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Capitulo 14- Desaparecida (Parte 2)


Nada más cruzar el umbral de la discoteca, sintió como si su cuerpo se paralizase a conciencia. Un súbito miedo la invadió, como si reaccionara de manera preventiva ante un peligro que aún no había aparecido.

Miró el interior del local, con todas esas luces estridentes, esa poderosa música machacando el ambiente y esa gente bailando en medio de la pista de baile. Miró todo aquello y no pudo evitar que el pánico la tomase por sorpresa. Aquel lugar le recordaba demasiado a esa funesta noche donde su vida cambió para siempre. Pensó en marcharse, pero al recordar por qué estaba allí, supo que no podía hacerlo. Haciendo de tripas corazón, decidió continuar. Por muchos malos recuerdos que le trajera este sitio, tenía que hacer un trabajo y no dudaría en cumplirlo.

Se abrió paso entre aquella vorágine de cuerpos que no paraban de moverse de un lado a otro. No podía evitar a su mente brotaran las imágenes de aquella noche. Trataba de olvidarlo lo mejor que podía, pero siempre regresaba. Encima, hallarse en un ambiente similar intensificaba esa situación. Un súbito empujón la puso en guardia. Solo era una chica que bailaba agitada por la intensa música. Al notar la presencia de Eva, se quedó cohibida. La nocturna le lanzó una molesta mirada. Sin embargo, prefirió pasar de ella.

Continuó su avance hasta llegar a la barra. Supuso que era el mejor sitio donde iniciar su búsqueda y, además, la mantendría alejada del barullo que tenía detrás. Se volvió un momento para ver la turbulenta atmosfera de fiesta que había allí. El agobio la ponía nerviosa. Le sorprendía sentirse así. Cuando fue al Santuario Carmesí para conocer a Lucila, también se encontraba igual, pero logró calmarse. Ahora, en cambio, se hallaba muy insegura. Quizás, antes tenía más propósito para vivir.

Un poco desganada, Eva se volvió hacia la barra y con su mirada, no tardó en encontrar lo que buscaba. Una chica en la veintena de corta melena rubia clara y brillantes ojos marrones se movía atendiendo a toda persona que la llamaba. Debía ser la camarera.

Eva trató de llamarla, pero le resultaba imposible. A cada momento, la atención de la muchacha estaba en otra persona que le pedía una copa. El tiempo pasaba y, cada vez más, la nocturna se estaba poniendo alterada. Tampoco ella le ponía demasiado empeño. Solo agitaba la cabeza y trataba de dejar salir un mero esbozo de grito que apenas resultaba audible sobre la machacante música. Con esas intenciones, era evidente que poco caso le harían.

Cerró los ojos. Era evidente que le faltaba mucha confianza en sí misma. De hecho, en ese momento, pensó que igual no había sido una buena idea meterse en aquel asunto. Sin embargo, sabía que no era momento de echarse atrás. No podía hacerlo. Cerró sus ojos y trató de abstraerse de todo lo que le rodeaba, buscando solo tranquilidad. Cuando los abrió, supo que estaba lista.

Levantó el brazo para hacerse de notar y gritó más fuerte que antes. La gente que tenía a cada lado la miraron sorprendida al elevar tanto la voz. Ella los ignoró y siguió llamando a la camarera hasta que se dio cuenta de su presencia y se dirigió a su encuentro.

—Sí, ¿qué quieres que te ponga? —le preguntó mientras dibujaba una alegre sonrisa en su rostro.

Eva quedó algo desconcertada por la espontanea expresión de la chica. Para hallarse en un lugar tan ajetreado, se la notaba muy serena. Si ella trabajara en una discoteca, siempre estaría estresada. Notando los luminosos ojos marrones mirándola con interés, decidió responder.

—No, no es una copa lo que quiero —contestó con rapidez—. Estoy buscando a esta chica.

