Capitulo 15- Charlando con la jefa (Parte 2)
El viaje lo hicieron en completo silencio. No vio que en ningún momento Gabriel tan siquiera la mirase. Su atención estaba puesta por completo en la carretera. Ya sabía que la actitud del nocturno siempre había sido esa, pero le extrañaba que, tras haberla pillado saliendo del territorio de los Vampiros Libres, no la estuviera acribillando a preguntas incomodas. Si bien le aliviaba no verse en esa situación, no tardó en darse cuenta que era peor. Algo mucho más terrible le esperaba.
Una cosa que le llamó la atención era que no había tomado la dirección hacia el Santuario Carmesí ni hacia su casa. La llevaba a un sitio nuevo. Esa revelación la inquietó bastante y comenzó a preocuparse. ¿Adónde la llevaría? Eva comenzó a pensar en lo peor. Miró de reojo a Gabriel, quien se mantenía sereno mientras conducía. El camino era casi recto por completo, así que más allá de alguna leve curva, ni tan siquiera tenía que mover demasiado el volante. Sintió el deseo de preguntar a qué lugar se dirigían, pero sabiendo del movido temperamento del nocturno, se abstuvo de hacerlo.
En nada, se pusieron en la costa. La recta carretera parecía extenderse desde donde estaban hasta el horizonte. A su izquierda, había amplios descampados sin apenas edificios o árboles y a la derecha, se veía la playa. A esas horas, estaba desierta por completo y el mar se notaba calmado. A Eva le entró un antojo de que Gabriel detuviera el coche para poder acercarse allí y, al menos, tocar el agua. Sin embargo, sabía que eso no pasaría y una afligida melancolía inundó su ser. Tenía claro que ya había muchas cosas de su pasado que nunca más podría disfrutar.
De forma repentina, tomaron un camino que les llevó a subir por un cerro. Eva se fijó en lo escarpadas que se veían las altas paredes, apuntaladas con angulosas rocas. Las hacían difíciles de escalar, dándole al lugar un toque inexpugnable. Se imaginaba que en lo alto podrían poner un castillo, desde donde sería imposible que llegaran a atacarlo, pues estaría bien guarecido. Pensó que viajarían hasta la parte más alta del cerro, pero no fue así. La carretera por la que viajaban la rodeó y otra vez terminaron justo al lado de la playa.
Eva continuó mirando el calmado mar hasta que Gabriel tomó un desvío y acabaron en una zona de lomas y colinas, donde se veía que había plantaciones de olivos. Cada vez le resultaba más raro el destino al que se dirigían y eso hizo que un lúgubre temor se apoderara de ella. Miró de nuevo a su jefe, quien seguía conduciendo tan tranquilo. Ni reparaba en su presencia. Se le notaba tan placido que no dejaba de pensar que eso no era más que una falsa apariencia. No quería imaginar que estaría tramando en su cabeza.
Un pequeño camino que tomó Gabriel les llevó a una levemente elevada loma. A mitad de camino, se hallaba un enorme portón de color negro bordeado por un lado y otro por un gran muro blanco coronado con rejas metálicas grises. Eva quedó perpleja. Parecía una gran muralla que hubieran erigido para proteger algo muy importante allí. Notó que se extendía rodeando la loma por completo. Se preguntaba que había tras esta. El interés era enorme, aunque eso también la inquietaba. Quizás lo que había más allá de esas rejas no era algo muy bueno. Cerró sus ojos, mentalizándose ante lo que se tendría que enfrentar mientras esperaba a que se reiniciara el avance.
El gran portón no tardó en moverse. El fuerte chirrido espabiló a Eva y, al mirar a Gabriel, se fijó en que tenía el móvil en su mano. Era evidente que había mandado un mensaje a quien hubiera dentro para que le abriesen. Con la entrada despejada, el coche no tardó en ponerse en marcha y se adentraron en ese nuevo lugar.
