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Capítulo 16- Las vueltas de la vida (Parte 3)

El lugar se veía muy animado. Había una leve iluminación gracias a unos focos en las paredes que emitían una suave luz. La sala era enorme y ovalada, dividida en dos zonas: una a la derecha, muy amplia y repleta de mesas, y otra con cuatro alargados sofás, dos a cada lado y puesto uno frente al otro. Arriba había otra planta, una mera pasarela circular bordeada por una baranda metálica. Desde allí, se tenía una visión perfecta del sitio entero. Se preguntaba si Gabriel la mandaría allí arriba. Esperaba que no.

Cruzaron por la zona de las mesas, donde varios camareros iban de un lado a otro, portando bandejas llenas de comida o bebida y algunas personas comían a la vez que conversaban. Eva se tenía que hacer a un lado para esquivarlos. Más adelante, había una parte despejada que servía como improvisada pista de baile, donde había dos tipos vestidos de traje y que llevaban en sus manos una copa de un líquido trasparente y claramente alcohólico. Se meneaban como dos monos enajenados, tambaleándose de lado a lado en un estado de parsimonia bastante cómico. Decidió ignorarlos, pero entonces, alguien la agarró del hombro.

Eva se giró con brusquedad al sentir el fuerte tirón y ya se puso en guardia como si creyera que la iban a atacar. Sin embargo, lo que encontró, más que resultar una amenaza, era algo de lo más estrafalario.

—Ey, pelirroja, ven aquí —le dijo un tipo con intensa euforia.

La nocturna no sabía que hacer. Aquel muchacho, aunque no debía pasar de los treinta, la había abordado sin ninguna contemplación y no tenía ni idea de quien se trataba, aunque estaba claro que debía ser uno de los invitados a la fiesta.

—Debes ser una de mis fans, porque me conoces, ¿no?

Se quedó sin habla ante la situación tan extraña y la cosa empeoró. Sin más miramiento, el tipo la rodeó con su brazo por la cintura y la atrajo a su vera, pegando ambos cuerpos como si tratara de sentir al máximo la presencia de Eva.

—Soy Mario Power, guapa —se presentó el interfecto con una barata sonrisa—. ¡El terror de Youtube! Y estoy en esta fiesta para pasarlo en grande.

Viendo su aspecto, que no cuadraba para el tipo de fiesta, resultaba evidente que se trataba de él. Su indumentaria incluía una chaqueta de plástico naranja con la capucha bajada, bajo la cual, veía una camiseta blanca de tirantes bordeada con finas bandas negras horizontales, y unos desgastados pantalones de chándal también naranjas que llevaba caídos por debajo de las caderas. Además de eso, tenía puestas unas pequeñas gafas de sol de lentes redondeadas negras y una cadena de oro rodeando su cuello. Junto con el pelo rapado y los pendientes de la oreja derecha y los dos aros en la nariz, resultaba estrambótico de ver.

—Venga, vamos a echarnos un selfie juntos —comentó el personaje alegre mientras la atraía más.

Intentando zafarse de su lado, la chica vio como levantaba su móvil, listo para echarse la foto.

—¡Para nuestros fans! —gritó Mario Power mientras ponía una mueca guasona.

Eva logró liberarse del agobiante abrazo del imbécil ese y lo echó a un lado, haciendo que chocara con una camarera. A la pobre se le acabó cayendo la bandeja en la que transportaba un montón de vasos llenos de champan. Varios se rompieron contra el suelo y otros acabaron vertiendo su contenido sobre el youtuber.

—¿Pero de qué coño vas, tía? —le espetó Mario Power furioso mientras revisaba indignado su chaqueta naranja, la cual llevaba perdida de champan.

No supo que decirle, aunque por dentro, se encontraba divirtiéndose con la ridícula situación. Ver a ese idiota lamentándose por tener su ropa mojada y ser rechazado por una "supuesta" fan resultaba hilarante. Sin embargo, no estaba siendo la mejor forma de empezar su trabajo, algo que quedó patente cuando apareció Gabriel.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó lleno de indignación.

Sabía lo que pasaría si se enteraba y lo que menos necesitaba era a su jefe enfadado por ella. Nerviosa, comenzó a buscar una buena excusa para salir de este embrollo. Al final, dio con algo no muy original, pero pensó que sería efectivo.

—El tipo este estaba echándose fotos con el móvil y tropezó conmigo —habló rápido, si bien no sonaba muy convincente.

