Capitulo 13- Vampiros libres (Parte 1)
Las calles estaban vacías. Mirara donde mirase, no hallaba ni rastro de alguna persona o de su actividad. Esa sensación de soledad atemorizaba a Eva. No tenía ni idea de si adonde la dirigía Corso era tan buena idea. No se fiaba de esos "amigos" que tenía tantas ganas de presentarle. Seguía teniendo confianza en él, pero en esto, tenía enormes reticencias. De todos modos, la noche no estaba siendo muy prometedora.
Antes de ir a acompañarlo en esta peculiar visita, Corso fue a ver a Lucila para contarle sus nuevos planes que la involucraban a ella también. Por como regresó, supo que no había sido una reunión demasiado cordial. Estaba claro que no se llevaban bien y, por la forma en la que refunfuñaba, comenzaba a tener la sensación de que el encuentro entre ambos nocturnos fue bastante agitado. En su mente, sospechaba que los dos se habrían liado en alguna ocasión y lo más probable era que las cosas no acabaron de manera correcta. Para colmo, dijo que su jefa no se mostró muy alegre al contarle que quería que Eva lo acompañase en su nueva cita. Ni quería imaginar de qué forma se lo tomaría Gabriel.
Anduvieron por esas solitarias calles y el regusto de estar adentrándose en un lugar peligroso era cada vez mayor. Miraba a un lado y a otro. Pese a seguir sin ver movimiento alguno, sospechaba que desde los tejados, ventana y balcones de los edificios, los estaban observando. Sombras entre la espesura de la noche, atentas a cada paso que daban en dirección hacia un destino que se le antojaba cada vez peor. Corso, por su parte, se hallaba muy tranquilo. Lo encontraba normal, pues seguramente no era la primera vez que vagaba por esta zona. Siguieron con el avance hasta llegar a un pequeño callejón. Una vez llegaron, se detuvieron y notó a su amigo poniéndose un poco tenso. Algo raro pasaba y eso no le podía gustar menos.
De repente, unos tipos aparecieron por el callejón. Parecían andar tranquilos, charlando entre ellos sin prestar apenas atención a la pareja. Nada parecía indicar que aquellos cuatro hombres supusieran alguna amenaza para los nocturnos y cuando se cruzaron, pese a la tensión que inundó a Eva y Corso, no parecía que fuera a ser así. Eso fue hasta que uno de esos desconocidos se giró.
Ella fue la primera en notarlo. No hizo falta que se volviera para darse cuenta de que la miraba. Sus ojos estarían posados en su cuerpo, mirándola de arriba abajo, expresando en ellos una más que evidente lascivia. Odiaba esas miradas, no ya porque fueran de un hombre, sino porque no eran nada discretas. Le enfurecía muchísimo. Le entraban ganas de volverse y darle un puñetazo bien dado a ese idiota, aunque prefería abstenerse.
—Psst, guapa —le murmuró de manera insidiosa.
Tanto Eva como Corso se volvieron al escucharlo y el resto de los tipos también lo hicieron. No tardaron en quedar bien impresionados con ella y comenzaron a acercarse con malévolas intenciones.
—Un poco tarde para salir a pasear, ¿no? —comentó divertido un hombre larguirucho provisto de un frondoso bigote.
Sus rostros dejaban entrever una perversa intencionalidad que no podría perturbar más a la nocturna. Deseaba con todas sus fuerzas que perdieran interés en ellos y se largaran, aunque lo veía poco probable.
—Chicas, recogeos —les soltó Corso, con más intención de que se largaran que de burlarse—. Ya es muy tarde.
—Cállate, gilipollas —espetó un hombre alto y escuálido de coleta rubia.
—Gilipollas es ella —señaló el nocturno, esta vez sí en tono de burla—. Yo soy tonto.
Los hombres parecieron sonreír divertidos ante la ocurrencia de Corso, pero eso no era más que un leve espejismo.
De repente, el del bigote, posiblemente líder del grupo, hizo un gesto. Por el costado derecho, alguien le dio con una botella en la cabeza a Corso, rompiéndose en pedazos ante el impacto. La cabeza del nocturno se inclinó ante el golpe y parecía como si le hubiera lastimado, pero, en ese mismo instante, se giró hacia su atacante. Este, el verse observado, se retrajo un poco. Justo entonces, Corso lo agarró por el cuello de su camiseta y le dio un fuerte puñetazo en la cara.
—Hostia, joder —espetó el de la coleta ante lo que veía.
Tanto él como el tipo del bigote, fueron a enfrentarse con Corso. Eva quiso moverse para ayudar a su amigo, pero el pervertido de antes sacó una navaja de su bolsillo y se lanzó contra ella.