Recorrieron los amplios campos, todos sembrados de olivos, aunque en el borde del camino había a cada lado una fila de palmeras. Eva se hallaba cada vez más intranquila al ir avanzando por ese sitio. Sentía las pulsaciones de su corazón con mayor intensidad. Cada segundo que pasaba le dejaba claro que se aproximaba a un destino fatal. Quería pensar que no sería así, pero le resultaba imposible creerlo. Estaba claro que esta vez la había cagado hasta el fondo y que ya no había salvación. El vehículo continuó su camino hasta que llegó por fin a donde le esperaba lo peor.
Quedó sorprendida ante lo que sus ojos contemplaban. Delante, tenía una enorme casa de forma rectangular y de dos plantas. La zona frontal se hallaba decorada con unas enormes cristaleras. Se la veía como una vivienda imponente y espectacular. Se preguntó quién viviría ahí y, pese a tener cierta sospecha, prefirió no conjeturar demasiado. No estaba para equivocarse en esas circunstancias.
Gabriel llevó el coche hasta una zona de aparcamientos, donde había estacionados varios vehículos, incluyendo el deportivo azulado que Lucila acababa de comprarse, cosa que hizo que sus alarmas se encendieran más todavía. Eva se sintió agitada por los nervios que la embargaban. Se percató de que había varios guardias, todos humanos, rondando por los alrededores, vigilando de que no hubiera nada peligroso. Una vez el coche se paró, supo que llegó la hora.
Bajaron y, en cuanto cerraron las puertas, siguió a Gabriel. Junto a él, subieron por unas blancas escaleras de mármol hasta las puertas de la enorme casa, dos grandes láminas de madera marrón oscuro que daban acceso al interior. Al lado, había un hombre con traje negro montando guardia. En su mano, llevaba un móvil con el que estaba mandando mensajes. Nada más ver a Gabriel, se recompuso y le saludó. El nocturno le lanzó una molesta mirada. Resultaba evidente que no le agradaba ver a la seguridad tan inactiva.
Esperaron un poco a que les abrieran las puertas y, cuando lo hicieron, Gabriel entró sin dudarlo. Eva se detuvo por un momento. No estaba muy decidida a pasar. Allí parada, no dejaba de darle vueltas a lo que estaba a punto de hacer y el miedo a lo que pudiera pasarle en ese lugar en cuanto diera un paso más. Mientras no cesaba de divagar, su jefe se encontraba observándola con poco ánimo. Al darse cuenta, supo que ya lo estaba exasperando otra vez, como siempre.
—¿Pasas o qué? —preguntó con lacerante voz.
Enseguida, supo que el miedo no debía de sentirlo por el lugar en el que se hallaba, sino por el nocturno que tenía delante. Presurosa, entró mientras Gabriel no le quitaba el ojo de encima.
—¡Sigues empeñada en hacer el ridículo hasta el final!
Sintió mucho resquemor en esas palabras, cosa que le enfadó bastante. Aquel tipo no dejaba de humillarla cada vez que podía. Empezaba a estar harta y en esos momentos, ardía en deseos de soltarle alguna barbaridad, aunque concluyó que no era una buena idea. Como le contestase de mala manera, Gabriel barrería el suelo de toda la casa con su cuerpo. Por eso, se limitó a guardar silencio. No estaba con ganas de meterse en líos con alguien tan complicado y peligroso.
Los dos avanzaron por la sala de recepción, la cual se mostraba lustrosa y elegante. De paredes blancas y suelo negro, Eva quedó muy impresionada por su impoluto aspecto. Del techo, colgaba una gran lámpara de araña con cristales biselados de tonos dorados. Parecían lágrimas congeladas en oro a punto de derramarse sobre su cabeza. Vio que desde el centro mismo de la habitación partían unas escaleras blancas que ascendían hasta la planta de arriba, circundadas por unas pasarelas de tonos ocres. Estaba perpleja al contemplar tanto lujo. No tenía ni idea de cuánto dinero se habrían podido gastar, pero desde luego, debió de ser un montón.
Había dos entradas a cada lado de la estancia. Gabriel tomó la de la derecha. Eva lo siguió con la mirada. Seguía muy indecisa ante la idea de continuar ese viaje. Cada vez tenía la certeza de que la cosa no iba a acabar bien. Con todo, decidió ir tras él. Estaba claro que hacerlo esperar sería aún peor.