Al escucharla, Mario Power se indignó, frunciendo las cejas en un claro gesto negativo.

—¡Eso no es cierto! —dijo enfurecido— ¡Íbamos a echarnos un selfie y la muy puta me ha empujado!

Notó enseguida como Gabriel resopló exhausto. Era evidente que al tipo le estaban dando la noche y no aguantaría más tonterías de seguir así. Sin dudarlo, se adelantó hasta quedar frente al youtuber, quien se estremeció un poco por la proximidad del nocturno.

—Escúchame bien, te dejamos venir a esta maldita fiesta a cambio de que no hicieras gilipolleces —le dejó bien claro con su profunda voz—. Y por cierto, prohibí el uso de móviles.

Tras decir eso, agarró el móvil. Acto seguido, apretó con fuerza su mano y lo resquebrajó como si estuviera hecho de cascara de huevo. Mario Power miró atónito semejante acto.

—Oye, ¡que el Iphone me costó novecientos euros! —reaccionó horrorizado.

A Gabriel no podría importarle menos. Sin hacer caso de las quejas del tipo, se largó de allí. Eva, que había sido muda testigo de la escena, fue tras él. Dejando al pobre diablo recogiendo los trozos de su móvil, continuaron su camino sin más preámbulos.

—Muy inteligente culpar al humano idiota —le comentó Gabriel—. No me lo he tragado porque sé como eres, pero estoy notando lo perspicaz que te estás volviendo.

Sentir aquellas palabras como un halago le resultó contraproducente. Si bien el calvo nocturno seguía sin confiar en ella, no podía negar que aquel reconocimiento resultaba muy inspirador. Se sintió un poco alegre y más lo hizo cuando llegaron a la zona de los sofás.

Allí, sentada y rodeada por varias personas entre las que había un rostro conocido, estaba Lucila.

—Vaya, pero mira quien se ha unido a la fiesta —comentó muy alegre la nocturna al tiempo que dibujaba una traviesa sonrisa en sus labios.

A Eva le tembló algo en el interior al contemplar a su jefa. Tampoco era nada raro, si se tenía en cuenta lo elegante que iba. Llevaba un vestido de tirantes de un intenso color rojo como de la misma sangre que bebían. Igual estaban sus labios, pintados en un tono escarlata que refulgía bajo las diáfanas luces de la fiesta. Tenía el rostro levemente maquillado con oscuro delineado en los ojos y algo de colorete en las mejillas. Su larga melena castaña oscura la llevaba suelta, aunque por detrás se lo había recogido en una pequeña trenza que rodeaba al cabello suelto.

—Hola, Eva —saludó con esa seductora voz que tan loca la volvía—. ¿Te gusta todo lo que he montado?

Iba a responder, pero las palabras se le atoraban. Allí la veía, rodeada de nuevo por personas que no conocía de nada, causándole una enorme inseguridad, aunque en otro de los sofás, no tardó en ver al joven Fabián entre dos mujeres que lo agasajaban divertidas. Tampoco ver a ese niñato le daba demasiada confianza. Sin embargo, quien terminó hablando fue Gabriel.

—Señora, el operativo de seguridad se encuentra desplegado.

Lucila no tardó en verse captada por lo que su mano derecha acababa de decirle. Era evidente que, pese a estar divirtiéndose en esos momentos, tenía que estar pendiente de todo lo demás.

—Vale, espero que hagáis bien vuestro trabajo —le respondió conforme—. Si ocurre algo sospechoso, avísame.

—Así se hará —habló Gabriel mientras se inclinaba un poco en clara señal de acatamiento.

—Eso sí, me gustaría que Eva se quedara aquí, conmigo.

Gabriel se disponía a marcharse cuando se giró al escucharla. Por la expresión de incredulidad marcada en su rostro, estaba claro que no se creía lo que acababa de soltarle su "señora".

—No, ella tiene su lugar asignado —le dejó él bien claro—. No se puede mover de ahí.

—La quiero cerca —continuó su jefa, sin tener en cuenta nada de lo que le decía—. Su presencia me genera mayor seguridad.

La pelirroja contempló la conversación sin saber que hacer o decir. En verdad, era mejor que no interviniera, pues estaba claro que terminaría mal, al menos, con Gabriel. Precisamente, el nocturno se encontraba muy frustrado con los caprichos de su jefa y con el temperamento que tenía, era capaz de estallar contra cualquiera, sobre todo con ella.

