Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo 13- Vampiros libres (Parte 2)

Aunque no muy convencido, Corso asintió. Estaba claro que era mejor seguirles la corriente que arriesgarse a que terminaran aniquilados por aquella ralea de vampiros irredentos. Notando que la cosa no iba a más, Ricardo apartó el cuchillo de su cuello y se volvió para seguir andando.

Si bien dejaron a Corso a su libre albedrío, Eva continuó encañonada por su particular escolta. Notaba la pistola bien clavada en su espalda. La mujer que le apuntaba con ella parecía más que dispuesta a coserla a tiros. No se podría sentir más hastiada por ello. Caía de una desgracia a otra con una continuidad tan estresante que ya parecía que su vida era más bien un ridículo relato que no paraba de burlarse de ella. Su amigo la miró un par de veces, pero no dijo ni hizo nada. Le frustraba tanto verlo tan pasivo, como si no le importase lo que le pudiera ocurrir.

Avanzaron por aquella calle bajo la atenta mirada de los Vampiros libres. Eva se fijó en ellos también y notó lo desgastadas que tenían sus ropas. Vaqueros raídos, camisetas descoloridas, chaquetas a las que les faltaban botones, sudaderas con capuchas hechas jirones... Daba la sensación de que estos nocturnos vivían en condiciones deplorables, aunque ya desconocía si por decisión propia. Desde luego, a ella, que venía de un lugar pudiente donde siempre vestía prendas de marca, le resultaba muy extraño. Aparte de eso, se percató de que la mayoría eran jóvenes. Había bastantes de edad similar a la suya e incluso, vio algún que otro adolescente. Eso parecía muy raro.

Torcieron a la derecha y recorrieron otra calle más atestada de nocturnos, idénticos a los que vio antes. Le sorprendía que pudiera haber un vecindario entero habitado por seres de su misma especie. Se preguntaba si habría humanos en este lugar y si serían conscientes de la auténtica naturaleza de sus vecinos. ¿Lo sabrían o lo ignorarían con tal de seguir tranquilos? Era posible que los Vampiros libres ocultasen su auténtica identidad y de ser así, lo tendrían que hacer muy bien. Anduvieron un poco más hasta que se detuvieron por obra de Ricardo.

El nocturno se detuvo frente a una puerta con una verja corrediza. La apartó y abrió la entrada para que todos accediesen. Ya dentro, Eva y Corso descubrieron que se trataba de una vieja tienda. Tras dejar atrás el puesto, atravesaron las estanterías, donde en otro tiempo, habría comida y otros artículos para comprar, pero ahora, todo estaba vacío. Siguieron adelante hasta llegar a unas escaleras que descendían y las tomaron.

—Veo que tenéis una nueva entrada —señaló Corso, aunque Ricardo lo ignoró por completo.

El contrabandista miró a Eva y le sonrió divertido. Parecía encantarle la pasividad del vampiro libre, pero a ella nada de aquello le entusiasmaba, sobre todo por el destino que le aguardaba. Mientras caminaba, notaba como no cesaban de empujarle. La nocturna que tenía detrás seguía presionando el arma contra su espalda y le empujaba para que siguiese caminando. No podría sentirse más desdichada.

Descendidas las escaleras, se adentraron por un estrecho pasillo apenas iluminado. El toque siniestro que daba aquella opacidad le sorprendía bastante. No esperaba que a los Vampiros libres les importasen tan poco tener sus hogares más luminosos. Con todo, se dijo que tampoco les harían falta. Podían ver en la oscuridad como el resto de los nocturnos y como ella.

Llegaron al final del pasillo y Ricardo tocó a una puerta que tenían delante. Entonces, se abrió.

—Oh, Julio, me alegro tanto de verte —habló muy contento el nocturno tatuado.

El tal Julio era un tipo enorme, bastante fornido y robusto. No llevaba puesta camiseta alguna, dejando al descubierto su bien formado torso, con los pectorales y el vientre bien definidos. Sus brazos eran largos y bien torneados, destacando la forma de sus bíceps y cuádriceps. Tenía una larga melena negra que llevaba suelta y unos perlados ojos marrones muy deslumbrantes. Seguía sin atraerle los hombres, pero no podía negar que había quienes eran muy atractivos.

—Yo también me alegro —habló con una voz que sonaba más suave de lo que aparentaba para el aspecto tan formidable que tenía.

Ambos nocturnos se aproximaron hasta quedar uno frente al otro y, tras mirarse con cierto anhelo, se besaron.