Tuvo que retroceder ante la primera estocada y aun así, no vio que aquel hombre fuera a retirarse por nada. Notó esa asquerosa sonrisa enmarcada en su enjuto y arrugado rostro y, acto seguido, le sacó la lengua en un gesto que le parecía menos sexy que cuando lo hacía Claudia.
—Nena, ¿por qué no dejamos a estos a lo suyo y nos vamos al callejón de atrás? —le sugirió sin más, como si esperara convencerla— Podríamos pasar un buen rato y así no tendría que rajar esa cara tan bonita que tienes.
Apretó los dientes. Escuchaba los gemidos de Corso mientras luchaba por quitarse de encima al trio atacante y no dejaba de mirar a ese capullo. Sabía que podía con él, pero tenía tan poca experiencia en la lucha que le costaba creer que pudiera vencerlo. Todavía se acordaba de como desarmó a aquel chico durante el ataque al almacén de drogas, aunque concluyó que aquello fue más un golpe de suerte que otra cosa.
—¿Qué me dices? —cuestionó l tipo albergando todavía esperanzas.
Al final, no se contuvo. Ya estaba muy harta.
—¿Y si mejor reviento tu cara contra el suelo? —habló desafiante— ¿Te parece mejor?
Viendo que no iba a conseguir nada, el hombre alzó su puñal, engarfiado en su mano izquierda, endureciendo sus facciones como si pretendiera dar miedo. Eva se preparó. Si bien seguía insegura sobre sus dotes combativas, sabía que no le quedaba más remedio que pelear. De Corso sabía que no podía esperar ayuda, al estar enzarzado con los otros, así que esta confrontación la tendría que resolver ella sola.
Estaba lista para entrar en combate. Se contrajo un poco y alzó los puños como si estuviera a punto de boxear. El hombre, con los ojos enardecidos, profirió un fuerte aullido como preludio del fatal encuentro. Se dispuso a cargar contra Eva, pero, en el último momento, algo lo detuvo.
Una silueta oscura agarró al hombre del brazo izquierdo, Al percatarse de ello, el tipo comenzó a forcejear, pero lo único que logró fue que la sombra lo aferrara con mayor fuerza. Se intentó revolver cuanto pudo, pero lo único que consiguió fue que le doblara el brazo hacia atrás. Enseguida, su rostro pasó de estar henchido de furia a llenarse de una clara expresión de angustia. Comenzó a gritar con horror cuando le plegó el brazo por completo hasta casi tocar el hombro con la mano. El chasquido que emitió la articulación del codo al romperse le recordó a Eva al que emitían los huesos de pollo frito al ser partidos y le resultaba desagradable.
Sus fuertes alaridos distrajeron a los atacantes de Corso, quienes se volvieron para ver que ocurría con su compañero. Suficiente para que no se percataran de que varias sombras habían aparecido a su alrededor. Cuando el del frondoso bigote se dio cuenta de que estaban rodeados, lo siguiente que vio fu un puño directo a impactar contra su cara. El sonoro guantazo hizo que se le saltasen varios dientes en el acto. El de la coleta no corrió mejor suerte, llevándose una fuerte patada directa a sus genitales que hizo que se contrajera como un niño con fuerte dolor de barriga. Acto seguido, recibió un codazo en la espalda que el hizo besar el suelo. El tercero trató de huir, pero mientras corría, fue sorprendido por otro elusivo espectro que lo sorprendió con su brazo extenso haciendo que precipitara contra el asfalto de la calle de espaldas.
El ataque había sido rápido. Mientras que el grupo de hombres intentaba recomponerse, las enigmáticas sombras se revelaron. Eran dos hombres y tres mujeres. A Eva le quedó claro enseguida que eran nocturnos. Escuchó aquejado al tipo que acababa de atacarle. Intentaba arreglarse su herido brazo, pero cada intento le hacía gritar como un poseso. Al final, el del bigote se incorporó, llevándose una mano a su destrozada boca para frenar toda la sangre que salía de ahí. Sus otros dos lacayos también se levantaron y el de la coleta, con cierta molestia en la entrepierna al moverse, fue a socorrer al del brazo roto.
Entonces, un hombre de pelo rapado y camiseta de tirantes verde con los brazos repletos de tatuajes tribales, se aproximó hacia el tipo del bigote.
—Pelayo, no quiero volver a verte a ti o a tus chicos por nuestro territorio —dijo con voz amenazadora—. Como aparezcáis por aquí de nuevo, os mataremos a todos, ¿entendido?
