse. Esta no era su habitación, ni tan siquiera estaba en su casa. Se hallaba en un lugar nuevo, sola, sin nadie que la acompañara. No pudo evitar dejar que las lágrimas brotaran de nuevo, aunque esta vez, no rompió a llorar. Lo único que permitió fue que la tristeza la acompañase, pero ya no se dejaría llevar por ella. Quizás, llegaba la hora de cambiar su forma de ver las cosas.

Respiró de manera profunda varias veces mientras recordaba todo lo que estaba dejando atrás. Su familia, sus amigas, los estudios, una vida llena de comodidades y lujos, esas aficiones que tanto la llenaban, ese futuro con el que siempre soñó y, sobre todo, la gran posibilidad de haber sido quien siempre fue, diciéndoselo a quienes la rodeaban. Una nueva Eva, alguien que ya nunca más sería.

Entristecida y temerosa, Eva siguió recordando todo con dolorosa melancolía. Las cosas que había hecho, las que nunca podría, la gente a la que dejaría atrás. El tiempo fue pasando y, pese a no sentir que se fuera a dormir, las fuerzas le fueron fallando. Enseguida, cerró sus ojos y comenzó a descansar. Por una vez, lo pudo hacer.

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Despertó, de nuevo, agitada. Había vuelto a soñar con el Mar de sangre. No entendía por qué tenía tan extrañas visiones. ¿Era posible que todos los vampiros soñaran con lo mismo?

Escuchó algo de ruido en el piso y enseguida, se puso nerviosa. Incorporándose, afinó un poco más el oído y se dio cuenta de que venía de la cocina. Se rascó un poco los ojos y, algo desorientada, se bajó de la cama. Abrió con cuidado la puerta y avanzó por el pasillo con sigilo, para llamar lo menos posible la atención. No tenía ni idea de quien podría haber allí. Pensó que se trataría de Corso, pero le extrañaba que no hubiera ido a buscarla.

Salió al comedor y, con paso lento, fue a la cocina. Era de noche, cosa que la alivió un poco. Si tenía que huir, no tendría problemas para salir a la calle. Llegó a la entrada y, desde ahí, se asomó con cuidado, esperando que no la descubrieran.

—Anda, ya te has despertado.

Era Corso. Eva respiró aliviada, aunque no tardó en sentirse incomoda al ver lo que hacía. El hombre estaba limpiando el suelo lleno de la sangre que había esturreado la noche anterior. Por suerte, ya no quedaba demasiada, pero un enorme malestar la corroía a pesar de todo. Rodeó la mesa de la cocina, ya limpia, colocándose a su lado y lo miró apesadumbrada.

—Si...siento lo...lo que ha pasado aquí —dijo con algo de dificultad.

—No pasa nada —habló despreocupado Corso—. Me viene bien lo que has hecho. Llevaba tiempo sin limpiar la cocina.

Pasó la fregona y recogió los últimos restos de sangre desperdigada por el suelo. Luego, la colocó sobre el cubo y la escurrió. Eva miraba como lo hacía todo tan tranquilo, como si no le supusiera una grave molestia. Ella, no obstante, se sentía morir por dentro.

—Además, es una suerte que esté utilizando la fregona y no el cepillo, ¿verdad?

Aquel comentario, recordando lo que le dijo ayer, la hizo sonreír. Hacía varios días que no lo hacía y eso le pareció tan extraño. Después de todas las cosas horribles que le habían pasado y las que también había hecho, aún así, era capaz de sentir un poco de alegría.

—Te veo mejor —comentó Corso mientras colocaba la fregona dentro del cubo y la apartaba a una esquina—. ¿Por qué no te sientas? Tenemos que hablar.

La hora de la conversación había llegado. Arrastró una de las sillas y se sentó. Luego, tiró de ella hasta quedar bajo la mesa. Corso también cogió una y se sentó justo frente a ella. Colocó las manos sobre la mesa, notando su superficie lisa todavía un poco mojada. Se miraron y la chica no pudo evitar sentirse muy nerviosa. No sabía que iba a ocurrir.