Sacó su móvil y le mostró la foto de Sandra. La camarera la observó con detenimiento. Notó que en la nariz llevaba una bolita de metal sobre el nasal derecho, cosa que le daba un toque algo macarra a su tan armonioso rostro. No entendía por qué se fijaba en un detalle como ese, aunque no era algo que viera todos los días. No, al menos, en los ambientes en los que se movió en el pasado.

—La vieron por aquí hace una semana —le explicó por darle más detalles—. Se ve que frecuentaba bastante este sitio.

La camarera se quedó mirando pensativa la imagen. Eva se preguntaba si recordaría a alguien así. Teniendo que atender a muchísima gente cada noche a lo largo de la semana, le costaba creer que pudiera, pero teniendo en cuenta que siempre estaba allí, era la mejor opción.

—No, no me suena —contestó al final—. Llevo aquí menos de un mes trabajando y aún no me he quedado con la cara de los clientes habituales. Lo siento.

Sabía que no iba a tener la respuesta de manera tan fácil. Suspiró derrotada, sabiendo que aquello le iba costar más de lo que imaginaba. También resultaba evidente que había sido demasiado ingenua al creer que lo conseguiría.

—Vale, no importa —comentó alicaída—. Seguiré

—Si quieres, mi compañera Lorena lleva más tiempo aquí y te puede ayudar —le dijo de forma repentina—. Tiene muy buena memoria y seguro que sabe quién es esa chica

Enseguida, el interés de Eva retornó. Su vista, que se había perdido en la inmensidad de aquel abarrotado local, regresó enseguida hacia el rostro de la camarera. Una espontánea en sus labios se había dibujado como presagio de buena fortuna.

—¿Dónde la puedo encontrar? —preguntó más animada.

La chica alzó su brazo ha y extendió el dedo índice, señalando hacia la izquierda.

—Al fondo, hay una barra donde sirve copas —le informó—. A estas horas debe estar allí.

Más contenta, asintió a la camarera como respuesta positiva. Ella le sonrió de manera cálida y, luego, se puso a servir a otras personas, quienes no cesaban de llamarla. Eva, mas satisfecha por el pequeño golpe de suerte, puso rumbo hacia la otra barra.

De nuevo, se tuvo que abrir camino entre toda la gente que bailaba entre la pista de baile, pero esta vez, no se mostraba tan insegura al pasar entre ellos. Iba firme y segura, como si ya no tuviera tanto miedo. Parecía estar ganando algo más de confianza. No demasiada, pero si la suficiente para no temer tanto a lo que le rodeaba.

Llegó por fin a la barra y vio a Lorena, la otra camarera. Su pelo era largo y negro, excepto por las puntas de color rubio claro brillante. Envolvía su ovalado rostro, dando la sensación de que flotaba por aquel oscuro ambiente. Sus ojos emitían un intenso resplandor en sus ojos color miel. Parecía como un ente mágico recién bajado de la bóveda celestial, moviéndose con delicadeza y agilidad mientras servía cada bebida. Cuando llegó a su altura, la recibió con una sonrisa que desprendía tanto calidez como sinceridad.

—¿Qué quieres que te ponga, encanto?

La hizo estremecer con su cercanía. Si ya la primera camarera le resultaba agradable, Lorena irradiaba una simpatía que resultaba hasta intimidante. Suponía que debía ser así para ganarse la confianza de los clientes, aunque no dejaba de pensar si no sería ese parte de su carácter. Cuando notó como le sonreía, mostrando su dentadura blanca, a la espera de que respondiese, supo que tenía que decir algo.

—No, verás... —dijo con torpeza—. Estoy aquí para buscar a esta chica.

Le enseñó la foto de Sandra en el móvil. Lorena abrió un poco los ojos nada más mirarla. Eso fue señal clara de que parecía conocerla, cosa que animó a Eva.

—¿Es amiga tuya? —preguntó la camarera.

Esa cuestión la dejó un poco indispuesta. Estaba claro que no, pero era evidente que tenía que mentir si no quería que la mujer sospechara, así que tuvo que inventarse algo y rápido, además.

