Capítulo 17- Tiempos extraños (Parte 3)
Gabriel siguió llamando, cosa que estaba empezando a molestar a Lucila. En cierto modo, a Eva también le estaba resultando irritante.
—¿¡Se puede saber que mierda quieres?! —estalló cabreada contra su subordinado.
La pelirroja dio un salto al ver lo enfurecida que estaba su jefa. Lucila se incorporó y se colocó bien la bata para ocultar su cuerpo. Gabriel siguió llamando de manera insistente.
—Pasa de una vez —dijo muy irritada Lucila.
El nocturno calvo abrió la puerta y entró en el dormitorio. Tanto Eva como su jefa se hallaban sentadas sobre la cama. Gabriel miró bastante raro a las dos, como si sospechase algo.
—¿Qué coño pasa, Gabriel? —Era evidente que Lucila seguía muy molesta con la interrupción.
Su subordinado se mostró cauto al hablar. Estaba claro que no deseaba enfadarla más, aunque ya estaba muy cabreada.
—Solo quería saber si ya se encontraba mejor —contestó con firmeza—. Además, necesito que ella venga conmigo.
Por supuesto, Lucila no dudó en mostrarse muy disgustada con eso último.
—¿Y se puede saber para qué cojones la quieres ahora?
Estaba claro que en cualquier momento la nocturna iba a estallar. Gabriel, con todo, se mantenía en su sitio.
—Tiene que acompañarme para un asunto —se limitó a decir—. Eso es todo.
Otra vez con lo mismo. A Eva ya la tenía cansada que su superior la reclamase de manera constante. De hecho, tenía la sensación de que era una forma de molestar a su jefa. Lucila dejó escapar un leve gemido mientras se recostaba sobre la cama.
—Muy bien, llévatela —habló, asumiendo su derrota.
Estaba claro que esta noche iba a dar tumbos de un lado a otro. Miró a Lucila, quien giró su cabeza hacia ella y le hizo un gesto en dirección a Gabriel para que fuera con él. Con cierta desazón en el cuerpo, se incorporó y fue en su dirección.
—¿Usted se encuentra ya mejor? —preguntó Gabriel un poco dudoso.
Lucila se volvió para mirarlo y sus ojos violetas centellearon con intensidad mientras dejaba sobresalir sus colmillos. No estaba muy contenta.
—Dejadme sola —fue lo único que soltó.
Salieron del dormitorio. Eva se sentía dolida por tener que dejar a Lucila. Habían conectado de un modo que ni ella misma podría imaginar, a punto de tener su "primera" experiencia sexual de forma tierna y hermosa, para que el pesado de Gabriel las interrumpiese y ahora la obligase a acompañarlo. De hecho, el nocturno se había percatado de su obvio enfado.
—No me mires así. Yo también estaría cabreado —le habló con un cinismo que daban ganas de estamparle la cara contra la pared—. Lo que pasa es que tenemos cosas más importantes entre manos ahora. Sígueme.
No se hallaba con demasiado ánimo de hacerle caso, pero tal como estaban las cosas y con la poca mecha que tenía, era mejor que siguiera sus órdenes. Fue tras él, como si fuera un perro faldero o, al menos, así se sentía.
—Ahora que nuestra señora se encuentra mejor, es hora de que continuemos con lo que estábamos haciendo y tú vas a estar presente.
Eva permanecía en silencio. Prefería no decir nada, porque si abría la boca, la iba a liar seguro.
—Lo primero, es averiguar quiénes son los hijos de puta que estuvieron tras este ataque—señaló con resentimiento su jefe—. Mira esto.
Gabriel sacó algo del bolsillo de su pantalón y se lo enseñó. Era una bala alargada, de cuerpo cilíndrico y acabada en punta, bañada en un patina de gris metálico. La sostuvo entre el índice y el pulgar, moviéndola con lentitud para que la viera con detenimiento.
—¿Sabes qué clase de munición es esta? —preguntó.
Eva se quedó dubitativa, aunque no dudó en contestar.
—Una de las balas que nos dispararon durante el tiroteo de la fiesta.
No quiso mostrarse dudosa al hablar y, por la serena pasividad de Gabriel, así era como debía proceder. Con todo, no se podía negar que el nocturno parecía hipnotizado por la dichosa bala, pues no apartaba sus ojos de ella.
—Este proyectil tiene la punta roja —le dijo mientras le señalaba a la zona en cuestión. Eva lo notó y quedó sorprendida—. Es munición trazadora, balas que arden al ser disparadas para indicar la trayectoria de fuego y que te pueden causar terribles quemaduras si te acierta.
Recordó la noche de la masacre en la fiesta, cuando vio arder a aquel muchacho que estaba con Bea. Contempló con horror como de su chaqueta comenzaron a surgir llamas que no tardaron en envolverlo, devorándolo sin piedad. Fue algo monstruoso.
—Y no solo nos dispararon con munición incendiaria —continuó—. Tambien utilizaron munición perforante, la cual puede hacer trizas nuestro cuerpo. Por eso nuestra señora estaba tan grave.
Se hallaba petrificada con lo que le contaba. Era evidente que los atacantes no eran unos cualquieras.
—Esta gente a la que nos hemos enfrentando no son meros aficionados —comentó sombrío mientras miraba fijamente la bala—. La manera en la que se organizaron para lanzar el ataque, la jerga que usaban para comunicarse, las armas empleadas, su forma de moverse y las tácticas de combate... —Quedó en un pequeño silencio por un instante—. No, esos tipos eran profesionales.