—Mira, sé que tienes un montón de preguntas ahora mismo, pero me temo que no tenemos el tiempo para responderlas —comenzó a hablar—. Dadas las circunstancias, te voy a hacer un resumen para que te queden las cosas claras.

Quería decir algo, pero prefirió dejar que continuara. Era la mejor opción si deseaba enterarse de lo que estaba pasándole.

—Como ya te habrás dado cuenta, te has convertido en un vampiro, o nocturno, como nosotros preferimos llamarnos. —Sonrió desenfadado con esto último, aunque ella seguía estoica—. Enhorabuena, aunque, de momento, seguro que la experiencia no te habrá gustado demasiado.

Recordó lo que le sucedió con Natalia el día anterior. Perdió el control de una manera inhumana, convirtiéndose en una bestia guiada tan solo por puros instintos. Fue algo horrible lo que le hizo a su amiga y no quería imaginar que le hubiera hecho a su hermana de haber seguido allí. Una solitaria lágrima cayó por su mejilla derecha. Corso se percató.

—Lo de tu amiga...lo sé —parecía complicado hablar con ella del asunto—. ¿El esturreo que has provocado con la bolsa de sangre también ha sido por lo mismo?

Cuando escuchó eso, volvió en sí. ¿Se estaba refiriendo ala ansiedad que le invadió en ambos momentos? Asintió como respuesta afirmativa.

—Entiendo —quedó en silencio por un instante, como si estuviera pensativo—. Eso es el frenesí de sangre.

—¿El qué? —Eva se encontró confusa ante lo que decía.

—Es un estado en el que se halla todo nocturno que no ha bebido sangre en mucho tiempo —le explicó—. Pierdes el control y te dejas llevar por tus pulsiones mas primarias. Tu mente desaparece y te convierte en un animal. Vas a tener que aprender a controlar eso.

—Ya veo.

Quedaron en silencio. La chica se veía incapaz de poder asimilar todo lo que estaba ocurriendo.

—Mira, no es culpa tuya lo que te ha pasado con ella —trató de consolarla—. Estabas poseída por algo que no comprendías y... —Respiró un poco agitado. Le costaba encontrar las palabras adecuadas para hablar—. Fue un accidente.

El dolor volvió a ella. Intentaba contenerse, pero resultaba tan difícil. Rompió a llorar, dejando incluso escapar un fortuito gemido lleno de tristeza.

—Tranquila, tranquila —decía el hombre mientras le cogía una mano.

—Para ti es fácil decirlo, pero yo... ¡aun no me puedo creer nada de esto! —Su voz sonaba afónica—. Se supone que los vampiros no existen. ¡No existen!

Corso se mantuvo en su sitio sin hablar o hacer algo. Dejó que Eva se desahogara. Era lo mejor, pues lidiar con alguien con tanta tensión dentro podía ser complicado. La chica se fue calmando y cuando la vio un poco aliviada, continuó.

—Créeme, yo también pasé por lo mismo —dijo comprensivo—. Para mí también eran solo cuentos de viejas, pero luego te muerde uno y se te viene todo abajo. Aunque oye, preferible que los humanos crean que somos una leyenda. Así seguiremos mejor.

La conversación parecía ir por otro sitio. Pese a que Corso trataba de sonar lo más conciliador y optimista posible, a Eva el mundo se le caía encima. Estaba atrapada en sus funestos pensamientos, dándole vueltas a todo lo que le había ocurrido. Creía que lograría reponerse, pero le estaba costando más de lo que imaginaba.

—¿Por qué me ha tenido que pasar esto a mí? ¿¡Por qué?! —murmuró dolida— Yo no pedí nada de esto...

—Porque las cosas pasan, listo —contestó directo Corso—. Es como la Guerra Civil. Ocurrió y pilló por delante a un montón de gente que no tenía nada que ver con el conflicto. Sé muy bien de lo que hablo, lo viví de cerca.

