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Capitulo 17- Tiempos extraños (Parte 1)

Desde abajo, solo podía ver la oscuridad que la rodeaba. Si alzaba la vista, aun podía notar la claridad de la superficie, pero conforme más se hundía, la nitidez de la luz disminuía.

El peso de su cuerpo la estaba haciendo caer hacia ese negro abismo que tenía debajo. Sentía leves susurros sonando con mayor fuerza a medida que descendía a esa latente penumbra que parecía palpitar con tenebrosa quietud. Podría nadar, ascender hasta la superficie para escapar, pero no tenía ninguna intención de hacerlo. Sentía que esto era lo correcto.

El mar de sangre era inmenso, pero nadie le dijo fue que también era profundo, más de lo que cualquiera podría imaginar. No tenía ni idea de donde estaba el fondo y jamás había descendido hasta un lugar tan insondable. Sin embargo, no sentía miedo alguno. Esto era lo que deseaba en esos momentos.

Conforme más bajaba, las voces eran más distinguibles y no tardó demasiado en reconocerlas. Su hermana, Natalia, sus padres, Lucila, Corso, Gabriel..., incluso, su Progenitora. Aquel último susurro la pilló desprevenida. No tenía ni idea de cómo podía pensar que era ella cuando no recordaba nada en absoluto de la noche de su transformación, pero una certera sospecha se acrecentaba en su interior cada vez que lo sopesaba. Había una conexión que, quizás, reprimió de forma deliberaba y, tal vez ahora, regresaba al estar en mayor consonancia con el mar de sangre.

La oscuridad se acrecentó. Ya solo distinguía una imperturbable negrura a su alrededor y la luz allí arriba no era más que una mera mota luminosa. Seguía hundiéndose, aunque no tenía ni idea de si tocaría pie. Tampoco le importaba. Llegados a este punto, el mar de sangre ya no le daba el más mínimo temor. Ahora mismo, se sentía mejor entre sus sanguinolentas aguas que en cualquier otro sitio.

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Eva abrió sus ojos de forma repentina. Notó un súbito agobio recorrer su cuerpo y se incorporó un poco alterada. Miró a un lado y a otro en un estado de alerta imperativo, como si se creyera en peligro. No lo estaba. Se hallaba en su piso y acababa de despertar.

Observó la habitación de una esquina a la otra y no vio nada fuera de lugar. Dejó escapar una suave bocanada de aire tras comprobar que no había ningún peligro y quedó sentada sobre su cama. En esa postura, reflexionó sobre cómo habían sido sus últimas noches y eso deshizo la agradable paz que acababa de hallar en ese momento.

Lo ocurrido en la fiesta dos noches atrás había destruido por completo cualquier expectativa que imaginase. Ya se había encontrado en situaciones peligrosas antes, pero jamás pensó que las cosas podían ponerse peores. El caos que vivió fue algo indescriptible e, incluso ahora, le resultaba difícil de creer que le hubiera pasado. El incidente ocurrió tan rápido que su psique se veía incapaz de asimilarlo.

Los recuerdos regresaban fugaces ante su mente como rápidas instantáneas inconexas entre ellas. Esos soldados abriendo fuego contra todo el mundo, el suelo regado de cadáveres, Lucila temblando llena de miedo mientras la sangre supuraba de los agujeros de bala en su cuerpo, ella abriendo fuego con su pistola para repeler a los atacantes, el azulado ojo de Fabián titilando mientras bebía la sangre de su moribunda compañera, sus colmillos clavados en el cuello del enemigo que acababa de derribar junto a su jefa... Todas esas imágenes se reproducían con virulencia e infectaban su cabeza. Cuando parecía haber desterrado las otras, estas nuevas irrumpían como si estuvieran dispuestas a atormentarla, aunque ese no era el caso.

Había cierto malestar en las sensaciones que le dejaba el rememorar aquellas escenas, pero no era como el terror que la atormentaba antes. Ahora, esa sensación se disipaba más rápido. Quizás, haber logrado interiorizar que era una nocturna la estaba ayudando a sobrellevar toda aquella presión. Tal vez, ya no temía tanto a esos terribles peligros que la acechaban en mitad de la noche.

Se pasó las manos por el rostro para desperezarse y luego, estiró los brazos, aclimatándose para lo que la esperara en esos momentos. Fue, entonces, cuando el móvil sonó sobre la mesita de noche. Al cogerlo y mirar la pantalla, su corazón dio un vuelco. Era Corso.

No habían vuelto a hablar desde la noche que la llevó ante los Vampiros Libres. El descubrir cómo su amigo había hecho pasar el cadáver de una desconocida como el suyo para que dejaran de buscarla fue un shock tan duro que no dudó en querer cortar cualquier lazo que los uniese. Se sentía traicionada por el nocturno, pero con el pasar del tiempo, fue preguntándose si no estaría yendo demasiado lejos con aquella ruptura. Suspirando, decidió responder.

—Eva, menos mal que has contestado —dijo con alivio su amigo desde el otro lado—. Estaba muy preocupado por ti tras todo lo que me han contado.

Notaba un enorme desasosiego en sus palabras. Estaba claro que se hallaba muy inquieto con todo el incidente de la fiesta y era evidente que en parte era por ella. Eva suspiró sin poder creer que estuviera hablando con él de nuevo después de dejarle bien claro que no quería volver a verlo.

—Joder, cuando me dijeron lo de esa masacre me preocupé muchísimo. Esperaba que no hubieras estado allí, pero cuando me confirmaron que si estuviste, pensé lo peor. —Su miedo se dejaba ver mientras hablaba por mucho que intentase ocultarlo.

—¿Y cómo es que no llamaste antes? —preguntó de una forma que solo podía considerarse como hiriente— Dos días has tardado en hacerlo.

En ese mismo instante, lo único que le llegó desde el otro lado del teléfono no era más que puro silencio. Era evidente que acababa de pillar a Corso y eso la enfadaba bastante. Tanta preocupación y ahora era cuando la contactaba. Tanto miedo de lo que le hubiera pasado no parecía tener.

Corso respiró profundo desde el otro lado. Estaba claro que no sabía que decirle a Eva. Lo había pillado y ahora, parecía difícil que pudiera salir airoso de tan comprometida situación, aunque tenía claro que no estaba siendo nada justa con él.

—Lo intenté, pero tu número comunicaba —argumentó Corso—. Por lo visto, no estabas disponible y pregunté a muchos donde podrías estar, pero no me dijeron nada.

En eso, llevaba razón. Tras el ataque, Eva se mantuvo oculta junto con Lucila en un lugar que Gabriel designó para mantenerlas a salvo hasta que el peligro pasara. Durante todo ese tiempo, permaneció al lado de su jefa, la cual se recuperó enseguida, pero continuó en un estado de inercia del que no se movió en todo el tiempo que estuvieron juntas. El trauma producido por ese intento de asesinato contra ella le había afectado demasiado. Al cabo de día y medio, se marchó de allí, dejándola en manos de Gabriel y de un grupo de tipos vestidos también de militares, aunque no eran humanos, sino nocturnos. Con todo, no le inspiraban confianza alguna. Por tanto, no era quien para reclamarle a Corso.

Se quedó en silencio por un momento, reflexionando por su comportamiento. Tal vez, estaba siendo muy injusta con su amigo. Si, él le había ocultado todo lo referente a fingir su "muerte", pero también tenía que entender que no le quedaba otra alternativa. Se hallaba entre la espada y la pared, con la Sociedad presionándole para que solucionara todo este embrollo que encima la concernía a ella. En cierto modo, le había salvado la vida si no hubiera hecho lo que tenía que hacer.

—Vale, no importa —habló apagada—. Todos estos días han sido una locura. Aún sigo un poco nerviosa.

—Lo sé. Por lo que me contaron, hubo muchos muertos. Nadie se lo vio venir. —Corso pareció estar más tranquilo al hablar, pese a que la preocupación se denotaba todavía en su voz— Lo que me resulta más perturbador es que parecían ir por Lucila. ¿Tu que sabes de eso?

Volvió a guardar silencio de nuevo. Sabía más de lo que deseaba. Estuvo allí delante cuando el primer tirador apunto a Lucila. Ese punto rojo se posó directo en su pecho. Iban a cargársela sin ningún miramiento. La mirada que le lanzó Gabriel cuando le ordenó volver al piso sin decirle nada de lo que estaba pasando ya demostraba que las cosas estaban peores de lo que imaginaba. Los tipos que lo acompañaban no mejoraban el panorama.

—La querían matar —le confirmó a su amigo.

—Mierda —masculló Corso— ¿No serían humanos?

La piel se le erizó a Eva. Esa cuestión la perturbó más de lo que deseaba.

—Sí, me temo que sí. —La voz se le agrietó conforme respondía— No sé qué coño está pasando, Corso, pero no creo que las cosas vayan a mejorar.

Escuchó un lamento por parte de su amigo. Estaba claro que el asunto tenía un fondo más oscuro de lo que creía. Había gente que sabía más cosas de las que imaginaba y ahora, se hallaba en una delgada línea que no sabía si debería cruzar o no. Fuera donde fuse, no tenía ni idea de que se iba a encontrar.

—No puedo decirte a que te estás enfrentando, Eva, porque ni yo mismo lo sé. —Lejos de tranquilizarla, su amigo la puso más tensa— Lo único que puedo hacer es darte mi apoyo y asegurarte que pase lo que pase, siempre me tendrás para lo que sea, incluso si ahora mismo no quieres verme.

Un nudo se le formó en la garganta. A pesar de cómo le había tratado, la lealtad de Corso era inquebrantable. Cada vez se sentía más culpable con su actitud. Viendo como estaba el panorama, concluyó que quizás debería arreglar las cosas antes de que fuera demasiado tarde.

—Oye, perdona lo que te dije la otra vez —habló con cierta celeridad. No estaba preparada para lo que iba a soltar—. Me comporté de muy mala manera contigo y no debí ser así. Tú has hecho mucho por mí y yo pagué toda la frustración que llevo encima con a quien más le debo. Fui una estúpida.

Iba a romper a llorar, pero se contuvo un poco. Tampoco quería hacer una escena ahora delante de su amigo, aunque las emociones la desbordaban. No era fácil.

—Eh, tranquila. No tienes que disculparte —habló conciliador Corso—. Sé muy bien por lo que estás pasando, no es nada fácil. De hecho, es muy jodido, así que comprendo que te pongas de esa manera. —Se calló por un momento antes de continuar— Además, no debí de ocultarte nada de esto. Se trataba de algo muy importante para ti y debí contártelo.

—No, Corso...

—Eva, no —la interrumpió él de forma abrupta—. Traicioné tu confianza y eso es algo que jamás me perdonaré. Tal como te encuentras, no te mereces más engaños.

La actitud tan inculpadora hacia sí mismo sorprendió a la nocturna. Parecía como si Corso se estuviera castigando por su error. ¿Acaso era tan grave? Ella misma había entendido que lo hizo para protegerla. Le resultaba muy extraño.

—Oye, vamos a dejar las cosas como están, ¿vale? —dijo como si quisiera zanjar el asunto de una vez por todas— Ahora, lo que importa es que te encuentras bien. Con eso me conformo.

—Vale —le aseveró ella— ¿Cuándo te pasarás de nuevo a verme?

Corso se rio un poco. Oírlo más alegre la animó bastante.

—En estos momentos, el ambiente se encuentra muy tenso tras lo del ataque a Lucila —la informó más calmado—. Todos los nocturnos no paran de hablar de ello y hay bastantes en guardia por eso.

—¿Qué dicen los de la Sociedad? —preguntó curiosa.

—No he oído nada de ellos, pero por lo que me han contado algunos pajaritos, Clavijo ha reforzado la seguridad —lo contaba con completa normalidad, pese a que las cosas eran más graves de lo que aparentaban—. Es el administrador de la Capital. No es para menos que quiera tener unos cuantos ojos más protegiendo su espalda.

—Así que no vendrás —afirmó Eva notando como su amigo lo dejaba entrever.

Corso se lamentó desde el otro lado del altavoz. Era evidente que había dado en el clavo.

—Sería preferible esperar y ver cómo evolucionan las cosas. —Su amigo sonó pesimista mientras lo decía— El panorama no pinta nada bien y creo que desplazarse a otro lugar no sería buena idea. Lo mejor es permanecer en un perfil discreto por un tiempo hasta que todo se calme.

—Pues sí.

Se sintió muy triste. Corso seguía siendo la única persona (o nocturno, según se mirase) en quien podía confiar y no tenerlo cerca en esos momentos le resultaba muy desalentador. Su forma de ser tan dinámica y desenfadada seguramente la animarían. De hecho, hablando con él por teléfono ya lo estaba haciendo y era lo que más la frustraba. Ahora, lo que más necesitaba era tener cerca al único amigo con el que contaba en ese mundo.

—Eh, no te pongas así —dijo de repente—. ¿Sabes una cosa? Ya que hemos hablado de ello, te voy a dar el coñazo cada noche llamándote. Nada más te levantes, estaré mandándote un toque para que respondas. Como no lo hagas, entonces sí que pienso cabrearme contigo.

Sonrió divertida. Al final, Corso era capaz de levantar la moral incluso en los peores momentos.

—Descuida, estaré atenta.

—Además, no sé por qué te lamentas tanto de que no ande por ahí cuando tienes a mis buenos amigos, los Vampiros Libres, disponibles para lo que sea.

—Descuida, me han ayudado mucho —comentó encantada—. Y yo a ellos también.

—Sí, me dijeron que te ocupaste de ese "asunto" —Corso remarcó esa palabra como si fuera lo más importante—. Veo que lo conseguiste al final.

Eva suspiró. No tenía demasiadas ganas de acordarse de todo aquello. Fue una noche muy larga y dura, aunque salvar a Sandra de ese desgraciado de Sebas resultó gratificante.

—Anya y su gente no te tienen ya manía, por lo que veo —señaló Corso.

—No, de hecho, se han portado muy bien conmigo —le explicó—. Me han ayudado mucho, sobre todo, con el tema de disparar la pistola. Eso me sirvió mucho durante el ataque en la fiesta. Eso me salvó tanto a mí como a....Lucila.

—Eso me ha dicho otro pajarito —comentó el nocturno esta vez un poco más insidioso—. Que, por lo visto, le salvaste el pellejo a la jefa. Desde luego, te has debido de ganar su confianza hasta el fin de los tiempos.

Lo último que recordó de Lucila fue su mirada violeta posada sobre ella. En esos ojos vio miedo y, también, anhelo. No deseaba que se marchara de su lado y, en cierto modo, Eva sentía lo mismo. Después de lo que vivieron, fue como si se estableciese un fuerte vínculo entre las dos. No querían separarse por nada del mundo.

—Sí, bueno. Solo hice lo que tenía que hacer –se excusó, como si no quisiera darle importancia.

Corso volvió a reír divertido. Le sorprendía lo relajada que se había vuelto la conversación entre ambos. Todo parecía haber vuelto a la normalidad, como si no hubiera sucedido nada malo. Entre ellos dos tal vez fuera así, pero no podía decirse lo mismo del resto. Eso la incomodaba bastante.

—Yo que tú me andaría con ojo, sabes —le advirtió Corso—. Lucila puede ser un poco posesiva.

Frunció el ceño, ofuscada ante lo que el nocturno acababa de decirle.

—¿A qué te refieres? —preguntó un poco ofuscada.

Su amigo permaneció en silencio, pero no tardó en imaginárselo con su característica sonrisa burlona dibujada en la cara. Cuando se divertía tanto, sabía que no era nada bueno.

—Bueno, ella y yo tuvimos nuestros rifirrafes —contaba con cierta alevosía. A Eva, pensar en que esos dos estuvieron liados, la hartaba bastante—. Digamos que es muy posesiva con sus relaciones. Solo le gusta estar con quien a ella le interesa y controla mucho a esa persona. A mi llegó un punto en el que me cansó y digamos que no terminamos de buena manera.

—Sí, ya sé que os enrollasteis tiempo atrás, ella misma me lo contó —le dejó bien claro—. No me vengas ahora con que os lo pasasteis en grande teniendo sexo.

Esta vez Corso ya no se pudo contener más y rompió a carcajadas. A Eva, por supuesto, no le hacía ninguna gracia tener que oír de esas cosas. Se preguntó a que vendría mostrarse tan aprensiva con un tema como el sexo. Tenía en cuenta que la única experiencia que tuvo no fue muy agradable precisamente, pero tenía la sensación de que una educación tan religiosa y tradicional también pudo afectar a su entendimiento de este tema.

—Tranquila, no voy a abrumarte con detalles de lo que Lucila y yo hicimos. Además, fue hace tiempo y no es algo que guarde con demasiado agrado.

Por lo que recordaba, Lucila no le guardaba mucho rencor a Corso, aunque tampoco se fiaba demasiado de él. Por lo visto, los nocturnos siempre se estaban apuñalando los unos a los otros cuanto podían, a pesar de luego parecer llevarse muy bien.

—¿Cuánto hace? —preguntó temerosa.

—Principios de los noventa —rememoró—. Yo estaba por primera vez en el litoral de negocios y, bueno, ella ya dominaba todo eso por aquel entonces, así que era inevitable contactarla. Empezamos a hablar y la atracción fue instantánea. He tenido muchos amantes, pero ella era de las mejores. Estuvimos así por varios años y resultó maravilloso. Incluso, creí que podríamos tener una relación más seria...

Se quedó en silencio por un momento. Eva sospechaba que la cosa entre Corso y Lucila no fue muy bien, pero notando a su amigo hablar del tema de una forma tan apagada, le hacía sospechar que no acabaron de la mejor forma.

—¿Qué pasó?

Por un momento, creyó percibir a Corso a punto de romper algo en su interior. Lo nota en su respiración, en el leve eco que reverberaba del interior de su boca. Claro que no lo hizo.

—Olvídalo. Fue hace tiempo, tú ni siquiera habías nacido. —Cuando dijo eso, se sintió empequeñecer por dentro ante la inmortalidad de los nocturnos—. Todo eso se acabó. Aún estamos en contacto, pero solo como compañeros de negocio.

No quería pensarlo, pero Corso sonaba un poco dolido. La ruptura no debió ser muy grata, al menos, para él. Lucila no se veía tan agraviada, por lo que recordó de la conversación que tuvieron.

—Lo único que quiero decir es que tengas cuidado —le aconsejó—. Se nota que no has tenido nunca una relación y eso, puede jugar en tu contra.

Si bien no le hacía mucha gracia que un tío viniese a darle lecciones, no podía negar que llevaba razón. No tenía apenas experiencia y aquel encontronazo en la discoteca que la llevó a convertirse en una nocturna no fue un buen comienzo precisamente.

—¿De veras crees que Lucila es tan peligrosa? —Cada vez se sentía más insegura con respecto al tema.

—No digo que no lo sea, pero tú nunca has estado en una relación y deberías ser precavida —le dejó bien claro—. No te dejes arrastrar por lo que te diga. Sé cuidadosa.

Resopló un poco. En verdad, su jefa no resultaba tan fiable como aparentaba. Anya también se lo dijo. Una sonrisa cálida y agradable, una belleza hipnótica y una dialéctica muy elegante que le permitían seducir a cualquiera. Los nocturnos eran capaces de seducir humanos con facilidad para chuparles la sangre, pero Lucila era experta en engatusar a sus propios congéneres, un preciado don del que parecía sacar buen partido para aprovecharse de otros. ¿Lo haría también con ella? Viendo que le pidió incluso espiar a los Vampiros libres, tampoco debía extrañarse.

—Vale, me andaré con ojo —le acabó diciendo, más por atenuar su propia preocupación que la de su amigo.

Guardaron silencio. Las cosas se habían complicado de una manera inquietante. Eva quería preguntarle a su amigo por más cosas, como, por ejemplo, los atacantes de la fiesta. Eran humanos y dispuestos a acabar con cualquier nocturno con el que se cruzasen. Quizás Corso sabría algo del tema. Incluso, puede que se hubiera cruzado con gente así antes. Sin embargo, nada de eso iba a pasar.

—Bueno, te voy a dejar ya —anunció sin demasiada ceremonia—. He de acudir a una cita ineludible para resolver otro entuerto de los mios.

—Muy bien —convino ella—. De hecho, creo que llevamos casi una hora hablando y yo también tengo cosas que hacer.

—Es lo que tiene no estar en contacto por mucho tiempo.

—¡Tambien tú que eres muy parlanchín!

Los dos se echaron a reír ante el comentario de Eva. Le agradaba haber hecho las paces con Corso y sentir que las cosas entre los dos volvían a ser como antes. No se podía decir lo mismo del resto de las cosas. No era solo que todo se hubiera vuelto peor, sino que, además, se sentía extraño. Esa era la sensación que sentía en esos momentos.

—Bueno, te llamaré mañana a la misma hora —dijo su amigo.

—Perfecto —comentó ella contenta.

Se despidieron y la llamada se cortó.

Eva se quedó por un momento pensativa. No dejaba de darle vueltas a todo. ¿Qué demonios venía ahora? Dejó el móvil sobre la mesita de noche y se estiró un poco mientras pensaba en lo que haría. Gabriel no le dijo nada de momento, así que igual se tomaría hoy como una noche libre, aunque, sabiendo como estaba el panorama, tal vez no fuera una buena idea salir. Se disponía a levantarse cuando, sin previo aviso, el móvil volvió a sonar.

Con rapidez, Eva lo cogió y otra voz familiar sonó al responder.

—Buenas, Eva —dijo Gabriel desde el otro lado—. Te necesito para esta noche.

—¿Qué ocurre? —preguntó con temblorosa voz.

—Es nuestra señora, te necesita —fue la respuesta de su superior.

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Aquí me tenéis de vuelta. A ver si con las Navidades puedo meterle otro tirón a la historia y adelantar un poquito mas. Espero que os haya gustado el capitulo, aunque reconozco que las cosas se van a poner muy agitadas a partir de ahora, sobre todo, con Lucila.

Nos veremos muy pronto. Un saludo y gracias por leer.

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