Caminaron hasta la siguiente habitación, un enorme salón comedor. El suelo aquí era de madera marrón oscura y descendía a un nivel inferior por una escalinata de tres peldaños, bordeando un perfecto cuadrado justo en el centro. Allí había dos sofás, uno alargado, extendido hasta la esquina derecha, y otro más corto, ocupando el lado izquierdo. Los dos eran blancos y colocado delante de ellos había una mesa de cristal. En la pared de enfrente, había colgada una enorme pantalla de plasma y, justo debajo, una chimenea de baldosas grises, creando un suave contraste con las paredes blancas.
De nuevo, Eva quedó impresionada ante tanto lujo. Con su mirada recorrió cada centímetro del salón, fijándose en cada detalle que encontraba. Los muebles se veían tan pulcros y claros. Se notaba que eran de estilo moderno, aunque tenían cierto aire rustico. Solo el mobiliario que contemplaba en aquella estancia ya era más caro que todo lo que hubiera en casa de sus padres. Quedó alucinada. ¿Quién podría haberse gastado tanto dinero en algo así? Su respuesta no tardó en llegarle justo tras su espalda.
—Vaya, pensé que no apareceríais —dijo una suave y elegante voz que enseguida reconoció.
El agrietado corazón de nocturna que portaba volvió a latir con vitalidad nada más oírla. De hecho, nada mas sentir su presencia en aquella habitación, todos los sentidos de su cuerpo se activaron. No la veía, pero si podía oler su fragancia, degustar su dulce porte y notar a través de los poros de su piel su sofisticada finura. Escuchó cada paso que daba con sus delicados pies sobre la madera del suelo. Las ganas de querer volverse eran inmensas, pero un aprensivo miedo, mezcla de todas las emociones que sentía al tenerla cerca, se lo impedían. No creía que se fuera a poner así por Lucila.
Para cuando se dio la vuelta, creyó ver un ángel recien bajado del cielo, eso sí, provisto de colmillos afilados para beber la sangre de cualquier incauto o incauta que se cruzara en su camino.
—Hola, Eva —saludó Lucila con una inusitada sensualidad.
La pelirroja quedó prendada de la nocturna como si fuera la primera vez que la veía. No entendía por qué se sentía de esa manera, le parecía ridículo, pero Lucila irradiaba una potente energía que la atraía sin más remedio hacia ella. Parecía algo congénito en esa nocturna.
—Ya veo que tú también estás muy contenta de verme —habló con una calidez muy embriagadora—. Por qué no nos sentamos, ya que vamos a hablar.
Como fuera, la tenía completamente en el bote. Hizo caso a su sugerencia y se dirigieron a los sofás, bajando por la escalinata. La anfitriona en el de la izquierda y los recien llegados en el de la derecha.
Ya más cómodos, Eva se fijó mejor en cómo iba su jefa. La nocturna portaba una bata corta de satén negra con rosas doradas estampadas sobre la tela. El largo pelo castaño oscuro lo llevaba suelto por completo, dejando caer varias mechas sobre sus hombros. No llevaba ni pizca de maquillaje encima y como si le hiciera falta. Solo con sus hipnóticos ojos violetas y la palidez de su piel ya tenía suficiente para mostrar la arrebatadora belleza que poseía. Sus sinuosas piernas se veían en todo su esplendor, mostrando el talle fino y alto que erigía su figura. Las puso sobre el sofá mientras se sentaba colocando su espalda sobre el posa-brazos. La pose que había adquirido le recordaba a una patricia romana reclinada sobre un tresillo a la espera de que le sirvieran su opulenta cena.
—¿Te gusta mi hogar? —le preguntó con alevosía mientras no dejaba de mirarla. Parecía divertirle su estupefacción.
—Es...es...impresionante —contestó Eva con cierta dificultad—. No...sabía que vivías en un sitio como este....tan bonito.
Gabriel emitió un leve suspiro de hartazgo. Era evidente que no soportaba la manera de actuar de Eva. Lucila, por su parte, se limitó a sonreírle con encanto y ella no podía quitarle el ojo de encima.
—Me alegro de que podamos volver a hablar —siguió Lucila—. Han pasado tantos días desde nuestro primer encuentro que ya anhelaba tu presencia. —Sus ojos violetas se quedaron clavados en Eva— ¿Tu a mí también me has echado de menos?