Aquella revelación la dejó petrificada. Tenía a Corso delante. No llevaba su gorro ni la braga y podía ver su rostro perfectamente. Su apariencia era muy joven, pese a la poblada barba y el pelo corto, así lo notaba. No debía de pasar de los treinta.

—¿Vi...viste la Guerra Civil? —preguntó con temblorosa voz.

—Claro, nací en el 1911.

Se quedó sin palabras. Todavía tenía muchas cosas que asimilar.

—¿Y tu nombre? —fue su siguiente pregunta.

—Es un apodo —habló con una amplia sonrisa en la boca, dejando a la vista sus afilados colmillos—. En realidad, debería ser "corsario", pues "corso" es la campaña de saqueo llevada a cabo por esta gente. En fin, el caso es que alguien me vio pinta de pirata y me puso ese mote. Se ve que buscaba algo corto.

Le sorprendió enterarse de algo así. Siempre se solía decir que tras muchos apodos había grandes historias, pero estaba claro que también podían ser bastante raras.

—Y no sé qué puñetas vio en mi de pirata —Corso se estaba andando por las ramas contando su vida—. Yo me dedicaba al contrabando y les conseguía de todo, aunque, bueno, también es verdad que los piratas eran contrabandistas...

Se miraron el uno al otro muy extrañados y no pudieron evitar reírse. Estuvieron así por un rato. En cierto modo, a Eva le venía perfecto. Una buena terapia para relajarse.

—En fin, dejemos de hablar de mí y centrémonos en los importantes. —Se puso serio en un instante, algo que sorprendió a la chica— Esta noche, tengo que sacarte de la ciudad.

Creyó haberlo escuchado mal, pues no se creía lo que acababa de soltarle.

—¿Co...como que sacarme de la ciudad?

Los ojos grises del hombre la observaban con mucha seriedad. Esto era importante.

—Ya te dije ayer que corrías mucho peligro —afirmó con claridad—. Por lo que me he enterado hoy, así es.

—Ya, lo más seguro es que la policía me ande buscando por lo que hice —comentó sombría Eva.

—La policía es quien menos debería preocuparnos.

Frunció el ceño ante lo que acababa de decir. No entendía nada.

—¿Lo dices por los que intentaron matarme anoche?

—¿La Progenie de Drácula?

—Sí, esos.

Corso se carcajeó un poco al escucharla.

—No, tranquila. Esos son solo unos aficionados —le dejó bien claro—. Sin embargo, hay otros más poderosos que no están contentos con tu presencia.

—¿Qui...quienes? —preguntó atemorizada.

—La Sociedad.

Tragó saliva. Ahora sí que estaban poniéndose las cosas difíciles de asimilar. Viendo que no decía nada, Corso decidió explicarle todo.

—Verás, los nocturnos estamos organizados en una suerte de alianza o algo así llamada la Sociedad —trataba de contárselo con las mejores palabras posibles, aunque le costaba un poco—. Se creó a mediados del siglo XIX con la intención de preservar a nuestra especie, intentando evitar que los humanos supieran de nuestra existencia... —Por un momento, pareció quedar en blanco, pero no tardó en retomar el ritmo—. El caso es que todos los vampiros nos regimos por una serie de normas conocidas como el Código Nocturno y tú has incumplido una de ellas.

Eva estaba sin aliento. Si ya las cosas no podían pintar mal, que la acusasen de algo de lo que ni siquiera tenía conocimiento de haber hecho, era aún peor.

—Yo...yo... —Estaba impotente—. Pero...,¿qué he hecho yo?

Corso bajó su cabeza y se rascó la frente. Luego, volvió a mirarla con una franqueza ya hiriente.

—Ser convertida sin que la Sociedad lo supiera.

El golpe fue devastador. Enterarse de eso fue ya el colmo. Si no tuviera suficiente con  matar a su mejor amiga y huir de casa, saber que un grupo poderoso de vampiros la perseguía era el remate definitivo.

—¡Si no es mi culpa! —esgrimió frustrada— Yo ni siquiera sabía que existíais.

El hombre asintió ante lo que decía, como si estuviera de acuerdo con ella. Sin embargo, se notaba que eso no iba a cambiar las cosas.