—Dada su nula experiencia, no creo que sea una buena idea —replicó contrariado—. Tiene que quedarse bajo mi supervisión y aprender bien como se hacen las cosas.

—Venga ya, tío —saltó un hombre que había sentado justo frente a Lucila—. Si la señorita quiere que esta muchacha se quede, hazle caso y punto.

No tenía ni idea de quien era ese hombre, pues le sorprendía la osadía con la que le hablaba a Gabriel. No tenía ni idea del error que estaba cometiendo. El calvo nocturno seguía en su sitio, sin apenas inmutarse, aunque Eva era más que consciente de que por dentro se debía de hallar hecho todo una furia. No obstante, parecía estar contenido. Lanzó una mirada a Lucila, quien se limitó tan solo a alzar su copa como mera respuesta, y eso le hizo suspirar frustrado.

—Quédate —le ordenó a Eva—, pero tendré puesto un ojo sobre ti. Procura no cagarla.

Gabriel se marchó y Eva sintió toso su cuerpo relajarse de golpe. Había estado tan tensa durante ese momento que casi creyó que se quedaría en el sitio.

Se movió hasta colocarse detrás del sofá donde se hallaba Lucila. Por el camino, chocó los puños con Fabián, saludándola con esa molesta efusividad que tan de los nervios la ponía. A quien no vio fue a Claudia. Le extrañaba que la punki no estuviera con ellos, aunque igual, este no era su ambiente favorito. Recordarla la puso un poco nerviosa, cosa que no deseaba. De pie tras su jefa, se calmó. Debía estar lista para lo que pasara, pues no tenía ni idea de lo que podría pasar esta noche. Por ahora, todo se encontraba tranquilo, pero cualquiera sabía.

—Eva —la llamó, sin previo aviso, Lucila.

No tardó en bajar su cabeza, atendiendo a la reclamación de su jefa y no dudó en pensar en que no debió de hacerlo.

Lucila estaba simplemente esplendida. No entendía cómo podía terminar tan embobada con ella, pero cada vez que la miraba, se perdía en su arrebatadora presencia. Desde arriba, podía ver el magnífico escote de su vestido. Trataba de evitar fijarse en él en la medida de lo posible, pero sus ojos siempre se le escapaban para ver esos dos pechos tan bonitos. Se sintió agobiada y cuando intentó apartarlos, se topó con la azulada mirada de la nocturna fulminándola.

—¿Si? —preguntó, intentando disimular su nerviosismo.

—Me gustaría presentarte a alguien —le dijo mientras sonreía de manera muy cálida.

En ese instante, señaló al hombre que le insistió a Gabriel que se quedara. Levantó la mano para saludarla, cosa que le resultó, cuanto menos, peculiar.

—Encantado, me llamo Ignacio Hidalgo, aunque, si te apetece, puedes llamarme Nacho.

Se presentó con un tono de galán que casi recordaba a esos cantantes maduros que solían salir en los típicos espacios musicales de la televisión que tanto les gustaban a sus padres. De hecho, el tal Nacho tenía unas pintas de uno que fuera a salir a canturrear una de esas farándulas. Pelo levemente canoso peinado hacia atrás, barba bien recortada en un rostro ya surcado por arrugas, un traje gris que olía a naftalina a kilómetros de distancia y unos mocasines marrones que no pegaban nada con el conjunto. Enseguida, supuso que debía de tratarse del promotor inmobiliario con el que iba a negociar el tema de los terrenos.

—Eva es mi nueva empleada —la presentó Lucila—. Lleva conmigo poco tiempo, pero ya está demostrando ser muy útil.

—Me alegro. Un trabajador siempre tiene que hacer todo lo que su jefe le pida sin rechistar y serle siempre leal—comentó Nacho con seriedad—. Además, eres toda una belleza.

Su jefa se giró para mirar al hombre y una sonrisilla se le dibujó en el rostro. Eva percibió que era un poquito fingida. Estaba claro que aquel humano no parecía caerle tan bien como aparentaba.

—Oh, sí, es muy hermosa —habló la nocturna mientras se volvía a ella—. Por eso la contraté.

Notó como esos ojos violetas se clavaban en su ser. Siempre había oído eso de las miradas podían matar, pero la de Lucila parecía otra cosa, una más intensa y que la revolvía de un modo muy atrayente.

—¿Y es como tú?