No supo que responder. Se había quedado en blanco al notar como le hablaba la nocturna. Si siempre se pondría así con ella, no cesaría de hacer el ridículo hasta el final.
—Señora, ¿no cree que deberíamos pasar a discutir el asunto que teníamos pendiente? —repuso ya bastante molesto Gabriel.
Lucila no tardó en volverse a su subordinado y, por lo que Eva pudo denotar, no la percibía muy contenta con la impertinente interrupción. En sus ojos se mostraba una más que evidente irritación. Con todo, no dudó en mostrarse lo más serena posible.
—Por supuesto, Gabriel —habló ella con un agradable tono en su voz—. Es solo que hacía mucho que no la veía y deseaba mostrarme cortés con ella.
—Lo sé —repuso cortante el nocturno—, pero esta imbécil no se encuentra aquí para su deleite.
Aquella respuesta no gustó ni un pelo a Lucila. Se incorporó hasta quedar sentada sobre el sofá. Inclinó un poco su cuerpo hacia delante y fijó sus violetas ojos en el calvo nocturno. Si bien se notaba tranquilo, Eva percibió cierta inseguridad en él, cosa que le sorprendió.
—¿Tienes alguna objeción con lo que haga con mi empleada? —cuestionó Lucila.
Gabriel seguía en su sitio sin decir nada. Tan solo se limitó a agachar un poco la cabeza y contraerse como si se sintiera amedrentado. Eva volvió la vista hacia Lucila y notó como su rostro había cambiado. De un gesto calmado pasó a uno más rígido, con sus facciones algo marcadas. Además, sus ojos emitían un fuerte destello azulado. Estaba claro que la jefa no se encontraba nada contenta con el comportamiento de su subordinado.
—No, señora —dijo al final el nocturno.
Un incómodo silencio se formó, aunque Lucila no tardó en romperlo.
—En fin, será mejor que empecemos. —Era evidente que se encontraba algo molesta— Después de todo, no te he traído aquí para nada.
Lo último era una referencia a Eva. La pelirroja se mantuvo en su sitio sin atreverse a hablar. No tenía ganas de que las cosas se pusieran más feas de lo que ya estaban. Entre el irascible Gabriel y la contenida Lucila, se hallaba bien atrapada.
—Bueno, vamos a ello —habló su jefa con entusiasmo— ¿Qué tal te ha ido con tus nuevos amigos, los Vampiros Libres?
Cuando escuchó la pregunta, se quedó petrificada. Estaba claro que Lucila le iba a cuestionar sobre lo que había hecho, pero no esperaba que lo hiciera de una manera tan casual. Resultaba perturbador. Iba a hablar de quienes fueran los antiguos enemigos de su jefa y ella se lo tomaba con completa tranquilidad. Eva estaba temerosa del rumbo que tomaba el encuentro. Desde luego, sea cual fuese, ella no acabaría bien.
—Fe...fenomenal, supongo —dijo con parquedad.
Lucila arqueó una ceja ante la extraña contestación. Gabriel carcajeó y cuando lo miró, notó como se contenía para no romper en descontroladas risas. Era evidente que no estaba comenzando con buen pie aquella conversación, si acaso se le podía denominar de esa manera.
—Ya veo, te lo debes de haber pasado en grande con Anya y su prole. —De repente, el tono de Lucila cambió—. Y seguro que te han dicho cosas muy agradables de mí.
Recordó lo que Anya le contó sobre la masacre perpetrada por la gente de Lucila sobre los suyos. De hecho, el encargado de ejecutar semejante acto estaba sentado a su lado, observándola con la misma atención que ponía su jefa. Eso la hizo darse cuenta de cómo estaban las cosas.
—Pues sí, como que, por ejemplo, ordenaste matar a varios de sus miembros hace unos años —soltó de forma repentina.
Aquel exabrupto dejó con la palabra en la boca tanto a Lucila como a Gabriel. Ninguno esperaba que alguien como Eva se atreviera a hablarles de esa forma. Ella tampoco se lo creía. ¿Por qué demonios había hecho algo así? ¿Acaso pretendía desafiar a su jefa y a quien era su mano derecha? En cierto modo, así parecía ser, pues Gabriel la agarró del hombro con fuerza, presto a cargársela allí mismo.