El tal Pelayo pareció entenderlo al a perfección, pues asintió atemorizado y, a continuación, ordenó a sus hombres que se le largaran de allí. Recogieron al atacante de Eva, que ya lloraba por su brazo lastimado y se fueron de allí. En ese mismo instante, Corso se incorporó un poco y, sin dudarlo ni un segundo, sacó su pistola para apuntar a los tipos.
—¡No, espera! —gritó el nocturno rapado.
Justo antes de que apretara el gatillo, logró agarrarlo del brazo. Corso lo miró enfurecido y por un instante, parecía que fuera a abrir fuego contra el de los tatuajes. Sus ojos grises se notaban más intensos de lo normal. Incluso a Eva le dio miedo. Tras un tenso momento, al final, su amigo bajó el arma.
—Si los matas aquí, nos meterás en graves problemas —le habló el nocturno de pelo rapado.
Alicaído, Corso agachó la cabeza y la movió de un lado a otro en claro gesto de negación. Luego, rio un poco para sus adentros antes de levantarse.
—Como se nota que sigues siendo un blandengue, Ricardo —le soltó al otro nocturno.
Este también dejó escapar una sonora risa.
—¿Me lo dice el que ha dejado que le metan una paliza unos catetos barriobajeros? —preguntó con sorna— ¿Qué ha pasado con el gran Corso? ¿Acaso ha perdido facultades con el paso de los años?
—Que te den —respondió divertido el contrabandista.
—Lo que tú digas, aunque eso no significa que esté contento con tu regreso.
Tras esas palabras, un incómodo silencio lo inundó todo. Eva miraba a los recién llegados nocturnos y notó en ellos una clara pose de amenaza en cada uno. No le gustaba. Se volvió a Corso y notó en él también el mismo gesto de preocupación. De repente, se vieron rodeados. Ricardo se aproximó hasta quedar frente a los dos.
—Seis años, seis putos años desde que te marchaste y ahora vuelves.... —Su vista se posó en Eva—... acompañado de esa.
—Es una amiga —no tardó en responder Corso—. Y ya sé que me largué sin más, pero tenía otras cosas en la capital y me fue imposible visitaros...
—¿¡Sabes lo jodidos que hemos estado todo este tiempo?! —le interrumpió Ricardo. Eva se sobresaltó un poco asustada y notó que su amigo también lo hacía—. Se suponía que tú nos ibas a ayudar a construir algo importante y en vez de eso, nos dejaste tirados como si no te importásemos nada en absoluto.
Los otros nocturnos permanecían callados, pero Eva notaba en sus miradas un claro instinto asesino. Parecían más que dispuestos para lanzarse al ataque. Esperaba que su tatuado jefe no se lo ordenase.
—De nuevo, te repito que lo siento —buscó disculparse Corso—. Si pudiéramos...
—¿Crees que tus disculpas importan? —volvió a interrumpirlo Ricardo— ¿Acaso piensas que por volver y sentirte arrepentido todo esto se va a arreglar?
Desde luego, Eva no se estaba enterando ni de la mitad de lo que pasaba. Por lo que estaba entendiendo, parecía que Corso se hallaba en medio de algún tipo de acuerdo con estos nocturnos que, incluso, parecían sus amigos y, al final, los dejó tirados. Ahora, ellos parecían más que ansiosos por vengarse y todo tenía pinta de que así podría ser.
—Si nos dejases hablar con Anya —dijo Corso como si se lo estuviera pidiendo como último recurso.
Ricardo sonrió de forma burlona. Le recordó a la mueca del tipo del bigote frondoso, aunque el nocturno llevaba perilla y sus ojos poseían un resplandor azul claro más intenso.
—Por supuesto que vas a hablar con ella —comentó grandilocuente—. Es quien más ganas tiene de partirte los colmillos.
Estaba claro que las cosas no se iban a poner muy bien. La idea de acompañar a Corso para ver a sus "amigos" había sido la peor que había podido tener. Estaba claro que no acabarían bien, visto lo visto.
—Vamos, te llevaré con ella —dijo Ricardo. A continuación, hizo un gesto con su mano y el sequito que lo acompañaba se retiró.
Tras eso, el nocturno tatuado pasó de largo a la pareja y comenzó a andar en dirección contraria por donde ellos vinieron. Decidieron seguirlo.
Mientras avanzaban tras Ricardo, notaron que su grupo iba detrás de ellos. Parecían escoltarlos, aunque a Eva le dio la sensación de que más bien, pretendían tenerlos atrapados para evitar que escapasen. Inquieta, siguió andando sin saber su lo que les esperaba adelante sería algo bueno.
—Oye, ¿seguro que no me estás llevando a un lugar peligroso? —decidió preguntarle a su amigo.