Esa pregunta que acababa de soltar Ignacio le erizó el pelo entero. Acaso sabía que ellas eran...

—Claro, Eva es una nocturna como yo —contestó de manera muy encantadora Lucila—. De hecho, hay muchos más de nosotros por aquí.

El hombre miró entusiasmado de un lado a otro, fijándose en cada persona que había en la fiesta por si se topaba con otro nocturno. Eva estaba perpleja. No podía creer que su jefa le hubiera revelado su verdadera naturaleza a un humano. ¿Tambien lo sabrían los demás asistentes? Aunque desde luego, la verdadera pregunta era, ¿estaría la Sociedad al tanto de esto? Esperaba que sí, de lo contrario, a Lucila le esperaba una cruenta ejecución y se preguntó si ella y el resto de sus empleados también. No era algo muy grato en lo que pensar.

—Oye, ¿cuándo vamos a hablar de eso? —dijo el hombre ansioso al volverse a la nocturna.

Lucila, quien seguía con su porte educado y grácil, achinó un poco los ojos. Estaba claro que algo en ese interrogante no le gustaba ni un pelo.

—Todavía es pronto. Queda fiesta por delante —habló con una suavidad casi fascinante—. Disfrutemos de ella, ¿entendido?

Ignacio dibujó una sonrisa que más parecía una mueca desagradable. Sin dudarlo, se levantó y se sentó a la derecha de Lucila. La nocturna enseguida se apartó un poco, pero el tipo no dudó en aproximarse con no muy buenas intenciones. De hecho, le puso una mano sobre uno de los muslos que asomaban por el corte de la falda del vestido. Esa acción no le dio muy buena espina a Eva. No supo si debía o no intervenir.

—Venga, no estoy en este circo para emborracharme —afirmó Nacho con firmeza—. Sabes bien lo que me prometiste.

Antes siquiera de llegar a subir la mano un poco, Lucila se la cogió y la apartó con severidad, lanzándola a un lado como si solo le pareciera basura. Miró con determinación al hombre y eso hizo que, de forma repentina, empequeñeciera. No se podía negar que la nocturna tenía un poder avasallador innato.

—Cuando tú y yo arreglemos el precio de los terrenos, te daré esto. —Justo entonces, abrió la boca y le mostró sus afilados colmillos, los cuales, el tal Nacho miró lleno de fascinación, aunque la jefa de Eva no tardó en cerrar sus labios—. De mientras, tendrás que esperar.

Muy contrariado, el hombre se levantó.

—Si me disculpáis, voy un momento al baño. Enseguida vuelvo.

Se marchó con cierta celeridad y, tras verlo desaparecer, Lucila rompió a reír.

—Es increíble lo patéticos que llegan a ser los humanos con tal de conseguir lo que les prometes —habló como si pareciera que lo hacía para sí misma.

Eva seguía en su lugar sin responder ante lo que su jefa comentaba. Continuaba observando el lugar, pero tener que estar también pendiente de lo que dijera Lucila la descentraba bastante. Con todo, oteó el recinto y se fijó en que el resto de sus compañeros habían ocupado distintas posiciones para vigilar la fiesta del mismo modo que ella. Rocío se encontraba a su izquierda, en la otra punta de la sala, mientras que Ruiz y Navarro se hallaban justo detrás de ella, pegados con las espaldas a la pared. A la derecha, tenía a Beatriz, colocada al lado de una de las puertas. Justo en frente, se encontraban los dos nuevos nocturnos que Eva vio esa noche, el chaval larguirucho y la muchacha morena de ojos intensos. Por cómo estaban distribuidos, parecía obvio que lo hacían rodeando a Lucila. Estaba claro que, de liarse, la prioridad sería proteger a la jefa. Los otros daban igual.

—Eva, cógeme la mano —le pidió de forma repentina Lucila.

La pelirroja se sorprendió al ver como la nocturna levantaba su mano izquierda, deseando que se la tomara. No entendía como le podía pedir algo así en esos momentos, cuando tenía que estar atenta ante cualquier señal de peligro por si había que protegerla. Esa era su función, no ejercer de muñequita de los caprichos de Lucila. De todos modos, decidió hacerlo, aunque no solo por seguir sus órdenes.

Al tocar la mano de Lucila, una electrizante descarga recorrió su piel. El tacto volvía a ser de nuevo frio, como en todos los nocturnos, pero su suavidad y saber de quién era la volvieron loca. Permanecieron así, sin hacer nada más, tan solo sintiendo la presencia de la otra. Parecía ser lo único que necesitasen.