Eva quedó un poco sorprendida, ya que la pareja no parecía pegar para nada. Uno tan alto y musculoso, el otro tan pequeño y delgado. Se veían como una mezcla bastante rara. Eso sí, se les notaba muy apasionados. Se besaban de manera muy acalorada y se abrazaron para sentir mejor sus cuerpos. Corso, que estaba a su lado, no miraba con demasiado agrado.

Notar a su amigo de esa manera le sorprendió. No entendía porque estaba tan apesadumbrado, aunque se preguntaba si no sería por ver a dos hombres besándose. Habiendo nacido en un tiempo anterior, lo veía lógico, pese a que seguía sin entenderlo. Cuando ella le confesó que era lesbiana, no se puso tan raro. Ricardo los miró de refilón.

—¿Celos, Corso? —preguntó sonriente, dejando al descubierto sus largos colmillos.

Eva enseguida se volvió a su amigo sin poder creer lo que acababa de oír. No hacía falta demasiada intuición para percatarse de por qué el nocturno estaba tan mosqueado. Aún quería creer que era por otra razón, pero estaba claro que a su amigo no le agradaba verlos besándose porque, lo más seguro, no le gustaba ver a Ricardo con otro hombre.

—Descuida, Richi —contestó seco—. Es más, me alegro de que hayas encontrado a alguien.

—Después de que me abandonases, era lo menos que podía hacer —replicó el vampiro libre.

Sentía un evidente enojo reverberando en el interior de su amigo. Se quedó impresionada al ver que a Corso no solo le atraían las mujeres, sino también los hombres, aunque lo que le causaba más impacto era el hecho de que se mostrase tan aprensivo con alguien con quien tuvo una relación. Nunca lo imaginó encaprichado de alguien, sino más bien como una persona libre que tenía relaciones con quien le gustase. Con todo, estaba claro que al igual que todos, también tenía sus anhelos y deseos ocultos.

—¿Qué coño hace este aquí? —inquirió Julio con bastante disgusto al verlos.

La voz tan suave que tenía se tornó un poco más grave, dando a entender que empezaba a enfadarse.

—Solo quiere ver a Anya —contestó Ricardo mientras se apartaba de su lado—. No le hagas caso.

—Pues no sé, me parece que no lo voy a perder de vista —comentó dubitativo su novio.

De repente, Julio cogió una enorme hacha que había dejado apoyada en la pared. Cuando la vieron, tanto Corso como Eva sintieron un súbito miedo extenderse por sus cuerpos. Estaba claro que las cosas se ponían bastante feas. El hacha se la colgó del hombro derecho, en una clara pose amenazante. Al ver a Ricardo meterse por la puerta, la pareja lo siguió. Pasaron por el lado del enorme nocturno, quien no les quitaba el ojo de encima.

—¿Y tú quién eres? ¿Su nueva novia? —preguntó jocoso a Eva.

Estaba harta. Que la tomaran por el último ligue de Corso le resultaba insoportable. Se volvió hacia Julio, lista para encararlo, pero su amigo le dio un fuerte tirón del hombro. Viendo que le señalaba que le siguiera, prefirió ignorar al gigante. No le gustaba hacerlo, pero si se enfrentaba a ese gran tipo, lo más probable era que acabara partida en dos. Además, tenía a otra nocturna encañonándola por detrás así que la desventaja era clara.

Entraron por la puerta y se encontraron en una amplia estancia. Allí había varios nocturnos, todos vestidos con ropas desgastadas. Además, muchos tenían tatuajes en sus pálidas pieles y sus rostros iban adornados con toda variedad de piercings y pendientes. Se preguntaba si estas serían una seña de identidad entre los Vampiros libres, una manera de tener una imagen propia dentro del grupo, como si fueran una tribu. Lo que si suponía era que Claudia, la punki protegida de Lucila, no desentonaría demasiado entre ellos. La mayoría estaban sentados en unos sofás viendo la televisión mientras que un par se encontraban en una improvisada cocina hablando en voz baja.

Pasaron de largo por la habitación, no sin dejar de ser observados por los nocturnos que allí se encontraban. Eva prefirió ignorarlos, pero sabía que sus miradas estarían llenas de resentimiento y odio. Eso la incomodaba tanto. Pensaba en como la mirarían sus padres y conocidos si hubieran sabido cuál era su verdadera orientación sexual y no distaba demasiado de esta situación, aunque le dolería más.

