Capitulo 5- Nocturnos
La noche se mostraba apacible. El cielo estaba despejado y, pese a la luz de los edificios, las estrellas se dejaban atisbar en el firmamento como pequeños puntos brillantes. A veces, parpadeaban un poco, como una bombilla a punto de fundirse. Era una visión esplendida y muy hermosa, aunque a Eva le generaba un enorme malestar.
Recordaba cuando su hermana Marta le contó llena de alegría en esa fiesta de cumpleaños tan fatídica como la iba a llevar ahí arriba. La llenaba de una ternura sinigual. Tan agradable e inocente. No hacía más que unos días de aquello, pero, para Eva, era como si una eternidad hubiera pasado. Aquella reminiscencia del pasado la puso muy triste.
Cabizbaja, sentada y con la espalda pegada en una pared, escuchaba el ajetreo de la gran urbe a su alrededor. Estaba en el centro. Su casa se situaba a las afueras. Le llevó un tiempo algo prolongado llegar hasta allí. Necesitaba estar lejos de cualquier cosa familiar y ocultarse. Tras lo que había hecho, sintió que era lo único que podía hacer. Con la cabeza oculta entre sus piernas, no pudo evitar evocar ese momento tan horrible que vivió tan solo unas horas atrás.
Se encontraba impotente y dolorida. Había matado a su mejor amiga. Todavía se veía incapaz de creerlo. Todo fue en un abrir y cerrar de ojos. En un momento, la tenía ahí delante, buscando ayudarla y, al siguiente instante, su cuerpo se hallaba tendido sobre el sofá, sin vida y con un gesto de horror dibujado en su rostro. Ella, con su sangre derramándose por la boca, convertida en una espantosa bestia en la que nunca se hubiera reconocido. Pensar en todo eso, provocó que comenzara a llorar. Dejó caer unas cuantas lágrimas mientras gemía llena de tristeza.
Lo había perdido todo. La persona a la que más quiso, a su familia, la vida que llevaba. Ya no había razón alguna para seguir allí. Claro que, ¿a dónde iría? No podía acudir a sus amigas, sobre todo, porque se enterarían de lo que había pasado con Natalia. Le tendrían mucho miedo y no dudarían en llamar a la policía. Lo mismo pasaría con sus padres. Para todos ellos, Eva ya se había convertido en una completa desconocida o, incluso, en algo peor, un monstruo.
Pensar en todas estas cosas, la hundió mucho más. Sin embargo, no podía darse por vencido. A pesar de lo entristecida que se hallaba, su necesidad de sobrevivir le pesaba mucho. Tenía que moverse y salir de la ciudad. Con lentitud, se puso en pie y comenzó a caminar.
Salió a la calle contigua. Por la calzada, los coches pasaban a velocidad moderada mientras que en las dos aceras, la gente caminaba indiferente, dirigiéndose a sus correspondientes destinos. Eva los veía pasar como si ella no estuviera allí. Avanzó por entre la multitud, sintiéndose un poco vulnerable. Llevaba unas pintas que a cualquiera le resultarían extrañas. Iba tan solo con su pijama y descalza. Muchos pensarían que era una perturbada recién escapada de un manicomio. Encima, tenía la manga derecha llena de sangre de Natalia. Se tuvo que limpiar la cara, así que, recelosa, se ocultó el brazo para que nadie lo viera.
Algo la sorprendió mientras seguía su camino. A pesar de llevar ropa fina y ningún calzado, no se sentía helada. Se encontraba a una temperatura normal, incluso, agradable. ¿Beber la sangre de su amiga la había recuperado? Ya ni siquiera sentía ese insaciable frenesí. Estaba calmada y saciada. Ahora, parecía ser lo único que podría consumir.
Se alteró cuando escuchó un sonido repentino. Era una sirena. Por la calzada, los coches se apartaban y vio como una ambulancia pasaba de largo a gran velocidad. Se puso tensa. ¿Se dirigía hacia su casa? El miedo volvió a invadirla y aceleró el paso.