—Me calmas tanto —le dijo de repente—. Tu presencia resulta tan tranquilizadora. Creo que siempre te tendré a mi lado.

Eva suspiró nerviosa. La fiesta continuó como si nada. Lucila pidió otra copa sin soltar su mano. A la izquierda, Fabián mordió a una de las chicas y, por un momento, pensó que iba a matarla, pero la dentellada duró muy poco. Al apartarse, la muchacha se puso a reír como una histérica, como si fuera lo más divertido del mundo. A Eva, en cambio, no se lo pareció. La compañera de esta dama, aburrida al ver que el chaval ya no correspondía su atención, se levantó para sentarse frente a Lucila y comenzaron a conversar.

—Eva, te presento a Almudena —le habló la nocturna—. Es modelo de lencería y, por las fotos que he visto, siempre luce muy sexy.

Las dos se echaron a reír tras la presentación, pero ella no le hizo ni el más mínimo caso. Un mero ademan con la cabeza fue todo. Su atención se volvió al fondo de la sala, donde se personó de nuevo Gabriel. Se preguntó qué haría el calvo nocturno por allí. Con sus ojos, fue siguiéndolo en su viaje, esquivando camareros y al dichoso youtuber, quien ya parecía ebrio. Fue hasta donde se encontraba Beatriz y empezaron a hablar.

Los observó por un rato y reparó en dos cosas. Por un lado, se fijó que en la cintura llevaba colgando del lado derecho una espada, metida en una funda negra. Era de mediano tamaño y acabada en punta, con una hoja fina y aplanada. Nunca le había visto con algo así y, desde luego, se preguntaba de dónde demonios la habría sacado. Lo otro que la dejó desconcertada era que pasara tanto tiempo hablando con Beatriz. No tenía claro que podrían estar diciéndose, pero una súbita sospecha resonó en ella. Algo malo iba a pasar. No entendía como, pero el presentimiento planeaba en su cabeza de forma virulenta.

En ese instante, el promotor inmobiliario regresó.

—Vaya, Nacho, pensé que no volverías —comentó divertida Lucila.

—Es que he tenido que hablar con alguien por el móvil —se excusó el tipo—. Me tienen la cabeza loca, pero ardía en deseos de volver a tu lado.

Se sentó de nuevo junto a Lucila, cosa que no agradó a la nocturna. El hombre la cogió del mentón en un gesto que aparentaba ser simpático, pero a ella no le gustó demasiado, aunque prefirió guardarse ese malestar. Estaba claro que si quería firmar el trato, tendría que tragar con lo que fuera.

—Te recuerdo que no puedes usar el móvil aquí —le advirtió.

—Oh, por supuesto —habló Nacho con cierto arrepentimiento—. Lo he dejado apagado para lo que quede de noche.

Si bien los estaba escuchando, Eva se hallaba perdida en otro lugar, dando vueltas a que algo raro pasaba. Aquel malestar la aquejaba sin cesar. No era un dolor ni una sensación intensa, solo una mera sospecha que se había posado agazapada, a la espera. Todo estaba normal, pero sabía que, tarde o temprano, sucedería lo peor.

—Ey, tía, ¿cómo te va?

Volvió la cabeza hacia esa martilleadora voz y se encontró con Fabián, dado la vuelta y con los brazos apoyados sobre el respaldo, observándola con esos inmensos ojos de chaval hiperactivo.

—Bien —respondió de forma escueta.

—Hacía tiempo que no te veía —habló a su enérgica manera—. ¿Quieres tomarte algo?

Negó con la cabeza. El chaval sonrió divertido ante su respuesta.

—Vale, tú te lo pierdes —dijo antes de volver su atención a la chica con la que flirteaba.

Sintió como Lucila apretaba su mano. Cuando se volvió, topó de nuevo con la misma escena: Nacho tratando de aprovecharse de su jefa. Aquello no podría molestarla más. Se ve que no había aprendido nada de lo que le dijo la nocturna antes y seguía intentando abordarla otra vez. No pensaba consentirlo.

Sin dudarlo, se aproximó y se dirigió a Nacho con una voz bastante agresiva.

—Perdone, pero no se acerque tanto a la señora.