—Sí, es que no la encuentro por ningún lado —se explicó tratando de sonar un poco frustrada—. No soy de aquí y me dijo de quedar por esta zona, aunque no dijo por dónde, así que estoy preguntando por varias locales.

La mentira pareció surtir efecto, pues Lorena le siguió sonriendo de forma encantadora al tiempo que volvía a hablar.

—Pues con la de discotecas y pubs que hay por aquí, te vas a hartar buscando —comentó—. Si te sirve de algo, suele venir por aquí bastante. La he visto muchas noches y le he llegado a servir copas. Lo malo es que no la he visto hoy. ¿Acaso no puedes llamarla?

—Lo he intentado, pero no lo coge —continuó mintiendo Eva—. También le he mandado mensajes y por lo que veo, no debe haberlos leído.

—Uf, pues entonces, lo único que te puedo decir es que te quedes esperando por aquí hasta que la veas o te conteste —le aconsejó la camarera—. ¿Quieres que te sirva algo?

La sonrisa que le obsequiaba era muy bonita. Desde luego, era una manera perfecta de engatusar al cliente. Sin embargo, evo no picó. De hecho, tenía interés por hacerle más preguntas.

—Oye, una cosa. —Al decirle esto, la camarera se inclinó un poco sobre la barra para escucharla mejor —. ¿Sabes cuánto tiempo lleva viniendo por aquí y con quién?

Lorena abrió los ojos ante la sorpresa que le suponía una cuestión como esa. Llegó a notar algo de confusión en su cara. Quizás, se la estaba jugando demasiado con semejante interrogante, pero, para su suerte, le respondió.

—Sí, lleva viniendo por aquí desde hace unos meses, aunque también es verdad que no la he vuelto a ver desde una semana, por lo menos.

Notó como se quedaba un poco pensativa, como si tratara de recordar algún detalle más de Sandra. Desde luego, había dado con alguien que le podía proporcionar valiosa información.

—Recuerdo que al inicio solía venir sola por aquí —rememoró—, pero luego si recuerdo haberlo visto con otra persona.

—¿Con quién? —se apresuró a interpelar la nocturna.

La camarera enseguida notó su ansiedad. Era bastante obvio que las ganas por querer saber más la estaba llevando a ser demasiado impulsiva. Se dijo que debía calmarse y no perder el control. No podía permitirlo.

—Era un chico, quizás rondaría tu edad o la de ella. Tal vez fuera un poco más mayor. —Hablaba con completa tranquilidad mientras llevaba su dedo índice de la mano izquierda al labio superior, golpeteándolo repetidas veces—. Yo lo consideraría bastante normalucho en aspecto, con el pelo oscuro y en punta, vistiendo siempre ropa de pana. También recuerdo que llevaba gafas de pasta.

Ese nuevo detalle le vino bien. Debía encontrar a ese misterioso chico, claro que no tenía ni idea de por dónde comenzar.

—¿Lo conoces? —preguntó enseguida.

La expresión en el rostro de Lorena tan tenso de repente denotaba su sorpresa ante la inesperada cuestión.

—Mujer, no sé su nombre, aunque lo he visto varias por aquí —le informó—. Es bastante...peculiar. No solía hablar con nadie, pero en cuanto vio a tu amiga, se mostró muy interesado por ella. Los vi muchas noches juntos y he llegado a pensar que a lo mejor era su novio. Eso es todo, claro. No es que sepa mucho más de él.

Se sintió frustrada. Pese a haber logrado información concerniente a lo que Sandra hacía en esa discoteca, Eva sintió que seguía en un callejón sin salida. Su única pista era ese misterioso muchacho que la vampira libre había conocido y no tenía ni idea de donde se podría encontrar. Pensó en preguntarle a Lorena, por si lo había visto, aunque de haberlo hecho, ya se lo habría dicho.

—Gracias. Eso era todo lo que necesitaba —dijo como despedida.

La camarera le guiñó uno de sus ojos en un simpático gesto y se fue a atender a otros clientes que ya la reclamaban. Eva se dio la vuelta y respiró intranquila. Aquello no había terminado, por más que deseara que así fuera. Miró a toda aquella multitud de gente bailando y no pudo evitar que su mente pensara en la noche en la que todo cambió para ella.

Comenzó a caminar y se adentró en aquel gentío al tiempo que recordaba todo lo que le pasó en la noche de su transformación. El ambiente era el mismo. Personas bailando muy juntas, oscuridad levemente iluminada por las luminosas ráfagas de los focos, la potente música retumbando en cada rincón del lugar. Era como si se sintiera teletransportada a ese momento. Debía centrarse en buscar a ese chico. No tenía tiempo para ilusiones de otros tiempos, pero no podía evitar evocarlos.

Alzó la cabeza hacia arriba, como si el mundo entero fuera a precipitar sobre ella. Todo daba vueltas a su alrededor. La música, la luz, la oscuridad, la gente. Cuando su testa bajó, fue cuando pudo verla allí, oculta entre la turba de enardecidos bailarines. La miraba con esos orbes marrones claros centelleando con vida propia, clavándolos en su ser. Ella, quien la transformó en la nocturna que era ahora sonriéndola con esos afilados colmillos que usó como instrumentos para tal fin. Estaba allí, pese a que sabía que no era así. Fue, entonces, cuando sintió una sacudida en la espalda que la sacó de su ensoñación.

Al volverse de forma violenta, se quedó petrificada. Allí delante, tenía al chico que nadaba buscando.

—Hola, chupasangre —saludó con cierto encanto fingido—. Encantado de conocerte por fin.

Lo miró de arriba abajo. Desde luego, se parecía bastante a la descripción que le dio Lorena. Pelo marrón oscuro en punta, gafas de pasta cuyas lentes aumentaban el iris avellana de sus ojos, chaqueta y pantalón de pana. No había duda de que era él.

—¿Qué has dicho? —inquirió ante lo que acababa de escuchar.

El chico se quedó paralizado ante la reacción de Eva. A la nocturna no le gustó demasiado la forma en la que se le había referido, no porque le pareciera insultante, sino por una razón bastante obvia: sabía su auténtica identidad.

En medio de aquel incansable barullo de personas, sin cesar de bailar y bañados por las tenues ráfagas de las luces que atravesaban la asentada oscuridad, Eva se aproximó al recién aparecido y lo agarró con furia del cuello. Cualquiera ajeno pensaría que se disponían a danzar al son de la rítmica melodía que tan fuerte sonaba, pero, en realidad, la escena era la antesala de un posible incidente repleto de violencia.

Sus ojos verdes se clavaron en los del chico. Como sabía que era una nocturna era algo que la ponía muy nerviosa. Si un humano podía identificarla con facilidad, eso significaba que no estaba siendo tan cuidadosa como creía. Estaba poniendo en riesgo no solo su existencia, sino de toda la especie entera. No se podía arriesgar y debía poner arreglo a aquel entuerto en cuanto fuera posible.

—Tra...tranquila —dijo con suavidad el chico—. No pretendo hacerte nada malo.

Apretó un poco más su cuello, no con intención de hacerle daño, pero si tratando de ser intimidante. Notó las contracciones de su garganta y el fuerte retumbar de su respiración. Incluso, percibía de manera evidente los latidos acelerados de su corazón. Estaba atemorizado, cosa que le pareció perfecta, pues significaba que lo tenía bajo su control.

—¿Cómo sabes lo que soy? —fue la siguiente cuestión que lanzó mientras lo atravesaba con su afilada mirada.

El chico dejó salir algo de aire. Pese a tener miedo, notaba cierta determinación en sus ojos. Las lentes de las gafas le otorgaban cierto volumen a sus avellanas irises, resaltando esa cualidad con cierta grandilocuencia.

—Es obvio —contestó el chaval con cierta gracia que Eva no le encontraba—. Piel pálida, ojos brillantes, una actitud vigilante e insegura, una presencia tan atrayente como temible... Todos los de tu calaña sois iguales.