En un momento dado, notó que estaba demasiado expuesta. Sabía que solo habían pasado más que unas pocas horas desde lo ocurrido con Natalia, pero temía que su familia hubiera hablado con la policía y que estos diesen la orden de encontrarla. Incluso, tal vez podría salir en televisión. Miró a su alrededor. Cualquiera de las personas que había cerca de la chica podía reconocerla. No se lo podía permitir. En la acera de enfrente, vio un estrecho callejón entre dos enormes edificios. Si atajaba por ahí, tal vez estuviera más oculta, aunque eso suponía arriesgarse a algún encuentro desagradable. Pensó en lo que le hizo a su amiga. ¿Sería capaz de atreverse a lo mismo con un completo desconocido que la atacara? Quizás, si no le quedaba más remedio. Por lo menos, no se sentiría tan culpable. Sin dudarlo, cruzó la carretera y fue hacia allí.
Tuvo que pasar rápido, pues los coches iban como bólidos de carreras. Ya en el otro lado, se adentró en el estrecho callejón. Un asqueroso hedor se metió por su nariz y le hizo poner un gesto de desagrado. Además de un enorme contenedor de basura, el suelo de la acera estaba muy mojado. Quería pensar que era la humedad de la noche, pero algo le decía que, cerca de las paredes y de algún rincón, lo que había era orina. Por como olía, así parecía ser. Avanzó rápido y salió a la siguiente calle.
Repitió lo mismo, cruzando presurosa la calzada y perdiéndose por otro destartalado callejón. Mientras caminaba, vio a un hombre durmiendo detrás de otro contenedor. Se encontraba tapado con una raída manta y con la cabeza apoyada sobre un montón de periódicos. Se lo quedó mirando por un momento, pero no tardó en acelerar el paso cuando notó que se había percatado de su presencia. Tenía que seguir.
Ya en la siguiente calle, se metió por una serie de callejuelas perdidas entre los edificios. No tenía ni idea de hacia dónde iba. Estaba claro que avanzaba con rumbo errático, sin un destino evidente. De momento, su único deseo era ocultarse, a ser posible, en un lugar oscuro. No tenía demasiado interés en saber que le ocurriría a la mañana siguiente si se exponía a la luz solar.
Se adentró en aquella maraña de calles solitarias y tenebrosas. El sonido del ajetreo central se percibía cada vez más lejano. A veces, se topaba con alguien y la miraba de una manera que le resultaba siniestra. Inquieta, continuó caminando, aunque se encontraba alerta. En cualquier momento, podría llevarse un buen susto.
En un momento determinado, sintió que la estaban siguiendo. Llevaba así desde hacía un rato, aunque quiso pensar que solo era su imaginación. Sin embargo, ahora tenía claro que de verdad alguien iba detrás de ella. Escuchaba sus pasos algo lejanos. Mantenía las distancias para disimular, pero se había dado cuenta. Además, percibió una inquietud extraña en ese misterioso personaje. A diferencia del resto de personas, a él, lo percibía de manera distinta. Era...como Eva. Eso la perturbó e hizo que se girase de forma brusca. El perseguidor, al notarse observado, se apartó un poco y fingió detenerse para dar la sensación de que no le pisaba los talones. El pánico estalló en su interior y aceleró el paso.
Continuó hasta el punto de casi llegar a correr. No deseaba mirar de nuevo atrás, pero sabía que seguía tras su pista. No tenía ni idea de quien se podría tratar, pero no deseaba averiguarlo. Giró nada más ver una callejuela a su izquierda y, luego, serpenteó por entre otras más, buscando perder su rastro. Para su alivio, la cosa funcionó.