—Hay una norma en el Código Nocturno; la décima, si no recuerdo mal; en la que se prohíbe la transformación de un humano a vampiro. Sin permiso de la Sociedad, no se puede llevar a cabo. —No podía negar que la manera en la que lo explicaba todo resultaba muy didáctica—. En realidad, el verdadero culpable es tu Progenitor, el vampiro que te transformó, pero dado que no lo encuentran, vienen a por ti.

Su Progenitor. Intentó recordar lo que le pasó aquella noche en la discoteca, pero no lograba invocar ni un solo detalle. Todo estaba borroso, aunque se acordó de sus sueños. Esa mujer...

—Si te pillan, te matarán —continuó Corso—. Eres una descarriada y para la Sociedad, supones un grave problema.

Una descarriada. Así la llamaron esos de la Progenie. Por lo que veía, una vampira abandonada a su suerte por quien la transformó. Como si su existencia no pudiera ser ya más miserable de lo que era.

—¿Y no hay forma de hacer algo? —preguntó desolada.

—Aquí no puedo —contestó frustrado Corso—. En cambio, si pudiera sacarte de la ciudad y enviarte a otro sitio...

Esa última frase le hizo recobrar un poco la esperanza. Por lo visto, había un plan después de todo.

—Conozco a alguien con quien me llevo muy bien. Pertenece a la Sociedad y tiene cierta influencia —comentó con algo más de optimismo—. Si te pudiera llevar a sus dominios, tal vez te protegería.

No tenía ni idea de quien era esa persona ni si sus intenciones serían buenas, pero en esos momentos, era la mejor opción si quería mantener la cabeza en su sitio. Con Corso, parecía haber acertado. Tal vez, ese misterioso individuo fuera también otro inesperado aliado.

—¡Mierda! —masculló Corso— ¡Mira lo tarde que se nos ha hecho!

El hombre miraba su móvil. Se lo guardó y se puso en pie. Ella decidió imitarlo. Salieron de la cocina hacia el salón. Allí, Eva vio un par de enormes bolsas de plástico sobre el sofá.

—No hay más tiempo que perder —le dijo el nocturno—. Ve al baño y córtate el pelo. También pégate una buena ducha. Hueles un poquito mal.

No le gustó demasiado ese comentario, aunque llevaba razón. Lo que si la dejó un poco paralizada fue lo del pelo, aunque entendía que debía ser para que no la reconociesen. No tenía ni idea de cómo cortárselo. Seguro que acabaría siendo un desastre, pero ya no le quedaba otro remedio.

—En la bolsa hay ropa que he recogido de otro sitio —señaló presuroso—. La dejaré en el dormitorio. Ponte lo que sea de tu talla. Que estés guapa no es lo prioritario en estos momentos.

—Como si estuviera pensando en esos ahora —le reprochó molesta.

—Sí, muy bien, pero tenemos prisa —Ignoró por completo su queja—. Venga, ve al baño.

Movió la mano hacia delante, indicándole que se marchara ya. Eva lo miró molesta. Corso era buena gente, pero podía ser un poco irritante cuando quería.

Fue hacia el baño. Nada más entrar, encendió la luz y se puso frente al espejo. Se miró a sí misma y suspiró. Aquella Eva que miraba estaba convirtiéndose en alguien nuevo y en la peor situación posible. Se dijo que ya no había nada que hacer, solo intentar salvar el pellejo.

Trasteó aquí y allá. Al final, en un cajón de un pequeño armario, encontró unas tijeras. Volvió su vista al espejo y, entonces, se percató de algo: se reflejaba en él. Le sorprendió, aunque era un detalle absurdo en esos momentos. Sin embargo, era algo que le decía que se estaba adentrando en un mundo misterioso y más hostil de lo que nunca pudo imaginar.

Resignada a un destino que ya no podía cambiar, cogió las tijeras, agarró uno de sus finos cabellos y lo cortó. Con ese acto, comenzaba una nueva vida para Eva. 

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