Corso se giró al oírla y le sonrió con optimismo. Le irritaba verlo tan alegre viendo lo feas que se estaban poniendo las cosas. No hacía ni un rato que le estaban metiendo una paliza y ahora, amenazaban con meterle otra aún peor si cabía. No lo comprendía.
—Descuida, pueden parecer muy ladradores, pero en el fondo, los Vampiros Libres no muerden tanto.
Cuando escuchó eso, se quedó perpleja. ¿Vampiros Libres? Por lo que se veía, cada banda de nocturnos se tenía que poner su nombrecito molón para quedar mejor.
—¿Asi se llaman? —preguntó en un susurro.
Su amigo iba a responder, pero fue Ricardo quien lo hizo.
—Exacto, Vampiros Libres —recalcó con firmeza—. Somos un grupo que no vive bajo el dominio de la Sociedad. Creemos que cada miembro de nuestra especie debe gozar de la libertad de vivir como quiera, no según las normas de otros. Puede sonar utópico, pero lo que estamos logrando.
Alzó la vista y quedó impresionada al ver como de las ventanas, balcones y edificios asomaban gran cantidad de nocturnos....o vampiros libres, como mejor preferían llamarse. Ellos también la observaban a ella y notó cierto temor en cada uno. Era evidente que no les agradaba la presencia de extraños.
—Veo que la comunidad ha crecido bastante —indicó Corso.
—Si ahora tenemos cincuenta miembros frente a los dieciocho de hace cuatro años —habló Ricardo con claridad—. Y hemos ampliado el territorio hasta hacernos con una barriada completa.
—¿Y no habéis tenido problemas? —preguntó su amigo.
El tatuado se encogió un poco de hombros mientras seguían andando.
—Ya sabes, los criminales locales la lían de vez en cuando, pero a la mayoría nos los hemos quitado de en medio.
Esa última frase sobrecogió a Eva.
—¿Los habéis matado a todos? —inquirió asustada.
Ricardo la miró con cara de pocos amigos. Estaba claro que no le gustaba lo que acababa de decir.
—No me vengas con el puto Código Nocturno de los cojones y su norma de no matar humanos. —Se le notaba muy molesto—. Esa gentuza no eran más que una amenaza para los nuestros. Había que defenderse.
La justificación parecía clara. Solo se querían proteger. Tampoco ella podía buscarse una excusa. Después de todo, vio como Gabriel y su gente masacraban humanos por un simple asunto de drogas.
—Por cierto, ¿tú de donde coño has salido?
La cuestión se las traía y Eva no dudó en responder, pese a que Corso le hizo un gesto para que no lo hiciera.
—Trabajo para Lucila.
Ricardo paró en seco al escucharla. Abrió un poco sus ojos y se percató en como su rostro parecía enmudecer. Los nocturnos que tenían detrás también se detuvieron al hablar ella.
—¿Cómo has dicho?
Aquello no sonaba para nada bien.
—Ricardo, espera... —trató de intervenir Corso.
Ya era tarde. Eva escuchó como alguien desenfundaba un arma y, cuando quiso darse cuenta, dos de los nocturnos que los habían seguido, ahora le apuntaban con sus pistolas a la cabeza. Un tercero le vino por el lado derecho y colocó una enorme escopeta justo frente a la cara. La chica sintió su cuerpo revolverse de miedo. Aquello no podía ser real.
—¿¡Trabajas para esa zorra de mierda?! —espetó enfurecido Ricardo.
Podía ver como el vampiro libre tatuado apretaba sus dientes, resaltando esos colmillos tan largos y puntiagudos. Estaba claro que era un manojo de odio a punto de estallar.
—Oye, Richi —intentó hablar conciliador Corso mientras se le acercaba—. Sé que lo aparenta, pero créeme, Eva no es como ninguno de los lacayos de Lucila. Te lo juro por mi vida, ella es legal.
"Richi", como lo había llamado Corso, se volvió hacia este. Por un momento, pareció tenerlo convencido, pues su mirada asesina se calmó un poco, aunque no fue así. Sin mediar palabra, sacó un enorme cuchillo y lo posó en el cuello de Corso.
—Ahora sí que vamos a ver a Anya —habló con claridad el nocturno tatuado mientras apretaba el filo de su arma contra la piel del contrabandista.
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Bueno, solo diré que os deseo a todos un feliz año 2021. Esperemos que las cosas mejoren tras este 2020 tan oscuro y terrible. Y daros las gracias a quienes leéis esta historias. No seréis muchos, pero me encanta que disfrutéis de esta novela. Un saludo a todos.
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