Parecía haberle dado esquinazo. Al menos, no lo percibía. Era extraño que pudiera notar su presencia. ¿Cómo rayos era posible? Por lo visto, con el fino olfato, la habilidad para ver en la oscuridad y detectar la sangre ajena, también había una suerte de conexión con personas similares a ella. Ese último pensamiento la hizo detenerse de repente. ¿Personas....como ella? Un sentimiento perturbador la atravesó. Como podía pensar que hubiera gente parecida, si ni siquiera tenía idea de en qué se había convertido. Todo aquello la volvió a revolver. Sintió ganas de llorar, pero decidió reprimirse. Tenía que seguir. Ya habría tiempo para pensar en esas cosas más adelante.
Su camino la llevó hasta una amplia explanada. En el centro, había un aparcamiento, aunque solo vio dos coches. A la izquierda, había dos garajes cerrados y, en el resto de edificios que la rodeaban, un par de portales para acceder a ellos. Solo había una solitaria farola iluminando el lugar. La luz era poco potente y parpadeaba de vez en cuando, así que el lugar se hallaba bajo una tenue penumbra donde se intuía algo de lo que había allí. Sin embargo, para la chica no era ningún problema. Sus pupilas se abrieron sin más, permitiéndole ver con mejor nitidez lo que tenía delante.
Se desplazó por aquel sitio. Estaba muy solitario. No se veía a nadie más. Pasó cerca de los coches. Se notaban viejos y desgastados. La carrocería de ambos estaba descolorida y con bastantes abolladuras. Las ventanillas se encontraban llenas de polvo. Miró por una de ellas y notó el interior bastante sucio. Por su estado, era evidente que llevaban sin conducirlos desde hacía tiempo. Probablemente, ya ni siquiera se podrían encender.
En ese mismo instante, escuchó un ruido. Fue como si alguien hubiera dejado caer un objeto pesado, como una barra de hierro. Se volvió extrañada y notó que el sonido venía de uno de los callejones que había justo al lado izquierdo de los garajes. Era una estrecha bocacalle a donde la débil luz de la farola no llegaba. Se fijó más en esa zona y, en un momento, percibió que algo se movía en la oscuridad. Aguzó un poco más la vista y, entonces, se dio cuenta. Allí había una persona. Sus pelos se erizaron y, justo en ese mismo instante, los percibió a todos. Cuando quiso centrarse en ellos, recibió un fuerte golpe en la cabeza.
El impacto fue devastador. Toda su testa entera vibró como una campana recién agitada. El dolor se notaba sobre todo en la coronilla, donde le habían dado. Cayó al suelo de boca, como un saco de ladrillos y notó la frialdad del suelo. Se revolvió un poco mientras gimoteaba. Su vista era borrosa y todo se oía en un lejano eco, incluyendo las pisadas de sus repentinos atacantes.
—Vaya, vaya, ¿pero que tenemos aquí? —dijo una de aquellas distorsionadas voces.
Notó como se le aproximaban. Eran tres, dos hombres y una mujer. No podía verlos, pero sentía sangre recorriendo cada cuerpo de forma impetuosa y salvaje. Eran como ella, no había ninguna duda. Tendrían la piel pálida, los ojos brillantes y un par de colmillos en la boca.
—Una intrusa, eso desde luego —aseguró con firmeza otra de las voces, ahora, mas audible.
La mujer se agachó a su lado. Acercó su nariz hacia el henchido rostro de Eva y la husmeó como si fuera un perro. Aspiró varias veces y, luego, se retrajo un poco. Abrió su boca y emitió un súbito siseo.
—¡Una sanguijuela! —Se acercó otra vez y le olió el pelo— Y parece recién transformada.
Al escuchar eso último, los otros dos se asustaron un poco.
Eva estaba desorientada, y, aunque cada vez se iba despejando, el dolor en su cabeza no remitía. Las sienes parecían a punto de explotar y ese intenso campaneo latía con un pulso lacerante. Además, de la coronilla notó como se derramaba sangre. Trató de arrastrarse un poco y escuchó más pisadas. Al levantar su cabeza, vio como de la bocacalle salía el cuarto integrante del grupo.