Tan solo se inclinó un poco, pero fue suficiente para que el hombre se volviera y, tras verla, se alejara unos cuantos centímetros de Lucila, intimidado ante su presencia. La nocturna miró satisfecha a su empleada y sonrió orgullosa. Eva se sintió un poco avergonzada, pero le gustó ver a su jefa tan contenta. Intercambiaron unas miradas llenas de ternura y complicidad antes de que decidiera ponerse recta de nuevo.

La chica que tenían enfrente, Almudena, se rio al ver la escena. Lucila también carcajeó un poco, mientras que miraba de reojo a Eva con cierta perversidad. En ese momento, fue cuando se percató de que igual su jefa se había dejado acosar para que ella interviniera. ¿Acaso pretendía provocarle celos? Le parecía una suposición absurda, pero tratándose de esa mujer, sabía que todo juego era posible.

Si bien se sintió frustrada con el incitante jugueteo, notó que ahora se encontraba más relajada. Haberse despistado con aquel asunto la había ayudado a olvidarse por un momento de ese agobio que tanto la atenazaba. Mas despejada, siguió centrada en vigilar el lugar, aunque ya sin esa inquietud martilleándola de forma molesta.

—Vamos Nacho, no te pongas así —dijo Lucila con su casquivana voz mientras cogía otra copa que le ofrecía una camarera—. Te recuerdo que los negocios siempre van primero para mí.

—Como quieras, ¿deseas cerrar el trato? —repuso el promotor inmobiliario— Lo haremos justo ahora.

Le divirtió escuchar a ese hombre hablando tan seguro de sí mismo. ¿En serio creía que tendría alguna oportunidad con Lucila? Estaba claro que no la conocía tan bien como él imaginaba. La conversación pasaba por varios derroteros con Eva poniendo muy poca atención, pues ella seguía pendiente de lo que ocurría en la fiesta.

Gabriel había desaparecido y Beatriz ahora se hallaba en la zona de las mesas, también en modo vigilante. Mario Power, completamente borracho, balbuceaba improperios a toda mujer que se le ponía por delante, ya fuera camarera o invitada. Los dos tipos trajeados que encontró bailoteando en la pista ahora estaban agasajando a un par de féminas con mejor clase que el insidioso youtuber. Eva sospechó que podrían tratarse de los dos futbolistas que mencionó Lucila hacía ya dos noches. Todo se desarrollaba con completa normalidad, al menos, lo que esperaba para esta clase de eventos. No era la primera vez que estaba en uno, pues con sus padres había ido a muchos, así que todo lo que contemplaba ya le resultaba familiar. Una cosa que le sorprendió era que todavía no la hubiera reconocido algún humano de los allí presentes. ¿Era posible que estuviera pasando bien desapercibida o sabrían su identidad y se lo estaban guardando por miedo a represalias por parte de Lucila? Bueno, teniendo en cuenta que ella se había comprometido a ocultarla de los ojos del mundo, tal vez así fuera.

—Te lo repito, cederé los terrenos si, a cambio, el pago del dinero llega pronto —habló con claridad Lucila.

—Y yo te digo que verás ese dinero cuando me des lo que quiero de verdad y sabes que no son esas tierras —le indicó Nacho.

Eva no entendía de negocios ni tenía demasiado interés en ellos, pero tenía claro que el energúmeno de Ignacio comenzaba a ser demasiado insistente con aquello que su jefa le había prometido. Con todo, no tenía muy claro que era exactamente lo que el humano buscaba, sí que lo convirtiesen en un nocturno o liarse con Lucila. Por la ansiedad con la que hablaba, pensaba que ambas cosas.

—Oye, te voy a ser honesta, lo que me estás pidiendo no es tan fácil de conseguir —le dejó bien claro la mujer, cosa que no agradó al promotor inmobiliario.

—Hicimos un trato, sucia sanguijuela —le soltó él con bastante insidia.

Escucharlo la puso muy tensa en ese momento, pero más se puso la propia Lucila. Fue solo un segundo imperceptible, pero Eva se percató de un tenue cambio en el brillo de sus ojos, más intenso de lo normal. De repente, la nocturna agarró la mano derecha del humano, esa que había estado colocando demasiadas veces en su muslo, y se la apretó con ganas.

—No juegues conmigo, Ignacio —habló la jefa de Eva con una voz más profunda de lo normal—. Todo el que se atrevió a hacerlo alguna vez acabó muy mal y no deseo ese final para ti.

