Capitulo 16- Las vueltas de la vida (Parte 4)
Eva agarró a Lucila por los hombros y la apartó a un lado lo más rápido que pudo. Fue una acción automática, una cosa que hizo sin pararse a pensarlo. Se estaba arriesgando sin más, corriendo un gran peligro aun cuando jamás se habría atrevido a algo así en su vida. Sin embargo, lo había hecho.
Lucila cayó sobre el sofá y Eva en el suelo. La pelirroja se puso en pie enseguida y volvió la vista hacia el atacante, quien seguía allí arriba, apuntándoles como si no se encontrara decepcionado por fallar. De hecho, no dudó en saldar ese error abriendo fuego con mayor cadencia.
—¡No! —gritó llena de horror, aunque enseguida, quedó acallada por el sonido de los disparos.
Las balas arrasaron con la zona. Eva se volvió a cubrir de nuevo, tiritando asustada al tiempo que escuchaba el silbido intenso y el retintineo del metal chocando con todo. No tenía ni idea de que le habría pasado a Lucila. Solo podía gemir llena de horror mientras aquella pesadilla se desataba. Lo peor era que ya presintió que algo malo pasaría, aunque no esperaba que fuera peor de lo imaginado. Cuando el sonido de la ráfaga mortal cesó, decidió levantarse, temerosa de que encontraría.
Todo había quedado hecho una carnicería. Fabián y su amante, inertes sobre el sofá, se hallaban empapados en su propia sangre procedente de las heridas abiertas en sus torsos, cuellos, brazos y piernas. Almudena estaba tirada bocabajo sobre el suelo, con un agujero en la parte trasera de su cabeza y su boca convertida en una pringosa masa de hemoglobina que ya formaba un supurante charco. Del promotor inmobiliario no había ni rastro. Quizás logró apartarse a tiempo antes de que llegaran a acertarle. Quien no tuvo tanta suerte fue Lucila.
—Oh, no —musitó petrificada.
Tirada de lado, parecía que no le habían herido, pero enseguida notó varios agujeros de bala en el vientre, la cadera y el muslo derecho al moverse un poco. Parecía grave y eso la preocupó un montón.
El pánico estalló y más tiros resonaron en el lugar. Esta vez eran de Rocio, quien no dudó en abrir fuego contra el tipo de arriba. A ella se sumaron Navarro y Ruiz, quienes respondieron disparando con sus pistolas. El atacante se movió y los asistentes se sentían desesperados por salir de allí. Beatriz y los otros dos guardias trataban de apaciguarlos para que no se descontrolasen.
Eva aprovecho la situación para saltar por encima del sofá y atender a Lucila. La colocó bocarriba y comprobó mejor su estado. Tenía los ojos llorosos. Las lágrimas diluían el maquillaje, dejando caer gotas negras por su piel. Las heridas se mostraban grandes y supurantes. Si bien era poco probable que fuera a morir por ellas, estaba claro que la estaban haciendo sufrir.
—Tranquila, todo irá bien —le habló de forma calmada al tiempo que acariciaba su rostro.
De repente, se escucharon las puertas abrirse de golpe cuando dos asaltantes más aparecieron. Iban vestidos también con uniformes militares negros como los del tirador y llevaban cascos que cubrían sus cabezas. Nada más irrumpir en escena, abrieron fuego contra todo el que tuvieran por delante.
—¡¡¡Mierda, no!!!
—¡¡¡Socorro!!!
—¡¡¡Corred, insensatos!!!
Las frases que proferían tantos los asistentes como los camareros no servían de nada. Fueron abatidos sin piedad bajo el fuego enemigo. Nadie escapaba de recibir un balazo. Muchos cuerpos acabaron retorciéndose sobre el suelo mientras morían. Los nocturnos intentaban acertar a los invasores, pero con tanta gente en medio, les resultaba imposible. De hecho, en medio de aquella confusión, lograron herir a Beatriz y al chico larguirucho.
Eva se veía sobrepasada por todo aquello y al mirar a Lucila, notó que no se sentía capaz de poder llevar a cabo su cometido. Eso la horrorizó. No quería que nada malo le ocurriese a su jefa. Escuchó unos pasos justo delante y sacó la pistola en un acto instintivo. Acabó apuntando a Ignacio, quien estaba arrodillado en el suelo.