—¿Cómo te atreves a insinuar algo así? —le dijo mientras la apretaba con furia.
Pudo notar el odio exasperando de su rostro, apretando los dientes como un perro rabioso mientras en el reflejo de las gafas se veía a ella misma. Por un lado, tenía miedo de arriesgarse a terminar mal, pero, por otro, se sentía bien por haberlo soltado. Si tenía que morir, que fuera dejándolos en evidencia.
—Maldita ingrata, después de lo que nuestra señora ha hecho por ti —soltó enojado. Le daba miedo, pero, a la vez, le divertía un poco verlo tan enrabietado—. No sabes la que te espera por esto.
—Gabriel, por favor, cálmate —habló Lucila—. No tienes que ponerte así.
Las ansias asesinas del nocturno supuraban por todo su cuerpo como ríos de lava surgiendo de un volcán. Parecía más que dispuesto a matarla. Sin embargo, cuando escuchó a su jefa, se recompuso. La soltó del hombro y se recolocó en su sitio. Se pegó al respaldo y dobló la pierna derecha sobre la izquierda, quedando en una pose más relajada.
—Lo lamento, señora —se disculpó con educación—. Ya sabe que no me gustan esa clase de afrentas hacia su persona.
—No importa. Me gusta tu lealtad —expresó muy conforme la nocturna—, pero también me gusta la osadía de nuestra chica. Veo que cada vez está más suelta.
Tenía razón. Lo de antes había sido una pequeña muestra de ello. Muy insensato por su parte, eso sí. Debería contenerse un poco más, del mismo modo que cuando le metió aquel cabezazo a Anya. Estaba claro que no le apetecía ser despreciada por otros, pero debía ser cuidadosa. Había tenido suerte esta vez, pero la próxima, quizás Gabriel le abriría la cabeza en dos y puede que Lucila no se lo impidiera.
—Tienes razón, Eva. Ordené que mataran a varios miembros de los Vampiros Libres —admitió con completa calma Lucila—. Ellos se lo habían buscado por invadir una parte de nuestro territorio.
No supo que le dio más miedo, sí que le dijera eso como si no significase nada en absoluto o que tergiversase la realidad a su antojo. Eva tenía claro que lo que Anya le contó era verdad. Al menos, así lo percibió ella, claro.
—Anya dijo lo contrario, que tú fuiste quien atacó su territorio para expulsarlos de allí y hacerte con parte de él.
Lucila le sonrió con una mueca que resultó aterradora. Pudo ver sus dientes, incluidos los dos colmillos tan pequeños y curvos. Era un gesto muy agradable, pero dejaba entrever una siniestralidad que parecía decirle que ocultaba más de lo que aparentaba.
—Claro, cuando ves las cosas desde un lado, todo parece muy terrible, pero esa es solo una pequeña parte de la historia.
Notó como Gabriel volvía a mirarla. No le gustaba el camino por el que devenía esta conversación.
—Por supuesto que nosotros fuimos los malos. Es muy fácil hacerse la víctima y echarle la culpa a otros. —El timbre de su voz sonaba algo más grave de lo normal—. Yo le dije que había ciertas zonas que su grupito no podían tocar y, si lo hacían, habría consecuencias. No pude ser más clara y como no me hicieron caso, así les fue.
Eva seguía notando la mirada penetrante de Gabriel. Puede que el tipo no fuera a por ella, pero estaba claro que no dudaría en hacerlo en cualquier momento. La acechaba con paciencia y eso le molestaba demasiado.
—Para colmo, ellos nos atacaron a nosotros. Gabriel te puede contar con todo lujo de detalles la emboscada que le tendieron a él y otros una tranquila noche. —Acto seguido, señaló al nocturno— ¿No es así, querido?
—Así fue, señora —respondió raudo—. Siete buenos nocturnos fallecieron aquella triste noche. Fue una perdida terrible.
Su mirada se posó en Eva mientras decía esa última frase, como si quisiera que pesara sobre ella. Desde luego, la inquietó bastante.
—Por esa razón, creer que aquí solo hay un único villano es algo absurdo —continuó Lucila—. Todo es más complejo de lo que aparenta y siempre hay un motivo tras cada acto, por muy horrible que sea.
No supo que responder. Quizás tenía razón. Solo escuchó la versión de Anya y, tal vez, le había ocultado cosas o se había inventado otras. Todo con tal de que ella se lo tragara. Claro que también recordaba la sinceridad y tristeza con la que le contó todo aquello. No sabía que pensar. Estaba hecha un lio.
—Todo eso fue hace mucho tiempo. Ahora, estamos en paz y no ha vuelto a haber más enfrentamientos —concluyó su jefa—. Mejor así. A mí no me importa su ridículo proyecto de adoptar descarriados, siempre y cuando, no me toque las narices.
Descarriados como ella. Estaba claro que Anya parecía querer dar cobijo a nocturnos que no tenían a nadie o que no eran aceptados por la Sociedad. Era algo que llevaba tiempo sospechando, pero las palabras de Lucila se lo corroboraron. De nuevo, se preguntó si no sería el destino que Corso le había preparado en un inicio, aunque cada vez, le costaba creerlo.
—Ya veo —comentó la pelirroja con floja voz—. Aun así, ¿supongo que estarás molesta por haber ido a verlos?
—Oh, tranquila. No estoy enfadada. —Para su sorpresa, Lucila se mostró muy complaciente— Para mí no resulta nada malo que quieras pasar tiempo con ellos, siempre que no suponga ningún impedimento para tus encargos.
Sonaba tan inocente en apariencia, pero había algo en su voz que dejaba entrever que se cocía más de lo que aparentaba. Una malicia bien camuflada que demostraba que Lucila poseía una personalidad más compleja de lo que imaginaba. Podía ser muy seductora y encantadora, pero ciertas señales le indicaban que siempre había más. Eso hacía que nunca llegara a fiarse del todo de ella.
—Cla...claro —contestó Eva un poco indecisa—. Siempre estaré pendiente de lo que me ordenéis.
Volvió la mirada a Gabriel, quien se limitaba a observarla. Sabía perfectamente que el nocturno le estaba dejando claro con su silencio que a él sí que le importaba lo que anduviera haciendo. Que aquel tío la tenía harta era evidente, pero, de momento, prefería que no lo supiera.
—Además, que seas parte de los Vampiros Libres nos puede venir muy bien —dijo de forma repentina Lucila.
Eva se volvió hacia ella nada más escucharla. De nuevo, se topó con esa sibilina sonrisa que no le gustaba nada en absoluto.
—¿Cómo? —Se notaba que aquello no se lo esperaba.
Lucila acentuó su malévola sonrisa al escucharla. Estaba claro que estaba maquinando algo que sabía que no le iba a gustar y que no podría evitar.
—Sí, podrías contarnos todo lo que hacen Anya y los suyos —se explicó con bastante normalidad la nocturna—. De esa manera, sabríamos lo que están haciendo a cada momento, qué planes tienen para su futuro, que lugares frecuentan...
Eva se quedó sin habla tras oír eso. No podía creer que Lucila pretendiera algo así.
—¿Quieres que sea vuestra espía? —preguntó desolada.
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Buf, me ha costado la vida terminar esta parte. Es que cuando se ponen a hablar no hay quien los pare. Como para atreverse, jejeje.
En fin, ya hemos tenido el regreso de Lucila, uno de los personajes mas interesantes de esta novela y que desde luego, no decepciona cada vez que entra en escena. Ya vemos que siempre tiene planeado cosas muy interesantes para Eva, todo ello, con su atento Gabriel al lado para que se cumplan. Veremos como se resuelve esta nueva situación para nuestra vampira pelirroja preferida.
La siguiente parte la publicaré pronto. Espero que al menos, no me lleve tanto tiempo. Un saludo a todos. Y gracias a los que respondisteis a mi cuestión sobre si montan o no una pagina de Facebook. Voy a hacerla. A ver que tal funciona. a avisaré muy pronto. Un saludo a todos y espero que disfrutéis del capitulo.
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