La leve luz de la farola permitió verlo con total claridad, atisbando cada detalle. En la oscuridad, tan solo percibía una sombra de brillantes ojos. En cambio, ahora podía admirarlo con todo lujo de detalle. Su ropa era negra por completo. Llevaba una chaqueta de cuero, una camisa abierta hasta el tercer botón, dejando una parte del torso al descubierto, pantalones vaqueros raídos y unas pesadas botas militares que hacían retumbar el suelo con cada paso dado. Se acercó hasta detenerse apenas a un metro de donde se encontraba tirada Eva. La chica notó su rostro blanco, unos ojos marrones centelleantes y una barba corta. La alborotada melena corta de pelo marrón oscuro enmarcaba su afilado rostro.
La observó por un instante. Debía estar evaluándola. No notó ni un solo movimiento. Parecía una estatua. ¿Así era como habían pasado desapercibidos? ¿Quedándose bien quietos? Siguieron mirándose por lo que parecía una eternidad hasta que, de repente, se movió. Fue a una velocidad que ningún ojo humano podría haber captado. Ni siquiera ella lo percibió. Lo que si sintió fue el fuerte puntapié que le asestó en el pómulo derecho con la punta de una de sus botas.
—¿Cuánto tiempo lleva transformada? —fue la pregunta que hizo el tipo a su compañera.
Ella se volvió a agachar y la olfateó un poco más.
—No demasiado, quizás unos cuantos días.
Se oyeron algunos murmullos de malestar. Mientras, Eva gimoteó un poco, sintiendo como el dolor se intensificaba por culpa de la patada. Ahora, al increpante malestar en su coronilla, tenía que sumarle media cara ardiendo. La mejilla se contraía como si se estuviera quejando y notaba que se le había abierto una raja que ardía como la mismísima fragua de Vulcano. Tosió un poco y escupió algo de sangre. Miró el pequeño charco rojo que había formado y se preguntó si sería suya o de Natalia.
—Mierda, una descarriada —pronunció uno de los hombres que había detrás.
—¿En serio crees que es una? —preguntó algo inquieta la mujer.
—Amaia, por favor, claro que lo es —le increpó el otro.
Se fijó en ella, ladeando un poco su cabeza. Notó la expresión de desagrado al escuchar a su compañero replicarle de esa manera. Debía de andar en los veintitantos años y tenía una indumentaria extraña. Medias rotas cubriendo sus piernas, un pantalón corto y una camiseta de manga corta. El largo pelo negro lo llevaba recogido en una sola trenza en espiral que llevaba de lado, rodeando por detrás su cuello y colgando del hombro izquierdo. Su blanca piel estaba surcada por varios tatuajes por los brazos, el cuello y el pecho. Cuando sus ojos azules bajaron hasta dar con Eva, notó como resplandecieron. No le gustó nada.
—Si es así, ¿qué coño hacemos con ella?
Los allí presentes permanecieron en silencio ante semejante cuestión. Parecía que ninguno ardía en deseos de responder. Era como si se jugaran un enorme riesgo al hacerlo.
—Lo que siempre hemos hecho —terminó diciendo el tipo que le había asestado una fuerte patada—. Deshacernos de ella.
Aquella respuesta encantó a los demás. A Eva, en cambio, la dejó petrificado. Los tipos carcajearon felices y una insidiosa sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer. Gracias a eso, pudo ver los largos colmillos que sobresalían de entre su impoluta dentadura.
—Perfecto, manos a la obra —espetó uno de ellos.
Sin previo aviso, los dos tipos que tenía detrás la agarraron por los hombros y comenzaron a arrastrarla. La mujer, esa tal Amaia, se adelantó hasta ponerse al lado del otro hombre, que a esas alturas, Eva ya suponía que debía ser el líder del grupo. Comenzaron a hablar.
—Rober, ¿lo haremos siguiendo el viejo ritual?
Al escucharla, giró su cabeza con un leve movimiento, como si fuera una marioneta.
—Por supuesto, nuestro antiguo maestro lo hacía así con muchos de los traidores —expresó con mucha satisfacción y deseo.
Ambos carcajearon satisfechos tras lo que acababa de decir el tal Rober.
—Joder, yo prefería el empalamiento —gimoteó uno de los tipos que la arrastraba.
—Sé que mola meterle un palo por el culo, pero eso solo sirve con los humanos —le explicó el otro—. Con esta descarriada, solo la haríamos sufrir.
—¿Y eso no mola?
No llegaron a terminar la conversación. Se detuvieron y vio como el jefe de la banda se acercaba a una de las puertas de garaje, la de la derecha. Quitó el candado que tenía abajo para dejarla cerrada y la levantó. Se atascó un poco y el tipo tuvo que empujar con fuerza para que terminara de subir. Maldijo por lo bajo, pero, al final, consiguió dejarla abierta por completo. Hizo una seña y todos lo siguieron adentro.
El garaje era amplio, pero no había ningún vehículo dentro. En el centro, se podían ver dos mesas con toda clase de herramientas encima, bordeadas por alguna silla y, en el fondo, cinco colchones sucios y mullidos. En la pared derecha, una estantería con un televisor viejo y en la izquierda, dos frigoríficos que emitían un zumbido molesto. El lugar se veía bastante descuidado con abundante basura acumulándose por los rincones. No daba la sensación de que alguien viviera en él.
—¡Traedla aquí! —ordenó Rober a sus dos subordinados.
La arrastraron hasta donde se encontraba y la obligaron a clavarse de rodillas. También tiraron por ahí una barra de hierro. Tenía sangre, así que supuso que fue la que usaron para atacarla. Amaia colocó una caja de plástico frente a ella y la obligaron a inclinarse hasta que su cara chocó contra esta. Eva respiraba desesperada mientras no dejaba de revolverse, intentando liberarse. Logró zafarse de uno de ellos, liberando su brazo izquierdo e incorporándose un poco.
—¡Mierda! —gritaron ambos captores a la vez.
—¡Tenedla bien agarrada! —chilló furioso el jefe mientras revolvía entre las cosas que habían por encima de una mesa— Como se os escape, ¡juro que os ejecutaré a los dos!
Intentó levantarse, pero uno de los tipos se puso encima de ella, clavando una de las rodillas sobre su espalda, lo cual le causó un enorme dolor. El otro agarró su brazo izquierdo y se lo retorció, haciéndole mucho daño. Abrió su boca, dejando salir un lastimero gemido. Al final, su rostro dio de nuevo contra el duro plástico de la caja.
—¿La tenéis? —preguntó Rober mientras se volvía hacia ellos.
—Sí, la tenemos bien agarradita —respondió contenta Amaia mientras se inclinaba para mirarla. De nuevo, notó esa insidiosa sonrisa en su cara, disfrutando de lo que veía.
Su corazón latía a gran velocidad. Podía notar como retumbaba cada vez con mayor fuerza. El miedo regresaba como una temible presencia dispuesta a atraparla, a no dejarla huir bajo ningún concepto. Escuchó los pasos de Rober acercándose hasta quedar justo a su lado, poniéndola más tensa.
—Es la hora —habló el líder del grupo—. En esta santa noche, segaremos otra traidora alma en honor a nuestro gran maestro.
Escuchó como emitían un súbito siseo. Contempló como Amaia y uno de los tipos que la tenían prisionera abrían sus bocas, dejando al descubierto sus blancos colmillos antes de emitir ese extraño sonido. De repente, sintió como alguien la agarraba del pelo, haciendo que retorciera su cabeza de dolor.
—Quita la mano, idiota —le espetó Rober—. Acaso, ¡quieres que te la corte!
—Es para sostener mejor su cabeza —le respondió su subordinada con irritante voz—. No para de moverse.
Rober emitió un suspiro de disgusto y le replicó de nuevo. Aprovechando la discusión, Eva alzó su vista para mirar lo que hacía. El tipo tenía los dos brazos alzados hacia arriba y, entre sus manos, sostenía un hacha de carnicero, clásico utensilio usado para separar la carne del hueso. Se fijó en la amplia hoja, algo oxidada y con el filo desgastado. Cuando se dio cuenta de lo que pretendía hacer, se quedó helada.
—Bueno, continuemos donde lo he dejado —dijo con tono amenazante.
Sus seguidores asintieron con claridad y Rober prosiguió con su discurso.
—Para ello, llevaremos a cabo este sacrificio siguiendo el antiguo ritual que nuestro gran señor puso en práctica siglos atrás para acabar con estos malditos traidores. Una manera ideal de eliminar a aquellos que se opusieron a su magna presencia y lo rechazaron como futuro rey de todos los nocturnos.
El discurso no podría sonar más grandilocuente y absurdo. En otras circunstancias, tal vez se reiría, pero, teniendo en cuenta que estaban a punto de cortarle la cabeza, no tenía demasiados ánimos para hacerlo.
—Él fue quien nos abrió los ojos a una realidad que nos había enquistado, que nos tenía atrapados y sometidos por quienes le traicionaron y luchó contra ellos para liberarnos. Esta noche, le rendiremos tributo con la vida de esta descarriada traidora.
—¡Así se hará! —gritaron los otros tres al unísono.
Sintió como la apretaban con mayor fuerza. Un poco de su largo pelo rojo le tapó la mitad izquierda de su cara. Pensó que si no veía como la mataban estaría mejor, pero en el fondo, esa idea no la reconfortaba para nada.
—Esta noche, hermanos y hermana, honraremos a nuestro gran señor y padre —gimoteaba ya con histérica voz Rober—, porque si, nosotros somos sus hijos, somos su progenie, ¡la Progenie de Drácula!
De nuevo, ese molesto siseo emitido por los otros volvió a aparecer. Eva sabía que el momento se acercaba y eso la embargo de un sentimiento de horror inmenso. Comenzó a temblar de forma histérica al tiempo que sus ojos se cuajaban de lágrimas. Era su fin. Tal vez fuera lo mejor, pero tenía un montón de miedo.
—Y ahora, acabemos con la traid...
Un fuerte silbido atravesó veloz el aire. Después de ese, vino otro y después, uno mas. Tras esto, Rober precipitó contra el suelo, emitiendo gemidos lastimeros. Eva vio como el hacha de carnicero caía justo por su lado derecho. La hoja oxidada rozó su pelo, pero, por suerte, no le hizo ningún corte. A continuación, Amaia emitió un agudo chillido y más de esos misteriosos silbidos se escucharon.
—Mierda, retrocede, retrocede... —gritaba alarmado uno de los tipos que la mantenían retenida.
Ambos la soltaron y por fin, quedó libre. Pese a todo, decidió no moverse, sobre todo, cuando notó como algo le pasó muy cerca de su hombro izquierdo. Fue muy rápido, pero supo de qué se trataba.
—Joder, joder,... —escuchó lamentarse a Rober.
Moviendo su cabeza con sumo cuidado, pudo fijarse en el estado del líder grupal.
Se hallaba sentado sobre el frio suelo, con una de sus manos colocada en el cuello. Por entre los dedos, pudo ver como se derramaba sangre. En el pecho, tenía otros dos agujeros por los que también supuraba más líquido rojo.
—¡Rober! —gritaba horrorizada Amaia mientras iba a su lado, pero se detuvo cuando alguien disparó a sus pies.
Eva, todavía muy confusa, alzó su cabeza hacia delante, tratando de averiguar qué era lo que sucedía. Entonces, fue cuando lo vio.
Justo en la entrada, se hallaba un hombre de pie, en una perfecta posición recta. La luz de afuera apenas le iluminaba, por lo que resultaba difícil atisbar sus rasgos, pero por lo que se notaba, llevaba una larga gabardina. En su mano izquierda, sostenía una pistola de cuya punta aún salía algo de humo.
—¿Qué cojones quieres, cabrón? —le gritó uno de los tipos que había detrás de Eva.
Él y su amigo pasaron por cada lado de ella y fueron en dirección al misterioso recién llegado. Mientras, Amaia corrió para socorrer a Rober, quien seguía tapando sus heridas.
—Te vas a enterar, hijo de puta —bramó lleno de furia el otro.
El hombre se mostró imperturbable ante aquellas amenazas. De hecho, ni se movió. La pareja de lacayos siguió avanzando hasta queda a solo un metro de distancia. Lo miraban con mucha ansia.
—Te vamos a meter una paliza de la hostia —le espetó el primero, quien blandía la barra de hierro en su mano derecha haciendo que chocase con la izquierda.
—Sí, vas a ver la que te espera —agregó el otro.
No entendía como esos dos idiotas podían encararse con una persona que llevaba encima un arma de fuego. Resultaba una acción imprudente.
—¡Ahora verás! —dijo el de la barra de hierro mientras iba a por su enemigo.
Alzó su brazo derecho con intención de golpearlo, pero el tipo se movió más rápido y dejó que le atacase sin éxito. Logró esquivarlo con suma facilidad y, como respuesta, le golpeó con la culata de la pistola en la cabeza, mientras se hallaba inclinado. Eso hizo que precipitara contra el suelo a gran velocidad. Su amigo fue el siguiente, pero no llegó muy lejos.
—Te vas a enter...
Le apuntó con la pistola, descerrajándole tres tiros que acabaron en su pecho. Eso hizo que retrocediera hacia atrás, tropezando y cayendo de espaldas. Su compañero, todavía inclinado, levantó la cabeza un momento y miró a su contrincante. Como respuesta, recibió un devastador rodillazo en la cara. Se le rompió la nariz y comenzó a sangrar de forma profusa. Trastabilló un poco y terminó precipitando al suelo de costado. La barra de hierro se le cayó de su mano y rodó por el suelo.
—Amaia, trae la pistola del cajón —le susurró Rober a la mujer.
Fue levantarse y el hombre le apuntó con su arma.
—Ni se te ocurra hacerlo —le advirtió con grave voz.
Amaia quedó petrificada mientras oía a sus doloridos compañeros lamentándose. El hombre le hizo una seña con la pistola para que se moviera a un lado. Temerosa, actuó según lo ordenado.
—¡No me jodas, puta! —gritó enfurecido su jefe.
Otro tiro sonó en el lugar y media oreja del tal Rober saltó por los aires.
—¡Mierda!
El tipo se retorcía lleno de dolor. La sangre lo rodeaba por todas partes. Se trataba de una escena horrible, incluso, escalofriante. Pese a haber estado a punto de matarla, a Eva le apenaba un poco, pero no demasiado.
—Ca...cabrón... ¿qué cojones quieres de nosotros? —habló el del pecho agujereado a balazos. Su compañero trataba de taponar sus heridas.
—A ella —contestó el hombre al tiempo que señalaba a Eva.
Verse referenciada de esa manera sorprendió a la chica. ¿Venía por ella? ¿Qué razones tenía? No sabía de quien podría tratarse y eso le hacía cuestionarse si sería de fiar.
—¿Por...que...? —preguntó agónico Rober.
Al hablar, se notaba como respiraba con dificultad. Amaia se puso de rodillas y colocó su cabeza sobre su regazo, acariciando el corto cabello. Su pecho no dejaba de subir y bajar y la sangre se derramaba en finas cascadas. Eva pensó si no estaría a punto de morir. Tal vez no, aunque estaba sufriendo, desde luego.
—Eso no es asunto tuyo, "fanboy" de Drácula —le espetó el hombre sin más—. Se viene conmigo y punto.
Extendió su brazo derecho y movió los dedos de la mano hacia atrás, clara señal de que fuera con él. Eva no sabía qué hacer. Seguía sin fiarse de ese desconocido que acababa de aparecer, pero, por otro lado, no tenía muchos deseos de permanecer con esa gente. Se incorporó y, aunque todavía estaba un poco conmocionada, caminó hasta llegar a su lado. Los otros la miraban llenos de ira.
—Cabrón, cuando sepamos quien eres, te caerá una buena —amenazó con ganas Amaia— ¡Somos la Progenie de Drácula! ¡No dudaremos en vengarnos!
—¡Lo único que sois es una panda de gilipollas seguidores de un jodido farsante! —habló con sorna el hombre—. Venid por mí y el peso de toda la Sociedad caerá sobre vosotros.
Fue decir eso y todos enmudecieron. Acto seguido, el tipo se marchó de allí y le hizo un gesto a Eva para que lo siguiera.
Un poco desvalida, fue tras él. Todavía no podía creerse que la hubiera salvado, aunque seguía preguntándose por qué razón lo había hecho. No tenía ni idea de quien era ni cuáles serían sus intenciones. No le inspiraba ninguna confianza, pero, en esos momentos, no había nadie mejor a quien aferrarse.
Caminaron hasta abandonar el amplio rellano. Bajo la escasa luz de la farola, Eva se fijó un poco mejor en él. La gabardina era de color azul oscura y parecía nueva. Llevaba guantes de goma negras y un gorro del mismo color que le ocultaba el pelo. Lo siguió hasta que llegaron a una de las callejuelas. Entonces, se volvió hacia ella.
—¿Estás mejor?
Recibir esa inesperada atención la dejó un poco sorprendida. Era lo último que esperaba esa noche.
—S...si... —respondió un poco cortada.
El hombre se bajó la braga que cubría su boca y barbilla, revelando una poblada barba de color castaño ceniza al tiempo que una cálida sonrisa se le dibujaba en los finos labios. Su piel era tan pálida como la suya y los ojos grises brillaban con intensidad bajo la penumbra. Se quedó impresionada. A Eva nunca le atraerían los hombres, pero no podía negar que se veía atractivo.
—Me alegro —habló con calidez—. Ahora, creo que lo mejor es que nos larguemos de aquí. Esos fanáticos no dudarán en darnos caza si ven oportunidad.
Se volvió a poner la braga y comenzó a caminar. Eva no dudó en seguirlo.
Mientras andaban, pensó en preguntar quién era y cuáles fueron las razones para salvarla. Necesitaba saber si podía confiar en él de verdad. De repente, el hombre se detuvo y se volvió a ella de nuevo.
—Por cierto, me llamo Corso —Sus ojos la oteaban con curiosidad— ¿Y tú?
Se quedó un momento callada, sin saber que decir, aunque no tardó en hablarle.
—E...Eva.
Asintió tras escucharla.
—Bonito nombre —dijo con satisfacción—. Muy bien, Eva, es hora de seguirme, ¿entendido?
Ahora, fue ella quien asintió como respuesta. Acto seguido, continuaron el camino.
No tenía la menor idea de hacia donde la estaba llevando ni si sería un lugar seguro, lo que estaba claro era que en esas circunstancias, la chica no tenía mejor opción. Tal vez con él, no solo tuviera una oportunidad de sobrevivir, sino, quizás, de obtener respuesta a todo lo que le estaba ocurriendo. Tal vez, aunque ya no podía dar nada por sentado.
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Disculpad que no haya podido publicar antes, pero la semana pasada tuve problemas con el ordenador y encima, estuve enfermo con grupo (aún sigo, en verdad). Con todo, espero que os haya merecido la pena esperar. Este ha sido un capitulo interesante. Por fin, aparecen vampiros. Un tanto peculiares, eso si.
Pues nada, nos vemos en el siguiente capitulo, esta vez, será mas pronto publicado. Un saludo a todos.
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