Salieron por otra puerta hacia un estrecho pasillo donde había varias puertas a cada lado. Eran dormitorios donde seguramente dormirían los Vampiros libres o, al menos, algunos de ellos.

—Me sorprende que durmamos en camas y no en ataúdes —comentó divertida a Corso.

El contrabandista se volvió a ella un momento y le sonrió.

—Bueno, prefiero un mullido colchón a una incómoda caja de madera, ¿no crees?

Ella también rio ante sus palabras. Poder tener ese pequeño momento de broma la relajó un poco. No debería hacerlo, pero dado el tenso momento en el que se hallaban, tenía que calmarse. Sobre todo, para estar atenta por si había peligro.

Llegaron al final del pasillo y Ricardo se volvió a la izquierda para tocar en una puerta con sus nudillos. Se escuchó una voz femenina desde el interior preguntando quien era y Ricardo contestó. Tras un breve momento de silencio, la voz volvió a hablar, diciendo que entrasen. Eva y Corso se miraban tensos. ¿Aquí estaba la susodicha Anya con la que su amigo deseaba tanto hablar? Como fuere, su tatuado guía les abrió para que entraran. La nocturna que la había encañonado hasta allí se quedó fuera por petición de Ricardo.

Ya en la habitación, encontraron Anya de espaldas a ellos, mirando por una ventana. Las manos las tenía cruzadas por detrás, justo sobre las caderas y unidas entre ellas. Eva pudo fijarse en la palidez de su piel contrastando con la melena castaña oscura que le caía como una cascada de agua congelada. Se la veía tranquila por la pose que tenía. En un inicio, tan solo se limitó a observar lo que había fuera, como si ignorase de forma deliberada a los recién llegados. Eso inquietó un poco a la pelirroja, pues no le gustaba lo contenido que estaba siendo este momento. La sensación de que todo pudiera acabar estallando era inevitable. De repente, vio cómo se giraba un poco y eso la puso más tensa.

Tan solo los miró de refilón. Apenas volvió unos centímetros la cabeza y pudo notar como los captaba por el rabillo del ojo. Fue algo tan rápido que le resultó casi imperceptible verla moverse. Era raro que actuase así. No entendía a que venía esa indiferencia ante ellos dos, como si no parecieran nada para la líder de los Vampiros Libres. Ricardo permanecía en una esquina, completamente ajeno a lo que pasaba. Corso, por su parte, se mostraba algo impaciente. Mantenía la calma, aunque lo notaba en guardia, como si se preparara para lo peor. Concluyó que lo de antes, no había sido nada en comparación con lo que les esperaba.

Sin previo aviso, la nocturna se volvió. Eva sintió todo su cuerpo revolverse al fijarse mejor en ella. Era alta, mucho más que Lucila y eso que su jefa le sacaba una cabeza. La piel era muy pálida, casi parecía recubierta de fino hielo o suave nieve. Tenía unos ojos azules muy claros que los miraban con una mezcla de curiosidad e ira. Sabía que la persona que tenía delante era fuerte y aguerrida, de las que no se dejaban intimidar por nada y que lucharía hasta el final. Lo notaba de manera muy evidente y eso se enfatizó cuando comenzó a hablar.

—Así que los rumores eran ciertos, has regresado a la ciudad, Corso —habló dirigiéndose en exclusiva a su amigo.

El contrabandista sonrió confiado.

—Yo también me alegro de verte, Anya.

Su peculiar encanto no pareció sorprender a la líder de los Vampiros Libres, quien se mantenía estoica ante ellos. El gesto de su rostro denotaba una seriedad demasiado preocupante que atemorizó mucho más a la pareja.

—Sigues creyéndote muy chistoso, cuando, en realidad, nunca lo has sido —indicó la vampira con un deje que indicaba una contenida furia en su interior.

La confiada sonrisa se borró del rostro de Corso nada más escucharla. De repente, Anya comenzó a caminar con paso firme y casi de marcha militar, haciendo un estridente sonido con cada pisotón dado sobre el enlosado suelo. Se aproximó hasta quedar muy cerca del contrabandista, quien retrocedió un poco, intimidado ante la poderosa presencia de la mujer. En verdad, se la veía temible.

—Vamos, alguna que otra vez te he divertido —comentó el nocturno con falsa seguridad.

Una sonrisilla se enmarcó en los gruesos labios de Anya.

—Sí, follando me hacías partir literalmente el culo.