Las facciones en el rostro del hombre se contrajeron al sentir un intenso dolor en su mano y, bastante asustado, asintió como respuesta mientras dejaba salir un fuerte gemido de molestia. Satisfecha, Lucila le liberó del terrible agarre y se volvió a Eva para obsequiarle con otra de sus agradables sonrisas. La pelirroja se hallaba sin la capacidad para articular palabra alguna ante lo que acababa de ser testigo. El contraste de su jefa entre agradable huésped y despiadada torturadora la dejó descolocada.

Viendo que el promotor inmobiliario desistía de sus intentos por conquistar a la nocturna de nuevo, la tensión del momento desapareció y todo volvió a la usual calma de antes. Eva siguió pendiente de todo lo que había a su alrededor. En un momento, se tocó en la cadera para recordar que tenía un arma y que, en caso de que todo se descontrolase, debía usarla. Se fijó en sus compañeros, quienes seguían en sus posiciones, sin moverse. La única que patrullaba de un lado a otro era Beatriz, acción que no le gustaba demasiado a Eva, pero entendía que eso era quizás lo que le había pedido Gabriel, que recorriera el lugar para asegurarse de que todo seguía en orden y no hallaba a nada ni a nadie sospechoso.

Por lo que veía, iba a ser una noche simple y tranquila. Su trabajo no sería tan difícil como esperaba.

—Ya te digo, Almudena, la última sesión de fotos que hiciste me encantó —comentó muy aduladora Lucila—. Estabas para comerte con esa lencería blanca.

La modelo rio un poco histérica ante las palabras de la nocturna. No esperaba semejante piropo por su parte y eso la hizo sentir un poco avergonzada. Bebió un trago de su bebida, buscando calmarse.

—Como se nota que antes te liarías con ella que conmigo —le espetó bastante irónico Ignacio, pese a que se le notaba muy molesto.

Lucila se volvió al hombre y continuó con su encantadora actitud.

—Venga, Nacho, ¿no estarás celoso?

—No, que va —respondió el promotor inmobiliario antes de dar un trago al coñac que le habían servido en un vaso de cristal macizo.

—Bueno, como se suele decir, "donde caben dos, caben tres" —habló sugerente Almudena mientras miraba con cierta provocación a su anfitriona.

Ambas mujeres se echaron a reír mientras que Ignacio ponía su mayor cara de asco y aburrimiento. Eva las observó un poco taciturna. Que esas dos estuvieran tan despreocupadas mientras que ella tenía que estar pendiente de que no ocurriera nada malo le parecía injusto. No hacía mucho, Eva había sido así también. Hablando de dichos, se acordó de nuevo del que solía decir su abuelo, "la vida suele dar muchas vueltas". Demasiadas, en verdad.

Mientras su jefa y la modelo conversaban tan tranquilas y animadas, Eva las miró. No encontró nada fuera de lo normal hasta que se fijó que en el cristal del vaso que Lucila sostenía se reflejaba una luz roja. No entendía de donde venía eso hasta que se percató de que se trataba de un punto que se colocó sobre el pecho de la nocturna. Entonces, fue cuando esa tenebrosa inquietud regresó.

Nerviosa, alzó la vista por si veía de donde podría venir ese punto rojo, pero no hallaba ningún punto de origen. Movió agitada su cabeza de un lado a otro y fue al levantarla más que lo encontró. En el piso de arriba, apoyado sobre la baranda metálica, un hombre, vestido de uniforme militar negro, apuntaba a su jefa con un rifle de asalto provisto de una mira laser.

Su cuerpo entero se tensó. Su respiración resonó con profundidad. El sonido de la fiesta se convirtió en un lejano eco. Todo pareció ralentizarse hasta casi quedar detenido. Eva se halló atrapada en un eterno segundo que no deseaba que pasase porque sabía que si avanzaba, el desastre sería inevitable. No quería enfrentarse a eso, no estaba preparada, pero quien era ella para decidir sobre el funesto destino o, como su abuelo solía decir, las vueltas de la vida. Por ello, lo único que pudo hacer en ese momento fue gritar.

—¡Cuidado! —habló con toda la fuerza de su voz justo cuando el tirador apretó el gatillo de su arma, desatando el caos.

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Uy, parece que ya hemos llegado a un punto realmente importante dentro de la historia. No es que no hayan pasado otros así, desde luego, pero creo que no era algo que esperásemos que fuera a suceder. Y bueno, veréis la que se viene.

Trataré de tenerlo lo mas pronto posible. Un saludo y espero que os esté gustando.

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