—¿Qué quieres decir? —Eva se sentía cada vez más nerviosa.
Gabriel echó a andar y Eva fue tras él. Le costó ponerse a su lado, pues iba muy rápido. Parecía haberse vuelto loco y creyera que alguien lo seguía.
—He oído hablar de ellos. Se les conoce como "El destacamento de la muerte" —explicó, aunque más para sí mismo que para Eva—. Equipos de asalto, formados por exmilitares pertenecientes a fuerzas especiales de ejércitos, ahora entregados a la caza de nocturnos. Sé que en Estados Unidos han llegado a organizar auténticas masacres, diezmando a decenas de los nuestros por el camino. Lo que no me esperaba era que fuesen a llegar hasta aquí.
Oír semejante información no dejó con muy buen cuerpo a Eva. El recuerdo de aquella carnicería le causó grandes escalofríos. En cuestión de segundos, aquel lugar quedó regado de cadáveres y sangre. No podía creer que hubiera llegado a vivir una situación tan horrible.
—¿Son de alguna organización religiosa o algo parecido?
La cuestión de Eva hizo reír a su jefe. No entendía que podía ser tan gracioso.
—Ni de coña. No trabajan para el Vaticano, el Opus Dei o los jodidos mormones. De hecho, los religiosos hace tiempo que ya nos consideran a los nocturnos poco más que un mito —continuó explicándole—. Los tipos que nos atacaron son veteranos de guerra muy aburridos que han decidido perseguirnos por mera diversión. Nos dan caza porque están cachondos por montar su propio Irak y mancharse las manos con sangre enemiga.
Si la idea de enfrentarse a fanáticos del cristianismo que los veían como representaciones del demonio le daba miedo, enterarse de que se trataban en realidad de soldados bien entrenados para ejecutar una rápida y letal muerte la llenaba de un primigenio terror por dentro. Estaban bien apañados.
Descendieron hasta la planta de abajo y luego, Gabriel se volvió hacia un pasillo que llevaba por detras de las escaleras. Fue tras él con rapidez, pues, de nuevo, la estaba dejando atrás. El tipo parecía vivir en una existencia acelerada por lo que veía. Continuaron hasta llegar a una entrada desde la que partían otras escaleras, descendiendo hasta lo que a Eva pensaba que sería un sótano.
No muy convencida de a donde la conducía, bajó las escaleras con su jefe. Cada peldaño bajado aglutinaba aún más la inquietante sensación de que el lugar al que se dirigían no era muy seguro. Sabía que esa manía de presuponer lo peor debía quitársela de en medio, pero cada vez que andaba con el nocturno calvo siempre se terminaba metiendo en líos. Claro que igual esa alerta tal vez debería mantenerla, ya que enseguida escuchó un súbito alarido que la paralizó.
Otro grito resonó enseguida y a Eva le comenzó a temblar más el pulso. No tenía ni idea de que estaba pasando allí abajo y, solo de pensar en que podría tratarse, hacía que el terror más asfixiante la envolviera. Cuando por fin ya estaban en el sótano y contempló lo que tenía delante, supo que sus malos presagios estaban más que bien infundados.
Justo delante tenía a cuatro personas puestas de rodillas sobre el suelo y con los brazos doblados por la espalda, unidos con unas esposas bien aferradas a sus muñecas. Eran tres hombres y una mujer, todos en ropa interior y en un estado deplorable. Sus cuerpos estaban repletos de hematomas y rajas. Tres de ellos tenían el rostro destrozado, llenos de sangre y heridas. El ojo izquierdo del primero estaba inflamado y amoratado. Al segundo le habían roto la nariz. El tercer hombre y la chica no se veían tan graves, aunque a ella se le notaba el labio partido con manchas de hemoglobina seca ensuciándole la comisura. Eva estaba impertérrita sin poder creer lo que contemplaba. Se iba a volver hacia Gabriel para preguntarle de que demonios se trataba todo esto, pero el nocturno calvo tenía otras prioridades.
—¿Qué tal va todo por aquí? —preguntó a los otros.
Además de ellos dos y de las cuatro personas maniatadas, había allí otros cuatro nocturnos. Dos los reconoció enseguida, pues llevaban uniforme militar, así que eran parte del grupo de Eric Pierce. Tambien vio a Rocío, cosa que no le alegró demasiado. La nocturna tampoco parecía demasiado contenta al notar su presencia. Sus centelleantes ojos verdes la atravesaron nada más se miraron, clara señal del poco aprecio que le tenía. El cuarto integrante de aquel grupo se encontraba agachado revolviendo en un maletín. Fue quien contestó a la cuestión de Gabriel.
—Ahí vamos —respondió con ronca voz—. Se resisten bastante. Les hemos dado una buena paliza, hemos estado rajándole la piel a dos y a ese lo hemos llegado a cortar uno de los pulgares, pero siguen sin decirnos nada —Eso ultimo lo dijo mientras señalaba al tercer hombre, quien se inquietó bastante al verse referenciado—. Supongo que habrá que pasar a métodos más mortíferos.
Se incorporó y se volvió hacia ellos. Eva miró llena de horror como en su mano derecha portaba un taladro en una mano y varias brocas en la otra. No quería imaginarse lo que pensaba hacer con todo aquello y lo peor que muy probablemente terminaría viéndolo.
—¿En serio no le has podido sacar una mierda a esta puta gente? —inquirió Gabriel furioso— Dimitrios, no estás aquí para pasar el rato divirtiéndote, quiero que le saques información a esta chusma lo más rápido posible, ¿entendido?