Aquella respuesta dejó a Eva para los restos. No era solo por lo estrafalaria que se estaba volviendo la conversación entre esos dos, sino por la clase de vida que desconocía de Corso. Por lo que contemplaba, era evidente que su amigo llevaba una frenética vida sexual con un montón de nocturnos. No le sorprendía, pero resultaba peculiar.

—Y seguro que lo echas de menos —afirmó el contrabandista con pleno convencimiento.

Por su expresión animada, parecía que Anya se estaba divirtiendo con las ocurrencias de Corso, pero en un solo segundo, su rostro se endureció y, antes siquiera de lograr percibirlo, le incrustó los nudillos en la sien derecha. El nocturno cayó de lado contra el suelo emitiendo un estrepitoso quejido al impactar.

—¡Corso! —gritó la pelirroja al instante.

Avanzó un par de pasos para socorrer a su amigo, pero en cuanto notó los azulados ojos de Anya sobre ella, se paró en seco. Esa mirada, tan cargada de ira como de determinación, la llenó de un temor inmenso. Apenas podía hacer algo de lo paralizada que había quedado.

El contrabandista, mientras tanto, se retorcía de dolor. Se llevó la mano a la sien derecha y en sus dedos, se podía ver como escurría la sangre. Le había abierto una buena brecha de lo fuerte que le había dado. Se notaba que Anya era más poderosa de lo que aparentaba y eso la hacía muy amenazante.

—Joder, menuda hostia —musitó maltrecho.

—Muchas otras deberías llevarte —habló embravecida la jefa de los Vampiros Libres—. Es más, te tendrías que tragar mi bota entera hasta reventarte el esófago.

—Sí, ya veo que os alegráis todos con mi regreso —comentó Corso al tiempo que se ponía de pie.

Eva se acercó a su amigo para comprobar si estaría herido de gravedad. Vio que solo se había hecho un simple corte, pero notaba que se encontraba muy dolorido, sobre todo al acariciarse bastante la sien. Le puso la mano en el hombro izquierdo y, al sentirla, el nocturno se mostró calmado, tratando de decirle que todo iba bien, aunque no se lo parecía para nada.

—Tienes valor de volver tras abandonarnos —afirmó resentida Anya—. Sabes que poner un pie en nuestro territorio significa la muerte.

Se inquietó bastante al escuchar lo que acababa de decir. Miró llena de preocupación a Corso, pensando en que igual venir a este sitio no había sido una buena idea. Sin embargo, con todo lo mal que les pudiera ir, el contrabandista seguía tranquilo.

—Confiaba en que no me la tendríais tan guardada —respondió con algo de gracia, pese a que el resto de los allí presentes no se la veían.

Ricardo, detrás de ellos, apretó los dientes furioso.

—Anya, solo dímelo y le coso la cara a puñaladas.

Eva se volvió nada más escucharlo. Miró al vampiro libre de los tatuajes con ganas de querer encararse con él. Estaba más que dispuesta a enfrentarlo con tal de defender a su amigo.

—No será necesario —dijo su jefa.

Una cosa de la que se percató al escuchar a la líder de los Vampiros libres era el peculiar acento que dejaba entrever. Anya hablaba muy bien el español, pero, de vez en cuando, su tono de voz cambiaba, denotando su verdadera procedencia. Sin ser una experta, sospechaba que era de Europa del Este o, quizás, de Rusia. El nombre también apuntaba a esos lugares.

—Entiendo que no os gustara ni un pelo que me largase sin más, pero tenía mis motivos —trató de explicarse Corso mientras no apartaba su mirada de la imponente nocturna—. En la capital hay mucho negocio que debo atender. De todos modos, la cosa no iba mal cuando me fui y ahora veo que la comunidad ha crecido incluso más. Me alegro mucho.

Sus optimistas palabras no parecían tener efecto en Anya. Lo miraba de manera calmada en apariencia, pero sabía que, en el fondo, esa mujer tan alta y fuerte debía estar ocultando una ira muy inmensa que aumentaba por momentos. Tenía serias dudas de que lograran salir vivos de aquella habitación.

—Oh, ¿de veras crees que esto ha sido un caminito de rosas para nosotros, los Vampiros Libres? —Por un momento, Eva creyó que la nocturna parecía mostrarse sarcástica, cosa que le pareció un poco rara— ¿En serio piensas que las cosas han sido maravillosas tras tu marcha?

Se acercó hasta quedar a apenas centímetros del contrabandista. Notó como ella bajaba su cabeza hasta colocar el rostro muy próximo al de su amigo. Tenía el ceño fruncido y las cejas arqueadas, lanzando una aciaga mirada que no traía nada bueno con ella. Corso contenía la respiración, consciente de la clase de situación con la que lidiaba ahora.