Relajó su mano hasta soltar el cuello del chico. Quizás no era la acción más apropiada, pero había algo en su forma de hablar que le llamaba la atención. No se fiaba de él, pero sabía más de lo que aparentaba.

—La estás buscando, ¿verdad? —habló de repente.

Cuando soltó eso, a Eva se le erizó el vello.

—¿A qué te refieres?

—A Sandra, por eso has venido aquí.

Estaba claro que era él. Sin dudarlo, se aproximó hasta quedar muy cerca y apretó sus dientes, los cuales dejó entrever un poco. El muchacho volvió a mostrarse asustado, pero no retrocedió ni un solo centímetro.

—Como se nota que eres una vampira —comentó divertido.

—¿Dónde está? —demandó la pelirroja muy beligerante.

—Je, veo que vienes muy agresiva...

Lo agarró con fuerza del brazo ahora y apretó con ganas. La expresión del rostro en el chico se endureció y hasta acabó cerrando los ojos. Eva desconocía cuanto tardaría en romperle el hueso, pues desconocía aún el alcance de su poder, pero esperaba que el tipo se rindiera antes de que eso llegara a ocurrir.

—Vale, vale, te lo diré —habló desesperado—, pero no aquí. Corremos peligro.

Eva torció el gesto. Notó los empujones de la gente y, al sentirse rodeada, pensó que, a lo mejor, llevaba razón. No percibía más que humanos a su alrededor. No había ni rastro de presencia de nocturnos. O se ocultaban muy bien o, simplemente, no habían. Eso le hacía pensar que ese chico, quizás, supiera más de lo que aparentaba. Que hubiese reconocido su auténtica naturaleza ya le indicaba algo.

—¿Y dónde podemos hablar? —preguntó de manera acuciante.

—En mi piso, no está muy lejos de aquí —informó el chico.

Si bien no se fiaba de él ni un pelo, por ahora, era la única pista que tenía de Sandra y eso era mejor que nada.

—Muy bien, vayamos para allá —dijo ella con más calma—. Y en cuanto lleguemos, más vale que empieces a hablar. De lo contrario, te arrepentirás de haberme conocido.

La velada amenaza que le lanzó pareció calar aún más el temperamento del chico. Pese a su evidente miedo, parecía muy obstinado en querer lidiar con una criatura en apariencia tan peligrosa como Eva. Al menos, así era como se estaba empezado a sentir ella.

El chico le hizo un gesto y vio cómo se adentraba entre la multitud. Eva lo siguió y no tardaron en salir de la discoteca.

Ya en el exterior, se sintió más aliviada. Notar el frescor del aire y la sensación de amplio espacio fue algo liberador. La opresión tan acuciante que reverberaba en su interior al evocar los hechos de su triste pasado la estaba volviendo. Sobre todo, al creer ver a quien la transformó. Esa mujer de pelo negro tan largo que cambió su vida para siempre. Cada vez era más consciente de quien se trataba, aunque seguía sin saber su auténtica identidad y, sobre todo, por qué la transformó. Cuál era su intención tras un acto tan caprichoso como injusto.

—Me llamo Sebastián, aunque, si te apetece, me puedes llamar Sebas —le dijo de repente el chico.

Lo miró con la mano extendida para que se la estrechara en claro gesto de saludo entre quienes acababan de conocerse, pero prefirió pasar. Lo único que quería era saber dónde estaba Sandra y no tenía ganas de perder el tiempo con idioteces como esa. Notando su aprensión, el tal Sebas se retrajo un poco e inició la marcha. Un tanto reticente, Eva fue tras él.

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Como veis, la cosa sigue su avance y parece que Eva podría dar con el paradero de la chica después de todo. ¿Qué pensáis del nuevo personaje? ¿Os gusta o creéis que no es de fiar? Bueno, muy pronto averiguaremos que oculta el tal Sebastián y si puede ser o no un potencial aliado para nuestra vampira pelirroja.

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