El tal Dimitrios no pareció alterarse demasiado con las reclamaciones de Gabriel. Su aspecto resolutivo se denotaba por sus gafas circulares y su semblante serio de persona madura, aunque la coleta en la que llevaba envuelta su pelo marrón oscuro le daba un cierto toque desenfadado. Lo evidente era que no se sentía nervioso ni nada por el estilo. De hecho, pasó por delante de ellos como si nada.
El misterioso nocturno llegó hasta una encimera que se hallaba en la pared que tenía detrás. Colocó el taladro y las brocas encima, junto con otros utensilios que estremecieron a Eva. Había cuchillos de varios tamaños, un destornillador, unas pinzas, y un martillo. Colgadas en la pared había varias sierras, un hacha enorme, otra hacha de mano más pequeña, tijeras de podar, un pico y una pala. Esperaba que no tuviera que utilizar nada de eso.
—Sabe que la tortura es un arte lento y metódico —explicó Dimitrios mientras colocaba una broca en el taladro—. Hace falta tiempo y mucho cuidado para ir quebrando la voluntad de una persona y amplificar el sufrimiento. No podemos tenerlo todo tan rápido, señor.
—Me importa una mierda lo que tardes, quiero que abran el pico de una maldita vez para que digan quien nos delató, joder —soltó Gabriel con mucho enfado.
Era eso. Los cuatro humanos que había allí estaban siendo torturados para averiguar quien reveló a los cazadores todo sobre la fiesta de Lucila. Si bien le parecía un movimiento correcto, pues les permitiría saber las identidades de los perpetradores del ataque, hacerlo de esa manera tan cruenta e inhumana le parecía demasiado. Claro que quien era ella para discutir algo así.
—Ve, ese es el condenado problema —dijo dándose la vuelta Dimitrios—. Creen que la tortura es un método inmediato y no es así. Si quiere asegurarse de que dicen la verdad, hay que destrozar sus cuerpos a conciencia para que el dolor los desarme. De lo contrario, le mentirán en la cara sin dudarlo.
Justo tras decir eso, accionó el taladro y la broca comenzó a girar, emitiendo un sonoro zumbido. Eva no quería imaginarse donde acabaría metiendo eso y el solo fugaz pensamiento hacía que su estómago se revolviese.
—No creo que mientan cuando les habéis metido una paliza de muerte a cada uno —replicó disconforme su jefe—. Seguro que tendrán ganas de hablar.
Dimitrios carcajeó un poco mientras se aproximaba a los humanos, blandiendo el taladro. Los pobres se aterrizaron al verlo tan cerca. Agacharon sus cabezas y percibió que alguno parecía sollozar desesperado. No se podía negar que el nocturno era lo bastante siniestro para infundir el miedo a todo el mundo.
—Que cansado estoy de los modernos métodos de tortura —se quejó mientras miraba el taladro—. En la Edad Media sí que sabían hacer bien las cosas. El potro, el garrote vil, la dama de hierro, las uñas de gato... —Su mirada se quedó fija en la broca, la cual no cesaba de girar—. ¿Sabe que todos esos instrumentos los crearon los humanos para torturarnos a nosotros?
A Eva cada vez le daban más ganas de desaparecer conforme conocía más gente del círculo de Gabriel. Eran las personas más extrañas y espeluznantes con las que se había cruzado nunca.
—Ah, Dios, esto es increíble —habló enervado su jefe mientras se tapaba el rostro con sus manos.
En ese instante, el segundo hombre se incorporó un poco. Eso llamó su atención. Fijándose mejor en él y en sus compañeros, Eva suponía que debían ser empleados de Lucila, gente contratada para trabajar bajo sus órdenes. De hecho, reconoció a la chica. Era la criada que le sirvió una copa a su jefa la primera noche que estuvo en esta casa.
El hombre miró a todos lleno de muchísimo temor y abrió su boca, exhalando un poco de aire. Parecía que se disponía a hablar, pero se notaba que no tenía valor para hacerlo. A la pelirroja le entristecía ver al pobre humano en ese estado. Al final, habló.
—Po...por favor... —Apenas llegó a decir—...no nos hagan más daño.
Contuvo la respiración un momento. Eva lo miró paralizada. Veía en esos ojos terror puro y ansias de perdón. Suplicaba con angustiosa clemencia por ello. Era imposible no compadecerse de él. Era una pena que el resto de nocturnos en la sala no compartieran la misma opinión.
—Ponte de rodillas, ¡cabrón! —le gritó Rocío mientras se acercaba.
El humano se giró horrorizado y la nocturna le asestó una fuerte patada en el costado izquierdo. El hombre cayó de lado, emitiendo un fuerte alarido y luego gimoteó al faltarle el aire. Se retorció un poco y se recogió en postura fetal, como si tratara de protegerse de los golpes que sobreviniesen después. Sus compañeros miraban la escena sin poder hacer otra cosa que temer por sus vidas.
Eva fue testigo de la escena sin poder creer la crueldad que presenciaba. Había una parte de ella que deseaba frenar esta atrocidad, pero sabía que ninguno le haría caso. Con todo, había algo que no podía negar, semejante acto era necesario si querían evitar un nuevo ataque e, incluso, saber quiénes estaban detrás. Por lo menos, esperaba que los humanos hablasen de una vez para acabar con esa agónica tortura. Estaba lejos de ocurrir.
—Joder, yo ya no puedo más —habló muy harto Gabriel.
Sin pensarlo, fue hacia la encimera donde se encontraban los instrumentos de tortura de Dimitrios. Sin embargo, no cogió nada de ahí. Se agachó y abrió uno de los cajones que había debajo. De dentro sacó algo y cuando Eva vio de qué se trataba, supo que el horror no había hecho más que comenzar.
—¿Pero que hace con eso? —preguntó extrañado Dimitrios al ver como el nocturno calvo se levantaba.
—Lo que va a hacer que estos capullos desembuchen de una puta vez —le respondió Gabriel.
—¡Esa herramienta no es la adecuada en estos momentos! —le indicó molesto el torturador profesional.
Se trataba de un soplete de cañón alargado del que colgaba un tanque cilíndrico de color azul oscuro que contenía el gas. A Eva no le faltó tiempo para empezar a imaginar todas las posibles utilidades de cara a dañar a alguno de los humanos. Su respiración comenzó a acelerarse y un leve temblor le señaló que el miedo apremiaba en su interior. No le gustaba ni un pelo como se estaban desarrollando los acontecimientos.
Gabriel fue hacia los humanos, los cuales ya se encontraban llenos de terror al notar al peligroso nocturno aproximándose con terribles intenciones. El tercero ya se hallaba de rodillas de nuevo, aunque se encontraba un poco encorvado, lo más seguro por el terrible dolor de la patada que Rocío acababa de asestarle. El pobre temblequeaba como un cordero a punto de ser degollado en el matadero. En sus ojos se percibía un pánico inconcebible. Jamás creyó que vería en su vida a alguien con tanto miedo. Era imposible no sentirse identificada con su situación. Sin embargo, aquel hombre no fue el escogido.
Gabriel agarró por el enmarañado pelo al segundo hombre, quien emitió un desgarrador chillido mientras el nocturno lo arrastraba por el suelo. Sus compañeros miraban la escena impotentes ante su sufrimiento. Lo llevó hasta el centro de la estancia. Eva retrocedió un poco, incapaz de apartar la vista. Deseaba con todas sus fuerzas largarse de allí, pero sabía que eso era algo imposible.
—Ya me he cansado de vuestras gilipolleces —soltó antes de dejar al maltrecho humano tirado en el suelo.
Hizo girar una ruedecilla roja sobre el cañón del soplete y de la boquilla salió una intensa llama azulada. Estaba claro lo que iba a pasar.
—Ven aquí —dijo el nocturno y agarró al humano de nuevo del pelo.
El hombre gemía desesperado mientras trataba de liberarse forcejeando, pero tras tantas horas de tortura, su cuerpo no daba para más y lo único que hacía era revolverse como un trapo meneado por el viento. Gabriel lo alzó, colocándolo de rodillas y le volvió a tirar del pelo para que levantara la cabeza, echándola hacia atrás con intención de que expusiera su rostro.
—Muy bien, lo voy a preguntar de nuevo por si es que hasta ahora no os habíais enterado —habló exasperado—. ¿Quién coño son los desgraciados que osaron atacarnos hace tres noches? ¡Quiero la jodida respuesta ya!
Hizo girar la ruedecilla un poco más, haciendo que la llama del soplete aumentara de tamaño. El hombre miró de reojo mientras sus sienes temblaban discordantes y sus ojos se achicaban ante lo que se sobrevenía. Eva tenía el corazón en un puño. Deseaba decir algo, pero tenía claro que no serviría de nada.
—No...no se... ¡nada! —le dijo el hombre comido por el pavor.
—Oh, ¿en serio? —comentó irónico Gabriel—. A ver si esto te ayuda a recordar.
Sin dudarlo por un segundo, acercó el rostro de su víctima a la llama del soplete. El grito que sonó fue de los que se quedaría resonando por siglos en aquella estancia por lo horrorosa que resultaba.
Eva miró por más que no deseara hacerlo. Todos los demás también lo hicieron. Contemplaron como la llama azul deshacía la piel de la mejilla derecha y dejaba al descubierto la carne, carbonizándose por acción del intenso calor. Poco a poco, una enorme mancha sanguinolenta de color marrón oscura creció en esa parte del rostro. El olor a carne tostada impregnó el ambiente. A la pelirroja le evocó el recuerdo de aquellas barbacoas que hacía con sus padres y amigos. A esos filetes hechos a la parrilla. Le entraron arcadas al evocar semejante memoria en un momento tan pantagruélico como ese.
Gabriel agarraba con fuerza del pelo al tipo mientras seguía quemándolo. No hacía falta excesiva deducción para darse cuenta de que estaba disfrutando del momento. El hombre, por su parte, seguía con la boca abierta, pero ya ningún grito salía de ahí. Sus ojos estaban blancos por completo en plena agonía mientras el dolor lo devoraba al arder su cara.
—¡Basta! ¡Ya es suficiente! —gritó alguien en ese mismo instante.
Aquella inesperada interrupción pilló a todos de improviso, aunque más bien por quien lo dijo. Se trataba de la criada de Lucila, la cual miraba impotente ante el sufrimiento de su compañero con las lágrimas ya brotando. El resto se hallaba igual, aunque seguían callados. Ella fue la única que rompió aquel tormentoso silencio para salvar a su compañero.
—No le hagas más daño —suplicó de manera lastimosa.
Nada más escucharla, Gabriel soltó al hombre como si no fuera más que un juguete inservible, haciendo que su cuerpo impactase de forma aparatosa contra el suelo. Eso sí, no se inmutó ante la caída, pues ya se encontraba en shock debido al súbito dolor causado por el soplete. Se aproximó hacia la chica, haciendo que esta agachara un poco la cabeza. Cuando estuvo cerca, la miró con severidad. Eva notó que sus ojos marrones habían adquirido un brillo muy intenso.
—¿Tienes algo que decir? —preguntó impaciente.
La mujer tragó un poco de saliva mientras el resto de los allí presentes aguardaban su respuesta. Tan solo el sonido de la llama del soplete era lo único que perturbaba el lugar. Gabriel la observaba sin inmutarse, pero Eva sabía que el nocturno debía estar desesperado por una maldita respuesta ya mismo y no le extrañaría que reaccionase de forma violenta si no se la daba. La criada alzó la vista y lo miró con unos refulgentes ojos azules que parecían desafiarlo, aunque en ellos, también se notaba cierto temor.
—Fui yo quien avisó a esa gente y quien les dijo donde podrían encontrarla —fue lo que confesó.
Los nocturnos quedaron estoicos ante su contestación. Ni siquiera el propio Gabriel llegó a mostrar un solo ápice de perturbación. Eva sí que se hallaba más impactada por la revelación, aunque sabía que el resto de sus congéneres también estaría sorprendido. Quizás no tanto, eso sí.
En ese preciso instante, Gabriel se inclinó un poco hacia la mujer, quien retrocedió atemorizada.
—Cuéntame más —le exigió con atemperada voz.
Reticente, la criada continuó.
—Me llamaron hará cosa de un mes. Era un número desconocido y jamás me dieron un nombre, dirección o algo con lo que identificarlos. —Se mantuvo callada por un instante. Era evidente que le costaba mucho contar todo aquello, seguramente por temor a las represalias— Me pidieron que les diera toda la información referente a vosotros. Residencias, personal de seguridad, horas de entrada y salida...
—¿A cambio de qué?
Esa pregunta inquietó a la mujer. Miró a Gabriel, quien se mantenía inmóvil con la misma expresión en su rostro, pero algo en él hizo que ella se mantuviera callada, pues era consciente del peligro que corría si continuaba.
—Habla o lo que te haré a ti será mucho peor que lo que ha sufrido tu amigo.
La amenaza surtió efecto. Prosiguió sin más demora.
—Me darían dinero para mí y mi familia. —De nuevo, se retuvo un poco, respirando de forma entrecortada por los nervios— Además, nos proporcionarían protección y nos ayudarían a salir de la ciudad tras el ataque.
—Pues no veo que hayan cumplido con el trato.
Aquella frase era algo más que una leve punzada a la autoestima de la chica. Por su desolador aspecto, era obvio que se trataba de una indicación de que quienes la llamaron tan solo la utilizaron a su antojo y la dejaron tirada sin más. Era probable que ni le hubieran dado algo de dinero como le prometieron.
—¿Algo más que añadir?
La mujer negó con la cabeza. Gabriel, que no parecía muy conforme, la agarró del hombro e hizo que se levantara. Acto seguido, se la llevó en dirección a las escaleras.
—Señor, ¿qué hacemos con el resto? —preguntó Rocío.
Gabriel se volvió y lanzó una desdeñosa mirada a los tres hombres maniatados. Un gesto de indiferencia en su rostro evidenciaba su respuesta.
—Eliminadlos —dijo sin más—. Ya no los necesitamos.
Eva contempló llena de horror como Rocío y los otros nocturnos apresaban a los maltrechos hombres, a saber con qué intenciones, aunque tenía claro que no eran buenas.
—Tu, ven conmigo —la llamó su jefe.
Verse de nuevo reclamada por Gabriel ya ni le extrañaba. Era evidente que allá donde fuera el nocturno, ella iría detrás. En cuanto llegó a su lado, le entregó a la criada.
—La llevas tú —le ordenó—. Sígueme.
Miró a la pobre muchacha, la cual se hallaba muy asustada. No tenía ni idea de que plan tendría Gabriel para ella, pero era obvio que no sería agradable. La propia Eva se mostró reticente, pero, al final, la cogió del brazo y fue tras su jefe.
Mientras subían, no pudo evitar preguntarse para qué demonios había presenciado aquel espectáculo dantesco en el sótano. No solo fue algo horrible sino que, encima, tuvo que verlo por obligación, privándola del momento de placer que estaba teniendo con Lucila. Todavía se la tenía guardada por eso.
—¿Por qué me has hecho ver todo eso? —le preguntó ya harta mientras tiraba del brazo de la desvalida criada.
Gabriel solo se volvió un poco, pero no tardó en reanudar la marcha. Parecía como si la cuestión pudiera importarle menos.
—Para que aprendas que, al igual que nosotros, tú también te tendrás que manchar las manos.
Aquella respuesta resonó como un duro golpe para la nocturna pelirroja. Por más que deseara negarlo, aquel maldito bastardo llevaba razón y era lo que más la destrozaba. Muchas de las historias que conocía sobre los vampiros los mostraban como seres de grandes poderes viviendo de forma intensa y glamurosa al haberse convertido en criaturas imparables y eternas. Sin embargo, allí estaba ella ahora en esta situación, sobreviviendo mientras mataba, amenazaba y extorsionaba a otros como si fuera la matona de una banda criminal. No era la vida que esperaba llevar.
Llegaron a la planta principal y no tardaron en ir a las escaleras para dirigirse al primer piso. Eva tiraba de la criada, quien, pese a no resistirse, tampoco mostraba demasiada iniciativa por querer moverse, cosa que las estaba ralentizando bastante a las dos. Gabriel, que se hallaba ya un poco lejos, se volvía para mirarlas de vez en cuando y no se mostraba muy contento. Eso hizo que agarrara a la mujer con mayor fuerza y llevarla con cierto cabreo. No le gustaba el desprecio que le mostraba su superior.
Ya arriba, fueron por el mismo pasillo que tomaron antes para dirigirse a los aposentos de Lucila, cosa que la inquietó un poco. ¿Iban a llevar a la criada ante su jefa? ¿Para qué? Eva miró un momento a la maltrecha mujer y no tardó en adivinar en su preocupado rostro el miedo que la embargaba. Se la notaba derrotada y huidiza, como si fuera consciente de lo que le esperaba. Por un momento, se le pasó por la cabeza soltarla del brazo y dejar que escapase, aunque enseguida supo que eso no sería una buena. Aparte de la que le caería por parte de su jefa, la pobre chica no tendría donde huir. Eric Pierce y los militares nocturnos la darían caza enseguida. Al final, lo único que hizo fue llevarla hasta la puerta blanca donde se encontraba el inevitable destino. No había de otra.
Sin más dudas, entraron en el dormitorio. Todo seguía en el mismo estado. El suelo lleno de trozos de cerámica rotos y sabanas rasgadas. Lucila se hallaba acostada de lado sobre la cama y dándoles la espalda. Los tres avanzaron hasta colocarse en el centro de la estancia. Acto seguido, Gabriel llamó a la nocturna.
—Señora, hemos regresado —dijo sin demasiada ceremonia.
Lucila se volvió extrañada y cuando los vio, reaccionó con sorpresa. Se levantó de la cama y avanzó varios pasos.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó mientras no dejaba de mirarlos.
Un incómodo silencio se formó ante la cuestión. Lo único que hicieron fue mirarla. Lucila estaba desconcertada. Entonces, Gabriel agarró a la chica de un brazo y la obligó a adelantarse, quedando cerca de su jefa, quien la observaba confusa.
—Díselo —le ordenó—. Dile lo que me has contado allí abajo.
La criada se mostraba muy reticente a hablar. Para Eva, era obvio que la pobre estaba aterrada. La sola idea de revelar lo que les contó antes supondría exponerse a unas consecuencias terribles para ella, de ahí que entendiera que no quisiera decir nada.
—¡Habla ya! —gritó furioso Gabriel mientras le empujaba— Como no lo hagas, te juro que ordenaré que ejecuten a toda tu puta familia.
Eva se volvió horrorizada hacia su jefe al escuchar lo que acababa de soltar. Este la miró con completa indiferencia. Iba a hablar para reprochar su actitud tan desagradable, pero prefirió no hacerlo. Mientras, la criada sollozó destrozada, incapaz de poder articular palabra alguna. Lucila se le acercó, todavía desconcertada por la situación.
—Patricia, ¿qué ocurre? —habló confusa su jefa mientras se aproximaba a su vera— Dime.
La muchacha la miró compungida y temerosa. La nocturna se mostró muy calmada pese a no tener ni idea de que pasaba. Incluso, colocó sus manos en el rostro de la criada, acariciándole las mejillas y limpiando sus lágrimas del mismo modo que hizo con Eva antes.
—Tranquila, conmigo no te tienes que poner nerviosa —dijo Lucila con calmada voz—. Sabes que yo siempre te he querido y tratado como a alguien de confianza. No temas, no te pasará nada malo.
Quedó muy impresionada con la ternura que exudaba la nocturna. Después de todo lo que había escuchado sobre ella, tenía la sensación de que eran más exageraciones que otra cosa. Lucila había demostrado ser más generosa de lo que muchos decían. Quizás, sería capaz de perdonar a la criada.
—Vamos, dime lo que le has contado a Gabriel y a los demás —continuó diciéndole a la muchacha—. No me enfadaré, te lo prometo.
Estaba claro que la mala fama de Lucila era infundada. Aun si sospechaba algo de la criada, Eva no esperaba que la reacción de su jefa fuera a ser tan agresiva como muchos esperarían. Tenía claro que lo que le contaron era pura invención para desprestigiarla.
—Mu...muy bien...señora —balbuceó Patricia con algo más de confianza.
—Venga, habla.
Los mismos ojos azules que miraron desafiantes a Gabriel ahora se mostraban afligidos y lacrimosos, pero eso no impidió que la chica hablase.
—Fui yo quien informó a los cazadores de donde se encontraría la noche del ataque —confesó con una fatal solemnidad—. Me llamaron e hicimos un trato. Me darían dinero y un salvoconducto a cambio de todo lo que les pudiera proporcionar.
Todo quedó en silencio. Eso puso un poco tensa a Eva. Miró a Lucila y, aunque la serena expresión en su rostro no desapareció en ningún momento, notó en su mirada una súbita ausencia. En ese instante, una grave inquietud comenzó a atenazarla. Algo no iba bien.
—Le...le...le juro que yo no quería traicionarla —trataba de explicarse Patricia—, pero tenía miedo de que algo malo pasase tanto a mi como a mi familia.... Pe...perdóneme, señora.
Ocurrió tan rápido que, incluso después de suceder, creyó que no había pasado en realidad. Que solo fue cosa de su imaginación.
Lucila agarró con fuerza del pelo a Patricia, quien emitió un aterrador grito que heló la sangre de la nocturna pelirroja. Su jefa siguió tirando con fuerza, obligando a la criada echar la cabeza hacia atrás, exponiendo con ello su pálido cuello. Eva se llevó las manos a la boca, incapaz de poder creer lo que presenciaba. Los ojos de Lucila, tan llenos de ternura antes, ahora irradiaban un odio inmenso y cuando abrió su boca, pudo ver sus colmillos sobresaliendo, puntiagudos y brillantes.
—No...no...señora....pare —suplicó Patricia desesperada mientras la otra la tenía bien apresada.
Sin dudarlo, la nocturna mordió a la chica y, de su boca, salió el chillido más escalofriante que jamás resonó entre aquellas cuatro paredes. Eva temblaba horrorizada mientras veía la escena, sin poder creer lo que Lucila estaba haciendo y la cosa se iba a poner peor de lo que imaginaba. De repente, su jefa apretó con mayor fuerza las mandíbulas y comenzó a echar atrás la cabeza. Antes siquiera de percatarse, tenía un trozo de carne colgando de su boca mientras que del cuello de Patricia salía disparado un chorro de sangre.
Atónita, Eva presenció cómo su jefa se apartaba mientras el cuerpo de la criada se tambaleaba de un lado a otro como si acabaran de pegarle una potente descarga eléctrica antes de caer bocarriba sobre el suelo. Un enorme charco de sangre se formó al lado de la agonizante muchacha mientras su respiración se ralentizaba más y más. Al final, se detuvo y sus vacíos ojos dejaron bien claro su estado. Estaba muerta.
—Bueno, parece que todo está arreglado —soltó en ese instante Gabriel.
Eva lo miró atónita, sin poder creer el mal gusto que mostraba el nocturno. Lucila escupió el trozo de carne y luego, volvió sus furiosos ojos hacia el cadáver de Patricia.
—Sucia y rastrera traidora de mierda —espetó muy cabreada y dolida—. Después de darle un trabajo de ensueño, va y me lo paga de esta manera. Por eso no podemos confiar en los humanos.
Gabriel asintió ante esa última afirmación de su jefa. Eva, por su lado, no podía creer lo que presenciaba. Sabía de lo despiadados que eran, pero no imaginaba que pudieran llegar a semejante nivel. Volvió a mirar el cuerpo sin vida de la criada y una gran ansiedad reverberó en su interior.
—¿Te dio alguna pista de quienes son los que nos atacaron y donde se ocultan? —preguntó Lucila mientras se limpiaba la sangre que tenía encima.
Su cara, el cuello y parte del pecho los tenía manchados de hemoglobina, además de la bata, la cual optó por quitarse. Eva abrió sus ojos de par en par cuando se encontró con la nocturna desnuda por completo. Gabriel, por su parte, se mantuvo imperturbable.
—Nada en especial —comentó—. Contactaron con ella de forma anónima y la utilizaron sin más a cambio de una retribución que no han cumplido. Vamos, nos encontramos sin nada.
—Vale, no importa —habló la nocturna mientras se limpiaba la sangre de la cara. Luego, se lamió la palma—. Chequea con nuestro contacto en la policía por si saben algo y diles que registre las comunicaciones locales por posibles llamadas sospechosas.
La desnudez de Lucila le resultaba desconcertante. Por un lado, el contraste entre su pálida piel y el intenso rojo de la sangre resultaba tan inquietante como seductor. Se sentía tan aterrada como atraída hacia la nocturna. Eva no podía apartar la mirada por más que lo intentase.
—Quiero que mandes un mensaje a todos los administradores de cada territorio —dijo de forma repentina—. El Tribunal de la noche se tiene que reunir de forma inmediata.
Ahora sí que Gabriel reaccionó con sorpresa. Eso le resultó cuanto menos inesperado a Eva. Creía que nada podría perturbar a ese nocturno y menos, de parte de su jefa. Hasta ahora solo había logrado irritarlo, pero poco más.
—Se...señora, ¿no irá en serio? —preguntó incrédulo.
La mirada llena de determinación de Lucila lo decía todo.
—Sí, estamos en tiempo de guerra y nos debemos de reunir para saber cuál es el plan a seguir —afirmó con rotundidad—. Así que no pierdas más el tiempo. Y dile a alguien que venga y se lleve el cadáver de esta desgraciada. No soporto verlo más por aquí.
Sin mucho más que decir o hacer, Gabriel se retiró de la estancia. Eva se quedó allí parada sin dejar de mirar el cuerpo inerte de Patricia. Todavía era incapaz de asumir lo que había presenciado. Siguió así hasta que Lucila la sacó de ese estado.
—Ey, ¿vienes conmigo a la ducha? —le señaló sin muchas pretensiones— Necesito que me limpien todo este estropicio.
Sonaba más que incitante, pero Eva continuaba atrapada en sus enormes dudas. No podía creer que hubieran sido capaces de torturar a esos humanos e incluso matarlos, todo ello sin olvidar a Patricia. Nadie negaba lo de la traición, pero, ¿era necesario asesinarla de una manera tan horrible?
—¿Por qué la has matado? —preguntó mientras miraba a su jefa desconcertada.
Lucila quedó un poco asombrada por semejante interrogante. No esperaba que le arrojaran algo así.
—¿De veras necesitas que te lo explique? —cuestionó Lucila con irritación.
Eva se hallaba en un profundo estado de desconcierto y angustia. Aún seguía dándole vueltas a la terrible encrucijada en la que se hallaba. Hacía solo unos minutos que había conectado con su jefa de una manera intensa e, incluso diría, tierna, para ahora, ser testigo de que era capaz de comportarse como una autentica psicópata. Ya le advirtieron de que no confiara en ella y tenía claro que fue una más que acertada advertencia.
—No lo entiendo —habló la pelirroja llena de frustración—. No era necesario que la matases de una forma tan...cruel.
Su jefa la miró en silencio, notando en ella una evidente condescendencia que le parecía insultante. Al final, emitió un hondo suspiro al notar su incapacidad para asimilar lo ocurrido.
—Eva, Patricia me ha traicionado, decidió venderme a esos malditos cazadores y sabes que casi nos matan por eso —habló mientras señalaba el cuerpo de la criada—. Creí que serías más consciente de ello, sabes.
La pelirroja se quedó callada, sin poder creer a su jefa. Ella notó enseguida su contención e hizo un pequeño ademan antes de aproximarse a su lado, cosa que la puso algo tensa.
—Nosotros, los nocturnos hemos pasado toda nuestra vida ocultos de los humanos —prosiguió mientras avanzaba paso a paso—. Hace cientos años, al final de la Edad Media, nos persiguieron como alimañas, torturándonos y asesinándonos sin miramientos. Casi se podría decir que nos exterminaron. De no ser por unos pocos que lograron escapar por los pelos, ahora mismo sí que seriamos solo mitos y leyendas.
Se colocó frente a Eva y, a pesar del miedo que la apresaba, su proximidad la turbó bastante. Lucila tenía una presencia arrebatadora que la hechizaba con suma facilidad.
—Entiendo que estés asustada por lo que has visto, lo comprendo, pero debes saber que así es nuestra vida. —Su rostro se tornaba fantasmagórico e hipnótico conforme hablaba—. Los humanos son nuestros enemigos y debemos luchar como sea para poder sobrevivir. Ellos usarán todo en su mano para eliminarnos y eso nos obliga a ser implacables. Si no lo somos, ¿cómo seguiremos con vida?
Agachó un poco la cabeza con cierta pesadez. Llevaba razón en que debían hacer lo necesario para seguir con vida. Estaba claro que el mundo de los nocturnos era muy cruel e inmisericorde. La única forma de seguir con vida era a través de la violencia brutalizada de la que ya había sido testigo. Gabriel quemándole la cara a un hombre y Lucila desangrando a una mujer, dos estampas que no olvidaría jamás. Lo peor era que ella quizás tendría que hacer lo mismo en un futuro próximo.
—Sé que no es fácil de encajar algo así para una Nacida como tú —dijo su jefa como si le hubiera leído la mente—, pero siempre ha funcionado de esta manera. Nos han atacado y debemos responder con contundencia. Si no, nuestros enemigos acabarán destruyéndonos.
Suspiró derrotada. Estaba claro, por más que lo negase, que llevaba razón. Al menos, eso creía. Era obvio que le parecía horrible que mataran a personas, incluso a aquellas que no representaran una amenaza, pero resultaba obvio que si querían seguir con vida, era lo único que podían hacer. Desde luego, no podía negar que se trataba de algo a lo que los nocturnos ya estaban acostumbrados así que ella también debería hacerlo.
—No sé si podré hacer esto —dijo indecisa Eva—. Es demasiado para mí. Todo.
Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Lucila al tiempo que cogía el rostro de la pelirroja entre sus manos.
—Tengo muy claro que es difícil, pero también sé que vas a hacer un gran trabajo —afirmó segura su jefa—. Después de todo, me salvaste la vida, así que no hay nada que debas temer. Saldremos adelante y los aplastaremos a todos.
A continuación, la besó en la boca. Sentir esos tibios labios posándose en los suyos dejó perpleja a Eva. Cuando los azulados ojos de Lucila la miraron, sintió como todo miedo e inseguridad se desvanecieron. Todavía seguían ahí, pero ya no la apresaban con tanta fuerza como antes. Ahora se sentía mejor, lo cual le resultaba inexplicable.
—¿Por qué no me acompañas a la ducha? —le pidió Lucila con calidez— Creo que ambas necesitamos despejarnos tras todo lo que hemos pasado en estos funestos días.
Se dio la vuelta y puso dirección al baño. Eva se quedó allí pensativa. Miró de nuevo el cadáver de Patricia y, otra vez, sintió esa apremiante ansiedad en ella, pero cuando volvió la vista a Lucila, ya no supo que sentir. Tenía claro que había cruzado una línea que nunca debió sobrepasar, pero a la vez, era consciente de que no le quedaba otra alternativa. Este era el mundo en el que le había tocado vivir.
Sin más tiempo que perder, fue tras su jefa, lista para lo que le tocara pasar en aquellos tiempos tan peligrosos y extraños.
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Casi un mes y medio después del anterior capitulo publicado, aquí tenéis el siguiente. Entre ciertos problemas en casa y lo que me ha costado terminarlo, reconozco que ha sido un poco complicado escribirlo, pero bueno, aquí lo tenéis. Espero que os guste.
Y con esto, ya llevo 300 paginas de la dichosa novela. Está siendo mas larga de lo que me imaginaba y no me quiero imaginar lo que tardaré en terminarla. Llevo dos años con ella, así que a saber. Lo único que puedo decir es que espero que sigáis aquí los que me leéis. Espero que en este año mas gente la descubra y se unan al seguimiento. Un saludo a todos y nos vemos en el siguiente capitulo.
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