—No digo que las cosas fueran perfectas, pero tampoco se veían horribles —se mantuvo un momento en silencio, como si no supiera como continuar—. Digo yo, claro.

La líder de los Vampiros Libres se mantuvo en su sitio, callada. Parecía como si las palabras de Corso la hubieran calmado, cosa que alivió a Eva. Pese a todo, tenía la sospecha de que no la había convencido. Así era.

—Damián, Carmen, Sharik, Rosalía, Dimitri, Amira, Paolo... —comenzó a enumerar con mortecina voz—. ¿Te suenan?

Esa cuestión sonaba tan viperina. Estaba claro que la nocturna rusa buscaba remorder la conciencia de Corso. De hecho, lo estaba consiguiendo, pues su amigo agachó un poco la cabeza, como si se avergonzara. Anya lo observó con detenimiento, a la espera de alguna reacción. Al no encontrarla, continuó hablando.

—Todos están muertos —sentenció con una fatalidad que helaba la sangre—. Y, ¿adivinas quien fue la responsable? —De nuevo guardó otro incomodo silencio que no dudó en romper enseguida— Si, tu querida amiga Lucila.

Aquellas palabras se hicieron sonar como un duro golpe en seco para ambos nocturnos. Sin embargo, quien más parecía haber quedado afectada era Eva. A Corso, no pareció pillarlo tan por sorpresa, pero ella se encontraba afligida por lo que acaba de escuchar. No conocía de nada en absoluto a esos nocturnos, aunque escuchar que la responsable de sus muertes era su jefa no le gustaba para nada.

—¿Cómo que los mató ella? —preguntó el contrabandista estupefacto.

—Así es —le aseguró con franqueza Anya—. Una tranquila noche, sus sicarios, liderados por ese lameculos profesional de Gabriel, se presentaron en una de nuestras casas y sacaron de allí a varios. Les metieron una buena paliza, los cosieron a tiros y los quemaron vivos. Para cuando llegamos en su ayuda, solo quedaban sus fugaces cenizas

Eva no pudo evitar que a su mente regresara el recuerdo de aquella noche de incursión en esa barriada para acabar con los traficantes de droga. Como Gabriel y sus secuaces masacraron sin piedad a toda aquella gente era algo que tenía bien grabado en su memoria. Solo de imaginarse haciendo lo mismo a vampiros, le resultaba algo insoportable de contemplar, aunque peor era que ella lo tuviera que hacer.

—No...no me lo puedo creer —Corso se veía incapaz de encajarlo.

—Y no fue la única vez —dijo a continuación Anya.

La líder de los Vampiros Libres se había alejado un poco de ellos mientras les contaba esto. Pudo notar que tenía los ojos un poco húmedos, como si estuviera a punto de llorar. Desde luego, rememorar aquellos terribles eventos no debía ser nada agradable.

—No fue la única vez —repitió dolida—. Lucila mandó a sus matones varias noches más para meter palizas y quemar viviendas. Quería meternos miedo, que huyésemos para así apropiarse de nuestro territorio y usarlo para sus sucios negocios. Fue una época horrorosa.

Sus azulados ojos claros parecían perdidos mientras sondeaba la habitación, sin llegar a mirarlos. Eva podía notar la enorme tristeza que emanaba de ellos. Siendo la encargada de proteger y dirigir a todos aquellos nocturnos era normal que se sintiera tan mal. La responsabilidad que tenía era enorme, así que entendía su pesar y el odio hacia Lucila. Lo que no podía creer era que su jefa hubiera sido capaz de ordenar algo tan monstruoso. Le hacía dudar mucho de su propósito al servirla, pese a que ya lo veía venir.

—Hubo muchas muertes, pero no nos dejamos intimidar por ello. —Sin previo aviso, la voz de Anya comenzó a sonar más fuerte—. Una noche, les tendimos una emboscada y aniquilamos a esos bastardos. Solo Gabriel sobrevivió. Tras eso, Lucila decidió negociar con nosotros una tregua que se ha mantenido durante estos tres años.

—Bueno, al menos, parece que habéis hecho las paces —concluyó aliviado Corso.

—¿En serio crees que tu amiga va a estarse quieta por tanto tiempo? —La líder de los Vampiros Libres regresó a su tono sombrío— Esa pécora lo único que está esperando es el momento idóneo para volver a atacar y exterminarnos de una vez por todas.