—¡Espera! ¡No me mates! —le gritó a la nocturna mientras abría sus manos en una clara pose de rendición.
—Sí, vale —concluyó Eva al notar que no era un enemigo—. Tenemos que salir de aquí como sea.
El humano asintió comprendiendo lo que pretendía. Se volvió a Lucila quien seguía tumbada en el suelo. Apenas se movía. Estaba claro que se encontraba en un estado grave y que las heridas probablemente la harían moverse muy lento, pero tenían que salir de allí al estar demasiado expuestos.
—Hay que levantarse y correr —le dijo.
Lucila se volvió para mirarla y en ese rostro, ya no percibió nada de la viveza y sensualidad que esa nocturna solía exudar. Ahora, solo contemplaba miedo y angustia.
—No puedo, voy morir —habló por fin con enorme pesimismo.
Oyeron más disparos. Eva se asomó y vio como los nocturnos seguían disparándose con esos soldados. La mayoría de la gente estaba ya en el suelo, muerta o herida de gravedad. El youtuber Mario Power estaba debajo de una mesa, temblando como una cometa zarandeada por el viento. Verlo en esa situación le dio un poco de pena y esperó que, por su bien, se quedara allí.
Los soldados, o al menos, eso le parecían a Eva por sus pintas, retrocedieron hasta cubrirse tras las puertas y siguieron disparando desde allí. Beatriz y los otros dos nocturnos trataron de adelantarse para intentar matarlos, pero, nada más dar el primer paso, el chico larguirucho comenzó a arder. El brazo de su chaqueta fue devorado por las llamas y más fuego surgió al recibir varios balazos en su espalda. El responsable era el primer tirador, quien había regresado a su posición original para continuar su ataque. Beatriz y su compañera quedaron horrorizadas al ver al pobre muchacho arder como una fogata. Cuando se volvieron para ver de dónde venía el ataque, a la amiga de Rocío le estalló la cabeza cuan piñata recien golpeada con un palo y la otra terminó bien agujereada antes de caer al suelo agonizante.
Ruiz y Navarro intentaron llegar hasta donde estaban Eva y Lucila, pero el tirador del piso superior les obligó a replegarse fuera de la sala al resultar heridos. De Rocío no había ni rastro. La pelirroja aprovechó aquello para llevar a rastras a Lucila hasta cerca de una columna que tenían delante, usando los sofás para que no las viesen.
—Joder, ¡vamos a morir! —gritó muy asustado Ignacio mientras las seguía.
—¡Te quieres callar! —le exigió Eva enfurecida— ¡Nos van a descubrir por tu culpa!
El hombre se movía enturbiado y, en un momento dado, Eva se fijó en sus pantalones. Estaban manchados por la zona de la entrepierna y los muslos. Del miedo por lo que estaba ocurriendo, se había orinado encima. No podía negar que ella estaba a punto de acabar igual.
Mas disparos resonaron y, esta vez, sobre sus cabezas. El enemigo estaba más cerca.
—Mierda, sabía que tenía que haberme quedado con mi mujer —siguió lamentándose de forma patética Ignacio.
—Cállate —volvió a insistirle Eva.
Llegaron a su destino y colocó a Lucila sentada, con la espalda pegada a la columna. Acto seguido, se aproximó al sofá que tenía enfrente y, con sumo cuidado y pistola en mano, miró un poco por encima para ver cómo estaba el panorama.
Los dos atacantes que había abajo descerrajaron toda la munición de sus armas sobre el maltrecho cuerpo de Beatriz, el cual se tambaleó en todas direcciones al recibir cada balazo. Luego, uno sacó su pistola y cosió a balazos el cuerpo de su compañera, tal vez para asegurarse de que estaba muerta.
—Ya sabes lo que hay que hacer—le comentó su amigo.
De repente, el tipo sacó del cinto un largo y afilado machete. Se agachó, alzó la enorme arma para luego dejarla caer con un rápido movimiento y cortar la cabeza de Beatriz. Tres tajos y separó la testa del resto del cuerpo. Eva se agazapó aterrorizada. Retrocedió más mientras oía como los tipos decapitaban a la otra chica. Para cuando llegó al lado de Lucila, tenía toda su mente emborronada. Cada vez, era más obvio que no escaparían de allí con vida.
—¿Quién coño son esos tíos? —preguntó desesperado Ignacio— ¿Son enemigos vuestros? ¿Quieren matar a esta puta de mierda? ¿Si se la entregamos nos dejarán con vida?
Apretó los dientes ya muy harta. Se volvió hacia ese imbécil y lo agarró del cuello, apretándolo sin dudar. El tipo abrió sus ojos ante el inesperado acto de la nocturna. Desde luego, parecía dispuesta a cargárselo allí mismo. Sin embargo, no llegó a hacerlo, pues algo nuevo captó su atención: otro soldado que acababa de descubrirlos.
—¡Eh, gilipollas, que aquí hay más! —avisó a sus compañeros.
De repente, apuntó contra ellos y Eva no lo dudó ni un segundo. Antes de que el tirador apretara el gatillo, agarró a Ignacio por los hombros y se lo colocó delante. Luego se movió hacia Lucila y para cuando los primeros disparos se hicieron esperar, el maltrecho promotor inmobiliario les cubrió como un improvisado escudo.
Varias balas impactaron en el cuerpo del humano, desde el tobillo izquierdo, pasando por la pierna, la cintura y el hombro derecho. Una atravesó la parte derecha de su cara, agujereando su ojo. El glóbulo ocular estalló y llenó un poco a Eva con ese pegajoso líquido transparente, además de con sangre. Al mirar de reojo, comprobó que ninguna bala había acertado a Lucila, pero a ella le habían alcanzado tres. Dos en el muslo derecho y una en el estómago.
—¡Cabrones, os vais a enterar! —musitó el tipo mientras recargaba su arma con celeridad.
Pese a estar herida y sentir el insoportable dolor de las balas alojadas en su cuerpo, Eva sacó toda la fuerza que tenía en su interior y le arrojó el cadáver que sostenía contra su enemigo, haciendo que le cayera encima.
En ese instante, se escuchó un desgarrador alarido seguido del estruendoso golpe de un cuerpo al caer. El tirador del piso superior había sido eliminado. Los otros dos disparaban contra quien fuera su asesino, el cual seguía arriba. Eva se volvió hacia Lucila, la cual seguía catatónica, con la mirada perdida y un continuo pulso revolviendo su cuerpo. La cogió por el brazo y tiró de ella a rastras para sacarla de allí.
—¡Maldita seas! —le farfullaba el tirador que tenía enfrente mientras se quitaba de encima al promotor inmobiliario fiambre.
Justo cuando él dirigía su rifle contra ellas, Eva desenfundó su arma para dispararle. Ambos se apuntaron, listos para apretar el gatillo, cuando una espada atravesó el torso al soldado desde atrás. El tipo emitió un desgarrador gemido mientras giraba sus ojos hacia el inesperado atacante. No era otro que el mismísimo Gabriel.
—¡Sácala de aquí! —le gritó su jefe mientras que agarraba el fusil del soldado y lo usaba para abrir fuego contra los otros dos que había frente a ellos.
En medio de aquella nueva vorágine, le hizo caso y tiró de la paralizada Lucila. Juntas corrieron cubiertas tras los sofás, buscando alejarse de los disparos y de quienes las querían muertas. Su jefa apenas reaccionaba, pero tenían que huir.
En un momento dado, Eva se asomó y pudo ver entre los sofás a Fabián tirado en el suelo, con su boca pegada al cuello de la chica con la que estuvo antes. Sus ojos verdeazulados la miraron. Notaba en ellos desesperación. Se alimentaba de la sangre de la agonizante humana para poder sobrevivir. Tal como ella hacía.
Otro soldado entró por la parte oeste de la sala y se enzarzó a disparo limpio con Gabriel como los otros dos. Este disparaba con el fusil de asalto del tirador que había matado, hiriendo a uno de sus enemigos y obligando a cubrirse a los otros tras las mesas. Dieron varias veces al cuerpo con el que se cubría, pero no le hacían daño. El blindaje del traje impedía que las balas lo perforaran.
Tomando aire y cerciorándose de que Lucila estaba bien, Eva tomó la decisión de salir de la cobertura tras el sofá. No podían quedarse allí o morirían. De repente, sintió como le apretaban la mano derecha. Al girarse, vio a Lucila pegada a ella, aferrándose como si fuera lo único que pudiera salvar su vida. Eso la dejó conmovida y le hizo darse cuenta de lo importante que era en ese momento.
Sin dudarlo, las dos echaron a correr. Su destino era la puerta de la parte este. Debían cruzarla y bajar por las escaleras hasta la planta más baja para huir hacia la calle. Mientras corrían, escucharon un grito detrás.
—Esperad, no me dejéis aquí —las llamaba Mario Power.
Eva giró su cabeza un momento y pudo ver como el youtuber salía de debajo de la mesa. Uno de los tiradores, que estaba enfrascado con Gabriel, se volvió y no dudó en abrir fuego contra él al verlo correr. La brillante chaqueta naranja quedó empapada de rojo y el tipo cayó bocabajo contra el suelo. Sus gafas resbalaron con los cristales rotos y el cuerpo sin vida también lo hizo un poco gracias a la sangre que ya manaba de su interior. El maltrecho Mario Power ya nunca volvería a hacerse más selfies.
A la nocturna no podría importarle menos su muerte. Lo único que ese idiota había logrado era llamar la atención del enemigo. Con todo, mientras veía como abatían al influencer, la pelirroja volvió a empuñar su pistola y apuntó al tirador. Para cuando este se percató de su presencia, ella apretó el gatillo. Solo fueron un par de disparos, pero notar el arma temblar en sus manos fue algo inesperado. Casi se le cayó, pero consiguió aferrarla con firmeza. Esos dos tiros hicieron que su enemigo se cubriese y lo aprovechó para mover a Lucila hasta la puerta.
Llegaron frente a esta. Se encontraba medio abierta. Tan solo tenía que abrirla un poco más y salir por ella para escapar de ese infierno. Fue justo al hacerlo cuando otro soldado ingresó en la sala, quedando frente a ambas mujeres.
—Mierda —mascullo Eva cuando vio como el tipo iba a abrir fuego con su rifle.
Sin dudarlo, se abalanzó sobre él y comenzaron a forcejear. Agarró el arma del asaltante y trató de quitárselo, pero este le asestó un fuerte rodillazo en el vientre. La pistola se le cayó al suelo y el tipo logró abrir fuego a quemarropa. Dos balas atravesaron su brazo izquierdo. Si bien sentía el dolor de las heridas previas, estas no habían sido demasiado molestas, pero los nuevos balazos la dejaron un poco paralizada, sobre todo, al notar como se contraía el musculo de su extremidad. Con todo, no pensaba dejar que la venciese.
De manera inesperada, arremetió contra el soldado y lo estrelló con la pared de detrás, aturdiéndolo un poco. Luego lo agarró con firmeza del brazo derecho y se lo retorció. El hombre aguantó estoico y, por un momento, parecía que lograría resistir, pero al final, Eva logró doblarle la articulación del codo hasta escuchar un fuerte chasquido. Su enemigo gritó, cosa que la dejó satisfecha, aunque no debería nunca de bajar la guardia. De repente, le hizo la zancadilla y ambos cayeron al suelo.
El rifle de asalto se le escurrió al soldado. Eva trató de cogerlo, pero su contrincante sacó su cuchillo de combate con borde serrado y buscó apuñalarla. Mientras intentaba evitar que le cosieran el rostro a cuchilladas, trató de alcanzar el fusil con su pie derecho, pero no llegaba. Los dos forcejearon a marchas desesperadas hasta que Lucila entró en escena y agarró al humano. Le arrancó el protector que cubría su cuello y, sin dudarlo, le mordió.
La nocturna abrió sus ojos de par en par al contemplar lo que su jefa hacía y entró en éxtasis.
El mar de sangre la llamaba...
No podía contenerse mientras veía esos colmillos clavados en la garganta, succionando aquel preciado líquido rojo.
Su canto la atraía de forma poderosa e irrefrenable...
Incapaz de contenerse, se abalanzó sobre el humano y también mordió su cuello. Enseguida, el cálido y metalizado sabor de la hemoglobina inundó su paladar y sintió como todo su cuerpo revitalizaba gracia a él. Se vio más animada y continuó bebiendo, saciando ese poderoso frenesí hasta que el soldado exhaló su último aliento.
Lucila la miró y notó algo reverberar en su interior. Era un instinto primario, una sensación antigua e intensa. A continuación, la nocturna sonrió, aunque se le notaba un enorme agotamiento. Siguieron escuchando disparos, así que concluyó que lo mejor era salir de allí. Al mismo tiempo, se levantaron y pasaron por la puerta.
Recorrieron los angostos pasillos. Todo estaba desordenado. Había agujeros de balas en las paredes y rastros de sangre. Toparon con unos cuantos cadáveres. Eso solo puso más nerviosa a Eva, quien aceleró el paso. Si bien Lucila se había visto revitalizada con la sangre bebida, todavía se encontraba convaleciente por las heridas sufridas. Estaba claro que tardaría un tiempo en recuperarse. Por eso, decidió cargar con ella, cogida de la cintura y con el brazo derecho por encima de su hombro. No tardaron en bajar por las escaleras hacia la planta baja. Mientras descendían, su jefa le lanzó una mirada desangelada. Si bien no parecía a punto de desfallecer, la notaba muy frágil. No era para menos. Habían tratado de asesinarla.
Llegaron a la salida del edificio y, de forma repentina, vieron aparecer a alguien. Eva se puso en guardia hasta que vieron que se trataba de Ruiz. El hombre tenía una venda puesta en su pantorrilla derecha y una parte de su brazo quemada. Les apuntó con su pistola, pero no tardó en bajarla al comprobar que eran ellas.
—Rápido, seguidme —se limitó a decirles antes de ir en dirección a la calle.
Eva, tirando de Lucila, fue tras él y salieron afuera.
Allí, vieron el coche del nocturno y, al volante del mismo, a su amigo Navarro. Descubrir que ese par estaban bien fue todo un alivio. Ruiz abrió una de las puertas traseras y les instó a que entrasen. Eva hizo que Lucila se metiera primero y, a continuación, fue ella quien ingresó. A continuación, su compañero cerró la puerta y se aproximó a la ventanilla del conductor para hablar con su amigo.
—Llévatelas a la guarida asignada por Gabriel, ¿entendido?
Navarro ya iba a contestar cuando la ventana del copiloto reventó y se empezaron a escuchar silbidos de más balas volando e impactando contra el coche.
—¡Sácalas de aquí, mierda! —habló desesperado Ruiz mientras comenzaba a abrir fuego contra los atacantes.
Al tiempo que saltaban chispas de la carrocería por cada disparo acertado, el nocturno del peinado desaliñado apretó el acelerador del coche y fue directo hacia el final de la calle.
—¡Agarraos fuerte! —avisó a sus dos pasajeras.
De repente, pegó un fuerte volantazo y el coche giró hacia la izquierda de forma muy brusca. De hecho, hizo un viraje tan abierto que la parte derecha del vehículo rozó contra la pared del edificio que tenía al lado, emitiendo un sonoro chirrido. Eso hizo que se tambaleara un par de veces, amenazando con descontrolarse y volcar, pero por suerte, Navarro logró tomar el control. Pasaron por la misma zona donde aún había disparos, pero por suerte, no acertaron esta vez.
La pelirroja dejó escapar una fuerte bocanada de aire tras lo vivido. Sin querer, se había deslizado contra la parte derecha durante el abrupto giro y había aplastado a Lucila. Comprobó cómo se encontraba su jefa y notó las terribles heridas que le habían infringido. Además de eso, tenía el rostro sucio y demacrado, dejándola en un estado deplorable. Se miraron ambas a los ojos y, entonces, su jefa rompió a llorar.
Se pegó a Eva. Ella, como única respuesta, la abrazó.
—¿Estáis bien las dos? —preguntó Navarro sin apartar la vista de la carretera.
—Si —contestó muy apagada Eva mientras escuchaba los sollozos de Lucila.
La nocturna hundió la cabeza contra su pecho y, para intentar calmarla un poco, le acarició su oscuro cabello.
Mientras contemplaba el camino por el que las llevaban hacia esa guarida donde estarían a salvo, Eva volvió a pensar en su abuelo y en su dichoso refrán. La vida da muchas vueltas. En ese momento, creyó que así era, que daba muchas vueltas, tantas que parecía que el único motivo para hacerlas era solo para joder lo máximo posible.
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Espero que os haya gustado. Como siempre, no dudéis en dejar comentarios. Me encanta conocer vuestras opiniones.
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