Estaba claro que Anya sabía de sobra que aquella guerra no había concluido. Le sorprendía que hubiese bandos de nocturnos enfrentados. La Sociedad se suponía que había sido creada para proteger y unificar a todos los vampiros. Desconocía si en el Código Nocturno habría alguna norma que prohibiese la muerte entre congéneres de su especie, pero creía que debía ser algo raro, teniendo en cuenta que todos deseaban vivir en paz. Con todo, sabía que esto no tenía por qué ser así. Al final, por conseguir lo que una ansiara, no importaba derramar la sangre de quien fuera, incluso, si hacía falta, de tus propios semejantes.

—Pues hablando de Lucila, no te pierdas la sorpresa que nos ha traído Corso —habló de repente Ricardo.

Enseguida, la tensión invadió el cuerpo de Eva otra vez. Supo al instante a que se refería el tatuado vampiro libre y no pudo gustarle menos. De hecho, no tardó enseguida en notar la afilada mirada de Anya sobre ella.

—¿Ah, sí? —murmuró con siniestro interés.

Miró a Corso, esperando ver si intervenía, pero lo notó tan inmóvil como ella. Algo terrible estaba a punto de pasar y ninguno de los dos estaba preparado para afrontarlo.

—Aquí, la novia de Corso, trabaja para ella —dijo sin más el subordinado de Anya.

Nada más escucharlo, la nocturna rusa cambió su serio rostro por una expresión de furia contenida. Notó como la miraba con sus ojos a punto de estallarles de la ira que guardaba en su interior. Le dio un miedo atroz y más atemorizada se puso al verla acercarse. Cuando la tuvo muy próxima, se retrajo al instante.

—Anya, escúchame, no es lo que parece —trató de intervenir Corso, pero fue inútil.

Sin mediar palabra, la líder los Vampiros Libres agarró del cuello a Eva con una fuerza inusitada. Comenzó a apretar y eso hizo que la pelirroja no tardara en faltarle el aire. Recordó cuando Rocío, la secuaz rapada de Gabriel, le hizo exactamente lo mismo, pero en esta ocasión, no parecía ser igual. La otra nocturna lo hizo solo por mera diversión, sin ningún propósito de querer matarla. Sin embargo, Anya se mostraba más que dispuesta a querer cargársela allí mismo.

—Anya, detente, por favor —le pedía Corso desesperado.

El contrabandista intentó acercarse, pero Ricardo se interpuso, deteniéndolo en el acto. Los dos se miraron muy contrariados el uno con el otro.

—No hay nada que puedas hacer —dijo su examante—. Esto es lo que hay.

Anya siguió apretando y Eva comenzó a sentir su cabeza entumecida. Le faltaba aire y, pese a saber que no moriría por la asfixia, temía que la nocturna pudiera fracturarle el cuello. ¿Se recuperaría de algo así? Tal vez, claro que la cosa podía ser peor, ya que le podía arrancar la cabeza. Con el poder que poseía, era una gran posibilidad.

—Déjame pasar, si no quieres que tengamos problemas —habló Corso bastante alterado.

—Estoy dispuesto a ello —contestó Ricardo desafiante.

En un abrir y cerrar de ojos, ambos nocturnos desenfundaron sus armas. Corso apuntó su pistola directo a la cabeza de Ricardo y este colocó el filo de su cuchillo en el cuello del contrabandista. Se miraron muy nerviosos y hostiles, preparados para matarse si la cosa empeoraba.

Mientras tanto, Eva notaba su vista más borrosa. Anya cada vez se volvía una figura más distorsionada como todo a su alrededor. Su cabeza le dolía cada vez más y no paraba de hacer arcadas de lo apretada que tenía la garganta. Encima, notó como se elevaba en el aire. Con un solo brazo, la nocturna rusa la estaba levantando en el aire. Vio que subía hasta casi dar con el techo con la cabeza. La situación no podía ser más peligrosa y creyó que todo acabaría ahí, pero su agresora estaba más que encantada de prolongarlo.

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Pues nada, continuamos con la historia. Me he ausentado en estos meses debido al trabajo que he tenido, pero ya acabado, tengo mas tiempo para continuar con la historia. Como podemos ver, la pobre Eva va de mal en peor. En poco tiempo, subiré la tercera parte, donde veremos como se resuelve todo.

Y antes de irme, una pregunta que os quería yo hacer, ¿Cuál es, de momento, vuestro personaje favorito de la novela? Me encantaría saberlo. Un saludo y gracias por leer.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro